miércoles, 22 de junio de 2022

Jerónima de la Fuente ● El primer retrato pintado por Velázquez


Hidalga de Toledo, Clarisa Fundadora en Filipinas

Velázquez: La venerable madre Jerónima de la Fuente. 1620. Ó/l., 160 x 110 cm. MNP

Sor Jerónima de la Fuente Yáñez, de familia hidalga toledana, era monja franciscana en el convento de Santa Isabel de Toledo. En 1620, a los sesenta y seis años, se desplazó a Sevilla para embarcar con destino a Filipinas y el proyecto de fundar un convento, que se llamaría “Santa Clara de la Concepción”, en Manila. Así lo hizo, no sin contratiempos; fue su primera abadesa, y allí falleció en 1630.

En el retrato, de cuerpo entero, sostiene -aparentemente con gran energía-, un crucifijo, y un libro de oraciones -o quizás la regla de la orden- en la mano izquierda. Fue, sin duda, realizado durante la estancia de la religiosa en Sevilla, en el mes de junio de 1620, mientras esperaba embarcar para la larga travesía hacia Filipinas. El hecho de que Velázquez la retratara, sugiere claramente, que la religiosa, iba precedida por la fama, antes de llevar a cabo las fundaciones filipinas.

Por otra parte, la imponente imagen es una valiosa muestra de la actividad de Velázquez antes de afincarse en Madrid; todavía inmerso en el tenebrismo originado por Caravaggio, que ofrece una fortísima caracterización bajo una cruda luz que subraya todos los accidentes del rostro y las manos, sin omitir detalle. 

La energía de la monja queda maravillosamente expresada, tanto en el rostro, de mirada intensa y escrutadora, como en el modo de empuñar el crucifijo, fuertemente sostenido, casi como un arma, como tantas veces se ha dicho. El retrato responde al deseo de las monjas de conservar la imagen de la madre en su ausencia, tal como atestigua la existencia de, al menos, dos ejemplares más del retrato, de calidad similar. 

Uno de cuerpo entero, como el anterior, procedente también del convento de Santa Isabel, de Toledo, hoy en la colección Fernández Araoz, que difiere sólo en la posición del crucifijo. 

Un tercero, de medio cuerpo, hoy en la colección Apelles de Santiago de Chile, muestra el crucifijo en la misma posición que el del Prado, aunque presenta una técnica algo más seca y dura. La prioridad entre ellos no está clara, pero quizás el de medio cuerpo sea anterior a los otros dos, que muestran más levedad de pincel. 

El largo letrero biográfico que muestran tanto el del Prado como el de Fernández Araoz, es, claramente un añadido, pero la filacteria que aparece en este último con la inscripción: Satiabor dum gloria... ficatus fverit/verit, que aparece también en el del Prado, es rigurosamente auténtica y confiere al retrato una apariencia de imagen sagrada, pues las virtudes de sor Jerónima eran ya conocidas y divulgadas en su tiempo, pues entre las hermanas de claustro y orden tenía tal fama de santidad, que incluso se planteó su canonización en cuanto murió. 

Velázquez concibe una imagen rebosante de franqueza. El retrato, que estaba en el convento, y era atribuido a Luis Tristán, fue descubierto con ocasión de la exposición franciscana de 1926, cuando, al restaurarlo, apareció la firma con la fecha.

(Texto extractado de Pérez Sánchez, A. E. en: El retrato español. Del Greco a Picasso, Museo Nacional del Prado, 2004, pp. 342-343). (MNP)

Velázquez, 1620. Colección Fernández Araoz. Madrid

Este es verdadero Re/trato de la Madre/Doña Jerónima de la Fuente, /Relixiosa del Con/ vento de Sancta ysabel de/los Reyes de T./ Fundadora y primera Ab/badesa del Convento S./Clara de la Concepción/de la primera regla de la Ciu/dad de Manila en filipin/nas. Salio a esta fundación de/edad de 66 años martes/veinte y ocho de Abril de /1620 años. Salieron de/este convento en su compa/ñía la madre Ana de/Christo y la madre Leo/nor de sanct francisco. /Relixiosas y la herma/na Iuan de sanct Antonio/novicia. Todas personas/ de mucha importancia/Para tan alta obra.

El primer ejemplar del Museo del Prado, como se ha dicho, se atribuyó a Luis Tristán, hasta que, en 1926, apareció la firma: “diego Velazquez. f. 1620”. Tenía, pues, el artista, 21 años.

El segundo ejemplar, diferente en la posición del crucifijo que sostiene la monja -de frente, en el del Prado y ladeado en el de colección privada-, fue descubierto poco después en el mismo convento por el restaurador del Museo del Prado, Jerónimo Seisdedos. En una limpieza posterior de este ejemplar apareció una firma idéntica a la del primer ejemplar, pero era apócrifa, de acuerdo con el estudio técnico efectuado en el Museo del Prado.


En ambos casos, aparecía una filacteria a la altura de la boca de la monja, que fue borrada en el ejemplar del Prado, poco después de su recepción, por considerarla un añadido posterior, lo que se ha demostrado erróneo, pero no se ha podido recuperar. En el ejemplar de la colección Fernández de Araoz, que aún la conserva, se puede leer la inscripción: “SATIABOR DVM GLORI...FICATVS F/VERIT”, “En su gloria está mi verdadera satisfacción”. 

En la parte superior, otra inscripción horizontal, paralela al borde del lienzo, dice: “BONVM EST PRESTOLARI CVM SILENTIO SALVTARE DEI” -·”Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios”. Y en la base, a ambos lados de la monja, una tercera inscripción, esta sí, indudablemente posterior, pues alude a la fundación que aún no había emprendido en el momento en que fue retratada por Velázquez, ofrece datos sobre la religiosa y declara las razones por las que se encontraba en Sevilla, en junio de 1620, donde permaneció alrededor de tres semanas —momento exacto del retrato-, mientras esperaba embarcarse hacia Filipinas, donde no llegaría hasta agosto de 1621.

Por último, se observa que, aunque la base sea oscura, Velázquez, no pintó un suelo propiamente dicho, pero logró que ni siquiera se nos plantee la existencia o no, del mismo. Como es sabido -sólo hay que pensar el “Las Meninas”-, Velázquez, ya en época tan temprana, sabía “jugar” con una especie de geometría espacial, si vale la expresión.

Diego Velázquez: Madre Jerónima de la Fuente, 1620. 81 x 69.7 cm. O/c. Col. Apeles, Santiago de Chile.

La tercera versión, de medio cuerpo, con el crucifijo en la posición del ejemplar del Museo del Prado, fue dada a conocer por August L. Mayer y se conserva en la Colección Apeles de Chile.

Pudo haber sido adquirida en Madrid o en Sevilla por lord St. Helens, embajador británico en España entre 1791 y 1794. Su autografía ha sido defendida por Zahira Véliz, conservadora de la colección, quien la presentó como la primera versión tomada del natural, dado su menor tamaño, aunque ha sido fuertemente discutida por Enriqueta Harris y Jonathan Brown, para quienes se trataría de una copia poco sutil, y quizá, de mano de Tristán.

La monja aparece en pie, llenando con su presencia un espacio desnudo, sin más notas de color que el matiz de los labios, pero, sobre todo, el rojo del filo de las hojas del breviario cerrado que lleva en la mano izquierda. Viste el hábito marrón de las clarisas apenas diferenciado del fondo, en tonos sombríos, que hacen dirigir la vista al rostro de la monja, de gesto duro, con una mirada escrutadora, que evidencia la fortaleza de carácter de quien, a edad avanzada iba a emprender un viaje a tierras remotas, de las que muy probablemente, no volvería. 

La luz, dirigida con técnica todavía propia del tenebrismo, resalta la dureza y las arrugas de manos y rostro. La visión elevada del suelo parece indicar que Velázquez desconoce el modo de resolver la perspectiva lineal, o que conociéndola ha decidido no usarla. Velázquez muestra ya su aptitud para los detalles, como las arrugas de la toca y la cinta que, sobre esta, sujeta el manto, resuelta con algunos trazos sencillísimos, que terminan antes de alcanzar la hebilla, demostrando que el todavía joven pintor ya había percibido que la captación, en la pintura, no está en la meticulosa imitación de la naturaleza de las cosas, sino en su realidad óptica, es decir, en la percepción de la realidad, más que en la realidad misma.

Tanto la versión del Prado como la de colección han sido estudiadas en el laboratorio del museo, confirmando la atribución de los dos ejemplares. El de colección Araoz muestra una técnica más rápida, con el pincel menos cargado de pintura, pero con pinceladas muy similares al otro. El crucifijo se pintó ya en su actual estado, sin haber sufrido retoques, al contrario que en el óleo del Prado en el que Velázquez hizo ligeros reajustes posicionales en la mano que lo sostiene.

La firma, en el de colección Araoz —que no se indicó en la primera limpieza— se ha demostrado apócrifa, al contrario que la filacteria del Prado, que nunca debió eliminarse, pues se ha probado su existencia desde su creación.

Poco después, Velázquez acudió a la Corte de Madrid, en compañía de su suegro, y con el objetivo de encontrar un patronazgo real, que, en aquella ocasión, no alcanzó, sin embargo, el viaje no fue en vano, pues el artista realizó entonces el retrato de Góngora, que hoy se expone en el Museo de Bellas Artes de Boston, en el que, al igual que la religiosa, el insigne poeta, muestra un ceño tan adusto, que casi parece enfadado. ¿Serían así estos personajes, o el gesto era sólo resultado de la obligada pose? Quizás nos sorprendiéramos mucho más, si uno de los dos, o ambos, mostraran una sonrisa; algo completamente inusual, cuya apariencia, posiblemente, se consideraba que les restaría autoridad.

Velázquez: Retrato de Luis de Góngora y Argote. 1622. BBAA Boston

Jerónima Yáñez de la Fuente. Detalle

Jerónima Yáñez de la Fuente fundó el convento de Santa Clara de la Concepción de Manila, el primer convento femenino en Extremo Oriente.

Nacida en una familia acomodada toledana, formada por el licenciado Pedro García Yáñez y Catalina de la Fuente, el 15 de agosto de 1570 ingresó en el convento de Santa Isabel de los Reyes de Toledo, de monjas clarisas de la primera regla, tomando el nombre de Jerónima de la Asunción. En agosto de 1571, tras el año de noviciado, hizo profesión en el mismo monasterio, del que ya eran monjas profesas dos tías paternas suyas.

Durante cuarenta y ocho años (1571.1619) vivió en el convento, entregada, según sus biógrafos a la oración y la penitencia, y ocupada sucesivamente en tareas de enfermera, encargada del gallinero, sacristana, vicaria de coro, provisora y, finalmente maestra de novicias.

Desde 1598, empezó a gestionar la autorización para fundar en Filipinas, pero tuvo que afrontar innumerables retrasos a causa de los inconvenientes y dificultades que oponía el Consejo de Indias, alegando problemas de hacienda y patrocinio.

Superadas aquellas dificultades, y con la protección de Felipe III, por fin, a los sesenta y cinco años, el 28 de abril de 1620, salió del convento de Toledo, y en el mes de junio se encontraba ya en Sevilla, donde la retrató el joven Velázquez. 

El 5 de julio salía de Cádiz con destino a México, a donde llegó a finales de septiembre. De allí viajó a Acapulco, punto de partida de la travesía hacia las islas Filipinas, donde llegó el 24 de julio de 1621, desembarcando en el puerto de Bolinao. Tras más de quince meses de viaje, el 5 de agosto de 1621 llegaba a Manila en compañía de ocho religiosas franciscanas con las que iba a fundar el convento de Santa Clara. 

Aunque en un primer momento fueron bien recibidas por las autoridades civiles y eclesiásticas, no tardaron en surgir desavenencias, tanto por el alojamiento apalabrado como por el ingreso en el convento de jóvenes casaderas, pues en menos de dos meses, veinte doncellas “sacrificaron su virginidad al Soberano Esposo Jesús”— lo que anulaba las posibilidades de contraer matrimonio a los descendientes de los conquistadores, entre los que escaseaban las mujeres.

Pero, tal vez influyó más, el empeño de sor Jerónima por mantener en todo su rigor la pureza de la regla, por la que las aspirantes debían renunciar a las dotes y a las siervas o criadas en el convento, así como su decisión de que fueran admitidas mestizas o indígenas, porque ambas decisiones, la enfrentaron incluso a los rectores de su propia orden, que en 1623 le retiraron el cargo de abadesa.

A pesar de las múltiples contrariedades, murió con fama de santidad el 22 de octubre de 1630 y su entierro fue motivo de extraordinarias muestras de duelo brindadas por los cabildos eclesiástico y secular.

Sor Jerónima escribió poesía mística, como la Carta de marear en el mar del mundo, en más de sesenta pliegos, dedicada a la Inmaculada Concepción, que conocemos solo por referencias, y su Vida, dictada a sor Ana de Cristo, una de las hermanas que participaron con ella en la fundación. Estas notas fueron parcialmente recogidas en la biografía que le dedicó su confesor, fray Ginés de Quesada, mártir en Japón en 1636, cuyo manuscrito, fechado en 1634, quedó sin publicar hasta 1717 cuando lo hizo fray Agustín de Madrid, procurador general de la causa de beatificación, con el título de Exemplo de todas las virtudes, y vida milagrosa de la venerable madre Gerónima de la Assumpción... 

Antes de terminar el siglo el también Franciscano Bartolomé de Letona le dedicó otra biografía, publicada en Puebla en 1662; Perfecta religiosa, resumida por el padre Domingo Martínez, en siete capítulos de su Compendio histórico de la apostólica provincia de San Gregorio de Philipinas, en 1756.

Santa Isabel de los Reyes, de G. A. Bécquer

Santa Isabel de los Reyes de Toledo, fue fundado en 1477 por la noble María de Toledo, más conocida por el sobrenombre de María la Pobre. Además de otras donaciones, el mismo año, los Reyes Católicos -con los que la monja tenía parentesco-, cedieron unas casas que habían pertenecido a Juana Enríquez, la segunda esposa de Juan II de Aragón, desde 1447, y madre de Fernando el Católico, con la condición de que organizara en ellas un convento consagrado a Santa Isabel de Hungría, con el epíteto “de los Reyes” como reconocimiento de su patronato. 

El proyecto de la que sería fundadora, parece relacionado con un encuentro casual con fray Diego de Soria, dominico y misionero en Filipinas que sería obispo de Nueva Segovia. En 1598 o 1599, fray Diego pasó por Toledo, camino de Roma y visitó el Monasterio de Santa Isabel para saludar a una prima suya clarisa, a la que habló -en presencia de Jerónima-, de la idea de fundar un monasterio en Filipinas. Sor Jerónima se ofreció de inmediato para poner en marcha tal proyecto.

Su creación, solicitada por los españoles residentes en Manila, se vio retrasada ante la negativa del propio Rey y del presidente del Consejo de Indias, a que la madre Jerónima, en quien se delegó el peso de la fundación, saliera de España.

El 27 de agosto de 1612, Pedro de Chaves, maese de campo de Manila, y su esposa Ana de Vera, otorgaron una escritura de donación de tres casas de su propiedad para que se estableciera un convento de clarisas que debía ser fundado precisamente por la madre Jerónima y destinado a recibir a “personas siervas de Dios y hijas de conquistadores que no tienen con qué casarse conforme a su calidad”. En 10 de julio de 1617 se otorgó otra escritura de donación de unas estancias de ganado mayor, para asegurar el sustento de las monjas. A partir de entonces, las dificultades opuestas a la fundación se allanaron y las gestiones de Hernando de los Ríos Coronel, procurador de Manila, obtuvieron las necesarias licencias.

En 5 de julio de 1620 la madre Jerónima embarcó en Cádiz con destino a México, donde llegó a finales del mes de septiembre. En 24 de julio del siguiente año llegaba a Filipinas; al puerto de Bolinao, en la provincia de Pangasinán. Desde allí, haciendo el trayecto por tierra, la fundadora y ocho compañeras cruzaron las actuales provincias de Tarlac, Pampanga y Bulacán, hasta entrar en Manila el 5 de agosto, donde fueron objeto de un recibimiento extraordinario. 


Y allí transcurrieron los últimos nueve años de la vida de la madre Jerónima, consagrados a una fundación que quiso mantener siempre, y a pesar de grandes dificultades, dentro de la primera regla de Santa Clara, aprobada por Inocencio IV en 1253 y muy estricta en cuanto al voto de pobreza.

Manila, fundada por Legazpi cincuenta años atrás, era por entonces, una ciudad con una intensa actividad mercantil, sostenida pese a la amenaza constante de corsarios ingleses y holandeses, de piratas musulmanes, de alzamientos de nativos o sublevaciones de la población china. A esto se sumaban los desastres naturales: tifones y terremotos, peligros que gravitaban sobre la colonia, creando una sensación permanente de amenaza y acoso. Cuando la madre Jerónima llegó a Manila, los españoles eran aproximadamente tres mil, pero muy pronto su número fue descendiendo hasta llegar a cifras alarmantes, al promediar la centuria.

Las primeras dificultades a que tuvo que hacer frente la madre Jerónima tenían su origen en la inexistencia de un edificio adecuado para convento y en la inhibición de su patrocinadora, Ana de Vera, quien parecía haberse desentendido del asunto. En 13 de septiembre de 1621, el Oidor de la Audiencia Jerónimo de Legazpi ordenaba el traslado de las religiosas a la casa de doña Ana, que previamente había desalojado. Aquí se estableció el que fue llamado Monasterio de la Purísima Concepción de monjas descalzas de Santa Clara. El 31 de octubre tomaban el hábito en él las tres primeras jóvenes de la sociedad de Manila; pronto les siguieron otras hasta alcanzar la veintena, menos de dos meses después del establecimiento de este convento.

El deseo de la madre Jerónima era que el monasterio viviera en estricta pobreza sin poseer bienes de ningún tipo y abierto a la profesión de doncellas de todas las razas y condiciones sociales, ya que no se exigiría dote para ingresar en él. Los problemas se presentaron rápidamente: el provisor de la diócesis declaró nula la toma de hábitos de las tres primeras profesas y excomulgó a la madre Jerónima. A esto se añadió la oposición de las clases económicamente más poderosas de las islas que veían con desagrado el ingreso “masivo” de jóvenes de buena posición en el convento, lo que reducía las posibilidades de matrimonios convenientes (habida cuenta de la escasez de mujeres casaderas españolas). Aliados al gobernador, intentaron imponer una limitación al número de novicias, lo que terminarían por conseguir pese a la oposición de la fundadora. Tampoco veían con buenos ojos la admisión de jóvenes mestizas e indias y en este punto, y muy a su pesar, la madre Jerónima hubo de transigir. A estas dificultades se sumaron las derivadas del empeño de vivir en su radicalismo la regla de Santa Clara, renunciando a disfrutar de propiedades, a la exigencia de dotes y a la presencia de esclavas o criadas en el convento. De este modo, el apoyo con el que había contado la fundación en sus inicios, se debilitó y tuvo que hacer frente a la incomprensión, incluso dentro de la propia Orden de San Francisco. 

En 10 de mayo de 1623, la madre Jerónima fue privada de la dirección de la comunidad y relegada al oficio de maestra de novicias. Más tarde recuperaría su condición de abadesa, pero los enfrentamientos con los superiores de la provincia de San Gregorio no finalizaron hasta la llegada a las islas del gobernador Juan Niño de Tavora (1626).

Siempre se mantuvo firme ante cualquier intento de modificar el carisma de la fundación y esta determinación no fue comprendida, tachándola de obstinada. En el momento de su muerte, su desasimiento de todo lo material fue aún más evidente: pidió que hicieran en el suelo una cruz de ceniza y que la pusieran sobre ella y le leyeran las siete palabras que Jesús pronunció en la cruz. 

El 22 de octubre de 1630 su muerte, acaecida a las 4 de la tarde, daba paso a unas multitudinarias honras fúnebres. La fama de su santidad fue aumentada por los milagros atribuidos a su intercesión y en 1633 la ciudad de Manila pedía al Rey que se realizaran las gestiones para su canonización. El intento contó con el apoyo de la Corona, pero diversas causas, entre las que los autores señalan motivos económicos, retrasaron su tramitación.

La biografía de sor Jerónima, escrita por Letona, ofrece numerosos y más que sorprendentes datos, de los cuales, trascribimos algunos, resumiendo y actualizando la ortografía del texto, publicado en México, en 1662 y accesible en línea, gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Con más de sesenta y cinco años de edad y pocas menos enfermedades anduvo por mar y tierras más de cinco mil leguas -más de veinte mil kilómetros-.

Nació Jerónima en Toledo, día de la Traslación de San Jerónimo, a nueve de mayo el año 1555, era rey de las Españas y de las Indias el Emperador Carlos V. 

Sus padres fueron, el Licenciado Pedro García Yáñez, gran jurisconsulto y doña Catalina de la Fuente su mujer, virtuosos ricos y muy nobles, vecinos de la calle de los Letrados, junto a San Marcos.

Habían ya tenido en su matrimonio dos hijas, y su padre deseaba con demasiado extremo, que le naciese un hijo, con que fue muy destemplado el sentimiento y enojo que recibió, cuando nació Jerónima y supo que era hija, y entrándose en la sala donde estaba su mujer, turbado y colérico, dio tan desmedidas voces, que la comadre y criadas se salieron huyendo, arrojando a Jerónima al duro suelo, donde estuvo algunas horas, desamparada de criaturas, y expuesta a las puertas de la divina providencia que la amparó. Porque, entrando en el aposento acaso, su abuela Paterna, viendo a la niña tiritando de frío sobre el duro suelo, y herida en la cabeza, se enterneció sumamente, y la abrigó entre sus brazos, y pronosticó que había de ser la honra de su linaje y muy gran sierva de Dios.

Su padre era tan caritativo, que la mayor parte de su hacienda (que era mucha) la gastaba en limosna de pobres, hospitales y obras pías. Todos los días iba a Misa, y tenía, indispensables, dos horas de oración mental, de rodillas, sin que jamás dejase esta tarea.

Doña Catalina de la Fuente, madre de Jerónima, fue mujer de singular virtud y las tenía todas en heroico grado... cuyo fruto fue la gran Jerónima, que (si así se puede decir), fue hija de su madre, más en el espíritu que en la carne. El cuerpo de esta matrona, después de haber estado muchos años debajo de la tierra, se halló entero e incorrupto.

Tuvo Jerónima tres hermanas, dos mayores que ella, y una menor. María, Mariana y Petronila, todas de raro espíritu y singular virtud. María y Mariana, siendo niñas de menos de siete años, un Viernes Santo, encerrándose juntas en una celda de Santa Isabel la real, se desollaron a azotes, y se dio cada una (según su cuenta) más de cinco mil. Ambas murieron doncellas y después de diecisiete años de enterradas, abriendo acaso la sepultura de Mariana, hallaron su cuerpo entero, con toda su cabellera el rostro hermoso y los ojos vivos, y la sentaban y ponían de pie como si estuviera viva, y casi todo Toledo concurrió a ver esta maravilla. Petronila fue casada. Parecida en todo a sus hermanas y con solo referir sus virtudes, se podía hacer un tratado grande de la perfecta casada.

Dos tías tuvo Gerónima, hermanas de su padre, religiosas de Santa Isabel, llamadas, Francisca de Belén, abadesa, e Inés de Santa Ana, maestra de novicias.

Santa Isabel, Palacio Mudéjar y Templo Gótico. Toledo. Mantiene la estructura mudéjar de los siglos XIV y XV.

Desde esta [temprana] edad empezó Jerónima a darse a la oración, a los ayunos... a darse con un canto en los pechos hasta sacar sangre, como su patrón San Jerónimo, ...también comenzó desde la edad de cuatro a cinco años, a frecuentar los Sacramentos.

Acabada de destetar solía de ordinario llorar diciendo que no quería se niña por poder ser Sacerdote, y disponerse para decir Misa cada día.

La primera vocación que Jerónima tuvo de ser Religiosa, fue en el año de 1559, siendo de cuatro años, siendo de cuatro años, por haber leído la vida de Nuestra Madre Santa Clara.

Después tuvo otra vocación el año de 1569, en que la gran M. S. Teresa fundó su Monasterio en Toledo, donde deseó sumamente ser su discípula.

Amábanla sus padres en extremo, y por no privarse de su presencia no daban oídos a las repetidas ansias con que les decía que deseaba dejar el mundo.

Pero el Señor, que eficaz y suavemente dispone los medios para sus altísimos fines dio a Jerónima una peligrosa enfermedad en que llegó a estar desahuciada de todos los médicos de Toledo. Pareciole buena ocasión esta para lograr sus deseos, y dijo a sus padres que, pues ya la veían que se moría, prometiesen a Dios de entrarla religiosa, luego prometieron de hacer lo que su hija les pedía, y desde ese punto empezó a mejorar.

Convaleció, pero de la enfermedad quedó ciega, e hizo voto a la Virgen de la Estrella y a Santa Lucía, de llevarles a cada una unos ojos de plata, si la vista se le restituyese, y luego empezó a ver algo y dentro de pocos días, veía perfectamente. Dio prisa a sus padres, para que la llevase a Santa Isabel, y que esto había de ser el día de la Asunción de la Virgen.

El insigne y religiosísimo y Real Monasterio de Santa Isabel de Toledo de la Orden de N.M.S. Clara se fundó a expensas de la Reina Católica doña Isabel, en 1477.

A quince de Agosto, jueves, día muy señalado y muy solemne de la Asunción de la Virgen, del año 1570, a hora de Vísperas entró en este Monasterio Real Doña Jerónima Yáñez de la Fuente, donde luego recibió el hábito de nuestra M.S. Clara, llamándose Jerónima de la Asunción. Cuando entró por la puerta reglar, se dijo a sí misma: ... Toda tu vida has de ser tan obediente, como aquel monje, que no acabó la O, cuando le llamó el Prelado.

A su grande espíritu le pareció poca aspereza la de la Religión, y así, tuvo una tentacioncilla de pasar a otra.

Llegóse el día de la Profesión, que fue el 17 de Agosto del año 1571. 

De tal suerte encarceló su lengua, que si no era preguntada y en cosa forzosa, no respondía, y si podía responder por señas, excusaba las palabras. Para no descuidarse en esta virtud, solía traer unas piedrecillas menudas en la boca, y aconsejaba a otras las llevaran, diciendo que, para saber bien hablar, era necesario saber bien callar. Y si se descuidaba en hablar alguna palabra no necesaria, se ponía una mordaza.

De su Viaje a Filipinas.

El agente principal de los deseos de la Madre Jerónima, fue el Padre Fray José de Santa María, el cual sacó todas las Cédulas reales necesarias para el viaje y para la fundación.

Notificó en forma al Real Convento de Santa Isabel, y a su prelada Doña Estefanía Manrique y a la M. Jerónima el día alegre y celebérrimo el Domingo de Resurrección de 1620. Leyéronse en Comunidad las Patentes con muchos llantos, desmedidas voces, sollozos y lágrimas de todas las religiosas que sentían con extremo perder la santa y admirable compañía de la madre Jerónima. La ciudad de Toledo, con todas sus Religiones y Comunidades hizo los mismos sentimientos. Eran increíbles los clamores de innumerables pobres, a quien solía socorrer Jerónima, que hundían a llantos la portería de Santa Isabel. Era grandísimo el concurso de los Señores y Señoras de títulos y de otros grandes personajes de Toledo que hubo en Santa Isabel nueve días continuos, que se dilató la salida de la M. Jerónima.

De Sevilla a México

A veintidós de Junio salieron de Sevilla. A cinco de Julio se embarcaron en la flota y el día de S. Clara llegaron a la Isla de Guadalupe. Por Septiembre llegaron a Veracruz y de allí al tercer día salieron para México, a donde llegaron a fines de Septiembre y fueron recibidas por los Virreyes y fueron llevadas al Monasterio de S. Clara, donde estuvieron hasta la Cuaresma del año siguiente, de 1621. El Miércoles de Ceniza de 1621 hicieron su viaje al Puerto de Acapulco, donde estuvieron diez días.


En este puerto, el más célebre del mar del sur, se embarcaron a primero de Abril de este año, el mismo día en que el gran Monarca Philipo IIII, empezó a gobernar su dilatada monarquía.

A veinticuatro de Julio llegaron a Filipinas y desembarcaron en el puerto de Bolinao, de donde, por tierra, hicieron su viaje a Manila. Con que, a cinco de Agosto, desembarcaron en Manila en la Puerta de los Almacenes, habiendo gastado en todo su viaje desde Toledo a Manila, un año, tres meses y nueve días.

Víspera de Todos Santos recibieron el hábito tres novicias, todas doncellas principales y El año 1652 habían ya profesado ochenta en Manila y otras tantas en Macan.

El primero y más principal fundamento que la Madre Jerónima echó en el edificio de esta fundación, fue el que la santa pobreza, que ordena la primera Regla, que profesó, y no admite rentas. Por lo cual, devolvió a la Patrona una hacienda grande que en sus escrituras de patronazgo había hecho donación a las monjas, y asentó que las novicias se recibiesen sin dotes y que en la clausura no hubiese criada alguna, sino que las Monjas, por semanas hiciesen todo lo necesario al servicio de la Comunidad. Y sobre estos puntos padeció increíbles trabajos, ocasiones del dictamen humanamente prudente de un Provincial recién electo, que quería que hubiese rentas, dotes, y criadas.

No se acabó de sosegar tan presto el artículo de la pobreza total, que la M. Jerónima deseaba y pretendía entablar en su fundación, que con razones de humana prudencia, fortísimamente se la contradecían, diciéndola que sería bien que las monjas entrasen con dotes.

Pero la valentísima Jerónima, con una entereza y fortaleza más que humana, se opuso a todo, resistiendo a sus contrarios e insistiendo en que se había de guardar con toda puntualidad la primera Regla de N.M.S. Clara.

Replicóle uno, diciendo que los Prelados que habían aceptado aquellas limosnas perpetuas eran muy santos.  

-Yo no lo dudo, -respondió Jerónima-, pero yo no vine solo a imitar a los Santos de Manila, sino a nuestro P.S. Francisco, y a nuestra M. Santa Clara, que son santos de Asís, con ellos me entiendo, y lo que ellos no hicieron, no he de hacer yo, y sobre el caso iré a Roma, a pedir justicia al Papa.

Jerónima solía decir que no quisiera haber hecho el convento en Manila, sino en una peña en medio del mar, donde fiaba de la providencia divina, que la acudiría con todo lo necesario.

Otra persecución más grande de la Ciudad padeció la M. Jerónima en esta su fundación, diciéndola que no recibiese a la Religión a las doncellas más principales, más hermosas y nobles (como las que iba recibiendo) porque no quedarían mujeres de calidad, con quien casarse los hombres de porte.

El Provisor del Arzobispado, con pretexto de un decreto del Concilio Tridentino, notificó una excomunión a la M. Jerónima, la cual volvió las espaldas al empezar la notificación, con que el provisor dejó fijada la excomunión en las mismas puertas del Convento.

Por otra parte, se consideraba muy encerrada en una muy estrecha clausura, y que era recién venida de Castilla a tierras tan remotas, donde no hallaba criatura alguna a quien volver los ojos.

Después de esta se le siguió otra persecución harto terrible, porque decían que hacía mal en recibir a la Religión, mujeres que no fuesen nobles, por ser (decían) cosa de menos valer, donde había mujeres tan principales, se recibiesen otras no tan nobles. 

También padeció algo sobre si habían de profesar sus novicias de diez y ocho o diez y seis años de edad. En todas estas borrascas y tormentas estaba sosegada la nave del corazón de Jerónima.

Pareciole al Provincial, que para sus intentos era bueno quitar su oficio de Abadesa a la M. Jerónima, con pretexto de un decreto Apostólico, que ordena que el oficio de Abadesa dure solo tres años, y haberlos desde que la M. Jerónima, salió de Toledo, haciendo este oficio.

Por su defensa tan justificada padeció otros baldones, tratándola de ambiciosa y desobediente, nombres indignísimos para una mujer, que con plena deliberación (a lo que parece) jamás pecó.

En fín a diez de mayo del año 1623, nombró el Provincial por abadesa a la M. Leonor de San Francisco, Novicia que había sido en Toledo, de la M. Jerónima y que era muy hija de su espíritu, con que conservó religiosamente todo lo que había establecido su maestra. Y a la Madre Jerónima hizo Maestra de Novicias, y lo fue santísimamente tres años después de los cuales le fue restituido el oficio de Abadesa y le tuvo mientras vivió.

Rogáronla una vez sus hijas que diese algún sueño y descanso a su fatigado cuerpo, que le traía muy aperreado. A que respondió: “Tanto pierdes de vivir, cuanto te echas a dormir”.

A lo último de su vida pidieron una vez sus hijas que no las privase del consuelo de oírla. A que respondió: “Es mejor hablar con Dios que hablar de Dios”. Y diciendo y haciendo puso el dedo en la boca.

Nos dejó escrito de su mano un libro de más de sesenta pliegos, intitulado: “Carta de Marear en el mar del mundo” (al modo que santa Teresa escribió el “Camino de Perfección”).

Toda la vida de Jerónima fue una continua preparación para una buena muerte. Aunque los últimos treinta años de su vida, vivió continuamente enferma, a los principios de septiembre de 1630 se le agravaron todos sus achaques extraordinariamente, y conoció que se le iba acabando la vida a toda prisa, con que era incomparable el gozo que sentía en su alma, porque desde el mar de esta vida, miraba ya cerca del puerto del Cielo, y aunque sus hijas rogaban que no las dejase, respondió: “Dios no necesita para sus obras de criatura tan ruin como yo... yo no deseo vivir ni morir...”

A veinte de Octubre, que fue Domingo, a las tres de la tarde bajó a la portería a aguardar al Provincial, que había de entrar a tener Capítulo, y estando allí, alzó los ojos al Cielo y dijo: “Señor, ya es hora; vamos ya, Señor”. Y se quedó suspensa. Después del Capítulo, se sintió tan fatigada que hubieron de ayudarla a subir al Dormitorio. Se acostó en su camilla, que era una pobre tarima cubierta con una esterilla vieja, y su almohada un madero, que fue su cama toda su vida.

Pasó toda la noche en gravísimos dolores, pero en muy regalaos coloquios con su Esposo y con sus hijas.

El lunes veintiuno de Octubre bajó a comulgar en ajenos brazos y dijo a quien la llevaba, que aquella sería la última vez. 

Cuando la llevaron a su pobre lecho dijo. “Ya es llegada mi hora”. Toda la noche pasó en divinos y amorosos coloquios, y a las tres de la mañana, pidió con mucha instancia que trajesen ceniza, y en el suelo hiciesen con ella una cruz y que la pusiesen sobre ella.

Entregó su alma a las cuatro de la mañana, a 22 de Octubre del año 1630, siendo de edad de setenta y cinco años, cinco meses y trece días.

Quedó su rostro gracioso y hermoso, y su cuerpo tan compuesto, que excusó a sus hijas del trabajo de componerle.

Por toda la Ciudad de Manila se divulgó luego la dichosa muerte, en todas sus calles, plazas y barrios, no se oía otra cosa, sino “Ya murió la Santa”.

Todo aquel día fue tan grande el concurso de la gente que hubo en la iglesia, que otro tal fin no se había visto en Manila, y aunque se pusieron dos guardias, no fueron bastante a impedir a la multitud venerar el cuerpo y besar sus pies y quitarle reliquias.

Sacáronse allí algunos retratos suyos, que después se repartieron, no solo en Manila, sino también en México y en La Puebla; y uno de ellos está en la suntuosa Iglesia de N.M. Santa Clara de la Puebla de los Ángeles.

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Firma de Sor Jerónima en una carta dirigida a Felipe IV en 1623. Archivo de Indias, Sevilla (Fuente: H.Glez. Zymla, UCM).

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lunes, 13 de junio de 2022

RUBENS interpreta la historia de AQUILES en la ILÍADA de HOMERO

1788, traducción de García Malo, dedicada al Conde de Floridablanca:

No habiendo casi Reyno alguno de los cultos de Europa en que no se hayan hecho muchas traducciones de los Poëmas de Homero en sus respectivos idiomas; no teniendo nosotros en el nuestro sino la Ulisea traducida en verso suelto por Gonzalo Perez; y viendo que entre tantos como escriben al presente, ninguno emprendia la traduccion de la Iliada; me determiné yo á executarla, en verso endecasílabo Castellano.

La Ilíada -en griego antiguo Ἰλιάς/Iliás y en griego moderno, Ιλιάδα/Iliáda-, es una epopeya griega, atribuida tradicionalmente al gran rapsoda ciego, Homero, compuesta en hexámetros dactílicos -o hexápodos, formados por 6 pies, de los cuales, cada uno es un dáctilo, es decir, la combinación de una sílaba larga y dos breves-. Contiene 15.693 versos, repartidos en veinticuatro Cantos o Rapsodias. Narra las causas y consecuencias de la cólera μῆνις/mênis, de Aquiles a lo largo de 51 días, ya durante el décimo y último año de la Guerra de Troya. El título de la obra procede del nombre griego de Troya, Ιlión.

La Odisea traducida por Gonzalo Pérez. 1550

La Odisea, Ὀδύσσεια/Odýsseia, también contiene veinticuatro cantos, y es igualmente atribuida a Homero, quien, por otra parte, pudo ser un compilador de tradiciones -lo que no le restaría mérito alguno-. No sabemos exactamente la fecha de composición de estas obras, aunque suelen datarse a partir de la segunda mitad del siglo VIII aC. Del mismo modo, resulta complejo deducir, cuál de las dos fue la primera, pero, dado que la Odisea narra el fin de la guerra y el retorno de los griegos a sus reinos de origen, parece que hay que entenderla como segunda parte y final del relato.

Placa de arcilla encontrada en Olimpia, en el Peloponeso. Podría ser la inscripción más antigua que se conserva de "La Odisea" de Homero, según el Ministerio de Cultura Griego.

Rubens visualizó la historia de Aquiles, a partir del noveno año del asedio de Troya, inspirándose, en primer lugar, en las claras descripciones de Homero en la Ilíada, aunque por algunos detalles incluidos en sus bocetos, parece que también se sirvió de los relatos de otros autores, con carácter complementario.

Sir Peter Paul Rubens – Retrato del artista. Royal Collections. RU.

Pedro Pablo Rubens es, sin duda, uno de los artistas más importantes de la Historia del Arte, cuyo virtuosismo sigue siendo comprendido y admirado, casi cuatro siglos después de su muerte.

Nacido en Siegen, del Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania, el 28 de junio de 1577, moriría en Amberes, Ducado de Brabante, entonces, todavía Países Bajos Españoles, y actual Bélgica, el 30 de mayo de 1640, poco antes de cumplir 63 años.

Sus principales influencias procedían del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci; Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, y, sobre todo, de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó "con él, la pintura ha encontrado su esencia".

De acuerdo con el mito homérico, Aquiles, era nieto de Éaco, e hijo de Peleo y Tetis, por lo que será llamado, Eácida o más generalmente, Pelida, aunque también es denominado y conocido como, El de los pies ligeros.

Como sabemos, casi recién nacido, su madre lo sumergió en las aguas del Estigia, con el objetivo de crear una especie de escudo invisible sobre su piel, que impediría que recibiera heridas. Pero la fatalidad hizo que Tetis no se percatara de que, para sumergirlo de cabeza, lo había sujetado por un talón, que no recibió el agua, y quedó como su único punto vulnerable.

Después encargó su formación al Centauro Quirón, que lo educó junto a Patroclo, creándose así entre los dos niños, una amistad incondicional.

Cuando llegó la hora de ser reclutado para la invasión de Troya, su madre -advertida de que, si lo hacía, no volvería con vida-, trató de ocultarlo en casa de Licomedes, disfrazado de doncella, entre las hijas de este, pero no contaba con la sagacidad de Ulises, que lo descubrió y le obligó a acudir a la guerra.

Pues bien, ya en plena guerra, Agamenón, el general de los aqueos, dánaos, o argivos -que tales son los nombres que reciben los griegos en la obra de Homero-, secuestra a Criseida, hija del sacerdote troyano, Crises, quien logra que una peste se extienda por el campamento griego, que no cesará, hasta que Agamenón devuelva a la joven. Así, cuando este se ve obligado, la devuelve, pero, para resarcirse, se apropia de Briseida, que era trofeo de Aquiles. 

Este no pudo negarse, pero, ofendido, se encerró en su tienda y abandonó el combate; una decisión fatal para los griegos, pues Aquiles era uno de sus mejores guerreros, si no el mejor.

Andando el tiempo, Patroclo, convencido de que debía colaborar en la batalla, le pide a Aquiles que le preste su escudo y así armado se une a los atacantes de Troya.

Pero Patroclo muere a manos de Héctor, hijo de Príamo, el monarca troyano, y el dolor y la ira, sacan a Aquiles de la tienda, para volver, a su vez, a la lucha. Reaparece así, y empieza matando a tantos, que Escamandro, se enfada, porque los cadáveres que el pelida deja a su paso, obstruyen el curso del río como una presa. Cuando Aquiles descubre a Héctor, lo persigue durante tres días en torno a la muralla, hasta que consigue matarlo, y para completar su venganza, ata el cadáver a su carro, y lo arrastra, siempre en torno a las murallas, durante nueve días más.

Finalmente, Príamo, consigue, entre llantos y ruegos, que le sea devuelto el cadáver de su hijo, y la Ilíada termina con la celebración de sus funerales.

Pero la historia continúa, porque las venganzas se suceden hasta el final, así, Paris, hermano menor de Héctor, será el elegido por los dioses, para arrojar una flecha envenenada, que irá a clavarse, certera, en el talón de Aquiles, quien, naturalmente, muere.

Posteriormente, Filoctetes, de Tesalia, armado con un arco que pertenece a Herakles, e imprescindible para alcanzar la victoria, matará a su vez, a Paris.

Ayax Telamonio–Τελαμώνιος/Telamốnios, hijo de Telamón, rey de Salamina, y primo de Aquiles -también educado por Quirón-, recupera el cadáver de Aquiles, y lucha, por recuperar igualmente, el famoso escudo del muerto. Siendo de carácter testarudo, Ayax se obsesiona, hasta tal punto que, con quijotesca locura, se dedica a matar corderos, creyendo que son soldados, a los que ve por todas partes. Finalmente, será Ulises quien se quede con el escudo.

Áyax porta el cadáver de Aquiles, protegido por Hermes y Atenea. Ánfora ática de figuras negras, ca. 520-510 a. C. Louvre.

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La historia de Aquiles, de Rubens, es una serie de ocho tapices que representan diversos momentos significativos, de la vida del héroe de Tesalia. Se supone que el artista trabajó por encargo, pero hasta la fecha, se ignora quién pudo hacérselo, aunque se habla de la posibilidad de que fuera el rey de España Felipe IV, o el de Inglaterra, Carlos I, pero no existe ninguna base documental en este sentido.

La mayor parte de las pinturas de esta serie se conservan en el Museo Nacional del Prado y en el Museum Boijmans Van Beuningen de Róterdam, en los Países Bajos.

Rubens empezó pintando ocho bocetos al óleo, sobre tabla, bocetos que están catalogados entre lo mejor de su obra. Posteriormente, y ya con la colaboración del taller, se confeccionarían los grandes modelos que debían servir de base para la elaboración de los cartones, a partir de los cuales se tejieron los tapices. De la observación del resultado, es evidente que Rubens conocía muy bien la Ilíada de Homero.


La serie empieza en el momento en que Tetis, la madre de Aquiles, lo sumerge en las aguas del Estigia para hacerlo invulnerable, y termina con La muerte del héroe, causada por una flecha lanzada por Paris, que acierta a clavarse, precisamente en su único punto vulnerable.

Entre una y otra escena, podemos admirar episodios de la vida del colérico pelida:

1- Tetis, su madre sumerge al héroe en las aguas del Estigia,

2- La educación de Aquiles, por parte del centauro Quirón.

3- Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes.

4- La cólera de Aquiles contra Agamenón, cuando este le arrebata a Briseida, que constituía su botín.

5- La devolución de Briseida.

6- Tetis recibe las armas que Vulcano había fabricado para Aquiles. 

7- La muerte del troyano Héctor a manos de Aquiles.

8- La muerte del héroe.

Aseguraba el gran artista Delacroix, que Rubens había devuelto a Aquiles la valentía y el honor transformando su capacidad para el amor, en un sentimiento beneficioso, algo que lo elevaba a un ideal digno de admiración en la Europa del Siglo XVII.

1- Tetis introduce a Aquiles en el río Estigia. Rubens. óleo sobre tabla, 44,1 x 38,4 cm. h. 1635. Boceto. Róterdam, Museo Boijmans Van Beuninge.


Aquiles era hijo de Tetis, una ninfa del mar, y de Peleo, rey de los mirmidones de Tesalia. Cuando nació, su madre consultó al oráculo, para saber lo que le depararía el destino. El oráculo anunció que, si Aquiles participaba en una guerra, moriría. Al oírlo, Tetis cogió al niño y descendió con él al Hades, para bañarlo en las aguas del Estigia y hacerlo inmortal. Para bañarlo en aquellas aguas, lo tomó por el talón y lo sumergió de cabeza, de forma que el agua no llegó a mojar el talón, que se convirtió en el único punto débil del niño. Rubens recrea ese momento.

Al lado de la diosa, aparece una anciana que levanta una antorcha para alumbrar la profunda oscuridad del Inframundo; se trata de Láquesis, una de las Tres Parcas, es decir, las hermanas que vivían en el Hades y tejían el destino de los hombres a lo largo de su existencia terrenal.

En los laterales, con forma de columna, aparecen los reyes del Inframundo: Hades y Perséfone, y en la parte inferior, vemos a Cerbero, el can guardián de tres cabezas, de las cuales, una duerme, otra vigila, y la tercera, ladra. 

Finalmente, al fondo, en el centro, el barquero Caronte, transporta a los muertos en la barca, con la que eternamente cruza de una orilla a otra.

2- La educación de Aquiles. 1630 - 1635. Óleo sobre tabla, 109 x 88,9 cm. MNP. No expuesto.

El Centauro Quirón educó a Aquiles a petición de la madre de este. El Centauro, mitad hombre, mitad caballo, fue, en la mitología clásica, maestro de varios héroes y dioses. Los atributos que aparecen en el boceto al óleo, como la lira, la flecha y cuernos de caza, se refieren a sus lecciones de música, poesía y caza. 

También le dio lecciones de equitación y de medicina, esta última, simbolizada por el dios Esculapio, representado a la izquierda. En la Ilíada (IX, 631) se hace referencia a los conocimientos médicos de Aquiles. 

El termes femenino que sostiene una lira, a la derecha, es una de las nueve Musas, tal vez, Calíope, Musa de la Poesía Épica. La lira que cuelga del árbol es otra referencia a la educación musical de Aquiles. El primer plano, integrado por diversos instrumentos cinegéticos, entre ellos un arco, varias flechas y dos cuernos de caza, alude a esta actividad. 

Para su aprendizaje de equitación, Rubens se basó principalmente en la descripción de un cuadro que aparece en las Imágenes de Filóstrato: Quirón enseña a Aquiles a montar, obligándole a utilizar el cuerpo de su maestro como si de un verdadero caballo se tratase. La postura de Aquiles y Quirón coincide en gran parte con la escultura clásica, El centauro atormentado por Cupido -actualmente en París, Musée National du Louvre-, encontrada en una excavación en Roma, poco antes de la llegada de Rubens a esta ciudad. El artista realizó varios dibujos de esa estatua desde varios puntos de vista mientras se hallaba en la colección de Scipione Borghese.

El Centauro atormentado por Cupido. El Dios del amor ha atado las manos del Centauro para que no pueda pelear. Escultura de mármol del siglo II después de JC., según un original griego del siglo II antes de JC. Musée du Louvre.

Seguramente, en un principio el paisaje era idéntico al del boceto. Sin embargo, en una segunda fase, Rubens retocó algunos elementos. El tratamiento de la pintura y el estilo en que se representan muchos de ellos, indican que la mayor parte de este modelo lo pintó un colaborador de Rubens, posiblemente Erasmus Quellinus, que reprodujo el boceto con total fidelidad, siendo, asimismo, autor de una versión del tapiz siguiente, tercero de la serie de Rubens:

3-Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes.

Rubens. Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes 1635. MNP. No expuesto.

La sorpresa del perrito.

Para evitar que su hijo Aquiles se viera obligado a acompañar a los griegos a Troya, Tetis lo llevó a la isla de Esciros. Vestido de doncella, convivió con las hijas del rey Licomedes. Los griegos, sin embargo, descubrieron su escondite y enviaron a la isla a Ulises y a Diomedes, quienes, disfrazados de mercaderes, obsequiaron a las hijas del monarca con objetos considerados típicamente femeninos. Pro, entre ellos, Ulises había introducido una serie de armas con el fin de despertar la atención de Aquiles, que se traicionó a sí mismo interesándose de inmediato por el armamento. Según algunos autores clásicos, Ulises se hizo acompañar incluso de un trompetista para azuzar aún más los deseos marciales de Aquiles. Según estas fuentes, el héroe griego, al oír el sonido de la trompeta, se rasgó las vestimentas femeninas, cambiándolas por la armadura. 

Durante su estancia en Esciros, Aquiles se había enamorado de Deidamia, la hija más hermosa de Licomedes, y como resultado de ese amor la princesa había quedado embarazada; después nacería Neoptolemus


Rubens representa a Aquiles en el momento en que se traiciona a sí mismo poniéndose el yelmo. Su amada Deidamia, rodeada de sus hermanas, le mira llena de temor, como si se apercibiera del dramatismo de la situación. Los dos falsos mercaderes se hallan en el lado opuesto. Ulises, representado con turbante, se vuelve, tapándose la boca con una mano, como pidiendo silencio a una figura que no aparece en la escena. Tal vez estemos ante una sutil alusión al trompetista mencionado anteriormente, a quien Rubens no pintó: Ulises le indicaría que no hiciera sonar más la trompeta. 

Como es habitual, los dos termes están directamente relacionados con la escena representada. En el de la izquierda, que representa el engaño, un zorro simboliza la astucia, en tanto que la diosa Minerva/Atenea, acompañada de un pequeño búho, personifica la sabiduría.

Este modelo se diferencia del boceto en numerosos detalles, aunque en un primer momento ambas obras seguramente serían prácticamente idénticas. La mayoría de las modificaciones se introdujeron en una segunda fase. 

En este cuadro, el reparto de las tareas entre Rubens y los miembros de su taller se realiza de forma diferente a la que se aprecia en La educación de Aquiles. Como sucede en otros casos, lo más seguro es que los termes, los elementos arquitectónicos y la cartela fueran realizados por un colaborador, en tanto que el principal grupo de personajes, integrado por Deidamia y sus hermanas, serían obra exclusiva de Rubens. 

Los tres hombres y el perrito también son en gran parte atribuibles al propio maestro, pues, a diferencia de lo que ocurre con otros modelos de la serie, en este caso, Rubens no retocó figuras realizadas por un miembro de su taller, sino que el ayudante pintó primero los elementos arquitectónicos del fondo, dejando reservado un hueco sin pintar para que el maestro lo rellenase con las figuras. Mientras que en otros modelos se reservan al maestro algunos espacios para detalles secundarios como las cornucopias o los bodegones del primer plano, en este caso, se reserva el espacio que ocupan las figuras principales.

(Texto extractado de Lammertse, F.; Vergara, A.: Pedro Pablo Rubens. La historia de Aquiles, Museum Boijmans Van Beuningen-Museo Nacional del Prado, 2003, pp. 85-92).

Aquiles en la Corte del rey Licomedes. 240 dC. Fragmento. Colección Borghese, Museo del Louvre.

4-La cólera de Aquiles contra Agamenón, cuando este le arrebata a Briseida.

RUBENS. La cólera de Aquiles

“Mientras revolvía estas dudas en la mente y en el ánimo y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo... Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pelida, apareciéndose a él solo. De los demás nadie la veía.” Ilíada, Canto I.

El referente de esta pintura constituye el argumento de la Ilíada. Aquiles se rebela contra Agamenón cuando este, tras verse obligado a devolver a Criseida, hija del sacerdote Crises, decide apropiarse de Briseida; trofeo que pertenecía a Aquiles, que, inmediatamente, monta en cólera. La sucesión de los hechos empieza ya en los primeros versos del:

CANTO I

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles.

Agamenón ha secuestrado a Criseida, cuyo padre, el sacrdote Crises, no duda en presentarse ante las naves aqueas, cargado de regalos, para rescatar a su hija. Los aqueos aprobaron unánimes respetar al sacerdote y aceptar el espléndido rescate, pero aquello no complacía al Atrida Agamenón, que alejó al sacerdote de mala manera, diciéndole:

-Viejo, que no te encuentre yo junto a las cóncavas naves, bien porque ahora te demores o porque vuelvas más tarde, no sea que no te socorran el cetro ni las ínfulas del dios. No la pienso soltar; antes le va a sobrevenir la vejez en mi casa, en Argos, lejos de la patria, aplicándose al telar y compartiendo mi lecho. Vete, no me provoques y así podrás regresar sano y salvo.

El anciano sintió miedo, acató sus palabras y marchó en silencio a lo largo de la ribera del fragoroso mar y, yéndose luego lejos, dirigió muchas súplicas el anciano al soberano Apolo:

-¡Óyeme, oh tú, que proteges Crisa. Si alguna vez he techado tu amable templo o si alguna vez he sacrificado en tu honor, cúmpleme ahora este deseo: que paguen los dánaos mis lágrimas con tus dardos.

Y Febo Apolo le escuchó y descendió de las cumbres del Olimpo, airado en su corazón, con el arco en los hombros y la aljaba, e iba, semejante a la noche, oscurecido por la ira.

Luego se sentó lejos de las naves y arrojó con tino una saeta; y un terrible chasquido salió del argénteo arco. Primero apuntaba contra las acémilas y los ágiles perros; mas luego disparaba contra ellos su dardo y acertaba; y sin pausa ardían densas las piras de cadáveres.

Nueve días sobrevolaron el ejército los venablos del dios, y al décimo Aquiles convocó a la hueste a una asamblea: se lo infundió en su mente Hera, la diosa, pues estaba inquieta por los dánaos, porque los veía muriendo. Cuando se reunieron y estuvieron congregados, levantóse y dijo entre ellos Aquiles, el de los pies ligeros:

-A algún adivino preguntemos o a un sacerdote o interprete de sueños -que también el sueño procede de Zeus- que nos diga por qué se ha enojado tanto Febo Apolo, bien si es una plegaria lo que echa de menos o una hecatombe.

Tras hablar así, se sentó; y entre ellos se levantó el Testórida Calcante, de los agoreros, con mucho, el mejor, que conocía lo que es. lo que iba a ser y lo que había sido, y había guiado a los aqueos can sus naves hasta Ilión gracias a la adivinación que le había procurado Febo Apolo. Lleno de buenos sentimientos hacia ellos. tomó la palabra y dijo:

-Aquiles: Me mandas declarar la causa de la cólera de Apolo. Pues bien, te lo diré. Mas tú comprométete conmigo, y júrame que con resolución me defenderás de palabra y de obra, pues creo que voy a irritar a quien gran poder sobre todos los argivos ejerce y a quien obedecen los aqueos. Tú explícame si tienes intención de salvarme.

En respuesta le dijo Aquiles, el de los pies ligeros: 

-Recobra el buen ánimo y declara el vaticinio que sabes. Pues juro por Apolo, que mientras yo viva y tenga los ojos abiertos sobre la tierra, nadie pondrá sobre ti sus manos de entre todos los aqueos, ni aunque menciones a Agamenón, que ahora se jacta de ser con mucho el mejor de los aqueos. Y entonces ya cobró ánimo y dijo el intachable adivino: 

-Ni es una plegaria lo que echa de menos ni una hecatombe, sino que es por el sacerdote, a quien ha deshonrado Agamenón, que no ha liberado a su hija ni ha aceptado el rescate, por lo que el flechador ha dado dolores, y aún dará más. Y no apartara de los dánaos la odiosa peste, hasta que sea devuelta a su padre la muchacha de vivaces ojos sin precio y sin rescate, y se conduzca una sacra hecatombe a Crisa; sólo entonces, propiciándolo, podríamos convencerlo.

Tras hablar así, entre ellos se levantó el héroe Atrida, Agamenón, señor de anchos dominios; sus ojos parecían refulgente fuego. Primero se dirigió a Calcante con maligna mirada:

-iOh adivino de males! Jamás me has dicho nada grato: hasta ahora ni has dicho ni cumplido una buena palabra. Y dices ante los dánaos el vaticinio de que Apolo les está produciendo dolores, porque yo el espléndido rescate de la joven Criseida no he querido aceptar; pero es mi firme voluntad tenerla en casa; pues además la prefiero antes que a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no es inferior a ella ni en figura ni en talla, ni en juicio ni en habilidad. Pero, aun así, consiento en devolverla, si eso es lo mejor. Yo quiero que la hueste esté sana y salva, no que perezca. Mas disponedme en seguida otro botín; que no sea el único de los argivos sin recompensa, porque tampoco eso está bien. Pues todos lo veis: lo que era mi botín se va a otra parte.

Entonces le contestó Aquiles:

-iOh gloriosísirno Atrida, el más codicioso de todos! ¿Pues cómo te van a dar un botín los magnánimos aqueos? Ni conocemos sitio donde haya atesorados muchos bienes comunes, sino que lo que hemos saqueado de las ciudades está repartido, ni tampoco procede que las huestes los reúnan y junten de nuevo. Mas tú ahora entrega esta joven al dios, y los aqueos con el triple o el cuádruple te pagaremos, si alguna vez Zeus nos concede saquear la bien amurallada ciudad de Troya.

-A pesar de tu valía, Aquiles igual a los dioses -dijo Agamenón-, no trates de robármela; con esa excusa; no me vas a engañar ni convencer. ¿Es que quieres que mientras tú sigues con tu botín, yo me quede sentado sin él, y por eso me exhortas a devolverla? Sí, pero sólo si me dan un botín los magnánimos aqueos seleccionándolo conforme a mi deseo, para que sea equivalente; pero si no me lo dan, yo mismo puede que coja el tuyo o el de Ayante, o el de Ulises. Y se irritará aquel a quien yo me llegue. Pero esto ya lo deliberaremos más tarde. Ahora, ea, una negra nave botemos al límpido mar, reunamos remeros a propósito, metamos en ella una hecatombe, y a la propia Criseida, de bellas mejillas, embarquemos; sea su único jefe uno de los consejeros, Ayante o Idomeneo o Ulises, o tú, oh Pelida, el más terrorífico de todos los hombres, para que nos propicies al Protector, ofrendando sacrificios.

Mirándolo con torva faz, replicó Aquiles, de pies ligeros:

-¡Ay! ¡Imbuido de desvergüenza, codicioso! No he venido yo por culpa de los troyanos lanceadores a luchar aquí; porque para mí no son responsables de nada: nunca hasta ahora se han llevado ni mis vacas ni mis caballos; a ti, gran sinvergüenza, cara de perro hemos acompañado para tenerte alegre por ganar honra para Menelao recuperando a Helena de los troyanos.

Me amenazas con quitarme tu mismo el botín por el que mucho pené y que me dieron los hijos de los aqueos. Nunca tengo un botín igual al tuyo, cada vez que los aqueos saquean una bien habitada ciudadela de los troyanos. Sin embargo, la mayor parte de la impetuosa batalla son mis manos las que la soportan. Mas si llega el reparto, tu botín es mucho mayor, y yo, con un lote menudo. aunque grato, me voy a las naves, después de haberme agotado de combatir.

Ahora me marcho a Ftía, porque realmente es mucho mejor irme a casa con las corvas naves, y no tengo la intención de procurarte riquezas y ganancia estando aquí deshonrado.

-Huye en buena hora -le respondió entonces Agamenón-, si ése es el impulso de tu ánimo; no te suplico yo que te quedes por mí. A mi lado hay otros que me honrarán, y sobre todo el providente Zeus. Eres para mí el más odioso de los criados por Zeus, porque siempre te gustan la disputa, las riñas y las luchas. Vete a casa con tus naves y con tus compañeros, y reina entre los mirmidones; no me preocupo de ti, ni me inquieta tu rencor. Pero te voy a hacer esta amenaza: igual que Febo Apolo me quita a Criseida, y yo con mi nave y con mis compañeros la voy a enviar, puede que me lleve a Briseida, de bellas mejillas, tu botín, yendo en persona a tu tienda, para que sepas bien cuanto más poderoso soy que tú, y aborrezca también otro, pretender ser igual a mí y compararse conmigo.

La aflicción invadió al Pelida, y su corazón dentro del pecho vacilaba entre dos decisiones: o desenvainar la aguda espada que pendía a lo largo del muslo y hacer levantarse a los demás y despojar al Atrida, o apaciguar su cólera y contener su furor.

Mientras revolvía estas dudas en la mente y en el ánimo y sacaba de la vaina la gran espada, llegó Atenea del cielo; por delante la había enviado Hera, la diosa de blancos brazos, que en su ánimo amaba y se cuidaba de ambos por igual. Se detuvo detrás y cogió de la rubia cabellera al Pelida, a él solo apareciéndose. De los demás nadie la veía. Quedó estupefacto Aquiles, giró y al punto reconoció a Palas Atenea; terribles sus ojos refulgían. Y dirigiéndose a ella, pronunció estas aladas palabras: 

-¿A qué vienes ahora. vástago de Zeus, portador de la égida? ¿Acaso a ver el ultraje del Atrida Agamenón? Mas te voy a decir algo, y eso espero que se cumplirá: por sus agravios pronto va a perder la vida.

Díjole, a su vez, Atenea, la ojizarca diosa: 

-Para apaciguar tu furia, si obedeces, he venido del cielo, y por delante me ha enviado Hera. que en su ánimo ama y se cuida de ambos por igual. Ea, cesa la disputa y no desenvaines la espada con tu brazo. Mas sí, injúrialo de palabra e indícale lo que sucederá. Pues lo siguiente te voy a decir, y eso quedará cumplido: un día te ofrecerá el triple de tantos espléndidos regalos a causa de este ultraje: tú domínate y haznos caso.

-Preciso es, oh diosa -dijo Aquiles-, observar la palabra de vosotras dos, aunque estoy muy irritado en mi ánimo, pero así es mejor. Al que les obedece, los dioses le oyen de buen grado.

Dijo, y en la vaina empujó de nuevo la enorme espada y no desacató la palabra de Atenea. Y ésta marchó al Olimpo, pero el Pelida, de nuevo con dañinas voces habló al Atrida y no depuso aún la ira:

-¡Ebrio, que tienes mirada de perro y corazón de ciervo! Nunca tu ánimo ha osado armarse para el combate con la hueste ni ir a una emboscada con los paladines de los aqueos: eso te parece que es la propia muerte. Es mucho más cómodo en el vasto campamento de los aqueos quitar los regalos al que hable en contra de ti. ¡Rey devorador del pueblo, porque reinas entre nulidades! Esta de ahora habría sido tu última afrenta, pero te voy a decir algo y prestaré además solemne juramento: añoranza de Aquiles llegará un día a los hijos de los aqueos sin excepción, y entonces no podrás, aunque te aflijas, socorrerlos, cuando muchos bajo el homicida Héctor sucumban y mueran. Y en tu interior te desgarrarás el ánimo de ira por no haber dado satisfacción al mejor de los aqueos.

Después. tiró al suelo el cetro, y se sentó. Y el Atrida al otro lado ardía de cólera. Entre ellos Néstor, de meliflua voz, se levantó. De su lengua fluía la palabra, más dulce que la miel, y dijo:

-¡Ay! ¡Gran pena ha llegado a Ia tierra aquea! Realmente, estarían alegres Príamo y los hijos de Príamo, y los demás troyanos enorme regocijo tendrían en su ánimo, si se enteraran de todo esto por lo que os batís los dos que sobresalís sobre los dánaos en el consejo y en la lucha. Mas hacedme caso; ambos sois más jóvenes que yo, pero ya en otro tiempo con varones aún más bravos que vosotros tuve trato, y ellos nunca me menospreciaron. Y atendían mis consejos y hacían caso a mis palabras. Mas hacedme caso también vosotros, pues obedecer es mejor. Ni tú, aun siendo valeroso, quites a este la muchacha; déjasela, pues se la dieron como botín los hijos de los aqueos, ni tú. oh Pelida, pretendas disputar con el rey frente a frente, pues si tú eres más fuerte y la madre que te alumbró es una diosa [Tetis], sin embargo, él es superior, porque reina sobre un número mayor. iAtrida, apacigua tu furia! Soy yo ahora quien te suplica que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos alto bastión que defiende del maligno combate.

-Si que es, oh anciano, oportuno cuanto has dicho, respondió Agamenón. Pero este hombre quiere estar por encima de todos los demás, a todos quiere dominar. sobre todos reinar, y en todos mandar; si buen lanceador lo han hecho los sempiternos dioses, ¿por eso le estimulan a proferir injurias?

Le interrumpió y respondió Aquiles:

-Verdaderamente, cobarde y nulidad se me podría llamar, si cediera ante ti en todo lo que digas. A otros manda eso, pero no me lo ordenes a mí, que yo ya no pienso obedecerte. Y otra cosa te voy a decir, y métela en tu entendimiento: con las manos yo no pienso luchar por la muchacha ni contigo ni con otro, pues me quitáis lo que me disteis. Pero de lo demás que tengo junto a la veloz nave negra, no podrías quitarme nada ni llevártelo contra mi voluntad. Y si no, inténtalo, y se enterarán también éstos: al punto tu oscura sangre manara alrededor de mi lanza.

Tras enfrentarse así con tan opuestas razones, ambos se levantaron y dieron fin a la asamblea junto a las naves de los aqueos. 

Desde entonces, Aquiles de pies ligeros, dejó de asistir a la asamblea y al combate, sino que iba consumiendo su corazón a solas.

Versión muy resumida, basada en la traducción de E. Crespo Güemes, Gredos 1996.

5-La devolución de Briseida.

Rubens: Briseida devuelta a Aquiles por Néstor, 1630 - 1635. Óleo sobre tabla, 107,5 x 163 cm. No expuesto. Modelo para el tapiz del mismo tema.

Cuando Aquiles supo que su amigo Patroclo había muerto a manos de Héctor, decidió vengarle. Venció su ira hacia Agamenón y se mostró dispuesto a volver a luchar con los griegos. Tan pronto como Agamenón se enteró de esta noticia, mandó buscar los obsequios que había prometido entregar a Aquiles en caso de que éste volviera a empuñar su espada. El gesto más importante de Agamenón fue la devolución de la hermosa Briseida, que había arrebatado a Aquiles. Rubens se mantuvo bastante fiel a esta descripción, aunque redujo considerablemente la lista de obsequios mencionados por el poeta. 

Aquiles se abalanza hacia Briseida, la de hermosas mejillas. El viejo Néstor, que se encuentra detrás de la muchacha, parece empujarla hacia delante. La figura que levanta la mano detrás de Briseida ha sido identificada como Ulises, pero consideramos más plausible la hipótesis de que se trate de Agamenón, quien jura no haber compartido nunca el lecho con la doncella cautiva. 

Al fondo se ve una tienda con el cadáver de Patroclo. Junto al cuerpo presente aparecen dos mujeres enlutadas lamentándose, tal y como relata Homero (XIX, 300-301). 

Los dos termes representan a Mercurio, el mensajero de la paz, y a la Concordia. Mercurio luce un tocado de plumas y lleva su caduceo, una varita con dos serpientes enrolladas que simboliza la paz. Rubens volvió a representar el caduceo en primer plano. 

La Concordia va ataviada con una corona de laureles y en su parte inferior se aprecia una corona con dos manos enlazadas. En primer plano, junto al caduceo ya mencionado, se observa una palma, emblema de la paz, y dos cornucopias repletas de frutos. El conjunto de la escena simboliza el regreso de la paz y la concordia al campo griego tras la decisión de Aquiles de volver a la batalla.

El modelo sigue bastante fielmente al boceto. Como en todos los modelos de la serie, los elementos arquitectónicos están mucho más elaborados que en el boceto. Los amorcillos de la parte superior tienen mayor tamaño, y se ha modificado la posición de la cabeza de los dos amorcillos del lado izquierdo. En la radiografía se observa que la cabeza original del erote de la derecha se correspondía con el boceto y que posteriormente fue modificada por Rubens para hacer que dirigiese su mirada a la escena que se desarrolla debajo de él.

Todo hace suponer que en un principio la composición del boceto se trasladase al modelo con fidelidad. Probablemente los contornos de toda la escena los trazó un colaborador al pincel con un tono oscuro. Una vez preparados los contornos por un miembro del taller, este mismo, u otro colaborador, comenzó a pintar. No cabe duda de que se hizo cargo de los termes y los demás elementos arquitectónicos. Seguramente realizara asimismo los caballos -sin duda el que asoma su cabeza por encima del caballo blanco es obra de un colaborador de Rubens, y no del maestro-, y el muchacho que sujeta las riendas del caballo marrón en primer plano. Las demás figuras, incluidos los amorcillos, deben ser atribuidas a Rubens.

Pedro Pablo Rubens. La historia de Aquiles, Rotterdam-Madrid, 

Museum Boijmans Van Beuningen; Museo Nacional del Prado, 2003, p.106-113

Aquiles le entrega Briseida a Agamenón. Casa del Poeta Trágico, en Pompeya. Fresco, siglo I d.C., Museo Arqueológico Nacional, Nápoles

6-Tetis recibe las armas que Vulcano había fabricado para Aquiles.

Tetis recibe las armas de Aquiles, de manos de Vulcano. Boijmans van Beuningen

En este boceto al óleo, Rubens representa el momento en que el héroe griego Aquiles había perdido su armadura, que le prestó a su amigo Patroclo, pero había decidido participar nuevamente en la Guerra de Troya. Su madre Tetis le pidió ayuda a Vulcano, el dios del fuego. Inmediatamente se puso a trabajar para forjar una nueva armadura. En este boceto al óleo, el quinto de la serie de Rubens.

En el canto XVIII de la Ilíada, Tetis pidió a Hefesto, el herrero de los dioses, que forjara una armadura y un escudo para su hijo Aquiles. Homero describe el detalle las escenas cívicas, agrarias y pastoriles cinceladas en el escudo; un microcosmos de la vida cotidiana pacífica en tiempos homéricos. Comienza con la Tierra, la Luna, el Sol y las constelaciones repujadas en el centro, y termina con una escena de baile en Creta, cuyos pasos representan los vericuetos del laberinto cretense, y con la mención del río Océano que según se creía rodeaba el mundo conocido. La descripción del escudo de Aquiles constituye seguramente la écfrasis más antigua conocida de la historia de la literatura, y el ejemplo de lo que algunos críticos modernos han venido a denominar “écfrasis nocional”, es decir la representación literaria de una obra de arte imaginaria, en oposición a “écfrasis real”, que describe una obra de arte existente. Desde entonces, en la literatura europea, una buena descripción es parte integrante de la narración.

…”Fabricó (Hephaistos) en primerísimo lugar un alto y compacto escudo... Hizo figurar en él la tierra, el cielo y el mar, El infatigable sol y la luna llena, así como todos los astros que coronan el firmamento: las Pléyades, las Híades y el poderío de Orión, y la Osa, que también denominan con el nombre de Carro, que gira allí mismo y acecha a Orión, y que es la única que no participa de los baños en el Océano. 

Realizó también dos ciudades de míseras gentes. En una había bodas y convites, y novias a las que a la luz de las antorchas conducían por la ciudad desde cámaras nupciales... Los hombres estaban reunidos en el mercado. Allí se había entablado una contienda, y dos hombres pleiteaban por la pena debida a una causa de asesinato: uno insistía en que había pagado todo en su testimonio público, y el otro negaba haber recibido nada, y ambos reclamaban el recurso a un árbitro para el veredicto. Las gentes aclamaban a ambos, en defensa de uno o de otro, y los heraldos intentaban contener al gentío. Los ancianos estaban sentados sobre pulidas piedras en un círculo sagrado y tenían en las manos los cetros de los claros heraldos, con los que se iban levantando para dar su dictamen por turno. En medio de ellos había dos talentos de oro en el suelo, para regalárselos al que pronunciara la sentencia más recta. 

La otra ciudad estaba asediada por dos ejércitos de tropas que brillaban por sus armas. Las queridas esposas y los infantiles hijos defendían el muro. De pie sobre él, los varones a los que la vejez incapacitaba. Los demás salían y al frente iban Ares y Palas Atenea, ambos de oro y vestidos con áureas ropas, bellos y esbeltos con sus armas, como corresponde a dos dioses. 

En cuanto llegaron a donde les pareció bien tender la emboscada – un río donde había un abrevadero para todos los ganados – se apostaron allí, recubiertos de un rutilante bronce dos vigías. Pronto aparecieron: dos pastores recreándose con sus zampoñas sin prever en absoluto la celada. Al verlos, los agredieron por sorpresa y en seguida interceptaron la manada de vacas y los bellos rebaños de blancas ovejas y mataron a los que las apacentaban. Nada más percibir el gran clamor ...se entabló la lucha en las riberas del río, y unos a otros se arrojaban las picas, guarnecidas de bronce. Todos intervenían y luchaban igual que mortales vivos y arrastraban los cadáveres de los muertos de ambos bandos. 

También representó una fértil campiña, que daba tres vueltas de ancho. En él muchos agricultores, haciendo surcos, ansiosos de llegar al término del profundo barbecho, que tras sus pasos ennegrecía y parecía tierra arada a pesar de ser oro, ¡singular maravilla de artificio! 

Representó también un dominio real. En él había jornaleros que segaban con afiladas hoces en las manos. Entre ellos el rey se erguía silencioso sobre un surco con el cetro, feliz en su corazón. Los heraldos se afanaban en el banquete bajo una encina y se ocupaban del gran buey sacrificado; y las mujeres espolvoreaban copiosa harina blanca para la comida de los jornaleros. Representó también una viña muy cargada de uvas, bella, áurea, de la que pendían negros. Alrededor trazó un foso de esmalte y un vallado de estaño; un solo sendero guiaba hasta ella, por donde regresaban los porteadores tras la vendimia. Doncellas y mozos, llenos de joviales sentimientos, transportaban el fruto, dulce como miel, y, en medio de ellos un muchacho con una sonora siringa tañía deliciosos sones y cantaba una bella canción de cosecha con tenue voz. Los demás, marcando el compás al unísono, le acompañaban con bailes y gritos al ritmo de sus brincos. Representó también una manada de vacas, fabricadas de oro y estaño y se precipitaban entre mugidos desde el establo al pasto por un estruendoso río que atravesaba un cimbreante cañaveral. Iban en hilera junto con las vacas cuatro áureos pastores, y nueve perros, de ágiles patas. El muy ilustre cojo (Hephaistos) realizó también un pastizal enorme para las blancas ovejas en una hermosa cañada, establos, chozas cubiertas y apriscos. Talló una pista de baile semejante a aquella que una vez en la vasta Creta el arte de Dédalo fabricó para Ariadna, la de bellos bucles. Allí zagales y doncellas, que ganan bueyes gracias a la dote, bailaban con las manos cogidas entre sí por las muñecas. Ellas llevaban delicadas sayas, y ellos vestían túnicas bien hiladas, que tenían el suave lustre del aceite. Además, ellas sujetaban bellas guirnaldas, y ellos llevaban dagas áureas, suspendidas de argénteos tahalíes. Una nutrida multitud rodeaba la deliciosa pista de baile, recreándose, y dos acróbatas a través de ellos, como preludio de la fiesta, hacían volteretas en medio. Representó también el gran poderío del río Océano a lo largo del borde más extremo del sólido escudo. 

Después le hizo una coraza que lucía más que el fuego y también unas grebas de maleable estaño. Tras terminar toda la armadura, el ilustre cojo la levantó y la presentó delante de la madre de Aquiles, que, cual gavilán, descendió de un salto del nevado Olimpo, llevando las chispeantes armas de parte de Hefesto”. (Versión muy resumida. Basada en la traducción de E. Crespo Güemes, Gredos 1996.)

Tenemos una extraordinaria descripción del Escudo de Aquiles, nada menos que, en el Libro de Alexandre, del siglo XII (cc.989-1001).

7-La muerte del troyano Héctor a manos de Aquiles.

La muerte de Héctor

Tapiz, 1630-35

Durante la noche, los troyanos se reúnen en junta. Polidamante, amigo y lugarteniente de Héctor, aconseja volver a la ciudad para protegerse de la ira y la embestida de Aquiles. Sin embargo, Héctor desoye el consejo, ordena mantenerse en el campamento y se muestra decidido a enfrentarse a Aquiles:

Mañana, al apuntar la aurora, vestiremos la armadura y suscitaremos un reñido combate junto a las cóncavas naves. Y si verdaderamente el divino Aquileo se propone salir del campamento, le pesará tanto más, cuanto más se arriesgue, porque me propongo no huir de él, sino afrontarle en batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria, o seré yo quien la consiga. Que Ares es a todos común y suele causar la muerte del que deseaba matar.

Homero, Ilíada, XVIII.

Al día siguiente, Aquiles y los griegos avanzan empujando a los troyanos hacia la ciudad. Héctor se asusta y se mezcla entre las tropas por consejo del dios Apolo. Pero tras dar muerte Aquiles a Polidoro, hermano de Héctor, este deja de esconderse y acude al enfrentamiento. Nuevamente, Apolo ayuda a Héctor, retirándolo del combate.

En la retirada a la ciudad de las tropas troyanas, Héctor queda fuera de las puertas y es perseguido por Aquiles. Dan tres vueltas a las murallas hasta que Atenea, en la forma de Deífobo, incita a Héctor a plantar cara a Aquiles. Héctor pide a Aquiles que se honre el cadáver, pero el griego rechaza cualquier trato. Finalmente, Aquiles mata a Héctor, clavándole la lanza en la base del cuello, el único lugar desprotegido por su armadura.

Devolución del cuerpo de Héctor a Troya. Bajorrelieve en mármol de un sarcófago romano. Louvre.

Una vez muerto, el cuerpo de Héctor es lacerado por los aqueos, y posteriormente atado por los tobillos al carro de Aquiles, que lo arrastra extramuros. Durante doce días, el cuerpo permanece expuesto al sol y los animales, pero el dios Apolo lo protege y lo conserva. Finalmente, el rey Príamo, con la ayuda de Hermes, se aventura hasta la tienda de Aquiles y le suplica que le devuelva el cuerpo. Aquiles se apiada y, a cambio de un rescate, entrega el cadáver de Héctor a su padre, que ya en Troya celebra los funerales. (Ilíada, XXIV)

Sus huesos fueron mezclados con los de Patroclo, y se celebraron juegos funerarios. En la Etiópida de Arctino de Mileto, se decía que fue llevado por Tetis a la isla de Leuce -Blanca-. Allí los aqueos erigieron un túmulo en su honor y celebraron juegos funerarios.

Como ya adelantamos, la armadura de Aquiles fue objeto de una disputa entre Ulises y Áyax el Grande (primo de Aquiles). Ambos compitieron por ella dando discursos para demostrar que eran los más valerosos después de Aquiles y los más merecedores del mismo. Ulises ganó y fue entonces cuando Áyax se volvió loco de dolor y angustia, y jurando que mataría a sus compañeros; empezó a matar los rebaños, creyendo en su locura que eran soldados griegos. Cuando recobró la cordura se suicidó dejándose caer sobre la espada que anteriormente le había otorgado su enemigo favorito: el príncipe troyano Héctor.

La muerte de Aquiles a manos de Paris, hermano de Héctor, quien dispara la flecha que se clava en el talón indefenso del héroe.

Aquiles fue muerto por Paris, el hijo del rey troyano Príamo, cuando esperaba la llegada de Polixena, la hija de Príamo, en el templo de Apolo Timeo. Mientras Aquiles hacía un sacrificio en honor a su próximo matrimonio con Polixena, París le disparó una flecha, que dirigida por Apolo, fue a clavarse en su único punto vulnerable, el talón.

 El boceto muestra a París a la izquierda junto a Apolo, que ha disparado la flecha. El moribundo Aquiles es sujetado por un hombre identificado como Automedon o Ulises. El sacerdote mira a Aquiles con desesperación, una tercera figura, Antíloco, se aleja con miedo hacia París y Apolo. Es el último de la serie de ocho bocetos al óleo que muestran escenas de la vida del héroe. Boijmans van Beuningen.

Más tarde, Filoctetes mataría a Paris usando el enorme arco de Heracles.