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viernes, 18 de mayo de 2012

MOROSINI EN ATENAS. El Partenón destruido - Η ΚΑΤΑΣΤΡΟΦΗ ΤΟΥ ΠΑΡΘΕΝΩΝΟΣ

Morosini en Atenas

Este artículo es una traducción libre, resumida y ligeramente adaptada, del trabajo con el mismo título del que es autora Kornilía Jatziaslani. (Arquitecto-Arqueólogo –Jefe Depto.- Servicio de Conservación de los Monumentos de la Acrópolis).
Ο Μοροζίνι στην Αθήνα
Κορνηλία Χατζηασλάνη
Αρχιτέκτων-Αρχαιολόγος, Προϊσταμένη του Τομέα Ενημέρωσης και Εκπαίδευσης της Υπηρεσίας Συντήρησης Μνημείων Ακρόπολης

Tras la conquista de Creta el 27 de septiembre 1669, los ejércitos turcos siguieron avanzando hasta situarse en las proximidades de Viena en 1683, pero el 12 de septiembre de aquel  año, sufrieron una primera derrota frente al rey de Polonia, Jan Sobieski y al duque Charles de Lorraine.

La victoria animó a Austria, Polonia y Venecia a unirse en un Liga Santa, en la que se alistaron miles de mercenarios de muy diversas nacionalidades, cuyo mando se entregó por unanimidad al veneciano Francesco Morosini, quien desde 1654 ya era Comandante en Jefe y Almirante de la flota veneciana.

A pesar de haberse rendido en Creta en 1669, Morosini había sido popularmente aclamado como un héroe al volver a Venecia, pero juzgado por entregar la isla sin orden superior,  siendo también acusado de traición y malversación de fondos. Aunque fue exonerado de todos los cargos, aquella prueba de desconfianza y acaso desagradecimiento de su gobierno, le hirió profundamente, lo que le llevó a retirarse completamente de la vida pública, situación en la que permaneció durante quince años. Aun así, de nuevo en 1684, ya con 66 años de edad, aceptó el mando de las fuerzas de mar y tierra de la República así como la jefatura de todas las operaciones militares contra los turcos.

El 10 de junio de 1684, tras la celebración de una misa solemne en San Marcos Morosini partió con la flota de la República. Las fuerzas mercenarias se pusieron bajo la dirección del Conde Otto Wilhelm von Königsmark, a quien Venecia ofreció un contrato en el que se incluía la posibilidad de llevar consigo a su familia y servicio. De este modo,  Anna Akerhjelm una dama de honor de la condesa, dejó un diario, así como un buen número de cartas dirigidas a su hermano, en los que describe la campaña  con gran realismo y sagacidad.
A principios de 1685, un ejército cosmopolita y multilingüe se reunió en la isla veneciana de Lido para embarcarse hacia Grecia.

Por medio de ataques sorpresa y asedios metódicos, los puertos y fortalezas de: Pylos del Peloponeso, Navarino, Metoni, Koroni, Argos, Nafplion, Patras, Rio, Mistra y Corinto, fueron cayendo regularmente en manos de los venecianos, hasta que, con excepción de Monemvasia, se convirtieron en dueños de la península del Peloponeso, cuyos puertos aseguraban el comercio de la Serenísima en todo el Egeo. En dicho territorio se fundó el reino de Morea, –nombre con el que, hasta la fecha se conoce también la península del Peloponeso y que, como tal reino, se mantuvo hasta 1714. Fue entonces cuando Morosini recibió el extraordinario título de Peloponesíaco.

En agosto de 1687, las tropas de la Liga se reunieron en Corinto. Morosini, acompañado por Königsmark, convocó un Consejo de Guerra para decidir entre varios objetivos posibles: la recuperación de Creta, por ejemplo, fue descartada a causa de su lejanía; Eubea también resultaba distante y Jálkida se contaba entre las ciudades mejor fortificadas. Como al mismo tiempo, los turcos se estaban concentrando en la Grecia Continental, la Liga decidió intentar expulsarlos de Atenas.

Lo que se sabe de la campaña de Atenas y la voladura del Partenón por fuentes contemporáneas, es poco y contradictorio. Tenemos la correspondencia de Morosini, que junto con las actas oficiales y los informes de la República de Venecia, servía más bien a fines políticos. Asimismo, existe el testimonio de personas de muchas nacionalidades, escritas en distintas lenguas; el de otras personas civiles testigos de la campaña, e incluso el de algunos venecianos que no estuvieron presentes, pero todo esta información genera grandes incertidumbres y dificultades casi insalvables para la investigación verídica de los hechos.

A finales de agosto, un sacerdote capuchino, viajó desde Atenas a Venecia con el fin de negociar la cantidad que habrían de pagar los atenienses para evitar que la campaña tuviera lugar. Los venecianos pidieron 40.000 reales anuales. A principios de septiembre, otra delegación, encabezada por el Metropolitano Iakovos, se dirigió asimismo a la República y, después de largas y difíciles negociaciones, alcanzó  un acuerdo por el que Morosini se comprometía a evitar cualquier alteración en la ciudad, a pesar de lo cual, con la llegada del otoño tuvo lugar un nuevo Consejo de Guerra, en que los líderes de las fuerzas aliadas insistieron en seguir adelante con la campaña de Atenas.

Morosini planteó su negativa con argumentos de carácter estratégico. En primer lugar, la proximidad del invierno dejaba muy poco tiempo para la conquista de la Acrópolis. En segundo lugar, aun cuando la fortaleza fuera conquistada, los beneficios militares subsiguientes eran extremadamente dudosos, además de que, entre tanto, los turcos podrían invadir el Peloponeso desde Megara, mientras que las tropas cristianas destacadas en Atenas sólo podrían abastecerse desde el mar, debiendo recorrer para ello una distancia relativamente grande. Por último, si después de la campaña –dando por hecho que esta fuera victoriosa para la Liga-, los turcos decidieran volver sobre Atenas para recuperar la fortaleza, los venecianos, se verían obligados a arrasarla, así como el conjunto de la ciudad, antes de abandonarla. Esta operación de tierra quemada, comportaría excesivos gastos y una larga permanencia en la ciudad.

Los razonamientos de Morosini no lograron persuadir a los demás líderes, pero justo entonces, apareció una tercera delegación de notables atenienses solicitando que se procediera de inmediato al ataque de la fortaleza, a cuyo efecto ofrecían su propia contribución en hombres y fondos, porque en aquel momento –siempre de acuerdo con la información que ellos mismos aportaron-, los turcos estaban aterrorizados y la Acrópolis se hallaba en tan malas condiciones, que su rendición sería cuestión de días.

De hecho, aunque las relaciones entre turcos y griegos, se habían mantenido hasta entonces dentro de un cierto equilibrio, los rumores sobre el ataque veneciano provocaron que se volvieran extremadamente hostiles. Ahora los atenienses creían llegado el momento de librarse de la dominación turca y sus expectativas dieron lugar a que en un nuevo consejo de guerra se votara definitivamente a favor de la campaña de Atenas.

***
¿En que situación se encontraba el Partenón antes del ataque veneciano?
Las primeras ilustraciones de la Acrópolis –de las que aún disponemos- fueron las realizadas por Ciriaco de Ancona alrededor de 1435 — una de ellas, es la reproducida en 1465 por Giuliano Giamberti, más conocido como Sangallo.

Versión de Sangallo del dibujo del Partenón realizado por Ciriaco de Ancona.

En 1674 el embajador francés de Luis XIV, Marqués Olier de Nointel, visitó la Acrópolis acompañado de su pintor Jacques Carrey, quien, en sólo quince días, dibujó sistemáticamente y con gran precisión, el frontón, el friso y las metopas del sur del Partenón. En realidad, muchos de los investigadores de las esculturas del Partenón dependen de estos valiosos dibujos, aunque una parte de los bocetos se perdió irremediablemente pocos años después.

En 1676, el médico francés Jacob Spon publicó un dibujo de Atenas mostrando la Acrópolis, que había sido esbozada por el jesuita misionero Paul Jacques Babin.
Una vista de la Acrópolis y parte de la ciudad de Atenas, en el esbozo de Babin publicado por Spon (1672-1676).

Más tarde, en el ala sur, se construyó una torre Franca de 26 metros de altura. El edificio clásico se mantuvo casi intacto, pero la impresión que causaba era más bien la de ser una fortaleza con torres y murallas almenadas, en lugar de un templo.

El lado oeste de la Acrópolis con la torre de los francos, en una pintura de Lemercier.

Cabe recordar que, dentro de la Acrópolis, durante años, existieron casas construidas con materiales extraídos de los monumentos.

***
Los turcos de Atenas, una vez que se dieron cuenta de que la roca fortificada de la Acrópolis era el obstáculo principal y más importante para la conquista de Grecia continental, se prepararon para hacer frente a la temible artillería veneciana, que sabían era excepcionalmente poderosa y que había causado grandes estragos en otras fortalezas del Peloponeso. El mayor peligro vendría, sin duda desde el lado occidental, es decir, desde la Colina de las Musas y el Pnix, lugares en que los venecianos habrían de emplazar su artillería, puesto que su distancia se adaptaba al alcance de sus cañones. Para proteger aquella parte de la Acrópolis, los turcos  desmantelaron el templo de Atenea Niké y utilizaron sus fragmentos, junto con rocas y tierra, para construir una muralla. En las excavaciones llevadas a cabo tras la liberación, reaparecieron los restos del templo, lo que permitió su reconstrucción en 1838.


 
El templo de Atenea Niké conmemora la victoria sobre los persas en la batalla de Salamina (448 aC).



Atenea atándose la sandalia (relieve del templo).


La campaña comenzó el 19 de septiembre de 1687.

La ciudadela y la ciudad de Atenas, tal como las veía el ejército veneciano en 1687 (grabado de la colección Stathis Finnopoulos).

Morosini, con el fin de confundir a los turcos, envió una parte de la flota, al mando del almirante Veniero, en dirección a Eubea. De hecho, los turcos se sintieron aliviados, creyendo que, por el momento, se alejaba la inminente amenaza. Pero aquel mismo día, el resto de la flota trasladaba al puerto del Pireo a todo el ejército veneciano –de acuerdo con las notas de Locatelli, secretario de Morosini, 9.880 hombres y 871 caballos, además de artillería, bombas, suministros militares y gran cantidad de material de asedio.

La señora Akerhjelm menciona en su diario que, debido a una gran tormenta, la galera en la que ella viajaba acompañando a la condesa von Königsmark, se vio obligada a amarrar en el Pireo, donde naturalmente tuvieron que arriar la bandera veneciana, poniendo en su lugar una británica. Afortunadamente para ellas, el cónsul británico se hallaba en ese momento en el Pireo y, hablando en inglés, les dijo públicamente, que los atenienses no estaban dispuestos a pagar impuestos a los venecianos, pero hablándoles después en alemán, les aseguró que en la fortaleza de la Acrópolis había sólo cuatrocientos hombres y que su captura, por tanto, no sería particularmente difícil. Las damas insistieron en bajar a tierra y fueron a visitar el famoso León del Pireo, según parece, para medirlo. Al día siguiente, con viento favorable, partieron, llevando valiosa información, muy útil para Morosini.

Al amanecer el día 21 de septiembre, los turcos despertaron con la flota veneciana anclada en el Pireo. Incluso estaba allí Veniero que ya había vuelto de Eubea. El pánico recorrió la ciudad y los turcos, reuniendo a toda prisa sus objetos de valor, subieron a la Acrópolis. Hacia el mediodía sólo había griegos en Atenas.

Según Locatelli, un nuevo Comité de notables visitó a Morosini para ofrecerle obediencia, ayuda e información topográfica y estratégica. Sabían que si intentaban mantenerse neutrales, cualquiera que fuera el lado hacia al que se inclinara la balanza, ellos sufrirían las consecuencias y, en todo caso, intentaban evitar que la artillería de Morosini destruyera toda la ciudad. En vista de ello, los venecianos designaron una fuerza de 150 hombres que, al mando del coronel Raugraf von der Pfalz, debían ocupar Atenas y protegerla de cualquier posible ataque turco.

Los venecianos enviaron un mensaje a la fortaleza con una oferta: permitirían salir en paz a soldados y refugiados, con todo cuanto pudieran llevar encima, si se rendían inmediatamente, pero estos no aceptaron, en la seguridad de que muy pronto recibirían ayuda. Entre tanto, un gran número de tropas bajo el mando Königsmark —sirviéndose de guías atenienses-, atravesaron los olivares del Ática y, en los alrededores de Atenas, ocuparon los principales puntos estratégicos por los que pudiera llegar ayuda a los ocupantes de la Acrópolis.

En la noche del 21 al 22 de septiembre, Königsmark, ordenó su artillería: 15 cañones en la Colina de las Musas; 9 en el Pnyx y 5 más en el Areópago. En la mañana del 23, comenzó el bombardeo sistemático de la Acrópolis.

Una sección de la artillería fue puesta a cargo de Antonio Mutoni, conde di San Felice, a quien la mayoría de los testigos acusa de ser totalmente incapaz. Innumerables descripciones de sus colaboradores, llenas de ironía, aseguran que “frecuentemente, las bombas volaban sobre la fortaleza y aterrizaban al otro lado, resultando de ello la muerte de los sitiadores en lugar de los sitiados”.

El 25 de septiembre, de acuerdo con el relato de León de Laborde una bomba cayó en el pequeño polvorín del Propylion; incendió la pólvora y derrumbó una parte de la edificación. Los venecianos continuaron con el bombardeo.

Las informaciones contemporáneas sobre la voladura del Partenón, siguen siendo contradictorias; unas fuentes dicen que el disparo fatal fue producto del azar y otras, que se produjo por  una decisión voluntaria y estudiada.

Según el testimonio del oficial alemán Sobievolski, el 22 de septiembre, un fugitivo de la fortaleza informó a los venecianos de que todas las municiones habían sido trasladadas al Templo de Atenea y que todos los dignatarios turcos se habían refugiado allí, confiados en la certidumbre de que los cristianos nunca se permitirían dañar  el templo. Tras conocer esta información, la mayoría de los cañones dirigieron su fuego precisamente hacia el templo, aunque, en un principio, sin éxito.

La noche del 26 al 27 de septiembre, durante la luna llena, una bomba logró colarse a través de una abertura en el techo del Partenón y alcanzó la enorme cantidad de pólvora allí almacenada. La explosión subsiguiente partió el edificio en dos, casi literalmente. La más perfecta estructura del arte clásico voló en gran parte por los aires. Los venecianos, de acuerdo con las fuentes, estallaron en aplausos.

-Tres de las cuatro paredes del santuario se derrumbaron casi por completo.
-Cayeron tres quintas partes de las esculturas del friso.
-Aparentemente, se derrumbó todo el techo.
-Cayeron seis columnas del lado sur y ocho del norte.
-Tras las columnas, se vinieron abajo los enormes arquitrabes de mármol, arrastrando triglifos y metopas en su caída.


Trescientos turcos murieron de las heridas causadas por los fragmentos de mármol que salieron disparados en todas las direcciones.


El fuego se extendió a las casas próximas, sin que nadie pudiera intentar extinguirlo por falta de agua.


La Acrópolis ardió durante toda la noche del 26 al 27.

Los turcos supervivientes decidieron no rendirse a pesar de todo; seguían esperando los refuerzos que, de hecho, aparecieron al amanecer el día 28 de septiembre, pero fueron interceptados por los soldados y la caballería de Königsmark.

Unas horas después, aparecía una bandera blanca en la Torre de Propyleo y cinco jefes turcos salieron a negociar los términos de la rendición. Se ordenó el “alto el fuego” y los parlamentarios turcos fueron conducidos al campamento veneciano del Pireo.

Morosini exigió la rendición incondicional y los delegados turcos pidieron una garantía explícita sobre sus vidas y que les fuera facilitada la salida.

El día 29, Königsmark firmó un acuerdo por el que a los turcos, efectivamente se les garantizaba la vida y el derecho a salir con todo cuanto pudieran llevar sobre los hombros, excepto, por supuesto, armas y municiones. La rendición se produjo al mediodía y la bandera veneciana ondeó sobre la Acrópolis.

El 4 de octubre, en cuanto los turcos abandonaron la Acrópolis, los venecianos subieron a ocuparla. El panorama que hallaron fue terriblemente trágico. Los trescientos muertos seguían sin enterrar; no había médicos ni medicinas para los heridos y los supervivientes llevaban días miserablemente hacinados entre ruinas y cadáveres.

El conde Pompei fue nombrado comandante de la fortaleza y su primera preocupación fue el entierro de aquellos cuerpos, que llevaban ya casi diez días expuestos. Después procedió a hacer inventario de los materiales de guerra abandonados e improvisó equipos para tratar de poner orden en las grandes cantidades de mármol esparcidas por todas partes.

Morosini, acompañado por Königsmark y, rodeado por la cúpula de sus oficiales, entró triunfalmente en Atenas. A las puertas de la ciudad, los obispos y los atenienses nobles los recibieron como vencedores y ratificaron su lealtad a la República de San Marcos. Morosini confirmó sus privilegios a los ciudadanos, garantizando su autonomía así como los derechos del arzobispo y los clérigos ortodoxos.

Se celebró una misa de acción de gracias en una de las mezquitas mayores, que fue transformada en la Iglesia de San Dionysio Areopagita -Αγίου Διονυσίου του Αρεοπαγίτου-. Más tarde, la mayoría de las mezquitas abandonadas también se reconvirtieron en iglesias ortodoxas, excepto dos; una de ellas se reservó al culto católico y otra al protestante.

La señora Acherhelm escribió: Su Excelencia [se refería a Königsmark] se encuentra terriblemente afligido por haber tenido que destruir un bellísimo templo que había estado allí durante 3000 años y que se llamaba de Atenea; las bombas han hecho su labor de tal manera que jamás podrá ser reconstruido!

Los vencedores decidieron pasar el invierno en Atenas y los mercenarios extranjeros se establecieron en campamentos por nacionalidades en la misma ciudad. El ingeniero veneciano Verneda, siguiendo una orden de Morosini, realizó varios planos topográficos y distintas representaciones de aspectos de Atenas y la Acrópolis, así como otros dibujos relativos al bombardeo y la explosión, que  se han conservado hasta la actualidad.

Obra de Giacomo Verneda, Oficial de Artillería veneciano, testigo de la explosión.

Sabemos que los atenienses recibieron y trataron bien a los soldados extranjeros a pesar de las dificultades de los diferentes idiomas. El mercenario alemán Urlich Friedrich Homberg escribió: Atenas es una sociedad grande y poblada. Yo no cambiaría el vino de Atica por la mejor cerveza. Aquí he encontrado enormes uvas como las mencionados en el Antiguo Testamento; dos hombres tendrían dificultad para levantar una sola cepa…

La señora Akerhjelm escribía asimismo a su hermano: La ciudad es mejor que todas las demás, aunque hay muchas ciudades hermosas, de griegos y de turcos. Usan ropa hecha de telas finas y de tejido maravilloso. Fuimos a ver a un capuchino y nos ofreció vino, pan, manzanas, higos y granadas. ¡Es imposible describir todas las antigüedades que se acumulan aquí! Me gustaría saber, hermano, qué pensáis acerca de nuestra estancia en esta ciudad, Atenas, la fuente de la civilización de todas las demás, incluida Roma!

Pero las relaciones entre los venecianos y los mercenarios empeoraron progresivamente. Morosini en sus informes acusaba a los extranjeros de extorsionarle constantemente con nuevas y crecientes demandas de dinero, mientras que los mercenarios, en todas las descripciones que se han conservado, reprochaban a los venecianos su mala fe y su codicia; La República nos ha engañado y se comporta con nosotros de una manera despreciable. Parece cierto que Morosini les pagaba con moneda veneciana devaluada.

Por otra parte, las diferencias religiosas entre los venecianos católicos y los protestantes alemanes, junto con la variedad lingüística de todo el conjunto, dificultaron la comunicación y contribuyeron a obstaculizar cada vez más el contacto entre los soldados, todo lo cual, en definitiva, repercutía sobre los atenienses.

Fuera de Atenas, los mercenarios se negaron a proteger a los griegos de los ataques turcos como se les había prometido por lo que muchas familias que vivían en el Ática, se vieron obligadas a abandonar sus hogares y sus tierras y trasladarse a Atenas. El repentino aumento de población provocó una inmediata escasez de alimentos, agravada por la avidez de los mercenarios dedicados a saquear lo poco que quedaba. Para colmo de males, el hacinamiento y la escasez, ayudaron a la aparición de la peste.

Mientras esto ocurría en la Atenas “liberada”, los turcos concentraban sus fuerzas en Tebas (A unos 50 kilómetros de Atenas, en línea recta).

El 31 de diciembre de 1687, Morosini convocó un Consejo de Guerra en el Pireo a fin de analizar la crítica situación: ante la imposibilidad de fortificar Atenas por falta de tiempo, dinero y mano de obra, se imponía la necesidad de evacuarla; había que sacar de allí a los griegos como único medio de evitar que fueran sacrificados por la más que segura venganza de los derrotados en cuanto los venecianos se retiraran. Además, se hacía imprescindible sembrar de explosivos la ciudad y la Acrópolis, para impedir que aquellos volvieran a fortificarla, tal como había previsto Morosini.

Tres días después, la situación era excepcionalmente grave y se hizo urgente la necesidad de evacuar a los atenienses a otras regiones bajo control veneciano. En su informe a Venecia del día 1 de enero de 1688, Morosini escribió: He intentado consolarlos asegurándoles que les ofrecería todo el apoyo y toda la asistencia necesaria en sus nuevas residencias. Aun así, los atenienses, en un último intento por permanecer en sus hogares, ofrecieron dinero y propusieron incluso la formación de un ejército que ellos mismos pagarían durante un año, pero Morosini rechazó la propuesta.

El día 12 de febrero, el Consejo de Guerra tomó una decisión por unanimidad: Atenas debía ser inmediatamente desalojada. Se consideró asimismo la propuesta de destruir la ciudad, pero, afortunadamente, no se disponía, ni del tiempo, ni de los medios para hacerlo. Tales carencias constituyen la única razón que evitó la destrucción total de la Acrópolis y todos los demás monumentos; de hecho, en aquellos momentos, nadie pensaba en la necesidad de su conservación.

Comenzaron los preparativos para la partida, pero los desastres no habían terminado.

El 4 de diciembre, el Senado envió una orden a Morosini: Hemos recibido las representaciones de la ciudad de Atenas y su fortaleza que realizó el conde di San Felice y observado con placer los famosos monumentos antiguos allí existentes. Autorizamos el retiro y envío a esta República de aquello que juzgue más importante y más artísticamente valioso para aumentar nuestro prestigio. La votación había sido de 162 a favor del saqueo, dos en contra y una abstención.

Morosini eligió las esculturas mejor conservadas del frontón occidental del Partenón e intentó retirarlas, pero en su informe de 19 de marzo escribió: Realizamos un enorme esfuerzo para arrancar el enorme  frontón, pero se desplomó desde su colosal altura y es un milagro que no haya ocurrido alguna desgracia a ningún trabajador.  La razón es que la estructura fue levantada sin argamasa y las grandes piezas están ensambladas con gran habilidad. Nuestra incapacidad para construir andamios, y otros mecanismos necesarios, nos ha obligado a abandonar cualquier esfuerzo en este sentido. En consecuencia, he renunciado también a cualquier intento de tomar otras piezas esculpidas de la decoración del templo. No obstante, he decidido tomar una leona de maravillosa belleza artística; incluso si no aparece su cabeza, puede ser fácilmente sustituida con mármol del mismo tipo que envío junto con la escultura.

 
El frontón occidental –como era– y un fragmento de “Atenea” hoy en el Museo Británico (Elgin).


Morosini se apropió de varios leones allí donde los encontró: uno de la Acrópolis, otro de la zona del Theseion y, por supuesto, el conocido León del Pireo, por el cual se llamaba entonces Porto Leone. Desde entonces decoran el Arsenal de la República como un trofeo de guerra, si bien, había sido arrebatado a sus amigos griegos, no a los enemigos turcos.

Con o sin orden de la República cualquier soldado, veneciano o de otra nacionalidad, encontró la oportunidad de llevarse otras piezas fácilmente transportables, de modo que tantos elementos del Partenón o de otros monumentos de Atenas que hoy se encuentran en colecciones privadas y museos europeos sin que nadie sepa cómo, posiblemente proceden de esta época y, más probablemente, de los soldados del ejército de Morosini.
Un caso característico es el del Secretario de Morosini, San Gallo, que se llevó la cabeza de una escultura femenina de las que cayeron del frontón occidental; después de muchas aventuras, el arqueólogo alemán Weber, que había estudiado las tallas Elgin del Partenón, la compró a un marmolista veneciano que estaba a punto de destruirla. Así lo relata Laborde, que más tarde se la compró a Weber y la sacó a escondidas de Italia. Hoy la "Cabeza Laborde" está en el Museo del Louvre. 

Otro oficial veneciano se apropió de una sección del friso que muestra a dos jinetes en la procesión y la cabeza de un caballo; estos se encuentran en el Museo de Historia del Arte de Viena. Otro oficial, en este caso danés, llamado Hartmand, se llevó dos cabezas de dos metopas del lado Sur; están en el Museo Nacional de Copenhague.

En cualquier caso, gracias  a las prisas y a las dificultades del transporte, el saqueo no fue más destructivo y sistemático entonces, pero el camino quedaba abierto a futuros depredadores.

De hecho, el Partenón fue un lugar de culto para los musulmanes, quienes nunca hubieran permitido la sustracción de la menor piedra si esta tenía un significado religioso. Sin embargo, su destrucción y posterior abandono, fue lo que permitió más tarde que Elgin obtuviera un permiso para apoderarse de ciertos elementos específicos, y que, abusando del mismo, procediera al saqueo desmesurado del templo.

Lo ocurrido en 1678 fue el origen de todas las catástrofes sucesivas, hasta tal punto, que se puede presumir, con un alto grado de certidumbre, que si el asedio y bombardeo llevados a cabo por Morosini no hubieran tenido lugar, el Partenón habría sobrevivido casi intacto hasta la actualidad.

Después de la destrucción del Partenón por la artillería veneciana, en el interior de las ruinas y en el siglo XVIII se levantó una nueva mezquita. (Pintura de J. Skene, 1838).

A mediados de marzo de 1688, los atenienses, en un estado de gran desesperación y duelo, abandonaron Atenas a bordo de las naves venecianas. Algunos se establecieron en Salamina, otros en el Peloponeso y otros en las Islas Jónicas. El 4 de abril, la evacuación de Atenas se había completado y el día 8, Morosini abandonaba una ciudad desierta. Después de sus sorprendentes victorias, era la primera vez renunciaba a una fortaleza conquistada.

Dos meses después, tras la muerte del Dogo Marcantonio Giustiniani, Morosini recibió en Egina la noticia de su elección para el cargo más alto de la República. Su coronación tuvo lugar allí mismo y, ya en calidad de Dogo, abandonó la isla con destino a Halkida. En septiembre de 1688, durante el asedio de esta ciudad, moría Königsmark y a finales del mismo año, Morosini cayó enfermo, lo que le obligó a regresar a Venecia. Cinco años después, cuando ya contaba setenta y cinco y en pleno desarrollo de su tercera campaña contra los turcos, enfermó gravemente en Jarystos desde donde fue llevado a Nafplion, donde murió en enero de 1694.

Desde un punto de vista militar, la campaña contra Atenas fue un evento insignificante, pero permanecerá en la historia por haber provocado la destrucción de la mayor obra maestra de la antigüedad clásica.

Los venecianos, por supuesto –añade cuidadosamente la autora de este artículo-, afrontaron la cuestión con la mentalidad de la época; como hay que hacerlo hoy, sin duda. En cuanto a Morosini, asegura que fue un general muy capaz, y que desde el principio estuvo en contra de aquella campaña a pesar de que sus argumentos no lograron imponerse, pero que una vez que se tomó la decisión de atacar, la Acrópolis fue para él, simplemente una fortaleza y el Partenón un polvorín que debía conquistar a toda costa.

Parece que la misma regla de objetividad es más difícil de aplicar a los Leones y los Mármoles, que no constituían un objetivo militar, ni tenían influencia alguna sobre la expulsión de los turcos.

El general veneciano nunca consideró que hubiera causado un daño irreparable en la Acrópolis -ni durante el bombardeo, ni después-, mucho menos, llegó a sentirse responsable por ello; de hecho, estaba convencido de haber alcanzado su objetivo certera y limpiamente.

Quando Venezia si scusò dell'accaduto Morosini commentó: Ma quali scuse? Se l'ho abbattuto alla prima bordata!.

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miércoles, 25 de enero de 2012

EL GATO DE MOROSINI Y LA PÉRDIDA DE CRETA

Esta historia comienza en 1644, cuando los Caballeros de la Orden de Malta, en lucha permanente contra el poder otomano, atacan un convoy que, procedente de Alejandría, se dirigía a Constantinopla. Después del abordaje, los Caballeros se retiraron en dirección a la isla de Malta, llevando consigo un notable botín del cual formaban parte algunas de las esposas del sultán Ibrahim I. Durante el viaje de vuelta, aportaron en la isla de Creta y tal vez esta fue la razón por la que, cuando el sultán decidió enviar una expedición de castigo contra ellos, optó por apoderarse antes de aquella isla. 
Al final logró su objetivo, pero tuvo que emplearse a fondo, porque Candía, la capital de Creta –defendida entonces por el veneciano Francesco Morosini–, sólo se rindió tras uno de los asedios más prolongados de la historia.

Estratégica ubicación de la de Isla de Creta –Iraklion-, entre Malta, Constantinopla (Estambul) y Alejandría (El Cairo). La cruz señala el probable lugar del abordaje al convoy turco, en un recorrido habitual entre las islas de Malta, Creta y Chipre.

Se trata, pues, de un largo período que, además es muy denso en acontecimientos relativos a España y, en general, a toda Europa, de modo que tal vez sea interesante hacer un breve repaso de los principales eventos que componen el telón de fondo de nuestro relato, algo que, a la vez, nos permitirá situarnos sobre el terreno con más precisión.

Había fallecido Isabel de Borbón, la primera esposa de Felipe IV a los 41 años, después de traer al mundo siete hijos, de los que cinco murieron muy pronto; al heredero, Baltasar Carlos, apenas le quedaba entonces un año de vida, de modo que sólo sobrevivió una hija, María Teresa, que, andando el tiempo, fue casada con el futuro rey de Francia Luis XIV. Esta Infanta tiene una larga e interesante historia que abordaremos en otra ocasión.

El rey, pues, tenía que volver a casarse y, en esta ocasión (07 oct.1649) lo hizo con una sobrina suya –sobrinísima, diríamos, o requetesobrina, si se permite el término–; Mariana de Austria, la que finalmente, trajo al mundo al heredero, Carlos II, el último representante de la Casa de Austria en España.

Dentro de unos meses fallecerá don Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar (22 jul.1645), más brevemente conocido como el Conde Duque de Olivares, ya separado del gobierno y de la amistad de Felipe IV; desterrado de la corte de Madrid y probablemente loco, en el sentido clínico del término. Se diría que los famosos Validos españoles fueron inventados para constituirse en víctimas propiciatorias de los errores de los monarcas a los que sirvieron.

Otro fallecimiento sonado, fue el de Francisco de Quevedo, a los 65 años (8 sep.1645), tras una compleja existencia llena de aventuras y peligros, algunos de cuyos avatares todavía no hemos logrado resolver, como el de su participación –o no– en la famosa Congiura, en Venecia, precisamente. Nos legó una ingente obra escrita de carácter satírico, poético y político, de todos conocida, sobre cuya genialidad, no cabe disputa.

Los Tratados de Osnabrück y Münster, firmados respectivamente, el 15 de mayo y el 24 de octubre de 1648 y conocidos en conjunto como la Paz de Westfalia, pondrían fin a la terrible Guerra de los Treinta Años, que devastó el centro de Europa. Aunque al mismo tiempo se dio por terminada la contienda entre España y los Países Bajos, tras ochenta años de lucha, la Corona de España quedó excluida en los planes del Tratado -a pesar de haber participado en la contienda para auxiliar a sus parientes Habsburgo-, de modo que continuó la guerra contra Francia, al menos, hasta la firma del Tratado de los Pirineos, cuando el rey de España casó a dos de sus hijos, con dos de los hijos del rey de Francia en 1659.

Tras una vida en parte aventurera y en parte trágica, de cuarenta y ocho años de duración, el 30 de enero de 1649, y a causa de su radical rechazo a la actividad del Parlamento de Londres, moría decapitado el monarca inglés Carlos I, nieto de María Estuardo. Unos veinticinco años antes, en pleno y juvenil romanticismo, Carlos había viajado a España, supuestamente de incógnito, para pedir la mano de Ana María Mauricia, hermana mayor de Felipe IV. La negativa a tal enlace por parte de la Corona, transformó los sentimientos del entonces príncipe de Gales, quien apenas volvió a poner los pies en Inglaterra, decidió declarar la guerra a España. Ana María, casaría finalmente, con Luis XIII de Francia.

Otro genio indiscutible, Velázquez –a la sazón residente en Italia–, pintaba, hacia 1650, el extraordinario retrato del pontífice Inocencio X, el cual, sorprendido ante la excelencia del trabajo del sevillano, declaró que era un retrato demasiado verdadero –troppo vero-.

Es evidente que la guerra, el arte y la literatura son los protagonistas de la época –con ventaja para la primera, sin duda alguna–. Pero no podemos olvidar en este necesariamente breve repaso, la aparición de algunos inventos, como el barómetro de Torricelli (1643), el champagne francés Dom Perignon (1668); el reloj de péndulo del holandés Huygens (1656), o el telescopio de Newton (1668), por citar algunos ejemplos diversos, pues parece conveniente y justo adjudicarles el reconocimiento que merecen los inventores, por sus largas investigaciones e interminables experimentos, no siempre en las condiciones más adecuadas y pocas veces coronados por el éxito.

Por último, recordaremos al ilustre cretense Domíniko Theotokópulos (Δομήνικος Θεοτοκόπουλος) –El Greco, que nació, vivió y aprendió a pintar en la Candía veneciana, aunque su madurez vital y artística se desarrolló en la ciudad de Toledo, a partir de la cual se expandió su legado artístico.

Pues bien, colocado el telón de fondo, volvemos a la acción con la que habíamos comenzado.

Ya antes del ataque de los caballeros de Malta a la flotilla otomana, la República de Venecia, muy habituada al éxito de sus iniciativas militares y comerciales, había dado ciertas muestras de decadencia. Si escuchamos a los embajadores, gobernadores y virreyes españoles de Milán, Nápoles o Sicilia, llegaremos a la conclusión de que todos estaban bastante cansados de la prepotencia de la Serenísima; testigo de excepción, el mismísimo Quevedo quien, al servicio del duque de Osuna, podría haber salvado la vida milagrosamente ante la persecución de soldados venecianos a través de las calles, el día siguiente de la famosa Congiura; una de las ocasiones en que Venecia denunció a su vez la prepotencia de los españoles; hacía ya mucho tiempo que ni unos ni otros se mostraban muy dispuestos a compartir nada.


El cerco amurallado de Hiraklion tal como podemos verlo y recorrerlo hoy, en fotografía Google y su representación cartográfica. Al Norte, la fortaleza, conocida por los venecianos como Roca al Mare; Koules para los griegos.

En estas circunstancias se produjo la invasión de la isla de Creta. En 1645 Yusuf Pachá, al mando de sesenta mil hombres, se lanzó sobre la isla que, entonces, igual que en la actualidad, se hallaba dividida en cuatro regiones, de las cuales Rézimno y Janiá cayeron en cuatro meses, terminando con el resto, paso a paso, en 1648, con la única  excepción de la capital –la antigua Jándax de los árabes, Candía para los venecianos y actualmente, Iraklion-, porque hallándose perfectamente fortificada, con murallas que, en algunos tramos alcanzaban los cuarenta metros de grosor –como asimismo se puede comprobar hoy–, resistió un asedio sin piedad y sin tregua, que comenzó en mayo de 1648 y terminó en septiembre de 1669.

Además del cerco propiamente dicho, se libraron diversas batallas entre turcos y venecianos, unos para impedir la llegada de auxilios a la población cristiana y otros para hacer lo mismo con las expediciones de apoyo a las tropas otomanas. En ellas dejaron la vida tanto jefes militares turcos como venecianos; entre estos últimos son especialmente citados Lorenzo Marcello o Lazzaro Mocenigo, estimándose en 120.000 las bajas turcas frente a 30.000 cretenses.

Una notable mejoría supuso para los cristianos la mencionada firma de la Paz de los Pirineos, tras la cual, Francia pudo enviarles refuerzos, aunque la situación fue rápidamente compensada en el campo otomano por otra tregua en sus luchas internas. De todos modos, el breve respiro terminaría al producirse la explosión de la nave francesa Thérèse, cuando se proponía, una vez más y con ciertas perspectivas de éxito, levantar el asedio. En 1669 la guarnición francesa recibió la orden de abandonar la defensa de la capital. El agotamiento ya era extremo y la caida, incuestionable. Francesco Morosini resisitió hasta el último día con algo más de tres mil hombres, frente a un ejército notablemente superior en todos los aspectos.

La impotencia provocada por el hambre, la sed, la carencia de cualquier elemento esencial para la supervivencia y, por supuesto, la falta de hombres y municiones tras el agotador esfuerzo empleado en llevar a cabo diecisiete salidas y rechazado treinta y siete asaltos, obligaron finalmente a Morosini a aceptar una rendición que intentó fuera lo más honrosa posible. En virtud del acuerdo adoptado con los sitiadores, se respetó la vida de los supervivientes, a los cuales se permitió abandonar la isla con sus bienes, aunque, para entonces, el número de aquellos era ya muy reducido. Por otra parte, Venecia conservó algunas fortalezas de gran valor estratégico para su navegación comercial.

Fue el 27 de septiembre de 1669. Se dijo que el pontífice –Clemente IX– falleció dos meses después, a causa de la impresión provocada por tan importante pérdida. Era el segundo gran golpe para la cristiandad, en este caso, representada por la República de Venecia; el primero se había producido en 1453 cuando los turcos cayeron sobre Constantinopla y entraron en Santa Sofía.

Pero Morosini no había consultado su decisión con el Senado veneciano, de modo que la rendición, aunque evidentemente ineludible, fue una decisión personal por la que fue llamado a rendir cuentas, debiendo asimismo responder de las acusaciones de traición y cobardía, de las cuales fue, sin embargo, rápidamente exonerado.

A partir de 1683, un ejército turco se aproximaba peligrosamente a Viena, que se vio en la necesidad de buscar ayuda para formar una liga defensiva, de la que Venecia entró a formar parte y fue de nuevo Francesco Morosini quien mandó las fuerzas venecianas, las cuales, entre junio y agosto de 1685 ocuparon Patras, Lepanto y Corinto, además de asegurar la mayor parte de la península del actual Peloponeso –entonces Morea–, para Venecia. Esta última hazaña le valió a Francesco el título de Peloponesíaco, una distinción que tal vez hoy no estamos en disposición de valorar en toda su amplitud, pero incluso en la actualidad, Morosini es más conocido por este título que por su nombre propio, en los territorios que entonces constituyeron el entorno de la ocupación otomana.

Y fue precisamente en la campaña del Peloponeso donde jugó su primer papel histórico conocido nuestro gato o, para ser exactos, nuestra gata, cuyo nombre era Nini. Todo el mundo conocia ya a Nini, que llegó a ser algo así como la mascota de Venecia, y ello porque todos admiraban al héroe Morosini y este siempre iba acompañado por la gata, no sólo en su rutina diaria, sino también cuando se hallaba en combate, incluso cuando este se desarrollaba en alta mar. Dondequiera que aparecía Morosini, allí estaba la gata; en cubierta, bajo la tempestad, o frente al fuego enemigo.

Alessandro Piazza, "La partida de Francesco Morosini". Museo Correr, Venecia.

Al parecer no era extraña la presencia de gatos en las naves; en primer lugar, por una razón evidente, la proliferación de roedores en las mismas, pues parece ser –y esto se cita entre mito y realidad–, que entre la marinería había hombres que sabían prevenir posibles cambios atmosféricos interpretando la actitud de los gatos –aquello del barrunto–. En este sentido, fue famosa en la época, otra gata llamada Sofonisba. Consta, asimismo, que al ser embarcados los felinos, se registraba su nombre y número en listas semejantes a las de la tripulación.

Aseguraba el escritor francés Champfleury que Nini fue el único gran amor de Francesco Morosini, aparte, naturalmente, del que profesaba a su patria. Otros cronistas aseguran que el hecho de hacerse acompañar continuamente por la gata, no era sino un rasgo característico de la conocida excentricidad de los venecianos. Por otra parte, tampoco debía resultar chocante la imagen de prócer con gato; por ejemplo el Almirante Andrea Doria también se hizo retratar con el suyo que, sin duda, fue un fiel compañero en su ancianidad.

W. Key - Retrato de Andrea Doria con el Gato.
Villa del Príncipe. Palacio Andrea Doria. Génova.

Aquel mismo año –1683–, pero ya en el otoño, Morosini se propuso recuperar de los turcos la ciudad de Atenas, a la que sometió a constantes bombardeos desde una colina próxima. En el curso de uno de estos ataques, desgraciadamente, una o varias bombas cayeron sobre el Partenón; más exactamente, en el polvorín que los turcos almacenaban en su interior. La terrible explosión derribó el centro del templo y su techo, quedando prácticamente, en el estado en que podemos contemplarlo hoy. (Ver: Morosini en Atenas.)

Tras diversas acciones militares con distintos resultados, siempre en guerra contra el Imperio otomano, en 1688 Morosini fue proclamado Dogo –Dux– de Venecia, cargo que ostentó hasta su fallecimiento en 1694, en cuya ocasión le fue dedicado un gran arco triunfal de mármol en el palacio de los Dogos.

En su honor se celebró un fastuoso funeral en la ciudad de Navplia, y allí quedó su corazón, custodiado en la iglesia de San Antonio. El cuerpo fue llevado a Venecia, donde se celebraron otras no menos sonadas exequias, en la iglesia de los santos Giovanni y Paolo. Finalmente fue depositado en la iglesia de Santo Stefano.

Alessandro Piazza "Transporte del cuerpo del Dogo Francesco Morosini.
Museo Correr, Venecia.

Pero, he aquí que, por suerte para ella, la gata había muerto antes que el general y, para mitigar el dolor por su pérdida, el Dogo mandó disecarla, lo cual se hizo, según sus órdenes, poniéndole un ratón –topolino– entre las patas delanteras y así se conservó en su residencia, en el Palazzo Morosini hasta que ya en el siglo XIX, en una liquidación de objetos de dicho palazzo, intervino el gobierno veneciano para adquirir algunos recuerdos del héroe, entre los cuales se encontraba Nini, la cual fue cuidadosamente llevada al Museo Correr, donde se custodia hasta la fecha.

En la actualidad existe en Venecia una afamada Scuola Navale Militare, llamada “Francesco Morosini”, así como un prestigioso Trofeo de Vela, que también ostenta el nombre del héroe que pasó a la historia en compañía de su gata.



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