martes, 26 de febrero de 2019

POEMA DEL CID • Los Infantes de Carrión • Aprisa cantan los gallos • quieren quebrar albores.



Aunque el Cantar o Poema del Cid, expone ciertas situaciones y actitudes, dotándolas de un claro sentido poético, su lenguaje es el de la crónica, o épico, más que el de la poesía propiamente dicha. Aun así, contiene algunos versos puramente líricos, como este que hemos seleccionado para el encabezamiento: paradigmático, tanto en el contenido como en la forma.

Grabado de la historia del león, que da comienzo al episodio de los Infantes de Carrión
Stories from the Chronicle of the Cid –versión infantil- de Mary Wright Plummer (1910)

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Los infantes de Carrión se encuentran en el campamento del Cid, que está durmiendo, cuando aparece un león. Las mesnadas del Campeador acuden a rodear su lecho, pero los infantes se esconden o huyen despavoridos. El Cid despierta, toma al león por la melena y lo devuelve a su jaula. Los hombres se rien de los infantes, hasta que el Campeador prohibe la burla, pero ellos deciden culparle de su vergüenza, por lo que planean una oscura, injusta, e ignominiosa venganza, convirtiéndose en un modelo ideal de felonía –definida en el DRAE como Deslealtad, traición, acción fea-, que dará paso a una precisa imagen del antihéroe, en contraposición al Campeador.
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Lo que se conserva del Poema, es una copia del siglo XIV, de la escrita por Per Abbat en 1207. Se divide en tres partes, cuyo resumen sigue, elaborado por Menéndez Pidal.

CANTAR PRIMERO: EL DESTIERRO. 

Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, es enviado por su rey Alfonso a cobrar las parias que los moros del Andalucía pagaban a Castilla. Al hacer esta recaudación de tributos, el Cid tiene un encuentro con el conde castellano García Ordóñez, á la sazón establecido entre los moros, y le prende afrentosamente en el castillo de Cabra. Cuando el Cid vuelve a Castilla es acusado por envidiosos cortesanos de haber guardado para sí grandes riquezas de las parias, y el rey le destierra. Alvar Fáñez, con otros parientes y vasallos del héroe, se van con él al destierro. (Este relato corresponde a la parte perdida del códice.) El Cid parte de Vivar para despedirse de su mujer que, con sus dos hijas, aún niñas, está refugiada en el monasterio de Cardeña, y al dejarlas allí abandonadas, el héroe pide al Cielo le conceda llegar a casar aquellas niñas y gozar algunos días de felicidad familiar (versos 1-284). 

El Cid, monumento en Vivar. Detalle

El plazo del destierro apremia, y el Cid tiene que acortar su despedida, para salir de Castilla a jornadas contadas; otra preocupación le apremia más de cerca: la de poder en el destierro sostener su vida y la de los que le acompañan (v. 285-434). Los éxitos del desterrado son al principio penosos y lentos. Primero gana dos lugares moros. Castejón, en la Alcarria, y Alcocer, orillas del Jalón, y vende a los mismos moros las ganancias hechas (v. 435-861). Luego se interna más en país musulmán, haciendo tributaria suya toda la región desde Teruel a Zaragoza, mientras Alvar Fáñez va a Castilla con un presente para el Rey (v. 862-950). 

El desterrado prosigue su avance sobre las montañas de Morella y tierras vecinas, que estaban bajo la protección del conde de Barcelona, y prende a éste, dejándole generosamente en libertad al cabo de tres días de prisión (v. 951-1086). 

CANTAR SEGUNDO: LAS BODAS DE LAS HIJAS DEL CID. 

Desde las mismas montañas de Morella, el Cid se atreve ya a conquistar las playas del Mediterráneo, entre Castellón y Murviedro, llegando en sus correrías hasta Denia (v, 1085- n 69) y logrando, al fin, tomar la gran ciudad de Valencia (1170-1220). El rey moro de Sevilla, que quiere recobrar la ciudad perdida, es derrotado, y del botín de esta victoria el Cid toma cien caballos y los envía con Alvar Fáñez al rey Alfonso, para rogarle permita a doña Jimena ir a vivir en Valencia. En ésta queda establecido sólidamente el cristianismo, pues el Cid ha hecho allí obispo a un clérigo, tan letrado como guerrero, llamado don Jerónimo (v. 1221-1307). 

Alvar Fáñez, previo el permiso del rey, lleva a Valencia la mujer y las hijas del Cid; éste las recibe con grandes alegrías y les muestra desde el alcázar la extensión de la ciudad conquistada y la riqueza de su huerta (v. 1308-1621). El rey de Marruecos, Yúcef, quiere a su vez recobrar a Valencia, pero también es derrotado por el Cid; del inmenso botín de esta batalla, el Cid envía doscientos caballos al rey, siendo Alvar Fáñez el encargado tercera vez de este mensaje (v. 1622-1820). 

Tan repetidos y ricos regalos del Cid al rey producían en Castilla gran admiración hacia el desterrado héroe; pero, al mismo tiempo, mortificaban la envidia del conde García Ordóñez, el vencido en Cabra, y despertaban la codicia de unos parientes del conde, los infantes (ó jóvenes nobles) de Carrión que, para enriquecerse, quieren casar con las hijas del conquistador de Valencia. El rey mismo, estimando muy honroso para el Cid el casamiento, se lo propone a Alvar Fáñez (v. 1821-1915).

El Cid y el rey se avistan a orillas del Tajo; el rey perdona solemnemente al desterrado y éste accede a casar sus hijas con los infantes de Carrión, pues aunque le repugna el orgullo nobiliario de los novios, no quiere negarse a la petición del rey, por quien tanta veneración siente (v. 1916-2155). El Cid se vuelve a Valencia con los Infantes y allá se celebran las bodas (v. 2156-2277). 

CANTAR TERCERO: LA AFRENTA DE CORPES. 

Los infantes de Carrión dan muestra de gran cobardía, sobre todo en la batalla que el Cid tiene contra el Rey Búcar de Marruecos, que nuevamente viene a recobrar Valencia (v. 227S- 2491). El Cid, después de vencer y matar a Búcar, se siente en el colmo de su gloria: ya no es el pobre desterrado de antes; se halla rico, poderoso, temido; piensa someter a tributo todo Marruecos, y hasta se enorgullece de sus nobles yernos, cuya cobardía ignora (v. 2492- 2526). Estos, empero, que no podían sufrir las burlas de que eran objeto por su falta de valor, quieren vengarse del Cid afrentándole en sus hijas, y le piden permiso para irse con ellas a Carrión. El Cid, sin sospechar la maldad de sus yernos, accede, y los despide colmándolos de riquezas; pero, al bendecir a sus hijas, siente el ánimo abatido por malos agüeros y tristes presentimientos (v. 2527-2642). 

Los infantes emprenden su viaje, y en cuanto entran en tierras de Castilla, en el espeso robredo de Corpes, azotan cruelmente a sus mujeres y las dejan allí medio muertas (v. 2643-2762). Al saber tal deshonra, el Cid envía a Alvar Fáñez a recoger a las hijas abandonadas, y despacha a Muño Gustioz que pida al rey justicia: "el rey fué quien casó mis hijas; toda mi deshonra es también de mi señor" (v. 2763-2919). 

Condolido el rey, convoca su corte en Toledo. A ella acuden los infantes; aunque van de mala gana, van confiados en un poderoso bando de parientes a cuya cabeza está el conde García Ordóñez, el antiguo enemigo del Cid. Éste llega a Toledo el último (v. 2920-3100). Al abrirse la sesión de la corte, el Cid expone sus agravios, pidiendo a los infantes, primero, la devolución de las dos preciosas espadas Colada y Tizón; después, la entrega de la dote de las hijas, y a ambas cosas tienen que acceder los demandados (versos 3 101-3249). 

Pero el Cid demanda tercera vez, y ahora exige la reparación de su honor mediante una lid. En vano los infantes se alaban de su conducta, despreciando a las hijas de un simple infanzón como indignas de emparentar con los condes carrionenses. El Cid responde al conde García Ordóñez recordándole su prisión en Cabra, pero a los infantes no se digna contestarles; los parientes del héroe son los que les echan en cara su cobardía y les retan de traidores (v. 3250-3391). 

En esto, dos mensajeros entran en la corte a pedir las hijas del Cid para mujeres de los infantes de Navarra y de Aragón, países de donde serán reinas. El rey accede a este tan honroso casamiento, y reanudando el reto interrumpido, ordena que la lid se haga en las vegas de Carrión (v - 339 2- 353 2) - Allí, en su misma tierra, los infantes quedan vencidos por los del Cid y declarados traidores (v. 3533-3706). Las hijas del Cid celebran su segundo matrimonio, mucho más honroso que el primero, pues por él los reyes de España se hicieron parientes del héroe de Vivar (v. 3707-3730). 
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No se menciona aquí el episodio del león, que, si bien es aparentemente anecdótico, parece, de acuerdo con el relato, haber inducido la cruel, absurda, cobarde e injusta venganza de los infantes en cuestión, sobre las hijas del Cid.
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Manuscrito de Per Abat. BDH/BNE

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Versión modernizada, resumida y prosificada del poema.

Cuando el Cid es condenado al destierro, como consecuencia de falsas acusaciones, abandona Burgos y, tras diversos avatares, reconquista Valencia. En consecuencia, y habida cuenta de su fidelidad al rey, decide ofrecerle parte del botín allí cobrado.

-Si os complaciera, Minaya, y no os causa pesar, enviaros quiero a Castilla, al rey Alfonso, mi señor natural. Quiero darle cien caballos y que vos se los llevéis. Después, besadle la mano por mí y rogadle firmemente que a mi mujer doña Ximena y a mis hijas, si es su merced, que me las deje sacar. Enviaré por ellas, y con gran honra vendrán a estas tierras. También llevaréis mil marcos de plata al monasterio de San Pedro, y daréis otros quinientos al abad don Sancho.

San Pedro de Cardeña. Burgos. Torre del Cid y campanarios.

Había ido el rey a [Fagunt] Sahagún poco tiempo antes, y luego a Carrión. Allí, cuando salía de misa, Alvar Fañez Minaya, se puso a sus pies, le besó las manos y le dijo: 

—¡Merced, señor Alfonso, por amor del Creador! Os besa las manos mío Cid el lidiador. Le echaste de la tierra, no tiene vuestro amor; aunque está en tierra ajena, ha hecho buenas cosas, y aquí tenéis las pruebas de que os digo la verdad: os envía cien caballos fuertes y corredores.

-Recibo estos caballos que me envía como regalo.—Dijo el rey.

Pero García Ordóñez, el enemigo del Cid, se dolió de la benevolencia real, y dijo: 

—¡Parece que en tierra de moros no hay ni un hombre vivo cuando así obra a su antojo el Cid Campeador!— Y el rey le contestó:

—¡Dejad esa razón, porque en toda circunstancia me sirve mejor que vos!

Y siguió hablando Minaya como buen varón: 

—Por merced os pide el Cid, si os complaciese, que su mujer doña Jimena y sus dos hijas salieran del monasterio donde él las dejó, y fueran para Valencia con él. 

—Me agrada de corazón –dijo el rey-, les mandaré dar provisiones mientras por mi tierra vayan y que las protejan de afrenta, de daño y deshonor. Lo que antes le quité, ahora se lo devuelvo.

Y entonces empezaron a murmurar entre sí los infantes de Carrión: 

—Mucho crece la suerte de mío Cid Campeador; si casamos con sus hijas, sería a nuestro favor. Pero no se lo dicen a nadie.

Minaya se fue a San Pedro, donde estaban las dueñas. ¡Qué grande fue el gozo de ellas cuando lo vieron llegar! 

—A vuestros pies –dijo a doña Jimena-, Dios os proteja de mal y que lo mismo haga con vuestras hijas las infantes. Os saluda mío Cid desde allí donde está; sano lo dejé y con gran riqueza. El rey por su merced os deja libres para que os lleve a Valencia, que ahora es nuestra. Si ahora os viese el Cid tan sanas y sin ningún mal, estaría del todo alegre, y no tendría ningún pesar.
—El Creador lo mande — respondió doña Jimena.

Entonces mandó Minaya Alvar Fáñez a tres caballeros, para que fueran donde estaba el Cid en Valencia y les ordenó:

—Decidle al Campeador que a su mujer y a sus hijas el rey las deja libres. Y que dentro de quince días, yo estaré allí con ellas y con las buenas dueñas que las acompañan.

Muño Gustioz, uno de los tres caballeros, avisa al Cid que su mujer y sus hijas están ya en Medina y el Cid sale a su encuentro.

Cuando lo ve doña Jimena se echa a sus pies:

 —¡Gracias, Campeador. Henos aquí, señor, yo y vuestras hijas ambas, gracias a Dios y a vos están bien y ya criadas.

A la madre y a las hijas mucho las abrazaba, llorando de alegría y en silencio.

—Mujer querida y honrada, y mis dos hijas; mi corazón y mi alma. Entrad conmigo en Valencia, la plaza que gané para vosotras.

Después las subió al alcázar. 
—¿Qué es esto, Cid, que el Creador os salve?
—¡Mujer honrada, no tengáis pesar! Es riqueza maravillosa y grande. Un presente os quieren dar, como ajuar para que caséis a vuestras hijas.

—¡Estamos a vuestra merced –respondió doña Jimena-; ¡que viváis muchos años!

Doña Jimena, estatua en Burgos

—Mi mujer doña Jimena –continuó el Cid-: a estas damas que tan bien os sirven, las quiero casar con algunos de mis vasallos, y a cada una de ellas les daré doscientos marcos. Lo de vuestras hijas ha de andarse más despacio.

Se levantaron todas y le besaron las manos y el Cid dijo a Minaya:
-Mañana por la mañana os iréis sin falta y estos doscientos caballos llevaréis al rey como regalo, para que no diga mal del que Valencia manda.

Cuando llegaron a Valladolid con los caballos, alegre se puso el rey como no habéis visto tanto. 

Los infantes de Carrión también se acercaron, y el conde don García, su enemigo malvado. Lo que a unos les agrada, a otros les va pesando. El conde don García, encolerizado, con diez de sus parientes salen a un sitio apartado.

—¡Qué maravilla lo del Cid, que su honra crezca tanto! Por la honra que él obtiene seremos menospreciados; por esto que él hace nosotros tendremos daño.

Los infantes de Carrión, deliberando entre ellos, traman un plan en secreto.

El renombre de mío Cid ha crecido mucho; pidamos sus hijas para casar con ellas, creceremos en honra y podremos medrar. Y así fueron al rey Alfonso con su secreto plan.

—¡Un favor os pedimos como a rey y señor natural! Que nos pidáis a las hijas del Campeador; queremos casar con ellas a su honra y a nuestro favor.

El rey se quedó un rato pensativo, y después respondió:

—Yo eché de mi tierra al buen Campeador, y haciéndole yo a él mal, él a mí me hace gran favor. Este casamiento no sé si será de su gusto; pero, pero ya que lo queréis, tratemos la decisión. -Y saliendo aparte, llamó a los enviados del Cid.

—¡Oídme, Minaya, y vos, Pedro Bermúdez! Bien me sirve mío Cid el Campeador, él se lo merece y obtendrá mi perdón; decidle que me venga a verme, si es de su agrado. Diego y Fernando, los infantes de Carrión, quieren casarse con sus hijas. 

Cuando los enviados volvieron, sonrió mío Cid y los abrazó fuertemente:
—¡Ya llegáis, Minaya, y vos, Pedro Bermúdez! ¡En pocos sitios hay dos hombres semejantes a vos! ¿Qué saludos traéis de Alfonso, mi señor?

Ambos le explican lo que quería Alfonso, el de León, acerca de dar sus hijas a los infantes de Carrión,

-A Dios agradezco que tengo el favor del rey y que me pida mis hijas para los infantes de Carrión. Ellos son muy orgullosos y este casamiento no es de mi gusto, pero ya que lo manda quien vale más que nosotros, hablemos de ello, discutamos la cuestión. Junto al Tajo tengamos las vistas, pues lo quiere mi señor.

-Sean las vistas dentro de tres semanas, -dijo el rey al saberlo-, en las orillas del Tajo, donde están preparadas. 

Con el rey fue mucha gente y los infantes de Carrión muy alegres andaban, pensando que iban a recibir todo lo que quisiesen de oro y de plata. 

Cuando se encontraron, el Cid se puso en pie y besó al rey en la boca. A todos los demás esto les agradó, pero molestó a Alvar Díaz y a García Ordóñez.

—¡Oídme, mis consejeros –dijo el rey-; condes e infanzones! Quiero proponer un ruego a mío Cid el Campeador, ojalá quiera Cristo que sea a su favor. Os pido a vuestras hijas, doña Elvira y doña Sol, para darlas por mujeres a los infantes de Carrión. Ellos os lo piden y os lo mando yo.

-Están en vuestras manos, doña Elvira y a doña Sol, dadlas a quien queráis, que yo satisfecho estoy.

—Gracias —dijo el rey— después se levantaron los infantes de Carrión; y fueron a besar las manos del que en buena hora nació.

—Muchas gracias –concluyó el rey-. Cid, pues me dais vuestras hijas para los infantes de Carrión. Desde aquí las cojo con mis manos y se las doy por esposas.

-Vos casáis a mis hijas –respondió el Cid-, pues no las doy yo.

— Campeador, tened aquí a vuestros hijos, pues ya son vuestros yernos –dijo el rey-, a partir de hoy decidid qué hacéis de ellos.

Mucha es la gente que va con el Campeador, se dirigen a Valencia, la que antes ganó. 

—¡Ya venís Campeador –le dijo su esposa-, que os veamos muchos días con los ojos de la cara!
—¡Gracias al Creador, ya he vuelto, mujer honrada! Y unos yernos os traigo con que tendremos honra alta. ¡Agradecédmelo, hijas mías, pues estáis bien casadas!

Le besaron las manos su mujer y sus hijas y después continuó:
—A vosotras os digo, hijas, doña Elvira y doña Sol, por vuestro casamiento creceremos en honor, pero sabed la verdad, que no lo he decidido yo, sino que os ha pedido mi señor Alfonso, que yo no le supe decir que no. Bien os lo creáis, él os casa, que no yo.

Cabalgando, los infantes, se dirigían al palacio donde los recibió mío Cid con todos sus vasallos. A él y a su mujer se presentaron. El Campeador en pie se ha levantado:

—Puesto que hemos de hacerlo, ¿por qué lo retrasamos? Venid aquí, Alvar Fáñez, el que yo quiero y amo: he aquí que a mis dos hijas las pongo en vuestras manos; sabéis que con el rey en eso he quedado y no quiero faltar en nada a cuanto allí se ha acordado. Reciban las bendiciones y vayamos acabando.

Entonces dijo Minaya: —Esto haré yo de buen grado. –Y dijo a los infantes-: de parte del rey Alfonso, que me lo ha ordenado, os entrego a estas damas, que las toméis por mujeres de modo leal y honrado. Ambos las reciben con todo su agrado, y a mío Cid y a su mujer les van a besar las manos.

Ricas fueron las bodas en el alcázar honrado. Quince días enteros las bodas duraron. Cuando ya son los quince se van los hijosdalgo. El Cid y sus yernos se quedaron en Valencia, donde vivieron los infantes bien cerca de dos años.
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El episodio del león.

En Valencia estaba mío Cid con todos los suyos, y con él sus dos yernos, los infantes de Carrión. Echado en un escaño dormía el Campeador; un mal suceso sabed que les pasó: se salió de la jaula y se desató el león. Mucho miedo tuvieron, en medio del salón. Toman sus mantos los del Campeador y rodean el escaño donde yace su señor. 

El infante Fernando González no vio dónde retirarse, ni habitación abierta, ni torre. Se metió bajo el escaño, tal fue su temor. Diego González por la puerta salió, diciendo a voz en grito 
—¡No veré más Carrión!—, tras la viga de un lagar se metió con gran temor, el manto y la túnica todos sucios los sacó. 

Texto: Cantares del Cid Campeador, conocidos con el nombre de: POEMA DEL CID. (BAE)

En esto se despertó el que en buena hora nació, y vio el escaño rodeado de sus buenos varones: 

—¿Qué es esto, mesnadas?
—¡Nuestro hoNrado señor, nos asaltó el león!

Mío Cid apoyó el codo, en pie se levantó, el manto echado a la espalda, se encaminó hacia el león, que ante mío Cid se humilló. Mío Cid don Rodrigo por el cuello lo cogió, lo condujo con la mano y en la jaula lo metió. 

Cuando vuelven al palacio, Mío Cid por sus yernos preguntó, pero no los halló; aunque los están llamando, ninguno de ellos respondió. 

Cuando los encontraron, vinieron así, sin color; no habéis visto tales burlas como corrían por el salón, hasta que lo prohibió mío Cid el Campeador. Pero se sintieron ofendidos los infantes de Carrión, tenían un gran pesar por lo que les sucedió. 

Estando en esto, que les daba gran pesar, ejércitos de Marruecos vienen Valencia a cercar. Se alegraron el Cid y todos sus hombres, porque les creció la ganancia, pero el hecho no complace a los infantes de Carrión. Ambos hermanos aparte tienen reunión: 

-En esta batalla habremos de entrar nosotros, y puede que no volvamos a ver Carrión. Se quedarán viudas las hijas del Campeador.

Oyó su charla en secreto Muño Gustioz, y vino con estas noticias a mío Cid Ruy Díaz el Campeador. 

—¡Ved qué miedo tienen vuestros yernos, tan valientes que son, por no entrar en la batalla desean irse a Carrión! 

-Idlos a consolar, y que no tengan que combatir.-Respondió el Cid.

Mío Cid don Rodrigo sonriendo salió. 

—¡Dios os guarde, yernos, infantes de Carrión! Dais abrazos a mis hijas, tan blancas como el sol. Yo deseo ir a la lucha y vosotros a Carrión. En Valencia descansad a vuestra satisfacción, que de aquellos moros ya me encargo yo. ¡Ea! –añadió, volviéndose hacia Pedro Bermúdez, su sobrino-: cuidadme a don Diego y a don Fernando, mis dos yernos, que mucho los amo. 

Alzó los ojos, adelante está mirando y vio venir a Diego y a Fernando, se alegró mío Cid, y les dijo sonriendo:

—¡Ya llegáis, mis yernos!; sé que de luchar bien os habéis saciado, y a Carrión de vosotros irán buenos recados. Por bien lo dijo el Cid, pero ellos se lo tomaron a mal. Pero cuando recibieron los bienes de la victoria, pensaron que nunca en su vida estarían necesitados. 

Los vasallos del Cid se reían por lo bajo pues nadie recordaba haber visto luchar ni a Diego ni a Fernando y las burlas iban aumentando. Muy mal deliberaron estos infantes ambos.

—Vayámonos a Carrión, mucho aquí nos demoramos. Los bienes que tenemos son muchos y en toda nuestra vida no podremos gastarlos. Pidámosle nuestras mujeres al Cid Campeador, digámosle que las llevaremos a tierras de Carrión y que vamos a enseñarles dónde están sus posesiones. Las sacaremos de Valencia, del poder del Campeador; después en el camino actuaremos a nuestro sabor, antes que nos reprochen lo que pasó con el león. Nosotros somos del linaje de los condes de Carrión, llevaremos cuantiosos bienes que tienen gran valor, escarneceremos a las hijas del Campeador. Con estos bienes siempre seremos ricos hombres, podremos casar con hijas de reyes o de emperadores, pues somos del linaje de los condes de Carrión. 

Ambos regresan con esta decisión, y se dirigen al Cid.

-Si agrada a doña Jimena y primero a vos, y a Minaya Alvar Fáñez y a cuantos hay en la reunión, dadnos a nuestras mujeres que recibimos con bendiciones; las llevaremos a nuestras tierras de Carrión, les entregaremos las villas que les dimos por arras en posesión. Verán vuestras hijas lo que tenemos nosotros, y los hijos que tengamos en qué tendrán partición.

No pensaba el Campeador ser por esto afrentado y respondió:

—Os daré a mis hijas y algo de mi porción. Les quiero dar de ajuar tres mil marcos de oro, y os daré mulas y palafrenes muy buenos y corceles para la guerra, fuertes y corredores, y muchas vestiduras de tejidos bordados con oro. Os daré dos espadas, a Colada y a Tizón. Mis hijos sois ambos, cuando a mis hijas os doy. Cuidad bien de ellas, que vuestras mujeres son; si bien las atendéis, yo os daré un buen galardón.

Los infantes de Carrión, reciben a las hijas del Campeador, y todo lo que él les dio. Doña Elvira y doña Sol, se arrodillaron ante su padre: 

—¡Merced os pedimos! Ahora nos enviáis a tierras de Carrión, y es nuestro deber cumplir lo que nos mandéis vos. Así por favor os pedimos que nos enviéis mensajes a tierras de Carrión.

Las abrazó mío Cid y las besó a las dos. Al padre y a la madre las manos les besaban, ambos las bendijeron y les dieron su gracia. 

Mío Cid vio en los agüeros que estos casamientos no estarían libres de mancha, pero no se puede arrepentir, pues casadas están ambas.

-Tú –dijo a Félez Muñoz-, eres primo de mis hijas. De todo corazón, te mando que vayas con ellas hasta el mismo Carrión, y veas las heredades que a ellas dadas son y luego con las noticias vendrás al Campeador.

Muy grande fue el dolor en la separación, el padre y las hijas lloran de corazón, lo mismo hacían los caballeros del Campeador.

Comienzan a irse los infantes de Carrión. En Santa María de Albarracín toman posada, espolean cuanto pueden, y ya están en Molina. Atravesaron Arbujuelo y llegaron al Jalón, juntos ambos hermanos planearon la traición.

—Puesto que hemos de dejar a las hijas del Campeador, podríamos matar al moro Abengalbón, que es tan amigo del Campeador, y cuanta riqueza tiene la tendríamos nosotros.

Cuando esta alevosía decían los de Carrión, un moro que sabía castellano, bien se lo entendió, y se lo dijo a Abengalbón: 

—Alcaide, cuídate de estos. Tu muerte oí planear a los infantes de Carrión.

El moro Abengalbón, un bravo capitán, se puso a cabalgar, y se detuvo ante los infantes. 

—Decidme, ¿qué os hice, infantes? Yo os servía lealmente y vosotros mi muerte planeasteis. Si no lo dejase por mío Cid el de Vivar, os daría tal escarmiento que por el mundo sonase y luego llevaría sus hijas al Campeador leal. ¡Vosotros en Carrión ya no entraríais jamás! Aquí me separo de vosotros como de malos y traidores. -Esto les hubo dicho y el moro se volvió-.

Los infantes de Carrión se ponen a andar de día y de noche. A la izquierda dejan Atienza, la sierra de Miedes la pasaron y por los Montes Claros espolean con vigor. A la izquierda dejan Griza, a la derecha San Esteban, que queda más remoto. Así han entrado en el robledo de Corpes, donde el arbolado es tan alto, que las ramas suben a las nubes, y los animales salvajes andan alrededor. 

Hallaron un vergel con una limpia fuente, mandaron plantar la tienda con cuantos traían consigo y allí pasaron la noche, abrazando a sus mujeres y mostrándoles amor, (¡mal se lo cumplieron, cuando salió el sol!)

Han recogido la tienda en que pasaron la noche, y por delante se han ido sus criados todos, tal como lo mandaron los infantes de Carrión; que no quedase allí nadie, ni mujer ni varón, salvo sus dos mujeres, doña Elvira y doña Sol. Solazarse quieren con ellas a su satisfacción. Todos se habían ido, ellos cuatro estaban solos. Tanta infamia planearon los infantes de Carrión: 

—Tened por seguro, doña Elvira y doña Sol, que seréis escarnecidas aquí, en estos fieros montes, hoy nos separaremos y seréis abandonadas por nosotros, y no tendréis parte en las tierras de Carrión. Vengaremos con ésta la del león.


Allí les quitan las túnicas y los mantos, las dejan solo en camisa. Llevan espuelas calzadas los malos traidores, y en la mano cogen las cinchas. 

Cuando esto vieron las damas, habló doña Sol: 

—¡Don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios! Dos espadas tenéis fuertes y tajadoras, a una la llaman Colada y a la otra Tizón; cortadnos las cabezas, mártires seremos las dos. Tan grandes crueldades no cometáis con las dos; si fuésemos golpeadas, os quedaréis sin honor, y os acusaran de ello en vistas o en cortes.

Lo que rogaban las damas de nada les sirvió. Empiezan a golpearlas con las cinchas, sin compasión, y con las agudas espuelas, les causan gran dolor. Les rompían las camisas y las carnes a las dos. Clara salía la sangre sobre los bordados de oro. ¡Qué gran ventura sería, ojalá lo quisiese Dios, que asomase ahora el Cid Campeador! 

Mucho las golpearon, pues no tienen compasión, ensangrentadas las camisas y las túnicas bordadas en oro. Cansados están de herirlas, esforzándose ambos por cuál dará mejores golpes.

Ya no pueden hablar doña Elvira y doña Sol. Por muertas las dejaron en el robledo de Corpes. Se les llevaron los mantos y las pieles de armiño, y las dejan desfallecidas y en camisa a las rapaces del bosque y a las fieras. Por los montes por donde iban ellos se iban jactando.

Ignacio Pinazo Camarlench - Las hijas del Cid
(Los Infantes de Carrión huyen por la derecha).

—De nuestros casamientos ahora nos hemos vengado; no las debimos tomar ni por concubinas si no nos lo hubiesen rogado, pues no eran nuestras iguales para estrecharlas en abrazos. ¡La deshonra del león así se irá vengando!

Aquel Félez Muñoz, que era sobrino del Cid Campeador, tuvo una intuición: se metió en un bosque espeso, separándose de los suyos, para intentar ver a sus primas, o ver qué han hecho los infantes de Carrión. Los vio venir y oyó su conversación, ellos no lo veían ni sospechan que estaba allí. Siguió su rastro Félez Muñoz, y halló a sus primas desmayadas las dos.

—¡Primas, primas!—. 

Al punto descabalgó, ató el caballo por las riendas y a ellas se acercó. Sintió que se le rompía el corazón en el pecho. 

-¡Primas, primas, doña Elvira y doña Sol! ¡Reanimaos, primas, por amor del Creador, antes que caiga la noche, y las alimañas nos devoren en este bosque!

Iban volviendo en sí doña Elvira y doña Sol; abrieron los ojos y vieron a Félez Muñoz: 

—¡Esforzaos, primas, por amor del Creador! Si me echan de menos los infantes de Carrión, con gran prisa mandarán buscarme. 

Con muy grande dolor habló doña Sol: 

—¡Qué bien os lo pague, primo, nuestro padre!; dadnos agua.

Las fue reconfortando y dándoles valor, hasta que cobraron fuerzas. Después las subió al caballo y las cubrió con su manto. Los tres van solos por los robledo de Corpes, entre el día y la noche salían de los bosques. A la orilla del Duero, en la Torre de doña Urraca las dejó y se fue a San Esteban, donde halló a Diego Téllez, el de Alvar Fáñez. Cuando este le oyó, le dolió de corazón, tomo monturas y vestidos y fue a recoger a doña Elvira y a doña Sol. 

Las llevó a san Esteban y allí, lo mejor que pudo, las honró. A los de San Esteban, cuando se enteraron de todo, les dolió de corazón. A las hijas del Cid les dan ánimo y allí se quedaron hasta que se curaron. 

Van las noticias a Valencia, y cuando se lo dicen al Cid Campeador, pasó un rato pensando. Después levantó la mano y se cogió la barba:

-¡Por esta barba que nunca nadie mesó, no han de disfrutar los infantes de Carrión, y a mis hijas bien las casaré yo!

Después mandó a Alvar Fañes Minaya con Pedro Bermúdez y Martín Antolínez, que anduviesen día y noche, y que le trajesen sus hijas a Valencia. 

Llegaron a Gormaz, un castillo muy fuerte, y allí se albergaron una noche. 

Llegó a San Esteban la noticia de que venía Minaya por sus primas y allí, como hombres buenos, reciben a Minaya y a todos sus hombres. Allí se aposentaron para descansar esa noche y Minaya fue a ver dónde están sus primas. 

Lo miran atentas doña Elvira y doña Sol:

—Tanto os lo agradecemos como si viésemos al Creador. Cuando hayamos descansado, todas nuestras aflicciones podremos contar.

Lloraban en silencio las damas y Alvar Fañes, y Pedro Bermúdez las consolaban:

—Doña Elvira y doña Sol, no tengáis preocupación, pues estáis sanas y vivas y sin otro mal. Si un casamiento perdisteis, mejor podréis alcanzar. ¡Ojalá veamos el día en que os podamos vengar!

A la mañana siguiente se disponen a cabalgar. En el lugar de Berlanga fueron a acampar y de Medina a Molina en otro día van. De allí a Valencia se encaminan y cuando el Cid recibe la noticia de su próxima llegada, se dispone a recibirlos.

Mío Cid fue a abrazar a sus hijas, sonriente las besa:

—¡Ya llegáis, hijas mías, Dios os guarde de mal! Yo acepté el casamiento, no me atreví a decir más. De mis yernos de Carrión Dios me haga vengar.

Le besaron las manos las hijas al padre y entraron en la ciudad. Mucho se alegró con ellas doña Jimena, su madre. 
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VISTA EN CORTES

El que en buena hora nació no lo quiso retrasar, habló con los suyos en secreto y decidió enviar un mensaje al rey Alfonso de Castilla.

—Muño Gustioz, mi vasallo de pro, llévale un mensaje a Castilla al rey Alfonso: de esta deshonra que me han dado los infantes de Carrión que le pese al buen rey de todo corazón. Él casó a mis hijas, que no se las entregué yo. Ahora las han dejado, con gran deshonor; y esta deshonra, toda es de mi señor. Se me han llevado mis bienes que numerosos son, eso me debe pesar como otro deshonor. Decid que me los traiga a vistas, a juntas, o a cortes, para que yo obtenga justicia de los infantes de Carrión; que la aflicción es muy grande dentro de mi corazón.

Al rey en Sahagún lo encontró, rey es de Castilla y rey es de León, y de las Asturias hasta San Salvador; hasta llegar a Santiago, de todo es señor y los condes gallegos le tienen por señor. En cuanto descabalga Muño Gustioz, se dirige al palacio donde estaba la corte. En cuanto entraron los vio el rey, reconoció a Muño Gustioz, y se levantó. 

—¡Favor, rey Alfonso! Los pies y las manos os besa el Campeador, él es vuestro vasallo y vos sois su señor. Casasteis a sus hijas con los infantes de Carrión. Alto fue el casamiento, porque lo quisisteis vos. Ya sabéis la honra que a nosotros nos pasó, y cómo nos han ultrajado los infantes de Carrión. Mal golpearon a las hijas del Cid Campeador, después de desnudarlas, con gran deshonor, las abandonaron en el robledo de Corpes a las fieras alimañas y a las rapaces del bosque. Por esto os ruega, como vasallo a señor, que le llevéis los infantes, a vistas, a juntas, o a cortes. Se tiene deshonrado, pero vuestra deshonra es mayor. Haced que obtenga justicia el Cid, de los infantes de Carrión.

El rey un buen rato guardó silencio y pensó. Después dijo:

—En verdad te digo que me duele de corazón, y tienes razón en esto, Muño Gustioz, pues yo casé a sus hijas con los infantes de Carrión. Lo hice para bien, y a su favor; ¡ojalá el casamiento no estuviese hecho hoy! Le ayudaré en justicia, así me salve el Creador.

Que pregonen que mi corte se reunirá en Toledo. Que allí me acudan condes e infanzones. Mandaré que allí vayan los infantes de Carrión y que den reparación a mío Cid el Campeador. Decidle al Campeador, que de aquí a siete semanas se prepare con sus vasallos; que acuda a Toledo. Por afecto hacia el Cid esta corte hago, y de esto que le sucedió aún saldrá bien honrado.

Ya les estaba pesando a los infantes de Carrión que el rey en Toledo hiciera corte, porque temen que irá el Campeador. Le rogaron al rey que los dispensara de aquella corte, pero dijo el rey: 

—No lo haré, válgame Dios; a ella vendrá el Campeador, y le daréis reparación. Si no lo queréis hacer, abandonad mi reino, pues no es de mi satisfacción.

Los infantes de Carrión, se reúnen a deliberar con todos los parientes; el conde don García en el asunto terció, pues era enemigo del Cid, y siempre le buscó mal. 

Se aprestan a ir a la corte, entre los primeros, el buen rey don Alfonso, el conde don Enrique y el conde don Ramón -padre del buen emperador-, el conde don Fruela y el conde don Beltrán; y de toda Castilla todos los mejores. 

El conde don García con los infantes de Carrión, Diego y Fernando, allí están los dos, y Asur González y Gonzalo Ansúrez y con ellos un gran partido que trajeron a la corte, pensando en atacar a mío Cid el Campeador. 

Aún no había llegado el que en buena hora nació, y porque se retrasa tanto, al rey le molestó. A Alvar Fañez por delante lo envió, que le besase las manos al rey su señor, y que estuviese seguro de que llegaría esa noche. Cuando lo oyó el rey, le agradó de corazón. Con mucha gente el rey cabalgó y fue a recibir al que en buena hora nació. Cuando lo tuvo a la vista, al buen rey don Alfonso, echó pie a tierra mío Cid el Campeador, humillarse quiere y honrar a su señor. Cuando lo vio el rey, ese gesto rechazó: 

—¡Por San Isidro, esto no lo haréis hoy! De lo que os aflige, a mí me duele de corazón. ¡Dios quiera que la corte se honre hoy por vos!

—¡Amén!— dijo mío Cid el Campeador, y le besó en la mano y en la boca.
—¡Gracias a Dios cuando os veo, señor! Mi mujer doña Jimena, os besa las manos y mis hijas las dos, que esto que nos ha pasado, os duela, señor. Disponeos, señor, a entrar en la ciudad y yo con los míos me hospedaré en San Servando. Mañana por la mañana entraré en la ciudad e iré a la corte.

—Me complace de verdad, dijo don Alfonso.

Y ya va mío Cid a la corte; en la puerta descabalgó. Cuando lo vieron entrar, se levantaron en pie el buen rey don Alfonso y el conde don Enrique y el conde don Ramón, y todos los otros con gran honra. 

No se quiso levantar ninguno del bando de los infantes de Carrión. El rey le dijo al Cid: 

—Venid aquí a sentaros, Campeador; en este escaño que me regalasteis vos. ¡Aunque le pese a algunos, sois mejor que nosotros! — Entonces le dio las gracias el que Valencia ganó: 

—Seguid en vuestro escaño como rey y señor, que junto con mis hombres, aquí me quedaré yo.

Lo que dijo el Cid al rey mucho le agradó. En un escaño torneado mío Cid se sentó, y los cien que le escoltaban se pusieron alrededor. Toda la corte mira a mío Cid; no le miran, por vergüenza, los infantes de Carrión. Entonces se puso en pie el buen rey don Alfonso: 

—¡Oíd, mesnadas, y que os proteja el Creador! Desde que soy rey sólo he convocado dos cortes; una en Burgos y la otra en Carrión, y esta tercera, en Toledo, la hago hoy por afecto hacia mío Cid, el que en buena hora nació, para que obtenga justicia de los infantes de Carrión. Le han hecho gran injusticia, bien los sabemos todos. Sean jueces de esto el conde don Enrique y el conde don Ramón y todos los otros condes que no sois del otro bando. Prestad mucha atención, para sentenciar lo justo, que lo injusto, no lo mando yo. 

Ahora exponga su demanda mío Cid el Campeador y sepamos qué responden los infantes de Carrión.

Mío Cid la mano le besó al rey y se puso en pie: 

—Mucho os lo agradezco, como a rey y señor. Esto les demando a los infantes de Carrión: que dejaron a mis hijas. Yo les di dos espadas, Colada y Tizón, para que se honrasen con ellas y os sirviesen a vos. Cuando dejaron a mis hijas en el robledo de Corpes, perdieron mi amor: ¡Devolvedme mis espadas, que ya no sois mis yernos!

Lo otorgan los alcaldes: —Todo esto es de razón.— dijo el malo don García. Entonces salieron fuera los infantes de Carrión con todos sus parientes y el bando que les apoyaba; lo discutieron todo, y acordaron la resolución: 

—Un gran favor nos hace el Cid Campeador, cuando por deshonrar a sus hijas no nos demanda hoy. Ya nos avendremos con el rey don Alfonso. Démosle sus espadas, si así acaba su alegación, y cuando las tenga se disolverá la corte. Nunca obtendrá justicia de nosotros, el Cid Campeador. 

Y tras estas palabras volvieron a la corte:

—¡Favor, rey don Alfonso, sois nuestro señor! No lo podemos negar, que dos espadas nos dio; cuando nos las pide y las quiere a su satisfacción, se las queremos dar estando ante vos.

Sacaron las espadas Colada y Tizón, las pusieron en manos del rey su señor. Cuando las sacan relumbra toda la corte, se maravillan de ellas los hombres buenos. Recibió el Cid las espadas; se volvió al escaño. Allí levantó la mano, y la barba se tomó: 

—Por esta barba que nadie nunca mesó, así se irán vengando doña Elvira y doña Sol.

A su sobrino Pedro Bermúdez, por su nombre lo llamó, estiró el brazo, y la espada Tizón le dio

—Tomadla, sobrino, pues mejora de señor.

Hacia Martín Antolinez, el burgalés de pro, estiró el brazo, y la espada Colada le dio: 

—Martín Antolinez, mi vasallo de pro, tomad a Colada, la gané de buen señor.

-Otra querella tengo –dijo luego-, contra los infantes de Carrión: cuando sacaron de Valencia a mis hijas, en oro y en plata tres mil marcos les di yo, y aun habiendo hecho yo esto, ellos realizaron su acción: ¡devuelvan mi dinero, que ya mis yernos no son!

Aquí veríais quejarse a los infantes de Carrión. Dice el conde don Ramón: 

—¡Contestad, sí o no!

— Entonces responden los infantes de Carrión: 

—Por eso le dimos sus espadas al Cid Campeador, para que más no pidiese y acabe su alegación.

Se puso en pie el Cid Campeador: 

—Este dinero que os di yo, que me lo devolváis, o de ello deis razón.

Volvieron a salir fuera los infantes de Carrión, más no se ponen de acuerdo, pues los bienes muchos son, y ya los habían gastado.

—Mucho nos apremia el que Valencia ganó –dijeron al volver-, cuando de nuestros bienes así le entra afición. Le pagaremos en posesiones en tierras de Carrión. 

Y dijeron los jueces, después de su confesión:

—Si eso le agrada al Cid, no se lo prohibimos, pero en nuestra sentencia así lo mandamos nosotros: que aquí lo entreguéis dentro de la corte.

Ante estas palabras habló el rey Alfonso: 

—Bien conocemos esta cuestión, y sabemos que en justicia se querella el Campeador. De estos tres mil marcos doscientos tengo yo, que antes me los dieron los infantes de Carrión. Devolvérselos quiero, pues están tan pobres, que se los den a mío Cid, el que en buena hora nació. Si han de pagarlos como multa, ya no los quiero yo.

Habló el infante Fernando González y así se expresó: 

—Dinero aquí no tenemos nosotros.

Y respondió el conde don Ramón:

—El oro y la plata lo gastasteis vosotros. Por sentencia damos ante el rey don Alfonso, que le paguen en especie y lo reciba el Campeador.

Ya vieron lo que debían hacer los infantes de Carrión y allí se vieron, tanto caballo corredor, tanta poderosa mula, tanto palafrén, tanta buena espada con toda la guarnición. Todo lo recibió mío Cid cuando lo tasaron en la corte. Mal burlados salieron los infantes, de esta situación. 

Y aún añadió mío Cid Campeador:

—¡Por favor, rey y señor, por amor y caridad! La querella mayor no se me puede olvidar. Oídme toda la corte y afligíos con mi mal. A los infantes de Carrión, que me deshonraron tanto, tengo que retarlos. Si ya no queríais a mis hijas, perros traidores, ¿por qué las sacasteis de Valencia? ¿Por qué las golpeasteis con cinchas y espolones? Abandonadas las dejasteis en el robledo de Corpes a las fieras alimañas y a las rapaces del bosque.

El conde don García en pie se levantaba: 

—¡Favor, rey, el mejor de toda España! Está avezado mío Cid en las cortes extraordinarias. Los de Carrión son de un linaje tal que no debían querer a sus hijas por concubinas ¿cómo las querrían por sus iguales casadas? Han obrado en justicia al abandonarlas.

Entonces el Campeador se tomó de la barba: 

—¡Gracias a Dios, que cielo y tierra manda! Yo os derroté, conde, en el castillo de Cabra, cuando tomé la villa y a vos por la barba. 

—Deberías dejaros, Cid, de esta alegación, –dijo el infante Fernando-. Vuestros bienes se os han pagado todos; que no haya más pleito entre nosotros. De linaje somos de los condes de Carrión, debimos casar con hijas de reyes o de emperadores, pues no nos correspondían simples hijas de infanzones; cuando las dejamos, en justicia obramos los dos.

Y Pedro Bermúdez habló, dirigiéndose a Fernando:

-Acuérdate cuando luchamos junto a Valencia la grande: viste un moro, con él te fuiste a emplear, pero huiste antes que a él te acercases. Si yo no te ayudara, el moro te habría matado. En secreto lo quise guardar, hasta este día no se lo descubrí a nadie. Ante mío Cid y ante todos te empezaste a jactar de que mataste al moro; todos se lo creyeron, pues no saben la verdad, que eres galante, pero no eres valiente. 

Y ¿no se te viene a la mente en Valencia lo del león, cuando dormía el Cid y el león que se escapó? Y tú, Fernando, ¿qué hiciste con el temor? Te metiste bajo el escaño de mío Cid el Campeador. Nosotros rodeamos el escaño para cuidar de nuestro señor, hasta que despertó; se levantó del escaño y se fue hacia el león, que inclinó la cabeza, se dejó agarrar por el cuello y él a la jaula lo metió. Cuando volvió el buen Campeador, a sus vasallos los vio alrededor, preguntó por sus yernos y a ninguno encontró. ¡Te reto tu persona por malo y por traidor, esto te lidiaré aquí ante el rey don Alfonso! Por las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, por cuanto las dejasteis, menos valéis los dos. Ellas son mujeres y vosotros sois varones, pero en cualquier circunstancia valen más que vosotros dos. 

Diego González, el otro infante, oíd lo que dijo: 

—Del linaje somos de los condes más limpios, y estos casamientos no debieran haber surgido, para emparentar con mío Cid don Rodrigo. De haber dejado a sus hijas aún no nos arrepentimos; mientras vivan podrán dar suspiros, les será reprochado lo que les hicimos. ¡Esto le lidiaré al más atrevido: que por haberlas dejado, más honrados hemos sido! 

Martín Antolinez se levantó: 

—¡Calla, alevoso, boca sin verdad! Lo del león no se te debe olvidar: saliste por la puerta, al patio fuiste a dar, te escondiste tras la viga del lagar; la túnica ni el manto no los vestiste más. Las hijas del Cid, a las que dejasteis, sabed que, en cualquier caso, valen más que vosotros. 

Asur González habló entonces-

—¡Señores! ¿quién vio nunca tanto mal? ¿Quién nos fue a dar noticias de mío Cid el de Vivar? ¿Quién le iría a conceder con los de Carrión casar? 

Entonces se levantó Muño Gustioz.

—¡Calla, alevoso, malo y traidor! A los que deseas la paz los condenas a tu alrededor. No dices la verdad ni a amigo ni a señor; mentiroso con todos y más con el Creador, de tu amistad no quiero ni la menor ración.

Y dijo el rey Alfonso: 

—¡Acabe esta alegación! 

Apenas lo dijo y, he aquí que dos caballeros entraron en la corte. Uno llamado Ojarra y el otro, Íñigo Jimenoz; uno es del príncipe de Navarra y otro del príncipe de Aragón. Besan las manos del rey don Alfonso, y le piden sus hijas a mío Cid el Campeador, para ser reinas de Navarra y de Aragón. Entonces, se puso en pie mío Cid el Campeador

—¡Por favor, rey Alfonso, vos sois mi señor! Ved que mis hijas en vuestras manos son, sin vuestro mandato nada haré yo.

Se levantó el rey, e hizo callar a la corte. 

—Os ruego, Cid, cabal Campeador, que ello os agrade y lo concederé yo. Este casamiento hoy se otorgue en esta corte, pues os crece en él honra, y tierra y posesiones.

Se levantó el Cid, y le besó las manos al rey. 

—Cuando a vos os complace, yo lo concedo, señor.

Entonces dijo el rey: 

—¡Dios os de buen galardón! A vos, Ojarra, y a vos, Íñigo Jimenoz, este casamiento os lo concedo yo con las hijas de mío Cid, doña Elvira y doña Sol, para los príncipes de Navarra y de Aragón.

Minaya Alvar Fañes en pie se levantó:

—¡Un favor más os pido, como a rey y señor!

Dijo el rey: 

—Me agrada de corazón, hablad, Minaya, a vuestra satisfacción.

—Yo os ruego que me oigáis toda la corte, pues tengo una gran querella contra los infantes de Carrión. Yo les di mis primas por mandato del rey Alfonso; las tomaron con honra, y con bendiciones, y muchos bienes les dio mío Cid el Campeador. Ellos las han dejado, a pesar de nosotros, y ahora los reto, por malos y traidores! Y esto agradezco yo al Creador, que piden a mis primas doña Elvira y doña Sol los príncipes de Navarra y de Aragón. Antes las teníais como iguales para abrazarlas a las dos, ahora besaréis sus manos y las llamaréis señoras, las habréis de servir mal que os pese a los dos. Así le crece la honra a mío Cid el Campeador. 

Dijo el rey: 

—¡Acabada esta cuestión! Que ninguno haga sobre ella otra alegación. Mañana sea la lid, cuando salga el sol, de estos tres contra tres que se retan en la corte.

Luego hablaron los infantes de Carrión:

—Dadnos, rey, un plazo, pues mañana ser no puede. Nuestras armas y caballos tienen los del Campeador, y nosotros tendremos que ir antes a las tierras de Carrión.

Habló el rey hacia el Campeador: 

—Sea esta lid donde mandéis vos—

Y dijo el Cid: 

—No lo haré, señor. Prefiero irme a Valencia que a tierras de Carrión.

Y entonces dijo el rey: 

—Por supuesto, Campeador. Aquí les pongo de plazo dentro de mi corte, que al cabo de tres semanas en las vegas de Carrión hagan esta lid estando delante yo. Y el que no acuda en el plazo, que pierda la razón, sea dado por vencido y también por traidor.

Aceptaron la sentencia los infantes de Carrión. Mío Cid se dirigió al conde don Enrique y al conde don Ramón, los abrazó estrechamente y les rogó de corazón que tomaran de sus bienes, a plena satisfacción. 
● ● ●

Las tres semanas del plazo llegan a su conclusión. Han llegado en ese tiempo los del Campeador, cumplir quieren la misión que les mandó su señor. Dos días esperaron a los infantes de Carrión. Vienen muy bien equipados de caballos y guarniciones, y todos sus parientes van con ellos. Pasada la noche, se juntaron muchos de los buenos ricos hombres para ver esta lid.

A los infantes de Carrión, los estaba aconsejando el conde Garcí Ordóñez. Pidieron al rey Alfonso que no estuviesen en la lucha Colada y Tizón. Muy arrepentidos están los infantes de haberlas dado las dos. Así lo dijeron al rey, pero no lo consintió.

—Levantaos y salid al campo, infantes de Carrión, necesitáis combatir como hombres. Si del campo salís bien, gran honra tendréis los dos, y si sois vencidos, no nos hagáis reproches, puesto que todos saben que los merecéis los dos.

Ya se están arrepintiendo los infantes de Carrión, de lo que habían hecho tienen gran contrición. Ya están los tres armados los del Campeador, los iba a ver el rey don Alfonso, y le dijeron: 

—Os besamos las manos como a rey y a señor, que juez seáis hoy de ellos y de nosotros; ayudadnos en lo justo, pues en lo injusto no. Aquí tienen su bando los infantes de Carrión, no sabemos si ellos planearán algo o no. En vuestra custodia nos puso nuestro señor, ¡defended nuestro derecho, por amor del Creador!
Entonces dijo el rey: 

—¡De todo corazón!— 

EL CAMPO DEL HONOR

Les traen los caballos, buenos y corredores; santiguan las sillas y cabalgan con vigor. Estas tres lanzas tienen sendos pendones; alrededor de ellos hay muchos buenos varones. Ya han salido al campo donde están los mojones. 
Ya están en la otra parte los infantes de Carrión, muy bien acompañados, pues muchos parientes son. El rey les dio jueces para decidir el derecho solo, que no disputen con ellos sobre sí o no. Cuando estaban en el campo habló el rey don Alfonso: 

—Oíd lo que os digo, infantes de Carrión: esta lid en Toledo la hicierais, pero no quisisteis vos. Estos tres caballeros de mío Cid el Campeador yo los conduje a salvo a las tierras de Carrión. Defended vuestro derecho, lo injusto no queráis vosotros, pues al que lo quiera hacer bien se lo impediré yo, en todo mi reino no tendrá satisfacción.

Se apartaban del campo todos alrededor, bien se lo indicaron a los seis que son, que sería vencido quien se saliese del mojón. Les sorteaban el campo, ya les repartían el sol, salían los jueces del medio, ellos cara a cara son. 

Allí atacan los de mío Cid a los infantes de Carrión, y los infantes de Carrión a los del Campeador; embrazan los escudos delante del corazón, abaten las lanzas a una con los pendones, inclinaban la cara sobre los arzones, picaban los caballos con los espolones. Temblando está la tierra por donde van al galope. 

Pedro Bermúdez, el que primero retó, con Fernán González de cara se juntó, se golpean los escudos sin ningún temor. Fernán González a Pedro Bermúdez el escudo le pasó, le dio en vacío, en el cuerpo no acertó, aunque por dos lugares el asta se le rompió. Firme estuvo Pedro Bermúdez, que no se ladeó. Un golpe ha recibido, pero él otro dio. Le rompe la bloca del escudo, aparte se la echó, se lo atravesó todo, de nada le valió, le metió la lanza por el pecho, que nada le protegió. 

Dentro de la carne un palmo se la metió, por la boca afuera la sangre le salió. Por la grupa el caballo en tierra lo echó, así creía la gente que de muerte cayó. Pero dejó la lanza y la espada desenvainó. 

Cuando lo vio Fernán González, reconoció a Tizón, y antes de esperar el golpe dijo: 

—¡Vencido estoy!

—Lo confirmaron los jueces, Pedro Bermúdez le dejó. 

Martín Antolinez y Dia González se golpearon con las lanzas, tales fueron los golpes que las quebraron ambas. 

Martín Antolinez echó mano de la espada; relumbra todo el campo, tal es de limpia y clara, le dio un golpe, de través, el casco de encima aparte se lo echaba, las lazadas del yelmo todas se las cortaba. Le rasó el pelo de la cabeza, a la carne le llegaba, una parte cayó al campo, la otra arriba le quedaba. Cuando este golpe ha dado Colada, vio Diego González que no escaparía con el alma. Volvió riendas al caballo para ponerse de cara; Martín Antolinez lo recibió con la espada, un golpe le dio de plano, con el filo no le daba.

Dia González espada tiene en mano, pero no la empleaba. Entonces el infante muy grandes voces daba:

—¡Ayúdame, Dios, señor, y líbrame de esta espada!- 

Al caballo tira las riendas y, lo saca del campo, pero Martín Antolinez en el campo se quedaba y entonces dijo el rey:

—Venid vos a mi mesnada: Por cuanto habéis hecho, vencido habéis la batalla.

Dos de ellos han ganado, os contaré de Muño Gustioz con Asur González cómo peleó. Se asestan en los escudos unos grandes golpes. Asur González, fuerte y valeroso, hirió en el escudo a don Muño Gustioz; en el cuerpo no le acertó. Habiendo asestado este golpe, otro dio Muño Gustioz, y después del escudo, le pasó la guarnición y el escudo le rompió, hiriéndole por un lado, no junto al corazón, le metió por la carne adentro la lanza con el pendón, y al tirar de la lanza en tierra lo echó. Rojos salieron el asta, el hierro y el pendón: todos piensan que está herido de muerte. Y dijo Gonzalo Ansurez: 

—¡No lo hagáis, por Dios! ¡Has ganado el campo, pues que esto se acabó!

Mandó despejar el campo el buen rey don Alfonso, las armas que allí quedaron él se las apropió. Como honrados se marchan los del buen Campeador, que vencieron esta lid, gracias al Creador. Muy grande es el pesar en tierras de Carrión. 

El rey a los de mío Cid de noche los despidió. Como hombres prudentes, andan de día y de noche, y ya están en Valencia con mío Cid el Campeador, que por infames dejaron a los infantes de Carrión. 

Se alegró por eso mío Cid el Campeador, pero muy grande es la infamia de los infantes de Carrión: quien a buena dama injuria y la abandona después lo mismo le suceda o acaso peor. 
● ● ●

Dejémonos ya la historia de los infantes de Carrión, pues de lo que han recibido, guardan muy mal sabor; y hablemos ahora de este que en buena hora nació.

Se tomó la barba Ruy Díaz: 

—¡Gracias al rey del cielo, mis hijas vengadas son. Sin vergüenza las casaré, que a unos pese y a otros no! 

Tuvieron negociaciones con los de Navarra y Aragón, celebraron su reunión con Alfonso el de León, hicieron sus casamientos con doña Elvira y doña Sol y son señoras sus hijas de Navarra y de Aragón! que los reyes de España ahora parientes son.

Abandonó este mundo mío Cid Campeador el día de Pentecostés, ¡de Cristo tenga el perdón! Y en este lugar se acaba esta narración. Al que escribió este libro Dios le dé el paraíso, ¡amén! 

Per Abbat lo escribió en el mes de mayo en era de mil doscientos cuarenta y cinco años.

Y el romance se ha leído, dadnos vino; y si no tenéis monedas, echad ahí unas prendas, que bien nos lo darán por ellas.

Folio 74 recto del Cantar de mío Cid: 

Per Abbat le escrivió en el mes de mayo en era de mil e. CC XLV años. 
vv. 3731-3732.
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