viernes, 25 de noviembre de 2022

Marcel Proust ● El sentido de la vida a través del recuerdo.


Robert y Marcel Proust, en 1877

…Un día de invierno, cuando volví a casa, mi madre, viendo que tenía frío, me propuso que tomara, contra mis costumbres, un poco de té. Me negué al principio, pero, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a buscar uno de aquellos pastelillos pequeños y redondos, que llaman Petites Madeleines, que parecían haber sido formadas en las estrías de una concha de Santiago. 

De pronto, maquinalmente, abrumado por la triste jornada y la perspectiva de un también triste día siguiente, llevé a mis labios una cucharada del té, en el que había remojado un trozo de magdalena. Y en el mismo instante en que el trago, mezclado con miguitas del dulce tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo extraordinario que me pasaba.

1885

Me invadió un delicioso placer, aislado, sin la noción de su causa. De inmediato me trajo las indiferentes vicisitudes de la vida, sus inofensivos desastres, su ilusoria brevedad, del mismo modo que opera el amor, llenándome de una preciosa esencia, o quizás esta esencia no estaba en mí, sino que era yo mismo. 

Dejé de sentirme mediocre, contingente, mortal. ¿De dónde podía surgir tan poderosa alegría? Sentía que estaba ligada al sabor del té y del dulce, pero los superaba infinitamente, pues no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Dónde aprehenderla? Bebí un segundo trago y no encontré nada más que en el primero, y un tercero, me aportó menos que el segundo.

Era el momento de parar, pues la virtud del brebaje parecía disminuir. Estaba claro que la verdad que buscaba, no estaba, sino en mí. Despertó, pero no la conocía y no podía más que repetir indefinidamente, cada vez con menos fuerza, el mismo testimonio que no sabía interpretar, pero que quería, al menos poder poner intacto a mi disposición, de inmediato, para su aclaración definitiva.

Dejé la taza y me centré en mi mente para que ella misma encontrara la verdad. Pero ¿cómo? Grave incertidumbre, siempre que la mente se siente superada por ella misma; cuando el que busca es el paisaje oscuro en el que debe buscar y cuando todo su equipaje no le sirve de nada. ¿Buscar? No solamente, sino crear. Estás frente a algo que todavía no es y que debes hacer realidad, para poder entrar en su luz.

… … …

Y, de repente, apareció el recuerdo. El sabor era el del trocito de magdalena que los domingos por la mañana, en Combray (porque aquel día no salía antes de la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días en su habitación, me ofrecía mi tía Léonie, después de haberla sumergido en su infusión de té o de tila. 

La casa de la tía Léonie

... todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann, y las nínfeas de Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus casitas, y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo tomaba forma y solidez, y salía, ciudad y jardines, de mi taza de té.

1895
Primeras páginas de Du côté de chez Swann con las notas de revisión escritas a mano por el autor.

À la recherche du temps perdu, normalmente citado sencillamente como La Recherche, es una novela de Marcel Proust, escrita entre 1906 y 1922 y publicada entre 1913 y 1927, en siete tomos, de los que los últimos aparecieron después de la muerte del autor. Más que el relato de una secuencia determinada de sucesos, esta obra se interesa, no en los recuerdos del narrador, sino en una reflexión psicológica sobre la literatura, sobre la memoria del tiempo. Sin embargo, como señala Jean-Yves Tadié, en Proust y la Novela, todos estos elementos dispersos, se descubren ligados unos a otros, cuando, a través de todas sus experiencias, negativas o positivas, el narrador -que es también el protagonista de la obra-, descubre el sentido de la vida en el arte y en la literatura, en el último tomo.

Como siempre es cuestión de matices, a la palabra “recherche” se le podría aplicar, en este caso, el sentido, también usual, de “investigación” y probablemente, resultara más apropiado, pues de acuerdo con lo que escribe Proust, el protagonista no “buscaba” nada, sino que, es un hallazgo casual -la magdalena-, quien le devuelve al pasado y hace aflorar los recuerdos de forma inesperada, y es solo a partir de entonces, cuando emprende el análisis exhaustivo de los mismos, es decir, su “recherche”.

El resultado, es genial; À la recherche du temps perdu es considerado como una de las mejores obras de Literatura del siglo XX.

1906

“La Recherche” se publicó en siete tomos: 

1. Du côté de chez Swann/ Por el Camino de Swan, editado a cuenta del autor, por Grasset, en 1913, seguido de una versión modificada de Gallimard, 1919.

2. À l'ombre des jeunes filles en fleurs/A la Sombra de las Muchachas en Flor. 1919, Gallimard. Fue galardonado con el Premio Goncourt.

3. Le Côté de Guermantes/El Mundo de Guermantes, en dos volúmenes, por Gallimard, 1920-21.

4. Sodome et Gomorrhe I et II/Sodoma y Gomorra, I y II. Gallimard, 1921-1922)

5. La Prisonnière/ La Prisionera. Póstumo, en 1923.

6. Albertine disparue/Albertine desaparecida. Póstumo, en 1925, su título original, era La Fugitive.

7. Le Temps retrouvé/El Tiempo Reencontrado. Póstumo, 1927.

Considerando estas divisiones, la redacción y la publicación, se hicieron de forma paralela, e incluso el concepto que Proust tenía de su novela, evolucionó en el transcurso del proceso.

Cuando se publicó el primer tomo por cuenta del autor, en Grasset, 1913, gracias a René Blum -Proust conservó la propiedad literaria-, la guerra interrumpió la publicación del segundo y permitió al autor rehacer la obra, que adquirió amplitud en el transcurso de noches de trabajo agotadoras. Trabajó sin descanso sus borradores dactilografiados y manuscritos, y se propuso poner fin a su colaboración con el editor. La Nouvelle Revue Française, -NRF-, dirigida por Gaston Gallimard, que estaba en plena batalla editorial con Grasset desde 1914, pero cometió el error de negarse, en 1913, a publicar Du côté de chez Swann, pues André Gide, figura dominante del comité editorial de la NRF, juzgó que se trataba de un libro snob dedicado a Gaston Calmette, director de Le Figaro. La NRF, que se consideraba abanderada de la renovación de las letras francesas, agravó el caso el 1º de enero de 1914, cuando uno de sus fundadores, Henri Geon, juzgó Du côté de chez Swann, como “una obra de ocio en la más plena acepción del término”. Sin embargo, escritores de renombre como Lucien Daudet, Edith Wharton y Jean Cocteau, no ocultaron sus elogios a este primer tomo. André Gide reconoció inmediatamente su error y suplicó a Proust que se uniera a la NRF, que había recuperado la posibilidad de imprimir. Proust informó a Grasset de su intención de abandonarlo en agosto de 1916, y tras un año reglamentando el problema: cuestión de indemnizaciones, compensaciones y pago de derechos, Gaston Gallimard lanzó la publicación de dos volúmenes que compró a su concurrente, y en octubre de 1917, a los casi doscientos ejemplares de Swann, que no se habían vendido; les puso una cubierta de la NRF antes de volver a sacarlos a la venta.

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I Du côté de chez Swann

I.

Durante mucho tiempo me acostaba temprano. A veces, apenas se apagaba la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decir “me duermo·. Y, más o menos, media hora después, el pensamiento de que era hora de dormir, me despertaba; quería dejar el libro que aún creía tener en las manos y soplar la vela...

Combray, el nombre dado por Proust al pueblo de su infancia, Illiers, -rebautizado tras su fallecimiento, como Illiers-Combray-, abre La Recherche du Temps Perdu. El narrador, ya adulto, recuerda las distintas habitaciones en las que ha dormido a lo largo de su vida, especialmente, la de Combray, donde pasaba las vacaciones cuando era pequeño. La habitación protagonista se encuentra en la casa de su tía abuela, prima de su abuelo, “mi tía abuela en cuya casa vivíamos…”

Marie de Rabutin-Chantal. Mme. de Sevigné. Marquesa. De Claude Lefébvre-(Atrib.) Museo Carnavalet. París. La escritora preferida de la abuela de Marcel Proust

El narrador recuerda hasta qué punto, la hora de acostarse era una tortura para él; significaba que iba a pasar una noche entera lejos de su madre, lo que le causaba enorme angustia: “en el momento en el que tenía que meterme en la cama, lejos de mi madre y de mi abuela, mi dormitorio se convertía en el punto fijo y doloroso de mis preocupaciones”. Durante mucho tiempo había olvidado aquel episodio de sus estancias en la casa de su tía abuela, hasta que un día, su madre le ofreció una taza de té y unas magdalenas que, al principio rechazó, pero que después terminó aceptando. Fue entonces cuando, años después, el té y las migas del dulce, hicieron resurgir toda la parte de su vida pasada en Combray. “...y todo Combray y sus alrededores, todo, cobró forma y solidez, y salió, villa y jardines, de la taza de té.” Este fragmento dio lugar a la expresión popular “magdalena de Proust”, empleada para calificar, frecuentemente un alimento, que le trae a alguien recuerdos felices.

Esta parte de la vida del narrador no solo está marcada por el drama de la hora de acostarse; fue también ocasión de despertar sus sentidos; el olor de las zarzas, la vista de la naturaleza en los alrededores de Combray durante sus paseos, etc.; la lectura, las novelas de Bergotte, autor ficticio, que será, incluso, un personaje de la novela; el narrador pasea por Combray de extremo a extremo con su familia; la parte de Méseglise, o la de Guermantes, si el tiempo lo permite. Adora a su madre y a su abuela, y más globalmente, su familia aparece como un capullo en el que el narrador niño, se siente feliz, protegido y mimado.

Un amour de Swann es un paréntesis en la vida del narrador. Aquí relata la gran pasión que sintió Charles Swan, al que conoce en la primera parte, como vecino y amigo d la familia; por la “cocotte” Odette de Crécy. En esta parte, vemos a un Swann enamorado, pero torturado por los celos y la desconfianza hacia Odette. Los amantes viven cada uno en su casa y cuando Swann no está a su lado, le corroe la inquietud; se pregunta qué hará Odette, si no lo está engañando. Odette frecuenta el salón de los Verdurin, matrimonio de ricos burgueses que todos los días reciben a un círculo de amigos para cenar, charlar o escuchar música. Al principio, Swann encuentra a Odette en este ambiente, pero poco después, tiene la desgracia de no complacer ya a la señora Verdurin, que lo aparta de las veladas organizadas en su casa, por lo que cada vez tiene menos oportunidades de ver a Odette, por lo que sufre angustiosamente; después, poco a poco sale de su pena y se sorprende: “¡Y pensar que he malgastado años de mi vida y que he deseado morir... por una mujer... que no era mi tipo!”.

El paréntesis no es anecdótico; prepara la parte de la Recherche en la que el protagonista conocerá sufrimientos similares a los de Swann.

En cuanto a los nombres de los lugares, empiezan por un ensueño sobre las habitaciones de Combray y sobre la del gran hotel de Balbec; ciudad imaginaria inspirada, en parte por la villa de Cambray. Ya adulto, el narrador compara y distingue habitaciones. Recuerda que siendo muy joven, pensaba en los nombres de los diferentes lugares, tales como Balbec, pero también, Venecia, Parma o Florencia. Por entonces, le hubiera gustado descubrir la realidad que se escondía tras aquellos nombres, pero el médico de la familia desaconsejó todo proyecto de viaje, a causa de una fea fiebre que había contraído. Tuvo entonces que permanecer en su habitación de París; sus padres vivían a dos pasos de los Champs-Élysées, y solo pudo permitirse paseos por París con su nodriza Françoise. Es entonces cuando conoce a Gilberte Swann, a quien ya había visto en Combray. Se hace amigo de ella y se enamora. Su gran asunto en aquel momento era ir a jugar con ella y sus amigos a un jardín próximo a los Champs-Elysées. Se las ingenia para cruzarse con los padres de Gilberte y saluda a Odette Swann, convertida en la esposa de Swann y madre de Gilberte.

II À l’ombre des jeunes filles en fleurs

Empieza en París, y toda una parte, titulada Autour de Madame Swann/En torno a Mme. Swann, marca la entrada del protagonista en la casa de los padres de Gilberte Swann, a la que va, invitado por su joven amiga, para jugar o cenar. Se queda tan prendado, que una vez de vuelta en casa de sus padres, hace todo lo que puede para llevar la conversación al tema de Swann; todo lo que compone el universo de Swann le parece magnífico: “no sabía ni el nombre ni la clase de cosas que había ante mis ojos y solo comprendía que, si estaban cerca de los Swann, debían ser extraordinarias.” Se siente feliz y orgulloso de salir por París con los Swann. 

Es durante una cena en su casa cuando conoce al escritor Bergotte, cuyos libros le gustaban desde hacía mucho tiempo. Pero queda defraudado, porque, el verdadero Bergotte, está a mil millas de la imagen que de él se había forjado por la lectura de sus obras. “Todo el Bergotte que yo había elaborado lentamente... de golpe, no servía para nada...

La relación con Gilberte evoluciona: todo se viene abajo y el narrador decide no verla más. Su pena es intermitente. Poco a poco, consigue distanciarse de ella y no sentir nada más que indiferencia con respecto a ella. Sigue, no obstante, ligado a Odette Swann.

Dos años después de la ruptura, se va a Balbec con su abuela -en la parte titulada Nombres de ciudades: la ciudad”-. 

Al marcharse a la estación balnearia, se siente desgraciado, pues va a encontrarse lejos de su madre. Su primera impresión de Balbec, es la decepción; la ciudad es distinta de lo que había imaginado. Por otra parte, la perspectiva de una primera noche en un lugar desconocido, le asusta. Se siente solo cuando, día tras día, observa a la gente que frecuenta el hotel. Su abuela se acerca a una de sus viejas amigas, la señora Villeparisis y comienza una serie de paseos en el coche de esta aristócrata. En el transcurso de uno de ellos, el narrador siente una extraña impresión al ver tres árboles cuando el coche se acerca a Hudimesnil. Siente que la alegría le invade, pero no sabe por qué. Piensa que debería pedir que pararan el coche para ir a ver de cerca aquellos árboles, pero renuncia por pereza. La señora de Villeparisis le presenta a su sobrino, Saint-Loup, del cual se hace amigo. Se encuentra con Albert Bloch, un amigo de la infancia, y se lo presenta a Saint-Loup. Finalmente conoce al barón de Charlus -un Guermantes, como la señora Villeparisis y muchos otros personajes de la obra-. El protagonista se sorprende por el extraño comportamiento del barón, que empieza por mirar intensamente al protagonista, y después, cuando lo conoce, se muestra increíblemente lunático. Poco a poco, el narrador ensancha el círculo de sus conocimientos. Albertine Simonet y sus amigas, hacen amistad con él y al principio, se siente atraído por alguna de ellas. Termina por enamorarse de Albertine. 

Llega el mal tiempo, la estación termina y el hotel se vacía.

III Le Côté de Guermantes

Esta parte se divide en dos secciones cuyos acontecimientos se desarrollan esencialmente en París: los padres del narrador cambian de alojamiento y en adelante, viven en una parte del hotel de los Guermantes. Su doncella, la vieja Françoise, lamenta el traslado. El narrador piensa en el nombre de los Guermantes, como antes pensaba en los nombres de los lugares. Le gustaría mucho integrarse en el mundo de la aristocracia. Para acercarse a la señora de Guermantes, a la que importuna siguiéndola indiscretamente por París, decide visitar a su amigo Robert de Saint-Loup, que está de guarnición en Doncières. “La amistad, la admiración que Saint-Loup sentía hacia mí, me parecían inmerecidas y me resultaban indiferentes. De pronto, vi en ello un premio; me hubiera gustado que se lo revelara a la señora de Guermantes, y habría sido capaz de pedirle que lo hiciera. Visita, pues, a su amigo, que le recibe con mucha amabilidad y está atento a todos los menores detalles con él. De vuelta en París, el protagonista se entera de que su abuela está enferma. Saint-Loup aprovecha un permiso para ir a París; sufre a causa de su amante, Rachel, a quien el narrador identifica como una antigua prostituta que trabajaba en una casa de citas. El narrador frecuenta el salón de la señora Villeparisis, la amiga de su abuela, y observa mucho a las personas que la rodean. Todo esto da al lector una imagen muy detallada del barrio de Saint-Germain entre el final del siglo XIX y el principio del XX. El narrador empieza a frecuentar el salón de los Guermantes. La salud de su abuela se sigue deteriorando; es víctima de un ataque cuando pasea con su nieto.

IV Sodome et Gomorrhe

El título evoca las dos ciudades destruidas por Dios para castigar a sus habitantes, infieles e inmorales. En esta entrega, el narrador descubre que la homosexualidad está muy presente en su entorno. Un día descubre la del señor de Charlus, así como la de Jupien, fabricante de chalecos, que vive cerca de su casa. Charlus no es solo el amante de Jupien; rico y cultivado, sino que también es su protector. El narrador, tras descubrir la “inversión sexual” de Charlus, asiste a una velada en casa de la princesa de Guermantes, lo que le permite observar de cerca el mundo de la aristocracia del barrio de Saint-Germain, y se entrega a consideraciones sobre esta parte de la sociedad. Después de una larga velada, el narrador vuelve a su casa y espera la visita de su amiga Albertine, que se hace esperar, lo que irrita al protagonista y se angustia. Finalmente llega, y el hielo se funde, pero, dicho esto, el corazón del narrador, es inestable. A veces, ya no siente amor por Albertine, algo que él llama “intermitencias del corazón”. 

Hace una segunda visita a Balbec. Esta vez está solo, porque su abuela ha muerto, lo que le lleva a hacer comparaciones con su primera estancia en la estación balnearia. Al descalzarse, recuerda que antaño, su abuela misma le quitaba los zapatos con amor. El recuerdo le perturba; solo ahora comprende que ha perdido para siempre a su abuela que le adoraba. Esta estancia en Balbec queda pautada por los sentimientos que, como dientes de sierra, tiene por Albertine: tanto si se siente enamorado, como si ella le resulta indiferente, piensa en romper. Y empieza a sospechar de ella; se pregunta si no será lesbiana. Pero no alcanza ninguna certeza. Al final del segundo día, decide casarse con ella, pensando que, al hacerlo, cambiará sus inclinaciones.

V La Prisonnière

Vida en común con Albertine. 

El narrador ha vuelto a París, a la casa de sus padres, ausentes en aquel momento y se instala allí con Albertine y Françoise la doncella. Cada uno tiene su habitación y su cuarto de baño. El narrador hace todo lo posible por controlar la vida de Albertine, para evitar que se cite con mujeres. La mantiene, por así decirlo, prisionera en su casa, y cuando sale, él se las arregla para que Andrée, una amiga común, la siga en todos sus desplazamientos. La actitud del narrador está muy próxima a la de Swann con Odette, en Un amour de Swann. El amor, lejos de hacerle feliz, suscita una continua desconfianza y unos celos permanentes. El protagonista se da cuenta también, de que a pesar de todas sus precauciones, Albertine le resulta extraña en muchos aspectos. Haga lo que haga, constituye un misterio para él. La vida en común no durará mucho tiempo. Un día, Françoise anuncia al narrador que Albertine se ha ido al amanecer.

VI Albertine disparue

La tristeza y el olvido.

“¡La Señorita Albertine se ha ido!” El sufrimiento psicológico va mucho más lejos que la propia psicología. Hace un momento, analizándome, creía que esta separación para siempre, era justamente lo que deseaba, pues comparando la mediocridad de los placeres que me proporcionaba Albertine, con la riqueza de los deseos que me impedía realizar, me había sentido sutil, y había concluido que no quería volver a verla y que ya no la amaba. Pero aquellas palabras: ”La Señorita Albertine se ha ido”, acababan de producir en mi corazón tal sufrimiento, que creí que no podría resistirlo mucho tiempo.

En algunas ediciones, esta parte se titula La Fugitive, originalmente deseado por Proust, pero que era ya el título de otro libro, aunque se corresponde muy bien con el contenido, que forma un díptico con La Prisonnière. Albertine escapa de la casa del narrador en cuanto siente su completa indiferencia hacia ella, lo que provoca un nuevo giro en el corazón de este. Hace todo lo posible para encontrar a su amada y quiere creer que pronto volverá a su lado. 

Desgraciadamente se entera por un telegrama que Albertine ha muerto, víctima de una caída del caballo. Se le ha ido definitivamente. Su corazón oscila entre el sufrimiento y el desapego. Se dedica con Andrée a un trabajo de investigación para deducir si ella era, o no, lesbiana y descubre que, efectivamente, era el caso.

Va a casa de la duquesa de Guermantes y se cruza con su amor de la infancia, Gilberte Swann, convertida en la señorita Gilberte de Forcheville: Swan ha muerto de enfermedad y Odette se ha vuelto a casar con el señor de Forcheville. Swan soñaba con hacer admitir a su mujer en los medios aristocráticos a título póstumo y se cumple con el segundo matrimonio de Odette. El narrador viaja a Venecia con su madre. A la vuelta, se entera de la boda de Gilberte con su amigo Robert de Saint-Loup. Algún tiempo después, va a Tansonville, no lejos de Combray, a visitar a los recién casados. Gilberte confía al narrador que es desgraciada, porque Robert la engaña. Es cierto, pero ella cree que es con mujeres, mientras que a Robert le atraen los hombres.

VII Le Temps retrouvé

Tansonville

El comienzo de esta última entrega transcurre todavía en Tansonville. El narrador, que quería convertirse en escritor desde que era niño, lee un fragmento del Journal des Goncourt/Diario de los Goncourt, antes de dormir, y se convence de que no es capaz de escribir, por lo que decide renunciar a ser escritor. Estamos en plena Primera Guerra Mundial. El París de la época, presenta personajes globalmente germanófobos y totalmente preocupados por lo que pasa en el frente. Charlus es una excepción; es germanófilo. Saint-Loup se ha alistado, ha ido a combatir y ha muerto en el campo de batalla. Después de la guerra, el narrador acude a una velada en casa de la princesa de Guermantes. De camino, toma de nuevo conciencia de su incapacidad para escribir. 

El final de un fragmento de música en el salón-biblioteca de los Guermantes, donde el sonido de una cuchara, la rigidez de la servilleta que usa, etc. desencadenan en él el placer que sentía antaño, en tantas ocasiones, al ver los árboles de Hudimesnil, por ejemplo. Esta vez decide profundizar sus impresiones; descubrir por qué ciertas sensaciones le hacen tan feliz. Comprende finalmente, que la memoria involuntaria es la única capaz de resucitar el pasado; que la obra de arte permite vivir una verdadera vida, lejos de mundanidades y que permite también abolir los límites impuestos por el Tiempo.

El protagonista está por fin preparado para crear una obra literaria.

(Resumen traducido de Wikipedia Fr.)

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“Tuve la desgracia de empezar mi libro con la palabra “yo” e inmediatamente se dedujo que, en lugar de tratar de descubrir leyes generales, me analizaba en el sentido más individual y detestable de la palabra”. Marcel Proust.


A pesar de su intenso personalismo, resulta una evidencia, que la filosofía y la estética de Proust, reflejan claramente, por ejemplo, la filosofía de Schopenhauer; la sociología de Gabriel Tarde; el Impresionismo; la música de Wagner o el desdichado asunto Dreyffus.

Schopenhauer, por Jules Lunteschütz. -Gabriel Tarde, Profesor del Collège de France

Claude Monet: Impression, soleil levant, 1872, Paris, Musée Marmottan Monet

Wagner, 1871, fotografía de Franz Hanfstaengl. -La degradación de Dreyfuss Dibujo de Henri Meyer en el Petit Journal del 13.1.1895, con el título, “El Traidor”.

Su estilo es, no obstante, muy personal. Sus frases, a menudo, largas y la construcción compleja, recuerdan al duque de Saint-Simón, uno de los autores que cita con más frecuencia. Algunas frases requieren un cierto esfuerzo por parte del lector para distinguir su estructura y, por tanto, su sentido más preciso. Los contemporáneos de Proust, afirmaron que empleaba prácticamente el mismo lenguaje en su conversación. El académico Jacques de Lacretelle, amigo de Proust, informó que “un profesor americano, M. Herbert de Ley, autor de un estudio corto pero preciso y documentado, titulado Marcel Proust et le duc de Saint-Simon, constató que, de unos cuatrocientos personajes aristocráticos de Proust, casi la mitad tienen nombres que aparecen en las Mémoires de Saint-Simon.

Los dos escritores que influyeron más profundamente en Proust, marcando un eje en la “Recherche du Temps perdu”, son, sin discusión, Saint-Simón y Balzac. Y, sin embargo, ¡qué diferencia de temperamento y de formación entre ellos!”. 

(Jacques de Lacretelle: “Saint-Simon et Proust”.)

Saint-Simon, de Jean-Baptiste van Loo, 1728, detalle. Castillo de Chasnay. Col. Privada.- Honoré de Balzac.

Su particular estilo traduce una voluntad de captar la realidad en todas sus dimensiones, en todas las percepciones posibles; en todas las facetas del prisma de los diferentes personajes. Reúne preocupaciones e impresiones, pues la realidad solo tiene sentido a través de la percepción, real o imaginaria, que de ella tiene el sujeto.

Su prisma no es solo el de los actores, sino el de cada uno de ellos, desde los diversos puntos de vista del tiempo que pasa; el punto de vista del momento presente, del pasado y el pasado tal como lo vuelve a percibir en el presente.

Pero la obra no se limita a esta dimensión psicológica e introspectiva, sino que analiza, a menudo, sin piedad, la sociedad de su tiempo: la oposición entre la esfera aristocrática de los Guermantes, y la burguesía advenida de los Verdurin, a los que hay que añadir el mundo de los servidores domésticos, representados por Françoise. Al hilo de los tomos, la obra refleja también la historia contemporánea, desde las controversias del affaire Dreyfus, hasta la Guerra del 14. 

De izquierda a derecha, de pie: Príncipe Edmond de Polignac, Princesa de Brancovan, Marcel Proust, Ppe. Constantin Brancoveanu (hermano de Anna de Noailles), y Léon Delafosse. Debajo: Madame de Montgenard, Princesa de Polignac, Condesa Anna de Noailles. Delante: Princesa Helen Caraman-Chimay (hermana de Anna de Noailles) y Abel Hermant. Antes de 1901.

Por otra parte, la acción se inscribe en un tiempo perfectamente definido por numerosas referencias históricas que fijan con claridad el período de la Recherche, por ejemplo, cuando Swann empieza a frecuentar a los Verdurin, estos han asistido al entierro de Gambetta, Ministro de la III República, o en “les jeunes filles en fleur”, se narra la visita del Zar Nicolás II a París, en otoño de 1896.

 

Gambetta, fotogr. Carjat.- Nicolás II.

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¿Cómo compuso Marcel Proust À la recherche du temps perdu?/En busca del tiempo perdido. ¿Cómo fue imaginada esta obra, creada, transmitida, incluso tras la muerte del escritor, en 1922, hasta convertirse en una de las más célebres de la literatura mundial?

Una exposición organizada tomo tras tomo, cuenta la historia de À la recherche, apoyándose en los resultados de veinte años de investigación proustiana.

Con ocasión del Centenario de la muerte de Marcel Proust, la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), propone, desde el 11 de octubre de 2022, hasta el 22 de enero de 2023, una exposición consagrada a À la recherche du temps perdu, que reúne más de 370 documentos, entre manuscritos, cuadros, fotografías, objetos y vestimentas.

Marcel Proust, "À la recherche du temps perdu", manuscrito autógrafo. Sesenta y dos cuadernos de borradores, incluyendo los de las diferentes partes de la “Recherche” en diversos estadios de su redacción. BnF. 

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EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO. El protagonismo de la imagen pictórica en el tiempo de Marcel Proust.

Hay una relación prácticamente completa en la obra de Eric Karpeles, “El Museo Imaginario de Marcel Proust”, que solo anota las obras citadas por su nombre o evocadas con suficiente precisión, para ser identificadas. 

Proust frecuentaba el Museo del Louvre con mucha regularidad, así como las exposiciones de las galerías parisinas. También viajaba al extranjero, especialmente, a Italia y los Países Bajos donde vio numerosas obras que también cita. Del mismo modo, se inspiró en reproducciones publicadas en libros y revistas de arte.

“Solo por el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve otro de este universo que no es el mismo que el nuestro y cuyos paisajes nos resultarían tan desconocidos como los que puede haber en la Luna. Gracias al Arte, en lugar de ver un solo mundo; el nuestro, lo vemos multiplicarse, y cuantos más artistas originales haya, más mundos tendremos a nuestra disposición.

—Marcel Proust, Le Temps retrouvé / El Tiempo recuperado

Jean-Baptiste-Camille Corot – La Catedral de Chartres. Louvre

“en lugar de [darme] fotografías de la Catedral de Chartres... se informaba por Swann si algún gran pintor la había representado...”

Turner. 1817-20. Getty

Tiziano: Asunción de María, 1516-18. Santa María Gloriosa dei Frari en Venecia. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2)

Mona Lisa. Leonardo da Vinci, 1503-6. Louvre. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2).
“Harmonie en rose et or” de J.M. Whistler, 1871-74. Frick Coll. NY. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2).
Los Hijos de Edward, (Niños de la Torre) de Paul Delaroche, en 1830. Louvre. Le Côté de Guermantes (tome 3).
Frans Hals - De regentessen van het oudemannenhuis / Las Regentes de la Casa de los Ancianos. Frans Hals Museum, Haarlem, Países Bajos. Le Côté de Guermantes (tome 3).

James Tissot – Le Cercle de la Rue Royale. 1868. Orsay. La Prisonnière (tome 5)
Une coque de cheveux noirs en forme de cœur, appliquée au long de l’oreille comme le nœud d’une infante de Velasquez. Una concha casco de pelo negro en forma de corazón, aplicado a lo largo de la oreja como una infanta de Velazquez. Velázquez. Meninas, fragmento. Museo del  Prado.
El Tiempo Reencontrado. T. VII. Primera Guerra Mundial

Viendo al Apocalipsis en el cielo -los aviones enfocan sus proyectores sobre la ciudad-, como en el Entierro del Conde de Orgaz, del Greco, dos diferentes planos son paralelos.


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jueves, 17 de noviembre de 2022

UFFIZI 4/2 ● Miguel Ángel, Bio-Gráfica ● Rafael Sanzio


Miguel Ángel (1475-1564), nos legó la posibilidad de recorrer una biografía, en la que cada hito, es una obra maestra.

Madonna della Scala,  Virgen de la escalera, c. 1491. Es la primera obra conocida de Miguel Ángel. Casa Buonarroti, Florencia.

No hace mucho tiempo que Leonardo (el sobrino de Miguel Ángel) tiene también en su casa, en memoria de su tío, el bajo relieve de una Madonna de mármol, de medida no más grande que un brazo. Miguel Ángel la esculpió cuando era joven y copió el estilo de Donatello con tanto éxito, que parece obra suya, quitando que posee un diseño más gracioso. Leonardo posteriormente regaló esta obra al Duque Cosimo de Médici, quien la considera singular, ya que es la única escultura de bajorrelieve dejada por Miguel Ángel. VASARI

Entre 1490 y 1492, es decir, entre los 15 y los 17 años, Miguel Ángel hizo sus primeros dibujos sobre frescos de Masaccio y Giotto; y en el terreno del relieve escultórico, creó la Virgen de la Escalera, y La Batalla de los Centauros, conservados ambos en la Casa Buonarroti de Florencia, muestran ya un estilo definido, entre la herencia florentina de los siglos XIV y XV y un evidente arraigo en el arte clásico. 

La Batalla de los Centauros. Basado en La Metamorfosis, de Ovidio, Libro XII.

Al morir Lorenzo El Magnífico, en 1492, Miguel Ángel talló una estatua de mármol de Hércules -considerado, en cierto modo, como protector de la ciudad-, que terminó en poder del rey de Francia, Enrique III, quien la hizo colocar en un jardín en Fontainebleau, donde Rubens la vio y decidió hacer un dibujo de la misma, que, afortunadamente, se conserva en la Casa Buonarroti, porque la estatua desapareció en 1713. 

Hércules. Louvre

Después, pasó una temporada en el convento del Santo Spirito, donde tenía la posibilidad de realizar observaciones anatómicas, con los cadáveres procedentes de su hospital. Allí realizó un Crucifijo de madera policromada, para el Prior, que, sorprendentemente, presenta un cuerpo muy juvenil, con una cabeza de adulto. Los colores son muy tenues, con ligeras marcas de sangre. La talla se perdió durante la dominación francesa y no fue recuperada hasta 1962, cubierta con una gruesa capa de pintura, que la hacía prácticamente irreconocible.

Crucifijo del Santo Spirito. Madera policromada. 1492-1494

La Florencia de entonces, regida por Piero de Médici -hijo de Lorenzo el Magnífico-, perdió su atractivo para Miguel Ángel, que decidió marchar a Bolonia en octubre de 1494. Allí admiró la obra esculpida en relieve en la Puerta de San Petronio, de Jacopo della Quercia, un brillante maestro escultor del gótico tardío, creador de increíbles anatomías, yacentes, y vestidos con admirables pliegues.

Jacopo della Quercia: Ángel de Anunciación. Siena 1410. Talla en Nogal. Museo Bode, Berlín.

Francesco Aldovrandi le encargó tres obras para completar la sepultura del fundador del convento de San Domenico Maggiore, llamada Arca de Santo Domingo, para la que esculpió un Ángel arrodillado que sostiene un gran candelabro.

Ángel de la basílica de Santo Domingo de Bolonia. 1495

Antes de volver a Florencia, un joven Miguel Ángel -apenas 19 años-, demuestra que ha superado ya las más amplias expectativas, con la creación de las esculturas de San Próculo y San Petronio, que se conservan en la basílica de Santo Domingo de Bolonia

Miguel Ángel: San Próculo y San Petronio. Basílica de Sto. Domingo, Bolonia.

Por entonces -1495-, este más que sorprendente genio, atravesó un período de inquietud; el dominico Girolamo Savonarola, logró que los Médici fueran expulsados de Florencia, al tiempo que reivindicaba, no sólo la vuelta al arte exclusivamente sacro, sino también la destrucción del arte pagano; una actitud que sembró la duda en la mente de Miguel Ángel, pues el fraile reclamaba la prohibición de cualquier representación del cuerpo humano desnudo, como un pecado. Para mostrarlo de forma práctica, el 7 de febrero de 1497, el ardiente predicador organizó un acto en la Plaza de la Señoría, donde, en una gran hoguera -la Hoguera de las Vanidades-, hizo quemar imágenes, joyas, instrumentos musicales, y hasta las obras de Boccaccio y Petrarca. Alejandro VI lo excomulgó, pero Savonarola repitió la hazaña el año siguiente, reincidencia que, finalmente, determinó su arresto y condena a muerte, llevada a cabo en la hoguera, el 23 de mayo de 1498.

Ya de vuelta en Florencia, entre 1495 y 1496, Buonarrotti creó dos tallas: San Juanito, esculpido para Lorenzo de Pierfrancesco de Médicis, y Cupido Durmiente. San Juanito fue donado a Francisco de los Cobos, secretario de Carlos I, por Cosme de Médici. Cupido durmiente, realizado según el canon helenístico más clásico, fue enterrado para conseguir una pátina de antigüedad, y vendido al cardenal de San Giorgio, Raffaele Riario, como pieza auténtica, pero sin conocimiento de Miguel Ángel. Adquirido después por César Borgia, se lo regaló a Isabel de Este, y ya en 1632, fue enviado a Inglaterra como regalo para el rey Carlos I, A partir de entonces, se le perdió la pista, y sólo lo conocemos por una pintura de Giulio Romano.

San Juanito. Úbeda. -Cupido Durmiente, copia pintada por Giulio Romano. Nat. Gal. Londres

Baco con un Sátiro. (1496-1498) Museo del Bargello, Florencia. 

El día 20 de junio de 1496, -el joven artista tiene entonces 21 años-, marcha a Roma, y muy pronto realiza su primera escultura; Baco con un Sátiro (arriba) de tamaño natural, y con una apariencia muy, muy clásica, por encargo del cardenal Riario, que después la rechazó, siendo entonces adquirida por el banquero Jacopo Galli, quien, a su vez, la vendió a Francisco I de Médici, y hoy se expone en el museo del Bargello, en Florencia. Es calificada como la primera gran obra maestra de Miguel Ángel, una vez alejado el temor a Savonarola.

Por medio del coleccionista Galli, en 1497, el cardenal francés Jean Bilhères de Lagraulas le encargó una Piedad que debía decorar su propio mausoleo en la Capilla de Santa Petronila de la antigua basílica de San Pedro. Más tarde sería incluida por Bramante en la nueva construcción de la Basílica.

Miguel Ángel realizó una Virgen apacible y muy joven, y un Cristo que parece serenamente dormido, a pesar de lo cual, su contemplación, emociona profundamente.

Curiosamente, esta es la única obra que firmó Miguel Ángel, y lo hizo sobre la cinta que atraviesa el pecho de la Virgen:

MICHAEL. ANGELVS. BONAROTVS. FLORENTINVS]. FACIEBAT

En la primavera de 1501; cinco años después de su última estancia, Miguel Ángel volvió a Florencia, que tras la muerte de Savonarola se había convertido en una república gobernada por el gonfaloniere -literalmente, el que lleva el estandarte-, Piero Soderini, quien, como admirador de Miguel Ángel, le hizo uno de los encargos, que resultó ser de los más importantes de su vida: la escultura de David

Disponía al efecto, Soderini, de un enorme bloque de mármol, con el que había empezado a trabajar Agostino di Duccio, en 1464 y que se encontraba en Santa María del Fiore. De acuerdo con Vasari, el gonfaloniere estaba convencido de que el mármol ya era prácticamente inservible, pero, aun así, pidió a Miguel Ángel, que hiciera “lo que pudiera”. 

El artista dedicó más de dos años a la tarea, en secreto y, cuando la terminó, tras el informe elaborado por una comisión formada por los artistas: Francesco Granacci, Filippino Lippi, Sandro Botticelli, Giuliano da Sangallo, Andrea Sansovino, Leonardo da Vinci y Pietro Perugino, entre otros, se decidió colocarla en la Plaza de la Señoría, frente al Palazzo Vecchio. Desde allí, se trasladó en 1873 al museo de la Galleria dell'Accademia, para su mejor conservación, dejando en su lugar una copia, también en mármol.

Con la gran imagen, David, que ha derrotado a Goliat, Miguel ángel personalizó la fortuna de los florentinos, que la percibieron como el símbolo victorioso de la democracia. 

David. Galería de la Academia, Florencia.

Por las mismas fechas, estuvo trabajando en el Tondo Taddei, un relieve de mármol de la Virgen con el Niño y san Juan Bautista, también niño, a la izquierda, con un pájaro en la mano. 

El Tondo Taddei, en la Royal Academy of Arts de Londres.

Sólo la figura de Jesús y la parte superior de la Virgen están acabadas. El relieve fue adquirido por Taddeo Taddei, protector de Raffaello Sanzio, y actualmente se conserva en la Royal Academy of Arts, de Londres. 

Tondo Pitti. Museo del Bargello

Otro alto relieve, el Tondo Pitti, también de mármol, que había sido empezado para Bartolomeo Pitti, muestra la Virgen sentada, con Jesús, apoyado en un libro abierto sobre las rodillas de su madre. Al igual que el Taddei, también quedó sin terminar. 

La Madonna de Brujas, c, 1503. Iglesia de Nuestra Señora. Brujas.

Realizada inmediatamente después de la Piedad, del Vaticano, por encargo de los Mouscrom, comerciantes flamencos. La Virgen y el Niño presentan en las vestiduras, un claro parecido con su precedente.

La denominada “Tragedia de la sepultura”.

En 1505 el artista fue llamado a Roma por el papa Julio II, para proponerle la creación de la sepultura papal, que debía ser colocada bajo la cúpula de la basílica de San Pedro del Vaticano. Tras una serie de innumerables tropiezos, pasaron cuarenta años antes de que el proyecto se hiciera realidad. Todo lo ocurrido en el transcurso de aquellas cuatro décadas, fue definido por Ascanio Condivi, como, “la tragedia de la sepultura”, y así es conocida generalmente, la historia de su creación.

El artista afrontó la creación de la sepultura, como la gran obra de su vida e, inmediatamente, presentó su proyecto: un monumento aislado de planta rectangular y de forma piramidal escalonada en tres pisos, con una gran cantidad de esculturas. 

En cuanto el Papa dio su aprobación, Miguel Ángel empleó casi ocho meses en estudiar y escoger el mármol más adecuado, en las canteras de Carrara. Pero he aquí, que, aconsejado por Bramante, Julio II, cambió de idea y ordenó al artista que olvidara la ejecución del mausoleo para ocuparse de decorar la bóveda de la Capilla Sixtina.

Y así, el 17 de abril de 1506 Miguel Ángel, desanimado y molesto, abandonó Roma y se dirigió a Florencia, donde permaneció hasta que, a finales de noviembre, tuvo que ceder ante las repetidas llamadas del pontífice, que llegó a amenazarlo con la excomunión, y se reunió con él en Bolonia.

El papa le encargó entonces, en esta ciudad, una colosal estatua de bronce a su imagen, que Miguel Ángel entregó en febrero de 1508, quedando instalada en la fachada de la basílica de San Petronio. Lamentablemente, sería destruida en diciembre de 1511 por rebeldes boloñeses.

En 1513, cuando Miguel Ángel terminó la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina, y ya recuperaba la ilusión sobre el proyecto de Julio II y la obra de su enterramiento, esta volvió a retrasarse veinte años más. 

Por fin, en 1542, tras la presentación de seis proyectos diferentes, el monumento funerario pasó a ser una realidad. Se trataba de un retablo con solo siete estatuas, que se instaló en la iglesia de San Pietro in Vincoli -no en la basílica del Vaticano-.

La escultura más grande del grupo es la figura de Moisés -la única, ciertamente, que sobrevivió desde el primer proyecto. Se trata de una estatua colosal, con una sobrecogedora terribilitá en la mirada. 

La famosa aparición de los sorprendentes cuernecillos, no fue un capricho del artista, sino el resultado de la traducción del texto hebreo que dice que el rostro de Moisés resplandecía, para lo cual usa la palabra qāran, que se tradujo como cuerno.

Quedó colocada en el centro de la parte inferior, de manera que se convierte en el polo de atención del observador, con las estatuas de Raquel y Lía, situadas una a cada lado. 

El resto del monumento fue realizado por sus ayudantes. 

Miguel Ángel había creado, para el primer proyecto, entre 1513 y 1516, el Esclavo Moribundo y el Esclavo Rebelde -que hoy podemos ver en El Louvre-, y que representaban a los pueblos paganos. El Esclavo moribundo recuerda claramente, las imágenes de san Sebastián, en un acusado Contrapposto o chiasmo, es decir la acción que determina una oposición armónica entre algunas partes de la representación del cuerpo humano, para proporcionarle movimiento.

Esclavo moribundo y Esclavo rebelde. Museo del Louvre.

El Esclavo rebelde, singularmente, a causa del giro de su cabeza y la posición de sus brazos, recuerda de manera clara, la expresión de la escultura de Laocoonte y sus hijos, de cuyo descubrimiento en Roma, fue testigo Miguel Ángel.

Laocoonte. Original griego, sin datación clara. Museos Vaticanos.

Desde 1520, esculpió cuatro estatuas más de esclavos: Joven esclavo, Esclavo atlante, Esclavo que despierta y Esclavo con barba, todos los cuales, permanecieron en el estudio del autor, hasta 1564, año en que su sobrino Leonardo los regaló a Cosme I de Médici, que los colocó en la gruta de Buontalenti del famoso Jardín de Bóboli, hasta que, en 1908, pasaron a la Galería de la Academia de Florencia.

Joven esclavo, Esclavo atlante, Esclavo que despierta y Esclavo con barba

También esculpió la estatua del Genio de la Victoria, que formaba parte de su, ya quinto proyecto, para la tumba de Julio II. 

Genio de la Victoria, en el Palazzo Vecchio, y una ilustración de La Vida de Miguel Ángel, de Romain Rolland, en una edición inglesa.

Por cartas intercambiadas entre Vasari y Leonardo, el sobrino de Miguel Ángel, se sabe que el “Genio” aún estaba en el taller del escultor cuando este falleció en 1564, y que, a pesar de que el sobrino propuso colocarlo en la tumba del artista, fue donado al duque Cosme I de Médici y trasladado al Palazzo Vecchio. Se dice que la obra representa al victorioso vencido, es decir, la inevitable victoria de la juventud sobre la vejez, lo cual no significaría “sensu strictu” una victoria para nadie.

En el Museo Nacional de Florencia, hay una estatua de mármol, que Miguel Ángel llamaba, el Vencedor. Es un joven desnudo, con un bello cuerpo, los cabellos rizados sobre la frente. De pie y derecho, posa la rodilla sobre la espalda de un prisionero con barba, que se inclina y tiende la cabeza hacia adelante, como una res. Pero el vencedor no le mira. En el momento de golpear, se detiene, desvía su boca triste y sus ojos indecisos. Su brazo se repliega hacia la espalda. Retrocede; ya no quiere la victoria, le desagrada. Ha vencido. Está derrotado. Esta imagen de heroica Duda, esta victoria con las alas rotas; la única, entre todas las obras de Miguel Ángel, que permaneció hasta su muerte en su taller de Florencia, y que Daniele de Volterra, confidente de sus pensamientos, quería que adornara su catafalco, es el mismo Miguel Ángel y el símbolo de toda su vida.

Romain Rolland. Vie de Michel-Ange. Hachette, 1908

Hacia 1520, el papa Clemente VII le encargó el proyecto para las tumbas de sus familiares; Lorenzo el Magnífico, padre de León X, y su hermano Juliano, padre de Clemente VII, más otras dos tumbas para Juliano II y Lorenzo II, que se emplazarían en la sacristía de la basílica de San Lorenzo de Florencia

 

Juliano II y Lorenzo II, de Rafael.

El papa le propuso que los cuatro sepulcros, fueran colocados ante cada una de las paredes de la planta cuadrada de la sacristía, en cuyo centro, y sobre un altar, debía aparecer una Virgen con Niño y los santos Cosme y Damián, protectores de los Médici, que fueron realizadas por Montorsoli y Montelupo sobre diseño de Miguel Ángel.

San Cosme, de Montorsoli, c. 1534 - Madonna Medici, de Miguel Ángel 1521-31 y: San Damián, Montelupo c. 1534

Juliano II, Miguel Ángel-Montorsoli -El Día.

A pesar de la aprobación del proyecto, no pudo empezarse hasta que, en 1524, llegaron los bloques de mármol de Carrara. 

La escultura de Lorenzo, simboliza el Crepúsculo, con la imagen de un hombre que, si bien ha envejecido, conserva su fuerza. La de Lorenzo, el sobrino de León X, que lleva el casco de los generales romanos, presenta una postura que la hizo popular como “el pensador”.

Sobre la tumba de Juliano están las alegorías de la Noche y el Día; la cabeza inacabada de un hombre. La representación de Juliano, el hermano de León X, recuerda mucho al Moisés de la tumba de Julio II. Lo cierto es que físicamente, no representan nada parecido a un retrato del natural, algo que se le dijo al artista, y a lo que respondió: “¿Y quién se dará cuenta de aquí a diez siglos?”.

Los sepulcros de Lorenzo y Juliano quedaron incompletos, a causa de la marcha definitiva de Miguel Ángel a Roma, en 1534 provocada por la situación política de Florencia. 

Para estas tumbas esculpió también un Joven en Cuclillas, de mármol. 

Fue una de las esculturas que se quedaron en la sacristía cuando Miguel Ángel viajó a Roma y hoy se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo.

Una nueva versión del Cristo de la Minerva, realizado para Metello Vari, es consecuencia de la que Miguel Ángel empezó y abandonó, en 1514, a causa del mármol defectuoso, claramente apreciable sobre el bello rostro tallado.


El contrato especificaba: “una estatua de mármol de un Cristo, de medida natural, desnudo, con una cruz entre los brazos y los símbolos de la pasión, en la posición que Miguel Ángel juzgue más adecuada”. La obra se envió a Roma en 1521, donde fue acabada por su ayudante Pietro Urbano, el cual cambió la línea y le dio una terminación muy diferente de lo que solía hacer Miguel Ángel, que inicialmente la había tratado como un joven atleta adolescente y que acostumbraba a dejar sus esculturas con planos voluntariamente inacabados. 

El Cristo de la Minerva, en Santa Maria sopra Minerva, en Roma.

Hacia 1530, Baccio Valori, comisario del papa Clemente VII y nuevo gobernador de Florencia, le encargó una estatua de Apolo o de David. Parece que, en principio Miguel Ángel se inclinó hacia la ejecución de un David, y la forma redonda que se aprecia debajo de su pie derecho, se cree que pudo ser un esbozo para la cabeza de Goliat

Apolo. Bargello

Pero la figura está definitivamente dedicada a Apolo, que, bajo una apariencia, en parte, femenina, es presentado como Narciso, enamorado de sí mismo; en un claro contrapposto. Se conserva en el museo florentino del Bargello.

Brutus. Bargello.

Realizado hacia 1539, en Roma, por encargo del cardenal Niccolò Ridolfi, lo acabó su discípulo Tiberio Calcagni. Giorgio Vasari lo relacionó con las representaciones de Antigüedad clásica.

Fue adquirida entre los años 1574 y 1584 por el gran duque Francisco I de Médici, y se pusieron en su pedestal unos versos en latín: “Dum Bruti effigiem sculptor de marmore ducit - in mentem sceleris venit et abstinuit”. - “Cuando el escultor extrae del mármol la imagen de Bruto, acude a su mente el crimen de este, y abandona la obra”.


La Piedad Florentina, Museo dell'Opera del Duomo, Florencia.

La Piedad Florentina, llamada así por encontrarse en el Duomo de Florencia, se cree que fue empezada a partir de 1550. Según Vasari y Condivi, Miguel Ángel realizó el proyecto con la intención de que lo sepultaran a sus pies, en la basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Más tarde, abandonó este deseo, por el de ser enterrado en Florencia, y también porque surgió la oportunidad de su venta, en 1561, a Francesco Bandini, que colocó la escultura en los jardines romanos de Montecavallo, donde permaneció hasta su traslado a la Basílica de San Lorenzo de Florencia, por Cosme III, en 1674. Finalmente, en 1722, se colocó en Santa María del Fiore y, desde 1960 se encuentra en el museo de la catedral.

Nicodemo; un autorretrato de Miguel Ángel.

En 1555, no se sabe exactamente, si por accidente, porque así lo decidió el artista, o por cualquier otra causa, la hizo pedazos. Según Vasari: “Quizá porque la piedra era dura y estaba llena de esmeril y el cincel sacaba chispas, o quizá por su autocrítica severa, no estaba nunca contento con nada de lo que hacía... Tiberio Calcagni le preguntó por qué había roto la Piedad y se habían perdido así todos sus maravillosos esfuerzos. Miguel Ángel le respondió que una de las razones era porque su criado le había estado importunando con sus sermones diarios para que la acabase, y también porque se había roto una pieza del brazo de la Madonna. Y todo esto dijo, así como otras desgracias, como que había descubierto una fisura en el mármol, habiéndole hecho odiar la obra, había perdido la paciencia.” 

Fue restaurada por Tiberio Calcagni, pero se puede observar algún desperfecto en el brazo y en la pierna del Cristo. 

La Piedad Palestrina de Florencia, y La Piedad Rondanini de Milán.

Hacia 1556, creó también la llamada Piedad Palestrina, aprovechando un fragmento de una construcción romana; en cuya parte posterior aun aparece parte de la decoración de un arquitrabe romano. También está inacabada. Estuvo en la capilla del Palazzo Barberini de Palestrina, pero actualmente se puede contemplar en la Galería de la Academia de Florencia.

Piedad Rondanini

Empezó también la Piedad Rondanini, que ha quedado como la última escultura en la que trabajó hasta la víspera de su muerte. Parece que el artista atravesaba una crisis religiosa, que quedaría aquí plasmada, aunque muy difícil de interpretar. Cristo y su Madre aparecen completamente unidos como si se tratase de un solo cuerpo. Aunque inacabada, Miguel Ángel la legó, en 1561, a su fiel servidor Antonio del Franzese. Estuvo durante siglos en el patio del Palazzo Rondanini, hasta que, y en 1952 fue adquirida por el Ayuntamiento de Milán y colocada para su exposición en el centro cívico del Castillo de los Sforza. Se apunta que, quizás sea la más trágica y misteriosa de las esculturas del genio, tan grande, como impenetrable. 

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Bóveda de la Capilla Sixtina

Entre marzo y abril de 1508, el artista había recibido de Julio II el encargo de decorar la bóveda de la Capilla Sixtina; en mayo aceptó y concluyó los frescos cuatro años después, tras un solitario y tenaz trabajo. El proyecto del papa era la representación de los doce apóstoles, que Miguel Ángel cambió por uno mucho más amplio y complejo; una interpretación neoplatónica con nueve escenas del Génesis, cada una rodeada por cuatro jóvenes desnudos (ignudi), mas doce Profetas y las Sibilas. La obra resultante, se convirtió en un símbolo del arte del Renacimiento. 

Empezó el trabajo, en solitario, el 10 de mayo de 1508, pero ya durante la ejecución del primer fresco, El Diluvio, la humedad alteró los colores y el dibujo, por lo que se vio obligado a pedir ayuda a Giuliano da Sangallo.

Para crear un fresco- escribió Vasari-, es preciso ... realizar en una única jornada toda la escena... La obra se ejecuta sobre la cal aún fresca, hasta concluir la parte prevista... Los colores aplicados sobre el muro húmedo producen un efecto que se modifica cuando se seca... Lo que se ha trabajado al fresco queda para siempre, pero lo que ha estado retocado en seco se puede quitar con una esponja húmeda...

Además de las dificultades materiales que ofrecía la elaboración de la pintura al fresco, Miguel Ángel sostuvo, al mismo tiempo, interminables discusiones con el papa, porque los pagos se retrasaban... a pesar de lo cual, la obra estaba terminada el 31 de octubre de 1512; habían pasado casi cuatro años y medio.

Bóveda de la Capilla Sixtina

"Sin haber visto la Capilla Sixtina, uno no puede formarse una idea apreciable de lo que el ser humano es capaz de lograr".

 Goethe, Viaje a Italia.

Capilla Paulina

La Conversión de san Pablo - El Martirio de san Pedro. 

Terminado el Juicio Final, el papa Paulo III, le encargó dos grandes frescos para la Capilla Paulina, construida por Antonio da Sangallo el Joven: La Conversión de san Pablo y El Martirio de San Pedro, que el artista completó entre 1542 y 1550, no sin gran tropiezos de diversa índole, como fue, un incendio de 1544, una enfermedad del artista y, la pérdida de su amigo Luigi del Riccio, en 1546, seguida, en 1547, por la de Vittoria Colonna, incondicional amiga desde 1539, a la que dedicó algunos sonetos y muchos dibujos.

Jesús Crucificado, ca. 1539 - 1541, destinado a Vittoria Colonna. Museo Británico, Londres. - La Crucifixión de Logroño, copia de una pintura para Vittoria Colonna.

Vittoria Colonna le pidió un pequeño cuadro de la Crucifixión, para su oración privada. Miguel Ángel le presentó varios bocetos, que se conservan en el British Museum y en el Louvre, y después le pintó un pequeño Calvario que agradó profundamente a Vittoria por la espiritualidad de las figuras.

... y Miguel Ángel le dibujó una Piedad, donde se ve a la Virgen con dos angelitos y un Cristo clavado en la cruz, que, levanta la cabeza y encomienda su espíritu al Padre, que es cosa divina. Vasari.

Vasari habla de un dibujo, pero el artista también realizó una pintura cuya existencia revela una carta de Vittoria a Miguel Ángel:

Confiaba yo sobre manera que Dios os daría una gracia sobrenatural para hacer este Cristo; después de verlo tan admirable que supera, en todos los aspectos, cualquier expectación; porque, animada por vuestros prodigios, deseaba lo que ahora veo maravillosamente realizado y que es la suma de la perfección, hasta el punto que no se podría desear más, y ni siquiera a desear tanto.

Cuando ella falleció, Miguel Ángel recuperó el cuadro y la incluyó como María Magdalena abrazada a la cruz. Aunque el cuadro original se ha perdido, se conservan muchos dibujos y copias hechas por discípulos de Miguel Ángel, entre ellas la que se muestra arriba, de la Concatedral de Santa María de la Redonda de Logroño.

Piedad. Dibujo hecho a solicitud de Vittoria Colonna. Isabella Stewart Gardner Museum. Boston.

Esta Piedad, regalada por el artista a Vittoria Colonna, alrededor de 1540, muestra un cambio llamativo en el estilo de Miguel Ángel. La figura de Cristo está tratada con mucha delicadeza, buscando una clara simetría entre las dos imágenes: María extiende los brazos hacia arriba, mientras su Hijo los deja caer, creando esa simetría que refuerzan las dos figuras laterales de los niños. Hay una inscripción que procede de El Paraíso de Dante: “Non vi si pensa quanto sangue costa”; No se piensa cuanta sangre cuesta. ​

En 1503, con el nuevo gobierno republicano, el gonfaloniere Piero Soderini, decidió que se decorara al fresco la sala del Gran Consejo del Palazzo Vecchio, y a este efecto encargó a Leonardo da Vinci la representación de La batalla de Anghiari, y a Miguel Ángel, La batalla de Cascina, para el muro opuesto. 

La técnica de Miguel Ángel se muestra en La Batalla de Cascina, con toda su terribilitá. El tema está inspirado en la Crónica de Filippo Villani, quien escribió que, en 1364, las tropas de Florencia atacaron las de Pisa, cerca de Cascina. Al parecer, a causa del gran calor, los soldados se desnudaron para tomar un baño en el río Arno y los pisanos aprovecharon el momento para atacar, pero la victoria fue para los florentinos. 

La sorprendente circunstancia, permitió a Miguel Ángel mostrar su extraordinario dominio del desnudo y el movimiento, que parecía el máximo alcanzable dentro de las posibilidades pictóricas; hay figuras contorneadas con carbón; otras, con trazos fuertes, esfumadas o iluminadas con yeso. Como ejemplo, en el Desnudo de espalda, de la Casa Buonarroti, se aprecian los claros perfiles de gruesos trazos y las sombras en retícula. 

Desnudo de espalda. Casa Buonarroti. Florencia

Como tuvo que marchar a Roma, llamado por el papa Julio II, el artista no pasó de la ejecución de los cartones, mientras que el fresco realizado por Leonardo da Vinci, La batalla de Anghiari, se destruyó poco tiempo después y sólo se conoce por una copia de la parte central, realizada por Rubens. Curiosamente, se conserva una copia de la parte central de La batalla de Cascina, hecha por Bastiano da Sangallo.

Copia del dibujo de Miguel Ángel, de la parte central de La batalla de Cascina, de Bastiano da Sangallo.

 

Copia del dibujo de Leonardo da Vinci, de la parte central de La batalla de Anghiari, hecha por Rubens.

En 1515, durante una visita a Florencia del papa León X, se realizaron decoraciones por toda la ciudad basadas en La batalla de Cascina según el proyecto de Miguel Ángel; es probable que el cartón fuera partido y entregado a diferentes artistas para que lo copiasen como decorado para el recibimiento del papa. En el Museo Británico y en la colección de los Uffizi se conservan estudios sobre figuras individuales de este esbozo de Miguel Ángel, que Vasari describe:

Miguel Ángel lo llenó de hombres desnudos, bañándose en el Arno a causa del calor, en el mismo momento que en el campamento se daba la alarma de un pretendido ataque. Y, mientras los soldados salían apresuradamente del agua para vestirse, la mano inspirada de Miguel Ángel los representó, algunos corriendo a armarse para ayudar a sus compañeros, a otros atándose las corazas o ajustándose las piezas de la armadura, y un gran grupo lanzándose a la batalla encima de sus caballos... Cuando vieron este esbozo, los otros artistas quedaron rendidos de admiración y atónitos, porque era una revelación de la cima que se podía conseguir en el arte del dibujo. Aquellos que han visto estas inspiradas figuras declaran que no han sido nunca superadas por ningún artista, ni siquiera por Miguel Ángel mismo, y que nadie, nunca en la vida, conseguirá lograr esta perfección.

Vasari, 1550. 

En 1564, su fiel amigo Tommaso de Cavalieri suavizó los últimos momentos de Miguel Ángel, sosteniendo cálidamente su mano. 

Tommaso de' Cavalieri (1509-1587), dibujo atribuido a Daniele da Volterra sobre un posible original perdido de Miguel Ángel. Musée Bonnat, Bayonne

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Queda para otro momento, la faceta poética del artista, dada la enorme dificultad que supone traducir, por ejemplo, sus Sonetos, conservando una intencionalidad -a veces, muy difícil de averiguar-, e incluso el “tamaño” y la sonoridad de algunos de sus términos. 


Quizá el soneto más conocido de Miguel Ángel, sea este, I' ho già fatto un gozzo in questo stento, dedicado a su amigo Giovanni da Pistoia; el artista habla de las dificultades que se le presentaron durante la ejecución de los frescos de la Capilla Sixtina, y lo ilustra con una extraña autocaricatura, que, no obstante, parece tener su explicación. 

La barba al cielo, ...

e 'l pennel sopra 'l viso tuttavia 

mel fa, gocciando, un ricco pavimento.

Se trata  del bosquejo de un hombre, de pie, pintando una figura en lo alto; y una frase que dice: A Giovanni, precisamente al de Pistoya; un literato, amigo, antaño muy entusiasta, de Miguel Ángel, a quien dedicó sonetos cargados de afecto, aunque después surgieron desavenencias entre ellos. Giovanni llegó a ser canciller de la florentina Academia degli Umidi. Además de sonetos y rimas, escribió una comedia, La Gioia. En la época de su amistad con Miguel Ángel —cuando pintaba la Sixtina, Buonarroti no trataba con casi nadie y Giovanni era joven.

El caso de Miguel Ángel poeta, hace muy ciertas las palabras que Cervantes pone en boca de don Quijote:

Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz... Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen.

Quijote, Parte II, Cap. LXII

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RAFAEL SANZIO ● OBRA EN LA GALERÍA DE LOS UFFIZI

Posible Autorretrato, de Adolescente. Ashmolean Museum of Art and Archaeology. Beaumont Street, Oxford, England.

Raffaello Sanzio. Urbino, 1483 - Roma, 1520. Nació el 6 de abril, Viernes Santo y murió el mismo día y la misma festividad, cuando 37 años.

Pintor y Arquitecto del Renacimiento. Además de su labor pictórica, hizo grandes aportaciones en la arquitectura y, en el desempeño de su encargo como inspector de antigüedades, se ocupó del estudio y conservación de los vestigios grecorromanos. 

A los 25 años recibió su primer encargo oficial: la decoración de las Estancias Vaticanas, donde pintó algunos frescos como la incomparable Escuela de Atenas, una de sus obras cumbre.


Madonna del Cardellino /Jilguero, c. 1506. Uffizi

María interrumpe la lectura para atender a la actividad de los Niños. Todavía es muy evidente la influencia de Leonardo.

Creada durante la estancia de Rafael en Florencia, como regalo de boda para su amigo Lorenzo Nasi, cuya casa fue destruida el día 17 de noviembre de 1548 por un terremoto, que dejó la tabla rota en diecisiete fragmentos. Escribió Giorgio Vasari veinte años después: “Encontraron las piezas entre el mortero de las ruinas y fueron donde Battista, hijo de Lorenzo, muy amante del arte, para que la rehiciera de la mejor manera que pudiese”. Fue restaurada, por tanto, pero el daño aún resulta visible. 

Agnolo Doni y su esposa Maddalena Strozzi, ambos en el Palacio Pitti.

Personajes unidos. no solo por su parentesco, sino también por la evidente similitud de estilo, que marcó el inicio de la madurez artística de Rafael. El paisaje de fondo en ambos casos, hace destacar las figuras, al proporcionar una luz uniforme que define superficies y volúmenes, algo que supone, por otra parte, un claro contraste con los escenarios de Leonardo, cuya obra estudiaba Rafael en aquel momento, y razón por la que Maddalena tiene la misma postura que “Gioconda”. Agnolo fue el responsable de la creación del Tondo Doni, que encargó a Miguel Ángel, como regalo de boda para su esposa

El Papa León X y dos Cardenales. Leone X tra i cardinali Giulio de' Medici e Luigi de' Rossi

La pintura, de 1518-1519, es un óleo sobre tabla que se conserva en la Galería de los Uffizi.


Posiblemente sea la única obra que Rafael ejecutó sin colaboración de ayudantes, ya en sus últimos años. Se trata de su amigo, el papa León X, retratado con sus dos primos, los cardenales, Julio de Médicis, futuro papa Clemente VII, y Luis de Rossi, cardenal y arzobispo de Sila, que recuerda mucho el estilo de Giulio Romano

Tanto Julio de Médicis, como Luis de Rossi, actuaban entonces, probablemente como escoltas, debido a la reciente conjura del cardenal Petrucci, que fue descubierto y condenado a muerte. 


León X, sostiene una lupa para observar en detalle un libro de oraciones iluminado. Junto con la campanilla, compone la imagen del papa como mecenas de las artes.

En el momento en el que se creaba este retrato, había inquietud en el Vaticano; además del atentado de Petrucci, se había reprochado al papa la forma de obtener fondos para la nueva Basílica de San Pedro, con la venta masiva de indulgencias, o la legalización de la prostitución, mediante impuesto, todo lo cual había creado el ambiente tenso que reinaba, cuando Rafael recibió el encargo, de León X, tras la muerte de Bramante, en 1514.

A la muerte de su padre en 1512, Alfonso Petrucci y su hermano Borghese comenzaron una disputa con su primo Raffaello Petrucci, por el gobierno de Siena; con la península italiana envuelta en la Guerra de la Liga de Cambrai, León X, de la Casa de Médici, decidió apoyar a este último, consiguiendo que en 1516 ganase la ciudad. Resentido con la actitud del papa, Alfonso preparó la venganza, atrayendo a su causa a varios cardenales que por distintos motivos estaban dispuestos a ayudarle: Francesco Soderini no olvidaba que su hermano Piero había perdido el gobierno de Florencia, gracias a los Médici; Bandinello Sauli había visto rechazada su pretensión al arzobispado de Marsella; Rafael Sansoni Riario había perdido la silla pontificia frente a León X en el cónclave de 1513; Adriano Castellesi estaba llamado a sucederle con el favor del emperador Maximiliano.

Tras desechar la idea de apuñalar personalmente a León X, Petrucci planeó envenenarlo sirviéndose para ello del cirujano Battista da Vercelli, que debía llegar de Florencia para tratar al pontífice de una fístula. La conjura fue descubierta y sospechando que Petrucci andaba en tratos con el duque de Urbino, Francesco Maria della Rovere, para recuperar Siena, el papa mandó interceptar la correspondencia con su secretario Marco Antonio Nino. Petrucci fue encarcelado en el Castillo Sant'Angelo; tras un proceso dirigido por los cardenales Francisco de Remolins, Pietro Accolti y Alessandro Farnese, el colegio cardenalicio halló culpables de alta traición a Petrucci, Sauli, Riario, Soderini y Castellesi. Petrucci fue estrangulado, Nino y Vercelli fueron igualmente ejecutados, y los demás involucrados recibieron severas multas.

A finales del siglo XV, tras el período del papado de Aviñón, la basílica paleocristiana -sobre la que debía erigirse la basílica de San Pedro, se encontraba bastante deteriorada y amenazaba con derrumbarse. El primer papa que consideró la reconstrucción o, al menos, hacer cambios radicales, fue Nicolás V, en 1452. Encargó el trabajo en el antiguo edificio a Leon Battista Alberti y Bernardo Rossellino, que fue el encargado de diseñar los cambios más importantes. En su proyecto, Rossellino mantuvo el cuerpo longitudinal de cinco naves cubiertas con techos abovedados y renovó el transepto con la construcción de un ábside más amplio al que añadió un coro; esta nueva intersección entre el crucero y el ábside se cubriría con una bóveda. Esta configuración ideada por Rossellino influyó en el posterior proyecto de Bramante. Las obras se interrumpieron tres años después, a la muerte del papa, cuando los muros solo alcanzaban un metro del suelo. Sin embargo, el papa ordenó la demolición del Coliseo de Roma y, en el momento de su muerte, 2.522 carretadas de piedra habían sido transportadas para su uso en el nuevo edificio.

Cincuenta años después, en 1505, bajo el pontificado de Julio II, se reiniciaron las obras, con la idea de que el nuevo edificio fuera el marco adecuado para acoger su sepultura; el papa pretendía con la obra “engrandecerse a sí mismo en la imaginación popular·. Para ello se celebró un concurso, existiendo actualmente varios de los diseños en la Galería de los Uffizi, en Florencia. El plan iniciado por Julio II continuó a través de los papados de León X (1513-1521), hasta Inocencio X (1644-1655).

Fue, pues, desde 1514, cuando se hizo cargo de la dirección de la obra Rafael Sanzio, con fray Giovanni Giocondo y Antonio da Sangallo el Joven, que continuó dirigiendo las obras, junto a Baldassarre Peruzzi, tras la muerte de Rafael en 1520.

Su historia; el tono uniforme del color, expresado en varios matices rojos, la serena atmósfera, alusiva al poder del papa con el esplendor de su corte; y la armonía compositiva, hacen de esta otra de las más admiradas y significativas de Rafael.

Elisabetta Gonzaga y Guidobaldo de Montefeltro. Uffizi.

Elisabetta Gonzaga, c. 1471-1526. Hija de Federico I Gonzaga, casada con Guidobaldo de Montefeltro. Vestida de negro, con bordados geométricos dorados, muestra una diadema en forma de escorpión sobre la frente. Ha sido atribuida a varios artistas, como Andrea Mantegna o Alberto Durero, pero el paisaje del fondo y la clásica pose de la retratada, parecen evidenciar la mano de Rafael. Se data en 1504.

Guidobaldo de Montefeltro, 1472 – 1508. Tercer Duque de Urbino y condottiero. Posiblemente, este retrato formara parte de la colección ducal de Urbino, enviado a Florencia, en 1635, como parte de la dote de Vittoria della Rovere, última representante de la familia de los duques de Urbino. Aparece por primera vez, relacionado, en 1623 en un inventario del Palacio Ducal de Pesaro. No fue atribuido a Rafael hasta 1905.

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