sábado, 30 de marzo de 2013

Émile Zola: "Un momento de conciencia humana".


Émile Zola
París, 2.4.1840-29.9.1902. Imagen de 1902

La vida de Emile Zola se inscribe sobre tres puntos de inflexión de carácter positivo: su entrada en la editorial Hachette, la mujer con la que tuvo sus hijos, y el asunto Dreyffus. A estos se contraponen otros tres puntos negativos: no pudo aprobar el Bachillerato, no tuvo hijos con su esposa, y no fue admitido en la Academia Francesa. Desde su entrada en la editorial Hachette hasta su rechazo por la Academia, toda una vida de observación, que quedó reflejada en la formidable obra de este inagotable escritor.

Su artículo, J'accuse, publicado en el diario L'Aurore en enero de 1898, en defensa de Alfred Dreyfus –un oficial del ejército francés acusado y condenado por un delito de alta traición que jamás pudo probarse-, constituye quizá el episodio más notorio y loable de su vida, pero le costó un proceso por difamación al que siguió una condena y el exilio.

Su padre, el veneciano François Zola, ingeniero de obras públicas, consiguió en 1843 la adjudicación de las obras para construir el sistema de agua potable en Aix-en-Provence, pero falleció de neumonía apenas iniciada su ejecución en 1847, lo que obligó a la madre, Emilie, a trasladarse a París, con el fin de asistir al proceso iniciado por los acreedores de la sociedad creada por su marido. Arruinada, se alojó en casa de su madre, en la capital, donde Zola se trasladó a su vez, cuando completó su etapa escolar en Aix.

Emile Zola a los seis años, 1846

Gran aficionado a la lectura, ya desde la escuela, se propuso dedicar su vida a escribir. Durante los primeros años de estancia en París, a partir de 1858, se familiarizó con autores como Molière, Montaigne o Shakespeare, pero no pudo superar el bachillerato de ciencias a pesar de intentarlo dos veces (1859).

Su primera novela, La confession de Claude, se inspiró en la mujer que protagonizó asimismo su primera experiencia amorosa en 1860-61; una prostituta a la que se propuso redimir sin lograrlo.


Zola se interesó mucho por la pintura de su tiempo, especialmente por la de los impresionistas, a los que siempre apoyó. Con Paul Cezanne, mantuvo una larga amistad ya desde la escuela, y una valiosa correspondencia, hasta que en 1886 el pintor creyó verse reflejado en un personaje literario cuyo fracaso describía Zola; envió una última carta al escritor y no volvieron a verse más. Zola tambien fue amigo de Edouard Manet, que lo pintó en varias ocasiones, así como de Camille Pissarro, Auguste Renoir o Alfred Sisley, entre otros. 

Ante la imposibilidad de continuar sus estudios, intentó trabajar como escribiente en el servicio de Aduanas, pero apenas aguantó unas semanas, viéndose obligado a atravesar una larga temporada sin trabajo y sin fondos, hasta que conoció a Louis Hachette, que le dio empleo en su librería en 1862. Fue entonces cuando renunció a la nacionalidad italiana paterna para naturalizarse francés. Se encargó de la publicidad de la librería durante cuatro años, para convertirse después en su encargado de prensa. El empleo le familiarizó con el mundo de la edición literaria y su comercialización, y publicó sus primeros artículos y un libro: Cuentos a Ninón Les Contes à Ninon, además, durante este período se configuraron las líneas maestras de su planteamiento vital positivista y laico.


A finales de 1864 conoció a Éléonore-Alexandrine Meley, apodada Gabrielle; al parecer, el nombre de una hija que había tenido a los diecisiete años y que se vio obligada a entregar a la Asistencia Pública; un secreto que el escritor no conoció hasta después de casarse con ella y del que dejaría constancia en L'amour sous les toits, El amor bajo los tejados.


En 1866 empezó a colaborar regularmente en prensa, lo que le permitió darse a conocer y, sobre todo, le proporcionó ingresos regulares, pero el reconocimiento le llegó a través de sus publicaciones en diarios del norte de Francia, explícitamente opuestos al Segundo Imperio, como L'Événement y en L'Illustration. A partir de entonces se concentró en la crítica literaria, artística y teatral y publicó numerosos cuentos y folletones. Sus artículos, basados en unos principios estéticos y políticos ya bien definidos, empezaban a levantar polémica. 
Louis Auguste Cezanne, padre del pintor, leyendo l'Evenement. 1866 
Paul Cezanne

En 1865 abandonó la casa de su madre para irse a vivir con Alexandrine, aunque no hizo pública su relación por respeto a las reservas de su madre. Se instalaron en el barrio de Batignolles, donde estaban las sedes de los principales periódicos. En el 68 empezó a trabajar en La Tribune y La Cloche y publicó Thérèse Raquin.


Con un valor casi temerario, del que le dotaba su sincera resolución, criticó a algunos representantes de la Asamblea a la que calificaba de temerosa, reaccionaria, y manipulada por Thiers –dos veces primer ministro bajo Louis Philippe y partidario de la monarquía constitucional, hasta que se pasó al partido republicano a causa de la actitud de la familia real francesa-. Escribió más de 250 crónicas parlamentarias en un año, a través de las cuales cosechó innumerables amigos, y enemigos irreconciliables. Entre tanto, seguía recopilando observaciones para sus novelas. 

Atento observador de la actividad política, redactaba sus crónicas con gran independencia de criterio, siempre dentro de un punto de vista de liberal moderado, pero sin adscribirse a ningún partido.

Finalmente abandonó la crónica periodística para dedicarse a escribir Les Rougon-Macquart, una saga familiar a la que dedicó los 22 años siguientes.

Retrato de Zola. E. Manet, 1868. Musée d'Orsay

Cuando se iniciaran las hostilidades entre el Segundo Imperio por un lado y Prusia con sus aliados alemanes por otro –desde julio  de1870 hasta enero del año siguiente-, Zola no fue llamado a filas a causa de su miopía y porque su madre dependía excluivamente de sus ingresos. Fue entonces cuando se casó con Alexandrine, que se convertiría en un gran apoyo moral durante las épocas más difíciles de su vida; el escritor siempre sintió hacia ella un cálido agradecimiento.

Trató con bastante ironía la caida del Segundo Imperio, pero mantuvo una actitud moderada frente a  La Commune, y no estuvo en París durante la Semaine Sanglante -22 a 28 de mayo de 1871-, cuando los Communards fueron ejecutados en masa, una acción que, por otra parte, valoraron positivamente autores como Flaubert, Goncourt y Daudet, amigos de Zola en diferentes etapas de su vida. Más tarde, cuando se instauró la República, Zola incluso pensó en presentarse a una subprefectura en Aix-en-Provence, pero pronto abandonó la idea ante la evidencia de que carecía de los apoyos políticos necesarios.

En 1871 se hizo muy amigo de Iván Turgueniev y, con un grupo de escritores entre los que se encontraba Guy de Maupassant, empezó a reunirse en una casa de campo que, en 1878 adquirió en Médan; de allí salieron las Soirées de Médan, Veladas de Medán, publicado en 1880.


A partir de esta época empezó a publicar un libro cada año, además de diversas Crónicas periodísticas y obras de teatro, como Les Nouveaux Contes à Ninon Nuevos cuentos a Ninón, pero fue el éxito de L'Assommoir, en 1877, el que le libró para siempre de dificultades económicas, aunque nunca llegó a reunir una fortuna propiamente; en parte, porque debía mantener su casa y la de su madre y, en parte, porque las ventas de sus libros fluctuaban, como consecuencia de los avatares políticos, a pesar de lo cual, desde aquella época, pudo disfrutar de una vida holgada gracias, sobre todo, a sus novelas por entregas, que le aportaron notables beneficios a partir de 1895.

Zola sólo prestaba su apoyo a las causas sociales, artísticas o literarias que le parecían más justas, aunque sin hacer política propiamente, porque desconfiaba de los políticos y, aunque siempre se declaró favorable a la República –el único gobierno justo y posible- y por lo tanto, contrario al Imperio, no se involucró en debates públicos hasta que estalló el Caso Dreiffus, L'Affaire Dreyfus. Entre tanto, el éxito y la vida tranquila, sólo se vieron interrumpidos por la desolación en que le sumió la pérdida de su gran amigo Flaubert, a quien siguió su madre poco después.

En 1880 se vendieron 55.000 ejemplares de su novela Nana, el primer día de su publicación y el año siguiente, ante el extraordinario éxito del conjunto de la serie de Les Rougon-Macquart, abandonó el periodismo; durante los siguientes treinta años trabajo con estricta y cotidiana regularidad desde las siete de la mañana, asumiendo una firme rutina de trabajo, que más tarde rompió sólo para dedicarse a sus hijos. 

Y es que en 1888 su vida experimentó un cambio radical. Alexandrine conoció a una muchacha huérfana llamada Jeanne Rozerot, que había acudido a París en busca de trabajo. Alexandrine se sintió identificada con ella y la contrató para que cuidara de la casa del escritor en Médan.

Zola se enamoró de ella muy pronto, pero mantuvo su relación en secreto durante tres años a pesar de que tuvieron dos hijos;  Denise, en 1889 y Jacques, en 1891, a los que Jeanne educó inculcándoles una profunda adoración por su padre. Zola alquiló para ella una casa cerca de Médan, donde regularmente acudía a visitarla en bicicleta. 

Cuando Alexandrine conoció la relación y la existencia de los hijos, pensó en divorciarse, pero cuando Zola le aseguró que nunca la abandonaría, optó por aceptar la situación y, andando el tiempo, inlcuso se encariñó con aquellos hijos que ella no había podido tener, y se ocupó incluso de su reconocimiento legal tras el fallecimiento del escritor, con el fin de que pudieran llevar su apellido. 

El extraordinario éxito de Thérèse Raquin incomodó a Daudet y a los hermanos Goncourt, lo que unido al escándalo de su doble vida, le hicieron perder a algunos viejos amigos. Empezaron a aparecer campañas de prensa contra él; Le Figaro publicó en 1887, un libelo titulado el Manifeste des Cinq, en el que cinco novelistas próximos a Daudet y Goncourt atacaron violentamente al autor y a su última novela, La Terre, antes, inlcuso de que fuera publicada. Decían que era superficial e indocumentada, que mantenía un discurso decadente y, sobre todo, que había descendido al fondo de la inmundicia. Zola no se defendió, pero toda la prensa se puso de su parte.

En 1878 se le concedió la Legión de Honor a pesar de la oposición de algunos colegas escritores igualmente condecorados. Zola la aceptó y la recibió en julio de 1888, con gran contrariedad de Goncourt, Daudet, e incluso de Octave Mirbeau, que le dedicó un artículo en Le Figaro, titulado La Fin d'un homme, El final de un hombre. Con todo, Raymond Poincaré –que más tarde sería Presidente de la República-, le otorgó en 1893 el grado de Oficial; grado y condecoración que, por otra parte, le fueron retirados cinco años después, tras su intervención en el caso Dreyfus.

En 1891 fue presentado a la Société des gens de lettres por Alphonse Daudet, quien se vio obligado a hacerlo excepcionalmente, por aclamación unánime a mano alzada. Elegido para el comité de la Sociedad, Zola la presidió desde 1891 hasta 1900.

Después de haber condenado a Alfred Dreyfus por alta traición -siendo degradado públicamente, expulsado del ejército y desterrado a la Isla del Diablo, a causa, fundamentalmente,  de su condición de judío, y del hecho de proceder de la Lorena alemana-, se halló al autor de los documentos que lo incriminaban, el comandante Walsin Esterházy quien fue juzgado por un Consejo de Guerra en París, en enero de 1898, siendo reconocida su participación, a pesar de lo cual, fue exonerado a causa de la falta de voluntad para reconocer la injusticia cometida con Dreyfus.

Degradación de Alfred Dreyfus. 
Un ayudante de la Guardia Republicana se me acercó. Rápidamente, me arrancó los botones, las bandas de los pantalones, las insignias del quepis y las mangas, y después me rompió el sable. Vi caer a mis pies todos estos retazos de honor. Y entonces, a pesar de la terrible conmoción de todo mi ser, con el cuerpo erguido y la cabeza alta, exclamé de nuevo ante los soldados reunidos y la gente: ¡Soy inocente!

La cabaña de Dreyfus en la Isla del Diablo.

Años después, Esterhazy presumía ante Oscar Wilde: Puse a Dreyfus en prisión y toda Francia no pudo sacarlo. La condena del inocente y la absolución del responsable, provocaron una reacción extremadamente enérgica de Zola, que escribió el artículo titulado J'accuse...!, asumiendo incondicionalmente la defensa de Dreyfus. El 5 de diciembre de 1897 terminaba su artículo conteniendo la frase que pasó a la historia: La verdad está en marcha y nada la detendrá.


Zola llevaba varias semanas preparando un resumen del caso, cuando Le Figaro rechazó sus últimos artículos ante la reacción de algunos de sus lectores. El escritor se dirigió entonces a L’Aurore y terminó su exposición en los dos días posteriores al veredicto favorable a Esterhazy. Su título inicial, Lettre à M. Félix Faure, Président de la République - Carta a M. Félix Faure, Presidente de la República-, apareció precedido por la expresión, J’accuse…! por decisión del director del periódico aconsejado por Clemenceau.

Primera de las 32 páginas del manuscrito de Zola y su edición en prensa.

El día 13 de enero de 1898, L’Aurore multiplicó la tirada; 300.000 ejemplares se agotaron en pocas horas. El artículo era muy apasionado, y además contenía una síntesis del caso que facilitó su conocimiento y comprensión a los lectores. Alcanzó un eco multitudinario en Francia y en la mayor parte del mundo occidental, pero Zola fue sometido a una persecución judicial que terminó en un proceso por difamación.

El proceso se inició en un ambiente de gran violencia. El abogado de Zola presentó unos doscientos testigos en medio de una batalla jurídica en cuyo transcurso los derechos de la defensa fueron continuamente ignorados o burlados. Fue evidente que la Corte había recibido instrucciones para que el error judicial por el que se condenó a Dreyfus, no fuera ni siquiera mencionado; la frase del juez Delorgue: “La question ne sera pas posée” “La pregunta no ha lugar”, repetida docenas de veces, se hizo famosa. No obstante, salieron a la luz numerosas irregularidades e incoherencias.

Zola fue condenado a un año de prisión y multa de 3.000 francos, la pena máxima por “difamación”, además del pago de las costas; más de 17.000 francos, que Octave Mirbeau se encargó de pagar personalmente.

El 2 de abril se presentó un recurso de casación que fue admitido a trámite. El asunto se siguió en Versalles y el 23 de mayo de 1898, fue la primera audiencia. El caso Dreyffus volvió a la actualidad y los debates se agudizaron. Aconsejado por un amigo, Zola abandonó el país antes de que se produjera el veredicto que, evidentemente, iba a ser condenatorio y el 18 de julio, tomaba el tren de Calais, sin ningún equipaje. 

Tras casi un año de estancia anónima en Londres, volvió a París llevando consigo Fécondité, su última novela.

Cuando el Capitán Dreyfus volvió a comparecer ante un Consejo de Guerra en Rennes, Zola le envió una carta: Capitán, si no he sido uno de los primeros en escribirle toda mi simpatía y mi afecto desde su vuelta a Francia, es porque temía que mi carta le resultara incomprensible y he querido esperar a que su admirable hermano le haya visto y hablado de nuestra larga lucha.

Entre tanto, el escritor tomó la decisión de no intervenir públicamente con el fin de no condicionar la acción del Consejo de Guerra. El proceso se inició el 7 de agosto de 1899 en el salón de actos del Liceo de Rennes. Fernand Labori, uno de los abogados de Dreyfus sufrió un intento de asesinato en aquella ciudad. Zola le hizo llegar la seguridad de su afecto, ya que Labori también le había defendido a él.

El 9 de septiembre se dio un veredicto de culpabilidad con atenuantes que hizo reaccionar de nuevo a Zola, que escribió en L’Aurore del 12 de septiembre: Estoy espantado, […] esto es el desastre de nuestra generosa y noble Francia.

El gobierno decidió finalmente retirar los cargos contra Dreyfus, debido a su estado de salud y el último combate de Zola a su favor, fue rebatir la amnistía prevista por la Cámara de Diputados con el fin de absolver a los falsos acusadores del Affaire.

Las consecuencias de la intervención de Zola fueron a la vez positivas y negativas para él. Resultaba evidente que el J’Accuse consiguió relanzar el Affaire y le dio una dimensión social y política que no tenía hasta entonces. Para una buena parte de la población, Zola adquirió un prestigio de justiciero y de defensor de los valores de tolerancia y justicia, pero también le costó caro, literalmente. En primer lugar, la justicia le requisó sus bienes y los revendió y, por otra parte, cuando el dreyfusismo se convirtió en objetivo de los nacionalistas, el escritor pasó a formar parte del mismo; fue acusado de traidor a la patria y al ejército y desde 1898, se lanzó contra él una verdadera avalancha de escritos difamatorios, pero jamás lograron que retrocediera ni renunciara a los principios que le habían empujado a asumir la defensa de Dreyffus: Mi carta abierta surgió como un grito. Todo estaba previsto de antemano, porque conocía el texto de la ley y sabía a lo que me arriesgaba.

En tales circunstancias, la segunda condena de Dreyfus, aunque mitigada, le afectó profundamente, pero no dejó de escribir en ningún momento. Emprendió la creación de un nuevo ciclo, Les Quatre Évangiles, cuyo primer volumen -Fécondité, escrita en Londres-, se publicó en 1899; Travail, en 1901; Vérité apareció después de su fallecimiento y, Justice, quedó incompleta e inédita.

Otra ocupación de Zola en el otoño de su vida, fue la fotografía; le fascinó la Exposición Universal de 1900, que fotografió desde todos los ángulos, dejando un interesante repotaje para la historia.

Emile Zola luchó una vez por la posteridad en el intento de ser admitido en la Académie Française, a pesar de que en su juventud la había calificado de jardín de invierno para mediocridades que temen las heladas. Tras el rechazo de su primera candidatura en 1890, dijo: Sigo siendo candidato y siempre lo seré. Y lo fue, hasta su último intento el 23 de agosto de 1897, rechazado de nuevo al año siguiente; obtuvo 16 votos, cuando la elección requería 17. Finalmente, convencido de que su apoyo a Dreyfus le había cerrado definitivamente las puertas, renunció a volver a intentarlo.

El 29 de septiembre de 1902, al volver de Médan, donde había pasado el verano, Zola y Alexandrine se intoxicaron durante la noche a causa de la mala combustión de la chimenea del dormitorio en su apartamento de la calle Bruxelles. Zola murió y Alexandrine sobrevivió. 

Una investigación policial promovida por sospechas de asesinato, no ofreció ninguna conclusión definitiva. La repercusión de la noticia fue inmensa; la prensa describió el desconcierto de la población. Los periódicos nacionalistas y antisemitas aprovecharon para seguir lanzando ataques: Scène naturaliste: Zola meurt d’asphyxie, tituló aquel día La Libre Parole. La conmoción se extendió al extranjero y en su memoria se celebraron numerosas ceremonias; los periódicos alemanes, británicos y americanos también se hicieron eco de la noticia.

Había terminado una vida, tal vez no muy emocionante, pero sí plena, coherente y valerosa.

Con ocasión de sus exequias, Anatole France evocó la memoria del escritor y su lucha por la justicia, que definió como un momento de conciencia humana.

Sus cenizas se trasladaron al Panthéon de Paris el 4 de junio de 1908; al final de la ceremonia, el periodista Louis Grégori, disparó a Dreyfus, aunque sólo logró causarle una leve herida en un brazo.

Desde 1985 la casa de Médan se convirtió en Museo. 

La Sociedad literaria de amigos de Emile Zola, Société littéraire des Amis d’Emile Zola organiza una visita a la Casa de Médan los primeros domingos de octubre. 


sábado, 23 de marzo de 2013

VELÁZQUEZ EN LA RENDICIÓN DE BREDA




Velázquez realizó esta obra –óleo sobre lienzo, 307 x 367-, para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro; la terminaría alrededor del mes de abril de 1635. En el conjunto, llama poderosamente la atención la imagen de los cuartos traseros del gran caballo que, como una sorprendente osadía por parte del artista, casi oculta a los dignatarios españoles, ocupando un tercio del lienzo, sin estorbar la escena.

Diez años antes, el 5 de junio de 1625, se había producido la ceremonia representada, o más bien, interpretada, porque, en realidad, el pintor se basó en la dramatización que del asedio y toma de la ciudad de Breda, había escrito Calderón de la Barca en su obra titulada: El Sitio de Bredá.


en la que podemos leer los siguientes versos:


Después de un año de asedio por parte de las tropas españolas mandadas por el genovés Ambrosio Spínola, Justino de Nassau acordó con él una capitulación honrosa. En la escena pintada por Velázquez, Spínola toca el hombro del holandés en un gesto que le indica que no es necesario que doble la rodilla para efectuar la simbólica entrega de las llaves de la ciudad. 

Un vencido sin humillación, Justino de Nassau:


-Hago protesta en tus manos
que no hay temor que me fuerce
a entregarla, pues tuviera
por menos dolor la muerte.

 Y un vencedor sin ensañamiento, Ambrosio de Spínola:


-Conozco que valiente sois
que el valor del vencido
hace famoso al que vence.

La ausencia de sentimientos de venganza o resentimiento, encaja a la perfección con el carácter sosegado de un Velázquez que quiere reflejar las virtudes caballerescas de los contendientes, más que su carácter bélico. Él mismo –según parece-, elegantemente ataviado, observa al pintor en su quehacer fotográfico; es decir, a sí mismo. Estos juegos gustaban al artista y dominaba su técnica.

Aunque es posible que en la pintura intervinieran otras manos de su taller, Vélázquez olvidó firmar el papel que, al efecto, pintó o hizo pintar en el ángulo inferior derecho del lienzo.


La serenidad de la escena, refleja el sentimiento filosófico expresado por Nassau en la misma obra de Calderón de la Barca:

-Aquesto no ha sido trato
sino fortuna, que vuelve
en polvo las monarquías
más altivas y excelentes.

De hecho, poco después de que Velázquez entregara la pintura, Breda volvió al poder de Holanda.

Salida de la guarnición española de Breda en 1637. Hendrik de Meijer

El sitio y rendición de la plaza se enmarcan en el contexto de la Guerra que a lo largo de Ochenta Años, 1568-1648, enfrentó a la Corona de España con parte de los territorios conocidos como las Tierras Bajas, las Provincias, o Flandes –, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, y algunos obispados del norte de Francia, que en su día constituyeron parte del legado de Carlos V a Felipe II.

  
La bandera de Holanda, Prinsenvlag, con los colores de Guillermo de Orange.

La bandera del Tercio de Spínola con la Cruz de San Andrés, enseña de Borgoña.

Los protagonistas

Además de Spínola y Nassau, otros personajes que no aparecen en la pintura, indujeron los hechos que desembocarían en la escena que refleja: Felipe IV y el Conde Duque de Olivares en Madrid y Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia –la hija mayor de Felipe II-, en Bruselas.

Spínola. Michiel Jansz. van Mierevelt. Rijksmuseum. Amsterdam.

Ambrosio –Ambrogio- Spinola, nacido en Genova en 1569, reunía los títulos de Duque de Sesto y Marqués de los Balbases, fue tambien Caballero de Santiago y del Toisón y además perteneció a la exclusiva élite de los Grandes de España. Sus padres, Filippo Spinola y Polisena Cossino le hicieron heredero de una notable fortuna, pero la rivalidad de su familia con los Doria, le llevó a buscar la gloria de las armas como condottiero al servicio de la Corona de España, a cuyo efecto expuso y perdió su fortuna personal y familiar.

En septiembre de 1603 se hizo cargo de las tropas que asediaban Ostende, ciudad que cayó en sus manos, cubierta de ruinas, al año siguiente, obteniendo por ello el beneplácito de los Archiduques Alberto e Isabel.

Terminada la campaña, Spínola viajó a Valladolid, donde se encontraba en aquel momento la corte de Felipe III y volvió a Bruselas ya como Comandante en Jefe de las tropas españolas, en cuyo encargo, puso sitio y rindió numerosas plazas rebeldes a la corona, frente a Mauricio de Nassau.

En 1606 volvió a España, donde recibió los más altos honores, pero tuvo que entregar toda su fortuna como aval para continuar la guerra en Flandes. Más tarde, ante la incapacidad de la Corona para devolverle los fondos adelantados, Spínola se vio héroe, pero arruinado y además tuvo que soportar las maniobras de la corte –léase omnipotente Olivares-, para eludir su presencia y sus reclamaciones.

En 1609 se firmó la Tregua de Doce Años, pero Spínola permaneció en su destino, ocupándose de tareas políticas y diplomáticas, como la de mediador con la corona de Francia, cuando el príncipe de Condé, abandonó el reino para refuagiarse en Flandes, en un intento de alejar a su esposa de las atenciones del galante monarca Enrique IV de Borbón.

Ya completamente arruinado recibió el nombramiento de Grande de España, en cuya condición, participó en la Guerra de los Treinta Años, cuando el Emperador exigió la colaboración española. Las numerosas plazas que tomó en el Bajo Palatinado, le valieron el nombramiento de Capitán General.

56 ciudades y castillos tomados por Spínola en el Palatinado. Rijksmuseum.

La Guerra de los Ochenta Años se reanudó en 1621 y fue entonces cuando Spínola tomó a su cargo el asedio de Breda en 1624 que, como sabemos se rindió al año siguiente, poniendo al condottiero en la cima de su carrera, aunque el mismo momento significó precisamente el comienzo de su declive, en parte debido a la animadversión del Conde Duque de Olivares.

A principios de 1628 volvió a España, de nuevo para reclamar fondos con los que mantener sus tropas, pero no se le concedieron y además tuvo que soportar los reproches del Conde Duque, quien le hacía responsable de los avances del ejército holandés. Spínola decidió abandonar el servico en Flandes y volver a Italia, donde no encontró el merecido descanso, sino la guerra por la sucesión del Ducado de Mantua, de gran importancia estratégica para España, y que obligó al monarca a recurrir de nuevo a él, nombrándole gobernador de Milán. Siempre a falta del necesario auxilio financiero, debiendo afrontar las continuas muestras de desconfianza de Olivares y completamente arruinado, Ambrosio Spínola murió a finales de septiembre de 1630 durante el sitio de Casale.

Justinus van Nassau, de  Jan Antonisz. van Ravesteyn. 
Rijksmuseum, Amsterdam.

Justinus van Nassau nació en 1559. Hijo legitimado de Guillermo de Orange; el cuarto de los 16 que tuvo el caudillo holandés con sus cuatro esposas y la madre de Justino. Fue estudiante en Leiden, dedicándose posteriormente a la carrera militar. En 1588 participó, en las acciones marítimas contra la Armada de Felipe II, bloqueando con sus naves la costa flamenca.

Desde 1601 fue gobernador de Breda, hasta que Espínola tomó posesión de la ciudad. Tras su rendición, Justino se instaló de nuevo en la ciudad de Leiden, donde permaneció hasta su fallecimiento en 1631. Se casó con Ana van Merode y tuvieron tres hijos; Willem Maurits, Louise Henriëtte y Philips van Nassau.
Archiduque Albrecht y Archiduquesa Isabel Clara Eugenia
Frans Pourbus the younger (1569–1622)

Además de que los abuelos paternos de ambos eran tío y sobrino -Carlos V y Maximiliano-, la madre de Alberto –María- y el padre de Isabel –Felipe II-, eran hermanos. Antes de morir Felipe II, en un intento de solucionar el problema de la rebelión de los Países Bajos, organizó su boda y los nombró soberanos de aquellos territorios, con la condición de que volvieran a la Corona de España en el caso de que no tuvieran hijos, como ocurrió.

Alberto había sido Cardenal, Inquisidor General de Portugal y Arzobispo de Toledo, a todo lo cual renunció para casarse con la Infanta Isabel y asumir la herencia de Flandes. Hasta la fecha de la boda, Isabel se dedicó exclusivamente a acompañar y cuidar a su padre, especialmente, durante su última enfermedad.

En 1609 acordaron, tras poner en ello el mayor empeño, la Tregua de los Doce Años con Mauricio de Nassau. En 1621 fallecía Alberto, quedando Isabel Clara Eugenia como gobernadora en representación de su sobrino, Felipe IV. En su desempeño, vivió muy de cerca el asedio de Breda, en el que parece que había puesto grandes esperanzas.

El artista belga Pieter Snayers dejó para la posteridad una pintura que refleja una visita de Isabel al campamento de Spínola, en cuyo fondo, y de forma muy parecida al de la obra de Velázquez, aparece la ciudad de Breda.

 
Pinturas de Snayers y de Velázquez. En ambas aparece al fondo el Dique Negro de forma muy similar.

Isabel, que desde la muerte de su esposo vestía permanentemente de luto,  aparece claramente retratada en el ángulo inferior derecho de la obra de Snayersen hábito de religiosa, durante su visita de inspección y apoyo.

Asedio de Breda por Pieter Snayer. Belegering van Breda door Pieter SnayerVisita de Isabel Clara Eugenia.

Felipe IV y el Conde Duque de Olivares

El Rey y el Valido retratados por Velázquez
en la National Gallery de Londres y el Hermitage de San Petersburgo respectivamente.

Parece que Felipe IV no estaba del todo conforme con el asedio de Breda que, sin embargo, constituyó una de las pocas alegrías que le reservaba su reinado, aunque duró poco, ya que en 1627, la situación se hizo insostenible a causa de una bancarrota, a partir de la cual, la falta de medios financieros para sostener la defensa de los estados patrimoniales de la Corona, dio lugar a que las derrotas se sucedieron de forma irreparable.

Olivares, que concibió diversos proyectos de difícil o imposible realización dentro de las condiciones por las que atravesaba el reino, fue considerado responsable de todos los fracasos y de la consiguiente decadencia, ya que sólo él -y no el monarca, cuyo interés se centró siempre en otro tipo de actividades, como caza, toros, teatro y mujeres-, había sostenido las riendas de la Corona, cuya responsabilidad, Felipe IV intentó asumir cuando ya era demasiado tarde. Olivares fue desterrado de la Corte y procesado por la Inquisición, muriendo sumido en la más dramática amargura, en 1645.

El monarca vivió veinte años más, pero a pesar de los buenos propósitos, pronto volvió a abandonar sus obligaciones –es posible que fuera una tarea superior a sus posibilidades-, y optó por cederlas de nuevo, en esta ocasión, en manos de Luis Méndez de Haro; un sobrino de Olivares.

Murió asimismo Felipe IV con grandes cargos de conciencia, en 1565, dejando un heredero, Carlos II -con el que se extinguió la dinastía-, más un número indeterminado, pero notable, de hijos conocidos aunque no reconocidos en su mayoría.

Dadas las circunstancias, la victoria de Breda vino a constituir un efímero respiro en el devenir histórico de su reinado, aunque probablemente no se recordaría tanto, si Velázquez no hubiera elegido el evento como tema de una de sus más perfectas y complejas obras. El pintor devolvía así con creces la merced que el monarca le había hecho al nombrarle pintor de cámara. 

Breda era una ciudad muy bien fortificada y disponía de 14.000 hombres para su defensa, además de reservas para un año. Spínola inició el bloqueo con 18.000 hombres, en la seguridad de que un ataque frontal no era aconsejable, tanto por la fortaleza de las defensas, como por el probado ánimo de sus defensores.

Mauricio de Nassau envió 8000 hombres y Ernesto de Mansfeld acudió al mando de un contigente de soldados procedentes de Inglaterra, más un refuerzo de daneses mandados por Steslaje Vantc, que sucumbieron ante la llegada de una fuerza de alrederdor de 500 soldados, entre infantes, piqueros y ballesteros de los tercios españoles, que les cerraron el acceso a la ciudad desde una colina póxima.

A pesar de la amable imagen reflejada por Velázquez, los combates fueron muy duros y se produjo un gran número de bajas en ambos campos. Los sitiados resistieron hasta el límite de sus posibilidades y su mérito fue altamente valorado por Spínola, que efectivamente, prohibió que se les causara el menor daño tras la rendición, por lo que fueran tratados con la mayor dignidad.

Velázquez pintó el cuadro para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, donde Felipe IV recibía a los embajadores, y se custodia en el Museo del Prado. Además de la obra de Velázquez, el conjunto que decoraba el Salón se componía de otras pinturas de Vicente Carducho, Jusepe Leonardo, Juan Bautista Maíno, Antonio de Pereda y Zurbarán.

Entre tanta variedad había cumbres, pero también valles, en opinión de Brown y Elliott; evidentemente, la obra de Velázquez componía la cumbre del conjunto.

Reconstrucción del Salón de Reinos (Centro Virtual Cervantes)

El salón medía 34,6 metros de largo por 10 de ancho, y 8,25 de altura. La luz entraba por 20 ventanas, y una profusa ornamentación al fresco con dorados cubría el techo. 

En las paredes norte y sur, entre las ventanas, se colgaron los lienzos representativos de doce batallas -1622 a 1633-, victoriosas para la Corona de España, entre ellas, Breda y en la cabecera, cinco retratos realizados también por Velázquez; Felipe III y Margarita de Austria; Felipe IV con Isabel de Borbón y el Príncipe Baltasar Carlos. 


Entre los lunetos se pintaron los escudos de los veinticuatro reinos de la Corona, origen del nombre del salón y sobre las ventanas, diez lienzos relativos a los Trabajos de Hércules –los Habsburgo decían que procedían de esta divinidad olímpica-, todos ellos realizados por Zurbarán. 
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Más sobre Velázquez en este blog:
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Sobre el Salón de Reinos del BUEN RETIRO:
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sábado, 16 de marzo de 2013

EL GATO DE SCARLATTI


Domenico Scarlatti. Domingo Antonio Velasco.


Domenico Scarlatti fue el sexto de los diez hijos del Alessandro, un acreditado impulsor de la llamada Ópera Napolitana, y de su esposa Antonia Anzalone, también de familia de músicos. Nació en Nápoles en 1685 –el mismo año que Händel y Bach–, y recibió la primera formación musical de su padre, que además tenía dos hermanas cantoras profesionales, y otro hermano, Tomasso, que era tenor.

A finales de 1701, Domenico fue nombrado segundo organista y compositor de la Capilla del Virrey de Nápoles, Don Gaspar de Haro,  de la que su padre era maestro.
Alessandro Scarlatti, padre de Domenico

Siendo aún muy joven ya era un organista excepcional; consta que más tarde, se enfrentó a Händel en una justa musical organizada en Roma, resultando Scarlatti superior en el clave y Händel en el órgano.

Cuando estalla la Guerra de Sucesión española, la situación se hace muy inestable en Nápoles, lo que lleva a Alessandro a desplazarse a Florencia en 1702, junto con Domenico, en busca de paz y un empleo estable en la corte de Fernando III de Médicis, Gran Príncipe de Toscana, un apasionado por la música y reconocido mecenas.

Los Scarlatti fueron bien acogidos y Domenico compuso entonces sus primeras obras conocidas, como la cantata Ninfa belle e voi pastori, pero no lograron el éxito suficiente como para establecerse con seguridad, por lo que el padre volvió a Roma y Domenico volvió a Nápoles, donde, en 1703 y con motivo del cumpleaños de Felipe V estrenaba L’Ottavia ristituta al trone, dedicada al virrey de Nápoles, marqués de Villena. Pero no fue hasta el año siguiente, cuando Scarlatti alcanzó la fama al hacer una adaptación de la ópera Irene (1704) del compositor italiano Carlo Francesco Pollarolo, que dedicó a Antonio López Pacheco Girón y Portocarrero.

Ya en 1705 su padre consideró que Domenico debía abandonar Nápoles para establecerse en Venecia, ciudad a la que viajaría en compañía del cantante napolitano Nicolino Grimaldi, un afamado cantor castrato. Se sabe poco de cómo transcurrieron los cuatro años que el compositor pasó en su compañía, excepto el hecho de que no recibió encargos, si bien dio algunos conciertos, en los cuales siempre asombraba su virtuosismo en el teclado. El músico irlandés Roseingrave, quedó tan impresionado ante una de sus interpretaciones, que dejó de tocar el clavicémbalo durante un tiempo, hasta que Scarlatti y él se hicieron amigos y el italiano le dio algunas clases, según se cree. Cuando Roseingrave volvió a Inglaterra, difundió la música de su maestro, convirtiéndose en su más reconocido admirador e introductor.

Pero las verdaderas oportunidades no aparecían por lo que Alessandro decidió que Domenico se reuniera con él en Roma; fue entonces cuando se produjo la famosa duelo con Händel, ya citado.

Tras la Paz de Utrecht –firmada en 1712-15 entre los países que habían participado en la Guerra de Sucesión-, Nápoles pasó al poder de Austria y el cargo de Virrey recayó en el Cardenal Grimani quien nombró a Alessandro Maestro de Capilla. Hasta entonces, Domenico permaneció en Roma donde, desde 1709 había entrado al servicio de María Casimira, reina viuda de Polonia, que entonces vivía en el exilio en la capital italiana. Scarlatti compuso varias óperas para su teatro privado, como La Silvia, Tolomeo e Alessandro, Tetide in Sciro y Amor d'un ombra, e gelosia d'un'aura, todas entre 1710 y 1714. De esta época son también  las diecisiete únicas Sinfonías que compuso, para orquesta de cámara en su totalidad.

Utrecht, texto bilingüe del acuerdo con Inglaterra

Mantuvo el puesto de Maestro de Capilla hasta que entró al servicio del embajador de Portugal en el Vaticano, marqués de Fontes, con cuyo apoyo pasó a Lisboa en 1719, tras dirigir una de sus óperas en Londres. En la capital portuguesa se puso al servicio de Juan V, quien le brindó protección y empleo.

En algún momento entre la salida de Roma y la llegada a Portugal, aunque se ignoran los motivos, se sabe que Domenico debió tener graves diferencias con su padre, al que hasta entonces había obedecido sin discusión; el caso llegó a los tribunales, que sentenciaron la independencia legal del hijo con respecto a su progenitor.

En 1728 Scarlatti hizo una escapada a Roma para contraer matrimonio con María Caterina  Gentili, pero mantuvo su residencia en Lisboa como profesor de clavecin de Bárbara de Braganza, hermana mayor de Juan V, que en 1729 se casaría con el entonces heredero de la Corona de España, Fernando VI, motivo por el cual, Scarlatti viajó a España con ella, instalándose en Sevilla, donde permaneció durante los cuatro años que estuvo allí la corte, en espera de que Fernando VI mejorara su estado físico y anímico.

 Fernando VI. Jean Ranc. Museo Naval. Madrid.
María Madalena Bárbara Xavier Leonor Teresa Antónia Josefa de Bragança. 
Museo del Prado.

Finalmente se trasladan todos a Madrid, donde el músico continuó con sus clases, tanto con la princesa de Bragança, como con algunos músicos españoles, entre los que destacó extraordinariamente Antonio Soler.

Unos meses después de su llegada a la capital del reino, se produjo el terrible incendio del Alcázar el día de Nochebuena. Según parece, no se permitió que el pueblo colaborara en la extinción del fuego por temor a un presumible saqueo de valiosos objetos que el fuego se encargó de destruir; por ejemplo, una parte de la inestimable obra de Velázquez. La Corte pasó a residir en el Buen Retiro cuando se encontraba en Madrid, repartiendo el resto del año entre Aranjuez, El Escorial y la Granja o El Pardo, residencias a las que acudiría el gran Farinelli, contratado por la Corte, en un extremo intento de recuperar el debilitado ánimo del rey, algo que el cantor logró mediante una dedicación exclusiva a su servicio.

Fernando VI y Bárbara de Braganza con su corte; Scarlatti y Farinelli, a la derecha del monarca. Aguafuerte y buril de Joseph Flipart. Biblioteca Nacional, Madrid.

Fallecida su primera esposa en 1739-, se casó Sacarlatti con la española Anastasia Ximénez, con la que tuvo cuatro hijos que vinieron a sumarse a los cinco que ya tenía. Durante esta época el compositor vivió un tiempo en la calle San Bernardo de Madrid, pasando a residir definitivamente en la de Leganitos. Para entonces, Scarlatti ya era un madrileño de elección que, en ocasiones, incluso firmaba como Don Domingo Scarlatti. En la capital permaneció el resto de su vida y compuso la mayor parte de su obra, ya que cuando Bárbara de Braganza se convirtió en reina de España en 1746, mantuvo su protección al compositor, lo que proporcionó a este la seguridad necesaria para centrarse en la creación de sus 555 Sonatas; una monumental obra para clavecín, única en su género, además de otros ejercicios que el clavecinista americano Scott Ross (1951–1989) grabó íntegramente, para lo que precisó 34 discos compactos.


Las piezas de la serie sólo se distinguen por su número de catálogo, recopilado, entre otros –Longo y Pestelli-, por Ralph Kirkpatrick, en 1982  bajo las siglas Kk o K, pues no está sujeta a ciclos, grupos u otro tipo de clasificación. Son excepcionalmente originales, y aunque la mayor parte no se publicaron en vida de su creador, le convirtieron en uno de los más brillantes compositores de la música barroca, y más específicamente, de la destinada al clave.

Se dice que Scarlatti era en exceso aficionado al juego y que en ocasiones llegó a acumular enormes pérdidas, pero que superaba la situación una vez tras otra con la ayuda de Bárbara de Bragança y, en ocasiones, con la de Farinelli. En todo caso, parece que supo crear a su alrededor un importante círculo de amigos y admiradores de su gran talento musical, en cierto sentido, revolucionario.

Es muy destacable su Misa de Madrid, cuya fecha de composición se desconoce y en la que resulta evidente su dominio de la polifonía del siglo XVI, a la que probablemente siguió su Stabat Mater, una obra de excepcional armonía.

En 1783 aparecieron en Londres sus Essercizi per gravicembalo; 29 sonatas y una fuga, conocida como Fuga del gato. Scarlatti dedicó la obra a Juan V de Portugal como agradecimiento por haber favorecido su aceptación como Caballero de la Orden de Santiago en 1737. Fue publicada en Londres en 1738, el mismo año en que Domingo de Velasco realizó el retrato del compositor que aparece al principio de este artículo. 

Las Sonatas no tienen el mismo sentido que se da hoy a esta forma musical, pero su estilo es muy reconocible y circularon por toda Europa en manuscritos que situaron al autor en un lugar privilegiado entre los músicos de la época. De breve duración –dos a ocho minutos, más o menos-, responden todas a un esquema común, dentro de las variantes y novedades que Domenico introdujo en su proceso creativo.

Scarlatti conocía muy bien el contrapunto y la tradición popular española, pero no se integró en ninguna de las formas de sus antecesores; él daba preferencia a la melodía, que unida a su dominio del ritmo y la armonía, produjo una obra incomparable de virtuosismo en la que se multiplican disonancias, modulaciones, rupturas rítmicas y contrastes melódicos; hasta cierto punto, estas composiciones se han considerado como música española.

Efectivamente, se considera que Scarlatti maduró su obra creadora bajo el atractivo de los aires e instrumentos folclóricos de España –guitarras, castañuelas, etc.-, a los que precedería el conocimiento de las Cantigas de Alfonso X El Sabio, que Scarlatti transcribió para la reina.

Miniatura de la Symphonia de Cantiga 160. 
Cantigas de Sta. María de Alfonso X El Sabio. Códice de El Escorial.

Sus hallazgos son, en todo caso, extremadamente numerosos y nada convencionales; renovando de forma muy personal toda la obra para clavecín.

Ninguna de las sonatas se conserva manuscrita y, las que han subsistido, provienen, en su mayor parte, de dos colecciones llevadas a Italia por el cantor Farinelli cuando abandonó la corte de España.

La influencia de Scarlatti fue definitiva para la evolución de la música escrita para clave o pianoforte hacia el final del siglo XVII. A pesar de que España se encontraba en aquellos momentos algo alejada de los centros musicales en boga, Scarlatti se convirtió en una de las más sobresalientes figuras del período final del Barroco, e incluso, de los comienzos de la época que conocemos como Clásica – que se extendería hasta algo más de la mitad del XVIII.

Scarlatti murió en Madrid, en julio de 1757; Bárbara de Bragança, falleció en agosto del 58 y Fernando VI, en agosto del 59.

 
Piano-forte de Conrad Graf. (1782–1851). Reiss-Engelhorn-Museen, Mannheim.
Clavicordio (LaclasedemúsicadeInma)
Clavicémbalo o Clavecín. (fotoMadrid)

Scarlatti fue, sin duda, el primer compositor que utilizó recursos como el arpegio, la repetición rápida de una misma nota o el cruce de las manos sobre el teclado, técnicas que tuvieron una influencia decisiva en la evolución de las técnicas de teclado y que se hicieron imprescindibles en la composición para instrumentos de ese tipo, también empleado por Antonio Soler.

Sus sonatas para teclado, son todas piezas breves y tienen un inconfundible acento español; en su mayoría están dedicadas a la infanta María Bárbara, pero también compuso varias óperas, música religiosa y obras instrumentales. 

¿Qué tenía que ver en todo esto el Gato del compositor?

Pues bien, Domenico compuso La Fuga del Gatto, que es, en realidad, la Sonata en sol menor, K. 30; una pieza que tiene la indicación: tempo moderato y estilo fugado, publicada en 1739. 

El motivo con que empieza esta fuga y que se extiende a los tres primeros compases de la pieza, tiene un origen curiosísimo.

Scarlatti tenía un gato o, tal vez, gata, de nombre Pulcinella, que un día quiso darse un paseo por el teclado de su clave, produciendo, según se cree, las notas que sirvieron de base a la Fuga a que nos referimos.

Un Scarlatti atento a toda clase de sonidos, casuales o buscados, anotó inmediatamente aquel punto de partida creado al azar por la gata. La pieza resultante lleva el número de catálogo K.30 y así fue conocida, como sabemos, a lo largo de la vida del compositor, si bien, dando por cierta la muy probable participación de Pulcinella en su creación, en el siglo XIX, se hizo popular el título de Fuga del Gatto, con el que figuró, por ejemplo, en  el programa de los conciertos que Franz Liszt ofreció en Berlín en 1840.

La Sonata K.30 se publicó en Londres en 1739;  Händel compuso sus Concerto grossi, op. 6 en el otoño del mismo año, y es prácticamente seguro, que una novedosa descendente de intervalos que aparece en el segundo movimiento del Concerto groso nº3, sea una evocación muy próxima de la obra inspirada por Pulcinella. Del mismo modo, ya en 1803, el compositor Anton Reicha, que conocía bien la pieza, escribió una Fuga  sobre el mismo tema.

A pesar de todo, la Fuga, no era el recurso preferido de Scarlatti, que sólo compuso cinco; la del Gatto, es la última pieza de su libro de Essercizi y en ella abandona el contrapunto para centrarse más en la melodía y el ritmo, alcanzando contrastes verdaderamente dramáticos.

En cualquier caso, esta pieza se ha convertido en una de las más reconocidas y reconocibles del compositor y, realmente, cuando se escucha, se puede ver a Pulcinella, produciendo sus primeras notas.

Sonata K. 30, La Fuga del Gatto, interpretada al piano por Claudio Colombo:


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