martes, 29 de junio de 2021

Lope de Aguirre, el Peregrino

 

Atardecer sobre el río Amazonas desde Brasil

Junto a la historia de grandes navegantes y exploradores, ha habido piratas, filibusteros, bucaneros, corsarios, etc. Entre ellos, además, los había ricos y los había pobres; nobles y plebeyos; cristianos u otomanos; famosos y desconocidos; sanguinarios o solo ladrones; incendiarios, esclavistas, avaros, dadivosos, feos y guapos; unos fueron ahorcados y otros, condecorados y, excepcionalmente, también hubo mujeres. Excepto en este último, ¿en qué grupo encuadrar al singular Lope de Aguirre? Más bien, parece inclasificable.

Un hombre que no temía matar ni morir, y que, como el Capitán Pirata de Espronceda, diría: “¿Y si caigo ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí.”

Lope de Aguirre, el Loco pinto, el Tirano o el Peregrino, que nació entre 1511 y 1515, fue, en realidad, un explorador y conquistador, que no dudó en llevar a cabo múltiples homicidios, dictados por su exclusiva voluntad, aunque él los entendía como ejecuciones, para erigirse en la autoridad de una expedición que buscaba El Dorado, y rebelarse, posteriormente, contra su rey, Felipe II, al que envió una carta, a la vez, cargada de lógica e incoherencia, pero, sobre todo, inusual en su osadía.

Finalmente, murió asesinado a su vez, en Barquisimeto -en la actual Venezuela-, el 27 de octubre de 1561. 

Exceptuando las acciones relativas a su actividad en Indias, es poco lo que se sabe de su biografía. Al parecer, había nacido en el Valle de Araoz, del Señorío de Oñate, hoy en Guipúzcoa, pero que, entonces formaba parte del Reino de Castilla, si bien el cronista Ibargüen-Cachopín, escribió que había nacido en el valle de Aramayona, en Álava:

"Uno deste apellido de Aguirre, llamado Pedro de Aguirre, que fue vecino del valle de Aramayona, en tienpo del emperador Carlo quinto nuestro señor de gloriosa memoria, se levantó con una parte de la India, porque deseando venir de allá a su tierra de acá porque estava muy rico y valido, aunque pidió licencia para ello dibersas veces, no se la quisieron dar, por lo cual se amotinó y, juntándose con algunos de su cuadrilla y allegados, se apoderó de una gran parte de la tierra, de tal suerte que se llamava rey. Y a cavo de poco tienpo, no le suçedieron las cosas conforme su voluntad deseaba, fue preso juntamente con una hija suya, a la cual él mató con una daga, diçiéndola que más valía que muriese siendo hija de rey y que no que la llamasen después hija de traidor. 

Este Pedro de Aguirre, como digo, fue vecino e natural del valle de Aramayona, de la antes iglesia de Sant Estevan de Urívarri, y como su padre tuviese otros hijos en quien dejó su casería y açienda, le puso a este moço a çer çapatero en la çiudad de Vitoria, donde forçó una donçella, por lo cual fue condenado a pena de horca y açer cuartos. [fol.16r.] Y haciéndose diligençias defensibas sobre ello, y habiendo contentado a la parte, se tuvo horden e modo como el carçelero se descuidase, y con esto el moço huyó e pasó en Indias, donde se casó y enriqueció. 

E por su sobervia le suçedió lo que abéis oido, donde pagó con la vida lo que escusó en Vitoria. Éste tomó el apellido de Aguirre sólo porque él se crio en la casa de Aguirre de Urívarri de Aramayona, e no por que fuese deçendiente de ninguna casa de Aguirre, porque su madre, después de muerto su padre, fue y se casó segunda vez a esta casa de Aguirre con Estívaliz de Aguirre, dueño desta casa, siendo ella primero casada en el barrio de Saola en la anteiglesia de San Joan de Ascoaga. Y este Pedro de Aguirre, porque la casa de su dependençia donde naçió y la casa de Aguirre donde se crio, por ser anbas a dos deudoras y tributarias al señor de Aramayona, por esto allá en las Indias sienpre dixo e publicó que hera natural vizcaíno e dependiente legítimo de la casa y solar de Aguirre del lugar de Gabiria del prinçipado de Areria, siendo al contrario la berdad, por pasar el cuento deste caso como está referido"

Ibargüen-Cachopín, Crónica del siglo XVI


Cuando Francisco Pizarro volvió de Perú y habló de los tesoros que allí se encontraban, Aguirre, que entonces tenía 21 años y vivía en Sevilla, ante la idea de la facilidad para encontrar oro, decidió unirse a una expedición, al mando de Rodrigo Buran, formada por 250 hombres, con la cual, llegaría a Perú, hacia en 1536 o 1537. Muy pronto fue conocido por su carácter, violento, frío y cruel, sin titubeos.

Se enroló con Cristóbal Vaca de Castro y en 1538 participó, entre otras, en la Batalla de las Salinas. En 1544 estaba del lado del primer virrey del Perú, Blasco Núñez Vela, que llegó de España con órdenes de implantar las Leyes Nuevas, que se proponían acabar con las encomiendas y liberar a los nativos. 

Blasco Núñez Vela. 1495-1596. Virrey del Perú.

Las Leyes Nuevas o Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los Indios, son un conjunto legislativo promulgado el 20 de noviembre de 1542 que pretendía mejorar las condiciones de vida de los indígenas, fundamentalmente a través de la revisión del sistema de la encomienda, reconociendo diversos derechos favorables a los nativos.

A los conquistadores allí asentados, no les gustaron unas leyes que prohibían, fundamentalmente, explotar a los indios. En consecuencia, Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal organizaran un ejército con la intención de evitar su implantación, con el cual lograron derrotar al Virrey Núñez, en 1544. 

Lope de Aguirre, formó entonces parte de un complot organizado por Melchor Verdugo, para liberar al virrey, y, en consecuencia, se enfrentó al rebelde Gonzalo Pizarro. Pero el intento fracasó y Aguirre escapó de Lima, llegando a Cajamarca, donde procedió a reclutar hombres para volver a ayudar al virrey, quien, entre tanto, huyó por mar, a Tumbes, y reclutó un pequeño ejército, en la seguridad de que todo el mundo se uniría a él, en apoyo del poder real.

Núñez Vela se enfrentó a Gonzalo Pizarro y su ayudante Francisco de Carvajal, conocido como El Demonio de los Andes, durante dos años, pero, finalmente, fue derrotado en Iñaquito el 18 de enero de 1546. 

Melchor Verdugo y Lope de Aguirre huyeron a Nicaragua, desde Trujillo, donde se embarcaron con 33 hombres. Melchor Verdugo otorgó algunos ascensos, entre ellos, el de sargento mayor a Lope de Aguirre, y el de Contador, al clérigo Alonso de Henao, que, posteriormente, participaría en la famosa expedición de Pedro de Ursúa al territorio Omagua en búsqueda del fabuloso El Dorado.

En 1551, Lope de Aguirre volvió a Potosí; entonces, de Perú, y hoy, de Bolivia. 

Panorámica actual del legendario Potosí.

Acusado de haber infringido las leyes sobre protección de los indios, Aguirre fue arrestado por el juez Francisco de Esquivel, quien lo condenó a ser azotado públicamente, sin atender a las reclamaciones del acusado sobre su hidalguía, que lo eximiría de aquel castigo, y la sentencia fue ejecutada, algo que Aguirre nunca olvidó. Espero pacientemente a que se agotara el mandato de Esquivel, quien, justificadamente temeroso de la venganza, cambiaba de residencia continuamente, pero Aguirre lo siguió hasta Quito y después, volvió tras él, a Cuzco.

Se dice, tal vez con más base en la leyenda, que en la realidad, que para consumar su venganza, Aguirre persiguió a Esquivel, siempre a pie, durante tres años y cuatro meses, a lo largo de unos 6.000 km., y el hecho, es que, finalmente, mató al magistrado en la biblioteca de su propia residencia, en Cuzco, lo que le acarreó una condena a muerte.

Logró eludir la condena, escapando a tiempo, para refugiarse en Tucumán. Posteriormente, en 1554, fue perdonado por Alonso de Alvarado, que necesitaba tropas para combatir a otro encomendero rebelde, Francisco Hernández Girón. En tal condición, participó Aguirre en la batalla de Chuquinga, en la que recibió una grave herida en el pie derecho, que le provocó una cojera permanente, además de que se quemó las manos, al disparar un arcabuz defectuoso.

En 1560, poco antes de ser relevado, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza organizó una expedición para la conquista de El Dorado en el territorio de los omaguas, pensando que era la mejor forma de alejar del Perú a los numerosos soldados y mercenarios, que pobres y/o resentidos tras las recién pasadas guerras civiles, pudieran organizar nuevas rebeliones o alterar el orden vigente. Dedujo el virrey que las expectativas de un rápido enriquecimiento, animarían a muchos de ellos a unirse a su empresa.

Pedro de Ursúa

Al mando del veterano Pedro de Ursúa, el 26 de septiembre de 1560 partieron los expedicionarios navegando por el río Marañón –de donde procede su adopción del sobrenombre de marañones-. Algo más de 300 españoles; varias decenas de esclavos negros y unos 500 sirvientes indios, se embarcaron en dos bergantines, dos barcazas chatas y unas cuantas balsas y canoas. Al parecer, Ursúa, no pensaba en otra cosa que, en su elegida amante mestiza, Inés de Atienza. Entre los expedicionarios, se encontraba Lope de Aguirre, que acudió acompañado por su joven hija, también mestiza, llamada Elvira.

Pero solo unos meses después, el 1 de enero de 1561, Aguirre participó en el derrocamiento y asesinato de Ursúa, al lado del que sería su sucesor, Fernando de Guzmán, -matando, también a Inés de Atienza, bajo el cargo de que los hombres se la disputarían-. Aquella primera complicidad no evitó que, poco después, Aguirre asesinara también a Fernando de Guzmán, al que él mismo sustituyó, alcanzando entonces, por su cuenta y con sus propios seguidores, el Océano Atlántico -probablemente por el río Orinoco-, no sin dejar huella de su paso, al causar numerosos estragos durante su recorrido.

Atardecer en el delta del Orinoco. Ferdinand Bellermann. 1843.

El 23 de marzo de 1561, Aguirre instó -o, tal vez, obligó, puesto que, para entonces, ya se temían sus inexorables venganzas-, a 186 capitanes y soldados a firmar una declaración de guerra contra el Imperio español, en la que, a la vez, se proclamaba príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile. Además, mandó una carta a Felipe II, exponiéndole sus planes de desobediencia y autogobierno, que firmó con su nombre, seguido de su autodefinición, como, El Traidor. 

En julio de 1561 tomó la isla de Margarita, y dijo a sus pobladores que era dueño de un valioso tesoro de los Incas, algo que, ellos, incluyendo el gobernador don Juan Villadrando, llevados por la codicia, creyeron sin ninguna evidencia. Aguirre apresó al gobernador y a varios miembros del Cabildo y después se apoderó, a sangre y fuego, de La Asunción y otras poblaciones próximas. 

Informadas las autoridades de tierra firme, enviaron a Francisco Fajardo a combatirlo, pero Aguirre, antes de abandonar Margarita, mató a garrote al gobernador y a 50 vecinos y escribió una nueva carta al rey español insultándolo gravemente; esta vez firmando como, El Peregrino.

De nuevo, “La Canción del Pirata”:

“...y al mismo que me condena

Colgaré de alguna antena,

Quizás en su propio navío.

El 29 de agosto de 1561, abandonó la isla de Margarita con rumbo a Borburata en tierra firme, donde su abierta rebelión contra la monarquía española cambió de curso, y Borburata fue víctima también de sus saqueos al mando de sus “marañones”. En un intento de tomar Panamá, ocupó Nueva Valencia, ya entonces, propiedad del Rey, provocando la huida de los habitantes, llenos de pánico a los montes mientras que otros se refugiaron en las islas del lago Tacarigua. 

El conquistador Juan Rodríguez Suárez le salió al encuentro con cuatro soldados más para emboscarlos y terminar con los insurrectos, pero los indios que le seguían los pasos los rodearon y, después de tres días de lucha, dieron muerte, tanto a Rodríguez Suárez como a sus acompañantes.

Atravesando la serranía de Nirgua, Aguirre cayó sobre Barquisimeto. Alertadas por Pedro Alonso Galeas, un desertor de la expedición, tropas españolas acantonadas en Mérida, Trujillo y El Tocuyo, bajo el mando del maestre de campo Diego García de Paredes y Hernando Cerrada Marín, se dirigieron a Barquisimeto para detenerlo y ajusticiarlo. 

Ya derrotado y sin salida, Aguirre mató a su hija, Elvira, y a algunos de sus antiguos seguidores que, entonces, intentaban capturarlo.

Dos de sus antiguos “Marañones”, Juan de Chávez y Cristobal Galindo, dispararon sus arcabuces contra él, terminando con su vida, el 27 de octubre de 1561. Uno de ellos disparó, pero solo consiguió rozarlo, causando la burla de Aguirre. 

“!Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río...  -Continúa “La Canción del Pirata”.

Pero el segundo acertó, acertó mortalmente. Saltó después sobre él un soldado, llamado Custodio Hernández, que, por orden de García de Paredes, le cortó la cabeza, y tomándola por su larga cabellera, se la presentó al maestre de campo, esperando con ello, ganar indulgencia para su pasado marañón.

El cuerpo de Aguirre fue descuartizado y devorado por los perros, con la excepción de la cabeza, que quedó expuesta en una jaula, como escarmiento, en El Tocuyo, durante mucho tiempo, y las manos, que fueron llevadas a Trujillo y Valencia. En un juicio de residencia post mortem realizado en El Tocuyo, Aguirre fue declarado culpable del delito de lesa majestad. En Mérida y El Tocuyo algunos de sus marañones también fueron procesados; declarados culpables de los crímenes cometidos y sentenciados a muerte por descuartizamiento.

● ● ●

Las cartas que se conservan de Aguirre, tienen un enorme valor histórico, y, lo cierto, es que reflejan a un hombre con formación y, sin duda, excelente caligrafía, pero también, a un intrigante, grosero, torpe en su ira, desagradable, ambicioso, temperamental, exaltado, astuto, hábil, rebelde, temerario, fanático y vengativo y, por todo ello, peligroso.

Para muchos, Lope de Aguirre es la sublimación extrema de un carácter capaz de lo mejor y de lo peor, de las más gloriosas gestas y las más abyectas infamias, concediendo un valor absoluto al Honor, tantas veces, mal entendido, que no perdonaba ni olvidaba una ofensa y para el que la idea de no vengarla, era algo impensable. Era, se ha dicho, un paranoico, lindando con la psicopatía; que mataba con extrema facilidad, tanto a enemigos como amigos, si llegaba a sospechar de su fidelidad y obediencia ciega. Se le atribuyen, personalmente. o por orden suya, 72 asesinatos, de ellos, 64 españoles, tres sacerdotes, cuatro mujeres y un indio, lo que indicaría su falta de discriminación. Por otra parte, también combatió a todo un Imperio cara a cara y, de hecho, culminó una prodigiosa singladura a través de Sudamérica.

A su manera, Aguirre pedía justicia. Su carta de rebeldía dirigida al rey Felipe II es más una carta de un súbdito desencantado que la arrogante misiva de un tirano, no se puede olvidar que él sí reconoció y concedió la igualdad de derechos a negros e indios. 

Dijo en una ocasión: "Aquí el que dice la verdad es tratado de loco". Él decía lo que creía y actuó en consecuencia. Tal fue Lope de Aguirre, el loco Aguirre, el tirano Aguirre, la ira de Dios, o el Príncipe de la Libertad, que dormía vestido y armado, rodeado de sus fieles, porque desconfiaba de todos. 

•••

Como ya hemos adelantado, fue ya cerca del final de su vida, cuando escribió y envió, al menos, tres cartas, entre la que destaca rotundamente, la enviada a Felipe II, de cuyo contenido, trasluce la verdadera imagen de nuestro protagonista, del cual no tenemos retrato alguno. 


- El 8 de agosto de 1561, desde la isla Margarita, una, dirigida al provincial dominico fray Francisco de Montesinos.

- El 20 de setiembre de 1561, desde Borburata, otra, dirigida al rey Felipe II. La más importante en muchos aspectos, de las tres.

- El 22 de octubre de 1561, desde Barquisimeto, una tercera, para el gobernador Pablo Collado.

Estas cartas, especialmente, la enviada a Felipe II, definen a este sorprendente personaje, de forma única e inconfundible; nadie, que sepamos, fue nunca capaz de dirigir al monarca, los reproches e insultos que Aguirre le dedicó y nada más interesante que leerla detalladamente, de principio a fin.

• • •

CARTA DE LOPE DE AGUIRRE A FELIPE II, REY DE ESPAÑA

Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos, invencible:

Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres, hijo-dalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino, en mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en el Pirú en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales libros.

Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque para mi y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros; aunque también bien creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, crée, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo, manco de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Thomás Vazquez, conquistador del Pirú, y al triste de Alonso Díaz, que trabajó más en el descubrimiento deste reino que los exploradores de Moysen en el desierto; y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio, y aun en Lucara, ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho el servicio que tus oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son.

      Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como estas partes tienen. Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados.

      Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según teneis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamais siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire. Y cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis docientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijos-dalgo, de no te dejar ministro tuyo a vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia; y el día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de los nascidos, por estar como estamos en estas pares de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Sancta Madre Iglesia de Roma; y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir martirio por los mandamientos de Dios.

      A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, ví en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas relaciones que venían de España, de la gran cisma de luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y espanto, pues aquí en nuestra compañía, hubo un alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la paga a los cuerpos, pero donde nosotros estuviéremos, crée, excelente Príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fée de Cristo.

      Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que, cierto, conviene que venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma menos que de Gobernador. Mira, mira, Rey, no les creas lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante tu Real persona, es para venir acá a mandar. Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los Sacramentos de la Iglesia por prescio; enemigos de pobres, incaricativos, ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que, por mínimo que sea un fraile, pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon remedio, Rey y Señor, porque destas cosas y malos exemplos, no está imprimida ni fijada la fée en los naturales; y, más te digo, que si esta disolución destos frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos.

      Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos hayamos determinado de morir, desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tú has sido causa, por no te doler del trabajo destos vasallos, y no mirar lo mucho que les debes; que si tú no miras por ellos, y te descuídas con estos tus oidores, nunca se acertará el gobierno. Por cierto, no hay para qué presentar testigos, más de avisarte cómo estos, tus oidores, tienen cada un año cuatro mil pesos de salario y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen cada uno setenta mil pesos ahorrados, y heredamientos y posesiones; y con todo esto, si se contentasen con servirlos como a hombres, medio mal y trabajo sería el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que do quiera que los topemos, nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor; cosa, cierto, insufrible. Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar de avisar, que no fies en estos letrados tu Real conciencia, que no cumple a tu Real servicio descuidarte con estos, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas, y no entienden en otra cosa, y su refrán entre ellos, y muy común, es: "A tuerto y ya derecho, nuestra casa hasta el techo".

      Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren, absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno de ellos tiene por penitencia en sus cocinas una dozena de mozas, y no muy viejas, y otros tantos muchachos que les vayan a pescar: pues a matar perdices y a traer fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra, que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia.

      ¡Ay, ay! qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de España la superbia Germania, y gastase tanta moneda, llevada destas Indias, descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá más contentos con maiz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caido pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia Romana.

      No podemos creer, excelente Rey y Señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes; sino que estos tus malos oidores y ministros lo deben hacer sin tu consentimiento. Dígolo, excelente Rey y Señor, porque en la ciudad de Los Reyes, dos leguas della, junto a la mar, se descubrió una laguna donde se cría algún pescado, que Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos oidores y oficiales de tu Real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen, para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre, dándonos a entender, como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad. Si ello es así, déjanos, Señor, pescar algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo; porque el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la cantidad por que se arrienda. Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno.

      En el año de cincuenta y nueve dió el Marqués de Cañete la jornada del río de las Amazonas a Pedro de Orsúa, navarro, y por decir verdad, francés; y tardó en hacer navíos hasta el año de sesenta, en la provincia de los Motilones, que es término del Pirú; y porque los indios andan rapados a navaja, se llaman Motilones: aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosa, al tiempo del echarlos al agua se nos quebraron los más dellos, y hicimos balsas, y dejamos los caballos y haciendas, y nos echamos el río abajo, con harto riesgo de nuestras personas; y luego topamos los más poderosísimos ríos del Pirú, de manera que nos vimos en Golfo-duce; caminamos de prima faz trecientas leguas, desde el embarcadero donde nos embarcamos la primera vez.

      Fue este Gobernador tan perverso, ambicioso y miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte en mi caso, como me ternás, excelente Rey y Señor, no diré cosa más que le matamos; muerte, cierto, bien breve. Y luego a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D.Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu Real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias; y a mí me nombraron por su Maese de campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar, y yo maté al nuevo Rey y al Capitán de su guardia, y Teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a una mujer, de la liga contra mí, y un Comendador de Rodas, y a un Almirante y dos alferez, y otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes, y Sargento mayor, y me quisieron matar, y yo los ahorqué a todos. Y caminando nuestra derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca dél y hasta la mar, más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas: anduvimos mil y quinientas leguas. 

Es río grande y temeroso: tiene de boca ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen: por muchos brazos tiene grandes bajos, y ochocientas leguas de desierto, sin género de poblado, como tu Majestad lo verá por una relación que hemos hecho, bien verdadera. En la derrota que corrimos, tiene seis mil islas. ¡Sabe Dios cómo nos escapamos deste lago tan temeroso! Avísote, Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape, porque la relación es falsa, y no hay en el río otra cosa, que desesperar, especialmente para los chapetones de España.

Los capitanes y oficiales que al presente llevo, y prometen de morir en esta demanda, como hombres lastimados, son: Juan Gerónimo de Espíndola, ginovés, capitán de infantería; los dos andaluces; capitán de a caballo Diego Tirado, andaluz, que tus oidores, Rey y Señor, le quitaron con grande agravio indios que había ganado con su lanza; capitán de mi guardia Roberto de Coca, y a su alférez Nuño Hernández, valenciano; Juan López de Ayala, de Cuenca, nuestro pagador; alférez general Blas Gutiérrez, conquistador, de veinte y siete años, alférez, natural de Sevilla; Custodio Hernández, alférez, portugués; Diego de Torres, alférez, navarro; sargento Pedro Rodríguez Viso, Diego de Figueroa, Cristobal de Rivas, conquistador; Pedro de Rojas, andaluz; Juan de Salcedo, alférez de a caballo; Bartolomé Sánchez Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao, nuestro pagador.

      Y otros muchos hijos-dalgo desta liga, ruegan a Dios, Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y ensalce en prosperidad contra el turco y franceses, y todos los demás que en estas partes te quisieran hacer guerra; y en estas nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía.

      Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud,

        Lope de Aguirre, el Peregrino.

(Se conserva una copia del Manuscrito de Aguilar en el British Museum. Add. 17616. Cap. II del libro 3.a fols. 139 r.—-144 v.).

● ● ●

Emiliano Jos, escribió una completísima tesis sobre Aguirre, La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones, de la cual, en 1928 el académico de la Historia, Ricardo Beltrán, informó en un discurso publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia.

I La expedición de Ursúa al Dorado y la rebelión de Lope de Aguirre, por don Emiliano Jos 

INFORME:

El señor Director se sirvió designarme para informar acerca del libro de don Emiliano Jos titulado La expedición de Ursúa al Dorado y la rebelión de Lope de Aguirre, y, cumpliendo el encargo, tengo el honor de proponer el siguiente dictamen: 

"Ilustrísimo señor: La Real Academia de la Historia ha examinado la obra escrita por el señor don Emiliano Jos, con el título de La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones, según los documentos del Archivo de Indias y varios manuscritos inéditos, ...

La que ahora ha venido a informe de la Real Academia de la Historia es un extracto de la tesis del autor; agraciada con el premio extraordinario del Doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras, Sección de Historia. Del título mismo de la obra se deduce su división en tres partes, a saber: la expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones; pero la personalidad y los hechos del tirano Aguirre llenan casi todas las páginas del libro, y así tenía que suceder tratándose de aquel hombre, prototipo de la audacia sin freno y protagonista de uno de los episodios más extraordinarios en los anales de la conquista de las Indias, tan extraordinario, que difícilmente han podido explicar los críticos la razón o el móvil de los actos realizados por aquel hombrecillo deforme, flaco de carne, gran hablador, bullicioso y charlatán, que a fuerza de osadía y crueldad puso en alarma a gran parte de la América del Sur; todo lo contrario, nos dice el señor Jos, que su jefe y víctima, el intrépido conquistador y galante caballero Pedro de Ursúa, gentilhombre por su nacimiento y su persona. Los más de los autores, casi-todos, nos hablan de Lope de Aguirre como un hombre desprovisto de todo sentimiento de humanidad, malvado y traidor, que no sólo mata para quitar estorbos que le impiden satisfacer sus ambiciones, sino que asesina sin necesidad o sin causa conocida, por instinto sanguinario o por exceso de iracundia. 

No falta, sin embargo, quien ha pretendido rehabilitar su memoria, como hizo el señor Ispizúa, presentándolo como el primer mártir de la independencia de América, a la que pretendía salvar del yugo de los Reyes de Castilla, negando a éstos el derecho de señorear en las Indias. Claro es que siempre, y más aún en siglos que pasaron, el carácter feroz de la guerra, que obliga a imponerse por la fuerza y el terror, es circunstancia que motiva la aparición de hombres sin entrañas, y de ellos, ciertamente, algunos más que nuestro Lope de Aguirre hubo entre aquella soldadesca que intervino en las rebeliones del Perú y otras partes de América; pero nadie superó ni aun igualó al tirano de Oñate, y bien puede afirmarse, con nuestro llorado compañero señor Bécker —y así lo recuerda el señor Jos— que la figura de Lope de Aguirre es lo más sombrío de nuestro pasado colonial, y borrón sangriento que mancha las páginas de la historia de la conquista del Nuevo Mundo.

El señor Jos aporta manuscritos inéditos que ahora, por primera vez se utilizan en la Historia, y estudia y compara las relaciones de los primeros cronistas y los documentos de la época, algunos hasta el día desconocidos, y procedentes en su mayor parte del Archivo de Indias, de la Biblioteca de esta Real Academia, de las Bibliotecas nacionales de Madrid y París, del Museo Británico, etc., y con ellos a la vista va aclarando puntos dudosos en el sangriento episodio de la rebelión de Aguirre, y llega a la siguiente conclusión expuesta en estos breves y rotundos términos: "Marcamos ya sin titubeos la demencia del rebelde." Es decir, que Lope de Aguirre fué un loco, un demente, un irresponsable. Pero... fué un demente, como muchos, que tuvo accesos de locura muy interesantes y aun geniales. Basta leer —dice el señor Jos— la inaudita carta que dirigió a Felipe II. Sólo un loco podía atreverse —sin más fuerza que 200 arcabuceros— a declarar guerra a muerte a este monarca; a decirle, con el tono y el estilo del superior al inferior, que sus promesas merecían menos crédito que los libros de Martín Lutero, que no podía llevar el título de rey con justicia, y que todos los reyes debían ir al infierno parque eran peores que Lucifer.

Asesinado don Fernando de Guzmán, a quien el mismo Aguirre había hecho proclamar Príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile, quedó el loco como único jefe de los "Marañones", es decir, los navegantes del Marañón o Amazonas, que a las órdenes de Aguirre siguen por el río hasta desembocar en la mar del Norte, y por él ir a la isla Margarita. Nos habla el autor de la llegada a ésta y luego a la tierra firme de Venezuela y de los varios sucesos acontecidos hasta la muerte de Aguirre, que poco antes de ser arcabuceado comete el último acto de locura; apuñala a su hija. Con la vida de Aguirre termina la rebelión, cuyos efectos, si fueron escasos y efímeros en el orden político, no así en el geográfico.

Y aquí empieza la tercera parte de la obra, El itinerario de los Marañones, parte muy interesante, porque en ella se estudia punto por punto y se comparan entre sí las relaciones del viaje y se aborda el discutido problema de saber por dónde llegaron los Marañones al Atlántico: ¿navegando aguas abajo por el Amazonas hasta el Océano? ¿Aprovechando la comunicación del Amazonas con el Orinoco por los ríos Negro y Casiquiare? ¿Por otro río o camino de la Guayama? El señor Jos resuelve el problema a favor del Amazonas, y con este motivo hace nuevo alarde de erudición y crítica estudiando desde el punto de vista hidrográfico la región intermedia entre el Alto Orinoco y el Amazonas, y llegando, con los datos que aporta de mapas y relaciones antiguos y modernos y los fotograbados que presenta, a la conclusión de que hubiera sido imposible la expedición por el interior. Uno de los autores que cita entre los modernos exploradores es el señor Hamilton Rice, a quien aún no hace un año tuvimos el placer de oír aquí en Madrid cuando por iniciativa de nuestro actual director, el señor Duque de Alba, vino a dar una conferencia ante la Real Sociedad Geográfica. El señor Hamilton Rice, que ha visto y descrito los ríos Negro y Casiquiare, aunque en la mencionada conferencia no trató expresamente de ellos, nos relató sus viajes por región de valles y ríos idénticos, de la misma cuenca del Negro, y los que tuvimos la suerte de oírle y de ver las proyecciones cinematográficas que expuso, necesariamente tenemos que estar de acuerdo con el señor Jos. 

Para navegar por aquellos ríos, llenos de saltos y raudales, hoy mismo, en el siglo XX, es preciso disponer de centenares de hombres que carguen con la nave para transportarla por tierra o para retenerla y guiarla en los malos pasos. De los datos geológicos que proporcionan Rice y otros viajeros se deduce que en el siglo XVI, menos desgastadas por la erosión las rocas del cauce, las dificultades para la navegación habrían de haber sido mayores que en nuestros días. Y aparte quedan, para apoyar la opinión del señor Jos, las interpretaciones muy juiciosas y meditadas que hace de mapas y de relatos, crónicas y documentos antiguos, entre éstos la carta de Aguirre a Felipe II, en que le habla de la boca de "ochenta leguas de agua dulce del grande y temeroso río de las Amazonas que se llama el Marañón". De la hidrografía histórica de esta parte de América dudo que haya trabajo que supere al del señor Jos. Hay tal copia de pareceres, de crítica y de comparación entre ellos, de aportación de pruebas y argumentos, que el mismo autor, temiendo que la lectura de todo cause fatiga, indulta al lector de la que él supone pena de leer los párrafos de letra pequeña, salvo si tuviera interés especial en las cuestiones a que se refieren. No acaba aquí la obra. Siguen más de 100 páginas de Apéndice documental y de Bibliografía, y los índices de nombres propios de personas y de lugares citados. 

Mas no queremos dar fin a este informe sin transcribir las últimas palabras del libro, porque expresan una iniciativa que los cultivadores de la historia patria no debemos dejar que pase inadvertida. "Amargo es decirlo —exclama el señor Jos—; ¡pero cuan pocos estudiantes españoles utilizan los Archivos de Simancas e Indias! Muy acertado es que salgan pensionados para trabajar y perfeccionarse en el extranjero. ¿Cuántos años transcurrirán hasta que en el Ministerio de Instrucción pública se vea la conveniencia, la necesidad de pensionar a los jóvenes estudiantes de Historia para que investiguen en tales archivos? De pensionados, de investigadores españoles, deben salir las substanciosas páginas, las monografías ricas en aportaciones nuevas, las cuales, así como las de las investigaciones americanistas en general, reunirá y dará forma definitiva el digno sucesor de los mejores cronistas de Indias que, en síntesis de arte y verdad, escriba la gloriosa historia de los hechos de los españoles en las islas y tierra firme del mar Océano." 

El trabajo del señor Jos, objeto de este informe, es precisamente una de esas monografías ricas en aportaciones nuevas y que tan útiles son para la Historia de la España americana. En consecuencia, la Academia reconoce y declara expresamente que la monografía formada por el señor don Emiliano Jos como extracto de su tesis doctoral sobre “La Expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el Itinerario de los Marañones", es una obra de mérito relevante. 

La Academia, no obstante, decidirá con mayor acierto, Madrid, 20 de marzo de 1928. RICARDO BELTRAN RÓZPIDE. Aprobado por la Academia en sesión de 23 de marzo.

● ● ●

Extractos del trabajo de Jos

Entre los capítulos aludidos en las palabras del P. Zahm (Mozans) pocos más justamente que el de la Rebelión de Aguirre y su trayectoria, deben ser incluidos, no tanto por su desconocimiento, como por las caprichosas, apasionadas y falsas interpretaciones de que ha sido objeto en todos los tiempos, y señaladamente, desde mediados del siglo pasado hasta los años actuales. 

En la sangrienta aureola del loco Aguirre. no caben las desentonadas coloraciones que se han querido añadir, aunque no por eso deja de ser su persona interesantísima y extraordinaria, pues para ello bastaría su inaudita carta a Felipe II. La insólita franqueza, la arrogancia loca que en ella se observan no eran las únicas características de Lope de Aguirre el “Peregrino”. Era éste también el felino astuto y carnicero que celadamente hace sus presas, era un redomado traidor, un hombre de veracidad traspapelada, un hombre cuya alma tenía más vueltas y revueltas que camino entre montañas. La prueba de su mendacidad es concluyente. 

Era conocido en Perú como Aguirre el loco, mucho antes de que Ursúa realizase la expedición al Dorado.

Tan ociosos nos parecen los panegíricos desaforados como los dicterios que acumulan otros tratadistas contra un demente, cruel, sanguinario, al que es preciso anular, reducir a impotencia completa sin duda alguna, pero que en definitiva es un irresponsable.

...Entre los documentos de ese Archivo [de Indias, en Sevilla], ... se encuentran... varios manuscritos inéditos sobre nuestro tema, cuyos autores fueron testigos presenciales de los sucesos que narran, es decir, que son elementos del más subido valor. Tales manuscritos los hemos copiado o extractado en los lugares donde se encuentran, a saber: Academia de la Historia y Biblioteca Nacional de Madrid, Biblioteca N. de París y Museo Británico de Londres.

Lope de Aguirre tuvo un puesto en el Teatro y en la Novela. En el primero con un drama del colombiano Carlos Arturo Torres, estrenado en Bogotá en 1891. En la segunda con Las Inquietudes de Shanti-Andia de Pío Baroja, y en la novela histórica con las Ultimas Tradiciones de don Ricardo Palma y Los Marañones de Ciro Bayo. Hora es ya de que tenga plaza en la Historia, y si lo hemos conseguidlo juzgarán los historiadores.

«Sobresalía entre la falange de revoltosos un hombre de pequeña estatura llamado Lope de Aguirre. Su persona fué siempre despreciada por ser mal encarado, flaco de carnes, gran hablador, bullicioso y charlatán; de ánimo siempre inquieto, amigo de sediciones y alborotos.”

A poco de comenzada la expedición. Pedro de Ursúa, Gobernador de la provincia fugaz del Dorado, nombró Tenedor de Difuntos a Lope de Aguirre quien interpretando a su manera las obligaciones de aquel empleo, les dió tan extraordinario cumplimiento, que ascienden a sesenta los difuntos que tiene a su cargo. Lejos de agradecer la merced, fué Aguirre el que convenció a los descontentos, que querían huirse al Perú para que no lo hiciesen sin dar muerte a Ursúa. El infelice Gobernador en la noche del día de Año-Nuevo de 1561, fué sorprendido por una cuadrilla de canallas que le deshicieron materialmente a estocadas, e igual suerte cupo a su Teniente el madrileño don Juan de Vargas. Los asesinos se apoderaron de todas las armas, dejaron sin ellas a los soldados de quienes sospechaban, nombraron General a un hidalgo sevillano don Fernando de Guzmán y Aguirre quedó como Maestre de Campo. Este, ayudado por sus amigos apuñala a sus rivales y ahorca o da garrote a todos aquéllos de quienes sospecha que se oponen o han de oponerse a los proyectos, que expone a sus soldados, de volver al Perú y arrebatarlo a quienes lo dominaban. Recuerda a la tropa que los rebeldes del Perú fueron vencidos por no decidirse a titularse reyes, y les dice luego que para que con ellos no pase lo mismo es conveniente que se desnaturen de España, que nieguen el vasallaje a Felipe II y que juren como a su nuevo Príncipe a don Fernando de Guzmán, a quien como tal va a besar la mano y los soldados a continuación de él.

“…yo y mis compañeros... tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero”. Si había alguna comparación insufrible para el catolicísimo Felipe II, era seguramente este parangón desfavorable, con Lutero el fundador del Protestantismo. 

La vituperable conducta de muchos frailes también es censurada en la carta.

En esa ciudad [Barquisimeto] se habían reunido pocos más de cien hombres de diversas poblaciones de Venezuela, con ánimo de impedir el paso a los rebeldes “marañones”, los cuales como en su mayoría no simpatizaban con el rebelde, fuéronse pasando al campo de los leales, de tal manera, que a ‘los cinco días se encontró su Fuerte Caudillo solo, por lo que sintiendo ya la muerte—que le fué dada por dos de sus mismos soldados— asesinó a su hija Elvira para que no fuese llamada hija del Traidor. Caía muerto éste, de dos arcabuzazos, cuando con su misma espada, uno de sus oficiales, Custodio Hernández, le cortó la cabeza que había cogido por las barbas.

Tenía grandísimo temor a posibles conspiraciones contra su vida. Este temor convirtióse en manía persecutoria, le acabó de volver loco y le hizo cometer los crímenes, no ya más injustos, sino más necios. Según decía, su corazón le avisaba de las traiciones que contra él se tramaban, así que, desde el momento en que su víscera cardíaca se convirtió en el monitor o gaceta de las conspiraciones de los “marañones”, ninguno de ellos quedó seguro.

No era más envidiable la del rebelde, en constante vigilia, no descansando casi nunca ni de noche ni de día, creyendo a veces probable un triunfo, pero más el fracaso a partir de la deserción de Munguía, y sobre todo, desde que en Venezuela comenzaron a dejarle los primeros soldados. Sus últimos días en Barquisimeto fueron una terrible, acerba agonía ante la cual no se puede permanecer insensible. Aguirre suplicando a sus soldados que no le abandonen hasta el Perú donde sus huesos quieren descansar, Aguirre apuñalando a su hija al mismo tiempo que grita desgarradoramente ¡hija mía!, ¿cómo no ha de inspirar piedad? Leyendo detenidamente la relación de Vázquez, no pudimos menos de indignarnos ante las carnicerías de Lope, pero al llegar hacia el fin, al acercarse su desastrada muerte tampoco dejamos de sentir cierta opresión. Mucho nos complace recordar en estas líneas que el Marqués de la Fuensanta del Valle, que también leyó despaciosamente a Vázquez, le sucedió otro tanto (pág. XLII de su Introducción). 

¿Tendrá razón Baroja, a quien le resulta Aguirre casi simpático? Es arriesgado llegar en esto a una conclusión. El lector de la vida de tan singular personaje, pasa por situaciones de ánimo alternativas. La compasión quizá deba ser el último sedimento que se pose en el espíritu. Locura, maldad, astucia y grandeza son las características de Lope, más considerables aquéllas, pero indudable ésta en la franqueza con que luego de la muerte de Ursúa se firma traidor, en la parte buena que pudo tener su proyecto de independencia, en la carta a Felipe II, en su temeraria declaración de guerra a muerte al Rey y en su no menos temerario propósito de atravesar el continente hasta el Perú. El ingenioso, el blasfemo, el neurótico, tuvo también sus momentos de artista en la soberbia terminación de su carta a Felipe II:—Hijo de fieles vasallos y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el Peregrino—y cuando añora para su descanso eterno el Perú, - aquella gloriosa tierra donde gozarán y descansarán mis huesos lo que el "cuerpo tanto trabajó y ha padecido”.

Mísera le parecía la tierra de Venezuela en comparación de la peruana, pero ahora no se acuerda de sus riquezas para calificarla, la llama bellamente “gloriosa”. No había sido afortunada su vida en el Perú, no le importa, quiere que a su muerte le acoja aquella “gloriosa tierra”, empapada con sangre suya. 

Al dar fin a estos mal pergeñados renglones sobre el rebelde, no dejaremos de expresar nuestro deseo de que la tierra de Venezuela le haya sido tan leve [*] como lo hubiera sido la del Perú. Tirano Aguirre, Aguirre el loco, Lope de Aguirre el Peregrino, descansa en paz.

[*] Alude al conocido epitafio latino: STTL; Sit Tibi Terra Levis: “Que la Tierra Te sea Leve”, después sustituido por el también latino, RIP; Requiescat In Pace: “Descanse en Paz”.

A Elvira de Aguirre dio el Gobernador honrosa sepultura en Barquisimeto. Su basquiña y corpiño con, las señales de las heridas, según Piedrahita, se conservaron largo tiempo en Tocuyo donde y en una jaula estuvo expuesta la cabeza de Aguirre.

Al llegar al término de estas cansadas líneas, confesaremos que no estamos persuadidos de ser ellas las definitivas sobre la totalidad de los temas estudiados. Nuestra visión de Aguirre, por ejemplo, es una de tantas como se pueden presentar de tan especial figura, pero al menos no se aparta de la historia, lo cual no puede afirmarse de otras, y además marcamos ya sin titubeos la demencia del rebelde.

● ● ●

Terminaba así Espronceda, su “Canto a Teresa”:

“Truéquese en risa mi dolor profundo...

Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?”.

● ● ●

Fuente: “Histogeomapas”

Mapa base: Google Heart

Trujillo, el punto de partida. Iglesia de San Agustín. Trujillo, Peru.

Barquisimeto, el punto final. Antigua catedral de Barquisimeto, hoy Iglesia de San Francisco de Asís.

Firma de Lope de Aguirre y negativo del texto original.

El capitán Francisco Vázquez, uno de los marañones de Ursúa que sobrevivió a Lope de Aguirre, de quien escapó en la Isla Margarita, hacia 1562 terminó su Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado, una de las crónicas más detalladas y valiosas de aquel viaje. 

Disponible en Google:

Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado hecha por ... - Francisco Vázquez - Google Libros

● ● ●


domingo, 20 de junio de 2021

EL MISTERIO DE LOS PRÍNCIPES DE LA TORRE DE LONDRES


John Everett Millais: Eduardo V (derecha) y su hermano Ricardo, los Príncipes de la Torre. Royal Holloway Collection.

Los dos personajes que la Historia conoce como Príncipes de la Torre, son, el niño-rey de Inglaterra Eduardo V, de doce años y su hermano Ricardo de Shrewsbury, duque de York, de nueve. Eran hijos del rey Eduardo IV y de Isabel Woodville, y herederos sucesivos del trono de Inglaterra.

Tras la muerte de su padre, el 9 de abril de 1483, en espera de la ceremonia de la coronación del mayor, como Eduardo V, ambos fueron conducidos a La Torre -entonces residencia real-, por orden de su tío paterno Richard, duque de Gloucester, nombrado Lord Protector por su hermano, el rey difunto. 

Nunca más fueron vistos.

El Protector, era coronado como Ricardo III, sobre el trono que iba a ocupar Eduardo V, el día 6 de julio de 1483.

Los padres

 

Edward IV de York (1442-1483) e Isabel de Woodville (1437-1492)

Eduardo IV. Nacido en Ruan, Normandía, el 28 de abril de 1442, falleció en Westminster, Londres, el 9 de abril de 1483. Fue rey de Inglaterra desde el 4 de marzo de 1461, hasta su muerte, con una breve interrupción, siendo el primer rey de Inglaterra de la Casa de York. 

La primera parte de su reinado fue un período de terrible violencia, a causa de la Guerra de las Dos Rosas -Lancaster Vs. York-. Eduardo frenó el intento de acceso al trono por parte de los Lancaster, durante la batalla de Tewkesbury en 1471, y después, reinó en paz hasta su muerte súbita e inesperada, pero, al parecer, producida por causas naturales. En todo caso, fue el rey más importante de la familia de York, durante la guerra de las Dos Rosas.

Eduardo se había casado el 1 de mayo de 1464, con Isabel Woodville, hija de Lord Ricardo Wydeville y de Jacqueta de Luxemburgo, duquesa viuda de Bedford. La boda se celebró en Grafton Regis, propiedad de la familia Woodville, el 1 de mayo de 1464, pero no se hizo pública. Nacieron de este matrimonio diez hijos, de los que siete sobrevivieron a su padre; entre ellos, se encuentran los Niños de La Torre.

Muy pronto, las distinciones otorgadas a los allegados de la nueva reina provocaron el resentimiento entre otros miembros de la corte. 

Las hermanas de York: Isabel, Cecilia, Ana, Catalina y María.

Eduardo enfermó en la Semana Santa de 1483, pero tuvo tiempo para añadir algunos codicilos a su testamento, de los cuales el más importante fue nombrar a su hermano Ricardo Lord Protector para después de su muerte, que se produjo, el 9 de abril de 1483. 

Le tenía que suceder su hijo, Eduardo V de Inglaterra, que entonces tenía doce años.

Paul Delaroche: Eduardo V y su hermano Ricardo de Shrewsbury, duque de York, Los hijos de Eduardo. Louvre.

Se dijo:

Que el nuevo rey fue llevado, con su hermano, a la Torre de Londres, con la excusa de que allí debía esperar su coronación, al tiempo que Isabel, su madre, se acogía a sagrado en la abadía de Westminster con su hijo menor y sus hijas. 

El 25 de junio de 1483 -mientras los niños seguían, o bien, en la Torre, o bien, ya desaparecidos-, el matrimonio de Isabel y el difunto monarca –sus padres-, fue declarado nulo por el Parlamento, mediante el acta "Titulus Regius". La anulación se hizo bajo el argumento de que, previamente, Eduardo IV se había comprometido en matrimonio con Lady Leonor Talbot y de que existía un contrato nupcial firmado, válido ante la ley, que impedía al monarca contraer otro matrimonio, pues se convertiría en bígamo. Esta información se dio a conocer cuando un sacerdote, posiblemente, Robert Stillington, obispo de Bath y de Wells, atestiguó que él mismo había celebrado la primera ceremonia.

Como consecuencia, todos los hijos que Eduardo IV tuvo con Isabel, incluyendo al joven rey Eduardo V, fueron declarados ilegítimos, lo que hacía recaer la Corona en la cabeza de Ricardo III, el Protector, hermano del difunto monarca. 

La suerte corrida a partir de entonces por los "Príncipes de la Torre" es desconocida. Su madre fue despojada del título de reina madre, pasando a ser, sencillamente, Lady Isabel Grey y, temiendo por su seguridad, cuando toda la corte parecía haberse declarado enemiga de su familia, los Woodville, pidió refugio en un centro religioso. Pero cuando el duque de Buckingham, antiguo aliado de Ricardo III, le dijo que los niños habían sido asesinados, ambos se aliaron con la casa de Lancaster y apoyaron la causa de Enrique Tudor, el nuevo pretendiente a la corona. 

Pero Ricardo III solo sobrevivió dos años a su coronación, y, una vez que Enrique Tudor accedió al trono, como Enrique VII, en 1485, el matrimonio de Isabel Woodville y el fallecido Eduardo IV fue declarado legítimo, así como todos los hijos que aún vivían, rehabilitando a la madre como reina-viuda, Isabel, que murió el 8 de junio de 1492, a los 55 años, en la abadía de Bermondsey en Londres y fue sepultada el día 12 de ese mes en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor, al lado de su marido Eduardo IV.

● ● ●

¿Qué pasó?

Ricardo III ha pasado a la historia como un hombre horrendo, física y moralmente, bajo la imagen diseñada por William Shakespeare, cuya primera edición de la tragedia que le dedicó, en la llamada Edición “Quarto”, de 1597, llevaba un título, claramente indicativo de su posición respecto al personaje: 

“La Tragedia del Rey Ricardo III, conteniendo sus traicioneras conspiraciones contra su hermano Clarence: el lamentable asesinato de sus inocentes sobrinos; su usurpación tiránica, con todo el curso de su detestada vida y muy merecida muerte”.

El título de la edición de la misma obra, 32 años después, era mucho más comedido y, sobre todo, libre de juicios previos.

Facsímil de la primera página de Ricardo III de la edición “First Folio”, publicado en 1623, titulada: “La Tragedia de Ricardo III, con el desembarco del Conde de Richmond y la Batalla de Bosworth Field”.

En cierto modo, podríamos intuir las razones de este cambio, pero, en efecto, solamente “intuir”, como ocurre con Shakespeare en tantas ocasiones, si bien, y, en todo caso, intentaremos desvelar sus causas, y sus vinculaciones históricas, si así lo permiten las investigaciones llevadas a cabo; algo que, para decirlo con franqueza, todavía parece tarea imposible, ya no sólo con respecto al “Bardo”, sino a todo el contexto histórico del final de le “Guerra de las Dos Rosas”; estrictamente, una guerra dinástica, como tantas otras.

Todo lo expuesto, evidencia ya el motivo por el que los Niños de la Torre, se convirtieron, involuntariamente, en una de las principales causas del conflicto, en la etapa final de las Guerras de las Dos Rosas, ya que habrían sido educados por sus parientes maternos, la familia Woodville, quienes fueron tachados de ambiciosos y advenedizos por los miembros de la Casa de York. 

A todo esto, en realidad, nadie sabía lo que había sucedido realmente, desde que aquellos fueron conducidos a la Torre, puesto que –así se ha dicho-, incluso a su madre, se le prohibió visitarlos.

Sin embargo, ante tan atronador silencio, el pueblo empezó a sospechar que los príncipes habían sido, en realidad, asesinados, por el ya rey, Ricardo III, especificándose, incluso, que habían muerto asfixiados por orden suya.

L'Assassinat des enfants d'Edouard. De Theodor Hildebrandt. MBA, Lyon

A partir de entonces surgieron numerosas leyendas relacionadas con el posible destino de los "Príncipes de la Torre". 

Algunos historiadores suponen que Ricardo III no habría ordenado sus muertes, y que, en realidad, los niños fueron ocultados el resto de sus vidas; mientras que otros, no tienen dudas de que fueron víctimas de su tío. Esta última hipótesis pareció reforzarse siglos después.

En 1674, cuando en el curso de unos trabajos de remodelación de la Torre de Londres, apareció una caja con el cuerpo de dos niños. A pesar de que se dudaba de que aquellos restos correspondieran a Edward y Richard, Carlos II -de Inglaterra y Escocia, 1525-1649-, ordenó que recibieran sepultura, como si lo fueran, en la Abadía de Westminster, conservados en una urna.

En 1933, de un estudio de aquellos restos, no se obtuvieron resultados coherentes, por lo que la incógnita sobre los niños encerrados, sigue sin ser resuelta.

El relato que pasó a la historia, es como sigue.

-El nueve de abril de 1483 moría inesperadamente Eduardo IV, a causa de una enfermedad. En aquel momento, su hijo, el ya rey Eduardo V se encontraba en Ludlow. 

Ricardo, duque de Gloucester-el que sería Ricardo III-, hermano del fallecido, se encontraba en Middleham Yorkshire, cuando recibió la noticia el quince de abril, y se apresuró a acudir a York Minster, para declarar su lealtad al nuevo soberano.

 

Ricardo III, c. 1520. Society of Antiquaries, London

Poco antes de su fallecimiento -como sabemos-, Eduardo IV había nombrado a Ricardo “Lord Protector”. 

Los representantes de Eduardo V y Ricardo acordaron reunirse el 29 de abril en Stratford. Sorprendentemente -para la mirada actual-. El día siguiente, 30 de abril, Ricardo ordenaba el arresto del séquito de Eduardo, incluyendo a su tío materno, Anthony Woodville, y a su medio hermano, Sir Richard Grey, que fueron conducidos a Pontefract Castle en Yorkshire y, decapitados, allí mismo, el 25 de junio. Desconocemos la causa de estas decisiones.

Poco después, el rey niño Eduardo V fue entregado junto con su hermano menor y hermanas, a su tío Ricardo, quien prometió a la madre, Elizabeth Woodville, que se ocuparía de su protección. 

Cuando Eduardo V y Ricardo llegaron a Londres, se preparaba la ceremonia de la coronación de Eduardo, cuya fecha se pospuso, del 4, al 25 de junio.

El 19 de mayo de 1483 Eduardo era conducido a la Torre de Londres, lugar tradicional de residencia de los futuros monarcas antes de su coronación.

El 16 de junio Ricardo, Duque de York, hermano menor de Eduardo, también era llevado a la Torre. La fecha de la coronación de Eduardo, quedaba pospuesta indefinidamente. 

Finalmente, el domingo 22 de junio, mediante un discurso en St. Paul’s Cross, Ricardo era declarado heredero legítimo de la casa de York, y el día 25 siguiente, un grupo de la corte reclamó su coronación.

La causa de aquel sorprendente cambio, se estableció sobre el hecho -ya citado-, de que los dos príncipes-niños habían sido declarados bastardos e ilegítimos por el Parlamento -declaración que sería confirmada en 1484 mediante el acta Titulus Regius, emitida por el Parlamento-, que declaraba que el matrimonio de Eduardo IV y Elizabeth Woodville no era legítimo, puesto que, para entonces, Eduardo ya estaba comprometido con Lady Eleanor Butler. 

El duque de Gloucester fue coronado como Ricardo III rey de Inglaterra el 3 de julio.

Dominic Mancini, un fraile italiano que visitó Inglaterra alrededor de 1480 y que, específicamente, visitó Londres en la primavera de 1483, escribió que, después de que Ricardo III accediera al trono, Eduardo y su hermano pequeño fueron llevados a las cámaras interiores de la torre y que cada vez eran vistos con menos frecuencia, hasta que desaparecieron totalmente. Existen, asimismo, informes sobre los dos príncipes jugando cerca de la torre, poco tiempo después de que el hermano menor, Ricardo, acompañara a su hermano en su estancia en la torre, pero no hay informes de que fueran vistos después del verano de 1483, incluso, en julio de ese año, parece que se intentó un rescate, que fracasó. 

El destino de los príncipes es, pues, un misterio que perdura hasta nuestros días. Muchos historiadores creen que fueron asesinados, e incluso, algunos sugieren que el crimen se cometió, justamente, a finales del verano de 1483. 

Cuatro cuerpos sin identificar, que fueron encontrados en la torre, podrían estar relacionados con tan misteriosos sucesos Una vez depositados en la Abadía de Westminster por orden de Carlos II, los restos fueron sometidos a diferentes análisis, sin que resultaran datos suficientes para aclarar el enigma que tratamos.

Numerosas fuentes sugieren que existieron diferentes rumores posteriores a la desaparición de los príncipes. Dominic Mancini y The Croyland Chronicle, mencionan algunos que corrieron a finales de 1483, pero en ningún momento señalan responsables, aunque en la época ya se hablaba de Ricardo III como responsable del suceso. 

Otras fuentes que hablan del caso, como el citado The Croyland Chronicle y The Commine, escritas tres y diecisiete años después de lo sucedido, no son consideradas suficientemente verídicas, habida cuenta de que sus autores estaban evidentemente inducidos por John Morton, arzobispo de Canterbury, con órdenes de incriminar a Ricardo III.

Sí se han ocupado del triste asunto, la pintura y la literatura. 

Las "Chronicles of London", escritas por Robert Fabyan, resumen alrededor de treinta años de historia tras la desaparición y muerte de los príncipes, y en ellas se inculpa a Ricardo III. 

En "The history of Richard the III" publicada en 1513 por Tomás Moro, partidario de los Tudor y canciller durante el reinado de Enrique VIII, identifica a James Tyrrell como el asesino, que actuó bajo las órdenes de Ricardo. Como es sabido, Tyrrell fue un fiel servidor de Ricardo, que, de acuerdo con el libro de Moro, confesó su culpabilidad en la muerte de los príncipes antes de ser ejecutado por traición en 1502. Escribió también Moro, que los príncipes fueron asfixiados hasta la muerte en su propio lecho por dos ayudantes de Tyrrell y después, enterrados en una de las escaleras interiores de la torre. 

Tomás Moro también incriminaba directamente a Miles Forrest, un ayudante de Tyrrell como el auténtico asesino. Sin embargo, se ha pensado que tal acusación, podría estar viciada, al menos en parte, puesto que existían notorias diferencia entre Moro y Forrest. De hecho -y esto es bien sabido-, en 1534, Moro perdió el favor de Enrique VIII, al negarse a aceptar que el rey fuese la máxima autoridad de la iglesia anglicana, motivo por el que sería decapitado al año siguiente. Pues bien, tras la muerte de Moro, en 1540, el señorío de la Abadía de Peterborough, pasó a manos, precisamente, de Miles Forrest.

● ● ●

Los hijos de Eduardo IV de Inglaterra, por Pedro Américo. Campina Grande, Paraíba, Brazil

En 1674, en una nueva remodelación de la Torre de Londres, unos trabajadores desenterraron una caja de madera que contenía dos esqueletos humanos, que, por su tamaño, parecían de niños. Aparecieron a unos 3 metros de profundidad, en la escalera principal de la capilla de la Torre. La razón por la que los cuerpos fueron atribuidos a los dos príncipes, fue, sencillamente, que el lugar en el que se encontraron, coincidía con la ubicación dada por Thomas More, si bien, la información se contradecía a sí misma, puesto que Moro también había dicho que los restos fueron cambiados de sitio.

Un informe anónimo indicaba que entre aquellos restos había fragmentos de telas ricas y terciopelo, lo cual podría indicar que pertenecían a aristócratas. Cuatro años después de su descubrimiento, los huesos fueron colocados en una urna y, por decisión de Carlos II –rey entre 1660 y 1685-, llevados a la abadía de Westminster, donde un monumento diseñado por Christopher Wren, muestra el lugar en el que, teóricamente, descansan los restos de Eduardo y Ricardo.

Nuevamente examinados, ya en 1933, por diversos especialistas -aunque faltaban muchos, y otros estaban muy destrozados-, se dedujo que pertenecían a dos niños de la misma época de los príncipes. Pero este dictamen fue muy discutido; fundamentalmente, porque, previamente se partía de la premia de que que se trataba de los príncipes. Lo cierto es que, desde entonces no se ha realizado ningún estudio científico más, si bien, no hace mucho tiempo, se solicitó la realización de un análisis de ADN, pero la página gubernamental que pedía esta prueba, desapareció antes de obtener su objetivo, sin aportar ninguna explicación.

● ● ●

Resumiendo: 

La teoría más extendida, es la que sostiene que los príncipes fueron asesinados por orden de Ricardo, que usurpó el trono de su sobrino Eduardo V. Aunque al ser declarados ilegítimos sus sobrinos, su acceso al trono quedaba asegurado, la permanencia en el mismo, peligraba mientras existieran los príncipes, quienes podrían ser convertidos en bandera de futuras reivindicaciones.

Los rumores sobre la muerte de los príncipes empezaron a circular ya desde el mismo año del fallecimiento de su padre, en 1483, y el hecho de que Ricardo, jamás diera la menor prueba de que siguieran con vida, parecía dar peso las sospechas sobre su persona. 

Muchos años después, ya hacia 1577, se afirma que Ricardo buscando atraerse la simpatía del pueblo inglés, negó oficialmente haber ordenado o participado, ni en la desaparición, ni en la muerte de los niños, pero, aun así, jamás, ni ante las crecientes dudas, casi convertidas en verdades irrefutables, se le pasó por la cabeza ordenar una investigación sobre el asunto, lo cual tampoco parece avalar su inocencia. De acuerdo con la vieja sentencia: “Qui prodest?”, como se preguntaría Séneca. ¿A quién beneficiaba la muerte de Eduardo? Aparentemente, a Ricardo III.

Con el tiempo, fueron surgiendo nombres de posibles sospechosos.

James Tyrrell partidario de la Casa de York. Fue arrestado por Enrique VII en 1502 por apoyar a otros miembros de la Casa de York que pretendían acceder el trono. Tomás Moro afirmó que, poco antes de su ejecución, Tyrrell había confesado, bajo tortura, haber asesinado a los príncipes por orden de Ricardo III. La crítica duda de esta acusación de Moro, por ser este, cuando la hizo, parte interesada y por carecer de la menor prueba de su aserto.

Henry Stafford, Segundo duque de Buckingham.

Henry Stafford, Segundo duque de Buckingham y mano derecha de Ricardo III. Se dijo que él sabía de la muerte de los niños, ya desde noviembre de 1483. Dado que, tenía motivaciones personales, como descendiente de Eduardo III, a través de Juan de Gante, y de Thomas de Woodstock, pudo albergaba esperanzas de acceder él mismo, al trono o, pudo actuar a favor de un tercero.

Margaret Beaufort

Margaret Beaufort madre de Enrique VII. NPG

Casada cuatro veces: Suffolk, Tudor, Stafford y Stanley; fue la madre de Enrique VII y, por tanto, abuela de Enrique VIII. Ha sido citada por algunos historiadores como posiblemente comprometida en la desaparición de los príncipes, ya que su conocido interés por convertir a su hijo en rey, podría ser un motivo de peso. 

Margarita ofrece una trayectoria en la que se advierten sucesivos cambios de bando, acorde con las circunstancias. A pesar de ser partidaria de la casa Lancaster, Margaret se había unido a la corte del rey Eduardo IV de York, siendo elegida por la reina Elizabeth de Woodville, para que cuidara de su hija Bridget en 1480. Sin embargo, tras la muerte de Eduardo y del ascenso al torno de Ricardo, Margaret se convirtió en dama de compañía de la esposa de este último, Anna Neville y todavía, además de todo lo anterior, Margaret Beaufort se convirtió en aliada de Elizabeth, que accedió a los esponsales de su hijo, Henry Tudor con Elizabeth de York, la hija mayor Eduardo IV. Al extenderse los rumores sobre la muerte de los príncipes, ella dedujo que, sólo si su hijo lograba derrotar a Ricardo en batalla, tendría el camino libre hacia el trono.

Enrique VII

En su deseo de alcanzar el trono, ejecutó a algunos de sus contrincantes. Entre ellos se encontraba John de Gloucester, hijo ilegítimo de Ricardo III. Enrique se encontraba fuera del país en el momento de la desaparición de los príncipes. El año anterior, antes de convertirse en rey, Enrique, se casó con Elizabeth de York, para reforzar su derecho al trono; ignorando la ilegitimidad de su esposa. Algunos historiadores creen que, también Enrique, pudo asesinar a los príncipes alrededor de julio de 1486.

• • •

Como telón de fondo, en todo caso, se desarrollaba la conocida “Guerra de las dos Rosas” emblemáticas de las Casas de Lancaster y de York.

Ricardo III. NPG, Londres

La restauración en el trono, en 1471 de Eduardo IV -el padre de los Niños de la Torre-, fue considerada por algunos historiadores como el final de la Guerra de las Dos Rosas. Pero Eduardo, murió repentinamente en 1483, suceso que marcó el inicio de un nuevo ciclo de desórdenes dinásticos. 

Bajo el reinado de Eduardo, las facciones se habían dividido entre los parientes de la reina, la familia Woodville, y los que consideraban a esta familia como unos advenedizos, hambrientos de poder. El heredero al trono, Eduardo V, tenía entonces sólo doce años, y había sido criado y educado bajo el cuidado de Anthony Woodville. Esto era algo insoportable para el partido anti-Woodville, que forzó la designación de Ricardo, duque de Gloucester y hermano de Eduardo IV, como Lord Protector, convirtiéndose de facto, en el líder de su facción.

Con la ayuda de William Hastings y Henry Stafford, Gloucester capturó al joven rey de manos de los Woodville en Stony Stratford en Buckinghamshire y lo encerró en la Torre de Londres, bajo su cuidado, donde, poco después, se le reunió su hermano Ricardo, duque de York, de sólo nueve años. 

Entonces, un clérigo alega que el matrimonio de Isabel Woodville y Eduardo había sido ilegal, ilegitimando a los dos niños de paso. El Parlamento accedió a emitir el Titulus Regius, por el que Gloucester se convertía en el rey Ricardo III de Inglaterra. Los dos niños encarcelados, pronto conocidos como los Príncipes de la Torre, desaparecen, posiblemente asesinados, aunque todavía se discute por mano u orden de quién, puesto que nunca hubo ningún juicio ni investigación legal acerca de la desaparición y muerte de los dos muchachos.

Dado que Ricardo III era el mejor general del bando de York, muchos lo aceptaron ante la perspectiva de tener que manejar a dos niños por intermedio de un Consejo de Regencia. 

Los Lancaster por su lado, concentraron sus expectativas en Enrique Tudor, cuyo padre, Edmundo Tudor, conde de Richmond, era hermano ilegítimo de Enrique VI. Sin embargo, la pretensión de Enrique al trono era por medio de su madre, Margarita Beaufort, una descendiente de Eduardo III por vía de Juan de Gante.

En la batalla de Bosworth, el 22 de agosto de 1485, las fuerzas de Enrique Tudor derrotaron a los ejércitos de Ricardo III, que murió durante la batalla, convirtiéndose así el vencedor, en el rey Enrique VII de Inglaterra, que reforzó su posición casándose con una hija de Eduardo IV, Isabel de York, que ostentaba el mejor derecho al trono de la Casa de York. Así reunió en su persona a las dos casas reales que con tanta violencia habían combatido por el poder. 


Enrique VII fusionó la rosa roja de Lancaster con la rosa blanca de York, creando un nuevo emblema mixto, la Rosa Tudor, y, para confirmar su permanencia, ordenó matar a cualquier potencial pretendiente o que se proclamara como tal, política que continuaría su hijo, Enrique VIII.

Muchos historiadores consideran el acceso al trono de Enrique VII como el efectivo punto final del conflicto de “Las Dos Rosas”. Otros argumentan que la guerra como tal terminó poco después, con la batalla de Storke el 16 de junio de 1487, cuando -fuera de toda lógica- apareció la figura del último pretendiente masculino de la casa de York, Eduardo, conde de Warwick, hijo de Jorge, duque de Clarence, hermano de Eduardo IV. Sin embargo, aquel joven, resultó ser un impostor, llamado Lamberto Simmel, pero fue perdonado ya que se consideró que no había sido más que un instrumento de los adultos, y salvó la vida, pasando a servir en las cocinas reales.

● ● ●

Muchos años después, William Shakespeare le dedicó una de sus obras más conocidas, en la que ofrecía la evidencia de que Ricardo III había asesinado a sus sobrinos; si bien, tal supuesto no era original, sino que se basaba en la Historia del rey Ricardo III, de Tomás Moro, que presentaba diversos testimonios muy detallados en los que se explicaba, de manera coherente y muy plausible, cómo James Tyrell, un miembro muy cercano al rey, habría matado a los niños en su nombre.

Richard The III: Now is the winter of our discontent

Made glorious summer by this son of York;


-Ahora la primavera de nuestro descontento, 

da paso a un glorioso verano para este hijo de York.


Primer verso de la tragedia “Henry III” de W. Shakespeare.

La obra empieza con Ricardo, alabando a su hermano, el rey Eduardo IV, hijo mayor de Ricardo de York. El monólogo revela la envidia y la ambición de Ricardo, ya que Eduardo gobierna el país con prudencia y sabiduría. Ricardo es un feo jorobado, que se describe como «deformado, mutilado».

Ricardo conspira para que su hermano Jorge de Clarence, que le precede como heredero al trono, sea recluido en la Torre de Londres como sospechoso de asesinato. Seguidamente, para cumplir sus ambiciones, pretende los favores de Lady Ana, la viuda de Eduardo de Lancaster, tras haber asesinado a su marido y a su padre, pero, a pesar de todo, Ana se compromete a casarse con Ricardo, que, en colaboración con su amigo Henry Stafford, segundo duque de Buckingham, conspira para acceder a la sucesión al trono, presentándose ante los señores como un hombre piadoso, modesto y sin ninguna pretensión de grandeza. Así, es elegido sucesor del rey Eduardo IV —en cuya muerte, irónicamente, Ricardo no aparece, en absoluto, involucrado.

Ricardo se garantiza de manera activa la posesión de la corona. Asesina a cualquiera que se interponga en su camino, incluido el joven príncipe, Lord Hastings, su antiguo aliado Buckingham, e incluso su esposa. Estos crímenes hacen que Ricardo pierda todos los apoyos y se enfrente con el conde de Richmond, futuro Enrique VII de Inglaterra, en la batalla de Bosworth Field, en cuyo transcurso, los fantasmas de aquellos a los que había matado, le gritan: «¡Desespera y muere!».

A pesar de la lucha que inicialmente parece favorable a Ricardo, pronto se encuentra solo en medio del campo de batalla, y grita desesperado:

A Horse, a Horse, my Kingdome for a Horse

¡Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo!

Finalmente, después de un combate cuerpo a cuerpo, Richmond, lo atraviesa mortalmente con su espada.

La primera representación de la que se tiene constancia se produjo el 17 de noviembre de 1633, con la asistencia de Carlos I y Enriqueta María.

¿Escribió Shakespeare desde una perspectiva histórica ecuánime y libre de prejuicios o intereses de partido?

Más datos... y contradicciones

El escrito de Moro, dice que Tyrell acusó a dos personas del asesinato de los Niños: a su cuidador de caballos, John Dighton, y a un guardia de la Torre, Miles Forest. Sin embargo, cuando Moro empezó a escribir su libro, todos los protagonistas habían fallecido: Ricardo III, Tyrell, Dighton y Forest. ¿Cómo, entonces, pudo contar una historia verídica y real si todos los protagonistas habían muerto mucho antes de iniciar la escritura? El relato era muy creíble, pero podía deberse a leyendas de la época o a la inventiva del propio autor.

Ahora, el historiador Tim Thornton cree haber hallado el hilo oculto que podría haber sido la fuente de la que bebió el autor, pudiendo contar exactamente lo que pasó y dando a conocer una historia real, que confirmaría que Ricardo III fue quien mató a sus sobrinos. Forest tuvo dos hijos, Edward y Miles, quienes estaban vivos en el momento de la escritura. Y, por si fuera poco, ambos pertenecían a la más alta nobleza, aun siendo hijos de un guardia; algo muy poco probable,

Thornton está convencido de que uno de esos hijos —o, incluso, los dos— contaron a Moro la verdadera historia de los dos niños desaparecidos en la Torre de Londres, y señalaron directamente a Ricardo III como autor intelectual de los asesinatos que le permitieron ser rey de Inglaterra. Declaraba aspectos que nadie sabía hasta la fecha, pues, no en vano, su padre habría sido uno de los brazos ejecutores de los menores.

"Esta evidencia abre la posibilidad de que Edward y Miles fueran el canal de información sobre los asesinatos. Lejos de ser pura propaganda, el relato de Moro, por lo tanto, potencialmente se basó en un acceso muy inmediato a los miembros de la familia de uno de los presuntos asesinos", explica Thornton. Un misterio que podría tener solución, por fin, seis siglos después y que confirmaría la tiranía de Ricardo III. 

¿Quedaría aclarada la cuestión sobre las causas del encierro y probable asesinato de los Niños de la Torre, y su atribución directa a Ricardo III, por parte de Shakespeare, basándose en el informe elaborado al respecto por Sir Thomas More, y generalmente admitida sin discusión? Evidentemente, no.

Aplicando de nuevo la vieja cuestión, “Qui prodest”, observaríamos ahora, que, el favorecido por la muerte de los Niños, no fue Ricardo III, sino la casa de Tudor, si bien, esto también habría que probarlo, y, pruebas... no hay; sólo deducciones, más o menos sostenidas por la ecuanimidad y la lógica.

Una posterior investigación documental, A Life of Richard III (1906), realizada por Clemens R. Markham (1830-1916) -explorador, botánico, escritor, geógrafo y presidente de la Real Sociedad Geográfica-, llevada a cabo, cuando menos, alejado de los intereses de partido, y con la ecuanimidad propiciada por la distancia de los siglos, lleva al autor a preguntarse y a preguntar a la Historia, si no ha sido víctima fácil de una cadena de prejuicios -no lo olvidemos-, creada fundamentalmente, por un autor teatral que, como tal, merece sobradamente todos los respetos, pero que, como historiador, en cambio, dejaría mucho que desear. 

El autor plantea numerosas dudas, basadas, fundamentalmente, en la incoherencia de la mayor parte de las propuestas presentadas hasta entonces como históricas, y admitidas como verdades irrefutables.

C. R. Markham, 1904-5

Los extractos que siguen, voluntariamente fragmentarios, son traducción literal del trabajo publicado por C. R. Markham, al que no hemos querido dar, en ningún caso, ninguna interpretación diversa de la que él ofreció, en sus propios términos.

Hay períodos de la historia que exigen la mayor precaución al aceptar declaraciones presentadas por una facción dominante. Muy pronto en mi vida llegué a la conclusión de que el período que presenció el cambio de dinastías de Plantagenet a Tudor fue uno de estos. La caricatura del último Rey Plantagenet era demasiado grotesca, y demasiado grotescamente opuesta a su carácter derivado de los registros oficiales.

Mis propias conclusiones son que Ricardo III. debe ser absuelto por todos los cargos de los que ha sido acusado. Le da a uno la sensación de que ha sido tratado injustamente." Sería un placer pensar que el último Plantagenet no era un sinvergüenza cruel. La lealtad de Richard y su administración capaz en el norte parecen incompatibles con tal ferocidad.

Por su voluntad el rey Eduardo IV. dejó el cuidado de la persona de su hijo y el gobierno del reino durante la minoría a su hermano Richard, sin ningún colega. Era amado por la gente del norte, y era merecidamente popular en toda la tierra.

Se dirigió a York al enterarse de la muerte de su hermano y asistió a las solemnes obsequies. Luego hizo que su sobrino fuera proclamado, e inició el viaje a Londres, con 600 caballeros, todos de profundo luto. Llegó para asumir las responsabilidades que le impuso su hermano.

Muy diferente fue la conducta de los Woodville. [La familia de la viuda de Eduardo IV]. Formaron una conspiración para dejar de lado los deseos del difunto Rey, excluir al duque de Gloucester [Ricardo III] y conservar por la fuerza la autoridad que hasta entonces habían ejercido a través de la influencia de la Reina.

El 5 de junio, el Protector había dado órdenes detalladas para la coronación de su sobrino el día 22, e incluso había hecho que se emitieran cartas de citación para la asistencia de cuarenta nobles que iban a recibir el título de Caballero del Baño en la ocasión.

Pero fue entonces cuando se produjo un cambio [inesperado]. El Dr. Robert Stillington, Obispo de Bath y Wells, aparentemente el 8 de junio, reveló al Consejo el hecho, oculto durante mucho tiempo, de que Eduardo IV. Se había comprometido con lady Eleanor Butler, viuda de un hijo de Lord Butler de Sudeley, e hija del primer conde de Shrewsbury, antes de celebrar, por una ceremonia secreta, el matrimonio con lady Grey [Nombre del anterior marido de la reina viuda].

Las pruebas del contrato anterior de Eduardo IV. con Lady Eleanor Butler fueron presentadas ante la asamblea por el obispo Stillington y sus testigos, y fue decidido por los tres Estados del Reino que el hijo ilegítimo [de Eduardo] no podía acceder al trono. El duque de Gloucester [Henri III, como hermano del monarca fallecido] era, por lo tanto, el heredero legal: y se resolvió que debía ser llamado a aceptar el alto cargo de King. Se preparó la declaración “Titulus Regius”, por la que se establecía que Ricardo, duque de Gloucester, era el único heredero verdadero y legítimo al trono.

El 26 de junio, los Lores Espirituales y Temporales y los Comunes se dirigieron al Castillo de Baynard con el Titulus Regius, para presentar su resolución y solicitar a Richard que asumiera la corona. Él consintió. Entonces tenía treinta años y ocho meses. 

Ricardo III, entonces, organizó su Consejo, y se rodeó de asesores capaces y rectos. Sólo había dos falsos amigos entre ellos: los traidores Buckingham y Stanley.

La intención del Rey era criar a sus sobrinos y proveerlos de acuerdo con su rango y la cercana relación con su persona. "Prometió que así los proveería, y así mantenerlos con un patrimonio honorable, y que todo el reino podría contentarse". 

La acusación de que nunca abandonaron la Torre deriva de las insinuaciones de enemigos sin escrúpulos. Es mucho más probable que residieran en la casa real, y fueran compañeros del otro sobrino del Rey, el conde de Warwick, al menos, hasta que se hizo necesario ponerlos a salvo en la invasión del reino por Henry Tudor. En el reglamento de la Casa del rey Ricardo, fechado el 23 de julio de 1484, se lee que "los niños deben estar juntos en el desayuno." ¿Quiénes serían estos niños, sino los sobrinos del Rey? 

La coronación del rey Ricardo III. y la reina Ana tuvo lugar el domingo 6 de julio de 1483. Nunca se recibió una adhesión con tal consentimiento unánime por parte de todo el pueblo.

Ricardo III. era un soberano muy popular, y por una buena razón. El obispo Langton, que lo acompañó en este proceso, escribió: "Tiene la aceptación de las gentes, mejor que ningún otro Príncipe. Pobre que han sufrido mucho tiempo, han sido aliviado y ayudados por él y sus órdenes encaminadas a su progreso. En verdad nunca me gustaron las condiciones de ningún Príncipe tanto como las suyas. Dios nos lo ha enviado para ganancia de todos.”

El 8 de septiembre, Ricardo y la reina Ana [Neville] salieron en solemne procesión con las coronas en la cabeza, con motivo de la creación de su hijo Eduardo como Príncipe de Gales. El joven príncipe, su primo el conde de Warwick, y Galfridus [o Godfred] de Sasiola, el embajador español, fueron nombrados caballeros. La comitiva real salió de York el día 20, y procedió por Gainsborough hacia Lincoln, a donde llegaron el 12 de octubre.

Pero estaba Buckingham, cuya ambición de era apoderarse de la corona. De acuerdo con el “Titulus Regius, sólo dos personas se interponían en su camino. Estos eran, el propio rey Ricardo III. y su delicado hijo pequeño.

Buckingham fue hecho prisionero. Solicitó una entrevista con su soberano herido, con la intención de asesinarlo. Afortunadamente la solicitud fue rechazada. Había sido capturado con las manos en la masa, y el tribunal del alguacil earl lo condenó a muerte. Fue decapitado en Salisbury el 2 de noviembre. Richard trató a la viuda del duque, que era un Woodville, con su generosidad habitual; concediéndole una pensión del señorío de Tunbridge.

Lord Campbell dijo: "No tenemos ninguna dificultad en declarar al parlamento de Ricardo, como la asamblea nacional más meritoria para proteger la libertad del sujeto, y poner fin a los abusos en la administración de justicia que se habían asentado en Inglaterra desde el reinado de Enrique III".

El Rey tomó medidas para inducir a la Reina Viuda a salir del santuario con sus hijas. Prometió que, si eran guiadas y gobernadas por él, los trataría amable y honorablemente como sus parientes; las casaría con caballeros de noble cuna y les daría asignaciones adecuadas. Isabel estuvo de acuerdo con estos términos, que fueron observados fielmente; y el Rey también se comprometió a conceder una pensión de 700 marcos al año para su propio mantenimiento. Ella no sólo salió del santuario con sus hijas, sino que mostró tanta confianza en la buena fe de Richard que ordenó a su hijo, el marqués de Dorset, que volviera a Inglaterra y se sometiera al Rey.

En marzo de 1484, el Rey y la Reina abandonaron Londres, y se encaminaron hacia el norte por Cambridge, llegando a Nottingham el 20 de abril. Aquí recibieron información de inteligencia de la muerte del joven Príncipe de Gales, que tuvo lugar en Middleham el día 9 del mismo mes. Los infelices padres quedaron inmersos en el dolor más violento. "en un estado casi bordeando la locura debido a su dolor inesperado." El niño fue enterrado en una capilla construida por el propio Richard, en el lado norte de la iglesia sheriff Hutton. El Rey puso 'el sol en esplendor', el símbolo favorito de su hermano Eduardo, en una de las ventanas.

La batalla de Bosworth y la muerte de Richard III

Aunque Enrique era miembro de la Casa de Lancaster, Enrique se casó el 18 de enero de 1486, en la catedral de Westminster, con Isabel de York, hija del rey Eduardo IV, [y como es sabido, hermana mayor de los príncipes de la Torre], tal como la madre de Enrique, Margarita Beaufort, y la madre de Isabel, Isabel Woodville, habían acordado años antes. Este matrimonio supuso la unión de las casas de Lancaster y de York, hablándose a partir de entonces de la dinastía Tudor, por Owen Tudor, el abuelo paterno de Enrique.

En 1485, tras recibir apoyo financiero, y habiéndose asegurado un cierto apoyo galés, Enrique empezó una rebelión al desembarcar en Gales; Ricardo III salió al encuentro de Enrique pero, debido a la traición de ciertos nobles, su ejército fue incapaz de ganar la batalla de Bosworth, en la que el propio Ricardo luchó con valentía y murió (22 de agosto de 1485).

"Los insultos proferidos por el vencedor al cadáver de un soldado muerto en batalla evidencian un gran grado de mezquindad o cobardía por parte del primero". En todos los aspectos Richard estaba mejor preparado para reinar sobre Inglaterra en la etapa de cambios que ya era evidente, que los dos tiranos que le sucedieron. 

Henry Tudor [asumió la corona, como Enrique VII].

La batalla de Bosworth fue una calamidad de la que Inglaterra tardó en recuperarse.

Podría haber sucedido una era del Renacimiento inglés bajo Richard. En realidad, se produjo una era de destrucción vandálica bajo los Tudor. El padre era un miserable extranjero, el hijo un tirano rapaz y sin remordimientos, ambos déspotas por naturaleza, y enemigos de libertad constitucional. 

Ricardo III. fue el único de nuestros reyes que Tuvo un matrimonio por amor. Su prima Anne, la compañera de juegos de su infancia, fue su primer amor. Unidos antes de los veinte años, pasaron diez años de feliz vida matrimonial juntos en Middleham.

La dinastía de los Plantagenet había reinado sobre Inglaterra durante más de tres siglos, cuando el último rey de esa raza real cayó en la batalla de Bosworth.

Los enemigos de Richard hallaron plena credibilidad. Fue acusado de la comisión de una serie de crímenes atroces, su nombre ha sido execrado por la posteridad, y los historiadores han luchado entre sí por cubrir de oprobio su memoria. Enrique VII. tenía el poder y la voluntad de silenciar todos los comentarios, y evitar que cualquier defensa [de Richard] fuera publicada. Toda evidencia a favor de Richard fue destruida.

La historia así presentada fue dramatizada por Shakespeare, y se volvió tan familiar para la posteridad que incluso los escritores de nuestro tiempo abordan el tema con prejuicios inconscientes que no pueden resistir [a la verdad]. Si castiga la traición es “un jorobado venenoso”. Si una rebelión es derribada durante su reinado, es un tirano inhumano. Su habilidad es astucia, su justicia es crueldad, su valentía es furia, su generosidad es arte, su devoción es hipocresía.

MORO

Con diferencia, la más importante de las autoridades originales, y en la que se ha basado toda la historia posterior, es el arzobispo Morton. Su narrativa está contenida en la “Historia de Ricardo III”, erróneamente atribuida a Sir Thomas More, que estaba en la casa de Morton cuando era un niño. Esta obra apareció por primera vez en Hardyng's Chronicle, impresa por Grafton, en 1543. Fue copiado en la Crónica de Hall, y copiado por Holinshed. Catorce años después de su publicación, Rastell sacó a la luz otra versión, algo diferente en 1557. Rastell estaba relacionado con Sir Thomas More, y alegó que su versión procedía de un manuscrito de More de alrededor de 1513. Una versión latina, escrita mucho antes de su publicación, había sido impresa en Lovaina, en 1566. El título dado por el editor es engañoso. No es una "Historia de Ricardo III", sino una narración muy detallada de los acontecimientos desde la muerte de su hermano [Edward] hasta su propio ascenso, que abarca un período de menos de tres meses.

La historia del asesinato de los jóvenes príncipes, al final del libro no pudo haber sido escrita por Morton, ya que alude a acontecimientos ocurridos después del 12 de octubre de 1500, la fecha de la muerte de ese prelado. El esquema de la historia del asesinato fue sin duda inspirado, como Lord Bacon sospechaba, por Enrique VII Tudor.

Rastell dedujo que la versión en inglés de esta “Historia de Ricardo III”, había sido compuesta por Sir Thomas More porque se encontró una copia en su letra entre sus papeles. La publicación anterior de Grafton demuestra que había otras copias en el extranjero, que difieren ligeramente entre sí, y no hay razón para aceptar que la versión manuscrita de More fuera la original; lo más probable es que se tratara de una copia inacabada

Sin embargo, la respuesta a cualquier objeción a las declaraciones contenidas en ella ha sido hasta ahora que fue escrita por el bueno y virtuoso Sir Thomas More, y que, por lo tanto, debe ser cierta. Pero las pruebas internas hacen que sea seguro que More no lo escribió. El autor habla de la muerte de Eduardo IV. como testigo ocular, pero Moro tenía entonces sólo cinco años de edad, pues nació en febrero de 1478. Esto parece concluyente. Sir Thomas More hizo una copia incompleta alrededor de 1513, cuando tenía ya unos treinta y cinco años. Se desconoce el compilador real del libro, tal como lo conocemos. Pero la información y la inspiración de toda la obra, con la excepción de la historia del asesinato de los jóvenes príncipes al final, es sin duda del arzobispo Morton. 

Enrique VII. empezó a vilipendiar a su predecesor muy pronto en su reinado. La caricatura era demasiado burda y demasiado tosca para su aceptación general. En cuanto falleció el último de los Tudor, Sir George Buck, escribió una defensa de Ricardo III y fue seguido por Carte en su Historia de Inglaterra. Horace Walpole adoptó puntos de vista más firmes sobre el tema en sus “Dudas históricas” (1768); de Bayley en su “Historia y antigüedades de la Torre de Londres”; Laing en su continuación de “Henry's History of England”; Courtenay en sus “Comentarios sobre Shakespeare”; Miss Halsted en su “Life of Richard III”, y por Legge en su “Rey impopular”.

Aunque estos autores no siempre son sostenibles, muestran que ha habido, desde el momento en que se permitió la discusión por primera vez, un sentimiento de repulsión entre los investigadores bien informados contra la aceptación de estas acusaciones sin un escrutinio minucioso. La conducta de Richard fue directa y leal. Después de asistir a solemnes obsequies de su hermano en York Minster, llamó a la nobleza de Yorkshire a jurar lealtad a su joven sobrino. Cuando llegó a Londres, ordenó que se hicieran los preparativos para la coronación de su sobrino, y envió citaciones -como se ha dicho- a cuarenta esquires para recibir el título de Caballeros del Baño en la ocasión.

En cuanto al llamado "Titulus Regius", [que declaraba ilegítimo el matrimonio de Eduardo], cuando Enrique [VII] subió al trono, ordenó que se derogara esta ley. Hizo que se destruyera y amenazó a cualquiera que guardara una copia con multa y encarcelamiento, pero.., por un mero accidente, el borrador original del mismo, no fue destruido y apareció mucho después entre los registros de la Torre.

“Es un hecho -escribió Sir Harris Nicolas-, que merece atención únicamente porque ofrece un ejemplo notable de la manera en que la ignorancia y el prejuicio a veces hacen que lo que se llama historia sea más despreciable que un romance”. Lo mismo puede decirse de la mayoría de las historias Tudor sobre Ricardo III.

Debemos abordar ahora la cuestión relativa al destino de los dos jóvenes hijos de Eduardo IV, sin tener constantemente ante nuestras mentes la grotesca caricatura retratada por los escritores Tudor. 

Hay que tener en cuenta que el Parlamento fue unánime al reconocer el título de Ricardo III y que el nuevo Rey no tenía ni sombra de sospecha de que se preparase oposición alguna y tampoco tenía ningún motivo para el crimen.

Como es sabido, los dos hijos pequeños de Eduardo IV, fueron a residir en las moradas reales de la Torre en junio de 1483. La declaración de Enrique VII, es que allí fueron asesinados en agosto siguiente. Pero hay dos pruebas; una de ellas positiva, de que estuvieron vivos durante el reinado de Ricardo III. En las órdenes para la casa del rey Ricardo fechadas después de la muerte de su propio hijo, se menciona a los niños de alto rango que debían ser servidos antes que todos los demás lores. Los únicos niños que podían ocupar tal posición eran los hijos de Eduardo IV.

El 9 de marzo de 1485, con el siguiente efecto, se ordena a Henry Davy “que entregue a John Goddestande, lacayo del Lord Bastard, dos dobletes de seda, uno chaqueta de seda, una bata de tela, dos camisas y dos bonetes.” Estas dos pruebas están de acuerdo con la declaración de Morton de que el rey Ricardo había declarado su intención de mantener a sus sobrinos en una situación honorable.

Por otra parte –se plantea-, si creemos los rumores, Richard debe ser culpable, porque si hubiera sido inocente, habría tomado medidas para refutar tales rumores, y no lo hizo, o más bien, tales medidas no fueron registradas por sus enemigos.

El rumor de que los jóvenes príncipes habían sido ejecutados no apareció en Inglaterra durante la vida de Ricardo. Pero tan pronto como Morton fue a Francia, apareció allí. En el otoño de 1483 Morton abandonó Inglaterra. En enero de 1484, el Canciller de Francia alegó como un hecho el asesinato de los príncipes en un discurso ante los Estados Generales en Tours. “Observad, os lo ruego, los acontecimientos que, tras la muerte del rey Eduardo, han sucedido en aquel país. Ved a sus hijos… masacrados impunemente, y la corona , traspasada al asesino…”

Lo cierto es que nunca se supo qué fue de los dos niños, ni se pretendió saberlo hasta después de la supuesta confesión de Tyrrel en 1502.

Si no surgió ninguna duda antes de la muerte del rey Ricardo. Muchas personas deben haber sabido que sus sobrinos estaban vivos y eran bien tratados.

Pero Enrique Tudor se propone casarse con Isabel, la sobrina del ya difunto Richard (hermana mayor de los niños), y entonces, toda evidencia de ilegitimidad debía destruirse. Enrique hizo que se borrara la Ley del Parlamento, que legalizaba el derecho del rey Ricardo, que ordenó que se retirara el texto original y se quemara, ordenando a toda persona que poseyera una copia de la misma, que la entregara, bajo pena de multa y encarcelamiento.

Enrique se casó con Isabel el 18 de enero de 1486, casi cinco meses después de su coronación. Entonces cambió la suerte y se convirtió en una cuestión de vida o muerte para Enrique VII. que los hermanos de su esposa dejaran de existir [puesto que al ser legitimados de nuevo, tenían derecho a reclamar la Corona]. 

Enrique tuvo puesto que, el descaro de fechar el comienzo de su reinado el día anterior a la batalla de Bosworth. A finales del año siguiente, y no antes, su esposa, Isabel, fue finalmente coronada el 25 de noviembre de 1487. Enrique VII legitimó a su esposa porque de no hacerlo, el heredero legal, entonces, era Warwick

Muerte del Conde de Warwick

El joven Edward Earl de Warwick fue otro obstáculo en el camino de Enrique VII. Si su esposa hubiera sido verdaderamente legítima, Henry no habría temido ningún peligro por parte del conde de Warwick; aquel joven príncipe habría estado muy lejos de la sucesión, pero si no era legítima, la existencia de Warwick, hacía necesario otro crimen.

Por ejemplo: Fernando de España [sic] se negó a permitir un matrimonio entre su hija [Catalina] y el hijo de Enrique, Arturo, hasta que el legítimo heredero de la corona de Inglaterra [Warwick] fuera apartado.

Cuando Ricardo III murió, Edward Earl de Warwick se convirtió de jure en Rey de Inglaterra, no solo como el heredero reconocido del Rey muerto, sino también como el más cercano en sucesión, y como el último Plantagenet varón. Su existencia era, en ese momento, un grave peligro para el usurpador. Si la declaración de ilegitimidad de los hijos de Eduardo IV, era falsa, el conde de Warwick dejaba de ser peligroso, y no tenía objeto condenarlo a prisión perpetua. Fue un acto inútil e injusto y cruel. Pero si Henry sabía que, a pesar de sus intentos de destruir toda evidencia de ilegitimidad, el hecho incómodo permanecía, se explicaría su injusticia y crueldad.

El embajador español informó del cambio que se había producido en la apariencia de Henry desde el asesinato del joven Warwick. Don Pedro de Ayala declaró que el Rey había llegado a parecer muchos años mayor en un solo mes.

Por otra parte, Henry se retrata en el duro trato que dio a Catalina de Aragón [la hija menor de Isabel y Fernando]; su monstruosa propuesta de casarse con ella cuando su esposa muriera; sus sucias indagaciones respecto a la joven reina de Nápoles [la hermana menor de Fernando], y en su repugnante oferta por la mano de Juana (la loca) sic.

“Fernando de España” e Isabel de Castilla

Juana de Castilla

Cuando Enrique VII supo que Juana de Castilla había quedado viuda, se propuso casarse con ella. La conoció en 1506, cuando la flota que la llevaba, con su esposo, Felipe el Hermoso, tuvo que amarrar en la costa inglesa a causa de una tempestad. Al parecer, ya entonces, el atractivo de la, todavía archiduquesa de Austria, había llamado la atención del, comparativamente, viejo rey. Los ya conocidos celos de la princesa castellana, le hicieron ver en ella a una joven ardientemente enamorada. A todo esto, se añadía una importante cualidad; su capacidad para procrear y Enrique ya había perdido a su hijo Arturo, el que fuera esposo de Catalina de Aragón.

Enrique VII, tenía cincuenta años, y, a pesar de hallarse muy envejecido tras la muerte de Elizabeth de York, en 1503, no había dejado de plantearse la idea de casarse de nuevo, de modo que, al morir su hijo Arturo, paneó su boda con la viuda, su nuera, Catalina de Aragón, que como sabemos, terminaría casando con Enrique VIII.

Finalmente, en lo que respecta a sus intereses en los reinos de España, también pretendió a Juana de Nápoles, la hermana de Fernando de Aragón, viuda de Ferrante I de Nápoles. 

Juan II de Aragón, el padre de Fernando [el Católico], se había casado en primeras nupcias con Blanca de Navarra, con la que tuvo un hijo y dos hijas, cuya desgraciada suerte es bien conocida. Al morir doña Blanca, el monarca se casó con Juana Enríquez, que sería madre de Fernando y de la citada Juana de Nápoles.

Enrique VII

Era, con todo, la reina Juana, la preferida de Enrique, pero, como es sabido, esta no quiso saber del mundo, nada que la alejara del recuerdo de su difunto esposo. Enrique decidió entonces usar la baza de su hermana Catalina, viuda de Arturo, alejada de la corte y que, quizás en la boda de su hermana con su suegro, viera el remedio de su abandono, por lo que pidió la mediación de su padre, Fernando de Aragón.

Catalina de Aragón

Vi lo que el rey de Inglaterra vos fabló -escribió Fernando a su hija, el 15 de marzo de 1507- sobre lo de su casamiento con la reina de Castilla, mi fija, vuestra hermana, y plúgome sobre todo lo que sobre ello de su parte me escrebistes… respondedle a ello de mi parte que yo no sé aún si la dicha de la Reina, mi fija, está en voluntad de casarse, y que si ella se ha de casar, que yo folgaré más que se case con dicho Rey, mi hermano...

Casi con toda seguridad, nos atreveríamos a deducir que doña Juana, a pesar del gran respeto y cariño que siempre mostró a su padre, jamás accedió a semejante propuesta.

En cuanto a Catalina, no es preciso recordar su segundo matrimonio con Enrique VIII y su consiguiente separación, que propició la creación de la iglesia de Inglaterra. Su hija María alcanzaría el trono inglés, y moriría sin descendencia, tras un frustrante matrimonio con Felipe II.

Finalmente, Enrique VII murió el 21 de abril de 1509, cuando Juana de Castilla ya había comenzado su interminable encierro en Tordesillas.

En cuanto a la suerte corrida por los Príncipes de la Torre, y la culpabilidad o inocencia de Ricardo III, aunque se nos ha mostrado un punto de vista diferente del trazado por Shakespeare –acorde con sus propias tendencias políticas-, queda todavía sin resolver propiamente. Quizás algún día aparezca un documento…

• • •