sábado, 28 de octubre de 2023

Ilya Yefimovich REPIN · Biografía · Gran Galería

Ruso, n. 1844, Chuguyev, Rusia – m. 1844 – Kuokkala, Rusia, 1930.

1878 Autorretrato

Retratado por Polenof. 1839, Tretiakov

Mikhail Glynka

Mendeleyev, 1885

Mussorgsky

Nikolai Rimsky-Korsakov 1893

Vladimir Bekhterev. Neurólogo y Psiquiatra

Eleonora Duse, Italian actress 1891

Mark Antokolski, Escultor, 1914

Grand Duke Konstantin Konstantinovich of Russia 1891

Pavel Tretiakov

Leonid Andreiev

Leonid Andreiev

Retrato del Compositor y Periodista, Pavel Ivanovich Blamberg. 1884

The Volga Bargemen 1870-73 Oil on canvas State Russian Museum, St. Petersburg.
 · 

Repin se graduó en la Academia de San Petersburgo a la edad de 29 años y ayudó a asegurar la reputación internacional del arte ruso con Los bateleros del Volga, que le llevó tres años completar. Inmediatamente se exhibió en la Exposición Universal de Viena de 1873.

Vera, la hija del artista. 1874. Oil on canvas, 73 x 60 cm. State Tretyakov Gallery, Moscow

Su hija

Repin pasó los años de 1873 a 1876 en Europa occidental, incluida Francia, exponiendo en el Salón de París de 1875. No se dejó llevar por el esbozo del impresionismo y sólo encontró en Manet su gusto, aunque su técnica adquirió una nueva soltura en estudios privados, como el retrato de su pequeña hija Vera.

Procession in the Province of Kursk (detail), 1880-83. Oil on canvas. State Tretyakov Gallery, Moscow

No lo esperaban, 1884. Oil on canvas, 161 x 168 cm. State Tretyakov Gallery, Moscow

Las pinturas de Repin de la década de 1880 que fueron importantes por su enfoque en los problemas sociales incluyeron "No lo esperaban", que presenta el temprano regreso a casa de un exiliado político. Los colores sensibles y la atmósfera de esta imagen veraz convencen, al igual que las tensiones espaciales, el registro instantáneo del movimiento y la representación precisa de las expresiones faciales.

Tolstoy Resting in the Woods, 1891. Oil on canvas, 60 x 50 cm. State Tretyakov Gallery, Moscow

Repin retrató a Lev Nikolaievich Tolstoi (1828-1910) en una notable pose "no oficial", reclinado en la hierba, leyendo, vestido con un cigarrillo de campesino. La pintura destaca por su pincelada generosa y esbozada y su atención a los efectos de luces y sombras.

 A los 14-años, Pushkin recita un poema ante Gavrila Derzhavin 1911

Manzanas y hojas, 1879

Seeing off a Recruit 1879

St Nicholas of Myra in Lycia 1889 (Salva a tres inocentes).

¡Qué Libertad!

Repin 1909

Kuokkala (cerca de St. Petersburg). Penates. Ilya Repin retrata al sacerdote Grigory S. Petrov. 1908.


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sábado, 21 de octubre de 2023

LAUREL DE APOLO • LOPE DE VEGA • Extracto: Las escritoras a las que admiró Lope



En la presente selección del Laurel de Apolo ofrecemos los pasajes donde el autor hace referencia a escritoras coetáneas. Seguimos la edición de Christian Giaffreda. Firenze: Alinea, 2002.

Silva I

(…)

Si por claros varones

soberbio presumiste

laurear la cabeza,

oh rey de ríos, venerable Tajo,

agora es más razón que la corones

por una insigne y celestial belleza;

y si del alto alcázar pretendiste

tus ondas igualar al fundamento,

contra la calidad de tu elemento

desde las urnas de tu centro bajo,

con más razón por las escalas sube,

bebiendo de ti mismo, como nube,

a dar cristal deshecho al edificio,

en cuyo frontispicio 

pueden bañar las aves alemanas

las negras alas en las ondas canas,

glorioso de mirar la bizarría

de doña Ana de Ayala, 1

cuya hermosura y gala, 

ser alma de las Musas merecía.


Por ella tu ribera

es siempre primavera,

della aprenden las aves

números dulces que trinar suaves, 

y si miras atento

a su hermosura igual su entendimiento,

admira que juntó naturaleza

a ingenio tan sutil tanta belleza.

Entre la insigne y prodigiosa escuela 

de damas toledanas,

que en discreción son únicas fenices,

de Barrionuevo doña Clara 2 vuela,

pasando celestial líneas humanas,

con las plumas de versos tan felices, 

colores de retóricos matices,

a la esfera del sol donde las dora

entre los cercos de la blanca aurora.

Si de Rivadeneyra

Doña lsabel 3 escribe, 

¿cómo la fama vive

de cuantas laureó Roma ni Atenas?

Porque sus rimas, de conceptos llenas,

exceden las de Laura Terracina, 4

cuanto fue la toscana 

divinamente humana,

y ésta siempre divina.

(…)

Vive, ingenio feliz, vive seguro,

que a su templo te llama

el soplo en oro de la eterna Fama,

para que Guadiana en lauros vuelva

las neas, cuyas islas le hacen selva.

Pero permita, pues se precia tanto

de galán de las Musas,

que se celebre aquel heroico espanto 

de nuestro patrio ibero,

pitagórico espíritu de Hornero;

pues todas nueve infusas

pusieron en sus labios

la dulce elocución, que a tantos sabios 

tuvo suspenso el grave entendimiento,

aquel dulce portento,

doña Laurencia de Zurita, 5

ilustre admiración del mundo,

ingenio tan profundo

que la Fama la suya, para lustre

de sí misma, la pide:

escribió sacros himnos

en versos tan divinos,

que con el mismo sol dímetros mide, 

que no era ya plautina

la lengua facundísima latina.

Laurencia se llamaba

con tanta erudición la profesaba,

añadiendo a su ingenio la hermosura

de la virtud, que eternamente dura.

(…)

Pero volviendo a aquel lugar dichoso,

que fue de frey Miguel patria florida,

la Fama con el vuelo vagaroso,

en los tomos del aire sustenida, 

cual suele en la estendida

tierra mirar el águila la presa,

miró para esta empresa

a doña Ana de Castro 6 y no la hallaba,

porque en la corte de Filipe estaba. 

Oh tú, nueva Corina,

que olvidas la del griego Arquelodoro,

a quien Dafne se inclina,

y el cisne más canoro,

¿de quién mejor pudiera 

fiar Apolo los coturnos de oro,

si Píndaro viviera

para laurel de tanto desafío?

¡Oh ninfa ya de nuestro patrio río!

Pretende el lauro verde,

que nunca al hielo la esmeralda pierde,

y pues das a Filipe eternidades,

reserva para ti siglos de edades.

(…)

Silva II

(…)

Parece que se opone a competencia,

en Quito, aquella Safo, aquella Erina,

que si doña Jerónima ‘divina’

se mereció llamar por excelencia,

¿qué ingenio, qué cultura, qué elocuencia

podrá oponerse a perfecciones tales 

que sustancias imitan celestiales?

Pues ya sus manos bellas

estampan el Velasco en las estrellas.

Del otro polo, Pola de Argentaria,

y viene bien a erudición tan varia, 

pues que don Luis Ladrón, su esposo, es llano,

que mejor ‘de Lucano’

se pudiera llamar que ‘de Guevara’,

y más con prenda tan perfecta y rara.

¡Dichoso quien hurtó tan linda joya 

sin el peligro de perderse Troya!

Pero diósela el cielo, aunque recelo

que puede la virtud robar el cielo.

(…)

Mas ya por la estendida Andalucía 

ríos de menos fama nos previenen,

que ilustres hijos tienen,

y se opone con lírica poesía

doña Cristobalina, tan segura,

como de su hermosura, 

de su pluma famosa,

Sibila de Antequera, 7

que quien la escucha sabia y mira hermosa,

allí piensa que fue de amor la esfera.

(…)

¡Oh Juliana Morella, 8 oh gran Constancia,

con quien fuera plebeya la arrogancia

hoy de Argentaría Pola, 9

aunque fue como tú docta española!

Porque mejor por ti, que has hecho cuatro

las Gracias, y las Musas diez, pudiera,

que por Safo Antipatro,

decir aquella hipérbole, que fuera

más ajustada a un ángel, pues lo ha sido

la que todas las ciencias ha leído

públicamente en cátedras y escuelas,

con que ya las Casandras y Marcelas

pierden la fama, y a tu frente hermosa

rinden en paz la rama vitoriosa,

que en tus sienes heroicas y divinas

las del laurel son hojas sibilinas,

haciéndoles en toda competencia

ventaja tus virtudes y tu ciencia.

(…)

Silva III

(…)

Oh Musas castellanas y latinas, 

francesas, alemanas y toscanas,

coronad las riberas lusitanas

de lirios, arrayanes y boninas,

no quede en vuestras fuentes cristalinas

laurel que en ellas su hermosura mire,

donde Dafne amorosa no suspire

por no bajar a coronar la frente

deste de todos vencedor, Vicente.

Si pudiera tener la fama aumento

y gloria lusitana, 

doña Bernarda de Ferreira  10 fuera,

a cuyo portugués entendimiento

y pluma castellana

la España libertada España debe;

porque sola pudiera

(…)

Silva VIII

(…)

Juntáronse del polo contrapuesto 

las Musas con las nuestras, consultando

como en el uno el claro Apolo puesto,

y el otro iluminando,

sin faltar a los dos asistiría,

calificando música y poesía, 

de suerte que la noche no supiese

donde serlo pudiese,

y tocándose ya con rizos de oro

al espejo del ártico tesoro,

vistiese sol y despreciase estrellas; 

y entre las ninfas bellas

de tus riberas nobles, Manzanares,

que fueron al nacer sus patrios Lares,

hallaron a doña Ana de Zuazo, 11

donde con tierno abrazo 

se juntaron las Gracias y las Musas,

en copias tan difusas

que, como suele la rosada aurora

cuando con áurea boca el campo dora,

vertiendo esmaltes en sus verdes velos, 

hablaba flores y cantaba cielos,

dando a las aves que despierta el día

materia de armonía,

(…)

Alarga al monte el paso,

que Apolo con los rayos de su lumbre

tu ingenio llama a la difícil cumbre,

pues en tu tierna edad intempestiva

tanta gracia del cielo se deriva, 

que a cuanto presumir las Musas pueden,

las esperanzas de tu pluma exceden;

pero ¿qué mucho, si tu padre Eugenio

quiso en el tuyo retratar su ingenio?

¡Oh dulces hipocrénides hermosas! 

Los espinos pangeos

aprisa desnudad, y de las rosas

tejed ricas guirnaldas y trofeos

a la inmortal doña María de Zayas, 12

que sin pasar a Lesbos, ni a las playas

del vasto mar Egeo,

que hoy llora el negro velo de Teseo,

a Safo gozará mitilenea

quien ver milagros de mujer desea;

porque su ingenio, vivamente claro,

es tan único y raro

que ella sola pudiera,

no sólo pretender la verde rama,

pero sola ser sol de tu ribera,

y tú por ella conseguir más fama 

que Nápóles por Claudia, por Cornelia

la sacra Roma y Tebas por Targelia.

(…)


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1, Ana de Ayala. España, s. XVI – Venezuela, s. XVI. Expedicionaria, esposa de Francisco de Orellana.


Francisco de Orellana se casó con Ana de Ayala pese a la fuerte resistencia de fray Pablo de Torres, quien más tarde se convertiría en obispo de Panamá, que no quería que se casase con una mujer que no iba a aportar “un solo ducado” con su dote. No fue sólo el hecho de que el Adelantado quisiera casarse con una mujer pobre, es que también quería llevarse a la expedición del río Amazonas a dos de sus cuñadas. Así escribe el obispo quejándose al Emperador: “[c]uanto a lo de nuestra armada, V. M. sepa que el Adelantado se casó, contra mis persuasiones, que fueron muchas y legítimas, porque a él no le dieron dote ninguna, digo ni un solo ducado, y quiere llevar allá su mujer, y aun a una o dos cuñadas: alegó de su parte que no podía ir sin mujer, y para ir amancebado que se quería casar; a todo le respondí suficientemente como se había de responder como cristiano, y como convenía a esta empresa, para que no ocupásemos el armada con mujeres y gastos para ellas (Archivo General de Indias, Indiferente General, 1093, Ramo 3, fol. 60).

Se calcula que en esta expedición viajaron cerca de cuatrocientos cincuenta hombres “más o menos”. En lo que respecta a las mujeres, aunque no se sabe el número exacto, hay una referencia en una carta del padre Pablo de Torres escrita al Rey el 19 de marzo de 1545 que dice: “[p]lega a Nuestro Señor guarde sus ánimas dellos primeramente, y dé tiempo de penitencia a sus personas, que en grande peligro van de todas partes; y ya encomenzaban a dar entre tres hombres una libra de bizcocho, y no vino ni vianda; y a la popa de la nave mayor, donde va el Adelantado, va llena de mujeres [...]” (Medina, CCXI).

No fueron muchos los que sobrevivieron a este viaje. De los expedicionarios, sólo escaparon cuarenta y cuatro personas. Además, la expedición del Adelantado resultó un fracaso, no por llevar mujeres consigo sino por no haber recibido de la Corona ningún tipo de ayuda que les permitiese partir en condiciones. Toribio Medina dice al respecto: “La mujer de Orellana, con un sentido práctico notable, y como quien pudo observar de cerca las cosas, daba a entender a nuestro juicio con razón, que la empresa de su marido fracasó a causa de no haber recibido de la Corona los socorros que necesitaba y que habrían podido salvarla” (Descubrimiento, CCXIII, n. 198).

Ana de Ayala, tras la muerte de su marido en el bergantín en el que navegaban por el Amazonas, llegó con el resto de los supervivientes a la isla de Margarita, desde donde fue primero a Nombre de Dios y luego a Panamá, según Medina, con el probable propósito de reclamar los bienes que su marido había dejado en Guayaquil (Medina, Descubrimiento, CXCIX-CC, n.º 189). En la Relación de Méritos y Servicios de Juan de Peñalosa, capitán y superviviente de la expedición de Orellana, del 4 de mayo de 1572, se puede leer que Orellana nunca llegó a conseguir la ayuda que tan insistentemente pedía a la Corona y que su mujer estaba todavía viva por esas fechas: “A quince días del mes de marzo de mil quinientos y setenta y dos con el dicho contador Juan de Peñalosa para la dicha información presentó por testigo a doña Ana de Ayala, viuda mujer que fue del Adelantado Orellana estante en esta ciudad [...] y que por cuanto su majestad no dio al dicho adelantado ningún socorro ni ayuda de costa no pudo el dicho capitán Peñalosa dexar de socorrer al Adelantado como todos los demás capitanes y gente principal que le socorría (Archivo General de Indias, Patronato, leg. 151, Ramo 1, n. 8, fol. 30 vuelta).

La misma fama con que cuenta Orellana merece su mujer, de la que muy poco se sabe, pero que fue capaz de seguir a su marido hasta lo que se podría calificar sin mucha exageración como la “mismísima boca del infierno”. El nombre de tan extraordinaria mujer, Ana de Ayala, debería quedar en nuestra memoria como uno de los más importantes entre los de aquellas singulares mujeres que pasaron al Nuevo Mundo.

Juan Francisco Maura

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2 Clara (de) Barrionuevo y Carrión. Toledo, segunda mitad del siglo XVI ¿?, poetisa española del Siglo de Oro, hermana del también poeta y dramaturgo Gaspar de Barrionuevo y Carrión.

Poco se conoce sobre ella, aunque en su tiempo tuvo alguna fama, como declaran los versos que Lope de Vega, gran amigo de su hermano, le dedicó en su Laurel de Apolo.

Entre la insigne escuela

de damas toledanas

que en discreción son únicas fenices,

De Barrionuevo doña Clara vuela

pasando celestial líneas humanas

con las plumas de versos tan felices,

 colores de retóricos matices, 

a la esfera del Sol, donde las dora

entre los cercos de la blanca Aurora. 

Lope de Vega, Laurel de Apolo.

 Escribió, como su hermano, algunas poesías para la Relación de las fiestas que Toledo hizo al nacimiento del príncipe nuestro señor Felipe IV, Madrid, 1605, y un soneto preliminar para la Vida, excelencias y muerte del gloriosísimo patriarca San José. Toledo, 1604, el gran poema heroico sacro del también toledano José de Valdivielso.

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3 Isabel de Rivadeneira

Finaliza el siglo XVI la figura de Pedro de Camba Rivaneira, hijo de otro Pedro de Camba y de Isabel Rivadeneira. Como su padre, sirvió en numerosos hechos militares durante el reinado de Felipe II, en Portugal, A Coruña, etc. Sucedió en el vínculo fundado por su padre y en los bienes de su hermano Pedro Ojea de Camba, clérigo. De su matrimonio con Francisca Ozores tuvo varios hijos, continuando en el mayorazgo Lope de Camba, que falleció sin sucesión, pasando el vínculo a su hermano García de Camba Ozores. Fue dueño y vecino de la Fortaleza de Seoane de Camba y su jurisdicción. Casó en dos ocasiones, la primera con Antonia de Villamarín y la segunda con Beatriz Ozores Conde Taboada (hija de los señores de la Casa de San Miguel das penas). Por no tener descendencia masculina pasaron los vínculos de Camba a la hija de su segundo matrimonio María de Camba, casada con su primo hermano Pedro de Camba y Ozores, señor de la Casa de Teanes e hijo del conde de Amarante. Caballeros y militares El historial de este señor es muy extenso, ya que fue Caballero de la Orden de Santiago en 1638. Sirvió al rey veinte años con mesnadas llevadas a las campañas militares a su costa (demostración de sus amplios recursos económicos). Llegó a Teniente de Maestre de Campo General hasta su fallecimiento, acaecido en campaña el 23-IX-1661. Posiblemente a este matrimonio se refieran los dos escudos existentes en la iglesia parroquial, sobre arcosolios. El de la izquierda es cuartelado en cruz, con las armas de los Ozores, Camba, Zúñiga y Sotomayor, timbrado de corona ducal. El de la derecha presenta las ruedas de los Camba, así como tablas y bordura de calderos que podrían hacer referencia a los Taboada, timbrado también de corona ducal. Fundación de capilla Hijo de los anteriores fue Gaspar Carlos de Camba, que heredó la Casa por fallecimiento de su hermano mayor Baltasar. Junto con su mujer, Baltasara Clara de Sotomayor, fundó una capilla en 1681 (quizá de San Silvestre), como atestigua la inscripción de la lápida que se colocó en el frontis de uno de los sepulcros de la iglesia, pieza reutilizada, por tanto.

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4 Laura Terracina

Laura Terracina. Folger Shakespeare Library Digital Image Collection

(1519 - 1577) fue una poetisa de Nápoles durante el Renacimiento.

Terracina nació en Chiaia, un suburbio de Nápoles. Su madre, Diana Anfora de Sorrento, y su padre, Paolo Terracina, tuvieron al menos una hija más y dos hijos. Fue motivada por la famosa poetisa Vittoria Colonna, quien le envió un breve poema en el que alaba sus talentos. En 1545, ingresa a la Academia del Incógnito en Nápoles y conoce a varias figuras literarias antes de dejarla en 1547.

Se casó con su pariente Polidoro Terracina, al que dedicó algunos de sus poemas. Entabló amistad con personas influyentes de la época, como la mecenas Giovanna d'Aragona y el escritor Angelo di Costanzo.

Publicó nueve volúmenes de poesía, tanto en Florencia como en Venecia. En esta última, publicó la novela caballeresca Discorso sopra il Principio di Tutti Canti di Orlando Furioso, un poema vinculado al Orlando Furioso, de Ludovico Ariosto, que fue reimpreso trece veces. En él defendía a las mujeres de sus detractores, pero lamentaba que no hubiera más mujeres que se inclinaran por la literatura.

Muchos de sus poemas se los ha dedicado a gente que conoció en la Academia del Incógnito. En sus poemas, suele elogiar a los demás, y minimizar su capacidad como escritora. Intercambió poemas de elogio con Laura Battiferri, en que las dos mujeres se alabaron mutuamente, pero trivializaba sus talentos propios.

Durante su vida fue elogiada por su trabajo. En algunos de sus trabajos ella condena los disturbios sociales y confusión política. También insistía en que las mujeres tenían que ser reconocidas por su trabajo y dedicó su séptimo libro a las viudas de Nápoles.

La Biblioteca Nacional de Florencia guarda más de doscientos poemas suyos no clasificados.

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5 Laurencia de Zurita, 

“Lope de Vega, el más chulo, prepotente, contradictorio y buscalíos de los poetas del siglo de Oro, se hacía viejo. Atrás quedaban los años de amoríos, las crisis religiosas que le atormentaban y le consolaban: sólo le preocupaba su fama venidera y la posibilidad de caer en el olvido. Él, que junto a Góngora, había deslumbrado con sus versos a dos generaciones de cortesanos, que se había convertido en el fenómeno poético del mayor imperio del mundo, se veía devorado por la envidia hacia los jóvenes poetas gongorinos, de los que creía que no podía esperar nada bueno.

Lope no era Quevedo: con tanto ingenio como él, mayor capacidad versificadora y un interés por lo mundano que le faltaba al andaluz, sabía burlarse de lo que odiaba con mayor elegancia y un poco más de caridad. Por otro lado, era consciente de que no le quedaba demasiado tiempo para conseguir que su nombre quedara unido al de las grandes figuras universales de la literatura. Lope quería elegir a sus compañeros, y marcar con ello, con las referencias clásicas de Dante, de Horacio, de Virgilio, el hueco que le separaba de los poetastros gongorinos.

Ése fue el origen del Laurel de Apolo, que escribió en 1630, a la celeridad a la que estaba acostumbrado. El Laurel de Apolo era un formidable catálogo de poetas, un poema de 7.000 versos, en el que, por un lado, demostraba su erudición, y que los años no le impedían estar al tanto de las novedades poéticas, aunque fueran tan nimias como aquellas, y por el otro, opinaba, clasificaba y discriminaba a sus contemporáneos.

Rodeada de cultura y erudición, conocía el latín como muy pocas mujeres renacentistas

Entre los listados de nombres, y el espacio que el ego de Fénix de los Ingenios ocupaba, quedaba poco para hablar de los poetas. En mitad de aquellas menciones, aparecen unas bellas palabras dedicadas a una mujer. Nada nuevo, ni en los versos ni en el historial de Lope, al que le gustaban todas, y todas a la vez. Pero aquella mujer pareció haberle impresionado de una manera distinta:

«Aquel dulce portento,/ doña Laurencia de Zurita, ilustre/ admiración del mundo, /ingenio tan profundo…».

¿Una mujer, una mujer poeta, admirando al mundo, en el momento en el que brillaban Quevedo, Lope, Diamante, Calderón? ¿Por sus méritos, o por ser mujer culta y bella?

«Laurencia se llamaba.

Con tanta erudición la profesaba

añadiendo a su ingenio la hermosura

de la virtud, que eternamente dura.

Tomás Gracián que fue su digno esposo,

de las cifras de Apolo secretario / como del gran Felipe,

 yace también en inmortal reposo».

¿Eran sus versos divinos dedicados al amor de Dios o una herejía galante de Lope?

Es lástima que el paternalismo de Lope, nada inusual, nos prive de un juicio objetivo sobre su talento. Y es lástima, aún mayor, que no hayan sobrevivido aquellos poemas, que nos permitirían juzgar, sin que nos ofuscara su dulzura, o su belleza, si perdimos una gran poeta, o simplemente, una mujer adorable.

Laurencia de Zurita había nacido en Madrid a mediados del siglo anterior, y llevaba muerta más de 25 años cuando Lope la cantó; y como todas las mujeres de la época, se contagiaba del rango y la inteligencia de los hombres que la rodeaban. Su marido, al que Lope dedica casi tanto espacio como a ella, era secretario real de Felipe II, vallisoletano, y ya Cervantes había hablado maravillas de él. Dominaba las lenguas y las cifras, y le entusiasmaban las artes. 

El suegro de Laurencia, don Diego Gracián de Alderete, había sido un caballero notable, conocidísimo, un ejemplo renacentista con tintes pederastas: se había casado con una niña polaca de 12 años, con la que tuvo 20 hijos. Dos de sus cuñados habían escrito obras conocidas, y difundido la obra de Santa Teresa de Ávila.

Laurencia, rodeada de cultura y erudición, conocía el latín, como muy pocas mujeres renacentistas, y en esa lengua escribió epístolas y versos. Tenía fama de excelente música. Sabía tocar el arpa, y cantaba sus propias composiciones; sus preferidas eran las que se basaban en versos de Homero y de Virgilio, y los salmos de David.

¿Qué haría aquella mujer rodeada de hombres inteligentes, de tiempo muerto, de música importada de Italia, de una suegra poco mayor que ella cargada de hijos y de silencio? Se sentiría muy sola, apenas protegida por su rango, por su belleza y su matrimonio de la censura social, siempre cruel con la mujer sabia.

Le resultaría imposible encontrar amigas, sortear el mar de frivolidades en el que una cortesana debería ahogarse. Debía poseer un carácter firme, si alguien debía escucharla entre las voces altas e ilustradas de los cuñados y los sobrinos.

¿Sobre qué escribiría Laurencia? ¿Eran sus versos divinos dedicados al amor de Dios o una herejía galante de Lope? Por su educación y su obra, conocía bien los metros clásicos… y no es de esperar que sorprendiera por su originalidad. Las mujeres nacían destinadas a ser musas, a inspirar delicados sonetos a hombres notables, o a evitar los impulsos fogosos que despertaban.

Valían muy poco las mujeres, y cuando su labor terminaba, fuera en la cocina, en la cama, o como anfitrionas de salón, no había que indicarles que desaparecieran. Las mujeres influyentes lo eran a través de pasos secretos, de confidencias susurradas en los oídos adecuados, de una belleza insinuada bajo el guardainfantes. Los límites se definían con claridad, y no bastaba con cumplirlos: era necesario llevarlos a la perfección. ¿Frente a quién cantaría Laurencia? ¿Lo apreciarían, o lo considerarían una extravagancia más de una familia de humanistas?

No tuvo hijos y murió joven. Su marido no la lloró demasiado tiempo: se casó inmediatamente con la hija del escultor Berruguete y, no hacía dos años de su muerte, cuando bautizaba a su primer niño. Una mujer sin hijos, sin nada que ofrecer a su familia, salvo unos versos y unas canciones de Ovidio, estaba destinaba a ser olvidada pronto. Cumplió como pudo, con talento, dulzura y belleza. De la nueva mujer, otra joven portadora del peso de una familia ilustre, sólo eso se sabe: su padre, su marido, su hijo.

A Lope le quedaban muchos años por delante, todos ellos de éxito. El Laurel de Apolo, con sus críticas feroces y su aire condescendiente con los pequeños, no fue una excepción. No le bastó con ello. Cuatro años después, escribiría La Gatomaquia, un remedo de las tragedias épicas al uso… contra Calderón de la Barca, en este caso. Murió poco tiempo después. Con él, apenas destacada por aquel fabuloso acto de vanidad, murió también el recuerdo de Laurencia.

Aquel dulce portento

doña Laurencia de Zurita, ilustre

admiración del mundo

ingenio tan profundo

que la fama la suya para lustre,

de sí misma la pide.

Escribió “Himnos Sacros”

en versos tan divinos,

que con el mismo sol dimetros mide

que no era ya Plautina

la lengua fecundísima latina.

Laurencia se llamaba,

¡con tanta erudición la profesaba!,

añadiendo a su ingenio la hermosura

de la virtud, que eternamente dura.

Estos versos de Lope de Vega en los que atribuye a Laurencia de Zurita la autoría de unos “Himnos Sacros” permiten aventurar que se trata de una autora que brilló con luz propia para hacerse acreedora de tales loas por el insigne autor. Sin embargo, nada de ello nos ha llegado y sólo por referencias de terceros conocemos de su existencia y su valor.

El bachiller Juan Pérez de Moya, autor de Varia historia de Sanctas e ilustres mujeres (1583), la incluye igualmente en esta relación: “Doña Laurencia Zurita que al presente está casada con el secretario Tomás Gracián Dantisco, criado de S.M., tan docta (doña Laurencia) y exercitada en la lengua latina como otra cualquiera de las de los siglos pasados. Según se parece en sus epístolas y versos latinos compuestos con muy elegante estilo y escritos de su mano, de tan buena letra y caracteres como podría escribir un maestro de escuela: y con esto la música de cantos de la harpa (sic), en la cual tañe y canta los versos de Homero, de Ovidio y de Virgilio y los Salmos de David y otros Himnos Eclesiásticos tan fácilmente como cualquier otra romana, según que saben todos aquellos que la han visto”.

Vicenta Márquez de la Plata, en su libro Mujeres creadoras entre el Renacimiento y el Barroco, sostiene que debió vivir entre 1562 y 1602 y que uno de sus maestros fue Alvar Gomez de Castro, catedrático de Griego de la Universidad de Alcalá, figura destacada del humanismo hispano y autor de una biografía del cardenal Cisneros.

Casó, como ya se ha visto, con el secretario de lenguas de Felipe II, Tomás Gracián Dantisco, perteneciente a una culta familia de origen polaco, amigo personal de Lope hasta el punto de haber sido testigo de la boda del autor con Isabel de Urbina (1588). Aunque muchas fuentes sostienen que Laurencia no tuvo hijos, parece que hay base documental para creer que la pareja tuvo al menos siete vástagos, el último de los cuales sería una niña llamada Margarita, nacida poco tiempo antes de fallecer la madre.

Gracián Dantisco -autor también de la obra Arte de escribir cartas familiares y aficionado a la pintura- volvió a casarse enseguida con Isabel Berruguete, hija de Alonso Berruguete, pintor y escultor, y en 1605 bautizaba a un hijo de este matrimonio.

A partir de ese momento se pierde el rastro sobre la obra de Laurencia de Zurita, como la de tantas otras mujeres que brillaron en su momento y han sido sepultadas en el olvido.

Fuentes: Márquez de la Plata, Vicenta. Mujeres creadoras entre el Renacimiento y el Barroco. Ediciones Casiopea. 2018

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6 Ana de Castro

Ana de Castro Egas. Valdepeñas, fines del siglo XVI,  fue una poetisa y biógrafa del Siglo de Oro español; nacida en Valdepeñas a finales del siglo XVI y afincada en Madrid; dedicó su obra a realzar la figura del rey Felipe III. Publicó en 1629, Eternidad del Rey Don Filipe tercero Nuestro Señor, el Piadoso, la única obra que se conserva de la autora.

De niña conoció al Infante don Fernando de Austria y luego formó parte del círculo íntimo de la Casa Real e íntima amiga de los Duques de Lerma y Uceda. 

Se sabe acerca de ella por los innumerables poemas y prosas laudatorias que sobre ella y para ella escribieron principales poetas y escritores de su época, como: Lope de Vega, Quevedo, Valdivieso, Mira de Amescua, Bocangel, López Zárate, Pérez de Montalbán, Pellicer, etc. Por ello se deduce que fue una mujer muy bella e ilustrada y admirada por sus coetáneos. Así, por ejemplo, a pesar de la misoginia que Quevedo demostró hacia las escritoras y poetisas de su época, colaboró en sus escritos. Jauralde afirmó de ella: "Ana de Castro Egas es una dama de la Corte con merecida fama de «letrada»"

Se cree que pudo haber utilizado el seudónimo de "Anarda" para firmar varias décimas escritas en la década de 1620. Tirso de Molina, en su novela Cigarrales de Toledo, tiene como protagonista a una tal "Anarda" que es académica de la Corte.

Fue junto a Lope de Vega la promotora de incluir mujeres en los círculos literarios y académicos; con ella colaboraron especialmente siete mujeres, entre las que se encontraban su sobrina Catalina del Río, y sus primas Clara María y Ana María de Castro. Así, por ejemplo, Lope de Vega escribió sobre ella en su obra El Laurel de Apolo:

En su obra Eternidad del Rey Don Filipe tercero Nuestro Señor, el Piadoso, expone un elogio o panegírico al monarca, ya difunto, Felipe III, con el que ella mantiene un vínculo de vasallaje y amistad. El contenido es de corte biográfico y político, como alabanza del rey y su valido, el Duque de Lerma. Preceden a la obra un total de cuarenta composiciones preliminares, superando la extensión de su texto, con prólogo redactado por Francisco de Quevedo y poemas de alabanza de personajes de la alta nobleza; escritores muy conocidos; personas cercanas al poder políticos; de mujeres de la época como Mariana, Manuel de Mendoza, Juana de Luna, Victoria de Leiva, Catalina del Río, Justa Sánchez del Castillo; o escritores, claro está,  como Lope de Vega.

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Sibila de Antequera, 7

Fernández de Alarcón, Cristobalina. Antequera (Málaga), ¿1576? – 16.IX.1646. Poeta del grupo antequerano- granadino. “Décima musa”, “Sapho española”, “Sibila de Antequera” por antonomasia son apelativos acuñados para esta autora que nació y creció bajo los esplendores del grupo poético antequerano-granadino en su papel definitorio hacia la reformulación cultista de la lírica barroca. La fama de que gozó entre ingenios contemporáneos (Lope de Vega entre ellos), que elogiaron su facilidad versificadora y su docto humanismo, apenas se refrenda en el escaso número de composiciones suyas hoy conservadas. Se reparten entre las antologías señeras de la escuela —las impresas Flores de 1605 (acompañada aquí de las poetisas Hipólita y Luciana de Narváez), las Flores de 1611 y el Cancionero antequerano—, certámenes poéticos de inspiración religiosa y libros en que dirige su encomio al autor amigo. Aunque consta la existencia de una mayor producción, lo que ha llegado demuestra su particular versatilidad poética —con piezas devotas en su mayoría pero que también tratan lo amatorio y lo heroico— y su elevado estilo, teñido por rasgos manieristas propios del grupo entre los que destaca la riqueza de color y el detalle de la imagen, muy alabados en sus afamadas quintillas a Santa Teresa.

Como posible anagrama de su nombre, se suele identificar con ella a la Crisalda presente en algunos poemas amorosos de Pedro Espinosa —cabeza visible del grupo antequerano-granadino y colector de las Flores de 1605—. No existe, sin embargo, justificación documental de tal idilio ni de la tesis que atribuye al desdén de la poeta el retiro espiritual a que se consagró Espinosa hacia 1606. De manera fehaciente se desconoce su año de nacimiento. Fue hija natural de un escribano de Antequera y su formación estuvo estrechamente ligada a los preceptores de la cátedra de Gramática de Antequera -en especial a Juan de Aguilar-. 

Casó el 10 de febrero de 1591 con el comerciante Agustín de los Ríos, de quien enviudó sin descendencia en 1603. Contrajo nuevas nupcias el 28 de julio de 1606 con el estudiante de origen portugués Juan Francisco Correa, de quien tuvo al menos dos hijos —Francisco y María— y del que también quedó viuda. Salvo el período comprendido entre 1614 y 1616 en que acompañó a su marido al servicio del marqués de Estepa, Cristobalina residió en Antequera, avalando los escritos legales su carácter generoso y devoto.

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(Continuará)