sábado, 12 de octubre de 2013

Juanelo Turriano - Giannello Torriani, Relojero de Carlos V

Ianelli Tvrriani Cremonensi. 1637. Museo Civico Alla Ponzone, Cremona. It.
Fotog. Concha Cano

Juanelo Turriano ideó y construyó un ingenio mecánico de gran envergadura cuyo cometido era elevar el agua del río Tajo hasta la parte más alta de la ciudad de Toledo, concretamente, hasta el Alcázar. 

Inaugurado a principios del año 1569, fue desmantelado en 1649. No han quedado planos de mano del ingeniero, aunque sí hay diversas descripciones, que, a pesar de su gran interés, no llegan a aclarar del todo como era aquel mecanismo que no requería más energía que la generada por la corriente del río.

Juanelo Turriano, es la castellanización del nombre del cremonés Giannello Torriani; ingeniero, mecánico, astrónomo y relojero al servicio de Carlos V y después, de Felipe II –cuando aún se encontraba en Flandes–. Nunca suficientemente valorado, la forma popular de su nombre no parece contener una atribución de respeto. ¿Por qué? ¿Qué impidió que la capacidad y la obra de Torriani fueran debidamente valorados? ¿Por qué nunca se le pagó lo estipulado por su trabajo, hasta el extremo de que vivió y murió en la miseria? 

Todo oficio remunerado tenía la consideración de servil en la época y aquel que lo ejercía, no podía alcanzar consideración social ni personal; nada más difícil de comprender, pero que, entonces, ni se planteaba. Torriani era relojero. 

Había aportado sus inestimables capacidades a la construcción del Duomo de Milán; trabajó con Juan de Herrera, resolviendo problemas específicos de la construcción de El Escorial, y fue seleccionado en Roma para colaborar en los trabajos para la compleja reforma del calendario llevada a cabo por el pontífice Gregorio XIII –finalmente aceptado en todo el mundo occidental–, a cuyo efecto, Turriano redactó el Breve discorso alla Majestad de Re Católico interno la reduttione dell anno et restitutione del Calendario con la dichiaratione deglo instrumenti da esso per mostrarla in atto prattico. Su extraordinario dominio del cálculo aritmético fue de gran ayuda en la fijación del nuevo cómputo, que restó diez días al calendario, de modo que el día que siguió al jueves, 4 de octubre de 1582, fue viernes 15. 

Parece, no obstante, que, a pesar de su aportación a los trabajos previos, cuando Pío IV pidió a Felipe II que le concediera permiso para ausentarse durante dos años, con el fin de participar activamente en la elboración del calendario, este no lo otorgó, porque el artífice trabajaba entonces en el artificio del agua en Toledo.


Tabla de cálculo y Cómputo de la reducción del año para la reforma del calendario.
Del Breve Discorso, 1579

En 26 de Enero de 1580, el Abad Briseño había escrito al Rey: Su Santidad hará la reforma del Calendario con la menor alteración posible, luego que lleguen los instrumentos y tablas que el Maestro Juanelo ha hecho sobre ello. 

Diseñó y construyó también Turriano un reloj astronómico, maravilla del mundo occidental, que, no solo marcaba la hora, con minutos y segundos, sino el día, el mes, la estación, las posiciones zodiacales, etc., pero quizás su celebridad se deba, fundamentalmente, al artificio del agua. 

            –Trasse l’acque del Tago il Torriani
            Tanto alto, come il Duomo di Milano
            A la natura e al ver scherno facendo
            Questo gran Mathematico fu quello
            Che scoperse l’error de i dieci giorni-, 

escribió el pintor milanés Giovanni Paolo Lomazzo en 1587. 

Para 1640, el artificio, muy deteriorado por falta de mantenimiento, dejó de funcionar, pero siguió siendo objeto de la curiosidad de los visitantes que de toda Europa acudían a la ciudad para admirarlo. A pesar de ello fue demolido en 1649.

El Alcázar, como todas las construcciones de carácter defensivo, se encontraba –y se encuentra–, en la parte más alta de la ciudad–, hasta allí llegaba la sucesión de pequeñas construcciones que cubrían el artificio propiamente dicho, a lo largo de un recorrido ascendente muy irregular, protegiéndolo de las inclemencias atmosféricas y, acaso también del atractivo de las grandes cantidades de hierro, cobre y latón que lo componían.

Vista de Toledo. Greco, 1597-99. Metropolitan Museum of Art. N. York.

Una descripción fundamental del célebre artificio procede del Cronista y admirador de Torriani, Ambrosio de Morales, Maestro en la Universidad de Alcalá de Henares, que lo explicó con gran detalle en las Antigüedades de las ciudades de España, publicado en 1575, pero poco más de tres siglos después -1888-, el ingeniero, Luis de la Escosura (1829-1904), dijo: Yo declaro que, después de haber leído muchas veces la relación de Morales y de haber intentado con el lápiz y el compás trazar la máquina de Juanelo, tuve que rendirme, convencido de que el empeño era superior a mis fuerzas.

Mecanismo, aparentemente sencillo, si no tenemos en cuenta las complejidades de las leyes físicas.

Y pues he comenzado a tratar de las obras de este tan extraño y ensalzado ingenio –había escrito Morales-, quiero también dejar aquí alguna memoria para quien no las ha visto. Sólo tendré una buena ayuda en lo que el mismo Janelo me ha mostrado y dado a entender en particular de ellas. Porque, como si yo fuese capaz de comprehenderlas y gozarlas, así ha querido algunas veces enseñarme y regalarme de esta manera. 

Él comprehendió en la imaginación hacer un relox, con todos los movimientos del cielo, así que fuese más que lo de Archímedes que escribe Plutarco e inventó un molino de hierro tan pequeño, que se llevaba en la manga y molía dos celemines al día, pudiendo ser de mucho provecho para un ejército en un cerco y para los que navegan, pues se mueve él solo sin que nadie lo traiga.

Cuenta, además, que queriendo Juanelo renovar, por regocijo, las estatuas antiguas que se movían y que los griegos llaman autómatas, hizo una dama de más de una tercia de alto, que puesta sobre una mesa, danza por toda ella al son de su atambor, que ella misma va tocando, y da sus vueltas tornando á donde partió; y aunque es juguete y cosa de risa, todavía tiene mucho de aquel alto ingenio.

Autómata musical de una dama de la Corte española, con laúd. 
(44 cm de altura) c. 1550. Kunstkammer del Kunsthistorisches Museum de Vienna.

En la Institución Smithsonian de Washington se conserva este autómata que algunos historiadores atribuyen también a Gianello Torriani. Representaría a San Diego de Alcalá, uno de los santos más populares en aquel momento y que daría nombre a la ciudad de San Diego, EUA. Es de acero y mide 39 cm.

Los automatismos de Torriani entusiasmaban a Carlos V, aunque no se libraron de sospechas ante la Inquisición, que consideraba posible alguna intervención mágica en aquellos muñecos que andaban solos.

Carlos V en Yuste. Miguel Jadraque y Sánchez de Ocaña (1840-1919).
En esta recreación, cinco frailes dominicos observan las evoluciones de dos autómatas.

Giannello/Juanelo, había nacido en Cremona, en 1500. Tenía 29 años cuando intervino, como Maestro relojero en las obras de la catedral de aquella ciudad. Un año después se casó con Antonia de Segiella y tuvo una hija a la que llamaron Bárbara Medea

Se sabe que era un relojero ya conocido en 1529, cuando Carlos V fue coronado en Bolonia. La ciudad le regaló en aquella ocasión a don Carlos un complejo reloj, que ya no funcionaba a causa de la pérdida de algunas piezas, mientras que otras aparecían completamente oxidadas. Juanelo fue el único entre varios artífices, que logró comprender su mecanismo, ofreciéndose a construir uno igual, ante la gran dificultad que ofrecía la reparación del primero. Dada la afición del Emperador por las máquinas de precisión, especialmente los relojes, de los que llegó a reunir una notable colección, decidió tomar a Gianello a su servicio, manteniéndolo consigo hasta el día de su muerte. Ya en Augsburgo, le encargó la fabricación del famoso reloj astronómico como el de Bolonia -empleó veinte años en su diseño y construcción- y, más tarde, le encargó también el conocido como El Cristalino.

En 1556 llegaba a España formando parte del séquito de don Carlos, con el cual vivió y trabajó en Yuste, construyendo para él diferentes autómatas, el más notable objeto de distracción del monarca, con el que también jugaba al ajedrez, durante el último período de su vida.

Tras la desaparición del Emperador, Felipe II –que todavía no había regresado a España-, renovó el contrato de Juanelo, por el cual debía permanecer en España con un sueldo de 200 ducados anuales, que consta le fueron pagados hasta 1561.

Hacia 1542 había empezado la construcción del alcázar de Toledo. Desde el primer momento, se hizo patente una gran contrariedad, la escasez de agua. Turriano se comprometió a resolverla. Cuenta Morales que estando Juanelo aún en Italia, había oído hablar al Marqués del Vasto de aquel problema, que se debía a las grandes dificultades que ofrecía el transporte del agua desde el río, a causa de la gran altura del edificio con respecto a su cauce. Al parecer, Turriano le dijo a Morales que ya desde entonces había empezado a pensar en su artificio.

En 1570, Felipe II mandó comprar un molino que Juanelo dijo que ocupaba el lugar más apropiado para construir el ingenio que debía elevar el agua: Y porque estando, como ya está hecho el dicho ingenio, y habiendo de quedar y permanecer en dicho sitio, habemos acordado de mandar comprar y que se compre para Nos y para servicio de dicho ingenio el dicho molino.

La mayor dificultad y el quasi misterio que parece envolver la creación del artilugio, se debe, sin duda, a la falta de documentos y planos de mano de su creador, que, en principio deberían aparecer en los archivos toledanos, algo que no ocurrió, porque el cremonés corrió con los gastos de su construcción, razón por la que no tuvo obligación de presentar oficialmente proyectos, planos o presupuestos. Este hecho llegó a poner al genial creador en una situación de necesidad extrema, como veremos en breve. Entre tanto, podemos seguir la evolución de la apariencia del artificio a través del tiempo, por medio de varias imágenes felizmente conservadas.

Un plano de Ambrosio Bambrilla, de 1585,  presenta el artilugio como un acueducto. 
Biblioteca Nacional.

Página del Civitates Orbis Terrarum, grabado de Georg Hoefnagel (1566), publicado en 1598, en Alemania. 
La inclusión de las palabras, El Ingenio, en castellano, demuestra que ya era así conocido en Europa.  

Este grabado de 1630 presenta la totalidad de la construcción que protegía el artificio, y muestra la forma en que el agua entraba en el edificio; por una ventana del segundo piso de una de las torres. 

Lo que quedaba del edificio al borde del río. Fotografía de 1858. Diez años después estos restos fueron derribados para instalar en su lugar una máquina de vapor. Fotog. Clifford.

En esta fotografía de 1910-15, aparece el edificio que sustituyó al de Juanelo, y que albergaba las nuevas turbinas. También fue derribado hace menos de quince años. 

Al final, el primer artificio se dedicó exclusivamente al abastecimiento de agua para el Alcázar, motivo por el cual, se le encargó a Juanelo la construcción de un segundo ingenio que debía servir a la ciudad y que empezó a funcionar en 1581. 

La Junta de Obras y Bosques; tres señores, entre los que estaban el Conde de Chinchón y don Íñigo de Cárdenas, platicaron largamente–, y se convinieron, con fecha 20 de Mayo de 1575, para emitir un documento, según el cual: 

Juanelo desistirá del contrato que hizo con la Ciudad, y S. M., atento a que el agua que sube por el Ingenio ha servido y sirve para el Alcázar, que la toma para sí, dando á Juanelo por libre de los fondos que para hacerle se le han ido dando de la Real Hacienda. El agua que sube por el Ingenio, que entre día y noche serán mil seiscientos cántaros de á cuatro azumbres, quedará para S. M. Juanelo se obliga a hacer buena esta cantidad sin mengua ni falta. Y que a costa de S. M. haga Juanelo de modo que suba el agua, y se pueda repartir en el Alcázar seis u ocho pies más alto que el piso del patio.

Considerando que hace seis años que acabó su primer Ingenio, de que se ha aprovechado el Alcázar, dando Juanelo en adelante la que sea menester, que se aproveche de la demás para hacer el segundo Ingenio, que tiene comenzado y que terminará en cinco años, suministrando S.M. los caudales que, se cree ascenderán a ocho o diez mil ducados, quedando á beneficio de Juanelo el agua que suba.

Se le darán gratis los suelos en que se plantó el primer Ingenio para que plante el segundo. 

La ciudad dará a Juanelo seis mil ducados por una vez, o el censo que en ellos se monte, como quiera que no obtendrá otro beneficio que el de servir á S. M.


Felipe II revisó atentamente el contrato, como tenía por costumbre hacerlo en los asuntos de su interés. Así lo demuestran las desordenadas notas, con su inconfundible mala letra, en el margen y espacios del documento, que aprobó por cédula de 21 de marzo de 1575.

Cubiertas de los dos artificios. Dibujo de A. Vega

Empleó Juanelo en la construcción 200 carros de madera harto delgadita y 500 quintales de latón, porque no teniendo más que una braza de largo cada uno de los tubos y distando el Alcázar 600 metros del río, no bajarían de 400 los tubos que a la vez estarían en movimiento; y á todo esto se sumaba la imposibilidad de seguir una línea recta, por lo que los tubos iban dando vueltas y traveses y ángulos y rincones, y fue menester nuevo artificio para continuar y proporcionar allí el movimiento.

Todavía colaboró Torriano en el montaje de los campanarios del Escorial, antes de volver de nuevo a Toledo, donde finalmente murió en 1585.

Parece probado que el gran constructor murió en la indigencia y que su hija se vio obligada a enterrarlo de limosna, porque el Ayuntamiento se negó a pagarle unos artificios que no abastecían a la ciudad. Por la misma razón, tampoco se le pagaron los gastos de mantenimiento y el genial constructor nunca recuperó los fondos que había adelantado. El artificio pronto entró en una imparable decadencia hasta que dejó de funcionar completamente. La hija de Torriano y su nieto, solicitaron y recibieron una pequeña pensión con la que sobrevivieron a duras penas: -Dejó una hija y única heredera, llamada Bárbara Medea Turriano, a quien el Rey, á los seis meses de muerto su padre, en 20 de Diciembre de 1585, mandó pagar doscientos ducados, á buena cuenta de lo que montaban los instrumentos y otras cosas de Juanelo; y después, en 23 de Diciembre de 1586, recibió también, por orden del Rey, dos mil ducados, á buena cuenta de seis mil que se le habían mandado pagar por el derecho que tenía á uno de los ingenios-. 

Dice la leyenda que en su vejez, Juanelo se vio obligado a vivir de la caridad, por lo que ideó construir un autómata –un hombre de palo-, cuyo cometido era acudir todos los días a la Catedral para recoger el pan de los pobres. La persistencia de esta historia se debe, sin duda, a la certeza de que el gran ingenio murió pobre, algo que no podía menos que llamar la atención de la gente, que conocía la gran fama  del artificio.

Evidentemente, parece muy poco creíble la idea del autómata; aunque, de hecho, Juanelo, como hemos visto, había construido algunos, pero de pequeñas dimensiones. Sin embargo, y, como siempre hay una base histórica en la elaboración de las leyendas, quizá es posible hallar una razón que explique qué pudo ser lo que alimentó la imaginaria existencia del Hombre de Palo

Por ejemplo, el viajero inglés Kenelm Digby –viajó a España en 1623 con el séquito del príncipe Charles, hijo del monarca James Stuart, cuando vino a pedir la mano de la hija de Felipe III-, describió el artificio, que vio personalmente: Y así -escribió- los dos lados de la máquina eran como dos piernas que pisaban por turnos el agua

No es difícil visualizar esta imagen del artificio, y compararla con un gigante de madera, es decir, de palo. Turriano llegaría a ser identificado con aquel hombre de palo, que no sería sino la denominación de su artificio. 

El Cronista Esteban de Garribay –a cuya viuda e hijos conocimos, por la curiosa circunstancia de que fueron vecinos de Cervantes en Valladolid, cuando Felipe III instaló allí la Corte-, informó del fallecimiento y pobre entierro de Juanelo:

Sólo fue de mi voto, en lo referente a la navegación del Tajo, Joanelo Turriano, natural de Lombardía, el que había hecho la admirable fábrica de la subida del agua del Tajo al Alcázar de Toledo. Este insigne varón, antes de ver acabada esta navegación, murió en la misma Ciudad, en 13 de Junio de 1585, á los ochenta y cinco años de edad, poco más o menos, y fue enterrado en la Iglesia del Carmen de ella, en la Capilla de Nuestra Señora del Soterraño, siendo yo presente, no con el debido acompañamiento que merecía quien fue príncipe muy conocido en todas las cosas en que puso su clarísimo ingenio y manos. Fue alto y abultado de cuerpo, de poca conversación y mucho estudio, y de gran libertad en sus cosas; de gesto algo feroz y el habla algo abultada, y jamás habló bien en la española. Túvole en mucho el católico Rey D. Felipe II, y le regaló y honró siempre como quien sabía bien lo que él merecía, imitando lo que había hecho con él el preclarísimo Emperador Don Carlos, su padre.

Al igual que Carlos V contrató al ingeniero para servir al cuidado de su colección de relojes, convertida en una manía en sus últimos tiempos, Felipe II lo hizo para servir a su residencia del Alcázar, que, no obstante, abandonó muy pronto, al trasladar la Corte a Madrid. En ninguno de los dos casos, el artífice, admirado en toda Europa, obtuvo de sus señores el reconocimiento que merecía y murió muy pobre, a pesar de su hombre de palo.

Dejó el ingeniero un nieto que también se llamaba Juanelo Turriano, al que se encargó el cuidado del Artificio con cuatro reales de jornal, que el Rey aumentó en 1593  a cien ducados anuales, pero Turriano el joven disfrutó muy poco de este beneficio, porque falleció en 1597, dejando en gran miseria a su mujer y a sus hijos.

En 1601, Bárbara Medea envió una carta a Felipe IIl, en la que declaraba que su padre le había dejado muchas deudas y que tenía dos hijas, para cuyas dotes había vendido cuanto tenía, quedando ella en la mayor necesidad, por todo lo cual, suplicaba que, en atención a los muchos servicios de su padre y a las obras que dejó, sobre todo, el Artificio y los dos relojes, le hiciese alguna merced con que poder pasar la vejez, por ser ya de sesenta años. El monarca le concedió cuatro reales diarios mientras viviera. Los recibió durante nueves meses.

***

Hay constancia de que don Juan de Austria, por ejemplo, acudió en 1569, a observar el funcionamiento de la sorprendente maravilla, de la que también hablaron los grandes de las Letras del Siglo de Oro, como Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega y otros.

Cervantes: La ilustre fregona.

-Conviene que mañana madruguemos, porque antes que entre la calor estemos ya en Orgaz.

-No estoy en eso -respondió Avendaño-, porque pienso antes que desta ciudad me parta ver lo que dicen que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega.

-Norabuena -respondió Carriazo-: eso en dos días se podrá ver.

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Luis de Góngora: Las firmezas de Isabela.

- ¿Qué edificio es aquel que admira el cielo? 
‐ Alcázar es real el que señalas 
‐ ¿Y aquél, quién es, que con osado vuelo 
A la casa del Rey le pone escalas? 
‐ El Tajo, que hecho Icaro, a Juanelo
Dédalo cremonés, le pidió alas, 
Y temiendo después al Sol el Tajo, 
Tiende sus alas por allí debajo. 

Quevedo: Itinerario de Madrid a su Torre:
Sarcástico y genial, como de costumbre, además de achacar a Torriano un gusto especial por el vino sin rebajar, y convertirlo en flamenco, Quevedo, no deja nada en pie: el franciscano Duns Scoto –muerto en 1308 y beatificado-, es tan sutil y agudo como su jaca; él mismo se alojó en una mala fonda; rodó y trepó por las cuestas de Toledo; Ciudad de puntillas fabricada en un uso, e interpretó a su estilo el nombre de la Puerta del Cambrón.

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Lope de Vega alude a la subida del agua al alcázar, aunque no nombra a Juanelo ni al artificio, en El laurel de Apolo.

Si por claros varones 
soberbio presumiste, 
laurear la cabeza, 
oh Rey de ríos, venerable Tajo; 
ahora es más razón que las corones 
por una insigne y celestial belleza. 
Y si del alto Alcázar pretendiste 
tus olas igualar al fundamento,
desde las urnas de tu centro bajo 
Con más razón por las escalas sube, 
bebiendo de ti mismo como nube, 
a dar cristal deshecho al edificio, 
en cuyo frontispicio 
pueden bañar las aves alemanas (El águila Imperial de la Casa de Austria)
las negras alas en las ondas canas.

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Bartholomé de Villalba y Estañá: El Pelegrino curioso y Grandezas de España, Madrid, 1886, es quizás la lectura más divertida acerca del famoso Artificio de Juanelo:

Sigamos al Pelegrino, que dio en el artificio del agua que sube al Alcázar, que es la mayor maravilla de las que hoy se ven en lo poblado, tanto, que digo que es una de las que merecen ponerse entre las maravillas del mundo, y de muchas leguas merece que se vaya a ver, porque por cosa imposible había un refrán en Castilla que decía: Es esto como subir agua á Zocodover; y ansí, como lo veía el Pelegrino efectuado, iba notando aquel acueducto tan artificioso y aquel modo de enexar o engoznar un cazo con otro, los cuales son de bronce hechos, con una vuelta como unos cucharones que desde abajo del río Tajo, donde el artificio está, que es el primer móvil de toda esta máquina que pocos o ninguno la han visto, van subiendo, porque con el ingenio primero toma el agua del rio y aquella se vacía de modo que comienza a subir, y el caño que la recibe esta hecho de tal artificio y asentado sobre tales ruedas, que la misma agua le hace mover de manera que al punto que llega al otro caño que ha de recibir el agua, de tal manera vacía, que recibe otra tanta agua, y ansí va encajando uno con otro y subiendo para arriba. 

Es artificiosa cosa, porque el concierto y compás de los caños no discrepa jamás, y son todos machos y hembras, que el mismo que da recibe, y con tanto tiento, que sube el agua sin perderse al Real Alcázar, donde tantos ingenios se han agotado y tantas personas perdido. Ansí merece por cierto Juanelo eterna fama por haber hecho esta obra, que, aunque ahora florecen los ingenios más que jamás han sido y descubren hoy sutilezas delicadas, es de tener en mucho: que bien muestra él ser flor de los ingenios en este particular, pues pone por letrero en su obra un epíteto raro en latín, que dice en sustancia: La fuerza de un gran ingenio nunca puede sosegar. 

La esfera armilar de Milán, atribuida a Juanelo Turriano.

Tiene por cierto muy gran razón, porque en prueba dello hizo el tal Juanelo un reloj a la Católica y Cesárea Majestad de Carlos V, el cual es una de las cosas raras del mundo, y ansí lo estimó el Emperador en lo que era razón, pues dando de mano al imperio de Alemania, renunciando los reinos de España, dejando los estados de Flandes, abandonando a los de Italia, no quiso dejar este reloj, más antes se retrajo con él á San Yuste, por su recreo. El cual reloj está fabricado de tal manera que se mueve el mismo artificio del reloj, de la manera que es el movimiento de todos los cielos y las influencias de los planetas, conforme á opinión de Ptholomeo, y en él se hallan las propiedades de las estrellas, que es con tal modo fabricado, que agota todo entendimiento, tanto que, jactándose, en un letrero que pone en latín, dice al que le mira: Entenderás quien soy si acometes hacer otra obra como esta; lo que muestra bien la dificultad della, y da a entender a los detractores que hacer las cosas es diferente de calumniarlas; y ansí el Pelegrino alababa y eternizaba en su memoria a este celebre varón. 

Como en esta consideración estuviese perplejo, llegóse a él un viejo barbiblanco, con longura de cabello y mal peinado, más por su aspecto venerable, con un rosario al pescuezo; y saludando Vero (que así el viejo se llamaba) al Pelegrino, quedó sesgo y mesurado oyendo la respuesta que le daba. Oída le dijo: 

-Pues a los ancianos se nos da licencia, aunque no tanta como aquellos griegos lacedemonios daban justamente a los antiguos, bien seré yo privilegiado en preguntaros que os parece de esta insigne obra. 

Al cual, mesuradamente, respondió el Pelegrino: 
-Por cierto, padre mío, que me parece que es subir la agua á Toledo. 
-Harto encarecimiento es el vuestro, dijo el viejo, y no carece de ser discreto en tan breve haberme respondido que habéis querido ser filósofo griego; mas pregunto os si de ello no recibís enfado, ¿habéis notado algo en esta ciudad? A lo cual respondió el Pelegrino: 
-Hay tanto que notar, que mejor es no alabar una cosa dejando otra, más vuestra iglesia es justamente celebre, que ayer la vi muy despacio. 
-Es verdad, en mi conciencia, dijo el Vero, que ayer os vi yo en la capilla de los Reyes con vuestro compañero y que estábades mirando con atención.
-Ansí es, dijo el Pelegrino, que como en aquella capilla haya reyes y sea tan suntuosa, es bien que se mire despacio, y más que vi que estaban allí enterrados reyes tan famosos.

-Bien curioso, dijo Vero, me parecéis, y ansí creo que todo lo notáis y escribís; mas pues habréis andado tierras diferentes, y habréis visto cosas calificadas, decidme sin lisonja, ¿habéis visto ciudad más rica, de tantos mayorazgos, tan abastecida y opulenta, tan bien ordenada y tan noble, con tantos edificios y tan suntuosos? ¿Habéis notado la grandeza de San Juan de los Reyes, un monasterio de doscientos frailes Franciscos? ¡qué iglesia, qué autoridad, qué altares, qué obra real la casa de Bargas! ¿Habéis notado su lindeza, aquellas escaleras, corredores, balconcillos, tantas cuadras, salas, mármoles, como tiene, tanto dinero como ha costado?

-Ya lo he notado, dijo nuestro Pelegrino, ya he visto el hospital del Cardenal, donde tanta limosna se hace; y también he notado la cristiandad de la gente, la muchedumbre de monesterios, la hermosura de los rostros, que hay pocas ciudades que en este particular le aventajen.

-Qué os parece, dijo el viejo, de sus provisiones, tantos bastimentos, qué corte tan continua, qué de mayorazgos, qué de hidalgos, qué autoridad de regimiento, qué cumplimiento de jurados, qué de calidades tiene, un arzobispo tan rico, un arcediano de Toledo sin obligación ninguna, que come treinta mil ducados de renta, qué inquisición tan suntuosa.

-Por cierto, dijo el Pelegrino, que todo lo que decís es muy gran verdad, y que son dones y mercedes que Dios ha hecho particulares; mas algo debe de haber en esta tierra que no sea tan bueno, y ansí os veo tener subidas, rebentones, cuestas, faltaros agua, sobrar aguadores, tenéis cortesanas.., que algún pecadillo andará revuelto de estas cosas...
Sobre Carlos I/V:


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2 comentarios:

  1. ¡Excelente artículo! Andaba buscando información sobre Torriani y no he visto nada más completo sobre él. Fotografías, citas literarias... tiene un gran interés, muchas gracias.

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  2. Gracias, Susana, por decírmelo; no sabes cómo anima. Me alegra muchísimo que te haya gustado.
    Un saludo. Clara.

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