martes, 29 de enero de 2019

LA ÚLTIMA OBRA DE CICERÓN: CUESTIONES TUSCULANAS, LA ÚLTIMA ALEGRÍA DE CICERÓN: EL HALLAZGO DE LA TUMBA DE ARQUÍMEDES



En el año 44 aC., probablemente, Cicerón ya sabía que su vida estaba seriamente amenazada, cuando optó por recluirse en su mansión de Tusculum. Allí se centró en llevar a cabo un análisis filosófico sobre la vida y la muerte, teniendo muy presente la dolorosa pérdida de su hija y quizás la falta de sentido de aquello por lo que, podríamos decir, había luchado toda su vida, es decir, alcanzar el poder, cualesquiera que fueran sus planes una vez llegado a la cima, algo que, al fin y al cabo –como se deduce-; era cuestión de vanidad, aun cuando su objetivo fuera el bien común.

Tusculum, Teatro Romano

Ordenados sus pensamientos, resultó un sinnúmero de interesantísimas y valiosas consideraciones filosóficas; las llamadas Tusculanas, escritas durante un período sorprendentemente breve, como si el autor sintiera la urgencia de comunicarlas.

En la V parte de esta obra, Cicerón asegura haber encontrado la tumba de Arquímedes, muerto por un soldado romano durante la toma de Siracusa, en el transcurso de la II Guerra Púnica, entre los años 214 y 212 aC. 

Benjamin West: Cicerón descubre la tumba de Arquímedes. 

Alrededor de 180 años después del suceso, al parecer, Cicerón, con aquel hallazgo, tuvo la oportunidad de vivir una de sus últimas satisfacciones.
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Polibio (200-118 a.C) en su relato de las Guerras Púnicas y Tito Livio, en su Historia (27-25 aC.), escribieron sobre Arquímedes y su trágico, inesperado, y casi absurdo final, que Plutarco completaría, en sus Vidas Paralelas (96-117). En este sentido -aunque no cronológicamente-, Cicerón parece cerrar el ciclo, al incluir en el último Libro de las Tusculanas, la información sobre su descubrimiento de la tumba del sabio griego.

Veamos, pues, en primer lugar, lo que se sabía respecto a Arquímedes, cuando Cicerón emprendió el viaje a Sicilia, en busca de la tumba del admirado sabio griego.

POLIBIO

Modelo de la estatua de Polibio en Viena, almacenado en los sótanos del Hofburg Palace.

Así la mayor parte de los hombres, lo que menos soporta es lo más fácil, me refiero al silencio. Polibio.

Polibio cuenta cómo Arquímedes, lejos de la imagen de aquel sabio “distraído”, -y, aunque ya tenía una edad notable, -ca. 287 a. C.- 212 a. C., es decir, alrededor de los 70 años-, participó muy activamente, en la defensa de su ciudad, Siracusa, logrando, con sus “ingenios” hacer fracasar los sucesivos intentos de asalto por parte de los romanos, que finalmente, se vieron obligados a recurrir a un asedio indefinido.

    Asedio de Siracusa.
    
    Los romanos que asediaban Siracusa, aceleraban los trabajos con suma atención, bajo la atenta mirada de Apio, que ordenó que la infantería rodeara la ciudad desde el pórtico de Scítica, donde el parapeto de la muralla avanza hasta la orilla del mar. 
    
    Una vez dispuestas sus máquinas de guerra, esperaba que, gracias al superior número de los asaltantes, estando el enemigo desprevenido, tomarían la plaza en cinco días.
    
    Pero no contaba con la energía y la inteligencia de Arquímedes, ignorando que a menudo, el genio de un solo hombre puede ser más poderoso que muchos brazos, aunque tuvieron que aprenderlo a su costa, porque, además, la ciudad era muy fuerte, ya que sus murallas se erguían desde los lugares más altos hasta la orilla, y eran inaccesibles, incluso cuando no estaban defendidas.
    
    Además, Arquímedes había reunido junto a las murallas de Siracusa tal cantidad de medios de defensa, tanto de los ataques por tierra, como los que se efectuaran por mar, que los asediados no necesitaban mucho tiempo para disponerse a sostener un asalto, pues podían enfrentarse de inmediato a cualquier tentativa por parte de Roma.
    
    Apio, no obstante, lo dispuso todo para el ataque, y ya se disponía a lanzar sus arietes y escalas contra la muralla del lado oriental, llamado Hexáfilo, es decir, Seis Puertas.
    
    Los romanos disponían de un ingenio mecánico, llamada el “arpa”, porque una vez desplegado, se parecía a este instrumento. Unían firmemente dos naves de cinco filas de remos, como si formaran una sola y entre ambas soportaban una especie de plataforma, defendida por tupidos mimbres, que se elevaba por medio de cuerdas y poleas, y llegando a la altura de las murallas, permitía depositar sobre ellas a los soldados.
    
    Ya se disponían a atacar con sus “Arpas” preparadas, cuando Arquímedes, a su vez, puso en juego nuevos ingenios capaces de disparar a grandes distancias masas de piedra o plomo, que no sólo derribaban el arpa, sino también las naves que la transportaban, inutilizando todos los esfuerzos de los romanos, hasta el punto que, muy pronto, Marcelo, se retiró desconcertado. Al caer la noche hizo avanzar sus galeras sin ruido, pero, aun así, en cuanto estuvieron a tiro, Arquímedes empleó una nueva estratagema, consistente en practicar en la muralla, agujeros, a través de los cuales pudieran disparar los arqueros sin correr peligro; todos los esfuerzos de los romanos resultaron, pues inútiles, ya que, no sólo no podían acercarse, sino que muchos de ellos resultaron muertos desde lejos. Del mismo modo, cuando intentaron volver con sus arpas, las máquinas dispuestas en el interior de las murallas, que desde fuera no se veían, aparecían por encima y delante de los muros; unas lanzando piedras, y otras, bloques de plomo, que agujereaban y echaban a pique las naves sobre las que caían.
    
    Otro invento, o ingenio de Arquímedes, consistía en un enorme garfio pendiente de una cadena, en el extremo de una viga colocada como palanca. El gancho levantaba la nave por la proa, hasta que el extremo opuesto de la viga, tocaba tierra, entonces, se desenganchaba de golpe, y la nave caía sobre sí misma. Por la fuerza del impulso, la proa solía anegarse, arrastrando al fondo, casi inmediatamente, la nave. En ocasiones, si algunos hombres lograban pisar tierra, eran igualmente cogidos por los ganchos, y soltados al vacío desde gran altura.
    
    

    Imagen: Philip Remacle
    
    Marcelo, a pesar de la enorme preocupación que le provocaba el hecho de ver tantos esfuerzos fracasados a causa de los inventos de Arquímedes, además de las considerables pérdidas, tanto de hombres como de naves, bromeó ante sus hombres refiriéndose al sabio, con el fin de mantener la moral a pesar de los sucesivos desastres

-Arquímedes usa nuestras naves para coger agua y mezclarla con su vino y nuestras “arpas” han decidido abandonar el banquete.

Pero definitivamente, todo intento de efectuar un asalto por mar, tuvo que ser abandonado.
    
Los dos generales, se dispusieron a poner en práctica la única medida a su alcance; iniciar un asedio que hiciera rendirse a la ciudad, a pesar del tiempo que hubiera que emplear en ello. Así permanecieron ocho meses ante la ciudad, interceptando la llegada de víveres, sin que hubiera estratagema o valerosa acción que no se intentara; tanta fuerza -terminaba diciendo Tito Livio-, puede tener un solo hombre, cuando emplea su genio en el logro de una empresa. 
    
Para no perder completamente el tiempo allí empleado, los cónsules dividieron sus fuerzas; Apio, con dos tercios de los ejércitos, continuó el asedio, mientras Marcelo, con el otro tercio, destruyó a aquellos de los cartagineses que habían apoyado la causa de los sicilianos.
    
Polibio: Historia, Libro VIII, III.
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TITO LIVIO
Tito Livio. Panteon Veneto; Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti

TITO LIVIO: HISTORIA, XXIV XXV: GUERRA EN SICILIA. ARQUÍMEDES

Preparativos para el asalto a Siracusa. Las “máquinas” de Arquímedes

Algunas personas de peso decían públicamente que en Leontinos -Λεοντῖνοι, la actual Lentini, ciudad de Sicilia entre Siracusa y Catana (Catania) a unos 12 km de la costa-, había quedado perfectamente desvelada la codicia y la crueldad de los romanos, que de haber entrado en Siracusa habrían cometido las mismas atrocidades o incluso mayores, dado que allí había más con que satisfacer su avaricia. Así pues, acordaron unánimemente que se cerrarían las puertas y se protegería la ciudad. 

Los militares y la plebe, en buena parte, sentían aversión hacia lo romano; pero los pretores y una minoría del estamento dirigente, tenían, sin embargo, mayores prevenciones con respecto a un peligro más próximo y amenazador, y es que encontrándose los romanos ya delante del Hexapilo, Hipócrates, Epicides, y los miembros del ejército que tenían parientes entre la población entraban en conversaciones con ellos para que abrieran las puertas y les permitieran defender la patria común contra el ataque de los romanos. 

Se había abierto ya una de las puertas del Hexapilo y habían empezado a dejarles entrar cuando intervinieron los pretores. Trataban de disuadirlos a fuerza de amenazas primero; con su influencia personal después, y, por último, como todo era en vano, olvidándose de su dignidad, les suplicaban que no entregasen la patria a quienes primero fueron secuaces del tirano y después corruptores del ejército. Pero la multitud soliviantada cerraba sus oídos a todo y trataba de echar abajo las puertas con tanto empeño desde dentro como desde fuera. 

Forzadas todas ellas, se dio entrada a la columna por todo el Hexapilo. Los pretores huyeron a Acradina, junto con la juventud de la ciudad. Los soldados mercenarios, los desertores de Roma, y lo que quedaba del ejercito real en Siracusa engrosaron el ejército enemigo. 

Así cayó Acradina, también al primer asalto, y se dio muerte a todos los pretores, excepto a los que pudieron escapar en el tumulto y sólo la noche puso fin a la masacre. 

Al día siguiente se dio libertad a los esclavos y se excarceló a los presos, y toda esta masa promiscua eligió pretores a Hipócrates y Epicides, y Siracusa, después de un efímero resplandor de libertad, cayó de nuevo en su antigua esclavitud.

Cuando los romanos fueron informados de estos hechos, trasladaron inmediatamente su campamento de Leontinos a Siracusa.

Además, una embajada que había enviado Apio por mar, se encontraba casualmente en una quinquerreme que, con una cuadrirreme que la precedía, fueron capturadsa nada más cruzar la entrada del puerto; los embajadores escaparon por los pelos. No solo no se respetaban ya los derechos de la guerra, ni siquiera los de la paz; y entonces el ejército romano estableció su campamento junto al Olimpio —un templo de Júpiter—, a mil quinientos pasos de la ciudad. Se decidió enviar también desde allí una delegación, y para que esta no entrase en la ciudad salieron a su encuentro Hipócrates, Epicides y los suyos. 

El portavoz de los romanos dijo que no intentaba llevar la guerra a los siracusanos, sino ayuda y apoyo, tanto para los que habían buscado refugio a su lado después de escapar en plena masacre, como para los que padecían, atenazados por el miedo, una esclavitud más horrible que el exilio e incluso que la muerte. Que los romanos no iban a consentir que quedara impune la infame muerte de los aliados; por lo tanto, los que se habían refugiado a su lado podían volver sin peligro a su patria, si se entregaban los responsables de la matanza, y si se les restituía a los siracusanos la libertad y la legalidad, no habría necesidad de recurrir a las armas; pero si tales condiciones no se cumplían, se recurriría a la fuerza contra todo el que ofreciera resistencia. 

Respondió Epicides que, si tuvieran algún encargo para él y los suyos, les darían una respuesta; que volviesen cuando en Siracusa estuviese el poder en manos de aquellos a quienes se habían dirigido; pero que, si rompían las hostilidades, los propios hechos les harían comprender que no era lo mismo en absoluto atacar Siracusa que atacar Leontinos. Dicho esto, dejó a los embajadores y cerró las puertas.

Desde ese momento se inició el ataque a Siracusa simultáneamente por tierra y por mar; por tierra desde el Hexapilo y por mar desde Acradina, cuyas murallas bañan las olas. Y como habían tomado Leontinos con el susto del primer asalto, confiaban en penetrar por un sitio o por otro en aquella ciudad extensa y dispersa, y acercaron a las murallas maquinaria de asalto de todo tipo.

La operación puesta en marcha con tanto ahínco habría tenido éxito de no haber sido por la presencia de un hombre singular en Siracusa en aquellos momentos. Era este Arquímedes, un observador sin par del cielo y de los astros, pero más extraordinario aun como inventor y constructor de máquinas de guerra con las que sin esforzarse mucho burlaba las más laboriosas operaciones del enemigo.

La muralla se extendía a lo largo de un terreno desigual, elevado y de acceso difícil en muchos puntos, pero con tramos en depresión a los que se podía llegar por vaguadas horizontales, y en cada sitio emplazó los artefactos de todo tipo que resultaban más apropiados. 

Marcelo atacaba la muralla de Acradina, bañada por el mar como ya se ha dicho, con sesenta quinquerremes, Desde algunas de las naves, arqueros y honderos, e incluso velites, cuyo venablo son incapaces de devolver los que no son expertos, alcanzaban a casi todo aquel que permaneciera sobre la muralla; estos mantenían sus naves a distancia del muro porque el lanzamiento de proyectiles requiere espacio. 

Otras quinquerremes, emparejadas de dos en dos después de eliminar los remos interiores para adosar costado con costado, propulsadas por la bancada exterior de remos como si fuera una sola nave, transportaban torres de varios pisos y otros artefactos para batir los muros. 

Frente a este dispositivo naval emplazo Arquímedes en los muros máquinas de diversos tamaños. Contra las naves que estaban a distancia lanzaba piedras de gran tamaño; las más cercanas las atacaba con proyectiles más ligeros, y por eso mismo más frecuentes. Finalmente, con objeto de que los suyos lanzaran sus proyectiles sobre el enemigo sin ser alcanzados, abrió en el muro de arriba abajo numerosas troneras aproximadamente de un codo, y a través de estas, y sin descubrirse, atacaban al enemigo, unos con flechas y otros con escorpiones -Máquinas bélicas de lanzamiento- de tamaño medio. 

Algunas naves se acercaban más para quedar, por dentro, lejos del alcance de los proyectiles; sobre la proa de estas naves se lanzaba, por medio de una especie de grúa -Con el nombre latino, toleno, lo explica Vitruvio como un artilugio compuesto por un poste vertical bien hincado en el suelo y otro horizontal articulado con el primero por el centro.- que sobresalía por encima de la muralla, una mano de hierro sujeta con una sólida cadena; un pesado contrapeso de plomo hacia retroceder la mano hacia tierra e izando la nave por la proa la situaba en vertical, sobre la popa; luego, al soltarla de repente como si cayera desde el muro, con gran pánico de la tripulación, sufría la nave tal embate contra las olas, que le entraba bastante agua aunque cayese horizontal.

De este modo se frustró el ataque por mar, y todas las esperanzas se cifraban en un ataque por tierra con todos los efectivos. Pero también aquí cada sector estaba igualmente equipado con un dispositivo de artefactos de todas clases, después de largos años de previsión por parte de Hierón y a sus expensas, y gracias al ingenio singular de Arquímedes. Ayudaba también la naturaleza del terreno, porque la roca sobre la que se asentaban los cimientos de la muralla era en gran parte tan pendiente que caían pesadamente sobre el enemigo no solo los proyectiles lanzados a máquina sino incluso los que rodaban por su propio peso.

Por la misma razón era difícil el acceso subiendo por ella, pues se afirmaba el pie de forma poco estable. De modo, pues, que se celebró un consejo, y en vista de que todos los intentos resultaban fallidos se decidió desistir del asalto y bloquear al enemigo por tierra y mar.

Entretanto Marcelo marchó aproximadamente con la tercera parte de sus tropas a recuperar las ciudades que durante la revolución se habían pasado a los cartagineses.
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Marcelo, después de la toma de Siracusa, lo organizó todo en Sicilia con tanta honradez e integridad que aparte de su reputación acrecentó la respetabilidad del pueblo romano. Trasladó a Roma las obras de arte de la ciudad, las esculturas y cuadros, que abundaban en Siracusa, que evidentemente eran un botín quitado al enemigo conseguidos por derecho de guerra. 

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PLUTARCO


Vidas Paralelas: PELÓPIDAS MARCELO y ARQUÍMEDES. Plutarco

Entre los oponentes de Marcelo, Aníbal, que fue su principal enemigo militar, es descrito sin embargo con la imagen de un gran estratega que sabe aprovechar el terreno y las ocasiones, hábil en las relaciones personales, taimado si se presenta la ocasión; el verdadero oponente moral de Marcelo en esta Vida no es el cartaginés, sino el matemático siracusano Arquímedes, cuyas máquinas de guerra resultaron victoriosas frente a todos los ataques del romano a pesar de que la mayor parte de ellas «habían sido resultados accesorios de juegos geométricos»; y es que, frente a un Marcelo que pasó su vida de campaña en campaña, Arquímedes «pasó la mayor parte de su vida apartado de la guerra y dedicado a las fiestas. I

Campaña en Sicilia: asedio y toma de Siracusa. Participación de Arquímedes en la defensa de su ciudad patria. Digresiones sobre la vida y obra del gran matemático.
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PELÓPIDAS
El exceso de audacia no es una virtud.

Éstos murieron no teniendo por hermoso el vivir o el morir sino el hacer ambas cosas de manera hermosa.

Marcelo, tras hacer levantar una máquina sobre un gran puente de ocho naves atadas entre sí, navegó hacia la muralla confiado en la cantidad y calidad de su preparación y en la fama que le rodeaba. Pero aquello no significaba nada para Arquímedes, que los tenía por materia nada digna de interés y la mayor parte habían sido resultados accesorios de juegos geométricos. Pero ya antes el rey Hierón le apreciaba y le había convencido para que volviera algo de su arte de lo inteligible a lo corpóreo y lo hiciera más conocido para la gente del común, mezclando de algún modo lo racional con lo sensible en los asuntos prácticos. 

Participación de Arquímedes en la defensa de Siracusa

Arquímedes, que era pariente y amigo del rey Hierón, escribió que era posible mover un peso dado con una fuerza dada. Y presumiendo, dicen, de la firmeza de su demostración, afirmó que si tuviera otra tierra podría mover ésta trasladándose a aquella. Como Hierón se quedó admirado y le pidió que trasladara el problema a los hechos y demostrara que una cosa grande puede ser movida por una fuerza pequeña, en una de las naves reales de carga, de tres palos, recién sacada a tierra firme con gran esfuerzo y abundante mano de obra, introdujo muchos hombres y la carga habitual, y sentado él mismo a distancia, no con esfuerzo, sino sencillamente moviendo con la mano el origen de un polipasto [semejante a un juego de poleas], la acercó suavemente y sin sacudidas, como si corriera sobre el mar. 

Asombrado el rey y considerando la potencia del artilugio, convenció a Arquímedes para que le construyera ingenios tanto para defenderse como para atacar en toda clase de asedio. Ingenios que él no utilizó personalmente, pues pasó la mayor parte de su vida apartado de la guerra y dedicado a las fiestas, pero en aquel momento los siracusanos tuvieron necesidad de sus construcciones y del constructor.

Cuando los romanos atacaron por ambos flancos, los siracusanos quedaron asombrados y sin decir palabra, a causa del miedo, pensando que no tenían manera de enfrentarse a una violencia y un ejército tan grande. Pero Arquímedes, poniendo en funcionamiento sus máquinas, hizo frente a la infantería con proyectiles de todas clases y piedras de enorme magnitud lanzadas con estruendo y velocidad increíbles y como nada les protegía del peso, iban poniendo patas arriba a todos los que pillaban debajo y sembraban el desorden entre las formaciones; a las naves, surgiendo de pronto unas vigas desde la muralla, a unas las mandaba al fondo hundidas por el peso que les caía desde arriba y a otras, con unas manos de hierro o unas especies de picos de grulla, tirando de ellas por la proa las sumergía perpendicularmente sobre la popa o les hacía dar la vuelta y las arrastraba mediante unos cables y las golpeaba contra las escarpaduras y los escollos que hay al pie de la muralla, con gran matanza de los tripulantes, que resultaban aplastados. 

Muchas veces llevaba también hacia allí, dando vueltas por el aire una nave, y era un espectáculo escalofriante verla colgando hasta que, una vez que los hombres habían caído como lanzados por una honda, chocaba vacía contra los muros o caía rodando al soltarse el enganche. 

A la máquina que Marcelo acercó desde el puente de embarcaciones, que se llamaba sambuca por cierta similitud de forma con el instrumento musical –arpa-, cuando la aproximaban a la muralla, pero aún estaba lejos, le lanzó una piedra que pesaba diez talentos [más de 26 kilos] y, después de esta, una segunda y una tercera, de las cuales alguna cayó sobre la máquina con gran estruendo y agitación del mar, y las piedras quedaron empotradas en la base y destrozaron las sujeciones y rompieron el puente de naves (...) de modo que Marcelo, sin saber qué hacer, se retiró con las naves rápidamente y transmitió a los de infantería la orden de retirada. 

Tras deliberar, acordaron que, por la noche, si podían, se aproximarían a las murallas, pues los cables de los que se servía Arquímedes, como tenían mucha potencia, harían que los disparos de los proyectiles les pasaran por encima, y de cerca serían completamente ineficaces por no contar con la distancia adecuada para el tiro. Pero Arquímedes, por lo que se vio, tenía previstos desde tiempo atrás movimientos de las máquinas proporcionados a cualquier distancia y proyectiles de corto alcance y series de orificios sucesivos no grandes, pero muy numerosos, en los que estaban situados, invisibles para los enemigos, escorpiones de cordaje corto pero capaces de golpear de cerca.

Cuando se acercaron creyendo pasar desapercibidos, al recibir otra vez gran número de proyectiles y disparos, de piedras lanzadas contra ellos desde lo alto, como verticalmente, y flechas lanzados desde todas partes de la muralla, se retiraron. Y allí, de nuevo, una vez dispuestos en línea, como los proyectiles les alcanzaban y sorprendían en su retirada, se produjo gran cantidad de bajas y algunas naves chocaron entre sí, sin que pudieran responder con acción alguna. 

Y es que Arquímedes había dispuesto la mayor parte de los ingenios al abrigo de la muralla, y los romanos parecían estar luchando contra los dioses, pues caían sobre ellos miles de desgracias que venían de un poder invisible.

No obstante, Marcelo consiguió escapar, y burlándose de los artesanos e ingenieros que estaban con él, dijo:

-¿Pero es que no vamos a acabar de luchar con este Briareo geómetra, que usa en el mar nuestras naves como cazos para sacar agua y que ha echado abajo la sambuca de un modo bochornoso, como si tirara la copa después de beber, y que sobrepasa a los míticos Hecatónquiros al lanzar al tiempo tantísimos proyectiles contra nosotros? 

Y es que, en efecto, el cuerpo de la construcción de Arquímedes eran los restantes siracusanos, pero el alma que lo movía todo y lo hacía girar era una, ya que el resto de las armas estaban paradas, y la ciudad se servía sólo de las de él tanto para el ataque como para la defensa. Y al final, [viendo] Marcelo que los romanos estaban tan asustados que si veían una cuerdecita o un madero que sobresalía un poco del muro daban media vuelta y huían gritando que Arquímedes ponía en marcha otro ingenio contra ellos, renunció a toda clase de batalla y ataque y a partir de entonces hizo depender el asedio del tiempo. 

Arquímedes llegó a poseer tan gran inteligencia y profundidad de pensamiento, tanta riqueza de conocimientos que sobre los asuntos en los que tuvo renombre y fama no humana, sino propios de una inteligencia divina, no quiso dejar ningún tratado; considerando que las ocupaciones relativas a la mecánica y, en general, todo género de arte tocante a lo útil era innoble y vil puso su propia estimación sólo en aquello en lo que la belleza y la excelencia se da sin mezcla con lo útil, cosas que, por un lado, son incomparables con las demás y, por otro, contraponen la materia a la demostración, aportando aquélla la magnitud y la belleza y ésta la exactitud y una potencia sobrenatural, pues no cabe encontrar en materia de geometría proposiciones tan difíciles y arduas escritas en términos tan sencillos y claros. 

Y esto, unos lo atribuyen a la naturaleza excepcional del individuo, otros a un trabajo desmedido que hace que parezca que él lo hizo todo sin esfuerzo y fácilmente. Pues nadie podría investigándolo, hallar por sí mismo la demostración, pero tras comprenderlo tiene la impresión de que él mismo habría podido descubrirlo, tan liso y rápido es el camino por el que os conduce a lo demostrado. 

Así que no es posible dejar de creer lo que se dice sobre él, que como encantado siempre por una sirena familiar y doméstica, se olvidaba de comer y dejaba de lado el cuidado de su cuerpo, y que muchas veces, mientras le arrastraban al masaje y el baño, escribía en las cenizas las figuras de los problemas geométricos y trazaba con el dedo las líneas en su cuerpo untado de aceites, estando en poder de un inmenso placer y verdaderamente poseído por las Musas. 

Habiendo sido el descubridor de muchos teoremas hermosos, se cuenta que pidió a sus amigos y parientes que tras su muerte pusieran sobre su tumba un cilindro que contuviera una esfera en su interior, y que inscribieran la razón del exceso del sólido que contenía al otro sobre el sólido contenido.

Toma de Siracusa. Muerte de Arquímedes

Siendo Arquímedes de esta categoría, se mantuvo invencible el mismo y a la ciudad en la medida que estuvo en su mano. Entremedias del asedio, Marcelo tomó Megara ciudad que se cuenta entre las más antiguas de las de Sicilia, se apodero del ejército de Hipócrates en Acritas y mató a más de ocho mil hombres cayendo sobre ellos cuando construían una empalizada, asoló la mayor parte de Sicilia y llevo a las ciudades a hacer defección de los cartagineses y venció en todas las batallas a cuantos se atrevieron a enfrentarse a él.

Andando el tiempo, hizo prisionero a un cierto Damipo, un espartano que intentaba escapar por mar. Los siracusanos le pedían que entregara al hombre a cambio de un rescate, y acudiendo muchas veces a conversaciones y reuniones respecto al, caso, observó que una torre estaba vigilada con descuido y que podía acoger hombres que se escondieran y que el muro que había junto a ella se podía escalar.

Alargando las conversaciones logró calcular bien la altura junto a la torre; prepararon las escalas, y estuvo pendiente del momento en que los siracusanos celebraban una fiesta en honor de Artemis y se entregaban al vino y la diversión. Así, no sólo se apoderó de la torre inesperadamente, sino que además dejó hombres armados en torno al muro antes de que se hiciera de día, momento en que derribó las puertas del Hexapilo. 

Cuando los siracusanos se dieron cuenta, se pusieron en movimiento e hicieron sonar las trompetas por todas partes a la vez, con lo que produjo una huida en masa, y tal terror que no quedó ninguna zona de la que no se adueñara. Se mantuvo la parte más fuerte, más hermosa y más grande —que se llama Acradina— por estar fortificada del lado de la ciudad exterior, de la que una parte recibe el nombre de Nea y otra, el de Tique.

Entonces, Marcelo bajo por el Hexapilon –Seis Puertas- al amanecer, entre las felicitaciones de los jefes militares bajo su mando. Pero se cuenta que él, mirando hacia arriba y observando a su alrededor la grandeza y la belleza de la ciudad, lloró mucho compadeciéndose de lo que iba a suceder, pues en breve, iba a empezar el pillaje del ejercito; pues no había ningún oficial que se atreviera a oponerse a los soldados. Pero Marcelo no estuvo de acuerdo en absoluto, pero mal de su grado y obligado concedió que se apoderaran de bienes y esclavos, pero prohibió que tomaran a los libres y dio orden de que no se matara ni se maltratara ni se esclavizara a ningún siracusano.

Aun así, a pesar de tomar acuerdos tan moderados, consideró que la ciudad estaba padeciendo males dignos de piedad, y a pesar de la alegría de los soldados, su alma mostraba compasión y condolencia. Se dice que este botín no fue menor que el tomado posteriormente en Cartago y que cuando, poco después tomaron, gracias a una traición, el resto de la ciudad, fue sometida a la rapiña exceptuando los tesoros reales, que quedaban reservados para el erario público.

La suerte de Arquímedes afligió especialmente a Marcelo. Ocurrió que aquel estaba enfrascado en un diagrama; y entregado a la reflexión su mente y la observación, no se percató de la irrupción de los romanos ni de la toma de la ciudad; cuando súbitamente se plantó ante él un soldado y le mandó seguirle a ver a Marcelo, no quiso hacerlo antes de concluir el problema y llegar a la demostración. El soldado, enfurecido, sacó su espada y lo mató. 

La muerte de Arquímedes, por Thomas Degeorge, 1815 

Otros dicen que el romano se presentó de pronto, con intención de matarle, espada en mano, y que Arquímedes, al verlo, le pidió y le suplicó que esperara un momento para no dejar incompleto y sin estudio lo que investigaba, y que el otro le dio sin consideración una muerte cruel. 

Y el tercer relato dice que cuando el mismo llevaba a Marcelo unos instrumentos matemáticos —el cuadrante solar y la esfera y el medidor de ángulos— con los que ajustaba a la vista la magnitud del sol, se lo encontraron unos soldados y creyendo que llevaba oro en la urna, lo mataron. 

En todo caso, Marcelo se apenó y se apartó como de un ser maldito del asesino de aquel hombre, y cuando encontró a sus familiares los trató honrosamente. Todos concuerdan en su loable actitud.

Pietro della Vecchia - La muerte de Arquímedes. Bordeaux Beaux-arts museum

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CICERON: CUESTIONES TUSCULANAS

Dos circunstancias históricas, indujeron a Cicerón a refugiarse en la escritura de contenido filosófico; las derrotas de Pompeyo en Farsalia, en el año 48, y de los pompeyanos en Munda, en el 45, que echaron por tierra toda esperanza de victoria en la contienda civil para el partido republicano, al que Cicerón se hallaba ligado por lazos muy estrechos.

La segunda circunstancia fue la muerte de su querida hija Tulia, el año 45. Ambos acontecimientos sumieron al orador en una gran tristeza que intentó superar escribiendo tratados filosófico morales. 

Sorprendentemente, esta obra filosófica, la más importante, quizás, de toda su creación, la compuso en el breve espacio de un año; el 45. Las Disputaciones Tusculanas, están expuestas con numerosos ejemplos y empleando todos los recursos retóricos disponibles, que Cicerón dominaba con maestría. Su objetivo puede resumirse en una cuestión aparentemente sencilla: ¿qué hay que hacer para ser feliz? Cicerón responde: Erradicar el miedo a la muerte, suprimir el dolor, la aflicción y las perturbaciones del alma, son los requisitos indispensables para conseguir la felicidad. 

De modo que poco después de tu partida (a Bruto), en mi villa de Túsculo, en presencia de varios amigos íntimos, he querido poner a prueba lo que era capaz de hacer en este campo. Del mismo modo que antes me ejercitaba en declamar las causas judiciales, actividad a la que nadie ha dedicado más tiempo que yo, así también, ahora me dedico a esta declamación senil. 

La filosofía no ha sido objeto de atención hasta nuestros días y no ha recibido ninguna luz de las letras latinas: a mí me toca ahora darle esplendor y vida. 

El alma es inmortal, en cuyo caso la muerte es un bien y no un mal.

Cicerón inicia su exposición afirmando que la creencia en la inmortalidad del alma se halla enraizada en la naturaleza humana y lo atestiguan los datos siguientes:

El cumplimiento escrupuloso de los ritos funerarios. La deificación de hombres y mujeres ilustres, y coincidencia de los pueblos en lamentar la muerte de los seres queridos.

Pero la prueba principal de que es la propia naturaleza la que emite un juicio tácito a favor de la inmortalidad de las almas es la preocupación que todos los hombres sienten, grandísima sin duda, por lo que acontecerá después de la muerte.

Lo que corrobora con mayor fuerza que los seres humanos poseen una idea innata de la inmortalidad es el hecho de que los de mayor valía se esfuerzan en todos los ámbitos y llegan a exponer incluso sus vidas porque tienen la esperanza de que su comportamiento puede llevarlos a alcanzarla. 

Cicerón se deja llevar después por la inspiración y los principios platónicos y en un pasaje de gran calidad literaria, describe el vuelo del alma hacia lo alto, una vez liberada del cuerpo, para ir al encuentro de su morada natural. 

A continuación, y en un amplio pasaje, propone el examen de las pruebas que demuestran que en el alma humana hay elementos divinos, a cuyo efecto, empieza hablando del increíble don de la memoria.

Después de presentar casos de personas dotadas de una memoria excepcional, Cicerón, con una de las preguntas retóricas que tanto le agradaban, se pregunta: ¿A ti te parece que es posible que la fuerza extraordinaria de la memoria puede haberse originado o formado de la tierra, bajo este cielo nuestro nebuloso y caliginoso?

Después elogia la inventiva y la imaginación, consideradas por él como causas del progreso y la civilización. La poesía, la elocuencia, la filosofía demostrarían también la ascendencia divina del alma, porque, cualquiera que sea la naturaleza de lo que siente, conoce, vive y es activo, debe ser necesariamente celeste y divina y, por esa razón, eterna.

La creencia en la inmortalidad del alma y en el destino que le espera después de la muerte había estado siempre presente en la actitud que adoptó Sócrates durante su proceso, condena a muerte y encarcelamiento, tal como leemos en la Apología, Critón y Fedón. Cuando estaba casi a punto de sujetar en su mano aquella copa mortífera, habló no como quien parecía que era arrastrado a la muerte, sino como quien estaba a punto de ascender al cielo.

LIBRO II

Está dedicado al tema de si le es posible al ser humano soportar el dolor.

El desprestigio de la filosofía en el mundo romano animó a Cicerón a contribuir a revalorizarla. Y así decidió escribir sobre filosofía en un estilo claro y sugestivo, sobre todo porque la mayoría de los libros filosóficos que circulaban en el entorno romano, procedía de los epicúreos, que escribían, por declaración propia, sin precisión, sin orden, sin elegancia y ornato. A Platón y los demás Socráticos, -añadía- por el contrario, los lee todo el mundo con agrado. 

La filosofía: cura las almas, hace desaparecer las preocupaciones, libera de los deseos, disipa los temores. 

A la objeción de su interlocutor de que hay filósofos que viven de un modo vergonzoso Cicerón respondió que, no todos los campos que se cultivan dan fruto.

A continuación, Cicerón declara que las cuatro virtudes del alma: prudencia, templanza, justicia y fortaleza, no ceden ante el dolor, de modo que, la grandeza de ánimo y la capacidad de sufrimiento pueden vencerlo. (3 1-33).

La mejor forma de soportar el dolor -continúa-, es conseguir que la razón, dueña y señora de nuestra alma, domine la parte débil, baja, servil y carente de energía de nuestra alma, del mismo modo que un amo manda a su esclavo, un general a sus soldados y un padre a su hijo (47-48). 

LIBRO III

El tema de este libro es la aflicción y empieza con un prólogo que también contiene un elogio de la filosofía como remedio de la misma.

Al sabio no le puede afectar la aflicción, porque, si fuera así, también le podrían afectar otras enfermedades del alma, porque toda perturbación del alma es locura que los latinos denominan insania y los griegos manía, y una locura o demencia temporal, el frenesí (furor), que en griego recibe el nombre de melancolía (8-1 1). El sabio posee moderación y templanza.

La Filosofía, además de hacernos reflexionar sobre los avatares humanos es y nos procura un triple consuelo: la anticipación de las adversidades; al eliminar su carácter imprevisto, contribuye a atenuar o disipar las penas.

Aporta también la comprensión y la seguridad de que los dolores humanos deben ser soportados con talante humano, es decir, asumiendo una conciencia clara de nuestra fragilidad.

En tercer lugar, llegar al convencimiento de que no existe mal alguno con excepción de la culpa y de que no hay ninguna culpa cuando acontece algo cuya responsabilidad no puede achacarse al ser humano.

A continuación, un detalle curioso: es innegable que, a pesar de que no hay un mal mayor que la falta de sabiduría, sin embargo, los ignorantes no suelen experimentar aflicción alguna. Lo cierto es que la mayoría de los filósofos tienen conciencia plena de que ignoran muchas cosas y se lamentan de que la brevedad de la vida les impide poseer unos conocimientos mayores, pero no se afligen por ello.

Cicerón aborda después la cuestión de que, es inconcebible postular la tesis de que hay personas tan insensatas que sufren por su propia voluntad; por ejemplo: la suposición de que llorar amargamente a los seres queridos, cuando se nos han ido, les causa a ellos agrado.

Los seres humanos -explica-, evidencian respecto de la aflicción, incoherencias, como es el hecho de que alaban a quienes mueren con ánimo sereno, mientras que a quienes soportan con ánimo sereno la muerte de otro, los consideran dignos de censura.

Aunque suele usarse mucho, y a menudo sirve de ayuda, no es muy eficaz la consolación que se resume en: Esto no te ha pasado sólo a ti. 

LIBRO V

En la disputatio del quinto y último día, se somete a discusión el tema central de la ética estoica: ¿la virtud es suficiente para una vida feliz? 

La Filosofía, es creadora de la sociedad, la literatura y la civilización. Por si todas esas prendas no fueran suficientes, ella nos ha regalado la tranquilidad de la vida y nos ha arrebatado el terror de la muerte. No puede entenderse, por lo tanto, por qué el ser humano no la alaba y la cultiva con afán.

La profundidad y grandiosidad que encierra sostener con valentía que la virtud es suficiente para la felicidad, induce a Cicerón a afirmar que a él le gustaría, poder atraer mediante una recompensa, al hombre que le aportara un argumento para creer con más fuerza en esta verdad.

Si la vida feliz consiste en la virtud, hay que concluir que no hay ningún bien excepto la virtud.

¿Puede existir un deleite mayor, se pregunta acto seguido, que pasar la vida contemplando la naturaleza en los ámbitos variados de la meteorología, la botánica, la biología y la Física en general? Quien conoce la esencia de la realidad externa adquiere también el saber más importante aún de conocerse a sí mismo, que le lleva a advertir el parentesco del alma humana con lo divino y a tomar conciencia de que todas las cosas están gobernadas por la razón y la inteligencia. 

En el mismo marco de la valoración de los deseos, declara Cicerón que en la alimentación hay que optar por la frugalidad, porque la naturaleza se contenta de hecho con lo poco. 

La baja extracción social y la impopularidad no deben causarnos tampoco la infelicidad. Si a pesar de todo, dice finalmente, a una persona le abruman todos los males hasta el extremo de no poderlos soportar, siempre tiene a su disposición el remedio de quitarse la vida. 

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Sobre el hallazgo de la tumba de Arquímedes.

Siendo yo cuestor, logré descubrir su sepulcro [de Arquímedes], desconocido para los Siracusanos, y cuya existencia ellos negaban, porque estaba rodeado y cubierto por completo de zarzas y matorrales.

Yo conservaba en mi memoria unos breves senarios, que según la tradición estaban grabados sobre su monumento, que indicaban que encima del sepulcro se había colocado una esfera con un cilindro. Mientras yo estaba recorriendo con la mirada toda la zona -pues junto a la puerta de Agrigento hay un gran número de sepulcros-, reparé en una columnita que apenas se elevaba por encima de los matorrales, en la que había la figura de una esfera y un cilindro.

Yo dije de inmediato a los siracusanos -también me acompañaban las autoridades- que, según creía, aquello era exactamente lo que buscaba. Enviados muchos hombres con hoces, limpiaron y despejaron el lugar.

Cuando se nos abrió un acceso al mismo, nos acercamos a la parte frontal del pedestal. Se veía una inscripción con las partes finales de los versos, corroídas casi hasta la mitad. De manera que la ciudad más ilustre de Grecia y, en otro tiempo también las más docta, habría ignorado el monumento de su ciudadano más ilustre, si no se lo hubiera dado a conocer un hombre de Arpino.

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De acuerdo con su relato en La República, Cicerón aseguraba que Cayo Sulpicio Galo tenía un Planetario de Arquímedes, que Marco Marcelo se había llevado consigo al caer Siracusa, pero que a él no le había emocionado mucho, puesto que conocía otro mejor, que el mismo Marcelo había dejado en el templo de la diosa Fortaleza.
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¡Eureka! Ευρέκα!

Es sabido que Arquímedes -al menos, así se cuenta-, exclamó. ¡Eureka! “¡[Lo] encontré!”, Cuando, bañando a su hijo, dedujo el principio que hoy conocemos como “de Arquímedes”, según el cual, “«Todo cuerpo total o parcialmente sumergido en un líquido, recibe un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del volumen del líquido que desaloja». 

Algunos dicen que era él quien se iba a dar un baño, y que gritó lo mismo, al tiempo que salía, desnudo, a dar noticia de su descubrimiento.

Cicerón, el gran orador, pudo exclamar lo mismo, aunque más probablemente, en latín, cuando halló la tumba abandonada del admirado sabio griego.

El año 43, Cicerón murió a manos de los sicarios de Marco Antonio.

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Arquímedes, de J. Ribera. MNP

Arquímedes, de J. Ribera, MNP

Arquímedes, de Giuseppe Nogari

Arquímedes o Euclides. Rafael. Vaticano

Paolo Barbotti: Cicerón descubre la tumba de Arquímedes. 

Martin Knoller: Cicerón

Giuseppe Patania. Arquímedes. Biblioteca Comunale di Palermo.

Domenico-Fetti: Arquímedes, 1620. Gemäldegalerie, Dresden.

Nicolò Barabino: Archimede pensatore. Museo Civico Revoltella di Trieste.

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viernes, 25 de enero de 2019

TRIUNFO Y CAÍDA DE CICERÓN • AMISTADES Y TRAICIONES A LAS PUERTAS DEL IMPERIO



El pequeño Cicerón leyendo. Vincenzo Foppa de Brescia. c. 1464,
Pintor de la corte milanesa de Francesco Sforza. Wallace Collection.

Cicerón, que, en realidad se llamaba Marcus Tullius, -Cícero, en latín garbanzo, era un apodo referido a una verruga en la nariz, que, al parecer, tenía un antepasado suyo-, nació en Arpinum el 3.1.106 aC. y murió, asesinado, en Gaeta el 7.12.43 aC. –ya del calendario juliano-. 

Arpinum estaba en tierra de Volscos, un pueblo que, durante mucho tiempo, fue de los más temibles adversarios de Roma.

Su padre se llamaba igual que él, y su madre, Helvia.

Aunque era ciudadano romano, no era noble, lo que, en principio, le cerraba el acceso a la alta política, porque, además, al contrario que sus contemporáneos Pompeyo y Julio César, no quiso optar por la carrera militar, aunque, finalmente, llegó al Consulado, gracias a sus excelentes conocimientos de Retórica y Derecho, que le propiciaron los apoyos necesarios para alcanzar la magistratura suprema el año 63 aC.

Su principal éxito, cuando ya la República estaba muy debilitada a causa de la ambición desaforada de algunos de sus principales representantes, fue una serie de discursos -Catilinarias-, con los que frustró la Conjura de Catilina –a finales del año 63 aC-, quien pretendía levantarse contra un Estado en franca decadencia.

Sin embargo, aquel arrollador éxito, fue, acto seguido, la causa de su condena al exilio, en el año 58 aC., por haber ejecutado a algunos de los conjurados, sin proceso. Cuando volvió a Roma, al año siguiente, con Pompeyo y César en el poder, sus posibilidades de ascenso en la carrera política, a pesar de su anterior fama, habían disminuido notablemente.

Cuando en el año 49 aC. estalló la guerra civil, a pesar de sus dudas, se adhirió al partido de Pompeyo; después se alió con César, y finalmente, terminó apoyando a Octavio frente a Antonio, cuya destructiva enemistad, le costaría la vida.

Marco Tulio Cicerón. Copia de un original romano. 
Bertel Thorvaldsen (1799-1800). Thorvaldsens Museum, Copenhague.

Su obra escrita, de la que se ha conservado la mayor parte, se considera un excelente modelo de expresión latina clásica. Escribió, fundamentalmente, durante los períodos de inactividad política, y transmitió a Roma gran parte de las teorías filosóficas griegas. Fue muy valorado durante el Renacimiento, aunque su consideración decreció en el siglo XIX, pues algunos críticos consideraban que le había faltado firmeza en sus principios, actitud que algunos, entonces y después, entendieron como oportunismo o versatilidad, criticable en ambos casos, cuando lo que se plantea y se espera, es un ideal.

Se casó, hacia el año 80, con Terencia -de una influyente familia romana que le facilitó el acceso a la carrera política-, y tuvieron dos hijos: Tullia y Marcus.

Tullia, nacida a mediados de la década de los 70 aC. A pesar de que, al parecer, Cicerón la quería muchísimo, la convirtió en una especie de pieza para la maquinaria de sus ambiciones, prometiéndola, a los 8 años a un miembro de la nobleza, con el que se casaría el año 63. Fallecido aquel marido, volvió a casarla con otro noble de la poderosa familia Dolabella. Tulia murió el año 45, cuando tenía alrededor de 20 años. 

Su segundo hijo, Marcus, nació en el 65, y nunca llegó a experimentar el afecto que su padre había mostrado hacia su hermana, cuya muerte le causó enorme sufrimiento. Cicerón, al parecer, quería que Marcus se convirtiera en su otro yo, a cuyo efecto, intentó facilitarle el camino, en cuanto le fuera posible, enviándole, por ejemplo, a estudiar en Grecia, pero Marcus prefirió la carrera militar.

Poco antes del fallecimiento de su hija Tulia, Cicerón se había divorciado, quedando sus finanzas en graves dificultades, ya que tuvo que devolver la dote de su mujer, y no logró recuperar la de su hija, y ocurrió, justo cuando combatía, a viva fuerza retórica, contra Antonio, por medio de sus celebérrimas Filípicas.

Habiendo estudiado, primero en Roma, y después en Grecia, de acuerdo con Plutarco, Cicerón impresionó a sus propios maestros, en parte, por la calidad helénica de su argumentación y en parte, a causa del perfecto control de su expresión, pues, al igual que un gran actor, mostró un dominio magistral de la entonación precisa para cada situación.

Una vez cumplida la edad legal para acceder a la magistratura -30 años-, Cicerón inició su carrera política siendo elegido questor en Sicilia, lo que le sirvió de acceso al Senado. Allí cosechó un notable éxito en el proceso de corrupción contra Verres, que se vio obligado a exiliarse a Marsella antes de que terminara el proceso.

Este primer éxito, redondeado por la publicación y el éxito de los discursos que no llegó a pronunciar, supuso el principio de su cursus honorum: Edil, en el año 69 y Pretor en el 66. 

Sus planteamientos políticos se debatían entre los intereses de los más conservadores; Optimates y los más reformistas, Populares, entre los que esperaba hallar una vía intermedia. La eclosión de personalidades como César y Catilina entre las filas Populares, llevaron a Cicerón a acercarse discretamente a los Optimates

Así, en el año 63 fue elegido Cónsul frente a Catilina, al lado de los Optimates, que, sin embargo, no vieron con alegría el acceso a sus filas, de un hombre muy ilustre, pero sin nobleza de sangre. Entre las obras públicas promovidas por él durante esta etapa, destaca la reconstrucción de las murallas del puerto de Ostia para prevenir y evitar la piratería.

Cicerón pronunciando uno de sus famosos discursos contra Catilina. César Maccari
Todos abandonaron el banco en el que [Catilina] estaba sentado. Plutarco.

La famosa frase: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?, ha venido a ser la muestra de lo que fue un éxito arrollador, en boca de Cicerón. En el año 63 Catilina había perdido por segunda vez las elecciones, derrota que le decidió a preparar un golpe, del que Cicerón fue informado por algunos arrepentidos. Catilina abandonó Roma, para tratar de continuar su lucha desde Etruria, dejando en la ciudad hombres de su confianza, encargados de ejecutar sus planes. Cicerón se adelantó a todo y a todos, haciendo aprobar leyes de excepción, que permitían actuar contra los rebeldes antes de que incurrieran en ningún delito.

Así, después de pronunciar la Cuarta Catilinaria, y previo su debate en el Senado, Cicerón mandó ejecutar a los que, en aquel momento, no eran sino sospechosos, basándose en delaciones. Para ello logró el voto favorable de Catón, pero actuó en contra de la opinión explícita de Julio César, que propuso prisión como alternativa. Catilina, no obstante, murió muy pronto, en el curso de un breve choque de armas en Pistoia.

Desde aquel momento, Cicerón se consideró como un salvador de la patria; de hecho, fue nombrado Pater patriae, a propuesta de Catón de Útica, un éxito complementado ampliamente por el hecho de que toda Roma, consideró que sus convincentes discursos y sus drásticas medidas, habían convertido el año 63, en un año glorioso.

Cicerón pasó entonces al Senado, que era como decir, la cumbre del éxito, social y económico. Su fortuna no se podía comparar con las de otros senadores, como el famoso Craso, o el mismo Pompeyo, pero en todo caso, ya tenía un asiento entre la aristocracia y empleó enormes sumas en decorar sus residencias con el mayor lujo posible, llegando a endeudarse hasta el punto de bromear con sus amigos, diciendo que, fácilmente podría unirse a una nueva conjura contra el poder, en caso de ser admitido. 

En adelante, sólo pudo ejercer la abogacía de forma gratuita, ya que un senador no podía dedicarse a actividades relacionadas con el comercio o las finanzas –lo que no les impedía hacerlo de forma encubierta-; no obstante, Cicerón lo arregló en parte, declarando a finales del año 44, que había heredado veinte millones de sestercios, de amigos y parientes.

Entre tanto, la República se debatía en manos de representantes ambiciosos y demagogos. El año 60 César, Pompeyo y Craso, sellaron una asociación secreta, que pronto se convertiría en el Primer Triunvirato

El año siguiente, César, como Cónsul, ofreció a Cicerón un cargo en Campania, que este rechazó, y en el 58, finalmente, fue condenado por aquellos procedimientos ilegítimos contra Catilina. Así, el día 11 de marzo abandonaba Roma camino del exilio en Dirraquium. Su residencia del Palatino fue derribada, y la de Túsculum, saqueada. 

Roma se dividió en bandos respecto a su suerte, pero Pompeyo, reuniendo todos los votos a su alcance, hizo aprobar una ley –Lex Cornelia-, por la que se reclamó la vuelta de Cicerón y la restitución de todos los bienes que le habían sido confiscados. Su retorno fue triunfal y Cicerón se dispuso a recuperar sus bienes, no sin grandes dificultades, ya que, entre otras cosas, su mansión del Palatino estaba entonces ocupada por un templo, y se considerada sacrilegio derribarlo.

Desde principios del año 56, Cicerón se propuso volver a la actividad política, empleando sus ya probadas armas de la oratoria, y así, sin atacar directamente a los triunviros, se enfrentó a algunos personajes a los que estos protegían. Entre otros asuntos, tras un discurso en el Senado, logró que a César se le prolongara el proconsulado en la Galia, con el fin de que pudiera continuar la –ya famosa, a través de la obra escrita del propio César-, Guerra de las Galias.

El año 54, apareció su obra, La República, en la que, a decir verdad, el propio autor parece postularse como su único protector y mantenedor posible.

El enfrentamiento entre Optimates y Populares ya era mortal, cuando su amigo Milón, mató a Publio Clodio Pulcro en plena Vía Apia. Cicerón fracasó en su intento de defender al asesino, que abandonó Italia antes de que se hiciese pública su más que probable condena, a pesar de lo cual Cicerón siguió adelante con la publicación de su famoso discurso, Pro Milone.

A pesar de que, en el 53, Cicerón había rechazado la oferta de establecerse en Macedonia, decidió entonces, al parecer, con gran entusiasmo, aceptar un mandato en Cilicia, como Procónsul.

Dice Plutarco que allí gobernó con gran integridad. De hecho, aplicó sus principios filosóficos sobre el gobierno de las provincias, los mismos que aparecen en una de sus cartas a Catón, del año 51. Buscó la paz y la justicia, sin dejar a un lado las obligaciones fiscales de los principales ciudadanos, que con cierta frecuencia solían ignorarlas, y moderó considerablemente el sistema de préstamos a altísimos intereses. 

Tuvo que afrontar los frecuentes ataques de los partos, a los que derrotó tras dos meses de asedio; un éxito que, a pesar de que no tenía gran importancia en sí mismo, hizo que Cicerón fuera invocado por sus soldados como Imperator, a la vez que reclamaban su vuelta a Roma. Al orador, le pareció buena idea, y reclamó su propia vuelta, pero, además, con la celebración de un Triunfo. No parece fácil dilucidar si actuaba por vanidad personal, o porque deseaba la oportunidad de ponerse a la altura de César y Pompeyo, que, para el caso, sería lo mismo. Cuando finalmente volvió, en el año 50, ya había reunido una notable fortuna personal. 

Encontró Roma en un momento muy crítico, a causa del rotundo enfrentamiento de César y Pompeyo, frente al grupo conservador del Senado. Como Cicerón había solicitado la celebración de un Triunfo, había tenido que esperar a que su petición se decidiera, antes de entrar en la urbe; este retraso le impidió asistir a las sesiones del Senado, durante las cuales estalló el conflicto de sus componentes y César, que desembocaría en la invasión de Italia por parte de este último, el año 49.

Cicerón, como muchos de los Senadores, decidió refugiarse en su casa de campo. A través de su correspondencia con Átticus, conocemos su malestar y sus graves dudas sobre la postura que debería tomar frente a tales acontecimientos; consideraba la guerra civil como un desastre, fuera quien fuera el vencedor.

En cuanto a César, que se proponía reunir en torno a sí a los personajes más moderados, fue a visitarle a su casa y le propuso volver a Roma como mediador, pero Cicerón, no sólo se negó a hacerlo, sino que se declaró partidario de Pompeyo, con quien se reunió en Épiro, el año 49.

Según Plutarco, Catón mostró su desacuerdo ante la decisión de Cicerón, considerando que habría sido mucho más útil a la República permaneciendo en Italia. A pesar de todo, el orador no participó en ninguna de las acciones militares coordinadas o dirigidas por Pompeyo.

Tras la famosa victoria de César en Farsalia, ya en el año 48, Cicerón decidió volver a Italia, donde fue bien recibido por aquel, que decidió ignorar sus anteriores negativas. Ante algunos actos de clemencia de César, Cicerón escribió varios discursos en su favor, exhortándole a reformar la República, pero, pasado algún tiempo, al ver que todo aquello no le servía para volver al Senado, escribió a su amigo Varrón, criticando lo que ya consideraba como la dictadura de César.

Te aconsejo que hagas lo mismo que me propongo hacer yo; evitar ser visto, incluso si no podemos evitar que hablen de nosotros... si nuestra voz ya no se escucha ni en el Senado ni en el Forum, sigamos el ejemplo de los antiguos sabios y sirvamos a nuestro país a través de nuestros escritos, concentrándonos en las cuestiones de ética y leyes constitucionales.

Y así, los años 46 a 44 los pasó casi por completo en su residencia de Tusculum, dedicado, efectivamente, a escribir, a traducir autores griegos, y, en ocasiones, a componer algo de poesía. De aquel período proceden algunas de sus obras filosóficas mayores; entre otras, De la Naturaleza de los Dioses; De la Adivinación o De la Vejez.

Su vida privada, en cambio, no fue apacible, ya que se divorció de Terencia en el 46, casándose con Publilia, a la que había adoptado, pero de la que también se divorció tras la muerte de su hija Tulia, considerando que Publilia se había alegrado por aquella muerte.

Entre tanto, se distanció mucho de César, quien, a pesar de que no cumplía propiamente las cualidades del perfecto gobernante, tampoco fue nunca el tirano sanguinario que algunos quisieron ver en él, a pesar de que se había convertido en dueño absoluto de Roma.

Dirigido evidentemente a César, aunque sin nombrarlo, Cicerón redactó el Panegírico de Catón, al que se refería como el último republicano. César respondió con el Anticatón, describiendo con toda claridad, los defectos que achacaba al héroe ciceroniano. El duelo terminó cuando Cicerón celebró a César “de igual a igual” en el terreno literario. En diciembre del año 45, César se invitó a cenar en la villa de Cicerón, aunque –contra lo que este esperaba-, sólo deseaba celebrar una velada de carácter literario.

Ni una palabra sobre asuntos serios -escribió Cicerón a su amigo Ático-; una conversación exclusivamente de carácter literario... una velada que tanto llegó a preocuparme, como sabes, no ha tenido absolutamente nada de carácter desagradable.

Sólo tres meses después, llegaban los fatídicos Idus de Marzo, y con ellos, el asesinato de César, que sorprendió profunda y sinceramente a Cicerón, pues los conjurados lo habían dejado completamente al margen.

Richard Wilson: Cicerón con su amigo Atticus y su hermano Quintus, en su villa de Arpinum. Google Art Project

No mucho tiempo después, Cicerón volvió al Senado y logró aprobar una amnistía general, que rebajó la tensión, hasta que Marco Antonio, cónsul y ejecutor testamentario de César, asumió el poder a pesar de algunas dudas. Mandó celebrar funerales públicos, que se convirtieron en una reclamación contra los asesinos. Cicerón, que se encontraba en Campania, seguía dedicado a sus escritos, aunque recuperó la esperanza, cuando Dolabella, Cónsul con Antonio, prohibió las manifestaciones populares en torno a César, al mismo tiempo que concedía al orador el status de Legado, lo que le permitiría abandonar Italia siempre que quisiera.

Octavio, el heredero de César, llegó a Italia en abril, repartiendo oro, lo que le atrajo las simpatías de los veteranos de César, entonces desmovilizados. Cicerón, siempre preso de las dudas, pensó en irse a Atenas con su hijo, pero se volvió atrás a medio camino, a finales de agosto y a primeros de septiembre del mismo año, 44; empezó sus ataques públicos contra Marco Antonio, a través de las ya citadas Filípicas.

A lo largo del mes de noviembre del 44, Octavio escribió varias veces a Cicerón, terminando por atraerlo a la causa republicana contra Antonio. Ya en diciembre, el orador pronunció la Tercera Filípica ante el Senado, y la Cuarta, ante el pueblo, a la vez que animaba a los gobernadores de las Galias a desligarse, a su vez, de la obediencia a Antonio. Sin embargo, a pesar de su intento, no consiguió que el Senado declarara a Antonio enemigo público.

Desde el año 43, César había reemplazado a los Cónsules Antonio y Dolabella, por Hirtius y Pensa -que habían sido discípulos de Cicerón-, quienes, aliados para entonces con Octavio, atacaron a Antonio cuando asediaba a Décimo Brutus en Módena. Antonio fue rechazado, pero los dos amigos de Cicerón murieron. Cuando este lo supo en Roma, ya en Abril, por medio de su última Filípica cantó el honor de Octavio y obtuvo, por fin, que Antonio fuera declarado enemigo del pueblo romano.

Para sustituir a los Cónsules muertos -escribe Apiano-, Octavio propuso su propia candidatura, junto con Cicerón, pero no tenía ni la edad ni la carrera política indispensable, por lo que fue rechazado. Como consecuencia, la República quedaba sin dirigentes.

Para empeorar sus dudas, Cicerón recibió una carta de Décimo Brutus, en la que le revelaba que alguien cercano a Octavio le había incitado a desconfiar de él. 

A finales de julio, una delegación de soldados obligó al senado a entregar el Consulado a Octavio, acto que fue ratificado por votación popular el 19 de agosto. Acto seguido, Octavio se puso de acuerdo con Marco Antonio y Lépido, y con ellos constituyó un Segundo Triunvirato, que recibió plenos poderes a finales de octubre del 43. 

Entre sus principales objetivos, estaba el de vengar a César de sus asesinos. Nadie pensaba -o quizás sí-, que aquellos aprovecharían una orden tan genérica, para vengarse de sus propios enemigos. El hecho es que Octavio, a pesar de su amistad y alianza con Cicerón, permitió que Marco Antonio lo declarara proscrito, haciendo tristemente reales los rumores que le trasmitiera Décimus Brutus. 

Cicerón era asesinado el 7 de diciembre del año 43, cuando se disponía a abandonar su villa de Gaeta.

El asesinato de Cicerón. Ilustración en: 
De casibus virorum illustrium. Francia, siglo XV.

Su cabeza y sus manos, fueron expuestas en las rostras del Forum, por orden de Marco Antonio, al parecer, ante la estupefacción del pueblo romano.

Quintus, hermano del orador, y su sobrino, fueron igualmente ejecutados poco después, en Arpinum, su ciudad natal. Sólo su hijo salvó la vida, porque en aquellos momentos se encontraba en Macedonia.

Otra representación de la muerte de Cicerón, de François Perrier, siglo XVII. 
Bad Homburg

Al parecer, la descripción de la muerte del orador, no tiene toda la exactitud histórica que sería deseable, y además, algunos relatos se contradicen, quizás pensando en una heroica puesta en escena, pero en todo caso, resulta dictada por la pietas, a la que dio lugar la criminal traición, que, evidentemente, no pudo, ni puede ser disculpada.

De pronto surgieron los asesinos; eran, el Centurión Herennius y el Tribuno Militar Popilius, a los que antaño Cicerón había defendido de una acusación de parricidio. El Tribuno se adelantó con algunos hombres; Cicerón lo vio llegar y ordenó a sus servidores que detuvieran la litera. Después, llevándose la mano izquierda al mentón, en un gesto habitual en él, miró fijamente a los asesinos. Estaba cubierto de polvo, el pelo revuelto y el gesto contraído por la inquietud. Tendió el cuello al asesino asomando la cabeza por la litera, y... siguiendo las órdenes de Antonio, le cortaron la cabeza y las manos... aquellas manos con las que había escrito las Filípicas. 
Plutarco.

En todo caso, siguiendo una conducta dictada por el odio, tanto la cabeza como las manos de Cicerón, fueron expuestas públicamente de forma macabra, como venganza post mortem, absurda y gratuita

Fco, Maura y Fontaner. MNP. (En Sta. Cruz de Tenerife).
La obra representa el momento en que Fulvia, la esposa de Marco Antonio, en presencia de este último, ultrajó la cabeza cercenada del insigne político y orador Marco Tulio Cicerón

Pavel Svedomski (1849–1904) Fulvia con la cabeza de Cicerón

M Tullio Cicer (Cicerón) - Studiolo di Federico da Montefeltro
Justus van Gent y Pedro Berruguete. Galleria Nazionale delle Marche. Urbino

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