viernes, 29 de octubre de 2021

CERVANTES y AVELLANEDA ● "No más conjeturas; ya hay sobradas, y ninguna verdadera."

 (Astrana Marín: Vida Ejemplar y Heroica de MCS, 1958).

Alonso Fernández de Avellaneda es el nombre del autor que aparece en el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicado, con pie de imprenta falso, en Tarragona, el año 1614. 


Se ha dicho taxativamente: nunca existió este “Avellaneda”, motivo por el cual, la investigación ha dedicado amplios trabajos a dilucidar quien pudiera ser el escritor que se ocultó bajo aquel nombre, pero han pasado más de cuatro siglos, y seguimos sin saberlo, ni tampoco, con qué finalidad publicó su obra, aunque se han ofrecido diversas teorías, todas debidamente fundamentadas, pero que, aunque probables, tampoco son concluyentes.

Así, aun dando por correcta la teoría de que Alonso Fernández de Avellaneda nunca existió -lo cual no deja de ser, a su vez, una teoría, aunque con evidentes signos de certeza-, a lo largo de cuatro siglos y hasta la actualidad, los críticos e investigadores no han dejado de proponer soluciones al enigma creado por el firmante del segundo y falso Quijote, luchando entre sí, cual aguerridos litigantes, y decimos bien, pues si el de Cervantes fue el Siglo de Oro -¿o de hierro, para él?-, este nuestro, sería el Siglo de Litio.

Pronto asistiremos a la no lejana batalla Canseco Vs. Figaredo, quien al parecer desertó de sus filas primeras para pasarse a las de Figueroa, como consecuencia de un análisis informático de su lenguaje, lo cual, no deja de sorprender, pues se basa en la existencia de similitudes lingüísticas entre Figueroa y Cervantes; ¿similitudes? ¿por qué habrían de sorprendernos?, y, más aún, ¿no las hallaríamos entre todos los escritores contemporáneos? Partiendo de la base de que, como decía Nebrija, “hay que escribir como se habla”, todos hablarían de forma muy parecida y con giros semejantes, solo diferenciados por las regiones de procedencia de cada uno, y aun considerando el caso de que tuvieran estudios académicos, todos asistirían a las mismas universidades, con los mismos maestros.., y no había tantas; en nuestro caso, Alcalá, Salamanca y Valladolid.

Para terminar con mis dudas asistemáticas, he de decir, que el Quijote de Avellaneda es bueno y entretenido, y que se pudo escribir como continuación, igual que sucedió con otras obras famosas, como, por ejemplo, Celestina o Lazarillo; aunque en esta ocasión tuvo en contra el hecho de que Cervantes alcanzara la gloria y el reconocimiento universal; realidad única, que nos ha llevado a analizar con lupa todo lo que aparezca más o menos relacionado con esta obra maestra. ¿Qué habría pasado si el autor del fraude, hubiera suplantado también el nombre de Cervantes? En su día, probablemente, nada; lo interesante era la aventura, y, como hemos dicho, muchas grandes obras tuvieron continuaciones hechas por autores que nada tenían que ver con el original. Quizás sea cierto que el señor Avellaneda, no pretendía sino “quitarle la ganancia” a Cervantes; ganancia que él no iba a percibir de todos modos, ya que, al parecer, los derechos, eran del editor.

Sin embargo, es cierto que crea una gran intriga la imposibilidad de saber, no ya quien fuera Avellaneda, sino quien podía estar detrás de aquel nombre. Ya no son las quasi infantiles disputas entre “Patacoja” y “Corcovilla”, es decir, Quevedo (con una malformación de nacimiento en los pies, y Juan Ruiz de Alarcón, que la sufrió igualmente, en la columna vertebral); ahora se trata de una cuestión de honor literario e histórico. ¿Qué pasaría, repito, si Avellaneda, puesto que la edición quedaba amparada por el secreto, hubiera firmado Miguel de Cervantes? ¿Y si lo que tenemos que preguntarnos, es: quién fue Miguel de Cervantes Saavedra? Teoría por teoría, son muy numerosas las referidas a su biografía, aunque hayan sido asumidas como verdades indiscutibles.

Vale

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Publicado en 1614, aparecía, impreso en Tarragona, por el librero Felipe Roberto, el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas.

El libro era bueno; incluso, en el siglo XVIII, el bibliotecario de Carlos III, Blas Nasarre, afirmó que la obra de Avellaneda superaba en calidad a la de Cervantes, aunque su opinión tampoco debe sorprender, pues parece que se proponía ir contra corriente en cualquier caso, como medio para sorprender, y no podemos colegir hasta qué punto ofrece una opinión sincera o mínimamente razonable, cuando, del mismo modo, tacha a Lope y a Calderón de “corruptores del buen gusto”, en trabajos en los que, literariamente no aporta nada, aunque sí ofrece ciertos datos de interés.

Sea como fuere, insistimos, hasta hoy no ha aparecido ningún Alonso Fernández de Avellaneda, al que con “rara unanimidad”, todos los cervantistas consideran un seudónimo, sobre cuya identificación, se han ofrecido diversas posibilidades, aunque ninguna concluyente.

Recordemos a algunos de los candidatos propuestos para ser Avellaneda:

Blanco de Paz, el dominico chivato de Argel, hoy olvidado.

Fray Luis de Aliaga, el confesor real, también dominico.

Quevedo y Lope de Vega. Ya descartados, al menos como autores, aunque pudieron ser promotores. 

Pedro Liñán de Riaza, el escritor, probablemente toledano, amigo de Lope, cuyo trabajo sería terminado tras su fallecimiento, por Baltasar Elisio de Medinilla y Lope de Vega

Jerónimo de Pasamonte, autor de una “Vida y Trabajos...” y veterano de Lepanto.

Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola, poetas e historiadores al servicio del conde de Lemos en Nápoles, que brindaron, pero no dieron su apoyo a Cervantes.

Cristóbal Suárez de Figueroa, escritor de conocimientos enciclopédicos.

Casi todos ellos han sido descartados como autores, es decir, no en todos los casos, como colaboradores o impulsores de la obra, quedando ahora la nómina reducida a los dos últimos; Suárez de Figueroa y los Argensola, los dos hermanos que suelen figurar juntos, bajo el nombre de “Los Lupercios”.

Ya conocemos al que siempre fue el principal candidato, Jerónimo de Pasamonte, quien redactó una “Vida y Trabajos”, que Cervantes leyó indudablemente, pero cuyo lenguaje no parece concordar con el empleado en el falso Quijote, ni tampoco es seguro que Cervantes se refiriera a él como tal, aunque sí le atacara por no hablar de la gloria de Lepanto, aunque es este un asunto que no aparece en el falso Quijote, sino en la “Vida y Trabajos” firmada por Pasamonte, del cual dijo Foulché-Delbosc, que “escribía tan mal como hablaba, o incluso peor”.

Resultan curiosas casualidades sobre ciertas relaciones entre los personajes objeto de las propuestas precedentes; por ejemplo, Cervantes acusó a los Argensola de no llamarlo a la corte napolitana del conde Lemos, después de habérselo prometido, mientras que el “peleón” Suárez de Figueroa -también candidato a trabajar en Nápoles-, acusa a Cervantes de haberle hecho a él, exactamente lo mismo, ante el mismo personaje, motivo por el cual, también se supone, entre otras causas, que intervendría en el falso Quijote.

Como resultado de un amplio análisis del léxico, concluyó Martín de Riquer, que aquel Cristóbal Suárez de Figueroa sería el verdadero autor de la obra y que se trataría de la citada venganza contra Cervantes por haberse interpuesto en sus planes de acompañar al Conde de Lemos -sobrino y yerno del duque de Lerma-, a Nápoles, donde había sido enviado como virrey. Figueroa se desplazó a Barcelona en un intento de embarcarse con el séquito del nuevo virrey, pero no consiguió audiencia. Rabioso por ello, según se dice, pues su ira debería dirigirse a los “Lupercios”, deslizó en su libro España defendida unas durísimas estrofas contra Cervantes, como “curioso impertinente” (¿por qué?) quien, a su vez, le satirizó en el conocido episodio de la imprenta de Barcelona.


Sea quien fuere el “curioso impertinente” que se las daba de ‘heroico’, Figueroa alude al nombramiento de Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, como Virrey de Nápoles. Era su secretario Lupercio Leonardo de Argensola, con el encargo de seleccionar la corte literaria de que el Conde deseaba acompañarse. Figueroa, por su formación académica, por su conocimiento de la lengua, por su experiencia anterior en Italia, por su relativa juventud (39 años por entonces), bien podría haber sido de los elegidos. Próximo a lograrlo, según hemos leído, insistió en su pretensión hasta el último instante: Intentélo; mas impidióme la entrada un eclesiástico, a quien entregué la obra dirigida. 

Tampoco tuvo éxito Cervantes (que, en El Viaje del Parnaso (1614) se quejó de que los Argensola, le dieron falsas esperanzas. Se cree que también viajó infructuosamente a Barcelona, aunque le consolaría la ayuda económica que acabaría recibiendo; pero a Figueroa el humillante fracaso debió marcarle. Aquí empezaría a formarse aquella ‘monstruosidad moral’ (Menéndez Pelayo): soberbio y rencoroso (‘no me descuido ni descuidaré jamás en la puntual merecida correspondencia’, decía en 1621 en el prólogo de sus Varias noticias), no podía perdonar a quien le ocasionó tan grave perjuicio. Por cierto, en nuestro libro: Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda propusimos, basándonos en el análisis del léxico, que Cristóbal Suárez de Figueroa fue el verdadero autor del Quijote apócrifo; pero no encontrando razón para que se tomase tal revancha del heroico autor de El curioso impertinente, apuntamos que su aversión por Cervantes tendría relación con este asunto del conde de Lemos. Si por entonces hubiésemos leído aquellas octavas de esta España defendida…

(Suárez Figaredo, Prólogo de “La España Defendida”.

Recordemos, pues, el capítulo de la visita de don Quijote a la imprenta; este sí, de Cervantes, en el que, tras un divertido incidente, -el de la “cabeza parlante”- (escribe Martín de Riquer) Don Quijote visita una imprenta, lo que propicia comentarios literarios sobre los libros que allí se están componiendo y estampando, y que Cervantes opine sobre el arte de traducir y, sobre todo, lance un nuevo ataque a Avellaneda, lo que vuelve a revelarnos hasta qué punto le indignó y le condicionó el recuerdo de la novela apócrifa en la redacción de la Segunda parte del Quijote. Desde este punto de vista, se nos hace más patente la genialidad cervantina de hacer que convivan el autor apócrifo y su mundo con ciertos elementos de su continuación, por más que dejase una serie de cabos sueltos que nos sirven para constatar las dificultades que hubo de salvar.

Quijote, II Parte, Cap. LXII. (BVMC)

Sucedió, pues, que yendo por una calle alzó los ojos don Quijote y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: «Aquí se imprimen libros», de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en esta, enmendar en aquella, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquello que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales; admirábase y pasaba adelante.

 ... ... ...

Osaré yo jurar —dijo don Quijote— que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro don Juan de Jáurigui, en su Aminta (*), donde felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original. (Atención a la favorable referencia a Cristóbal de Figueroa/supuesto Avellaneda, radicalmente opuesta a la que, acto seguido va a dedicar a quien hubiera compuesto la falsa segunda parte, lo que daría a entender que, sin duda, no está pensando en la misma persona, primero famoso y feliz traductor y después, puerco al que ha de llegar su San Martín.).

(*) De Torquato Tasso; la traducción de Juan de Jáuregui se publicó en Roma, 1607. Juan de Jáuregui, poeta y pintor, es el autor a quien Cervantes atribuye el retrato que no pudo poner en las Novelas ejemplares.

Pasó adelante y vio que asimesmo estaban corrigiendo otro libro, y, preguntando su título, le respondieron que se llamaba la Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal, vecino de Tordesillas.

Ya yo tengo noticia deste libro —dijo don Quijote—, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente; pero su San Martín se le llegará como a cada puerco, que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.

Y diciendo esto, con muestras de algún despecho, se salió de la emprenta.

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“Sea quien fuere -escribió Suarez Figaredo-, el “curioso impertinente” que se las daba de “heroico”; Figueroa alude al nombramiento de Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, como Virrey de Nápoles. Era su secretario Lupercio Leonardo de Argensola, con el encargo de seleccionar la corte literaria de que el Conde deseaba acompañarse. Figueroa, por su formación académica, por su conocimiento de la lengua, por su experiencia anterior en Italia, por su relativa juventud (39 años por entonces), bien podría haber sido de los elegidos. Próximo a lograrlo, según hemos leído, insistió en su pretensión hasta el último instante, al punto que: 

Intentelo; mas impidiome la entrada un eclesiástico (Acaso Bartolomé), a quien entregué la obra dirigida. Dificultome tanto la audiencia…, que resolvió mi cólera no esperarla. Valime también de un médico, que dio muerte, en vez de salud, a mi esperanza. Hallé tan sitiado al Conde de ingeniosos, que le juzgué inaccesible… Desahuciado, pues, deste homicida familiar (cuya intención, sin duda, no fue buena, por haber considerado estrecha provincia la que es tan dilatada, para entrar a parte de las mercedes del señor que la había de gobernar), di vuelta desde Barcelona a Madrid sin… ver el rostro del que había sido principal motivo de aquel viaje. (El Pasajero”, Alivio VIII).

La realidad fue -siguiendo a S. Figaredo-, que:

Tampoco tuvo éxito Cervantes, aunque le consolaría la ayuda económica que acabaría recibiendo -tampoco sabemos, cómo, ni por qué, ni por medio de quién-; pero a Figueroa el humillante fracaso debió marcarle. A falta de otros tan graves antecedentes, aquí empezaría a formarse aquella ‘monstruosidad moral’ (*): soberbio y rencoroso (no me descuido ni descuidaré jamás en la puntual merecida correspondencia’, decía en 1621 el prólogo de sus Varias noticias), no podía perdonar a quien le ocasionó tan grave perjuicio. 

(*) Quizá se excedió M. Menéndez Pelayo en Historia de las ideas estéticas en España. (Nota de S. Figaredo).

Por cierto, en nuestro libro Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda propusimos, basándonos en el análisis del léxico (entre el “Avellaneda” y El Pasajero), que Cristóbal Suárez de Figueroa fue el verdadero autor del Quijote apócrifo; pero no encontrando razón para que se tomase tal revancha del heroico autor de El curioso impertinente, apuntamos que su aversión por Cervantes tendría relación con este asunto del conde de Lemos. Si por entonces hubiésemos leído aquellas octavas de esta España defendida… (E. Suarez Figaredo: Prólogo estudio de “La España Defendida”, de Suárez de Figueroa. 2006).

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Don Quijote, como por casualidad, descubre, en el capítulo LIX de la Segunda Parte de la obra “verdadera” dedicada a él, que existe ya una continuación de su “historia”. Por lo que lee, Don Quijote está más que molesto, ya que aparece como desenamorado de Dulcinea. Evidentemente, delante y detrás de semejante disgusto de Don Quijote, está, naturalmente, el de Cervantes, quien hace que un personaje de la obra de Avellaneda, el granadino Álvaro Tarfe, aparezca en la suya (capítulo 72). 

Para hacer constar la falsedad de la obra de Avellaneda, ante un escribano y el alcalde del “lugar” donde se encuentran, jurídicamente y “con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse”, Tarfe declara que el Don Quijote de la obra de Avellaneda no corresponde a la “auténtica”. 

Más adelante, Altisidora cuenta que, en una visión, ve que los diablos del infierno usan el libro de Avellaneda como pelota, comentando uno que es tan malo “que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara”.

Aún más, aparece entonces el nombre verdadero de Don Quijote: Alonso Quijano, que en la Primera Parte no se especifica, pero que entonces sirve para recalcar la falsedad de la continuación de Avellaneda, que llama Martín Quijada al protagonista.

En su testamento, Alonso Quijano condena otra vez al “autor que dicen que compuso” la obra de Avellaneda; un “escritor fingido y tordesillesco”, y nada más, de lo que se podría deducir que Cervantes sabía que Avellaneda era un seudónimo, pero que no llegó a identificar a quien representaba.

El texto también sugiere que Cervantes hizo morir a Alonso Quijano, para que no pudiera “hacer nueva salida”, como dice en el último párrafo de la obra.

Es posible que, en cierto modo, los ataques de Cervantes fueron contraproducentes para él mismo, pues promovió que los lectores acudieran y acudan todavía, a la obra de Avellaneda, aunque solo fuera movidos por la curiosidad, cuando, sin sus comentarios, seguramente, la novela habría pasado desapercibida, como tantas otras falsas continuaciones.

Por otra parte, también es muy posible que sin el estímulo que le proporcionó la obra de Avellaneda, Cervantes no hubiera terminado la suya, abandonada, al menos aparentemente, durante doce años, a pesar de que, el hecho de hablar del Avellaneda en el capítulo 59, II, podría significar que tenía aquella parte muy adelantada cuando tuvo noticia de defraudador, quienquiera que fuese.

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No es nueva, pero sí poco conocida y curiosa, por la anécdota en la que se basa, la adjudicación de la autoría del apócrifo a los hermanos Argensola, propuesta por el portugués Jordao de Freitas, en 1916, publicada por Theophilo Braga, con el título: “A propósito de una comunicación académica del sr. Dr...” de la que resulta lo siguiente:

“Hoy podemos determinar con rigor cual de estos cuatro individuos fue la individualidad oculta bajo el nombre de Avellaneda; ciertos caracteres apuntados en la personalidad anónima coinciden con el escritor de la segunda parte apócrifa de D. Quixote. Hasta hoy se leía como seudónimo algo que hemos conseguido leer como anagrama. 

Así, las treinta letras que hay en Alonso Hernández Avellaneda dan, combinadas entre sí Bartholomeo Leonardo Argensola.”

Después añadía Freitas:

“Mas tarde —cuando mi artículo había sido ya publicado-, la Academia imprimió el estudio del sr. dr. Theophilo Braga con un desarrollo mayor del que tenía al ser leído en la sesión de homenaje, y completamente refundido por su autor.” De esta resulta, según critica el recopilador, que:

“En la edición refundida, el anagrama ya no es de Bartholomé Argensola, sino el de su hermano Lupercio —de quien ¡ni el nombre se citó en el trabajo leído en aquella sesión!”

Sea como fuere, del asunto de los “Lupercios”, queda mucho por decir, y de ello ya se ocupó Cervantes, de forma que, sin duda, dejaría “chico” a Pasamonte. Es de destacar que, a pesar de toda esta apariencia, Cervantes, no ahorrará halagos, que incluso llegan a sonar hoy como serviles, al conde de Lemos.

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Veamos cómo se refiere Cervantes a los Argensola, y como habla del Conde de Lemos.

Los Argensola, o los “Lupercios”.

Viaje al Parnaso

Mandóme el del alígero calzado (Mercurio)

que me aprestase y fuese luego a tierra

a dar a los LUPERCIOS un recado,

«Señor», le respondí, «si acaso hubiese

otro que la embajada les llevase,

que más grato a los dos hermanos fuese

«Que no me han de escuchar estoy temiendo»,

le repliqué;

que tienen para mí, a lo que imagino,

la voluntad, como la vista, corta.

Pues si alguna promesa se cumpliera

de aquellas muchas que al partir me hicieron,

lléveme Dios si entrara en tu galera.

Mucho esperé, si mucho prometieron,

mas podía ser que ocupaciones nuevas

les obligue a olvidar lo que dijeron.

(BVMC)

La Dedicatoria al Conde de Lemos

Eugenio Oliva y Rodrigo. Cervantes en sus últimos días, escribe la dedicatoria del Quijote al conde de Lemos. 1883. MNP. No expuesto.

...en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear.

...con esto me despido, ofreciendo a Vuestra Excelencia Los trabajos de Persiles y Sigismunda, libro a quien daré fin dentro de cuatro meses, Deo volente, el cual ha de ser o el más malo o el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto, quiero decir de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el más malo, porque según la opinión de mis amigos ha de llegar al estremo de bondad posible. Venga Vuestra Excelencia con la salud que es deseado, que ya estará Persiles para besarle las manos, y yo los pies, como criado que soy de Vuestra Excelencia. De Madrid, último de otubre de mil seiscientos y quince.

Criado de Vuestra Excelencia,

Miguel de Cervantes Saavedra. Quijote II.

(BVMC)

“El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuestra Excelencia, bueno en España, que me volviera a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa Vuestra Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención”. (Persiles)

Además, del Persiles y de la II Parte del Quijote, Cervantes dedicó a Lemos las Novelas Ejemplares y las Comedias y Entremeses. “Pese a que los investigadores apenas han podido encontrar testimonios históricos de la época, en los que se haga referencia a esta relación.” (MCS-Lemos). Manuela Sáez.

Suárez Figaredo, que se confiesa antiguo seguidor de la doctrina Pasamonte, pasó a adoptar la de Figueroa, con una amplia y convincente explicación, a pesar de la cual, todo parece indicar que nos quedaremos sin saber quién fue, en realidad, el autor que se encubrió con la capa de Avellaneda. ¡Qué pena que no hubiera un Esquilache para acortar capas y recoger alas de sombrero que dificultan la identificación literaria!

Por otra parte, ¿qué decir de la halagadora referencia de Cervantes -arriba citada-, a la traducción de Figueroa, del “Pastor Fido” de Guarini?:

“Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Juan de Jáuregui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la traducción, o cuál el original” 

Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo DQM, Cap. LXII, Parte I.

Seguramente, Cervantes no habría escrito esto si pensara que Figueroa era Avellaneda. Y, si Cervantes no lo pensó, ¿por qué pensarlo nosotros?

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Veamos, sin más tardanza y, a modo de colofón, el trabajo de Suárez Figaredo, con los ojos de Gómez Canseco, sin que ello implique una toma de partido, que no es nuestro objetivo.

El método que se sigue en el libro—y no se entienda esto como crítica— dista de ser científico o académico. Se reproducen con demasiada frecuencia extensos textos ya editados con anterioridad, casi nunca se menciona la fuente bibliográfica de esos textos, como tampoco se facilitan las referencias de las citas de otros autores. 

En realidad, lo que parece presentarse como gran baza metodológica del libro es la búsqueda informática de lo que el autor llama “tics” lingüísticos de Avellaneda. Suárez Figaredo los cataloga, los enumera y los compara numéricamente con su presencia en otros textos del Siglo de Oro, a saber, Don Quijote, Persiles y Sigismunda y las Novelas ejemplares de Cervantes, Marcos de Obregón de Vicente Espinel, La pícara Justina de López de Úbeda, Los cigarrales de Toledo de Tirso de Molina, La peregrinación sabia y El sagaz Estacio de Salas Barbadillo, El buscón de Quevedo y El bachiller Trapaza de Castillo Solórzano. Todo queda resumido en unas muy vistosas tablas, que sirven de complemento informático a la candidatura de Suárez de Figueroa.

En medio de todo eso, hay ocasión para defender literariamente el libro de Avellaneda, del que asegura, en comparación con el de Cervantes, que está escrito “sin incurrir en un solo fallo de memoria” y “redactado a paso tirado, con fluidez, sin incurrir en dudas ni parones” (63 y 69). Más allá de esa concepción romántica de la escritura que presenta a un Avellaneda iniciando la composición por el primer folio y terminando por el último, parecen excusarse la falta de planificación de buena parte de la trama, el desentendimiento del tiempo narrativo y hasta errores tan “cervantinos” como el extraño recorrido de don Álvaro Tarfe, que sale de Granada y anuncia su vuelta a Córdoba. Por no hablar del frecuente desaliño estilístico de Alonso Fernández de Avellaneda. 

Hasta los impresores del Quijote tarraconense aparecen ennoblecidos, como responsables de un volumen hecho “con el mismo esmero que cualquier otro libro de principios del s. XVII: una linda Portada, su Tabla índice, las preceptivas Aprobación y Licencia... No es una chapuza, no le falta nada de lo exigible a un libro que vaya a comercializarse” (55). 

Parece que se obvia que la obra salió sin licencia civil y sólo con la autorización del arzobispado de Tarragona, y que no llevaba testimonio de erratas, a pesar de que, sólo en el folio y medio del prólogo, se registran seis, y algunas considerables, como sinomonos por sinónimos o Arcanas por Arcadias. Eso sin hablar del descuido y la cantidad de errores que se acumularon en numerosos folios del libro definitivo. No se ha sustraído el autor al gusto—tan avellanedesco— de los anagramas y hasta propone uno nuevo: “También nos extraña que del título Le Bagatele, libro del que se habla en el Cap. DQ-II-62 nadie haya extraído ‘El ba[stardo] Ga[briel] Te[l]le[z]’” (24), que me pasó desapercibido tantas veces como he leído y leo el pasaje. Incluso una propuesta atractiva y plausible, como la identificación de Vicente de la Rosa con el poeta y músico Vicente Espinel, choca con el escollo de que, en la princeps, el apellido se alterna con “de la Roca.”

La segunda parte del libro defiende la identificación de Cristóbal Suárez de Figueroa como Alonso Fernández de Avellaneda sobre la base de la coincidencia en los mencionados “tics” lingüísticos, que se detallan con profusión y con tablas informáticas. Pero cuando se llega al móvil, asunto imprescindible en esta suerte de tramas criminales, Suárez Figaredo confiesa no haber podido “detectar en DQ-I el sinónomo [sic] voluntario que apunte a Figueroa.

Tampoco encuentra la razón para tanto odio. A todo eso hay que añadir lo referido a Lope de Vega: unas veces se pasa de puntillas sobre el asunto y otras se interpretan los elogios a Lope como ironías, para excusar la defensa que de él hace el segundo Quijote. Recuérdese que el único nombre que expresamente citó Avellaneda fue el de Lope, furúnculo entonces del glúteo cervantino, al que el Apócrifo copió, defendió y veneró hasta el sahumerio. El problema es que, como el mismo autor reconoce, “Figueroa no era más lopista que Cervantes”. Ante tantas dudas, la conclusión tiene que ser necesariamente elusiva: “¿Actuó solo Figueroa? ¿Alguien le daba ideas, le veía la gracia, le revisaba lo escrito? ¿Fue suya la iniciativa? ¿Fue sólo el pistolero que aceptó un encargo que en lo personal no le desagradaba? Sí, aún quedan incógnitas, pero parece que ahora sí estamos cerca, muy cerca de desenmascarar a Avellaneda” (212).

La labor emprendida por el autor ha sido enorme para tales conclusiones. Aun así, Enrique Suárez Figaredo, director de la colección Clásicos Carena, anuncia en la última página del libro tres nuevas entregas: “El Quijote ‘de Avellaneda’ de Suárez de Figueroa,” “El pasajero, de Cristóbal Suárez de Figueroa” y una “Edición comentada del Quijote de Cervantes, de Suárez Figaredo” (390). Bien venidas sean en nombre de Plinio.

En fin, este Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda, como otros de su género, resulta un libro curioso y fácil de leer. Como ocurre con algunas de estas obras, uno se deja llevar con gusto por los vericuetos de la argumentación y, por un momento, les da crédito. Por mi parte, Dios me libre de afirmar que don Cristóbal Suárez de Figueroa no fue el atravesado Alonso Fernández de Avellaneda. Ni don Jerónimo de Pasamonte. Ni el mismo Lope. No lo sé. No es la primera, ni será la última vez que se indague en ese pequeño misterio literario. Otros lo han hecho a lo largo de siglos y, en su momento, consideraron sus argumentos igualmente firmes e incontestables. Yo también me cuento entre aquellos “que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria” (Don Quijote II, 22). Quizás algún día aparecerá un manuscrito que nos desvele si fue Suárez de Figueroa, Pasamonte o el mayordomo el autor de este criminal Quijote todavía de Avellaneda. O acaso, no.

De: Luis Gómez Canseco: Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America (25.1.2006). Referido a: Enrique Suárez Figaredo. Cervantes, Figueroa y el crimen de Avellaneda. Que trata de quién fuesse el verdadero autor del falso Quixote. Añádese su vida, y obras. Barcelona: Carena, 2004.

A modo de colofón: 

En los últimos años parece haber surgido un movimiento de rehabilitación de la denostada figura de Alonso de Avellaneda.

Con motivo del IV Centenario de la publicación el “Ingenioso Caballero” de Cervantes, la BNE presentó una Exposición con algunas de las ediciones del Quijote...de Avellaneda. Parece ironía, pero es verdad. 

Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. En Tarragona en casa de Felipe | Roberto, Año 1614. BNE, CERV.SEDÓ/8669 (Ejemplar 2)

La nota pegada, habla claramente del “fraile dominico Fr. Luis de Aliaga [como] verdadero autor de este libro [confesor de Lerma y de Felipe III], añadiendo unos versos que le dedicara Villamediana, “Sancho Panza, confesor/del ya difunto monarca/que de la vena del arca/fue en Osuna sangrador”.

Recordemos al todo poderoso Aliaga, gran Inquisidor, promotor de la expulsión de los moriscos y confesor del rey; pronto vendrá a estas páginas.

Por fortuna, las curiosidades en este terreno, no terminan nunca y, por tanto, no parece que nos vayamos a quedar en ayunas, como si ya todo estuviera dicho.

El folleto de la Exposición, publicado en Internet por la BNE, decía entre otras cosas:

EL ÉXITO DEL QUIJOTE DE 1605 La Primera parte del Quijote de Cervantes fue un enorme éxito comercial. Se ha dicho, con razón, que fue un best-seller de la época. Sus ediciones se multiplicaron en el mismo año de su aparición. La príncipe —impresa en diciembre de 1604, aunque en la portada se estampó la fecha de 1605— se agotó en unos meses, por lo que el editor, Francisco de Robles, se apresuró a encargar a Juan de la Cuesta, el impresor, una nueva estampa, que apareció probablemente a finales de la primavera de 1605. A esta segunda salida madrileña se le habían adelantado ¡dos! ediciones lisboetas: de Jorge Rodríguez y de Pedro Crasbeeck. Y muy poco después, en el verano del mismo año de 1605, Pedro Patricio Mey imprimiría en Valencia otra nueva tirada. ¡Cinco ediciones en solo un año! ¡Todo eso en una sociedad en la que aproximadamente el 90% de la población no sabía leer! La historia de don Quijote divirtió a miles de españoles y [otros] europeos de muy distinta condición social y formación. Desde los analfabetos, que se hacían leer la obra, a los doctores; desde el rey hasta los pajes de su cámara... Muchos estaban deseosos de que apareciera la prometida Segunda parte y tercera salida de Don Quijote, pero pasó un día y otro día, un mes y otro mes pasó [*], y seis, siete, ocho, [**] nueve años después, la promesa seguía incumplida. (Es decir, interpretando con libertad; la culpa la tuvo Cervantes, por retrasarse tanto en la prometida publicación de su II Parte).

[*] 

Pasó un día y otro día,

un mes y otro mes pasó,

y un año pasado había;

mas de Flandes no volvía

Diego, que a Flandes partió.

A buen Juez, mejor testigo. Zorrilla.

[**]

“El barquito chiquitito”, canción infantil tradicional.

...


EL SABIO ALISOLÁN TOMA EL RELEVO DEL LEGO CIDE HAMETE Cuando ya habían transcurrido cinco años sin que se tuviera noticia de ella, un individuo culto, muy culto —no era un ingenio lego, sin estudios, como se dijo de Cervantes—, pero admirador de la literatura popular que encarnaban tanto el Quijote como las comedias de Lope de Vega, decidió cumplir la promesa, al parecer olvidada por el primer autor. Así debió de nacer el Quijote firmado por Alonso Fernández de Avellaneda. No sabemos la fecha en que se compuso, pero en los primeros párrafos alude a un hecho histórico y social de extraordinaria trascendencia: 

El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza. Los moriscos de Aragón fueron «expelidos» en virtud de las órdenes que el gobierno del duque de Lerma hizo públicas el 10 de mayo de 1610. Posiblemente, esa es la fecha aproximada en que el autor se dispuso a redactar su obra. Si aceptamos esa fecha, todo encaja razonablemente bien. En tres años el tal Avellaneda compondría su novela y se decidiría a publicarla, cosa que hizo en Tarragona, en la imprenta de Felipe Roberto, en el verano de 1614.

La aparición de este impreso ha estado rodeada de misterios. Incluso se ha sostenido (con muy poco fundamento) que el libro no se imprimió ni en la ciudad ni en la imprenta que figuran en la portada. Durante casi cuatrocientos años la crítica afirmó que este Segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha no tuvo éxito alguno y que solo conoció una edición en el siglo XVII. Sin embargo, en 2007 Enrique Suárez Figaredo (en su artículo «La verdadera edición príncipe del Quijote de Avellaneda». Lemir, 11, pp. 79-102) observó que, entre los ejemplares conservados en la Biblioteca Nacional de España, con pie de imprenta de 1614, existían diferencias notables, que solo podían explicarse si el libro se había compuesto y editado dos veces. En efecto, tal y como puede apreciar el que se acerque a la vitrina en que se exponen los ejemplares de las ediciones antiguas o se fije en las reproducciones fotográficas que aparecen en este folleto, las portadas de los volúmenes {1 en imagen, arriba} (CERV.SEDÓ/8669) y {2} (U/3352) presentan el mismo texto y la misma disposición, pero no se han estampado con la misma plancha.

Con ellos podemos ejercitarnos en el conocido juego de las siete diferencias. [...]

El relato de Avellaneda quedó en el olvido y tardaría más de un siglo en volverse a editar en español. En 1704 los redactores del Diario de los sabios, en su número del 31 de marzo, al reseñar la adaptación francesa de Lesage, confiesan: «no podemos decir si esta traducción es fiel porque no habemos visto el original español». En 1732 se puso de nuevo al alcance de los lectores, con el título de Vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha {3}. Curiosamente no se presentó como la continuación del Quijote de 1605, sino como un complemento de las dos entregas cervantinas. Obsérvese que en la portada se dice que contiene la cuarta salida (mientras que en las ediciones de 1614 se lee tercera salida, que es la que realmente narró Avellaneda) y que se numera como Parte II, tomo III (es decir, el que sigue a los dos publicados por Cervantes). Algunas frases de la aprobación de 1732, firmada por Agustín de Montiano y Luyando, han provocado siempre la sorpresa y la indignación de los cervantistas:

...ningún hombre juicioso sentenciará a favor de lo que Cervantes alega, si forma el cotejo de las dos segundas partes; porque las aventuras de este don Quijote [el de Avellaneda] son muy naturales, y que guardan la rigurosa regla de la verosimilitud; su carácter es el mismo que se nos propone desde su primera salida, tal vez menos extremado, y por eso más parecido; y en cuanto a Sancho, ¿quién negará que está en el de Avellaneda más propriamente imitada la rusticidad graciosa de un aldeano? […] No es frío y sin gracejo como Cervantes quiere; sus sales tiene no poco gustosas...

En esos elogios le había precedido el adaptador francés Alain-René Lesage; pero hoy nuestro criterio es muy otro: consideramos que las calidades, y en especial el humor, de los Quijotes cervantinos son muy superiores, infinitamente más modernos que los de la novela de 1614. El arte de Cervantes ha sabido navegar por el proceloso piélago del tiempo y ha encontrado siempre nuevos y admirados lectores. El de Avellaneda está más anclado en su siglo: es una estimable muestra de la estética y las ideas de la sociedad barroca. No es poco.

DE LA MANO DE LESAGE: LA AVENTURA INTERNACIONAL DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA Antes de que la Vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha volviera a ver la luz en Madrid, la obra había conocido un sorprendente éxito internacional. La traducción y adaptación francesa de René Lesage Nouvelles avantures de l’admirable don Quichotte de la Manche (Imagen 4) había aparecido en París en 1704. Se trata de una versión extremadamente libre, ampliada y depurada, que incorpora elementos de la Segunda parte cervantina. Este nuevo Quijote, construido a medias entre Avellaneda y Lesage, gozó de excelente acogida en la Europa del siglo XVIII. Mientras el original dormía el sueño de los justos en los olvidados impresos de 1614, la adaptación francesa merecía los honores de verse reeditada con cierta frecuencia, no solo en Francia, sino también en Holanda, Bélgica e Inglaterra, y traducida a otras lenguas europeas. Rápidamente, en 1705, se pudo leer la versión inglesa (Imagen 5); en 1706, la neerlandesa (Imagen 6) y en 1707 la alemana, que apareció en Copenhague. En la vitrina puede verse la traducción de F. J. Bertuch, en la edición realizada en Weimar y Leipzig entre 1775 y 1777 {7}. Así pues, a través de esta adaptación francesa, el Quijote de Avellaneda recorrió la Europa de la Ilustración al lado de las numerosas ediciones traducidas del original cervantino. Puede afirmarse incluso que la edición madrileña de 1732 debe su existencia al éxito cosechado por la versión de Lesage.


RIGOR Y MODERNIDAD: LAS NUEVAS EDICIONES DEL QUIJOTE DE AVELLANEDA. A pesar de la excelente acogida, incluso del renombre alcanzado en toda Europa por el Quijote de Avellaneda con la ayuda de Lesage, la obra original no volvió a editarse en España a lo largo del siglo XVIII. Hubo que esperar a 1805 para que la madrileña Imprenta de Villalpando lanzara al mercado una nueva estampa en dos volúmenes, que se reimprimió al año siguiente. Un nuevo salto en el tiempo hasta que en 1851, Cayetano Rosell la incorpora al tomo XVIII de la «Biblioteca de autores españoles». A partir de esta fecha, se sucederán las ediciones de la novela, algunas con bellas encuadernaciones de época, como la barcelonesa de Daniel Cortezo (1884), o con excelentes estudios prologales, como la preparada por don Marcelino Menéndez Pelayo (Barcelona, 1905). En general, puede decirse que el Quijote de Avellaneda vivió hasta fechas relativamente recientes en ediciones populares («Biblioteca Sopena», «Colección Crisol», «Colección Austral»...) que permitieron la lectura, pero no contribuyeron a la depuración ni al análisis del texto. En tanto, se fue creando una amplia literatura crítica en torno a una cuestión que ha obsesionado a los especialistas: la identidad del escritor que se oculta bajo el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda. Es materia esta tan intrincada que no puede abordarse en un breve opúsculo como el presente. Sin duda, merece, por sí sola, un extenso tratado y varias exposiciones. 

En contraste con esta pasión detectivesca por descubrir quién había cometido «el crimen» de continuar la novela de Cervantes, los intentos de fijar con rigor el texto y de explicar desapasionadamente sus características quedaron relegados durante muchos años. Fuera del estudio prologal de Menéndez Pelayo de 1905, apenas se avanzó hasta la monografía de Stephen Gilman Cervantes y Avellaneda. Estudio de una imitación (1951). En el terreno de la fijación y anotación del texto, la labor fundacional la debemos a Martín de Riquer, sobre todo por su edición en «Clásicos castellanos» (Imagen 8). Sin olvidar a Fernando García Salinero, que incorporó la novela a «Clásicos Castalia» (1972) (Imagen 9), hay que destacar el acierto anotador y la pulcritud filológica de Luis Gómez Canseco en su edición de 2000 (Imagen 10), ahora renovada en 2014 (Iamgen 5). Otras ediciones dignas de ser destacadas por sus aportaciones son las de Javier Blasco {11}, Enrique Suárez Figaredo (Imagen 12), primera realizada a partir del ejemplar CERV.SEDÓ/8669, y la minuciosa de Alfredo Rodríguez López-Vázquez (Imagen 13). Milagros Rodríguez Cáceres y Felipe B. Pedraza Jiménez (Imagen 14) han vuelto a cotejar los ejemplares de las dos ediciones de 2014 y han intentado explicar las peculiaridades del relato de Alonso Fernández de Avellaneda en una edición conmemorativa patrocinada por la Diputación de Ciudad Real. Podemos afirmar que, gracias a la labor de estos y otros investigadores, hoy disponemos del Quijote de Avellaneda, depurado y rigurosamente editado; contamos con una amplia anotación que nos permite entenderlo cabalmente, y podemos considerar con serena objetividad sus pretensiones y resultados estéticos, su sentido social y literario, sus puntos de coincidencia y de divergencia con el modelo imitado, y su decisivo influjo en la creación de la Segunda parte cervantina de 1615. Este Quijote es, sin duda, una novela estimable, muy representativa de las ideas y los valores de una época apasionante: la que vio convivir a genios como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y tantos otros. ¡Merece la pena leerlo, releerlo y analizarlo!

El texto que precede. Está firmado por: FELIPE B. PEDRAZA JIMÉNEZ (UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA), y ofrece la galería de miniaturas de las diversas ediciones de Avellaneda, que aparece numerada arriba.

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Para terminar, una anécdota personal. En el año 2002, fui a una librería y pedí una edición “de bolsillo” del Quijote, fundamentalmente, con objeto de poder leerlo en el transporte público, o en otros viajes más largos. Me lo trajeron de inmediato, pero... era el de Avellaneda.

-¡Pero este es el de Avellaneda! Dije.

-No la entiendo. Me respondieron.

Dudé un poco, pues, por entonces, sin necesidad de más causa que haber suplantado a mi ídolo, yo “odiaba” a Avellaneda. Respiré y lo expliqué, pero, para entonces, ya había decidido comprarlo; al fin y al cabo... igual merecía la pena leerlo. Y así lo hice, de lo cual, me alegro. Se trataba de la edición que aparece arriba, en la primera ilustración de la tercera fila (Luis Gómez Canseco), y la conservo, profusamente subrayada, llena de comentarios a lápiz, y con algunos tickets de viajes de horas en su interior.

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martes, 19 de octubre de 2021

Cervantes frente a Avellaneda; el hombre que nunca existió


Firmado por un tal “Alonso Fernández de Avellaneda” -nombre, al parecer,  inexistente-, se publicó en 1614 el Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha, con evidente intención de suplantar a Cervantes, que había publicado su Primera Parte, en 1605 y que, inmediatamente se vio urgido a terminar y hacer publicar la Segunda, en la que ataca duramente al dicho “Avellaneda”, bajo el nombre de “Ginés de Pasamonte”.

Esto es lo que se ha dicho -o escrito-, al respecto.

Se cree que el Ginés de Cervantes, era Jerónimo de Pasamonte, autor de una Vida y Trabajos, que circuló manuscrita a principios de 1605, en la que hablaba, entre otras cosas, de su participación en la Batalla de Lepanto, y que, por el motivo que fuere, despertó la cólera del “Manco”, que lo trató sin piedad, dando a entender, que el mismo, era el “Avellaneda” autor de aquel Segundo Tomo.

Así pues, se ha dado por supuesto -aunque todavía no podemos asegurar nada-, que esta historia debió empezar cuando Jerónimo de Pasamonte escribió su Vida y Trabajos, una especie de historial, casi al modo de una hoja de servicios, que, a pesar de que no se publicó, hizo un notable recorrido de mano en mano. En ella habla de su infancia y de su vida como soldado, en la que, igual que Cervantes, combatió en Lepanto -a pesar de que él hubiera preferido la carrera religiosa-. También ofrece multitud de extrañas situaciones, de acuerdo con las cuales, al autor sufre visiones demoníacas desde muy pequeño, que le atacan porque es un buen cristiano, del mismo modo que se siente objeto de conjuros, maldiciones e intentos de envenenamiento, por parte de enemigos y allegados, de los que no es capaz de liberarse.

Primera y segunda dedicatoria de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte, que incluye su firma autógrafa. Biblioteca Nazionale Vittorio Emanuele III de Nápoles

Primera página, tras las dedicatorias, del manuscrito de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte. 1614

Puesto que Cervantes parece referirse a él, aunque con un seudónimo, se deduce que había leído la Vida y que la utilizó de modo burlesco en el capítulo XXII de la Primera Parte de su Quijote, es decir, ya en 1605, exactamente, el mismo año que, en enero, Pasamonte terminaba las “Dedicatorias” de su “Vida” empezada en 1593.


Cervantes 1605

Se supone que Pasamonte, leyó, a su vez, aquella primera parte del Quijote, y que se sintió insultado, por lo que él mismo, o, lo que sería más creíble, con ayuda de otros, escribió, supuestamente, una segunda parte de la obra de Cervantes, que esta sí, fue publicada, conocida y, en ocasiones, confundido su autor con el verdadero creador del personaje, es decir, Cervantes. Esto ocurría, en 1614.

Avellaneda 1614

Parece, entonces, y, por último, que esta edición “aceleró” el remate y la publicación de la verdadera II Parte de Don Quijote de Cervantes. 


1615. Finalmente, después de la aparición de sus Novelas Ejemplares -a las que se refiere Avellaneda, como “ingeniosas”-, Cervantes publica la Segunda -verdadera- parte del Quijote, en la que contesta al supuesto Avellaneda, aunque siempre refiriéndose a él, sin nombrarlo, sino empleando -dice la crítica- el nombre de su personaje sosias; “Ginés de Pasamonte”.

Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha, -escribe Avellaneda-, no puede ni debe ir sin prólogo; y así, sale al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra, y más humilde que el que segundó en sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas. No le parecerán a él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron; y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos. Pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte, pues no podrá, por lo menos, dejar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mí, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.

    Avellaneda

Lope de Vega: Escritor de Comedias y Ministro del Santo Oficio. Retrato por Juan van der Hamen y León

Detalles

Lope -Lupus- de Vega, de Luis Tristán de Escamilla, 1614. Hermitage

Cervantes: Quijote II, Prólogo al lector. 1615

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he de dar este contento, que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas a lo menos en la estimación de los que saben dónde se cobraron: que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga, y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.

He sentido también que me llame invidioso y que como a ignorante me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bienintencionada. Y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero en efecto le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.

Edición y Notas de Francisco Rico. BVMC

Queda así la cuestión (por el momento):

1- Cervantes ¿leyó la Vida de Pasamonte?

2- Suponiendo que el Pasamonte, autor de la Vida, fuera el mismo que Ginesillo de Pasamonte, -alias de Avellaneda-, ¿qué ocurrió para que, a pesar del buen carácter de Cervantes, le atacara por medio de la recreación burlesca de su personaje, cuando el primero no lo había mencionado en ningún momento?

3- Pasamonte y el inexistente Avellaneda, autor del Quijote II ¿son, verdaderamente, la misma persona?

4- ¿Por qué Avellaneda dice que Cervantes le ha ofendido a él y a Lope de Vega?

5 ¿Estaba Lope detrás de la publicación del Quijote de Avellaneda?

Veamos lo que dicen los investigadores.

“Hacia 1611, Avellaneda hizo circular el manuscrito apócrifo. Cervantes lo leyó y reconoció fácilmente a su verdadero autor. Y en algunas de sus Novelas ejemplares, publicadas en 1613, hizo claras alusiones conjuntas a los manuscritos de la Vida de Pasamonte y del Quijote de Avellaneda. Cervantes se burló alternativamente de los episodios y las expresiones de ambos manuscritos, para dar a entender que pertenecían al mismo autor.

Esas alusiones demostrarían dos cosas:

-En primer lugar, que Cervantes conoció el manuscrito del Quijote apócrifo antes de escribir la segunda parte de su Quijote (y seguramente eso le incitó a componerla).

-En segundo lugar, que Cervantes creía que Avellaneda era Pasamonte, pero aun en el caso de que estuviera equivocado, su convencimiento seguiría siendo esencial para entender la segunda parte de su Quijote, empezando por el Prólogo.

Al componer esta obra, Cervantes tuvo delante el manuscrito apócrifo. No quiso mencionar el manuscrito de Avellaneda para no darle publicidad, pero trató de superar sus episodios, se burló de los mismos y corrigió las características que Avellaneda había otorgado a don Quijote y Sancho. Por ello, toda la segunda parte del Quijote de Cervantes constituye una imitación satírica o correctiva del Quijote de Avellaneda.

Sería cuando Cervantes estaba escribiendo el capítulo 58 de la segunda parte de su Quijote, cuando supo que el Quijote apócrifo se había publicado, lo que le hizo preocuparse. Por eso, se decidió a mencionarlo por primera vez en el capítulo 59, criticándolo después con dureza:

“Pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco” (cap. 62).

“Tan malo, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara” (cap. 70).

Además, Cervantes afirmó cuatro veces que Avellaneda era aragonés, y sugirió el nombre de pila de su autor.

En el mismo capítulo 59, don Quijote se encuentra con un personaje que tiene en sus manos el libro apócrifo recién publicado. Este personaje, al ver al don Quijote cervantino, lo reconoce como el auténtico:

“sin duda vos, señor, sois el verdadero don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante caballería, a despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas”.

Y ese personaje se llama, precisamente, Jerónimo, como Jerónimo de Pasamonte. Cervantes creó así una escena magistral, haciendo que la representación literaria de Avellaneda, encarnada en ese personaje llamado Jerónimo, reconociera a su don Quijote como el verdadero.

En suma, Cervantes se valió del Quijote apócrifo para componer la segunda parte de su Quijote, y mostró su convencimiento de que Avellaneda era el aragonés Jerónimo de Pasamonte.

"Como explico en la breve novela divulgativa, Hacen falta cuatro siglos para entender a Cervantes, hemos tardado mucho tiempo en descubrirlo. Esperemos que no pase mucho más hasta que se reconozca y se transmita a la sociedad lo que realmente ocurrió.”

(Alfonso Martín Jiménez, Cat. De Lit. Comp. UVA)

“El Quijote de Avellaneda, un gran trabajo sucio”

"La Biblioteca Clásica de la RAE, dirigida por Francisco Rico, presenta el texto crítico canónico del Quijote de Avellaneda, una obra que obligó a Cervantes a reelaborar la segunda parte de su novela y adoptar tramas y técnicas narrativas que serían determinantes para la literatura posterior. Rico y Luis Gómez Canseco, responsable de la edición crítica, debaten para “LEER” las diversas tesis en torno al Quijote apócrifo.

La licencia es de septiembre de 1614, y aunque los libros autorizados a imprimirse en la Corona de Aragón no podían venderse en Castilla, lo cierto es que la segunda parte apócrifa del que se conocería como Quijote de Avellaneda comenzó a circular muy pronto por Madrid. Por eso es verosímil lo que dice Luis Astrana Marín en su monumental biografía de Cervantes: “Cuando iba por el capítulo LIX [de la segunda parte del Quijote], se estaría ya en el mes de octubre de 1614. Alrededor de esa fecha difundíase por Madrid un libro en octavo, cuya portada decía: Segundo tomo del Ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras. Compuesto por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas (…) Con Licencia, En Tarragona en casa de Felipe Roberto, año 1614”.

El “Quijote de Avellaneda” tenía la intención de molestar a Cervantes, bien por envidia, choque de vanidades o aprovechamiento económico

Sea como fuere, lo cierto es que será a partir de ese capítulo de la segunda parte del Quijote (no del “falso”, sino del “verdadero, el legal y el fiel”, como repetiría Cervantes) cuando obsesivamente el inmortal autor se dedique a vapulear a Avellaneda. Y no es para menos, porque como coinciden la mayoría de los expertos el libro, fuese quien fuese su autor, tenía una clara intención de molestar y atacar a Cervantes, bien por envidias personales, choque de vanidades o sencillamente para aprovecharse económicamente de unos personajes que tenían ya un éxito consolidado entre los lectores. Cosa que, al parecer, no era infrecuente en aquellos años. 

Habla Francisco Rico (FR): “Se dice que está escrito por un partidario de Lope de Vega que se siente disgustado por las segundas intenciones que, en el caso de las menciones a Lope, se pueden descubrir en Cervantes, pero todos los libros de gran éxito tienen segundas partes apócrifas o auténticas, quiero decir, de La Celestina hubo docenas de imitaciones, más que continuaciones; del Lazarillo tenemos varias continuaciones y el Guzmán de Alfarache también las tuvo”.

La mano de Lope

“Quién sea el autor es importante”, matiza Luis Gómez Canseco, responsable de la edición crítica, “pero en realidad sólo se dan palos de ciego. Lo que podemos ver es el perfil del personaje, porque eso sí lo tenemos en el libro. A mi juicio lo que queda claro es que Lope de Vega no fue ajeno al asunto. Teniendo en cuenta cómo trabajaba Lope en su entorno y la gente que tenía alrededor para hacerle trabajos sucios… Éste, desde luego, fue un trabajo sucio tan bien hecho que siglos después todavía no sabemos quién lo hizo. A mí me parece verosímil que Cervantes supiera la identidad del autor, porque parece un libro pensado en esos ambientes del mundo madrileño de las letras donde él se movía, y tuvo, si no que saber, sí sospechar de cerca quién pudo ser”.

(Habla Francisco Rico)

FR: Pero eso no quiere decir que lo supiera antes de acabar la segunda parte del Quijote. Pudo saberlo después. Y, sí, es probable que lo supiera, pero si lo hubiera sabido antes hubiera echado algún anzuelo para que picara.

(Habla Luis Gómez Canseco)

LGC: Todo el mundo ha jugado con la curiosidad y lo divertido de buscar quién es olvidándose del propio texto y de la historia que lo rodea, incluso materialmente. En esta edición hemos acotado bastante el proceso que siguió el libro, que es importante para saber el impacto real que tuvo, el número de ejemplares que se pudieron imprimir y, consecuentemente, a cuánta gente pudo llegar. Esta nueva edición está completamente rehecha tanto en lo textual como en los contenidos y es mucho más completa que la que el propio Gómez Canseco hizo para Biblioteca Nueva en el año 2000. “Es la única edición seria que se ha hecho sobre el Avellaneda”, apunta Rico. Entre otras cosas, aporta materiales novedosos sobre el proceso de impresión: “Si no hay dos impresiones, no digo dos ediciones, una parte del libro se compuso tipográficamente dos veces, y hay que distinguir los ejemplares de la primera y de la segunda composición tipográfica, porque ofrecen diferencias. Por primera vez eso se ha tomado en cuenta”.

En aquella edición, Gómez Canseco afirmaba que “los estudios más recientes del Quijote de 1615 [el de Cervantes] se inclinan por la idea de que Cervantes afrontó una revisión de su segunda parte inmediatamente después de la lectura de Avellaneda” y que “por más que cueste admitirlo, Cervantes leyó y utilizó en beneficio propio textos, personajes, estructuras narrativas y temas del Quijote apócrifo”.

Cervantes utiliza el material del enemigo para construir una novela que cambia la historia de la literatura (Luis Gómez Canseco)

FR: No lo creo. Cervantes reaccionaba inmediatamente a un estímulo y jamás volvía atrás para revisar lo escrito, ni para corregir los errores más groseros. Él tiene una frase que le gusta mucho que es “Olvidávaseme de decir”, y cuando la usa es porque se le ha olvidado de verdad. No vuelve atrás para corregir. No es Cervantes de introducir un matiz sutil en una frase volviendo para atrás, no me lo creo.

LGC: Yo creo que sí y se puede comprobar en el texto. La inteligencia literaria de Cervantes consiste en coger el material del enemigo y rehacerlo. Y no sólo para desmontar lo que dice Avellaneda, sino para construir su novela de una manera tan extraordinaria que cambia la historia de la literatura. La historia de don Álvaro de Tarfe que pasa de la novela de Avellaneda a la novela de Cervantes para desmentir al libro de donde viene es un momento esencial para la literatura moderna. Son juegos de absoluta modernidad, que Cervantes utiliza con la excusa de Avellaneda para reconstruir por completo la concepción de la narrativa de la época. Lo que convierte a Cervantes en ese escritor de potencia enorme y de influencia decisiva para toda la literatura posterior es la segunda parte del Quijote. Y Avellaneda puso su granito de arena para que fuera así.

FR: Lo que ocurre en la segunda parte del Quijote es que Cervantes era muy vanidoso, con razón, y está orgullosísimo del éxito que ha tenido su novela. Cada vez que aparece alguien que reconoce a don Quijote, es alguien que está cantando la gloria de Cervantes. Y en el caso de Avellaneda, eso se extrema. Cervantes muestra con su infinito derroche de gracia y capacidad narrativa que el otro Quijote está lleno de defectos. Estoy convencido de que es una cuestión de vanidad, más que esa idea del personaje en busca de autor, que sí, está, pero un poco por casualidad, secundariamente.

LGC: Claro, lo de la casualidad es importante. No es que Cervantes estuviera pensando yo soy Pirandello y voy a hacer aquí una cosa tremenda. Hay mucho de invención casual, pero de ahí el genio de Cervantes. Por otra parte, el Avellaneda no sólo es una obra determinante para la segunda parte del Quijote, sino que, aunque es un libro menor, es divertido y tiene todavía toques de humor grueso que provocan la risa. Además, es la suma de una ideología conservadora y muy afín al poder, junto a la sal gruesa en lo sexual y lo escatológico. Algo aparentemente contradictorio, pero que le da sentido y singularidad al libro. Avellaneda no es un tonto y sabe que el Quijote es un libro excepcional y aunque en varios momentos deja entrever un odio profundo a Cervantes, hay también una verdadera admiración literaria por su novela.

FR: El Quijote de Avellaneda está hecho con la mentalidad literaria de la época, porque Cervantes es un revolucionario y en cierto modo es un hereje. Y por eso en el siglo XVIII, en la tradición neoclásica, hubo en Francia y en España quienes afirmaron, no sé si se lo creían de verdad o no, que es superior al de Cervantes. Pero eso fue una etapa muy transitoria, porque el Quijote de Avellaneda se soporta y tiene, como dice Luis Gómez Canseco, algunas cosas divertidas, pero en general es muy tosco y sobre todo no tiene la gracia infinita que tiene el original.”

FERNANDO PALMERO (“Leer”, 2015)

Sin embargo, no parece encajar, en absoluto, el lenguaje y estilo de la “Vida” de Pasamonte, con los empleados en el Quijote II, de Avellaneda; ni por eso, ni por la mentalidad que se refleja en la Vida. Cervantes, siendo el mejor, no tuvo suerte en la vida, pero era un hombre de buen carácter y seguro de sí mismo, mientras que el Pasamonte de la “Vida”, resulta, un ser lleno de temores; trasgos, brujas o maldiciones, aunque tenga, a veces, buenos detalles cómicos, que jamás alcanzan la exquisita ironía que tan fácilmente surge de las líneas y las expresiones de Cervantes, que aparece como un hombre de mala suerte y buen carácter, mientras que Pasamonte, tendría la misma mala surte, pero la afrontaría con mal carácter, casi con tristeza,  y con muy oscuros temores.

En todo caso, quedan cuestiones por resolver, que, hasta la fecha nadie ha aclarado, y la primera, sería dilucidar el motivo por el que Cervantes se sintió ofendido por la “Vida” de Pasamonte, -si es que su lectura fue el origen del personaje Ginés de Pasamonte-, pues de esta no se desprenden ofensas hacía él. Habría que pensar que pasó algo más de lo que podemos leer en los respectivos trabajos.

Y, además:

A) ¿Quién costeó la edición de Avellaneda? 

B) ¿El editor no conocía a Cervantes, y decidió hacerse cargo del Avellaneda, sin pensarlo dos veces? De ser así, ¿se proponía superarlo, puesto que se habla de quitarle la “ganancia”?

Bien, antes de seguir adelante, veamos las diversas identidades que se han dado al misterioso  Alonso Fernández de Avellaneda, además de Pasamonte:

1. Pedro Liñán de Riaza, que moriría sin terminar la obra, de la que se ocuparon, 

Baltasar Eliseo de Medinilla y Lope de Vega.

2. Fray Luis de Aliaga (El confesor real).

3. Quevedo

4. Los Argensola; Ruperto y Leonardo

5. Cristóbal Suárez de Figueroa

6. El propio Cervantes

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1. Pedro Liñán de Riaza, que moriría sin terminar la obra, de la que se ocuparon, Baltasar Eliseo de Medinilla y Lope de Vega.

Página de “La Dorotea” de Lope de Vega

Pedro Liñán de Riaza.  No está claro su lugar de nacimiento, que debió de producirse entre 1555 y 1557, ni su lugar de origen, pues no se ha encontrado su partida de bautismo; el investigador José Luis Pérez López estima que nació en Toledo, aunque según Antonio Sánchez Portero existen numerosos testimonios de que era bilbilitano (Calatayud). Falleció en Madrid, el 25 de julio de 1607. Fue un personaje notable y excelente poeta. Desempeñó el ejercicio de las Armas como capitán de las Guardias Españolas y puede considerársele hombre de gobierno y de mundo.

Nacido en el seno de una noble familia, afincada en Calatayud desde que Alfonso «El batallador» reconquistó esta ciudad. Al no ser Pedro el primogénito y no contentarse como segundón, sin privilegios ni fortuna, se marchó del hogar. Se licenció en Cánones por Salamanca, desempeñó el cargo de Gobernador del Condado de Gálvez (Toledo). Encontró un mecenas en don Francisco de los Cobos y Luna, segundo Marqués de Camarasa y conde de Ricla, quien al ser designado capitán de la Guardia Amarilla de El Escorial del Rey Felipe III (llegó a ser su predilecto) lo nombró como secretario suyo y de las Guardias, cargo que desempeñó durante poco más de cuatro años. Recorrió la mayoría de las ciudades de España hasta que se afincó en la Corte. 

En 1601 se ordenó como clérigo presbítero en Toledo y es posible que recibiese el hábito tan deseado de manos del Primado de las Españas, don Bernardo de Sandoval y Rojas. En 1603 es cesado del cargo de secretario de las Guardias Españolas del Rey e inicia un largo pleito contra su Señor, don Francisco. En septiembre de 1604 entró al servicio del joven don Jorge de Cárdenas Martínez de Lara, cuarto duque de Maqueda. Y al año siguiente, el duque, como patrono de la iglesia del Santísimo Sacramento, -que había fundado su tatarabuela doña Teresa Enríquez, la famosa «Loca del Sacramento», en 1518-, de su villa de Torrijos, le nombró secretario y capellán mayor. Ambos cargos serán desempeñados con gran eficacia y brillantez hasta su muerte acaecida el día 25 de julio de 1607, festividad del apóstol Santiago, en la ciudad de Madrid (Longobardo: Torrijos..., pp. 74-76).

Fue amigo de Lope de Vega, y con él, uno de los principales creadores del «Romancero nuevo» y un destacado autor de comedias. La fama y autoridad que en su tiempo obtuvo como poeta lírico y dramático, lo rodeó de un gran número de adeptos e imitadores, designados con el nombre de “aliñados”, cuya significación en nuestra historia literaria no podemos precisar de manera exacta; pero que, al menos, nos da pruebas del prestigio de que gozaba, considerándosele modelo y fundador de escuela. (SÁNCHEZ PORTERO: El autor del..., pág.2).

Dominaba el latín y al igual que Cervantes y Lope, cultivó la mayoría de los géneros literarios -poesía, teatro, novela-. La capacidad y calidad literaria de Liñán es reconocida y alabada por sus coetáneos más ilustres, como puede comprobarse en el panegírico que le dirige Cervantes (con quien después se enemistaría) en su obra el Canto de Calíope, aparecido en el libro VI de su novela pastoril «La Galatea»:

...de Peña de Liñán la sotil pluma,

Otros testimonios de la valía de Liñán los tenemos en los fervientes elogios que le dedicaron los escritores más conspicuos de nuestro Siglo de Oro como, Francisco de Quevedo en su novela picaresca Historia del Buscón, Pedro de Espinosa en Flores de poetas ilustres de España (edic. de Valladolid, 1605), Vicente Espinel, en el canto 7 de su poema Casa de la Memoria («¡Oh, tú, Liñán, que desde el monte miras/ los que en la falda por subir se quedan!»). Su amigo Lope de Vega, en varias de su obras, también hace apología sobre Liñán. Asimismo, Baltasar Gracián, incluye un precioso soneto de este en su obra Agudeza y Arte de ingenio:

Si el que es mas desdichado alcanza muerte,

ninguno es con extremo desdichado,

que el tiempo libre le pondrá en estado,

que no espere ni tema injusta suerte.

Todos viven penando si se advierte:

este por no perder lo que ha ganado,

aquel porque jamás se vio premiado,

condición de la vida injusta y fuerte.

Tal suerte aumenta el bien, y tal lo ataja;

a tal despojan porque tal posea,

sucede a gran pesar grande alegría:

mas ¡ay! que al fin les viene en la mortaja

al que era triste, lo que mas desea,

al que es alegre, lo que mas temía.

Desempeñó el ejercicio de las Armas como capitán de las Guardias Españolas y puede considerársele hombre de gobierno y de mundo. Recorrió la mayoría de las ciudades de España. Estudió en Salamanca. Vivió en Valladolid. Estuvo especialmente relacionado con Zaragoza.

Su obra dramática ha desaparecido en gran parte, aunque Lope de Vega, en carta dirigida al Duque de Sessa, dice que vio representar seis comedias, entre ellas, dos del Cid; y Cayetano A. de la Barrera piensa que pueden ser de Liñán dos de las comedias atribuidas a Lope de Vega en el «Raro libro»: Comedia de la libertad de Castilla y Las hazañas del Cid y su muerte en la tomada de Valencia; además se habla de otras en colaboración con su amigo Lope como La Cruz de Oviedo, La Escolástica, El conde de Castilla, y el Bravonel; todas ellas conocidas merced a las cartas que Liñán dirige a su amigo y que se encontraban en la biblioteca propiedad de don Agustín Durán.

Sin embargo, la memoria de Liñán se fue olvidando con rapidez, porque se dejaron perder sus obras y faltó alguien que las publicara oportunamente, y ha llegado a estar en el más completo olvido, hasta que se ocuparon de él Bartolomé José Gallardo y Cayetano Alberto de la Barrera y, posteriormente, el recopilador de los poemas que publicó la Diputación de Zaragoza, a quien solamente conocemos por las iniciales T. X. E. que figuran al final de una «Adición», que parece que corresponden a Tomás Ximénez Embún y que fueron publicados en 1876 (siguiendo a Sánchez: Lemir 11, 2007). Posteriormente, en 1982, también el tratadista Julián F. Randolph, en su libro «Pedro Liñán de Riaza, poesías», recopiló la obra poética de este autor.

Esta pequeña parte de su obra, que ha llegado hasta nosotros, casi en su totalidad, incluida en Rimas de Pedro Liñán de Riaza, (T. X. E.) nos permite vislumbrar su gran calidad literaria, equiparable a la de sus inmortales contemporáneos que han tenido mejor fortuna y figuran como príncipes de la lengua castellana. “Sus composiciones tienen siempre toda la verdad, toda la lozanía y gala riquísima de la naturaleza; sus romances se confunden con los de Góngora (hasta el punto de que algunos en los que aparece “Riselo”, que se creían del poeta cordobés, se ha comprobado que son de Liñán); sus décimas, quintillas y redondillas se pueden comparar con las de Lope; y sus composiciones germanescas con las de Quevedo” (siguiendo a Sánchez: Lemir 11, 2007).

Sonetos religiosos, Filosóficos y Satírico Burlescos, Glosas y Romances.

En opinión de Antonio Sánchez Portero y José Luis Pérez López, bajo la identidad de «Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda» autor de Don Quijote (versión apócrifa) se encuentra Pedro Liñán de Riaza, como reflejan los datos obtenidos en sus respectivas investigaciones.

-PÉREZ LÓPEZ, José Luis (2012): «El romance morisco» Ensíllenme el potro rucio atribuido a Liñán, y su parodia. Revista de Filología Española, [S.l.], v. 92, n.º 1, pp. 101-116, ISSN 1988-8538.

-SÁNCHEZ PORTERO, Antonio (2013): Lope de Vega, Liñán de Riaza y El Quijote de Avellaneda en «Etiopicas: revista de letras renacentistas» nº. 13, 2013, pp. 1-54. 

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2. Aliaga

Luis de Aliaga Martínez / Fray Luis de Aliaga / Padre Aliaga, nació en Mosqueruela, en 1560 y murió en Zaragoza, en 1626). Religioso dominico; confesor real e Inquisidor general (1619-1621).

Hijo de un hidalgo que, a pesar de su condición, tenía un comercio de paños, al quedar huérfano, entró en el convento de Santo Domingo de Zaragoza, protegido por el prior Jerónimo Xavierre (1582). Enseñó Teología en la Universidad de Zaragoza, pero renunció al puesto para ocupar el cargo de prior del nuevo convento dominico de San Ildefonso que se estableció en la ciudad en 1605.

En 1606 se trasladó a Madrid como asistente de Xavierre, y fue nombrado confesor del Duque de Lerma, el famoso Valido de Felipe III (6 de diciembre de 1608). Al poco tiempo, Lerma, en un movimiento para aumentar su propio control sobre la figura del rey, consiguió que fuera nombrado también confesor real -de forma sorprendente, dado que Aliaga no era ni un teólogo reputado ni un miembro prominente del clero, y, además, el importante cargo, hasta entonces había sido provisto por franciscanos, el último de los cuales, Diego Mardones, fue nombrado obispo de Córdoba y alejado de la Corte-.

Desde su puesto de confesor, los consejos de Aliaga contribuyeron en gran medida a la decisión de expulsar a los moriscos (1609). El rey le ofreció el arzobispado de Toledo, pero prefirió ser nombrado archimandrita de Sicilia y consejero de Estado.

A pesar de su inicial cercanía a Lerma, figuró entre los responsables de su caída (1618), tras la que el nuevo valido, el duque de Uceda, consiguió que le nombraran, en 1619, Inquisidor General.

Al subir al trono Felipe IV (1621) se vio forzado a abandonar la Corte y su cargo de Inquisidor, siendo desterrado al monasterio de Santo Domingo de Huete y posteriormente a Aragón, donde murió, en 1626.

Sus enemigos políticos le describían como avaro, glotón, lujurioso, grosero con los poderosos y despiadado con los pobres, aficionado a las corridas de toros (**) y a la astrología, y políticamente partidario del particularismo aragonés (Memorial que contra Fray Luis de Aliaga y sus mañas se dio a Felipe III).

Entre sus obras se encuentran Varios Opúsculos sobre asuntos graves de la Monarquía española y de su General Inquisición, Pareceres sobre la causa que se hizo al P. Mariana y Representación sobre los excesos de Felipe III. 

Lope de Vega y Fray Luis de Aliaga: Personajes clave en la publicación del Quijote de Avellaneda y en la elección del seudónimo que encubre a Pedro Liñán de Riaza. BVMC.

Firma de Aliaga

(**) En 1567, Pío V publicó la Bula “De Saluti Gregis” en la que calificaba los espectáculos taurinos, como obra “no de hombres, sino del demonio”; prohibía participar en ellos y negaba sepultura eclesiástica a cuantos pudieran morir en el coso. En España no se publicó ante la negativa rotunda de Felipe II, a pesar de que el mismo pontífice amenazaba con “maldición eterna”, para no enfrentarse a la nobleza, para la cual, las dehesas, eran una saneada fuente de ingresos. Añadía Pío V en el mismo texto, que su vigencia también sería eterna, prohibiendo su abolición. En cuanto Pío V murió, Felipe II logró que Gregorio XIII (25.8.1575) levantara a los laicos la prohibición de la asistencia a las corridas “siempre que se hubiesen tomado las correspondientes medias a fin de evitar en lo posible, cualquier muerte”, pero seguía prohibiendo a los clérigos la asistencia “bajo pena de excomunión apostólica trina Canónica”. Todavía, bajo el reinado de Carlos II, el nuncio Mellini, estima que “lo mejor sería hacerlas desaparecer completamente, ya que forman parte de los espectáculos sangrientos del paganismo”. Temiendo asimismo la enemistad de la nobleza, Carlos II, también hizo caso omiso. El asunto no se ha resuelto, incluso a pesar de la opinión de Juan Pablo II -hoy canonizado-.

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3. Quevedo

El "Buscón" de Quevedo, la "Vida" de Pasamonte y el "Quijote" de Avellaneda”, de Alfonso Martín Jiménez

Francisco de Quevedo se burló del manuscrito de la "Vida y trabajos" de Jerónimo de Pasamonte al componer un pasaje de "El Buscón", y Avellaneda, al escribir el "Quijote" apócrifo, dio respuesta a la burla que Quevedo había hecho de Pasamonte, lo que ratifica que Avellaneda y Pasamonte eran la misma persona. Las conclusiones obtenidas permiten además precisar la fecha de composición de "El Buscón", que hubo de ser compuesto antes de que el manuscrito del "Quijote" apócrifo se pusiera en circulación, lo que probablemente ocurrió antes del 6 de mayo de 1611 (fecha interna que aparece en el entremés cervantino de "La guarda cuidadosa", en el que se hacen claras referencias al manuscrito de Avellaneda) y, con toda seguridad, antes del 2 de julio de 1612 (fecha de la solicitud de aprobación de las "Novelas ejemplares" cervantinas, en algunas de las cuales también hay claras alusiones al manuscrito del "Quijote" apócrifo).

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4. Los Argensola; Ruperto y Leonardo

Bartolomé Juan Leonardo de Argensola

Barbastro, Huesca, 26 de agosto de 1562-Zaragoza, 4 de febrero de 1631. Poeta e historiador, encuadrado en el Siglo de Oro.

Cervantes y Argensola

Es ya del dominio público la reciente e interesante comunicación del erudito académico Sr. D. Theophilo Braga (*), relativa al nombre de verdadero autor del “Segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida, y es la quinta parte de sus aventuras, composto por el Ldo. Alonso Fernández de Avellaneda natural de villa de Tordesillas —En Tarragona, en casa de Felipe Roberto, 1614. (Avellaneda es apellido de algunos ascendientes de Cervantes. Dª. Juana Avellaneda era bisabuela paterna de este).

Además de curioso es también ingenioso, el descubrimiento hecho por el eminente profesor, y, en realidad, de la más emocionante oportunidad; que en el “Licenciado” y “fingido escritor de Tordesillas, ve, no un seudónimo de Fray Luis de Aliaga, del doctor Blanco de Paz, de Andrés Pérez (a los que se refirió Ticknor en 1849), de Fr. Alonso Fernández (dominico, de Toledo), de Alarcón, de Tirso de Molina, de Fr. Lope Félix de Vega Carpio (preferido por los Srs. D. Ramón León Máinez e D. Manuel de la Revilla), o de Alonso Lamberto (a favor del cual opina el sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo) y de algunos mas — sino el anagrama de otro contemporáneo de Cervantes, es decir, el Licenciado Bartholomeo Leonardo de Argensola, ya señalado por A. Germond de Lavigne y también citado por el autor de la "Historia da Literatura Española... traducción de don Pascual de Gayangos y Enrique de Vedia, 1851-1857.

Es este un asunto cuya resolución no cabe en mis menguadísimos recursos, ni en el modesto y limitado ámbito de mi propósito al escribir estas líneas. Este resumen intenta solamente dejar aquí reproducidas -a falta de mejor y más merecida contribución para el tricentenario del verdadero "Don Quixote, — algunas notas biográficas y bibliográficas relativas a Bartolomé Leonardo de Argensola, a quien, en virtud del descubrimiento del señor Dr. Theophilo Braga, tendrán que aplicarse estas palabras de Cervantes, insertas en el Prólogo de la 2ª parte de su "D. Quixote,, (Madrid, 1615): "no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad....».

Joao de Freitas, Estudio de Theófilo Braga.

(*) Joaquim Teófilo Fernandes Braga (Ponta Delgada, 24 de febrero de 1843-Lisboa, 28 de enero de 1924).  Político, escritor y ensayista. Fue el primer presidente provisional de la República Portuguesa y ejerció por breve tiempo el cargo de presidente de la República, en sustitución de Manuel de Arriaga, entre el 29 de mayo y el 4 de agosto de 1915. Su vasta obra de polígrafo cubre vastas áreas, de la poesía y la ficción a la filosofía, la historia de la cultura y la historiografía crítico-literaria, ​ y supera los 360 títulos sin contar los artículos dispersos por la prensa de la época. 

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5. Cristóbal Suárez de Figueroa

Cristóbal Suárez de Figueroa: Valladolid, 1571 — Italia, hacia 1644. Escritor y enciclopedista del Siglo de Oro.

Suárez de Figueroa y el Quijote de Avellaneda

¿Cómo compones? 

Leyendo, 

y lo que leo imitando, 

y lo que imito escribiendo. 

(Lope, Dorotea) 

Miles de páginas se han escrito sobre este asunto sin lograr convencer al conjunto de la Crítica. Sucede que muchos de los trabajos presentados arrancan de una simple conjetura (Avellaneda debió ser…) defendida con acopio de indicios (fuentes literarias, presuntas alusiones, críticas más o menos veladas, frases sospechosamente similares, supuestos anagramas, etc.) que parecen corroborarla. No más conjeturas; ya hay sobradas, y ninguna verdadera. (Astrana).

Suarez de Figueroa y el Quijote de Avellaneda, de Suarez de Figaredo.

Primera edición de “El Pasajero”, de Suárez de Figueroa. Madrid, 1617

Cristóbal Suárez de Figueroa nació en Valladolid en 1571, hijo de Juan Alonso Suárez, abogado, por lo que la segunda parte de su apellido es un añadido, probablemente para hacerse pasar por familiar del duque de Feria en su primera estancia italiana. Debió estudiar en el colegio de los jesuitas de su ciudad natal, y en 1588 partió a Italia en busca de mejor fortuna. Estudió Derecho en Bolonia, doctorándose en Pavía en 1594. En 1600 ejercía su profesión en Nápoles y en 1604 regresó a España por cuestiones familiares. La vida se le complicó cuando apuñaló a un caballero, por lo que se vio obligado a vivir de manera clandestina por el sur de España. 

En 1606 va a Madrid donde comienza una abundante producción literaria. En 1623 regresa a Italia acompañando al duque de Alba, pero tuvo problemas con la Inquisición. Falleció allí en fecha no determinada. Se le ha querido identificar, como a tantos otros, con Alonso Fernández de Avellaneda, pseudónimo del autor de la continuación del Quijote (1614). Es autor de la Plaza universal, traducción de La piazza universale di tutte le professioni del mondo, de Tommaso Garzoni (1549-1589), obra con numerosas citas de autores clásicos antiguos y modernos. Ni el original italiano, ni la traducción española son un repertorio lexicográfico, por más que en su interior pueda hallarse una gran riqueza léxica. Es simplemente un tratado en el que se habla de las ciencias y las artes y de cómo se deben ejercer, que vio la luz en varias ocasiones, una de ellas ya avanzado el s. XVIII. Fue una de las fuentes manejadas en el Diccionario de Autoridades, el primero de la Real Academia Española.

(Biblioteca Virtual de Filología Española)

El Perro era un poeta muy envidioso: fisgaba siempre de los escritos ajenos, y, como si fueran huesos, los roía y despedazaba. Esta mala condición le granjeó muchos enemigos, que le llamaban por mal nombre el poeta Fisgarroa, compuesto de sus dos depravadas costumbres: fisgar y roer.

 (Alonso de Salas Barbadillo: La peregrinación sabia).

En 1611 fracasó en su intento de sumarse a la corte literaria de Pedro Fernández de Castro, VII Conde de Lemos, nombrado Virrey de Nápoles (Figueroa supo que Cervantes fue la mano negra que se interpuso en sus pretensiones). Una década después consiguió volver a Nápoles siendo Virrey Antonio Álvarez de Toledo, V Duque de Alba.

De El pasajero, y de su autor, dijo Marcelino Menéndez Pelayo: Quien busque noticias de apacible curiosidad, sátiras tan crueles como ingeniosas, gran repertorio de frases venenosas y felices, rasgos incomparables de costumbres, lea El pasajero, en el cual, sin embargo, lo más interesante de estudiar que yo encuentro es el carácter mismo del autor, público maldiciente, envidioso universal de los aplausos ajenos, tipo de misántropo y excéntrico que se destaca vigorosamente del cuadro de la literatura del siglo XVII, tan alegre, tan confiada y tan simpática. Tal hombre era una monstruosidad moral, de aquellas que ni el ingenio redime. Le tuvo, y grande, juntamente con una ciencia profunda de nuestra lengua, pero lo odioso de su condición y el mismo deseo de mostrarse solapado y agudo, con mengua de la claridad y del deleite, condenaron sus escritos al olvido, perdiendo él en honra propia lo que a tantos buenos había quitado.

Y Francisco Rodríguez Marín: Nuestro Doctor, a vueltas de sus graves defectos, tenía, entre otras buenas cualidades, la de no ser hipócrita; al contrario, reconocía paladinamente su vena de satírico y murmurador […]; y tan sin amigos le tuvo esta deplorable inclinación, que cuando […] solicitó de las Cortes algún auxilio pecuniario para publicar su Plaza universal de todas ciencias y artes, que había dedicado al Reino, casi por unanimidad fue denegada su petición […] Vino un día, por los años de 1621, en que, dolido de verse solo, de todos abandonado, de muchos aborrecido, falto de recursos para vivir sin abrumadora escasez y casi enteramente perdida la esperanza de zafarse de su negro infortunio, de que él era, al par, causa y víctima, dejó escapar estas palabras, al fol. 213r de su libro intitulado Varias noticias importantes a la humana comunicación: «Jamás experimenté propicio el favor humano, fuese o por mi rígida condición o por mi escasa fortuna; y aunque por este camino me hallé libre de reconocer particulares obligaciones, no puedo negar renunciaría de buena gana potencias y sentidos en quien por algún modo fuese mi bienhechor». Fuelo […] Bernardino Díaz, secretario del Duque de Alba, y nombrado este prócer Virrey de Nápoles en 1622, por febrero de 1623 obtuvo […] la credencial de Auditor de la ciudad de Lecce, para seguir […] con sus malas andanzas, de que sólo se redimió […] en la sepultura. Mueve a lástima este hombre. Por sujetos tales se dijo el refrán: «Ni el envidioso medró, ni quien con él se juntó».

Más recientemente, la sensibilidad de Mª. Isabel López Bascuñana recogió todo eso en el primer párrafo de la introducción a su edición del Pasajero: Si ha habido un escritor poco afortunado en la Edad de Oro, éste ha sido sin duda Cristóbal Suárez de Figueroa. Escasamente integrado en el ámbito familiar, con grandes problemas en el desempeño de sus cargos jurídicos en Italia, malquisto por los grandes literatos de su tiempo, carece de verdaderos amigos y apasionados amores. Y, sin embargo, pocos escritores han sido tan citados en cualquier buena edición de textos áureos, […] porque una simbiosis de escritor, moralista e historiador es el resultado de la extraordinaria personalidad de Figueroa. De acusado carácter, dotado de una inteligencia poco común, manejaba la lengua con un profundo conocimiento de ella, pero al servicio crítico de la realidad social de su tiempo […] Quisiera romper una lanza en su favor.

Yo mismo he añadido leña al fuego presentándole como el verdadero autor del más sonado crimen de nuestra literatura.; pero —como todo el que se ha acercado a su personalidad— simpatizo con él. ¿Por qué matar al pregonero? ¿Fue el único lobo entre tantos inocentes corderillos? Su manifiesta antipatía hacia Cervantes no era gratuita: venía de tiempo atrás, aun antes de la batallita entre literatos por acompañar a Nápoles al Conde de Lemos. ¿Qué necesidad tenía Cervantes de alabar su traducción del Pastor fido en aquel capítulo de dQ2 donde le satirizaba? ¡Ah! De las inquebrantables amistades y mortales enemistades entre nuestros clásicos castellanos creemos saberlo todo por una frase elogiosa en cierta aprobación en los preliminares de un libro, por una línea en una carta, por tal versillo en un Laurel de Apolo o en un Viaje del Parnaso, pero bien podríamos habernos dejado la cola por desollar.

(E. Suárez Figaredo. Prólogo a “El Pasajero” de Suárez de Figueroa).

Curiosidad: Los Capítulos de “El Pasajero” se denominan, “Alivios”.

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6. ¡El propio Cervantes!

A Avellaneda se le llama cobarde, bellaco imitador, ávido de dinero. Se lanzan como candidatos: los Argensola, Lope de Vega, Tirso de Molina, Liñán de Riaza; sin desechar al propio Miguel de Cervantes. El académico Martín de Riquer señaló a Jerónimo de Passamonte, soldado en Lepanto y autor de una autobiografía de un joven que cae cautivo en galeras. Se dio por aludido cuando en la primera parte del Quijote se le tilda de “famoso embustero y ladrón”. Su manera de vengarse, según Riquer, fue escribir el Avellaneda. Otra “conspiración” hace de Cervantes, y sus agentes literarios, unos adelantados del marketing editorial. Artífices de un fake para calentar la salida del verdadero segundo Quijote. Es lo que mantiene el libro que escribe Alfonso Dávila.

¿Fue Cervantes capaz de ingeniar tal operación? ¿O simplemente dijo sí a las artes del hábil librero Blas de Robles? Se retrata a Miguel como un joven tartamudo, aficionado a las letras y algo más que amigo de Pedro Laynez (*), joven poeta del séquito de pajes del Príncipe Carlos, y de Mateo Alemán, futuro autor del Guzmán de Alfarache.

Alcanzamos la penúltima historia conspirativa. ¿Es Avellaneda el mismo Cervantes? ¿Lo hizo solo? No. Sostiene Dávila que fue en compañía de su amigo Mateo Alemán, y para tapar deudas y burlar pagos unen páginas escritas entre bromas y veras que entregan al librero Robles, quien maniobra para publicar el famoso apócrifo. ¿Unos genios del fake? Gracias por la trampa. Es un libro que hay que leer ahora. O, mejor, según consejo del profesor Rico, esperar a la salida de la edición de Luis Gómez Canseco. Vale.

(PAÍS Semanal, 2014)

(*) Pedro Laínez, o Pedro Laýnez, fue un poeta del Siglo de Oro español. Se desconoce cuándo nació, pero falleció en Madrid en 1584. Figura en la antología de poesías Parnaso Español de Juan José López de Sedano. También tiene una presencia fundamental en La Galatea de Miguel de Cervantes; por un lado, el pastor Damón de La Galatea es su trasunto pastoril y, por otro es el ingenio número 99 en el Canto de Calíope, dentro del Libro VI de La Galatea. Asimismo, figura en un número importante de los libros y manuscritos escritos por otros ingenios alabados en el mismo Canto de Calíope.

Mencionado por Lope de Vega, en su “Respuesta á un papel... razón de la nueva poesía”: “Concurrieron en aquel tiempo en aquel género de letras algunos insignes hombres que quien tuviese noticia de sus escritos, sabrá que merecieron este nombre: Pedro Lainez, el excelentísimo marqués de Tarifa, Hernando de Herrera, Gálvez, Montalvo…”, según Joaquín de Entrambasaguas, Laínez era íntimo amigo de Miguel de Cervantes: “La amistad íntima que hubo entre Laynez y Cervantes”. También era amigo de Vicente Espinel. 

Su viuda, Juana Gaitán de Esquivias, más tarde viviría en la misma casa que tenía Cervantes en Valladolid. Cervantes, después del cautiverio en Argél y llegar a Madrid, preguntaría por su amigo y profesor, Don Pedro Laínez, enterándose de su muerte. Su esposa, Doña Juana Gaitán, al enviudar, se marchó a Esquivias (Toledo) con sus tíos Isabel de Sosa y Pedro de Villafuerte, donde en breves fechas se desposó con el joven Diego de Hondaro, según consta en acta, en los archivos de la parroquia de este pueblo. La casa del tío de Doña Juana es hoy la de Alfonso Sánchez. A los tres meses de quedar viuda se casó con un mozo burgalés Diego de Hondaro.

Juana Gaitán, ya viuda de Pedro Laínez, le mandó una carta a Cervantes invitándole a venir a Esquivias, para que se encargara de publicar Cancionero que su marido dejó inédito, y con su muerte no lo pudo imprimir. En casa de Juana conoció Miguel de Cervantes a Doña Catalina de Salazar (vestía de luto por la reciente muerte de su padre Hernando Salazar) y le preguntó a Juana Gaitán “¿Quién es esa moza?”. De ahí parte su interés por conocerla. Doña Juana la llamó, pues era muy amiga suya, se la presentó y charlaron. Se enamoraron, Catalina tenía 18 años y Cervantes 37. Se casaron contra la voluntad de la madre de ella. Quién sí estaba de acuerdo era el tío de Catalina el presbítero Juan Palacios. Contrajeron matrimonio el 12 de diciembre de 1584. Seguramente Cervantes no le dijo a Catalina que ya era padre de una niña con los amores adúlteros con Ana Villafranca, mujer casada con un tratante astur Alonso Rodríguez. Otros autores dicen que tenía una taberna en Madrid. (Cuyo marido estaba de guardia la noche en que escapó Antonio Pérez, vestido con las ropas de su mujer.)

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