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lunes, 25 de noviembre de 2024

Lope de Vega. A mis soledades voy.


¿Anónimo?

A mis soledades voy,

de mis soledades vengo;

porque para andar conmigo

me bastan mis pensamientos.


¡No sé qué tiene la aldea

donde vivo y donde muero,

que con venir de mí mismo

no puedo venir más lejos!


Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento,

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo.


Entiendo lo que me basta,

y solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.


De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio;


él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento:

que humildad y necesidad

no caben en un sujeto.


La diferencia conozco,

porque en él y en mí contemplo

su locura, en su arrogancia;

mi humildad, en su desprecio.


O sabe naturaleza

más que supo en otro tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos.


Sólo sé que no sé nada,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad

adonde lo más es menos;


no me precio de entendido

de desdichado me precio;

que los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?


No puede durar el mundo,

porque dicen, y lo creo,

que suena a vidrio quebrado

y que ha de romperse presto.


Señales son del juicio

ver que todos le perdemos;

unos por carta de más,

otros por carta de menos.


Dijeron que antiguamente

se fue la verdad al cielo:

¡Tal la pusieron los hombres

que desde entonces no ha vuelto!


En dos edades vivimos

los propios y los ajenos:

la de plata, los extraños

y la de cobre, los nuestros.


¿A quién no dará cuidado,

si es español verdadero,

ver los hombres a lo antiguo

y el valor a lo moderno?


Dijo Dios, que comería

su pan el hombre primero

con el sudor de su cara,

por quebrar su mandamiento;


y algunos inobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efectos.


Virtud y filosofía

peregrinan como ciegos:

el uno se lleva al otro,

llorando van y pidiendo.


Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento:

la mejor vida el favor,

la mejor sangre el dinero.


Oigo tañer las campanas,

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces,

haya tantos hombres muertos.


Mirando estoy los sepulcros,

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua:

que no lo fueron sus dueños.


¡Oh, bien haya quien los hizo,

porque solamente de ellos

de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños!


Fea pintan a la envidia;

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.


Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas ni cuentos:

cuando quieren escribir,

piden prestado el tintero.


Sin ser pobres ni ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones ni pleitos;


ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca, como yo, afirmaron

parabién, ni pascuas dieron.


Con esta envidia que digo,

y lo que paso en silencio,

a mis soledades voy,

a mis soledades vengo.

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Retrato anónimo de Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635). (Arriba). Este lienzo procede de las colecciones del pintor Valentín Carderera, de quién pasó al general Romualdo Nogués, aunque entre ambos o antes de que perteneciera a Carderera era del poeta Manuel José Quintana, y fue adquirido por José Lázaro Galdiano antes del año 1902. 

Félix Lope de Vega aparece en traje talar y ostenta la Cruz de Caballero de la Orden de Malta. La atribución de este lienzo a la escuela del pintor Eugenio Cajes o al propio Cajes es debida a Valentín Carderera. Además, el rostro del dramaturgo es muy parecido al del retrato que se conserva en el Instituto Valencia de Don Juan, y en el que Lope de Vega aparece de más de medio cuerpo, y asimismo está estrechamente vinculado con el que grabó Juan de Courbes en la edición de 1630 del Laurel de Apolo, aunque también tiene cierto parecido con el que se conserva en el Museo del Ermitage de San Petersburgo, que ha sido atribuido a Luis Tristán, sin argumentos concluyentes según algunos autores. 

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Lope de Vega, tribuido a Luis Tristán

La calidad de esta obra, que es «un tanto seca» a juicio de algunos historiadores, hacen dudar de que hubiera sido ejecutada por un destacado maestro, por lo que posiblemente sólo sea una de las múltiples copias del retrato del dramaturgo «que se veían», ya en su tiempo, en casa de los hombres «curiosos» o de gusto.

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sábado, 23 de noviembre de 2024

LA PASTORA MARCELA El racional concepto de MIGUEL DE CERVANTES sobre las mujeres


Fragmento de El Quijote; Relato literal.

Estando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el bastimento, y dijo: ¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? 

-¿Cómo lo podemos saber? -respondió uno dellos. 

-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. 

-Por Marcela dirás -dijo uno. 

-Por ésa digo -respondió el cabrero-. Y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque; porque, según es fama, y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles.

A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar.

-Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-; y echaremos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos. 

-Bien dices, Pedro -dijo uno-; aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho (pedazo que queda en el árbol cuando se rompe una rama). que el otro día me pasó este pie. 

-Con todo eso, te lo agradecemos -respondió Pedro. 

Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquél y qué pastora aquélla; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar, con opinión de muy sabio y muy leído. 

-«Principalmente, decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan, allá en el cielo, el sol y la luna; porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.» 

-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo: «Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil.» 

-Estéril queréis decir, amigo -dijo don Quijote. 

-Estéril o estil -respondió Pedro-, todo se sale allá. «Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: “Sembrad este año cebada, no trigo; en éste podéis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota”.» 

-Esa ciencia se llama astrología -dijo don Quijote. 

-No sé yo cómo se llama -replicó Pedro-, mas sé que todo esto sabía y aún más.

«Finalmente, no pasaron muchos meses, después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. 

Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición.

Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el pobre difunto de Grisóstomo.» 

Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza; quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. 

-Decid Sarra -replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. 

-Harto vive la sarna -respondió Pedro-; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año. 

-Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

-«Digo, pues, señor mío de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que, cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que, así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas. 

-Así es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia. 

-La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demás sabréis que, aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer justas escusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. 

Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, así como ella salió en público y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco.

Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse; y así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. 

Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela; y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» 

Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así, os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquél donde manda enterrarse media legua. 

-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. 

- ¡Oh! -replicó el cabrero-, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente. 

Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó, por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces. 

Mas, apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. 

Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar, se saludaron cortésmente, y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y así, comenzaron a caminar todos juntos. 

Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo: -Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas, ansí del muerto pastor como de la pastora homicida

-Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.

Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían en[con]trado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado. [...] 

En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. 

Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo: 

-Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña.

Recibiéronse los unos y los otros cortésmente; y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban, como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro: 

-Mirá bien, Ambrosio, si es éste el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento. 

-Éste es -respondió Ambrosio-; que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida.

Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido. Y, volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: 

-Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. 

-De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos -dijo Vivaldo- que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. 

Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado; y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y, en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio! (a lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos. Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo: -Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pensamiento vano. 

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyolo Ambrosio y dijo: 

-Ése es el último papel que escribió el desdichado; y, porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído; que bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura. 

-Eso haré yo de muy buena gana -dijo Vivaldo. Y, como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda... [...] Bien les pareció, a los que escuchado habían, la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo: 

-Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. 

-Así es la verdad -respondió Vivaldo. 

Blanco y Negro, La pastora Marcela, Cecilio Pla, 1905

Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admiración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto.

Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de ánimo indignado, le dijo: 

-¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o qué es aquello de que más gustas; que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

-No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. 

»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir “Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? 

»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. 

Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.» El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? 

Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. 

La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. 

Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaño que habían oído.

Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo

-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. 

Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que había de decir desta manera:

YACE AQUÍ DE UN AMADOR 

El mísero cuerpo helado,

Que fue pastor de ganado.

Perdido por desamor

Murió a manos del rigor

De una esquiva hermosa ingrata,

Con quien su imperio dilata

La tiranía del amor.

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La voz de los principales personajes femeninos en el Quijote sigue mereciendo el mayor interés en nuestros días. Así se ha visto en el coloquio internacional dedicado a Dulcinea, celebrado en El Toboso (Toledo). Así se vio en las reflexiones que los cervantistas dedicaron en 1998 y en el mismo lugar a la mujer en la obra de Cervantes. Y así se seguirá constatando, gracias a la plena vigencia de los principales elementos del universo literario cervantino.

Esta afirmación tiene especial sentido en el Quijote por la riqueza de su texto y por sus muchas recreaciones literarias y artísticas.

Las voces femeninas en el Quijote

¿Hablan todas las mujeres del Quijote? ¿Cómo hablan? ¿Qué dicen? En un momento como el actual, en el que las sensibilidades feministas y sus contrarias se reafirman y confrontan, es especialmente significativo recordar que Dulcinea del Toboso, la mujer por excelencia del Quijote, no tiene voz propia.

Sin embargo, otros personajes femeninos sí tienen discurso: desenfadadas y burlonas como la Tolosa y la Molinera, las mozas de vida disipada que le ciñen la espada y le calzan las espuelas a don Quijote en la parodia de su nombramiento como caballero; enamoradas y despechadas como Luscinda y Dorotea; ociosas y malintencionadas como la duquesa; fingidas como Altisidora o la condesa Trifaldi (la Dueña Dolorida); aún más fingidas si cabe como el paje de los duques que se hace pasar por Dulcinea; reivindicativas como Ana Félix o movidas por la fe sincera en don Quijote, como la dueña Rodríguez.

Ilustración del personaje de Luscinda a cargo de Cecilio Pla para Blanco y Negro del 20 de mayo de 1905.

La voz libre y valiente de la pastora Marcela

Ninguna voz y ningún discurso, sin embargo, son tan valiosos e interesantes como la voz y el discurso de Marcela en el capítulo 14 de la primera parte de la novela.

Públicamente acusada por Ambrosio de la muerte de Grisóstomo, que se había enamorado de ella sin ser correspondido, Marcela aparece en el entierro de este para reclamar su libertad ante unas palabras tan graves como las que le dispensa el amigo de Grisóstomo, que la llama  "fiero basilisco destas montañas”.

Lo que proclama Marcela es muy claro y muy rotundo. ¿Por qué razón es culpable de que Grisóstomo se haya enamorado de ella? ¿Por qué razón es, además, culpable de que el desvarío de Grisostomo le haya llevado a la muerte? ¿Por qué razón deponer y sacrificar sus sentimientos más sinceros para contentar a alguien a quien no ama ni está obligada a amar? ¿Debe corresponder a Grisóstomo solo porque este la quiera, por muy intenso que sea su amor?

Historia del pastor Grisóstomo y la pastora Marcela de Valero Iriarte. A la izquierda de la imagen se ve el entierro de Grisóstomo y, a la derecha, a Marcela hablándole a los asistentes. Museo Casa de Cervantes

La respuesta de Marcela está en sus palabras:

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos, con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos”.

Palabras hermosas, valientes y determinadas son estas últimas.

Marcela es consciente de no haber suscitado las esperanzas de hombre alguno, y por eso sostiene, con toda razón, que a Grisóstomo “antes le mató su porfía que mi crueldad”. Su decisión está clara y quiere que los demás la entiendan y la asuman con idéntica claridad: aún no le ha llegado el momento de amar, y “quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos”. Y esta determinación difícilmente puede defenderse con palabras más oportunas: “tengo libre condición y no gusto de sujetarme”.

Cervantes y su principal personaje, dos precursores

Aquí, claro, es donde entra la profesión de caballero andante de don Quijote, valedor de la libertad de Marcela ante quienes se empeñan en seguirla, rendidos de amor, a pesar de una argumentación tan bien sostenida como la que ha esgrimido. Marcela es una mujer sola y enfrentada a muchos hombres en un entramado de ficción al que en todo caso subyace una estructura social dominada precisamente por ellos.

Por eso don Quijote recuerda, amparado por la autoridad que le confiere su condición, que Marcela es inocente, que su intención es acreditadamente honesta y que por eso debe ser “honrada y estimada de todos los buenos del mundo”. Pese a todo, en el epitafio que Ambrosio prevé grabar en la losa que cubre la sepultura de Grisóstomo, se alude (pero no se nombra) a Marcela como “una esquiva hermosa ingrata”.

Ilustración de Tony Johannot para L’Ingénieux Hidalgo Don Quichotte de la Manche, traducción Viardot, 1836, tomo 1.

Es justo destacar una vez más la tolerancia y la sensatez de Cervantes, madrugador (en pleno siglo XVII, nada menos), a través de la pastora Marcela, en la defensa de la libertad de la mujer, no solo a la hora de gobernar sus afectos, sino también, y este no es un detalle menor, a la hora de expresarlo en un discurso sólido, valiente y bien argumentado.

Frente a la silenciosa y silenciada Dulcinea, totalmente ajena a su condición de inspiradora de la misión de don Quijote, Marcela habla y dice (y es bien sabido que hablar y decir no son necesariamente lo mismo). Con su voz y su palabra se adelanta a la imprescindible reivindicación de la autonomía, la importancia, el protagonismo, los valores y la responsabilidad de la mujer en la construcción de una sociedad más justa, más libre y más igualitaria.

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domingo, 17 de noviembre de 2024

“Reaparición” de CARAVAGGIO

'Retrato de Maffeo Barberini'. Caravaggio

Caravaggio, el genio de la luz y de la sombra, sigue fascinando. Después de décadas de misterio, ha aparecido una obra de uno de los grandes pintores del Barroco,  de los más influyentes de la historia del arte. 

Apasiona la historia de este cuadro, que se creyó desaparecido durante más de medio siglo, de Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 1571-Porto Ércole, 1610). Se trata del 'Retrato de Maffeo Barberini', antes de convertirse en el Papa Urbano VIII, un retrato sólo conocido por los estudiosos.

Formaba parte de una colección privada que lo ha cedido temporalmente. Por primera vez se exhibirá en Roma, en el Palacio Barberini, conocido por su grandiosa arquitectura y su rica colección de arte. Será una exposición individual, entre las maravillas barrocas del palacio romano que lleva el mismo apellido que el Pontífice Urbano VIII, elegido en 1623. El palacio fue construido a partir de 1625 para la familia Barberini, de la nobleza romana, especialmente influyente en tiempos de Urbano VIII, amante de la pompa y mecenas, culto y coleccionista de arte. (Natividad Pulido).

Se trata de un Papa nepotista, que potenció la Inquisición, hasta tal extremo, que, tras su muerte, en 1644, su familia se vio obligada a abandonar Roma durante un largo exilio para evitar represalias. El lienzo de 124 x 90 centímetros, se mostrará por primera vez en Roma del 21 de noviembre al 23 de febrero de 2025, y luego formará parte de la gran exposición sobre 'el pintor maldito', prevista para marzo de 2025, con motivo del Jubileo.

Identificación

Fue Roberto Longhi, crítico y profesor de Historia del Arte, gran experto de Caravaggio y famoso internacionalmente, quien identificó el cuadro en la tienda de un anticuario florentino. Publicó una fotografía del mismo, por primera vez, en 1963, en su revista 'Paragone', obteniendo el consenso unánime de la comunidad científica de que se trataba de un auténtico Caravaggio.

Desde entonces, esa imagen, posteriormente reproducida también en la web, sigue siendo la única prueba de la existencia de la obra. Para los expertos, sólo podía ser un cuadro de Caravaggio: La imagen del cardenal, de una treintena de años, que apunta con el dedo, es un retrato en movimiento, un prodigio de la pintura del siglo XVII en constante competencia con la escultura.

No solo el estilo del 'Retrato de Maffeo Barberini' se identifica con el clásico claroscuro de Caravaggio, sino que también varias fuentes históricas dieron la razón a Roberto Longhi al vincular los destinos de Michelangelo Merisi y la familia Barberini. Según Longhi, la obra, que resurgió en Roma sin documentación, permaneció en la colección de la familia durante siglos, antes de acabar en una colección privada, probablemente durante la dispersión de los bienes de los Barberini en los años 1930.

«Un bellísimo hallazgo»

Explican los medios italianos que el retrato del que se convertiría en Urbano VIII parecía haberse desvanecido en el aire. Muy pocos lograron ver el lienzo en persona. La colección privada en la que se encontraba estaba en Florencia. La misma ciudad donde Longhi la había identificado hace más de sesenta años. Las negociaciones para que la obra finalmente pudiera mostrarse al público no fueron fáciles. Pero por fin, tras un acuerdo con la mediación del Ministerio de Cultura, ha llegado el momento para la exposición del cuadro. En el mundo del arte se habla de «un bellísimo descubrimiento, una pintura que hay que ver». Será, por tanto, un acontecimiento de extraordinario interés, tanto para los estudiosos como para el público en general, porque observar por primera vez en público un cuadro auténtico de Caravaggio es una rareza.

El vínculo con la escena romana de la juventud del pintor aumenta su valor. Era sobre todo la Roma de los Cardenales, de los mecenas, de los coleccionistas, en el corazón de la Roma barroca, con tesoros de Caravaggio en San Luigi dei Francesi, Galería Borghese, y Palacio Odescalchi. Pero era también la Roma más sórdida, la de las estrechas callejuelas de Campo Marzio, pobladas de artistas sin dinero y prostitutas, donde el pintor vivió y firmó su sentencia, matando a un hombre el 28 de mayo de 1606. Después llegó el exilio y la huida al sur de Italia para evitar la condena tras el asesinato: a Nápoles y Siracusa (Sicilia), donde dejó también maravillosas huellas de su paso.

Autobiografía pintada

En cierta forma, sus cuadros son una autobiografía no escrita sino pintada, y constituyen algunas de las obras maestras más importantes del arte occidental. Entre otras, cabe destacar, 'Judith decapitando a Holofernes', el ciclo dedicado a San Mateo, el autorretrato como Baco y 'La conversión de San Pablo'.

Conversión de San Pablo en el Camino de Damasco. Santa María del Popolo

Tras una vida turbulenta, Caravaggio murió a los 39 años en Toscana, el 18 de julio de 1610, en circunstancias misteriosas. Lo ocurrido durante los últimos días del artista es uno de los casos más debatidos en la historia del arte. De ello aún se habla y se escribe. 

El pasado miércoles, 13 de noviembre, en horario de máxima audiencia, en la televisión La7, el conocido escritor y periodista Aldo Cazzullo dedicó un programa sobre el misterio de la muerte de uno de los más grandes pintores de la historia del arte.

Obviamente, un Caravaggio auténtico como es el 'Retrato de Maffeo Barberini' no se puede poner a la venta en el mercado internacional. Lo impide la normativa del Ministerio de Bienes Culturales. De ahí que su precio sea menor en el mercado italiano. Pero al menos vale una treintena de millones de euros. Así lo demuestra el reciente caso del Ecce Homo, descubierto en 2021 en Madrid, vendido por unos 36 millones a un británico residente en España. 

Se espera que el Ecce Homo forme parte también de la gran exposición dedicada a Caravaggio en Roma en el año 2025.

Caravaggio -Michelangelo Merisi-, 1571-1610. Ecce Homo. Óleo sobre lienzo, 1606-1609. Colección particular.

Su nuevo propietario, ha cedido en préstamo durante nueve meses esta obra, Ecce Homo, de Caravaggio, que permanecerá expuesta en el Museo Nacional del Prado en la sala 7 del edificio Villanueva desde el 28 de mayo.

La obra, pintada por el gran artista italiano hacia 1605-09 y que formó parte de la colección privada de Felipe IV de España, es una de las, aproximadamente, únicas 60 obras conocidas de Caravaggio que existen, lo que confiere a la misma un valor extraordinario.

Desde que en abril de 2021 el Museo del Prado alertara al Ministerio de Cultura español de la relevancia del cuadro tras su reaparición en la casa de subastas Ansorena, cuando se atribuyó a un alumno de José de Ribera, la obra ha estado bajo la custodia de la galería de arte Colnaghi, en colaboración con Filippo Benappi (Benappi Fine Art) y Andrea Lullo (Lullo Pampoulides) y ha sido restaurada por el especialista Andrea Cipriani y su equipo bajo la supervisión de expertos de la Comunidad de Madrid. Los resultados de este minucioso proceso se recogen en una exhaustiva publicación que estará disponible tras la presentación de la obra.

Desde su aparición en subasta hace tres años, Ecce Homo, ha representado uno de los mayores descubrimientos de la historia del arte, logrando un consenso sin precedentes en lo que a su autentificación se refiere. Tras una profunda investigación diagnóstica realizada por Claudio Falcucci -ingeniero nuclear especializado en la aplicación de técnicas científicas al estudio y conservación del patrimonio cultural-, la restauración se ha llevado a cabo de manera rigurosa y cada decisión se ha apoyado en una evaluación exhaustiva de los materiales de la obra y el historial de conservación del cuadro, reafirmando la atribución inicial al maestro italiano.

La presentación de Ecce Homo y el anuncio de su préstamo por parte de su nuevo propietario- lleva también aparejada la edición de una publicación que reúne a destacados expertos en la materia con ensayos seminales de Christiansen, Papi, Porzio y Terzaghi, testimonio de la importancia monumental de la obra. Bajo el título, Caravaggio: El Ecce Homo desvelado, la publicación ofrece un punto de partida esencial para comprender esta nueva incorporación al catálogo de obras del inmenso artista.

En la publicación se incluye la interpretación especializada del cuadro llevada a cabo por Maria Cristina Terzaghi (catedrática de Historia del Arte Moderno en la Universidad Roma Tre y miembro del comité científico del Museo di Capodimonte de Nápoles), Gianni Papi (historiador del arte y escritor), Giuseppe Porzio (profesor de Historia del Arte en la Universidad de Nápoles) y Keith Christiansen (conservador del Metropolitan Museum of Art), cada uno de los cuales analiza diferentes aspectos. En concreto: las circunstancias de su descubrimiento, la procedencia, los aspectos estilísticos, técnicos e iconográficos de la obra, su fortuna crítica y el legado dejado por el maestro en Nápoles. Cuatro de los más autorizados expertos en Caravaggio y en la pintura barroca comparten la misma apasionada certeza: que Ecce Homo es una obra maestra del artista italiano.

Muy de tanto en tanto aparecen, de forma completamente insospechada, obras maestras de la historia del arte que se creían perdidas, o de las que, simplemente se desconocía su existencia. Esto es lo que ha sucedido con el Ecce Homo de Michelangelo Merisi, Caravaggio, aparecido de la nada hace tres años cuando iba a ser vendido en una subasta como una obra menor. La pintura era en realidad una obra que el genio pendenciero del barroco italiano había ejecutado en la primera década del siglo XVII y de la que se había perdido la pista y el recuerdo.

Alertadas por los expertos, las autoridades detuvieron la venta, declararon la obra inexportable y cedieron la pintura para que los expertos del Museo del Prado la estudiaran. Hoy, tres años después, el Ecce Homo de Caravaggio cuelga de las paredes del Prado en una sala exclusiva, cedido temporalmente por su nuevo propietario –del que no se conoce la identidad ni el precio que pagó por la obra– en espera que en un futuro el museo pueda exhibirlo junto a otras obras del pintor milanés. Esta es la historia del Caravaggio insospechado.

Antonio Ciseri representó así la escena en esta pintura en el siglo XIX:

Ecce Homo es la denominación de una escena de la pasión de Cristo muy popular en la Historia del Arte. Después de ser detenido por las autoridades judías y ser llevado ante el gobernador romano, el evangelio de Juan cuenta que Poncio Pilato sacó a Jesús, torturado por sus legionarios, "llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ecce homo – he aquí el hombre]!", y de ahí toma su nombre. 

Ecce Homo de Pedro Pablo Rubens. 1612

El patetismo y la intensidad de la escena descrita en los evangelios (y de todo el ciclo de torturas que sufre Jesús) hicieron de esta una de las imágenes paradigmáticas de la Contrarreforma y el estilo artístico que nació a su sombra, el barroco, que acentuaba las escenas dramáticas y el sentimiento. Sobre estas líneas, un Ecce Homo de Pedro Pablo Rubens pintado en 161, contiene los elementos característicos de esta escena: un Jesucristo semidesnudo y atado, con elementos regios que sus torturadores le dieron a modo de burla, una caña que representa un cetro, un manto regio y una corona de espinas.

El Ecce Homo de Caravaggio habría sido pintado apenas cinco años antes que la obra de Rubens. No se sabe a ciencia cierta quién encargó la tela al pintor milanés pero los expertos están seguros de que es el Caravaggio que aparece en 1631 entre los bienes de Juan de Lezcano, secretario del virrey de Nápoles. 
La obra fue adquirida por el Conde de Castrillo, virrey de Nápoles, y enviada a Madrid, donde aparece entre las colecciones de Felipe IV en 1666. Un siglo y medio después, se encontraba en el inventario de las obras del Valido de Carlos IV, Manuel Godoy, que pasaron a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde al parecer se había perdido la pista de esta obra.

¿Ribera o Caravaggio?

La rocambolesca "reaparición" de este cuadro comienza en marzo de 2021, cuando un coleccionista anónimo, a través de una casa de subastas madrileña, sacó a la venta, por un precio de salida de 1.500 euros, La coronación de espinas, lo que entonces se creía que era la pintura de un discípulo de José de Ribera (1591-1652). Ribera fue un pintor valenciano que desarrolló la mayor parte de su carrera en Italia y según el propio Museo del Prado "su estilo, tipos y temas son marcadamente extranjeros". La confusión podría entenderse debido a que, como destaca la propia pinacoteca, Ribera "adoptó una forma extrema del naturalismo de Caravaggio, que se manifiesta en su uso de fuertes contrastes de luz". Arriba, Ecce Homo ejecutado por José de Ribera hacia 1634.

Tras todo el revuelo causado por una pintura que pasó de valer 1.500, a millones de euros y que fue protegida con tanta urgencia por las autoridades culturales, se conoció el nombre de los propietarios, la familia Pérez de Castro, descendientes de Evaristo Pérez de Castro, uno de los redactores de la Constitución de 1812. Casi inmediatamente, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando hizo pública una pista definitiva sobre la identidad de la obra, desvelando que, en 1823 la Academia había aprobado su intercambió por un San Juan Bautista de Alonso Cano, propiedad del político. La ficha de esta obra en la Academia de San Fernando menciona las deliberaciones de la junta directiva al respecto y la confianza en "que la Academia quedaría bien indemnizada si la permuta se hacía con un Ecce Homo que se cree ser del Carabaggio, no constando perteneciese a ningún particular ni corporación, se aprobó el cambio respecto de las ventajas que ofrecía a la Academia".

Coronación de Espinas
La atribución ya debía despertar alguna duda, cuando diversos expertos y galeristas internacionales desfilaron frente al cuadro en las siguientes semanas y se sucedieron ofertas millonarias por la obra, incluso antes de ser retirada de la subasta. Los círculos del mundo del arte destacan la unanimidad que desde el inicio ha concertado entre los expertos su atribución, algo no muy habitual, como prueba de que se trata de un Caravaggio. Lo cierto es que tiene las características del pintor italiano, personajes contemporáneos a la Italia del siglo XVII, incluso de los bajos fondos que él mismo frecuentaba. En esta Coronación con espinas, pintada hacia 1607, puede observarse también el parecido del rostro de los Cristos dolientes.

Finalmente, disipadas todas las dudas, la obra fue comprada por un particular, residente en España que la ha donado temporalmente al Museo del Prado para que sea expuesta en una sala individual. Este primer préstamo finaliza en octubre de 2024 y a partir de entonces la idea de la institución es que la pintura pueda ser exhibida en la colección permanente del museo donada por su anónimo propietario. Hasta entonces, podrá ser admirada junto a la otra joya caravaggiesca del Museo, David vencedor de Goliat, un óleo que, a finales de 2023 pasó por un profundo proceso de restauración que le devolvió todo el brillo y los colores originales.

"David vencedor de Goliat"; obra de juventud del pintor milanés Caravaggio, realizada en 1600, en el Museo del Prado en Madrid.

El Ecce Homo de Génova

Antes de que saliera a la luz este insospechado hallazgo, entre las 60 obras conocidas de Caravaggio, solo se contaba con un Ecce Homo. La pintura data de 1605 (dos años antes de la del Prado) y está expuesta en el Palazzo Bianco de Génova. Curiosamente, la obra ingresó en sus colecciones en 1921, también atribuida erróneamente, ya que se consideraba que era una copia, hecha por Lionello Spada de la obra de su maestro Caravaggio. 

No fue identificada correctamente hasta 1953. Esto lleva a otro debate, ¿es la obra del Prado un original y la de Génova debería volver a la condición de copia más o menos libre de un alumno de Caravaggio? Tal vez haya dos Ecce Homo de Caravaggio, un debate que ya ha comenzado en los entornos artísticos italianos.

Otro debate que tiene lugar cada vez que hay un descubrimiento de este tipo es el valor económico de una obra de arte o, mejor dicho, de una firma. El nuevo Caravaggio es la misma pintura, con el mismo detalle y brillantez de ejecución que salió a la venta por una cantidad irrisoria atribuida a un anónimo pintor español. A pesar de que no se han hecho públicas las cifras, se especula con que la venta de la obra se ha realizado por un montante de decenas de millones, en cualquier caso, menos de cien millones. De no haber sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Comunidad de Madrid (es decir inexportable), la cifra podría haber estado "bastante por encima" de los 100 millones de euros, afirmó Jorge Coll, responsable de la Galería Colnaghi en Madrid, entidad encargada de la conservación y la venta ejecutada a inicios de mayo.

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“Salvator Mundi” ¿Leonardo da Vinci?

Este redescubrimiento no ha sido un hecho aislado. Un día antes de inaugurarse la exposición en El Prado, se hacía público el hallazgo de una pintura al pastel de Edgar Degas, Elogio del maquillaje. Su propietario lo había vendido en un portal de anuncios por 926 euros sin saber que la obra podría llegar a los 12 millones. Pero en este sentido, la historia más espectacular la protagonizó la obra Salvator Mundi, sobre estas líneas, que fue rescatada en un estado lamentable de una subasta inmobiliaria en Baton Rouge, Lousiana, Estados Unidos. Después de una intensa y polémica restauración la tabla fue atribuida a Leonardo da Vinci y vendida a un jeque árabe en 2017 por 450 millones de euros, la obra de arte más cara de la historia. Todavía hoy, muchos expertos ponen en duda la autoría de la obra, que no ha vuelto a ser exhibida en público desde entonces.

Caravaggio -Michelangelo Merisi- Ecce Homo. Palazzo Bianco, Génova

Este Ecce Homo  de Caravaggio, data de 1604. Forma parte del conjunto que el pintor dedica a la Pasión de Cristo. Fue ganadora de un concurso convocado por el arzobispo de Florencia, y es de estilo barroco. Nuevamente se refleja una crudeza en los ojos de Cristo, flanqueado por un guardia y por Poncio Pilato. Este último lanza una mirada al pueblo azuzado por los sacerdotes, suplicando le dejen perdonar al reo. El resultado es por todos conocido. Se encuentra en la galería del Palazzo Bianco de Génova (Italia).

La atribución de la pintura al maestro lombardo no es unánime entre los especialistas.

La fama de Caravaggio apenas sobrevivió a su muerte. Pero su influencia en el claroscuro y en la interpretación del realismo psicológico perduró a través de los tiempos. Ejerció una influencia muy directa sobre su compañero Orazio Gentileschi, y la hija de este, Artemisia Gentileschi.

Orazio Gentileschi de Anthony van Dyck ca. 1635 y Artemisia Gentileschi, (Autorretrato)

Décadas más tarde, su obra inspiró a los franceses Georges de La Tour y Simon Vouet, y al español José de Ribera

Georges de La Tour: San Sebastián cuidado por Santa Irene (1634-1643), Staatliche Museen, Berlín.

Simon Vouet; Autorretrato. Lyon

Jusepe de Ribera, obra de Giuseppe Macpherson

Sus obras, con el tiempo, fueron atribuidas a otros pintores más conocidos o simplemente se pasaron por alto. El Barroco, a cuyo desarrollo tanto había contribuido Caravaggio, le fue dejando en el olvido poco a poco. Otra de las razones de este olvido fue el hecho de que Caravaggio no crease su propio taller (como sí hizo su rival, Carracci) para difundir su estilo. Tampoco escribió nunca sobre su particular visión del arte, el realismo psicológico, que solo puede conocerse de las pinturas suyas que se han conservado. Todo esto le hizo proclive a ser denostado por sus primeros biógrafos, como Giovanni Baglione, un pintor rival que albergaba resentimiento hacia él, y el influyente crítico del siglo XVII, Giovanni Bellori, que nunca conoció a Caravaggio, pero que escribía bajo la influencia del francés Nicolas Poussin, quien detestaba su obra, aunque tampoco llegó a conocer a Caravaggio. Es también representativa la crítica del italiano instalado en España, Vincenzo Carducci -Vicente Carducho-, quien consideraba a Caravaggio el «anticristo» de la pintura, con "monstruosas" aptitudes para el engaño. 

En la década de 1920 el crítico de arte Roberto Longhi llevó el nombre de Caravaggio a las altas esferas del arte europeo y le colocó en el centro de la atención pública con esta frase: «Ribera, Vermeer, La Tour y Rembrandt nunca podrían haber existido sin él. Y el arte de Delacroix, Courbet y Manet habría sido totalmente diferente». El crítico de arte Bernard Berenson afirmó que sólo Miguel Ángel había ejercido tanta influencia en el arte italiano como Caravaggio.

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El 'Ecce Homo' de Caravaggio (1605-1609) se menciona posiblemente por primera vez en un compromiso escrito en Roma entre el artista y el aristócrata Massimo Massimi, firmado el 25 de junio de 1605. Más adelante, en 1631 la obra pasa a formar parte de la colección de Juan de Lezcano (secretario de Pedro Fernández de Castro, embajador de España en Roma hasta 1616 y más tarde virrey de la corte de Palermo, hermano de Francisco de Castro, virrey de Nápoles). 

La obra se menciona más tarde en el inventario elaborado con motivo de la marcha a Madrid de la esposa de García de Avellaneda y Haro Delgadillo. Delgadillo fue el segundo Conde de Castrillo (1588-1670) y virrey de Nápoles (1653-1659). Posteriormente, el Ecce Homo pasó a formar parte de la colección privada de Felipe IV de España en 1664, y se menciona que estuvo expuesto en la vivienda de su hijo Carlos II entre 1701 y 1702.

El diplomático Evaristo Pérez de Castro recibió el Caravaggio a cambio de otros cuadros donados a la Academia de Bellas Artes

En 1789, la obra figura como expuesta en la Real Casa del Palacio del Buen Retiro, hasta que en 1816 se documenta en el Palacio de Buenavista de Madrid como parte de la colección de Manuel Godoy (1767-1851), Secretario de Estado de Carlos IV y célebre coleccionista de arte. A la muerte de Godoy, el cuadro fue cedido a la Real Academia de San Fernando. En 1821, Evaristo Pérez de Castro Méndez (1769-1849), diplomático español y miembro honorario de la Academia de San Fernando, recibió el Caravaggio a cambio de otros cuadros donados a la Academia de Bellas Artes. La obra permaneció en la familia hasta que cambió de propietario este año. Tras su redescubrimiento siguieron dos años de intensa investigación y restauración.

David García Cueto, jefe de Departamento de pintura italiana y francesa hasta 1800 del Prado, explica que esta pintura «complementa muy bien» el Caravaggio del Prado, 'David vencedor de Goliat': «Es de la primera madurez de Caravaggio, en torno a 1600, mientras que el 'Ecce Homo' es representativo de sus años finales, en torno a 1607-1609». Por su parte,Jorge Coll, director general de Colnaghi, explica: «En los últimos cien años, ningún artista como Caravaggio, con su biografía aventurera y su estilo inconfundible, ha fascinado a tanta gente de todas las edades y ha atraído a tantos expertos de todo el mundo. Esta obra constituye, por tanto, uno de los mayores descubrimientos de la historia del arte, y su venta marca la culminación de dos años de trabajo en colaboración con muchos líderes en sus respectivos campos. Me siento honrado de haber formado parte de este proceso y de haber apoyado el increíble proceso de investigación y restauración, el cual ha confirmado y reforzado nuestra primera sospecha de que la obra es realmente una obra maestra de su tiempo, y también del nuestro».

Maria Cristina Terzaghi, gran experta en Caravaggio, declara: «El rápido consenso en torno a la atribución de la obra a Caravaggio tras su redescubrimiento no tiene precedentes en la importante historia del pintor, sobre el que los expertos rara vez se han puesto de acuerdo, al menos en los últimos cuarenta años. Formar parte de este proceso ha sido en muchos sentidos una oportunidad única en la vida, por la que estoy inmensamente agradecida». 

Para Keith Christiansen, historiador del arte, «la atribución del 'Ecce Homo' y su ubicación dentro de la obra de Caravaggio ha requerido la demostración exhaustiva por parte de muchos expertos internacionales de primera fila. Formar parte del equipo que ha explorado esta excepcional obra maestra ha sido una experiencia verdaderamente extraordinaria».


Actualizado 07/05/2024. Natividad Pulido. ABC Cultural

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