lunes, 25 de abril de 2022

Asclepio ● Hipócrates ● Medicina en la Antigua Grecia

 

Estatua de Asclepio, Glypotek, Copenhague y Pintura mural que representa a Galeno e Hipócrates. Siglo XII, Anagni, Italia.

Asclepio - Ἀσκληπιός-Asklipios, es el dios de la Medicina y la curación. Se le dedicaron numerosos santuarios, en Grecia y en otros lugares, incluyendo la costa oriental de la península Ibérica, de los cuales, quizá el más importante, fuera el de Epidauro, en el Peloponeso, que, se convirtió en un centro de aprendizaje y práctica de la medicina.

Asclepio, en el Louvre, y Trípode de ofrenda con su Vara y la Serpiente, en Éfeso.

La Vara era el símbolo de la profesión médica, y la serpiente, que muda periódicamente de piel, simbolizaba el continuo rejuvenecimiento.

El símbolo de la OMS

El atributo de Asclepio, era, pues, una serpiente enrollada en un bastón, y su gracia, la curación, especialmente, por el conocimiento y empleo de las propiedades benéficas de las plantas.

Lo cierto es que, casi todos los olímpicos; dioses, semidioses, o héroes, tenían algún poder sobre la salud; Hera, la diosa del hogar, era protectora de las parturientas, y Atenea, diosa de la sabiduría, cuidaba de la vista. Pero el sanador por excelencia, no era otro que el Délfico Apolo.

Asclepio era hijo de Apolo y, aunque hay dudas sobre si su madre fue Coronis o Arsinoe, el hecho no resulta demasiado trascendente, puesto que su crianza y formación, fueron encomendadas al Centauro Quirón, que también se ocupó de la educación de Aquiles; de modo que fue él quien enseñó a Asclepio a reconocer las posibilidades curativas de ciertas plantas.

La educación de Aquiles, por Delacroix. De un fresco del Palacio Borbón, en París.

En la lista de discípulos de Quirón aparecen otros grandes nombres, a lo largo de lo que ya dimos en llamar “Mitohistoria”; Μυθιστόρημα,” Mizistórima”, emulando, en cierto modo, al poeta Yorgos Seferis -otro de cuyos poemarios, da título a este blog-. Al efecto, podemos citar como alumnos de Quirón -además de Asclepio y Aquiles-, los nombres de Jasón, Aristeo o Acteón, y, de acuerdo con Jenofonte, también Céfalo, Melanión, Néstor, Anfiarao, Peleo, Telamón, Meleagro, Teseo, Hipólito, Palamedes, Cástor, Pólux, Macaón, Podaliro, Antíloco, Apuleyo, e incluso, el gran Eneas, con algunos héroes más, lo que supondría una demostración de las cualidades del Centauro para la docencia, tal como ésta se entendía en la época, naturalmente.

Apolo, Quirón y Asclepio. Arqueológico de Nápoles

Asclepio podía devolver la vida a los muertos, algo que no gustaba a Zeus, pensando que, con tal potestad, dejaría tan desiertas las estancias Olímpicas, como las del Hades, en el inframundo, hecho que podía, acabar incluso con su poder, de modo que, sin dudarlo, valoró a Asclepio como un enemigo y -según algunas versiones, animado por Hades-, lanzó al médico uno de sus mortíferos rayos, que, efectivamente, alcanzó el blanco. 

Ahora bien, las cosas no salieron como él dios esperaba, porque, apenas exhaló su último suspiro, el médico alcanzó la divinidad y ascendió al Olimpo por sus propios méritos, sin pasar por el Hades. La divinidad de los ojos tapados, en esta ocasión, actuó acorde con el fiel de su balanza, sin que ninguna potencia superior pudiera inclinarla a su capricho.

Andando el tiempo, la familia de Asclepio continuó su elogiable tarea, ya fuera en la prevención, o, en su caso en la curación de las enfermedades. Su esposa, Epíone, sabía calmar el dolor; su hija, la celebrada Higea, aplicaba los medios más recomendables para la prevención de los males físicos; su nombre pasaría a ser origen y base de los tratados de “Higiene”. 

Una “panacea” es hoy sinónimo de un remedio para todos los males, y la palabra proviene, precisamente, del nombre de otra de las hijas de Asclepio; Panacea, que también sabía aplicar ciertos tratamientos. Su hijo Telesforo, se ocupaba de la convalecencia, mientras que los dos últimos, Macaón y Podalirio, se empleaban en proteger personalmente a cirujanos y médicos. Ambos aparecen en la Ilíada de Homero.

Asclepio y Epíone, fragmento. Nuevo Museo de la Acrópolis, Atenas.

Higía. Copia romana de un original griego del siglo III aC. / ¿Panacea?

-Asklepios, Hygía y Telesphoros. Mármol del siglo XVIII, Holanda. -Macaón asiste a Menelao. Wellcome's Medical Diary. -Podalirio. Siglo II dC. Museo Arqueológico de Dión, Macedonia.

Desde el momento de su nacimiento, la existencia e Asclepio no fue un regalo de los dioses, sino que estuvo sometido a sus frecuentes e irracionales vaivenes y caprichos.

De acuerdo con la historia relatada por el poeta griego Píndaro, en el siglo VI aC., Apolo se enamoró de Corónide, hija de Flegias, rey de Tesalia. Si Apolo se encapricha, ya no hay nada más que hablar, de modo que, tras dejarla embarazada, en su modo cisne, volvió a Delfos, dejando a la dama al cuidado de un cuervo blanco. Más tarde, Corónide se enamoraría de un simple mortal, llamado Isquis, que era hijo de Élato, el gobernador de la región del monte Cilene, que había conquistado Fócida, en el centro de Grecia. El cuervo, que lo vio todo, voló a contárselo a Apolo, cuyo primer instinto, con tal de vengarse, fue matarlo a él mismo, pero después reflexionó y se conformó con lanzarle una maldición, según la cual, sería negro para siempre, pero aquella momentánea benevolencia, no alcanzó a Corónide, a quien ejecutó, apenas nació su hijo de ambos, el cual no sería otro que nuestro protagonista, Asclepio

Nacimiento de Asclepio (mediante cesárea), de Francesco Urbini, del taller de G. Andreoli, hacia 1534. Museo Boijmans Van Beuningen. Rotterdam

Apolo, como hemos dicho, confió el niño al cuidado del centauro Quirón, en el monte Pelión, donde vivía, con otros centauros, en una zona que rodea el gran golfo de Volos, al sureste de Tesalia. El centauro lo instruyó en las artes de la medicina y de la caza, aunque también Intervinieron en su formación, el propio Apolo y Atenea, que le dio dos redomas llenas de sangre de la Gorgona –la que convertía en piedra a todo el que osara mirar a sus ojos-. Una de las redomas contenía un veneno mortal, pero la otra, podía resucitar a los muertos. Asclepio, evidentemente un gran aprendiz, llegó a dominar el arte de la resurrección, con el que pudo favorecer a conocidos personajes míticos, como Hipólito, hijo de Teseo, el héroe del Ática, por sus hazañas en el Peloponeso. 

Como solía acertar con sus decisiones, Asclepio se granjeó gran fama, y la admiración hacia su persona se materializó en la construcción de diversos santuarios, por parte de los humanos agradecidos.

Como hemos dicho, tras sufrir la acción del rayo, Asclepio ascendió a las alturas olímpicas, pero, conviene recordar, que lo hizo transformado en un cúmulo de estrellas, formando la constelación que, en su memoria, recibió el nombre de Serpentario u Ofiuco, es decir, Portador de la serpiente.


Constelación de “Ofiuco”. Y, Celestial Atlas, de Alexander Jamieson (1822).

Santuario y sanatorio de Pritaneion, dedicado a Asclepio. Albania.

Los santuarios más importantes a él dedicados, fueron, el de Epidauro, y los de Tricca Lebén y Cos. 

Siempre de acuerdo con la historia mítica, la medicina que se practicaba en los templos de Asclepio, seguía la tradición sanadora de los divinos, según la cual, también sabemos, por ejemplo, que Orfeo utilizaba la música y la poesía para curar el alma, y no sólo eso, solo que también encantaba a los animales.

Orfeo encantando a los animales. Mosaico, Museo Arqueológico Regional de Palermo.

Aquellos templos, que hoy podríamos definir como Facultad y Sanatorio, es decir, centros de aprendizaje y práctica, aparecieron alrededor del s. VI aC. y con ellos, se extendió rápidamente el culto a Asclepio, quien, en Egipto, fue identificado con Imhotep y Serapis, es decir, los dioses de la medicina, con los que ya contaba aquella nación.

En el año 295 aC. se construyó en Roma el primer templo dedicado a Asclepio -allí llamado Esculapio. Su fama fue tan duradera, que, al principio, el culto a Cristo, fue compartido con el de Asclepio, puesto que ambos eran considerados sanadores, de cuerpo y de alma.

Los templos solían tener, además de las salas en las que dormían o descansaban los que esperaban ser curados, un estanque o un manantial, teatro, estadio, gimnasio y posadas, para acoger a los acompañantes o familiares. Su gran cualidad, es el hecho probado de que eran accesibles, tanto a los ricos, como a los pobres.

En la península Ibérica hay restos de un templo de Asclepio en Ampurias / Ἐμπόριον-Empórion, en Gerona, desde el siglo IV a.C.

A pesar de la significativa importancia de todos ellos. No cabe duda de que, los restos arqueológicos más importantes, en este sentido son los de Epidauro, que se encuentran en un pequeño valle, cerca de las ruinas de un teatro del siglo II a. C. Fue el centro terapéutico más grande de la antigüedad y desarrolló una escuela de medicina donde se formaban los asclepíades, entre los cuales, el más famoso. es, evidentemente, Hipócrates, al que también se consideraba descendiente directo del dios.

Se desconoce su datación con exactitud, pero las instalaciones más antiguas del recinto, son del siglo VI aC., aunque se sabe que en el siglo V aC. la fama del santuario ya sobrepasaba los límites de la región de Epidauro, sobre todo, cuando la peste que azotó Atenas, dio lugar a la fundación, en el 419 aC. del Asclepeion al pie de la colina de la Acrópolis.

Restos del santuario de Asclepio en Atenas. 2008

El culto se mantuvo fundamentalmente entre los años 370 y 250 aC., período durante el cual, Epidauro, destino de numerosas peregrinaciones, quedó rodeado de suntuosas construcciones.

Durante el siglo II dC. se produjo una nueva expansión arquitectónica, por designio del senador romano Antonino. El culto y la celebridad siguieron hasta el año 426, cuando el emperador Teodosio II mandó clausurarlo, igual que hizo con todos los santuarios griegos, aunque en ellos se habían producido numerosas curaciones, especialmente, de enfermos psicosomáticos. A partir de entonces, se hizo imprescindible pagar el tratamiento, si bien, cada paciente, debía hacerlo de acuerdo con sus posibilidades. Terminaba la curación como un don, para convertirse en un objeto con valor de mercado.

La fiesta llamada Asclepieia, se celebraba en Epidauro cada cuatro años, desde el siglo V aC., y consistía en representaciones teatrales, juegos atléticos y música. Existía, sorprendentemente, una prohibición que todo el mundo conocía; allí estaba tajantemente prohibido nacer o morir.

Ya a finales del siglo XIX empezaron los trabajos de excavación del yacimiento de este santuario, cuyas obras, varias veces abandonadas, pudieron reanudarse, en 1948 y en 1974.

Teatro de Epidauro

Asclepio, en el Museo Arqueológico de Epidauro.

Esculapio descubre la betónica. Siglo IX. “Pseudo-Hippocrates Latinus, Epistola ad maecenatem”, 3v-5v. Biblioteca Nacional de Francia.

Betónica o Stachys officinalis, planta con diversas propiedades curativas.

Asclepio se convirtió en un ejemplo durante siglos, para la ciencia y en un modelo para el arte, razón por la que se reprodujo en numerosas pinturas y esculturas.

John William Waterhouse: Un niño enfermo en el templo de Esculapio. 1977

Pierre-Narcisse Guérin (1774-1833). Ofrenda a Asclepius, 1803. Beaux-Arts, Arras

Ruinas con una estatua de Esculapio. Obra de Jean Barbault (1718–1762)

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Higía, la hija de Asclepio: 

Como hemos referido anteriormente, en la Ilíada figuran dos hijos de Asclepio: Podalirio y Macaón, ambos médicos, y ambos pretendientes de Helena, motivo por el que participan y son citados en el relato de la Guerra de Troya. Posteriormente empezaron a aparecer referencias a su esposa Epione y a sus hijas, consideradas todas como sanadoras.

Iasó o Yaso, representa la curación, pero sin introducir las manos en el cuerpo del paciente. Se aparecía en los sueños de los enfermos que buscaban ayuda y les inspiraba el deseo, o la actitud positiva hacia la curación. La identifican con la diosa romana Meditrina, de la que procedería el nombre de la medicina. Tenía una estatua en el santuario, en Oropos, entre Ática y Beocia, donde compartía el templo de Asclepio, con sus hermanas Higia y Panacea.

Higía, la salud, que siempre figura junto a su padre.

Akeso o Aceso, también sanadora. Tiene el don de curar introduciendo sus manos en el cuerpo del paciente. Inspira a los médicos temerarios que se atrevían a realizar cirugías. Se encarga además de supervisar la cicatrización de las heridas.

Egleé o Egle, la Brillante; una luz sanadora, que ajusta el orden de los elementos que conforman nuestro cuerpo, y mantiene el equilibrio entre los humores. Más que la recuperación de la salud, sería su mantenimiento, lo que ella inspiraba o infundía.

Panacea, que lo cura todo mediante el uso de plantas. Es la hija menor y se encarga de ayudar a su padre y a sus hermanas en el proceso de curación de los enfermos en los santuarios.


Higya, Asclepio, Podaliro y Macaón. Una familia de siete miembros, les pide ayuda.

El mismo paciente; tras una primera cura y limpieza, pasa a ser tratado con la química de la serpiente.

Hygeia; La Salud. S. V a IV aC. Mármol. Arch. Museo del Antiguo Feneos, Peloponeso, Grecia.

Higya y Asclepio. Copia de la época de Adriano. Museos Vaticanos. Fragmento en bajorrelieve. Esculapio sentado en un trono con los pies en un taburete; a su lado, la inseparable Hygeia. Copia en yeso del original.

Fragmento de un relieve votivo: Asclepio, ya divino y sentado, sostiene un cetro. Hygeia pone la mano en su hombro. Mármol de fines del siglo 4 aC. NG Praga, Palacio Kinský.

Hygeia fue así tallada, con su padre Asclepios, del que solo se conserva la mano sobre su hombro. Mármol. Copia romana de la primera mitad del siglo I dC, de un original helenístico. Excavaciones de Giuseppe Petrini en Ostia, 1802-1804.

En realidad, Hygía adquirió sus propias características personales, hacia el siglo V aC., pues, hasta entonces, había sido considerada como una especie de “faceta” de Atenea. 

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Hipócrates / Ἱπποκράτης

Hipócrates. Museo Pushkin, San Petersburgo.

Hipócrates de Cos, Ἱπποκράτης / Hipókrátis. Nacido en la isla griega de Cos, del archipiélago llamado Dodecaneso, en el mar Egeo, hacia el 460 aC., murió en Tesalia, en tierra firme, al Oeste del mismo mar, hacia el 370 aC.

Fue médico durante el gran período que conocemos como Siglo de Pericles, y es una de las figuras históricas más importantes en la medicina, hasta el punto que ha sido llamado, "padre de la medicina", en reconocimiento a sus importantes contribuciones, mantenidas secularmente. De hecho, revolucionó la práctica de su época, sentando sus bases, como una disciplina separada y distinta de otras, con las que era asociada tradicionalmente; como la teúrgia, de carácter mágico-religioso, o la filosofía, más especulativa, para, finalmente, convertir su conocimiento y práctica, en una auténtica profesión bien definida.

Desgraciadamente, a lo largo de la historia, se han mezclado los hallazgos médicos de los autores del Corpus Hippocraticum; practicantes de la medicina hipocrática, con los de Hipócrates, por lo que, al final, se sabe muy poco sobre lo que él mismo pensó, escribió e hizo, a pesar de lo cual, Hipócrates es el paradigma del médico antiguo, al que se atribuye un gran progreso en el estudio sistemático de la medicina clínica, además de que reunió el conocimiento médico de las escuelas anteriores y prescribió prácticas que han gozado de gran importancia histórica; en este sentido, solo hay que recordar la persistencia del, juramento hipocrático, aunque non solum...

Sorano de Éfeso, 98-138 dC., también griego y médico, en Alejandría y Roma, fue, entre otras cosas, el autor de la primera biografía conocida de Hipócrates, en la que afirma que su padre se llamaba Heráclides, que también era médico, y que su madre, se llamaba Praxítela.

Hipócrates tuvo dos hijos, Tésalo y Draco, y al menos una hija, puesto que se le conoce un yerno, llamado Polibo; los tres fueron alumnos suyos, así como los tres tuvieron un hijo, al que llamaron Hipócrates. Según Galeno, también médico, en Roma, Polibo fue el verdadero sucesor de Hipócrates.

También asegura Galeno, que Hipócrates aprendió medicina, no solo de su padre, sino también, de su abuelo, y que, además, estudió filosofía y otras materias con Demócrito -el famoso filósofo que consideraba la risa y el buen humor, como la mejor medicina-, y con el filósofo Sofista, Gorgias. Parece asimismo muy probable, que continuara su formación en el Asclepeion de Cos y que hubiera sido discípulo del médico tracio Heródico de Selimbria, nacido en Mégara, del siglo V aC.

La única mención contemporánea que se conserva de Hipócrates proviene del diálogo de Platón Protágoras, en el que el filósofo lo describe como "Hipócrates de Cos, el de los Asclepíades".

Hipócrates enseñó y practicó la medicina durante toda su vida, viajando al menos a Tesalia, Tracia y el mar de Mármara. Probablemente muriera en Larisa -Tesalia-, a la edad de 83 o 90 años, aunque algunas fuentes aseguran que pasó de 100 años. En todo caso, se conservan diferentes relatos sobre su muerte.

Las escuelas de medicina de la Grecia Clásica estaban divididas en dos tendencias fundamentales respecto al modo en que se debían tratar las enfermedades. La Escuela de Cnido se centraba en el diagnóstico, mientras que la de Cos lo hacía en el pronóstico y el cuidado del paciente. 

Es un hecho que la medicina de la época de Hipócrates desconocía muchos aspectos de la anatomía y la fisiología humanas, porque estaba prohibida la disección de cadáveres. Así, la enseñanza, que mostraba un gran conocimiento del tratamiento de enfermedades comunes, no podía determinar qué provocaba aquellas enfermedades. 

La medicina hipocrática es hoy considerada pasiva. El enfoque terapéutico se basaba en el poder curativo de la naturaleza (vis medicatrix naturae). Según esta doctrina, el cuerpo contiene de forma natural el poder intrínseco de curarse (physis) y cuidarse. La terapia hipocrática se concentraba simplemente en facilitar este proceso natural. Para hacerlo, Hipócrates creía que "el reposo y la inmovilidad [eran] de gran importancia". En general, la medicina hipocrática era muy cuidadosa con el paciente: lo trataba con suavidad y destacaba la importancia de mantenerlo limpio y estéril, utilizando, por ejemplo. solo agua limpia o vino para las heridas, aunque prefería  los tratamientos «secos» y en ocasiones, usaba linimentos balsámicos.

Hipócrates era muy reacio a administrar drogas, aunque en ocasiones empleaba algunas muy potentes. Su enfoque pasivo tuvo mucho éxito ante trastornos relativamente simples y evidentes, como huesos rotos, que requerían tracción para estirar el sistema esquelético y aliviar la presión en la zona lesionada, a cuyo efecto, utilizaba el "banco hipocrático" y otros ingenios similares.

Uno de los puntos fuertes de la medicina hipocrática es la importancia que daba al pronóstico. En tiempo de Hipócrates, la terapia medicinal estaba poco desarrollada y a menudo lo mejor que podía hacer el médico era evaluar una enfermedad y deducir el curso más probable, basándose en las informaciones recogidas en historiales de casos similares. 

La escuela hipocrática sostenía que la enfermedad era el resultado de un desequilibrio en el cuerpo de cuatro humores, unos fluidos, que en las personas sanas se encontraban naturalmente en una proporción semejante (pepsos). Cuando los cuatro humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema) se desequilibraban (dyscrasia, mala mezcla), el individuo enfermaba y permanecía enfermo hasta que se recuperaba el equilibrio. La terapia hipocrática se concentraba en restaurar este equilibrio. Por ejemplo, se creía que tomar cítricos era beneficioso cuando había un exceso de flema.

Otro concepto importante en la medicina hipocrática es el de "crisis", un momento en el curso de la enfermedad en que, o bien, se hacía paulatinamente más grave y el paciente sucumbía, o bien pasaba todo lo contrario y los procesos naturales permitían la recuperación. 

La medicina hipocrática destacaba por su estricto profesionalismo, caracterizado por una disciplina y práctica rigurosas. La obra hipocrática sobre el médico recomienda que los médicos siempre fueran bien aseados, honestos, tranquilos, comprensivos y serios. El médico hipocrático prestaba especial atención a todos los aspectos de su práctica: debía seguir especificaciones detalladas para "la iluminación, el personal, los instrumentos, el posicionamiento del paciente y las técnicas de vendaje y entablillado" en el antiguo quirófano. Debía, incluso, mantener sus uñas con una longitud precisa.

Daba gran importancia a las doctrinas clínicas de observación y documentación; en su opinión, los médicos tenían que anotar sus observaciones, métodos y descubrimientos, de forma que pudieran servir como precedentes a otros médicos, y así lo hacía él mismo con gran precisión, anotando síntomas, complexión del paciente, dolores, pulso, etc., cuya observación aplicaba igualmente a familiares, e incluso al medio ambiente en el que todos ellos se desenvolvían habitualmente.

Del mismo modo, daba gran importancia a la alimentación, que consideraba en su adecuación al clima y a las estaciones, pues aseguraba que ejercía una enorme influencia en los humores. Consideraba, por ejemplo, que, durante el otoño, era conveniente tomar alimentos con cierto grado de acidez, indicados para eliminar la melancolía, a la vez que aconsejaba reducir el consumo de vino y frutas.

Hipócrates fue el primero que describió la denominada "cara hipocrática" en su obra Prognosis -El libro de los pronósticos-, siendo sobradamente conocida la alusión de Shakespeare a su descripción cuando narra la muerte de Falstaff en el Acto II, Escena III de la obra Enrique V: (...) "for his nose was as sharp as a pen" (...), "pues su nariz estaba tan afilada como una pluma" -de escribir, se entiende, ya que, para ellos, las plumas han de tener la punta muy bien afilada-.

También empezó a sistematizar las enfermedades, en agudas, crónicas, endémicas o epidémicas, así como implantó el uso de los términos graduales de la enfermedad, como "exacerbación", "recaída", "resolución", "crisis», "paroxismo", "pico" y "convalecencia", que todavía están en uso, del mismo modo que inició el proceso de observación, graduación, asociación, e interpretación de los diversos síntomas.

Juramento hipocrático en forma de cruz en un manuscrito bizantino del siglo XII

El Juramento Hipocrático se iniciaba con la invocación: "Juro por Apolo Médico y Esculapio y por Higía-Ὑγίειᾰ; la Salud, hija de Asclepio-, y por Panacea - Πανάκεια-Panakia; “que todo lo cura”, también hija de Asclepio-, y por todos los dioses ...”

El corpus hipocrático / Corpus Hippocraticum, es una colección de unas setenta obras médicas de la antigua Grecia escritas en griego jónico, de las que no se sabe si proceden de la mano de Hipócrates, o de sus alumnos, de los que, de acuerdo con diferencias expresivas, parecen haber contribuido hasta diecinueve autores diferentes, lo que da más peso a la segunda hipótesis.

Entre sus tratados destacan El juramento hipocrático, El libro de los pronósticos, Sobre el régimen en las enfermedades agudas, Aforismos, Sobre los aires, las aguas y los lugares, Instrumentos de reducción, Sobre la enfermedad sagrada, etcétera.

Después de Hipócrates, el siguiente médico de relevancia fue Galeno, un griego ya romanizado que vivió entre los años 129 y 200 dC. Galeno perpetuó la medicina hipocrática, desarrollándola en varias direcciones.

En la Edad Media, los árabes adoptaron los métodos de Hipócrates y contribuyeron de manera fundamental a la conservación de sus enseñanzas. Después del Renacimiento, los métodos hipocráticos ganaron fama de nuevo en Europa y fueron profusamente utilizados y ampliados hasta el siglo XIX. Entre los que utilizaron las rigurosas técnicas clínicas de Hipócrates destacan Sydenham, Heberden, Charcot y Osler. Henri Huchard, un médico francés, afirmó que la recuperación de Hipócrates "conforma la historia entera de la medicina interna".

El primero de sus Aforismos, reseñado frecuentemente en latín como Ars longa vita brevis, es, quizás, el más conocido, o uno de ellos.

«Ὁ βίος βραχὺς, ἡ δὲ τέχνη μακρὴ, ὁ δὲ καιρὸς ὀξὺς, ἡ δὲ πεῖρα σφαλερὴ, ἡ δὲ κρίσις χαλεπή».

«La vida es breve; el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, engañosa; el juicio, difícil.»

Hipócrates, Aforismos, I, 1

En la isla griega de Cos, en la que se conserva el Museo Hipocrático, sobrevive el árbol de Hipócrates, un ejemplar de Platanus, bajo el cual se dice que enseñaba a sus alumnos.

La mayoría de relatos conocidos sobre la vida de Hipócrates no se ajustan a los datos históricos, por lo que sugieren un origen legendario. Incluso ya durante su vida, pues obtuvo un gran renombre y en torno a su figura, surgieron ya relatos de curaciones milagrosas. 

Se dice que ayudó a curar a los atenienses, durante la plaga de Atenas, encendiendo grandes fuegos a modo de "desinfectantes", y aplicando otros tratamientos, pero no ha podido ser corroborado por la investigación.

Una tradición dice que el filósofo Demócrito era considerado un loco -por algunos-, porque se reía de todo, así que fue enviado a Hipócrates para que lo curara. Hipócrates diagnosticó sencillamente, que, tenía una personalidad alegre, y, desde entonces, Demócrito ha sido conocido como "el filósofo de la risa". De hecho, él mismo, aseguraba que el buen ánimo es el objeto de la vida. Su imagen fue modelo muy empleado en la pintura española.

Demócrito, de Velázquez. Bellas Artes de Rouen. Fr.- Demócrito, de José de Ribera. Museo del Prado, Madrid.- Demócrito: Jusepe Ribera, Lo Spagnoletto, literalmente, El Españolito, h. 1615 h. 

Otras leyendas hablan de la resurrección del sobrino de Augusto, conseguida supuestamente gracias a la colocación de una estatua de Hipócrates y la creación de una cátedra en su honor, en Roma. Se creía que incluso la miel de una colmena que estaba cerca de su tumba, tenía poderes curativos. Las leyendas en torno a Hipócrates afectan, incluso su genealogía; como ya vimos anteriormente, se dijo que descendía directamente de Asclepio y de Heracles.

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Aquiles venda una herida a Patroclo. Kylix de figuras rojas. Obra del pintor Sosias, 500 aC. Altes Museum. Berlín.

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Comadrona asistiendo a un nacimiento. Terracota griega de Chipre. Siglo V aC, principios.

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Constantino El Africano. *Cartago o Sicilia, c. 1020 + Monasterio de Montecasino, 1087. Médico y monje cristiano árabe. Tradujo textos médicos griegos e islámicos, que reunió en la Schola Medica Salernitana. “Análisis de orina”. C. 1200 Cartago. Bodleian Library. Oxford.

Contribuyó notablemente a recuperar las nociones de la medicina griega clásica en Europa con sus traducciones de Hipócrates y Galeno. También adaptó manuales árabes para los viajeros en su obra, Viaticum.

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Nota 1: Algunos nombres griegos aparecen con distintas variantes, tal como se muestran transcritos en las diversas fuentes.

Nota 2: Galeno, medico también, natural de Pérgamo (129-c. 200), debería entrar con pleno derecho en este relato; algo que solo impide la extensión del mismo. Probablemente formará parte de un pequeño estudio sobre la evolución de la Medicina, más o menos, hasta el siglo XVI, con Vesalio y otros, incluyendo, por supuesto, la Edad Media.

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sábado, 16 de abril de 2022

FILOSOFÍA CANINA ● CERVANTES ● EL COLOQUIO DE LOS PERROS


La representación pictórica de animales es una constante en la historia del arte, cuyo significado, en la prehistoria, en ocasiones se nos escapa. Más tarde asumieron un carácter religioso -con el que también pasaron posteriormente a ser elementos constantes en la arquitectura-, con fines, a veces instructivos, a veces, ornamentales. Finalmente, entraron en el mundo de las letras, casi siempre con un objetivo satírico o crítico, que es el que nos ocupa, y en el que los animales representan a los humanos.

Como ejemplos, si bien hay muchos modelos prehistóricos, podemos acudir a las celebérrimas Cuevas de Altamira.

Bisonte magdaleniense negro. Altamira, Torrelaguna.

La Gran Cierva. Altamira. (Reproducción).

La Burra de Balaam en el Libro de los Números. Dotada del habla.

Balaam viaja a lomos de su burra, cuando esta se detiene de pronto al advertir la presencia de un ángel -invisible para Balaam-, que cierra el paso, espada en alto y, deteniéndose, evita que el jinete sea muerto por aquella espada desenvainada. Balaam molesto con la burra la golpea y esta comienza a hablar interrogándolo: 

- ¿Qué he hecho para que me golpees?

Finalmente se hace visible el ángel a Balaam, y declara: 

-Si tu asna no te detiene, yo te hubiera matado, pero no hubiera hecho daño a tu asna.

Peter Lastman. Museo de Israel.

Capitel en San Zoilo. Carrión de los Condes.

Miniatura de la Biblia romanceada escurialense, ms. I-j-3.

Libro de Horas de Maastrich

Se trata de un manuscrito iluminado, sobre todo, con representaciones animadas de animales o medio animales. Fue compuesto en la zona de Lieja-Maastricht, en el primer cuarto del siglo XIV. En el siglo XVIII era propiedad del I Duque de Buckingham y Chandos, quien, en 1849 lo vendió a Lord Ashburham, y en 1883 fue comprado por la Biblioteca Británica como parte de la colección Stowe. En el folio 97r aparece, precisamente, la escena de Balaam, con alguna diferencia de matices.

Los caballos de Aquiles: Janto/Χάνθος y Balío/Βαλίος en la Ilíada

H. Regnault: Automedonte y los Caballos de Aquiles. BBAA, Boston, Mass.

 Aquiles culpó a los caballos de la muerte de su amado Patroclo.

Janto y Balio fueron el regalo que entregó Poseidón a Peleo y Tetis en su famosa boda. Posteriormente pasaron al hijo de ambos, Aquiles, siendo muy admirados durante la Guerra de Troya, por sus extraordinarias habilidades. 

Sin embargo, Homero dice que Aquiles les reprochó duramente que hubieran sido incapaces de evitar la muerte de Patroclo, a lo que Janto, dotado momentáneamente de voz por la diosa Hera, respondió que Apolo y el destino habían permitido la muerte de Patroclo, por medio del troyano Héctor, comunicándole, asimismo, que su propia muerte ya estaba decretada por el destino y que se produciría a manos de un dios y un hombre.

- También tú estás destinado a morir.

 Como venganza, posteriormente, Aquiles ató a los caballos el cadáver de Héctor, responsable de la muerte de Patroclo, para que lo arrastraran en su galope, a la vista de todos.

¡Janto y Balio! ¡Cuidad de traer salvo al campamento al que hoy os guía y no le dejéis muerto en la liza como á Patroclo! (Ilíada, Canto XIX, versos 400 - 403.)

El poeta griego, K. P. Kavafis, escribió un gran poema sobre este hecho, titulado, “Los Caballos de Aquiles”.

Cuando vieron a Patroclo muerto,

que era tan valeroso, fuerte y joven,

los caballos de Aquiles rompieron a llorar.

La muerte indignaba a aquellos inmortales.

Levantan sus cabezas, sacuden sus crines,

golpean la tierra con las patas,

lloran a Patroclo, a quien sienten sin alma,

aniquilado, vil cadáver; un fantasma que emprende el vuelo,

indefenso, sin hálito, abandona la vida

para entrar en la inmensa Nada.

Zeus vio las lágrimas de aquellos inmortales y sintió gran pena.

—En las bodas de Peleo —dijo—

no debí entregaros imprudentemente

a miserables mortales, juguetes del azar. 

A vosotros, a quienes ni la muerte ni la vejez aguardan,

os pesan ahora las calamidades de los humanos;

esas fugaces criaturas 

os han involucrado en su infortunio.

Pero los dos nobles animales seguían llorando

la universal miseria de la muerte.

Konstantinos Kavafis, 1897

Las Ranas Βάτραχοι: de Aristófanes

Aristófanes. Uffizi. Florencia

Tras la desastrosa victoria griega en la Batalla de Arginusas, el divino Dioniso, desesperado por el estado de los autores de tragedias en Atenas, se dirige al Hades en busca de Eurípides. 

Un coro de ranas en la Laguna Estigia, repite a su paso —Brekekekex ko-ax ko-ax— βρεκεκεκὲξ κοὰξ κοάξ, βρεκεκεκὲξ κοὰξ κοάξ, en la única escena en que realmente aparecen.

Se trató allí de comparar la calidad de la obra de Eurípides con la de Esquilo, con el fin de averiguar cuál era mejor autor, a cuyo efecto, se dispone una balanza y se pide a ambos que digan algunos de sus versos; aquel cuya obra tenga más “peso” hará que la balanza se incline a su favor. Esquilo gana y Dioniso decide traerlo a la vida en lugar de Eurípides, pero antes de marchar, el propio Esquilo proclama que Sófocles era el mejor.

En Calila e Dimna, una colección de relatos fechada hacia 1251, probablemente traducida por orden de Alfonso X el Sabio cuanto todavía era un infante se cuenta que Dios concede la capacidad del lenguaje a dos aves, a ruego de un religioso.

Manuscrito del Calila y Dimna. España, 1251-1261

Esopo y Menipo

Esopo: autor de fábulas protagonizadas por animales que hablan, fue muy imitado a lo largo de la historia; ej. La Cigarra y la Hormiga.

Menipo: Es considerado generalmente, el creador de la sátira, denominada por ello, menipea, en la que alternan verso y prosa, y pudo muy bien constituir el modelo de Los Perros de Cervantes, aunque no necesariamente por que proponga animales parlantes. Ofrece aspectos serios y cómicos, e influyó claramente en autores como Marco Terencio Varrón, Luciano de Samosata, Erasmo de Róterdam o Bartolomé Leonardo de Argensola, que, en su diálogo, Menipo litigante, critica el ejercicio de la profesión de abogado.

Velázquez los imaginó y “creó”, de cuerpo entero, en sendos, imaginativos y espléndidos retratos.

Esopo y Menipo, de Velázquez. Museo del Prado

Y, aunque callado, no podemos olvidar la presencia permanente del león junto a San Jerónimo, desde el día en que el santo le curó una pata, hecho del que tenemos innumerables y cálidas interpretaciones artísticas. 


Los Músicos de Bremen, de los hermanos Grimm

La historia que se narra en el cuento de Jacob Grimm, Los músicos de Bremen, es la de cuatro animales domésticos: un burro, un perro, un gato y un gallo, que viven en la Baja Sajonia de Alemania, cuyos dueños han decidido sacrificarlos, porque consideran que, por su vejez, ya sólo suponen un gasto. Afortunadamente para ellos, se encuentran, después de huir -sin haberse puesto de acuerdo-, de la casa de sus respectivos dueños. Cuando se conocen, deciden viajar a Bremen, una ciudad liberal y abierta al mundo, conocida por su simpatía por los extranjeros. Emprendido el camino, llegan, al anochecer a una choza en la que pernoctan unos bandidos. Con el objetivo de amedrentarlos para ocupar ellos la vivienda, se sube cada uno sobre el lomo o el dorso de otro y empiezan a emitir los sonidos propios de su especie, pero al unísono, lo que, curiosamente, hace huir de terror a los bandidos.

Tomás de Iriarte. 

Tenerife, 1750 -Madrid, 1791. Fabulista, traductor, dramaturgo y poeta, ilustrado y neoclásico.

Iriarte. De Joaquín Inza y Ainsa. MNP

Esta fabulilla, /salga bien o mal, /me ha ocurrido ahora/por casualidad.

Cerca de unos prados/ que hay en mi lugar, /pasaba un borrico/por casualidad.

Una flauta en ellos/halló, que un zagal/se dejó olvidada/por casualidad.

Acercóse a olerla/el dicho animal, /y dio un resoplido/por casualidad.

En la flauta el aire/se hubo de colar, / y sonó la flauta/por casualidad.

«¡Oh!», dijo el borrico, «¡qué bien sé tocar! ¡y dirán que es mala la música asnal!».

Sin reglas del arte, borriquitos hay que una vez aciertan por casualidad.

Félix María de Samaniego. 

Álava, 1745 – 1801. Muy celebrado y aprendido de memoria por sus fábulas, seguidas de instructivas moralejas.

Imagen: París, Garnier

El zorro de Saint-Éxupery, en Le Petit Prince 

Richard Bach: Juan Salvador Gaviota

“Siempre hay una razón para vivir. Podemos elevarnos sobre nuestra ignorancia, podemos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podemos ser libres! ¡Podemos aprender a volar!

Siempre nos quedará preguntarnos cuántos animales pudieron entrar en el Arca de Noé. Tarea imposible.

Michel Coxcie. 1499-1592. Palacio Real. Madrid

"Este enorme cartón para tapiz (2,97 x 4,93 cm.) representa en primer término las figuras grandiosas de Noé y su mujer, dirigiendo el embarque de las parejas de animales de todas las especies, que van entrando en el arca de madera. Detrás de Noé, sus tres hijos, Sem, Cam y Jafet, con sus respectivas mujeres, hacen los preparativos para el viaje. Al fondo, se vislumbra ya el gran diluvio con inundaciones y personajes medio ahogados.



El cartón se suele atribuir al pintor romanista de Malinas, Michiel Coxcie, no sólo por sus claras conexiones estilísticas, sino también porque se conoce su labor de cartonista para tapices, en la que le inició su maestro Bernard Van Orley, creando escenas para algunas series destinadas a la Casa de los Austria. 

Entre ellas, realizó este, de la Historia de Noé, enviado a España en 1559, aunque durante el viaje de transporte por mar, se perdieron algunas piezas, que fueron vueltas a tejer en Bruselas por Wilhem de Pannemaker entre 1562 y 1565, llegando a la corte de Felipe II en 1566. De los cuatro tapices de esta serie, que continúa atesorando la colección de Patrimonio Nacional -Dios ordena a Noé que construya el Arca; Noé construye el Arca; Noé sale del arca con su familia y los animales y Noe sale del arca con su familia y los animales -el único de otro tejedor, Franz Geubels-, aunque ninguno presenta el tema del Embarque propiamente dicho.

La singularidad de los cuatro paños de la serie encargada por Felipe II, y que no presentan las otras historias de Noé, se encuentra en las aves y animales representados en sus cenefas, reflejo de las aficiones del rey por este tipo de representaciones naturalistas. Dichos animales son prácticamente idénticos a los que aparecen en este cartón, destacando la exquisitez y belleza con que están tratados, especialmente, los más exóticos.

Los cartones originales de Coxcie se guardaron en 1567 en el Guardajoyas del Palacio de Bruselas, por orden de Felipe II, y hoy se encuentran en paradero desconocido, a excepción de este extraordinario cartón, que entró en las colecciones reales españolas, ya durante el reinado de Alfonso XIII, en 1930, cuando se decidió comprarlo a un coleccionista alemán de Múnich. 

(Extracto, ligeramente resumido, del texto ofrecido por Patrimonio Nacional).

¿Qué decir, -a modo de broche de oro, y, para volver al punto de partida-, del extraordinario diálogo entre el caballo del Cid y el de don Quijote, que cierra el Prólogo de la primera parte de la obra maestra de Cervantes?

Diálogo entre Babieca y Rocinante

-¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

-Porque nunca se come y se trabaja.

-Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?

-No me deja mi amo ni un bocado.

-Andad, señor, que estáis muy mal criado,

pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

-Asno se es de la cuna a la mortaja;

¿queréislo ver? Miradlo enamorado.

-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.

-Metafísico estáis. -Es que no como.

-Quejaos del escudero. - No es bastante:

¿Cómo me he de quejar en mi dolencia

si el amo y escudero o mayordomo

son tan rocines como Rocinante?

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CERVANTES, gran lector, lleva la tradición a su obra y ofrece una crítica social, a veces irónica, a veces amarga, que precisamente, constituye su objetivo, en el Coloquio de los Perros.

¿Ironía y sarcasmo, para hacer burla, o amargura y decepción para hacer crítica?

    La más innovadora de todas [Las Novelas Ejemplares] es el "Coloquio de los perros", en el cual un perro, dotado una noche con el don maravilloso del habla, cuenta su vida azarosa, mezclada con observaciones acerbas de la sociedad, a un perro amigo. Esta novela, leída en castellano por Freud, contribuyó a la gestación de su teoría psicoanalítica. (D. Eisemberg).

NOVELA Y COLOQUIO QUE PASÓ ENTRE CIPIÓN Y BERGANZA, PERROS DEL HOSPITAL DE LA RESURECCIÓN, QUE ESTÁ EN LA CIUDAD DE VALLADOLID, FUERA DE LA PUERTA DEL CAMPO, A QUIEN COMÚNMENTE LLAMAN «LOS PERROS DE MAHUDES»

Fotografía de la fachada y portada del Hospital de la Resurrección, de Adolfo Eguren, tomada poco antes de su demolición. El cuerpo superior se conserva y se ha reubicado en el jardín delantero de la Casa de Cervantes y Academia de Bellas Artes.

Detalle del segundo cuerpo de la portada del hospital, colocado en el jardín delantero de la Casa de Cervantes y Academia de Bellas Artes.

La Puerta del Campo

Localización de la Puerta del Campo en el mapa de Diego Pérez (1787)

Licencia otorgada por el obispo de Valladolid Bartolomé de la Plaza a Luis de Mahudes dando permiso para pedir limosna por las calles, de noche, para el hospital de los Desamparados. En Valladolid 1598. Archivos del Hospital de la Resurrección, sección Desamparados, Libro 134, fol. 163

Cipión y Berganza hablando. Uno de los doce dibujos, encargados a Paret por el impresor Antonio Sancha, para una edición de las Novelas ejemplares de Cervantes que no se llegó a editar Dibujo preparatorio para la estampa grabada por Rafael Esteve Vilella hacia 1810 (BNE).

Antonio de Sancha (1783) El coloquio de los perros, gravado (sic).

Publicación original: Madrid, por Iuan de la Cuesta; Vendese en casa de Francisco de Robles, 1614. BNE. BVMC.

Teniendo en cuenta que, en realidad, Cervantes no necesita intermediarios, puesto que expresa mejor que nadie, cuanto desea decir, No trataremos de contar la historia de Cipión y Berganza, los inteligentes canes que el autor creó literariamente, para decir cuanto deseaba, nos reduciremos a resaltar algunos detalles de la conversación celebrada entre ellos, empezando por el asombro de ambos, cuando descubren, no solo que pueden hablar, sino también entender mutuamente lo que dicen.

BERGANZA.- Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza.

CIPIÓN.- Así es la verdad, Berganza; y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sin ella que la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional.

BERGANZA.- Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causa nueva admiración y nueva maravilla. 

CIPIÓN.- Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad; y así, habrás visto (si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro, donde suelen estar las figuras de los que allí están enterrados, cuando son marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura de perro, en señal que se guardaron en la vida amistad y fidelidad inviolable.

BERGANZA.- Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas donde estaban enterrados sus señores sin apartarse dellas, sin comer, hasta que se les acababa la vida. Sé también que, después del elefante, el perro tiene el primer lugar de parecer que tiene entendimiento; luego, el caballo, y el último, la jimia.

BERGANZA.-¿Qué te diría, Cipión hermano, de lo que vi en aquel Matadero y de las cosas exorbitantes que en él pasan? 

...ninguna cosa me admiraba más ni me parecía peor que el ver que estos jiferos con la misma facilidad matan a un hombre que a una vaca; por quítame allá esa paja, a dos por tres meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga de una persona, como si acocotasen un toro. 

BERGANZA.- ...una escurísima noche tuve yo vista para ver los lobos, de quien era imposible que el ganado se guardase. Agachéme detrás de una mata, pasaron los perros, mis compañeros, adelante, y desde allí oteé, y vi que dos pastores asieron de un carnero de los mejores del aprisco, y le mataron de manera que verdaderamente pareció a la mañana que había sido su verdugo el lobo. Pasméme, quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos y que despedazaban el ganado los mismos que le habían de guardar. Al punto, hacían saber a su amo la presa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comíanse ellos lo más y lo mejor. ...lleno de admiración y de congoja. ''¡Válame Dios! -decía entre mí-, ¿quién podrá remediar esta maldad? que la confianza roba y el que os guarda os mata?''

BERGANZA- Volvíme a Sevilla, como dije, que es amparo de pobres y refugio de desechados.

CIPIÓN.- Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.

CIPIÓN.- Advierte, Berganza, no sea tentación del demonio esa gana de filosofar que dices te ha venido, porque no tiene la murmuración mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta que darse a entender el murmurador que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir mal es reprehensión y el descubrir los defetos ajenos buen celo. Y no hay vida de ningún murmurante que, si la consideras y escudriñas, no la halles llena de vicios y de insolencias. Y debajo de saber esto, filosofea ahora cuanto quisieres.

CIPIÓN.- ...hay algunos que no les escusa el ser latinos de ser asnos.

BERGANZA.- ...y yo he visto letrados tontos, y gramáticos pesados...

CIPIÓN.-... maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieres, que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores; y por tu vida que calles ya y sigas tu historia.

BERGANZA.- Primero te quiero rogar me digas, si es que lo sabes, qué quiere decir filosofía; que, aunque yo la nombro, no sé lo que es; sólo me doy a entender que es cosa buena.

CIPIÓN.- Con brevedad te la diré. Este nombre se compone de dos nombres griegos, que son filos y sofía; filos quiere decir amor, y sofía, la ciencia; así que filosofía significa “amor de la ciencia”, y filósofo, “amador de la ciencia.

BERGANZA.- Mucho sabes, Cipión. ¿Quién diablos te enseñó a ti nombres griegos?

CIPIÓN.-…éstas son cosas que las saben los niños de la escuela, y también hay quien presuma saber la lengua griega sin saberla, como la latina ignorándola.

BERGANZA.- Acuérdome que cuando estudiaba oí decir al precetor un refrán latino, que ellos llaman adagio, que decía: Habet bovem in lingua. Los atenienses usaban, entre otras, de una moneda sellada con la figura de un buey, y cuando algún juez dejaba de decir o hacer lo que era razón y justicia, por estar cohechado, decían: “Este tiene el buey en la lengua”.

Por último, recordaremos que la principal crítica en esta novela, es la referida a alguaciles y escribanos, cuya actitud, parece que era casi un tópico en la sociedad del momento, pero nuestro autor, los presenta, sin generalizar, cuando encaja previamente, la idea de que no todos.., oigamos a Cipión:

-Sí, que decir mal de uno no es decirlo de todos; sí, que muchos y muy muchos escribanos hay buenos, fieles y legales,[…] que no todos entretienen los pleitos, ni avisan a las partes, ni todos llevan más de sus derechos, ni todos van buscando e inquiriendo las vidas ajenas para ponerlas en tela de juicio, ni todos se aúnan con el juez para «háceme la barba y hacerte he el copete», ni todos los aguaciles se conciertan con los vagamundos y fulleros, ni tienen todos las amigas de tu amo para sus embustes. […] Sí, que no todos como prenden sueltan, y son jueces y abogados cuando quieren...

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A modo de colofón:

No hay instante sin milagro. Al final de El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes Saavedra, se supone que habrá un segundo coloquio canino, el de Cipión. Tuvimos que esperar 19 años después de la muerte de Cervantes para escuchar los curiosos ladridos de este segundo perro, según fueron transcritos por Ginés Carrillo Cerón en su Novela o coloquio que tuvieron Cipión y Berganza, perros que llaman de Mahudes, segunda parte de la que hizo Miguel de Cervantes Saavedra en sus novelas. Formaba parte esta obra de la colección Novelas de varios sucesos, en ocho discursos morales (Granada: Blas Martínez, 1635). Digo «formaba» porque «desapareció» por algún tiempo (obra de encantadores, sin duda). Fue encontrada por Emilio Cotarelo en 1925 y mencionada en 1965 por Eugenio Asensio en su Itinerario del entremés. Reaparece ahora en toda su plenitud gracias al estimado colega Abraham Madroñal, quien la ha descubierto de nuevo y editado esmeradamente. Las ironías no podrían ser más suculentas.”

“La más matizada ironía, sin embargo, es que fuera el propio Lope de Vega, como Familiar del Santo Oficio de la Inquisición, quien otorgara la censura del libro de Carrillo Cerón ese mismo año. El apreciado colega Abraham Madroñal nos brindó este segundo ladrido en 2013, exactamente 400 años después del primero (el cervantino). ¡Wow! (¿Guau?). [¡Sí!] Felicitaciones y gracias a Abraham Madroñal.”

Madroñal, Abraham, ed. La segunda parte del «Coloquio de los perros» de Ginés Carrillo Cerón. Prólogo de Carlos Alvar. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2013. Publicación. Biblioteca de Estudios Cervantinos 31. 

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