miércoles, 29 de abril de 2020

Galdós ● “Santa Juana de Castilla” ● El último estreno



La actriz Margarita Xirgu (1888-1969), interpretó el papel de Juana de Castilla en su estreno, en 1918 (Fotógrafo desconocido).

La obra recrea los últimos meses de vida de la reina Juana I de Castilla, en Tordesillas y expone ante el espectador las innumerables vejaciones, abusos y menosprecios, a los que se vio sometida por parte de su guardián, el Marqués de Denia, -ascendiente del duque de Lerma-, y su familia. A pesar del duro e interminable encierro, doña Juana logrará eludir la vigilancia para recorrer los campos y encontrarse con sus gentes, que la reciben entre exclamaciones de alegría y fidelidad.

Teatro de la Princesa de Madrid, 8.5.1918



Margarita Xirgu representó en Madrid, en el Teatro de la Princesa Santa Juana de Castilla, drama en tres actos original de Benito Pérez Galdós, el ocho de mayo de 1918

El drama, el último que se representaría en vida del autor, presentaba a Juana I de Castilla en sus últimos días, fue un éxito rotundo tanto para el autor, como para la compañía.

El crítico Floridor en ABC, se refirió a la actriz en términos llenos de admiración: “Margarita Xirgu – escribió– merece las más efusivas alabanzas, pues acertó a vivir el personaje con la más intensa expresión, y bien puede disputar su triunfo de anoche como uno de los más grandes y legítimos de su carrera.” 

La crítica del drama, propiamente dicho, publicada en “La Vanguardia”, el día 28, de José Alsina, venía a ser un homenaje, cargado de admiración, hacia el autor y su obra. 


VIDA ESCÉNICA "Santa Juana de Castilla" 

El maestro nos ha llevado esta vez al castillo de Tordesillas, disfrazada prisión donde una excelsa anciana, madre de emperadores y de reyes, acababa lentamente sus días entre el abandono y la indiferencia de los hombres. Esta anciana había visto iluminada su vida por la más bella de las locuras: pero aquellas exaltaciones de amor que hubieran de precipitarla desde las cumbres de la dicha á las negras simas de una angustia desesperada, arrancaron también de sus trémulas manos de mujer el cetro de la estirpe. Y Doña Juana se nos aparecía en el momento que su hijo Carlos, dueño del mundo, podía imponer a Europa los dictados de su política triunfal. Grande, poderoso y soberbio el Imperio de Carlos V, la infeliz madre del César moría, sin embargo, poco menos que en la pobreza, rodeada de un grupo abnegado de servidores fidelísimos, a semejanza de su noble tierra de Castilla, sumida en la miseria bajo la planta del desdén, mientras paseaban orgullosamente por el mundo sus victorias los estandartes imperiales. 

Galdós quería unir el dolor de la hija de los Reyes Católicos con el dolor prolongado de la triste Castilla, cuya protesta legitima ya había sido ahogada sangrientamente en Villalar. De ahí los notables esfuerzos de reconstitución que avaloran el sencillo drama. Merced a ellos, la identificación de la decrépita Reina con su pueblo se muestra con meridiana evidencia. Son idénticas las tribulaciones o idénticos los deseos. Sobre Doña Juana y los castellanos gravitan tres palabras que la anciana repite y que son como el ananque de la producción: «Silencio, obscuridad, olvido». Una y otros recuerdan los gloriosos días fenecidos, que unánimemente quisieran una y oíros resucitar.

Los personajes y el ambiente parecen decirnos, en efecto, que el minuto de nuestra crisis histórica estuvo allí. El marqués de Denia, por su parte encargado de administrar la pensión de la Reina, es como una delegación deplorable que sólo procura lucrarse con lo que se puso en su poder para el bienestar ajeno, actuando contra la oposición de la administrada, que recela de él del mismo modo que recelara antes todo León y toda Castilla del gobierno del cardenal Adriano, y la fusión se muestra completamente perceptible en el segundo acto, cuando la Reina logra escapar de la estrecha vigilancia del de Denia y sale al campo, á la luz, á unirse con el pueblo á respirar con él, á oír de cerca sus lamentos, y á obtener el tónico del cariño y de unas aclamaciones que rememoran en su espíritu dormido, junto a las grandezas lejanas, el recio aldabonazo que diera últimamente en la puerta de su retiro el generoso patriotismo de los comuneros.

El César, no obstante, se ha acordado de su madre con el envío de Francisco de Borja, que lleva la misión de confortarla espiritualmente y de coadyuvar en los últimos instantes en el advenimiento de la gracia. Mas Doña Juana recibe la visita con indignada sorpresa. ¿Qué hijo es aquel que sólo se relaciona con ella para aumentar sus pesares, arrancando un día de su lado á la Princesa Catalina, que era todo su consuelo, a fin de casarla con el Rey de Portugal, y que ahora manda un confesor, muy virtuoso y muy sabio eso sí, pero que parece venir a hablarla de un fin próximo, precisamente a la hora que sus anhelos de vida iban a traducirse en la escapatoria al campo que tiene preparada? Irá hacia los campesinos, además, en busca del aura afectiva negada por aquel hijo, al que embriaga el delirante afán de los negocios del Estado. 

La madre como tal madre, la mujer en miseria y en pesadumbre, se yergue entonces, anteponiéndose a la propia Reina, y llora no por el Emperador sino por el hijo exclusivamente, por el único que pudo evitar el vacío do su existencia. ¿Por qué se llevó á Catalina primero, y por qué no es atendida por él más directamente? La anciana no comprende la necesidad de casar a la Princesa ni mucho menos las ansias conquistadoras del César. 

Y en el lecho de muerte, al sentirse invadida por una conveniencia absoluta de reposo, profetizará la fatiga y el desencanto del Emperador, que habrá de abdicar para refugiarse en un monasterio y morir en la paz rigidísima de los claustros... «¡Silencio, obscuridad, olvido!» Como veis. Galdós lograba la reconstrucción pretendida y la exposición de su pensamiento, apoyado en las indicaciones humanas, Doña Juana, libre de toda comunicación histórica y social, nos hubiera interesado intrínsecamente. Relacionada con la marcha de su patria y llevando en sí medio siglo de la historia universal, su figura adquiría la amplitud pretendida y se nimbaba con toda la grandeza apetecible. 

Amante apasionada de su marido don Felipe, amó á sus hijos y á los suyos y amando siempre, apenas obtuvo correspondencia. Tildada de loca y recluida según ello, la triste se deleitaba en su prisión de Tordesillas con El elogio de la locura de Erasmo. Aquel libro del filósofo de Rotterdam era acaso el único consuelo que le quedaba, puesto que advertía como la locura de que fue acusada no hubiera sido completamente estéril. No lo hubiera sido, no. Los comuneros y los campesinos se lo habían manifestado con elocuencia. Desde luego Castilla se hubiera regido por su cuenta, desligada de los intereses de países desconocidos y lejanos, con los que no tenía la menor concomitancia y que simplemente servían al presente para despoblarla y esquilmarla. 

Y este santo varón de Francisco de Borja que avanzaba hacia la Reina, un poco preocupado por la influencia que ejerciera en ella el inquieto e irrespetuoso Erasmo, no podía aportar allí otra cosa que el auxilio de una idealidad ultraterrena, notificado del desvío irremediable á que estaba sometida su egregia penitente.

De poema dramático califica Galdós esta su última obra, convincente y considerable. Lo es, en verdad, por su contenido poético y por su intensidad conmovedora, Aparentemente, asistimos tan sólo á la agonía de doña Juana, en el espacio de una Semana Santa, la de 1555, que subraya con sus evocaciones de redención y de dolor los últimos instantes de la verdadera Reina de Castilla. 

En realidad, nos hallamos frente a la síntesis del momento más decisivo de nuestra historia y frente a un hondo sufrimiento humano, espiritualizado y puro, ¿Quién podría lograrlo mejor que Galdós? Este artista excelso, ideólogo formidable, constructor prodigioso de Humanidad efectiva, nos decía cuanto quería decirnos y llegaba, a donde se proponía llegar. 

Su vejez gloriosa llamaba á nuestra memoria y á nuestro corazón. Había encontrado, á la vez, una interprete digna de animar su concepción, Margarita Xirgu, la más entusiasta y apta de nuestras actrices contemporáneas. 

Y así Santa Juana de Castilla recorrerá solemnemente los escenarios es pañoles, para lanzar desde ellos un ardoroso canto á una nacionalidad que estuvo a punto de morir en el supremo instante de su afirmación, y, sobre todo, para emitir un agudo grito de madre abandonada, mortalmente herida en sus inclinaciones sacratísimas, apartada de Carlos y apartada del grato calor de sus siervos de Castilla. 
José Alsina. Madrid.
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Margarita Xirgu visita a Galdós

Santa Juana de Castilla se estrenó en Madrid, el 8 de mayo de1918
Benito Pérez Galdós falleció el 4 de enero de 1920
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Juana de Castilla; seguramente, no fue, ni Loca, ni Santa, pero sí, tal vez, víctima de la ambición familiar más próxima y despiadada. Ella era la única reina, como heredera, absolutamente legítima, de su madre y no existe, que se sepa, ningún documento que testifique su locura y, por tanto, que justifique su apartamiento del trono.


Su “encierro” presentado por su padre, como medida de protección, se hizo efectivo y definitivo en 1509, tres años después de la muerte de Felipe el Hermoso.

Felipe de Habsburgo murió en 1506. Fernando de Aragón fallecía en 1516. Juana muere en 1555. Carlos V Abdica en 1556 y Felipe II, participa de la responsabilidad y las condiciones de su encierro, pues, habiendo nacido en 1527, siempre supo, a través de emisarios, donde estaba su abuela y en qué condiciones se encontraba.

De hecho, habría que distinguir varios períodos diferentes o fases de este drama histórico, basándonos, fundamentalmente, en Cronistas e Historiadores de la época:

1º) Desde la boda de Juana, -20 de octubre de 1496-, hasta el fallecimiento de Isabel I -26 de noviembre de 1504-, que la nombra heredera.

2º) Desde la llegada de los Archiduques -jurados en Toledo, el 22 de mayo de 1502-, hasta la inesperada muerte de Felipe I -25 de septiembre de 1506-.

3º) Desde el encierro de Juana –febrero de 1509-, hasta la muerte de Fernando, su padre, -23 de enero de 1516-.

4º) El reinado de Carlos I en nombre de su madre, reducida a figurar en los encabezamientos de edictos y órdenes, desde mediados de 1516, hasta su propia abdicación, en 1556, tras la muerte de la reina, el 12 de abril de 1555.

Isabel y Fernando. Academia Historia         Juana I y Felipe I
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La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos. 
S. Lozano Sirgo. MNP

Espectáculo de marionetas en la corte de Margarita de Austria (1892). 
Willem Geets (1838-1919)
-Se trata de los hijos de Juana y Felipe, excepto Fernando y Catalina-. 
Museo Hof van Busleyden Malinas

Juana de Castilla se vio obligada a adoptar un estilo de vida muy diferente, por no decir, opuesto, al que su madre había impuesto en Castilla. Verdaderamente preocupada por el hecho de que sus hijos accedieran a la mejor formación posible; sin lujos excesivos, ni ostentación de riqueza, ni distancia en el trato. 

Los reyes, en Castilla, siempre fueron Señores, pero a partir de Carlos I, educado en Malinas, fueron Majestades; algo que desagradó profundamente a los castellanos. Sin obviar que el propio nombre del que sería emperador, Charles/Carlos, aunque parezca anecdótico, era absolutamente extraño y desconocido, hasta entonces en estas tierras de Fernandos, Juanes, Enriques, Alfonsos, Pedros, Sanchos, etc. Bien pues doña Juana hubo de afrontar todos aquellos contrastes, prácticamente sola, si bien, gracias precisamente a su educación, con el auxilio de sus conocimientos de latín y francés. Recordemos, por otra parte, que cuando su hijo vino a “hacerse cargo de su herencia”, no sabía ni una palabra en castellano.

Juana de Castilla. Juan de Flandes, 1496 (el año de su boda, 17 de edad). 
Kunsthistorisches, Viena

Don Fernando acordó la boda de su hija Juana -Toledo, 6-11-1479 – Tordesillas, 12-4-1555-, con Felipe -Brujas, 22-7-1478 - Burgos, 25.9.1506-, dentro de lo contenido en el marco de la llamada Liga Santa que, desde 1495 unía los intereses de la monarquía castellano-aragonesa, con los de Inglaterra, Portugal, Nápoles, la República de Génova y el Ducado de Milán, todos ellos, contra las pretensiones de Francia en Italia. Tal fue la causa real de que la dinastía Habsburgo, se asentara en los territorios de la actual España. Como es sabido, la voluntad de los contrayentes, era lo de menos en semejantes casos. Sin embargo, para entonces, Juana no era, ni parecía que fuera a ser heredera de los reinos de sus padres.

La boda se celebró el 20 de octubre de 1496, en Lierre, en Bélgica.

-Dicho sea de paso, el apelativo de El Hermoso, procede de la exclamación, al parecer, de Luis XII de Francia al serle presentado don Felipe, a su paso por Blois, cuando él y Juana se dirigían a Castilla: Voici un Beau Prince!

De hecho, aunque frecuentemente suele pasar desapercibido, al mismo tiempo, y en la misma ceremonia, se casaba el heredero de los Católicos, el Príncipe Juan -segundo hijo, pero primer varón-, con Margarita, la hermana de Felipe. Pero el Príncipe Juan murió en 1497, se dice que, de una especie de locura de amor hacia Margarita, que no le permitía sino pensar en ella, olvidándose de comer o dormir, además de que, al parecer era de constitución débil.

Pasó entonces Isabel, la primogénita, a convertirse en Princesa de Asturias. Casada con el Infante Alfonso de Portugal, en 1490, volvió a casar, en 1495 con Manuel el Afortunado, rey como Manuel I, y tío del fallecido Alfonso. 

Pero Isabel también murió de forma prematura en 1498, así como su único hijo, el prometedor Miguel de la Paz, en 1500, hallándose bajo la custodia de su abuela, doña Isabel.

Juana pasó así a convertirse en heredera de lo que, para entonces ya constituía un imperio, con las Coronas de Castilla y Aragón, con sus posesiones italianas; las tierras descubiertas, etc.; una inmensa dote que se haría efectiva tras el fallecimiento de doña Isabel, su madre, pero que, de hecho, Juana nunca rigió, a pesar de ser proclamada en 1504.

Dos llamadas “Concordias” se firmaron entre Fernando de Aragón y Felipe el Hermoso; la de Salamanca, en 1505, y la de Villafáfila, el año siguiente, para dirimir sus derechos, sin contar, por supuesto, con la participación de Juana, que veía su corazón partido, entre los dos hombres a los que más amó, en distinta manera, pero con la misma intensidad, siempre en discordia. Felipe el Hermoso sería finalmente proclamado Rey de Castilla en las Cortes de Valladolid, mientras que don Fernando se retiraba a sus tierras de Aragón, para pasar a Italia, donde esperó la marcha de los acontecimientos.

Y los acontecimientos no tardaron en precipitarse, de forma terrible, inesperada y turbulenta, especialmente, en lo que se refiere a sus efectos en nuestra protagonista. 

El día 16 de septiembre de 1506, el nuevo rey se encontraba felizmente en Burgos, jugando a la pelota. Después de la partida, bebió agua fría, o tal vez pasó a un lugar frío a pesar de hallarse sudoroso, o... ¿quién sabe? Al día siguiente aparecía gravemente enfermo, y nunca se recuperó. Tenía veintiocho años cuando de esta forma inesperada, falleció durante la noche del 24 al 25 de septiembre de 1506.

No se puede decir que Juana hubiera disfrutado de una feliz existencia a su lado, pero todas las vejaciones sufridas por las continuas y no ocultas infidelidades de su esposo, no le sirvieron de consuelo ante tan imprevista desaparición.

El traslado del cadáver de Felipe I a Granada, tal como él mismo había dispuesto, se convertiría en una de las supuestas pruebas de la locura de doña Juana.
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Benito Pérez Galdós crea un desenlace que pone algo de luz en los últimos días de la reina, empleando toda su capacidad de idealización. Así, describe lo que le habría gustado que sucediera. Y esto es algo muy lícito; cuando los poderosos ocultan los verdaderos móviles de sus actos, los súbditos tienen el derecho y la necesidad de interpretarlos.

Después de ver a la reina Juana -que nunca dejó de serlo-, durante tantos años, en la espléndida obra de Pradilla, contemplando el féretro de su marido, con gesto extraviado, ¿qué podemos pensar? 

Francisco Pradilla y Ortiz, 1877 (3,40 x 5,00). Museo del Prado

Casi siempre es esta la imagen, u otras similares, ya en su encierro, la que acude a la mente al pensar en ella, como si aquí estuviera representada toda su existencia. Pero hay que preguntarse, ¿por qué su madre la declaró heredera, si sabía que estaba enferma?; -sólo un año antes, se había producido el episodio del Castillo de La Mota, como veremos-. ¿Por qué la retratan tantas veces con el féretro a su lado, y en ocasiones, abrazada a él -como veremos -insisto-, en una próxima “galería”-, si ella estuvo siempre en el Palacio de Tordesillas, mientras que el féretro se hallaba en el Convento de Santa Clara desde el principio?

Doña Juana llevaba el féretro a Granada, porque tal fue el deseo de su marido, expreso en su testamento, del mismo modo que pidió que su corazón fuera enterrado en Flandes, tal como se hizo.

Urna en la que se llevó de Burgos a Brujas el corazón de Felipe el Hermoso, rey de Castilla. Iglesia de Nuestra Señora (Brujas, Bélgica).

¿Cuánto tiempo pasó doña Juana en el transporte del féretro? Pues, en total, no llegaría a ocho meses, interrumpidos por el nacimiento de su hija Catalina y la correspondiente cuarentena, más los continuos obstáculos que interpuso su padre, hasta que se le ocurrió la idea de "protegerla" en Tordesillas, con la falsa promesa de que sería una reclusión temporal. 

El hecho de estar sometida a la insidiosa custodia de los Denia, desde febrero de 1509 hasta abril de 1555, en condiciones a menudo infrahumanas -como denunciaría su hija Catalina-, ¿no sería un período suficiente para acabar con la razón de cualquiera?

Por otra parte, esa misma hija, Catalina, que a su vez sería reina de Portugal, fue educada exclusivamente por la reina “loca”, y, sin embargo, de tal educación resultó una personalidad absolutamente irreprochable, como es sabido, y una persona muy querida por toda su familia.

¿Demostraría esto que Juana no estaba loca? ¿Qué fue una “santa”? Ni una cosa, ni otra, sino más bien, una víctima, como ya apuntamos y próximamente comprobaremos con la documentación que justifica, o, al menos explica esta conclusión.

En cierta ocasión -todo esto lo veremos también en sus fuentes correspondientes-, don Carlos, su hijo, desde la distancia, ordenaría que Juana fuera obligada a comer, aunque hubiera que recurrir a la fuerza. ¿Porque temía por su vida? Quizás; no olvidemos que él reinó siempre en su nombre, pero, singularmente, comparada con los personajes de su entorno familiar, doña Juana resultó más longeva que todos ellos, al alcanzar los 75 años. Fue Felipe II el que más se le aproximó, con 71, pero habida cuenta, de que, sabiendo este de los problemas de salud de su padre y suyos, se preocupó enormemente por su cuidado médico personal y sus costumbres alimenticias, lo cual también está muy bien documentado... pero doña Juana nunca tuvo tales atenciones, es decir, que actuaba de acuerdo con su lógica personal. Se escribe, sin embargo, que cuando se negaba a comer, se debía a un acceso de locura. ¿Llamaríamos locura al ansia desmedida y enfermiza de comer y beber de don Carlos, incluso durante su retiro en Yuste?

La reina doña Juana la Loca, de Gabriel Maureta y Aracil, 1858
Museo del Prado. No expuesto.

No se vio llorar a la reina; he aquí otra de las razones para deducir la persistencia de su locura.
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viernes, 17 de abril de 2020

ABRAVANEL- PASTERNAK ● DE PADRES E HIJOS ● HISTORIA Y HERENCIA



Isaac Abravanel y León Hebreo -padre e hijo-,
supuestos ascendientes de:

Leonid y Boris Pasternak -padre e hijo-, retratos de Leonid. 

Excepto la carta de Leonid Pasternak acerca de su “pedigrí español”, ignoramos si hay documentación que lo demuestre sin dudas, aunque tampoco parece imposible, al igual que se cree, con un alto porcentaje de certeza, que los Abravanel procedían de la época de la destrucción del Primer Templo, y que llevaban catorce siglos en la Península Ibérica, en el momento de la expulsión. Quizá fuera una tradición familiar firme, con o sin base documental.

De Abravanel y Hebreo, se sabe que después de 1492, tras residir en varios reinos, ducados, etc., se asentaron en Corfú; cómo y cuándo llegarían sus descendientes al Imperio ruso -si fue así-, es otro misterio, difícil de elucidar, ciertamente, pero, en absoluto, imposible. En todo caso, los Pasternak, el pintor y el escritor, aun teniendo presente su ascendencia, no eran ya creyentes practicantes, pero, pudieron mantener vivo el concepto de su origen y la línea de sus antepasados. 

La memoria persiste con fuerza a través del sufrimiento y la amenaza continua. Hoy sabemos del gran número de sefardíes que recuperaron la nacionalidad española, una vez abolido el Edicto de Expulsión, hace muy pocos años, y todos ellos presentaron documentación suficiente para acreditarse como tales.

En el terreno histórico, literario y artístico, podemos pensar en figuras como Santa Teresa, Cristóbal Colón, Velázquez, Fray Luis de León, e incluso, ¿por qué no?, en El Greco.

ISAAC DE ABRAVANEL


Hijo de Judá Abravanel, Isaac nació en Lisboa en el año 1437, dentro de una familia acaudalada y muy próxima al poder real, pues habían prestado importantes servicios a Fernando III –el Santo- y Alfonso X, su hijo. Los Abravanel aseguraban proceder del linaje davídico, siendo, a la vez, una de las familias judías más antiguas en Hispania, donde se supone que se asentaron, como hemos dicho, desde las guerras judías del siglo I a.C. después de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén en el año 70.

Una parte de esta familia, aquella a la que pertenecía Isaac Abravanel, residía en Portugal, no muchos unos años antes de que él naciera. Su abuelo, Samuel, que había tenido que fingir la conversión al cristianismo para permanecer en España, también terminó viviendo en Portugal, donde, en principio, se sintió libre para volver a su religión.

Isaac recibió allí formación de los mejores maestros, como José Ḥayyim, rabí de Lisboa, con el que además de formarse en lengua, cultura y religión hebreas, aprendió latín, castellano, portugués, italiano, escolástica medieval y filosofía grecorromana, todo lo cual le permitió escribir, con solo veinte años, su obra: “Las formas de los elementos”.

En la década de 1470 entró al servicio de Alfonso V de Portugal, hasta que este se retiró a un monasterio en 1477, asumiendo el poder su hijo, el que sería Juan II, a pesar del desagrado y el temor de buena parte de la nobleza, y, sobre todo, del duque de Braganza. Este último intercambiaba cartas con Isabel I de Castilla, que, en 1483, fueron interceptadas por los espías de Juan II, que ordenó la expropiación de las tierras de la Casa de Braganza y la ejecución del duque, en Évora. Abravanel fue acusado de conspirar en favor de la casa de Braganza, con la reina castellana, Isabel I, y, a pesar de que en la introducción a su libro “Comentario a Josué” negó la acusación, se vio obligado a abandonar Portugal temiendo por su vida. Todos sus bienes fueron confiscados.

Isaac llegaba así a Castilla, donde entró al servicio de los Reyes Católicos, colaborando, incluso en la financiación de la guerra de Granada, al igual que otros conocidos judíos, como la familia Seneor/Senior. Justo por entonces, inició la redacción de una extensa obra literaria en hebreo, basada, sobre todo, en el estudio de la Biblia.

Las Capitulaciones para la entrega de Granada, se firmaron y ratificaron el 25 de noviembre de 1491El 2 de enero de 1492 los Reyes Católicos expulsaban al último rey musulmán -Boabdil-, y el 31 de marzo de 1492 se emitió el Decreto de Expulsión de los judíos de los reinos hispánicos.

Expulsión de los judíos de España. Emilio Sala Francés. 1889. Óleo sobre lienzo, 
313 x 281 cm. MNP

De acuerdo con un episodio de base histórica incierta, la pintura reflejaría el momento en que, cuando se va a publicar el decreto de expulsión, Abravanel -primer plano, de espaldas-, intentaría su revocación mediante el pago de 30.000 ducados, oferta que el rey escucha atentamente. Entonces se produciría el famoso episodio, no más fiable históricamente, según el cual, Fray Tomás de Torquemada, muestra un crucifijo que arroja después sobre la mesa, reprochando a los reyes: por 30 monedas le vendieron, y ahora pretendéis volver a venderle por 30.000

“Pintado en 1889 por Emilio Sala en su estudio de la calle de Rochechouart de París, ciudad a la que había marchado como pensionado tras permanecer varios años en Roma, este singular lienzo fue presentado por el artista a la Exposición Universal celebrada ese año en la capital francesa, donde el género histórico resultaba ya trasnochado, sin que por otra parte la crítica parisina llegase a comprender el significado profundo de su argumento.

El título de la obra alude al momento decisivo en que se produce en el ánimo de los Reyes Católicos la toma de la trascendental decisión, plasmada en el Edicto de Expulsión publicado el 31 de marzo de 1492, por el cual los judíos residentes en España debían abandonar la península en el plazo de tres meses bajo pena de muerte, salvo los bautizados al cristianismo que renunciaran de hecho a su antigua fe. Concretamente, la escena ilustra el momento de máxima tensión, en que el inquisidor interrumpe violentamente la audiencia concedida por los Reyes Católicos al interlocutor judío y arroja el crucifijo sobre la mesa situada en medio de la sala.

El rey Fernando escucha la arrebatada intervención del dominico, mientras la reina permanece impasible, con la mirada baja.

El judío retrocede ante tan desaforada alocución y los miembros de la corte asistentes a la audiencia se debaten entre la curiosidad, la indiferencia y la sorpresa. Por su parte, el escribiente asiste atento a los acontecimientos.

Esta obra tiene una especial significación en la evolución de la pintura española de historia por cuanto constituye uno de los ejemplos más tardíos del género inspirado en el reinado de los Reyes Católicos. La elección de su asunto es sin embargo radicalmente opuesta a la euforia triunfalista de los años anteriores, testimonio al fin de los cambios ideológicos y políticos de la España de fin de siglo, en los que la conciencia social y crítica llegó también a afectar a las escenas históricas, que se ocuparon de denunciar los acontecimientos más oscuros y controvertidos de las épocas consideradas hasta entonces como las más gloriosas del pasado español. 

En este caso, tan polémico episodio está interpretado por Sala con la extraordinaria jugosidad de su pincel mediterráneo, lleno de frescura y energía, impregnado además de la riqueza decorativa y elegante de la pintura burguesa parisina. En efecto, el lienzo constituye una espléndida página de la pintura histórica en su epílogo, tanto por las novedades formales que presenta como por la modernidad plástica de su factura, que anticipa ya -aplicado a este género- el naturalismo valenciano de fin de siglo.

Obra maestra de la breve producción histórica de Emilio Sala, causó un gran impacto en su tiempo por la modernidad que suponía, ya casi en los albores de una nueva centuria, su interpretación plástica respecto a la pintura de historia del resto del siglo. 

Torquemada, abalanzándose sobre el sitial real y atreviéndose a dar la espalda a los reyes, en un desafío consciente de la debida etiqueta protocolaria para demostrar su superioridad sobre la conciencia y autoridad de los monarcas, y la situación extremadamente frontal de los Reyes Católicos, enmarcados en la rigidez geométrica del dosel a modo de meras efigies emblemáticas insensibles ante la palpable injusticia, flanqueados por los grupos de caballeros y damas de su Corte -de una afectación muy francesa en sus expresiones-, constituyen rasgos de una atractiva novedad estética y conceptual, fruto en buena medida de la formación parisina del artista, a los que no habían osado hasta entonces el resto de los pintores españoles de historia.” (Texto extractado de Díez, J. L.: El Siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 272-275).

Decreto de expulsión de los judíos de Castilla (1492)

El Edicto conservado en Ávila

Transcripción

Don Fernando y doña Isabel, por la gracia de Dios, Reyes de Castilla, León, Aragón...

Al príncipe don Juan, nuestro muy caro y muy amado hijo y a los infantes... e a todos los judíos y personas singulares de ellos así varones como mujeres de cualquier edad que sean... salud y gracia.

Bien sabéis o debéis saber que porque fuimos informados que en nuestros reinos había algunos malos cristianos que judaizaban y apostataban de nuestra santa fe católica, de lo cual era mucha causa la comunicación de los judíos con los cristianos; en las cortes que hicimos en la ciudad de Toledo el año pasado de mil cuatrocientos ochenta años, mandamos apartar a los dichos judíos en todas las ciudades, villas y lugares de nuestros reinos y señoríos y darles juderías y lugares apartados donde viviesen, esperando que con su apartamiento se remediaría, y además hemos procurado y dado orden cómo se hiciese inquisición en los dichos nuestros reinos y señoríos, la cual, como sabéis, hace más de doce años que se ha hecho y hace, y por ella se han hallado muchos culpables según es notorio y según hemos sido informados por los inquisidores y por otras muchas personas religiosas, eclesiásticas y seglares, consta y aparece el gran daño que a los cristianos se ha seguido y sigue de la participación, conversación, comunicación que han tenido y tienen con los judíos, de los cuales se prueba que procuran siempre por cuantas vías y maneras pueden, subvertir y sustraer de nuestra santa fe católica a los fieles cristianos y apartarlos de ella y atraer y pervertir a su dañada creencia y opinión instruyéndolos en las ceremonias y observancias de su ley, haciendo ayuntamientos donde les leen y enseñan lo que han de creer y guardar según su ley, procurando circuncidar a ellos y a sus hijos, dándoles libros con los que recen sus oraciones y declarándoles los ayunos que han de ayunar y juntándose con ellos a leer y enseñarles las historias de su ley notificándoles de lo que en ellas han de guardar y hacer, dándoles y llevándoles de su casa el pan sin levadura y carnes muertas con ceremonias, instruyéndoles de las cosas de que se han de apartar, así en el comer como en las otras cosas por observancia de su ley, e persuadiéndolos en cuanto pueden a que tengan y guarden la ley de Moisés y haciéndoles entender que no hay otra ley ni verdad, salvo aquella, lo cual consta por muchos dichos y confesiones, así de los mismos judíos como de los que fueron pervertidos y engañados por ellos, lo cual ha redundado en gran daño y detrimento y oprobio de nuestra santa fe católica. Y como quiera que de mucha parte de esto fuimos informados antes de ahora por muchos y conocemos que el remedio verdadero de todos estos daños e inconvenientes, estaba en apartar del todo la comunicación de los dichos judíos con los cristianos y echarlos de todos nuestros reinos, nos quisimos contentar con mandarlos salir de todas las ciudades, villas y lugares de Andalucía, donde parecía que habían hecho mayor daño, creyendo que ello bastaría para que de las otras ciudades y villas y lugares de nuestros reinos y señoríos dejasen de hacer y cometer lo susodicho; y porque somos informados que ni aquello ni las justicias que se han hecho en algunos de los dichos judíos que se han hallado muy culpables en los dichos crímenes y delitos contra nuestra santa fe católica, no basta para entero remedio para obviar y remediar cómo cese tan gran oprobio y ofensa de la fe y religión cristiana porque cada día se halla y aparece que los dichos judíos crecen en continuar su malo y dañado propósito, que donde viven, conversan, y porque no haya lugar de más ofender a nuestra santa fe, así en los que hasta aquí Dios ha querido guardar como en los que cayeron, se enmendaron y redujeron a la santa madre iglesia, lo cual según la flaqueza de nuestra humanidad y astucia y sugestión diabólica que de continuo nos guerrea, fácilmente podría acaecer si la causa principal de esto no se quita, que es echar los dichos judíos de nuestros reinos, porque cuando algún grave y detestable crimen es cometido por algunos de algún colegio y universidad, es razón que tal colegio y universidad sean disueltos y aniquilados y los menores por los mayores y los unos por los otros castigados. Y que aquellos que pervierten el bien y honesto vivir de las ciudades y villas y por contagio pueden dañar a los otros, sean expelidos de los pueblos y aún por otras más leves causas que sean en daño de la república, cuanto más por el mayor de los crímenes y más peligroso y contagioso como lo es este. Por tanto, nos, con el consejo y parecer de algunos prelados y grandes y caballeros de nuestros reinos y de otras personas de ciencia y conciencia de nuestro consejo, habiendo tenido sobre ello mucha deliberación, acordamos de mandar salir todos los dichos judíos y judías de nuestros reinos y que jamás retornen o vuelvan a ellos ni a algunos de ellos.

Y sobre ello mandamos dar esta nuestra carta por la cual mandamos a todos los judíos y judías de cualquier edad que sean que viven y moran y están en los dichos nuestros reinos y señoríos, así los naturales de ellos como los no naturales que de cualquier manera y por cualquier causa haya venido y están en ellos, que hasta el fin del mes de julio primero que viene de este presente año, salgan de todos los dichos nuestros reinos y señoríos con sus hijos e hijas y criados y criadas y familiares judíos, tanto mayores como pequeños de cualquier edad que sean y no se atrevan a volver a ellos ni estar en ellos ni en parte algunas de ellos, de vivienda ni de paso ni en otra manera alguna bajo pena que si no lo hiciesen y cumpliesen así, y fueran hallados estando en los dichos nuestros reinos y señoríos o venir a ellos de cualquier manera incurren en pena de muerte y confiscación de todos sus bienes para nuestra cámara y fisco, en las cuales penas incurran por ese mismo hecho y derecho sin otro proceso, sentencia ni declaración. Y mandamos y prohibimos que ningunas ni algunas personas de los dichos nuestros reinos de cualquier estado, condición, dignidad, que sean, no se atrevan a recibir, receptar ni acoger ni defender ni tener pública ni secretamente judío ni judía, pasado el dicho término de fin de julio en adelante, para siempre jamás en sus tierras ni en sus casas ni en otra parte alguna de los dichos nuestros reinos y señoríos, so pena de perdimiento de todos sus bienes, vasallos y fortalezas y otros heredamientos. Y además, de perder cualesquiera mercedes que de nosotros tengan, para nuestra cámara y fisco. Y porque los dichos judíos y judías puedan durante el dicho tiempo hasta el final del dicho mes de julio mejor disponer de sí y de sus bienes y hacienda, por la presente, los tomamos y recibimos bajo nuestro seguro y amparo y defendimiento real, y los aseguramos a ellos o a sus bienes para que durante dicho tiempo hasta el dicho día fin del dicho mes de julio, puedan andar y estar seguros y puedan entrar y vender y trocar y enajenar todos sus bienes muebles y raíces y disponer de ellos libremente a su voluntad y que durante el dicho tiempo no les se ahecho mal ni daño ni desaguisado alguno en sus personas, ni en sus bienes contra justicia, bajo las penas en que caen e incurren los que quebranten nuestro seguro real. Y asimismo damos licencia y facultad a los dichos judíos y judías que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reinos y señoríos, sus bienes y hacienda por mar y tierra, en tanto que no saquen oro ni plata ni moneda acuñada ni las otras cosas vedadas, por las leyes de nuestros reinos salvo en mercaderías, y que no sean cosas vedadas, o en cambios. Y además, mandamos a todos los concejos, justicias, regidores, caballeros, escuderos, oficiales y hombres buenos de la dicha ciudad de Ávila o de las otras ciudades y villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos y a todos nuestros vasallos, súbditos naturales que guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir esta nuestra carta y todo lo en ella contenido, y den y hagan dar todo el favor y ayuda que para ello fuere menester, so pena de nuestra merced y de confiscación de todos sus bienes y oficios para la nuestra cámara y fisco.

Y porque esto pueda venir a noticia de todos y ninguno pueda pretender ignorancia, mandamos que esta nuestra carta sea pregonada por las plazas y lugares acostumbrados de esa dicha ciudad y de las principales ciudades y villas y lugares de su obispado, por pregón y ante escribano público. Y los unos ni los otros no hagáis ni hagan otra cosa de ninguna manera, so pena de nuestra merced y privación de los oficios y confiscación de los bienes, a cada uno de los que lo contrario hicieren. Y demás mandamos al hombre que esta carta les mostrare, que los emplace que se presentan ante nos en nuestra corte, dondequiera que estemos, desde el día que los emplacen, hasta quince días primeros siguientes bajo la dicha pena bajo la cual mandamos a cualquier escribano público que para esto fuese llamado, que dé desde que se la muestre, testimonio firmado con su firma para que sepamos cómo se cumple nuestro mandado. Dada en la nuestra ciudad de Granada, a XXXI días del mes de marzo año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo de mil y cuatrocientos y noventa y dos años.

Yo, el Rey, -Yo la Reina, -Yo Juan de la Coloma secretario del rey y de la reina nuestros señores la hice escribir por su Mandado. - Registrada, Álava. - Almazán, canciller.
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Fernando de Aragón, firmó un decreto similar, con la misma fecha y algunas pequeñas variantes, para el reino de Aragón y sus posesiones en Italia.
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Los Abravanel, a diferencia de otros importantes judíos como los Senior/Seneor, prefirieron emigrar, y así, pasaron por Italia, Turquía, África, e incluso a América, si bien, parece que no lo hicieron en condiciones del todo penosas, pues se les permitió llevar consigo algunos fondos. (Algunos historiadores admiten que la reina les permitió sacar mil escudos).

Isaac Abravanel embarcó con sus tres hijos: Judá -al que conocemos como León Hebreo-, José y Samuel, hacia Nápoles, donde el Rey Ferrante le nombró Tesorero, siendo confirmado en el cargo por el sucesor de este, Alfonso II, hasta que la invasión francesa del reino –por parte de Carlos VIII-, obligó a la familia a emigrar de nuevo, en esta ocasión, para asentarse, primero, en Sicilia y, finalmente, en Corfú

Abravanel había logrado llevar consigo una magnífica Enciclopedia, que fue destruida por los soldados franceses.

Ferrante de Nápoles. Alfonso II de Nápoles. Carlos VIII

En 1503, Isaac Abravanel pasó a residir en una floreciente Venecia, en cuya vida comercial se integró de inmediato. Venecia era una ciudad cosmopolita, que ya había acogido a varias comunidades inmigrantes; griegos, armenios, albaneses, hebreos y otros, que contribuyeron a su transformación y enriquecimiento, tanto en el aspecto arquitectónico como en el cultural y artístico; recordemos al respecto, grandes nombres como los de Tiziano, Lotto o Veronese.

Tiziano, Autorretrato (fragmento). Museo del Prado

Lotto. Autorretrato (probable). Thyssen-Bornemisza. Madrid 

Veronese. Autorretrato. Hermitage

Además de su trabajo en el mundo de las finanzas, Isaac Abravanel creó una importante obra filosófica y de exégesis bíblica. 

Entre sus trabajos destacan el “Rosh Amanah” - “Pináculo de la fe”-, basado en el Cantar de los Cantares, una obra, al parecer, muy condicionada por la del célebre cordobés Maimónides, también sefardí, al que, Abravanel parecía admirar y rechazar a la vez. Tiene, asimismo, entre muchas otras obras, tres fundamentales: “Fuentes de salvación”; “La salvación del Ungido”, y “Proclamar la salvación”

Abravanel murió en Venecia, pero recibió sepultura en Padua, en un cementerio que también fue destruido por los franceses.

Su hijo Judá Abravanel, al que conocemos como León Hebreo; además de un notable médico –tenía encomendado el cuidado personal del Gran Capitán-, fue autor de una gran obra literaria de carácter platónico.
Fuente: eSefarad.com
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Considerando retrospectivamente el desastre que se abatió sobre los judíos en 1492, cabe preguntarse cómo una personalidad del calibre de Don Isaac pudo haberse dedicado con ahínco a organizar las finanzas del reino, pertrechar a las fuerzas combatientes y proveer condiciones económicas básicas para la población civil durante esos ocho años en que desempeñó sus funciones, sin prever lo que podía acontecerle a la población judía. Lo cierto es que nadie esperaba que después de colaborar tan eficazmente con el reino para alcanzar la victoria definitiva que significó la conquista de Granada los judíos recibirían semejante paga. ¿Cuál fue la razón?

En primer lugar, cabe recordar que el establecimiento de la Inquisición en España fue autorizado por el Papa Sixtus IV. Se creó en Sevilla en 1480 y rápidamente se expandió a toda España. Durante los ocho años de gestión de gobierno de Don Isaac bajo los Reyes Católicos, la persecución de la Inquisición no se limitó únicamente a “judaizantes” sino también a “nuevos cristianos” sinceros que poseían fortuna o posiciones destacadas en la Real Administración. 
Santos Mayo. eSefarad
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LEÓN HEBREO, EL LEGADO LITERARIO

León Hebreo, también conocido por su nombre originario de Judá Abravanel (Lisboa, 1460 - 1530, Nápoles), filósofo y poeta portugués.

Portada de la ed. veneciana (1541) de los Dialoghi d'amore,
De “Leone Médico”, falsamente subtitulado,” de nación hebreo y después, hecho cristiano”.

Estudió teología y medicina. Al ascender al trono portugués, Juan II, su padre, Isaac Abravanel, como sabemos, tesorero y colaborador del monarca fallecido, Alfonso V, cayó en desgracia y en 1483 tuvo que huir, refugiándose en Castilla con ayuda de Abraham Senior, que lo asoció a su trabajo en la Hacienda real. Al año siguiente, León y el resto de la familia se reunieron con él en Sevilla. Fue entonces cuando asumió el nombre de "León" y se dedicó al ejercicio de la Medicina.

En 1492, a causa del Edicto de Granada, o de Expulsión, decidió marchar a Italia, donde residió sucesivamente en Génova y en Nápoles. 

En 1502 ya había escrito sus tres famosos Diálogos de amor en italiano -Dialoghi d'amore-, que se imprimieron póstumamente, en 1535 en Roma. En ellos se evidencia su pensamiento platónico, filtrado por la lectura de Maimónides, Juhanam Alemanno, Giovanni Pontano, Mario Equícola o fray Gil de Viterbo, aunque su modelo más evidente es, sin embargo, Marsilio Ficino y su Dialogo sopra l'amore, que León Hebreo perfeccionó, constituyéndose a su vez en un modelo seguido por todos los autores platónicos españoles del siglo XVI.

Hay huellas clarísimas de los Diálogos de Hebreo en las obras de:

Baltasar de Castiglione, Pietro Bembo,

Juan Boscán, Garcilaso de la Vega, (retratos dudosos)

Fernando de Herrera, Luís de Camões/Camoens.

Pedro Malón de Chaide, Michel E. de Montaigne, 

Sin olvidar a Maximiliano Calvi: Tractado de la hermosura y del amor, o al gramático Pedro Simón Abril y, mucho menos, a Miguel de Cervantes, quien escribió en su Don Quijote

"Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de lengua toscana 
toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas".
Prólogo de El Ingenioso Hidalgo.

Del mismo modo se advierte la influencia de la obra de Hebreo en los trabajos literarios de otros autores de muy diverso carácter: 



En la Poética de Miguel Ángel Buonarroti;

en el pensamiento de Giordano Bruno,

y en el de Baruch Spinoza.
Pintura de Samuel Hirszenberg, de 1907, que refleja el rechazo a Spinoza por parte de los judíos en Ámsterdam.

Baruch Spinoza, Ámsterdam, 24.11.1632 - La Haya, 21.2.1677, fue un filósofo neerlandés de origen sefardí hispano-portugués. Heredero crítico del cartesianismo, es considerado como uno de los tres grandes filósofos racionalistas del siglo XVII, junto con Descartes y Leibniz. Crítico racionalista de la ortodoxia religiosa, hoy es considerado como el “padre del pensamiento moderno”. Fue igualmente rechazado por el lado católico e incluido en el Index librorum prohibitorum. 

En el terreno poético creó una obra importante, reflejo, y tal vez, refugio, de una profunda tristeza: Queja contra el Destino. Publicada en Nápoles, en 1503, está escrita en forma de epístola y contiene 132 versos referidos a su hijo, retenido y bautizado contra la voluntad del escritor, por deseo del rey portugués Juan II. Refleja, como hemos apuntado, la profunda amargura causada por la pérdida de aquel hijo, al que, seguramente, Spinoza nunca volvió a ver. Su segunda obra poética, de carácter más solemne, es la Endecha a la muerte de su padre.

León Hebreo, D'Amour, ed. de 1595, en Lyon. “Filo y Sofía, De La Esencia Del Amor”
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