sábado, 30 de julio de 2022

El final de los MEDICI en el origen de la Galería de los UFFIZI -I-

El legado de Ana María Luisa de Médici  -II-● Visita a la Galería de los Uffizi -III y IV-.

Anna María Luisa de' Medici [y Orleans], 1667-1743. Creadora de la Galería de Arte en los Uffizi. Obra de Antonio Franchi (1638–1709). Palacio Pitti. Florencia. 

La saga de los Médici, tuvo que afrontar su extinción, cuando sus dos últimos representantes varones, Ferdinando y Gian Gastone, hijos de Gastón III y Margarita Luisa de Orleans, murieron sin descendencia. Su hermana, Ana María Luisa, se convirtió así en la única representante de la dinastía, siendo la que “salvó” el patrimonio artístico familiar.

Gracias a su testamento, las obras de Arte hoy conservadas en Los Uffizi, no salieron de Florencia con destino a Austria. De acuerdo con el mismo, la Casa de Lorena no podría "levare fuori della Capitale e dello Stato del GranDucato... Gallerie, Quadri, Statue, Biblioteche, Gioje ed altre cose preziose... della successione del Serenissimo GranDuca, affinché esse rimanessero per ornamento dello Stato, per utilità del Pubblico e per attirare la curiosità dei Forestieri".

..."sacar de la Capital y del Estado del Gran Ducado... Galerías, Pinturas, Estatuas, Bibliotecas, Joyas y otras cosas preciosas... de la sucesión del Serenísimo Gran Duque, a fin de que permanezcan como ornamento del Estado, para utilidad Pública y para atraer la curiosidad de los Extranjeros”.

Giovanni Signorini, Vista de Florencia con el río Arno desde el Ponte Vecchio hacia el Ponte alle Grazie, ca.1850 

Panorámica de Florencia. En el centro, Santa María del Fiore.

Ciertamente, Florencia es un paraíso del arte, en el que se originó, en la segunda mitad del siglo XIV, el Renacimiento, y es, a la vez, cuna mundial de la arquitectura, características que la convierten en una de las ciudades más bellas del mundo, en la que dar un paseo, supone un inmenso e intenso atractivo de carácter artístico, en cuyo transcurso, desfilan ante nuestra mirada:

Santa María del Fiore,

el Ponte Vecchio,

la Basílica de Santa Cruz,

el Palazzo Vecchio

y museos como los Uffizi, el Bargello o la Galería de la Academia, que acoge al David de Miguel Ángel.

Nos centramos hoy en la Galería de los Uffizi, cuyo contenido, la Historia del Arte y Florencia, deben, sin duda, a Ana María Luisa de Médici.

Lungarno degli Archibusieri

Ana María Luisa de Médici. Florencia, 11.8.1667-18.2.1743 (75 a.). Fue la última representante o vástago, de la familia de los Médici. Hija del Gran Duque de Toscana, Cosme III de Médici, y de la princesa Margarita Luisa de Orleans, vivió la infancia en un turbulento entorno familiar, entre las disputas de sus padres y las desordenadas vidas de sus dos hermanos.

Su padre: Cosme III de Médici

Cosme III de Médici, VI gran duque de Toscana

Florencia, 14.8.1642 – Íd. 31,10.1723. Fue el Sexto Gran Duque de Toscana, desde 1670.

Hijo de Fernando II de Médici y de Victoria della Rovere. Su padre, que era un gran aficionado a la ciencia y la literatura, soñaba con dar a su heredero una educación laica y científica, pero se impusieron los principios de su esposa, mujer beata en exceso, de acuerdo con la cual, el hijo recibió una educación religiosa exclusiva y excluyente, que, al final, resultó desastrosa para el joven príncipe y consecuentemente para el estado. Cosme desarrolló, de hecho, un carácter estrechamente beato. Siempre rechazó los pasatiempos y diversiones habituales entre los jóvenes aristócratas, dedicándose solo a las prácticas devocionales, las peregrinaciones y el canto religioso. No obstante, no se cerró del todo a los intereses científicos, que caracterizaron a toda la rama gran ducal de los Médici, pues llegó a interesarse por las ciencias naturales, botánica y zoología, lo que le llevó a patrocinar al gran médico, investigador y poeta Francesco Redi y, en sus villas de las afueras de la ciudad, reunió ejemplares de especies botánicas y animales provenientes de tierras lejanas, aunque sorprendentemente, solo prestando atención a las aberraciones y lo grotesco, lo que le llevó a reunir colecciones de plantas y animales deformes, una parte de las cuales, se encuentra hoy en el Museo Nacional de Antropología y Etnología de Florencia, aunque también quedan trazas pictóricas o arquitectónicas de sus colecciones en las villas mediceas de la Topaia y dell'Ambrogiana.

Francesco Redi. 1626-1697, uno de los más influyentes biólogos de todos los tiempos y “padre” de la Parasitología. Obra de Jacob Ferdinand Voet.- Estatua en los Uffizi y retrato por Pier Dandini, en 1695

A pesar del tiempo transcurrido, es imperativo reconocer las aportaciones científicas realizadas por este insigne investigador, que nació en Arezzo, en 1626, y murió en Pisa, en 1697. Fue médico, naturalista, fisiólogo, y poeta. Redi demostró, entre otras cosas, que los insectos no nacían por generación espontánea, como se daba por supuesto, e investigó sobre el veneno de las víboras, sobre las cuales escribió, Observaciones en torno a las víboras (1664).

Era hijo de un médico de la corte de los Médici, y estudió con los jesuitas en su ciudad natal. En 1647 se tituló en Medicina por la Universidad de Pisa. En 1649 empezó a hacer experimentos con diversos animales, y demostró que la teoría imperante sobre la generación espontánea era errónea. En 1664 explicó cómo el veneno de serpiente estaba relacionado con su mordedura, una idea también opuesta a la creencia establecida, dando origen a la toxicología experimental.

Desde 1654, fue el primer médico de los grandes duques de Toscana Fernando II y Cósimo II, lo que no le impidió convertirse en un buen poeta, y desde 1665, en catedrático de lengua toscana en la Academia Florentina. Entre sus más célebres poesías se encuentra "Verde y gris", famosa desde entonces.

La muerte de Patroclo, de Antoine-Jean Gros

Por otra parte, Redi, que era muy aficionado a la literatura clásica, y un atento lector de Homero, dijo que había iniciado los experimentos que culminaron en su obra, después de leer el Canto XIX de la Ilíada, cuando Thetis, la madre de Aquiles, cubre el cadáver de Patroclo -amigo más querido, de su hijo-, para protegerlo de los gusanos y las moscas que “corrompen los cuerpos de los hombres muertos en batalla”. 

Tetis halla a su hijo Aquiles reclinado sobre el cuerpo de Patroclo, al llevarle las armas fabricadas por Vulcano. La Ilíada (1908) de Homero, ilustración de Flaxman, A. J. Church. Canto XIX.

– Ciertamente, madre, un dios te ha dado estas armas, que no pueden ser obra, sino de inmortales, pues un hombre no podría hacerlas. Me armaré de inmediato. Pero temo que las moscas entren por las heridas del valiente hijo de Menetio, y engendren gusanos, que, profanando este cuerpo en el que la vida se ha extinguido, corrompan todo el cadáver. 

Y la diosa Tetis, la de los pies de plata, le contestó:

-Hijo mío, que esas inquietudes no se apoderen de tu espíritu. Yo misma alejaré esos impuros enjambres de moscas que devoran a los guerreros muertos en combate. Aunque este cadáver permanezca aquí un año, estará limpio e incluso más fresco. Tú, convoca a los héroes aqueos al Ágora y, renunciando a tu cólera contra el príncipe de los pueblos, Agamenón, apresúrate a armarte y recupera tu ánimo. 

Y habiendo hablado así, le infundió vigor y audacia. Después, puso en la nariz de Patroclo, ambrosía y néctar rojo, para que el cuerpo fuera incorruptible.

Redi se preguntó, ¿por qué cubrir el cuerpo si, según Aristóteles, los gusanos y las moscas pueden surgir espontáneamente de la carne en descomposición?

Para despejar la duda, Redi llevó a cabo varios experimentos, los primeros rigurosamente controlados, en la historia de la Biología, con diversas sustancias orgánicas, y concluyó que ni las plantas ni la carne se descomponen si están aisladas de moscas y mosquitos y que, por lo tanto, no generan insectos, sino que proveen un nido para su gestación a partir de huevos u otras simientes. Aunque la idea de la generación espontánea revivió con el descubrimiento de los microorganismos, fue descartada por completo más tarde, por Lazzaro Spallanzani y Luis Pasteur; el trabajo de Redi fue así un brillante descubrimiento científico, inspirado en una obra literaria. (Extr. de: A. Fdez. Mayo).

En 1658 el Gran Duque Fernando II empezó a sondear en las cortes europeas, en busca de una esposa para su hijo Cosme; esperando que el matrimonio suavizara su extremada devoción. Al final, el cardenal Mazarino, que deseaba el apoyo de los Medici para obtener su soñada tiara papal, y Piero Bonsi, un fraile toscano residente en París, eligieron a Margarita Luisa de Orleans, prima del rey de Francia, Luis XIV. 

Su madre: Margarita Luisa de Orleans

Marguerite Louise d'Orléans, Gran Duquesa de Toscana (1645-1721). Palacio de Versalles

El enlace, celebrado en 1661, fue oficiado por el fraile Bonsi, nombrado obispo de Béziers y después cardenal, como recompensa por su colaboración, pero el matrimonio fue un completo fracaso, tanto para Mazarino, que murió aquel mismo año-, como para los contrayentes. No era, de hecho, posible, esperar un buen resultado de la unión entre el beato y misógino Cosme y Margarita Luisa, mujer culta, graciosa, de carácter alegre y acostumbrada al entorno festivo de la corte francesa.

Así pues, se produjeron continuas separaciones de los cónyuges; por una parte, la princesa se retiraba a las villas mediceas de Poggio a Caiano y de Lappeggi, y, por otra, Cosme recorría Europa. No obstante, debió haber breves períodos de reconciliación, porque, finalmente, tuvieron tres hijos: Fernando, en 1663; Ana María Luisa, en 1667, y Juan Gastón, en 1671.

Para evitar los continuos enfrentamientos de la pareja, el Gran Duque Fernando II había aconsejado a Cosme que realizara un largo recorrido por las Cortes europeas, en cuyo transcurso conoció a Rembrandt, a Cristina de Suecia, al rey de España, Carlos II, y visitó las universidades de Oxford y Cambridge, donde le rindieron honores por la protección que su padre había dado a Galileo Galilei. También conoció a Carlos II de Inglaterra y a Samuel Pepys, -colaborador real y autor de un famoso “Diario” que se hizo histórico-; Pepys era considerado "un hombre muy alegre y fascinante”.

Carlos II de España y Carlos II de Inglaterra

Pepys. Su “Imprimatur” en la Mathematica de Newton. NPG.

Por fin, en el viaje de vuelta, visitó a Luis XIV, a su suegra Margherita de Lorena y a su cuñada Elisabetta d'Orléans, que escribió sobre él: "Hablaba muy bien de cualquier tema y estaba familiarizado con la forma de vida de todas las cortes de Europa: en Francia nunca se equivocaba ...me convenció de que estaba equivocada con él ".

Louis XIV, Margarita de Lorena, suegra de Cosme III y Elisabetta d'Orléans, su cuñada.

Después de esta larga temporada de viajes de presentación, el joven Cósimo volvió a Florencia el 1 de noviembre de 1669.


Ferdinando II, padre de Cosme, murió de un derrame cerebral el 23 de mayo de 1670, lo que provocó una amarga lucha entre su esposa, la Gran Duquesa, Margherita Luisa, y su madre, la Gran Duquesa viuda, Vittoria Della Rovere, por la asunción del poder. Cosme, muy fiel a su madre, resolvió la disputa otorgándole toda clase de prerrogativas, en perjuicio de su esposa.

Ferdinando II de' Medici, Gran Duque de Toscana, padre de Cosme III, y Vittoria Della Rovere, la madre. Justus Sustermans

En los primeros años, Cosme III gobernó con atención, promoviendo, por ejemplo, una política de limitación de gastos para evitar la bancarrota, o permitiendo a sus súbditos solicitar un arbitraje en sus disputas, además de su intento de reforma de la administración pública en el Gran Ducado y la restauración del poder judicial.

Sin embargo, su interés por el buen orden, no le duró mucho a Cosme III, y tardó poco en volver a sus prácticas devocionales, dejando sus responsabilidades de estado, en manos de su madre y de un consejo privado.

Como era de esperar, las relaciones entre Vittoria Della Rovere y Margarita Luisa empeoraron, pues Margarita, además de estar alejada de toda influencia política, llevaba muy mal que su suegra se entrometiera en la educación de su hijo, el príncipe Fernando. 

A pesar de esto, tuvo que haber algunas reconciliaciones, puesto que en el primer aniversario de la muerte de Ferdinando II, Margarita dio a luz a su hijo Gian Gastone.

Pese a ello, la paz matrimonial nunca llegó a ser estable, y no hizo falta mucho tiempo, para que las continuas intromisiones de Vittoria Della Rovere, terminaran con la paciencia de Margherita Luisa, que, en enero de 1672, informó a Luis XIV de que estaba enferma. Este le envió a Alliot le Vieux, el médico personal de su madre, Ana de Austria, pero este, debidamente aleccionado sobre el hecho de que debía evitar la separación, rechazó el deseo de Margherita Luisa de volver a Francia, con el objeto de recibir tratamiento, aunque convenció a Cosme III, para que permitiera que su esposa se trasladara a la villa de Pratolino temporalmente.

Cosme aceptó durante un año, transcurrido el cual, ordenó a su esposa que volviera a Florencia, pero ella se negó rotundamente, y logró que se le permitiera residir en la villa de Poggio a Caiano, aunque Cosme, no solo le impuso la presencia de una escolta permanente de cuatro soldados, sino que, además, ordenó cerrar puertas y ventanas para evitar una posible huida.

El 26 de diciembre de 1674, fracasado todo intento de conciliación, Cosme III aceptó el deseo de su esposa de trasladarse al convento de Montmartre, en París, otorgándole la dignidad de alteza y una pensión de 80.000 libras. Así, la Gran Duquesa, casi desconocida por todos, puesto que nunca se le permitió desarrollar un papel público, abandonaba la Toscana en junio de 1675. 

La reacción de Cosme a partir de entonces, fue entregarse a la comida, de forma obsesiva y desaforada.

“Quería que pesaran sus capones engordados, en la mesa, y si un par de ellos no alcanzaban las veinte libras normales, se lo tomaba como si le hubieran infligido una afrenta personal. Sus dulces exóticos eran bañados con licores y enfriados con nieve. Con este régimen, pronto engordó desproporcionadamente y, en consecuencia, enfermó. Para perder peso, le aconsejaron medicamentos que lo pusieron en peor estado, y, además, sus piernas cedían bajo su volumen ".

Con respecto a su glotonería, una leyenda dice que el tiramisú fue creado por algunos pasteleros de Siena con motivo de una visita de Cosme III a su ciudad.

Y así fue como, desde 1675, Margarita Luisa residió en Francia, donde pasaría 46 años, hasta su muerte, en 1721. 

La siguiente etapa de gobierno de Cosme III se caracterizó, de nuevo por tan extremada y excluyente religiosidad, que llevó a la Toscana al borde de la ruina. Entre sus principales iniciativas, consta que ordenó, por ejemplo, retirar de la Iglesia de San Giovannino degli Scolopi la espada y el yelmo de Guglielmino Ubertini, el obispo guerrero de la diócesis de Arezzo, muerto en la batalla de Campaldino, en 1289 -que se encontraban allí desde la batalla-, porque no le parecía apropiado recordar a un obispo dedicado a las armas. También mandó retirar del altar de la catedral de Florencia la escultura de Baccio Bandinelli que representa a Adán y Eva desnudos, porque la consideraba indecente.

Adán y Eva, de Bandinelli. Hoy en el Bargello. Florencia.

En la ciudad de Florencia, que entonces tenía cerca de 72.000 habitantes, más de 10.000 de ellos, eran religiosos, y detentaban gran parte de los cargos públicos.

El gran duque emitió también edictos contra los judíos -que hasta ese momento habían gozado en Toscana y especialmente en Livorno, de una gran tolerancia- prohibiendo cualquier contrato entre católicos y hebreos y ejerciendo presiones para inducir a estos últimos, al bautismo. 

Frente a su piedad, contrastaban sus exorbitantes gastos, financiados con los pesados tributos que gravaban al pueblo -de los que, no obstante, los religiosos estaban exentos-, y el exceso de fasto de la corte con el que se proponía aparentar grandeza frente a los visitantes extranjeros; como ocurrió con ocasión de las memorables y costosísimas celebraciones, organizadas en 1709, en honor del rey de Dinamarca, Federico IV, a su vez, protagonista de una escandalosa vida privada, que nunca le fue reprochada, dada su incondicional protección del clero.

Federico IV, rey de Dinamarca. 

Por otra parte, Cosme III había tenido siempre la ambición de transformar el gran ducado en reino, lo que propició que la mayor parte de los ingresos se agotaran en gastos de representación. La correspondencia de Cosme III con sus embajadores en Madrid, París, Viena y Londres, aparece centrada en su ambición por obtener el llamado "tratamiento regio", que consistía, exclusivamente, en el hecho de que él, ante otros reyes, no tuviera que descubrirse, es decir, quitarse el sombrero.

Tal fue la razón de su contrariedad, cuando a finales del 1600, Víctor Amadeo II de Saboya, que era solo duque, obtuvo aquel derecho. Cosme III sufrió una pataleta e inundó las cortes europeas con cartas de protesta en las cuales afirmaba que, en la jerarquía italiana, el Gran Ducado de Toscana, siempre había estado por delante del Ducado de Saboya. No mucho después, para él, fue como haber vencido en una guerra, cuando desde Viena, se le autorizó a usar la corona real y recibir el tratamiento de "alteza real", a pesar de lo cual, aun tuvo que afrontar varios incidentes diplomáticos con los estados que le negaban este tratamiento. Por otra parte, no dejó de gastar grandes cantidades hasta que obtuvo del papa el título honorífico de "Canonico del Laterano".

Poco después, ya sin la presencia de su esposa, la atención del Gran Duque se centró contra la comunidad judía de Toscana, particularmente grande en Livorno: a pesar de los indudables servicios que los judíos habían aportado a la economía granducal, Cosme III promulgó leyes muy restrictivas contra ellos, con implementación de multas y torturas.

Finalmente, para castigar los delitos que él calificaba, contra la moral pública, creó la denominada Oficina de Decoro Público, un tribunal especial con el poder de imponer sanciones a hombres y mujeres, que iban, desde la flagelación, en casos menos graves, hasta el encarcelamiento de los transgresores no arrepentidos, o la entrada obligatoria en un convento.

Es un hecho, que la hipocondría, unida a la irracional piedad del Gran Duque, le hizo superar sus propios límites, aumentando la influencia del clero mediante el fortalecimiento de los poderes y competencias de los tribunales religiosos, además de que los jesuitas monopolizaron brevemente el sistema educativo. Toda vida cívica, de hecho, "se redujo a una monstruosa parodia de la vida monástica: una vida comunitaria en la que la libertad de acción, pensamiento, opiniones, afectos, hábitos estaba prohibida o regulada por edictos y métodos curiosos".

En 1678 se planteó la sucesión del ducado de Lorena, del que procedía su esposa, y cuyo duque, Carlos V no tenía descendientes. Cosme III aprovechó la oportunidad para afirmar los derechos de sus hijos, derivándolos del hecho de que Margherita Luisa era hija de una princesa de Lorena, que había delegado sus expectativas en el hijo mayor, Ferdinando. Cosme, entonces, trató de patrocinar el reconocimiento internacional de su hijo, pero no obtuvo ningún resultado ya que el emperador Leopoldo I, por temor a que el ducado pudiera quedar sometido a la influencia francesa, se opuso a la sucesión de Fernando. Al año siguiente, Carlos V, ya casado, tuvo un hijo varón, Leopoldo de Lorena, y el asunto quedó zanjado.

Leopoldo I de Lorena

Aunque Margherita Luisa vivía en Francia, su comportamiento seguía siendo una de las principales preocupaciones de su esposo, a quien hacía constantes peticiones de dinero. En enero de 1680, la abadesa de Montmartre le pidió a Cosme III que financiara la construcción de un tanque de agua. Al parecer, la idea procedía del hecho de que Margherita Luisa, solía tener, junto al fuego, una cesta para su perro, que un día se prendió, provocando un incendio. Al parecer, en lugar de llamar a las monjas para extinguirlo, las instó a que se pusieran a salvo. Siendo el hecho, en sí mismo de poca importancia, se hizo más grave, cuando salió a colación el recuerdo de que, al parecer, en alguna ocasión, Margherita Luisa habría expresado su deseo de que ardiera el convento.

Para colmo, en el verano del mismo año, Cosme III recibió la noticia de que la Gran Duquesa había sido vista bañándose desnuda en un río. Enfurecido, Cosme se dirigió a Luis XIV, quien se negó a intervenir y le escribió al gran duque diciéndole que ya no tenía derecho a interferir en la conducta de su esposa, ya que había consentido en que se retirara a Francia. Después de leer la carta, Cosme se sintió enfermo, y sólo la intervención de su médico personal, Francesco Redi, que estrictamente le prohibió, incluso, interesarse por la vida de Marguerite Louise, le permitió recuperarse.

En 1684, el emperador Leopoldo solicitó la participación del Gran Ducado de Toscana en la guerra contra los turcos, obteniendo, después de algunas dudas, una respuesta positiva que resultó en la entrada del Gran Ducado en la Liga Santa y en grandes envíos de municiones y suministros. Aunque la victoria en el asedio supuso un tanto a favor del gran duque, este seguía considerando peor la influencia de los judíos y escribió: "muchos escándalos y disturbios continúan ocurriendo en el asunto de las relaciones carnales entre judíos y mujeres cristianas, ya que permiten que sus hijos sean amamantados por amas cristianas". Cosme impuso que esta práctica solo fuera posible con una autorización específica presentada al gobierno y decidió aumentar el número de ejecuciones públicas hasta seis por día.

Los últimos años del siglo XVII vieron el encadenamiento de negociaciones frenéticas entre Cosme III y los diversos tribunales europeos para organizar bodas políticamente ventajosas para fortalecer el prestigio de la familia.

En primer lugar, negoció un pacto cuyas cláusulas establecían que Ferdinando e Isabella Luisa vivirían en Lisboa; de este modo, si Pedro II de Portugal no dejara herederos, Isabel le sucedería, con Fernando como rey consorte, después de renunciar a las reclamaciones sobre el Gran Ducado de Toscana. Finalmente, si Cosme, Gian Gastone y Francesco Maria murieran sin dejar herederos varones, Toscana quedaría en unión dinástica con Portugal.

Sin embargo, Fernando, con el pleno apoyo de su tío abuelo Luis XIV, rechazó el plan. Cosme III recurrió entonces a Violante Beatriz de Baviera para fortalecer los lazos con Francia, de la cual Baviera era un fiel aliado. La negociación fue compleja porque Ferdinando Maria di Baviera, padre de la novia, había perdido muchos fondos en una inversión fallida que le aconsejó el Gran Duque Ferdinando II, el padre de Cosme III, que, en consecuencia, para compensar el daño, se vio obligado a aceptar una dote miserable.

El siglo XVII no terminó con buenas perspectivas para el Gran Duque, porque no tenía nietos. Francia y España no reconocieron su título de alteza real y el Duque de Lorena se declaró rey de Jerusalén sin ninguna oposición. En mayo de 1700, Cosme III peregrinó a Roma y el Papa Inocencio XII, después de mucha insistencia, le otorgó el título, puramente honorario, de Canónigo de San Giovanni in Laterano. Muy contento, Cosme salió de Roma llevando un fragmento de las entrañas de San Francisco Javier.

El 1 de noviembre de 1700, la muerte sin herederos de Carlos II de España dio lugar a la Guerra de Sucesión, que involucró a todas las potencias europeas divididas en dos grandes coaliciones, una dirigida por Francia y la otra por Austria. Toscana se declaró neutral, y Cosme, al creer la victoria francesa más probable, reconoció a Felipe, duque de Anjou, como rey de España, obteniendo a cambio la investidura del feudo de Siena y, por fin, el reconocimiento del ansiado título de alteza real.

Mientras tanto, Gian Gastone estaba malgastando sus fondos en Bohemia, por lo que su padre, el alarmado Gran Duque, le envió a uno de sus asesores, el Marqués de Rinuccini, quien debía examinar sus deudas, para descubrir, finalmente, que, entre los acreedores de su hijo, aparecían, el arzobispo de Praga y Jan Josef, conde de Breuner. En un intento extremo de alejar al príncipe de su vida disoluta, Rinuccini se propuso forzar a Anna Maria Francesca a instalarse en Florencia, donde Gian Gastone deseaba regresar, pero esta se negó, porque su confesor, con la esperanza de mantenerla en Bohemia, le recordó las sospechosas muertes de Leonora Álvarez de Toledo y de Isabella de Medici. 

Leonora, de Bronzino. Gal. Nal. Praga

Aunque ya se rumoreaba, después de su muerte, surgió un mito que decía que su hijo García, había asesinado a su hermano Juan, a raíz de una disputa en 1562. A su vez, su padre Cosme, furioso, asesinaría a García con su propia espada. Leonor, angustiada, moriría una semana después, a causa de la aflicción. Sin embargo, las exhumaciones modernas no mostraron indicios de violencia en los cuerpos, y se dedujo que ambos murieron de malaria en 1562. 

Isabella, de Allori. Uffizi

Por lo que respecta a Isabella de Medici, al morir Cosme, ya convertido en el I Gran Duque de Toscana, ella perdió la protección paterna, y el apoyo del nuevo Gran Duque, su hermano, Francisco I de Médici.

Su marido, entonces, decidió vengarse personalmente de la deshonra a la que se había visto sometido y asesinó a Isabel, a escondidas, en la villa que tenían en Cerreto Guidi. Pocos días después de que se consumara también el asesinato de Leonor Álvarez de Toledo, por parte de su esposo Pedro de Médici, el hermano de Isabel. 

La crónica popular habló de la asfixia como vendetta, aunque otras fuentes dicen que fue ahogada en el agua mientras se lavaba los cabellos. El marido, alegó en su defensa, que le dio tiempo suficiente para pedir perdón por sus pecados.

Entre tanto, el beneplácito, e incluso, la posible complicidad de Francisco I en las muertes de su hermana y cuñada, dio pie a muchas habladurías, apoyadas por los opositores de la familia Médici. Incluso se llegó a decir que Isabel mantenía una relación incestuosa con su propio padre.

En sus últimos años, la devoción de Cosme III se había vuelto aún más exigente: solía visitar el convento de San Marco todos los días; un contemporáneo escribió al respecto que "el Gran Duque conoce a todos los monjes de San Marco al menos de vista". En 1719 Cosme III afirmó que Dios le había pedido "someter el Gran Ducado al gobierno y el dominio absoluto del más glorioso San José".

En 1705, por la muerte de Leopoldo I, José I ascendió al trono imperial, quien, después del resultado favorable de la batalla de Turín, que cambió el destino de la guerra en el frente italiano a favor de Austria, decidió mandar un enviado a Florencia para recaudar derechos feudales, equivalentes a la suma exorbitante de 300.000 doblones, y para obligar al Cosme III, neutral, a reconocer las reclamaciones de su hermano, el archiduque Carlos, al trono de España. Cosme, incapaz de oponerse a tal reclamación y al mismo tiempo, temeroso de una intervención naval francesa contra él, decidió pagar parte de la suma, pero se negó a reconocer al archiduque Carlos como rey de España, aunque se vio obligado a alojar a las tropas austríacas bajo el mando del príncipe Eugenio de Saboya, cuando se propuso conquistar el Reino de Nápoles.

Entre tanto, la salud del príncipe heredero Fernando, que sufría de sífilis en estado terminal, y ya ni siquiera podía reconocer a su padre. Cosme III, destruido por el dolor y consciente del peligro inminente de extinción de la dinastía, pidió la ayuda del papa Clemente XI para convencer a Ana María Francisca de que se instalara en Florencia con Gian Gastone. El pontífice envió al arzobispo de Praga a conminarla, pero no tuvo éxito, y el Gran Duque, en una carta a su hija, citando su complicado historial de matrimonio, le reprochó que nunca se hubiera molestado en buscar la reconciliación.

Al problema dinástico se agregó un grave riesgo de quiebra, determinado por los desembolsos al emperador José I, documentado en cartas del Gran Duque a su hija: "Puedo decirte ahora, en caso de que no estés informada, que no tenemos dinero en Florencia ". 

En 1708 Gian Gastone regresó a la Toscana, sin su esposa, y el emperador, previendo la imposibilidad de que él y Anna Maria Luisa tuvieran descendencia, empezó a considerar la posibilidad de ocupar la Toscana militarmente.

Entre tanto, Cosme III, en un intento extremo por evitar la extinción de la familia, obligó a su hermano Francesco Maria de 'Medici a abandonar el hábito de cardenal y casarse, a pesar de su edad avanzada y su mala salud, con la joven princesa Eleonora Luisa Gonzaga. Pero fracasó, tanto por la resistencia inicial de la princesa a consumar aquel matrimonio -aunque después cedió, con halagos y amenazas-, como por la repentina muerte de Francesco Maria, que se produjo solo dos años después.

Sin herederos, incapaz de hacer que las otras ramas de la familia lo lograran, Cosme I, el Gran Duque trató desesperadamente de evitar que Toscana cayera en manos extranjeras, a cuyo efecto, pensó en la restauración de la República de Florencia. Sin embargo, por ingenioso que fuera, el proyecto presentaba muchos obstáculos: Florencia era nominalmente un feudo imperial de Carlos V, por lo tanto, habría sido necesario el consentimiento de España y el emperador. Al principio, las cosas parecían ir bien; una embajada del marqués Rinuccini convenció a los gobiernos británico y holandés, temerosos del poder de los Habsburgo, para que dieran su consentimiento al proyecto, pero una condición de Cosme III, según la cual, la república sería aprobada sólo tras la extinción definitiva de los Medici, y la muerte de José I, hicieron que fracasara la negociación, cuando ya estaba a punto de ser aprobada en la conferencia de Geertruidenberg.

Entre tanto, se dirimía la sucesión española después de Carlos II. 

Tras la muerte de su hermano, José I, recayeron sobre Carlos VI el trono de Austria y la Corona imperial de Alemania (1711); al mismo tiempo, la suerte de las armas le era desfavorable en la Península Ibérica, donde los apoyos que tenía en los reinos de la Corona de Aragón no habían sido suficientes para impedir el triunfo de los Borbón. En consecuencia, por el Tratado de Rastatt, en 1714, renunció al trono español que reclamaba desde 1703, obteniendo a cambio, para Austria, importantes concesiones territoriales en Italia y los Países Bajos, que avalaron su victoria en la guerra fuera de la Península.

Entonces, al no tener herederos varones, cambió la legislación sucesoria para asegurar el trono a su hija María Teresa I de Austria -Pragmática Sanción de 1713-, lo que no impidió que, a su muerte, se desencadenara la Guerra de Sucesión austriaca (1740-48).

El 30 de octubre de 1713, murió el Príncipe Heredero Fernando, y el 26 de noviembre, Cosme III presentó un proyecto de ley en el Senado de los Cuarenta y Ocho, legislador nominal de Toscana, para garantizar a su hija el derecho de sucesión, en caso de muerte prematura de Gian. Gastone. La aprobación de la solicitud, por unanimidad, enfureció a Carlos VI, quien respondió que, siendo feudo imperial del Gran Ducado, solo el emperador tenía la prerrogativa de elegir al heredero en caso de extinción completa de la dinastía. Al mismo tiempo, Isabel Farnesio, segunda esposa de Felipe V de España y heredera del ducado de Parma, reclamó el derecho de sucesión a los Medici ya que era nieta de Margarita de Medici.

En mayo de 1716, el emperador aseguró al elector y al gran duque que no había ningún obstáculo insuperable para la sucesión de Anna Maria Luisa, pero añadió que, previamente, Austria y Toscana, debían ponerse de acuerdo en las condiciones previas a su acceso. 

En junio de 1717, Cosme III, con el apoyo imperial, nombró a la Casa d'Este heredera de los Medici, estableciendo que el duque Rinaldo d'Este, aliado y pariente del emperador, sucedería a Anna Maria. Sin embargo, en 1718, se formó una coalición internacional antiespañola, entre Gran Bretaña, Francia y Holanda, a la que después se unió el emperador, y, por medio del Tratado de Londres del 2 de agosto de 1718, conocido como Cuádruple Alianza, acorde con la Casa española, elaboró un "plan de pacificación que toca las sucesiones de Toscana y Parma", a través del cual se estableció que sería Don Carlo di Borbone, hijo mayor de Elisabetta Farnese, quien sucediera a Gian Gastone. 

Felipe V de Borbón, España, ignoraba así los derechos de Anna Maria Luisa, y confirmando el hecho de que la cuestión toscana, solo estaba en manos de las grandes potencias, ni siquiera envió una comunicación oficial a Cosme III sobre lo que se había decidido.

En junio de 1717, Juan Guillermo del Palatinado murió y Anna Maria Luisa volvió a Florencia llevando consigo muchos objetos de valor que, aunque, sólo en parte, aliviaron el estado desastroso de las finanzas del Gran Ducado. Pero Cosme III nombró a Violante Beatriz de Baviera, viuda del príncipe heredero, Fernando, gobernadora de Siena, ignorando ahora a su hija Anna María Isabel. Esto, y otro grave episodio, debido a un accidente de caza en el que el Gran Duque mató al Conde de San Crispino, acabó con la salud del ya anciano Cosme III. 

En 1721, Margherita Luisa también murió. La misión diplomática de Neri Corsini en el Congreso de Cambrai en los años 1720-1722 resultó en un nuevo fracaso. Después de entablar una batalla innecesaria contra el Imperio, Cosme peleó con escritos histórico-jurídicos por la soberanía de Toscana, pero la sucesión de Carlos de Borbón como señor feudal por el emperador, fue confirmada por el Tratado de Viena de 1725.

La cuestión de la sucesión al trono del Gran Ducado de Toscana, se convirtió así, en una cuestión europea, también por el hecho de que buena parte del territorio toscano, como la ex República de Siena y las capitanías de la Lunigiana, eran feudos imperiales.

Fue entonces cuando Cosme III propuso que, a su muerte, fuese restaurada la antigua República de Florencia. El proyecto fue aprobado por el Reino Unido y las Provincias Unidas, sin embargo, el mismo gran duque, por una imprevista marcha atrás, de pronto nombró heredera a su hija Ana María Luisa, en caso de muerte de Juan Gastón. 

Fue el inicio de una desesperada tentativa de Cosme III frente a las potencias europeas que, ciertamente no tomaron en consideración sus propuestas. En 1718, después de muchos intentos, de los cuales fueron excluidos los diplomáticos mediceos, quedó establecido, por el Tratado de Londres, de 1718, que la Toscana pasara al infante de España, don Carlos de Borbón y Farnesio. Al viejo Cosme III le fue negada incluso la pequeña satisfacción de recibir el Estado de los Presidios y el Principado de Piombino, territorios que había pedido como contrapartida para dar su conformidad al Tratado.

Cosme III de Médici, en sus últimos años.

El 22 de septiembre de 1723, el Gran Duque pasó dos horas aquejado de una grave crisis. Junto a su cama se encontraban, el nuncio apostólico y el arzobispo de Pisa, que dijo: "este Príncipe ha pedido poca ayuda para morir bien porque, a lo largo de su larga vida, se ha preparado para para la muerte". El 25 de octubre de 1723, seis días antes de su muerte, Cosme III emitió una proclama afirmando que Toscana permanecería independiente, que Anna María Luisa tendría la sucesión después de su muerte y la de su hermano, y que ella misma tendría el poder de adoptar un sucesor legítimo. Esta proclamación fue completamente ignorada por las potencias europeas y, el 31 de octubre, Cosme III murió, a la edad de 81 años. Fue enterrado en la basílica de San Lorenzo en Florencia.

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Fallida había resultado también, su política ligada al matrimonio de sus hijos varones. En 1689, Cosme III obligó al primogénito, Fernando, a casarse con la princesa Violante Beatriz de Baviera; un matrimonio infeliz que no tuvo descendencia, pues aparte de la hostilidad de Fernando hacia su mujer, padecía una sífilis, que había contraído en una fiesta sexual, en Venecia, y que degeneró en demencia y muerte prematura.

Sin herederos, aunque feliz, fue el matrimonio de la segunda hija, Ana María Luisa, que se casó en 1690 con Juan Guillermo del Palatinado.

Juan Guillermo y Ana María Luisa, de Jan Frans van Douven, en el Corridor Vasari.

En Jülich-Berg, Juan Guillermo dirigió una corte muy pródiga, que dio trabajo a muchos artistas, artesanos y pintores, como muestra, por ejemplo, entre otras cosas, la enorme colección de pinturas de Rubens, que se conserva en la Pinacoteca Antigua de Múnich.

Su viuda, nuestra protagonista, Ana María Luisa, sería la última representante de la Casa de Médicis, la amante de las artes, que legó la gran colección de arte de los Médici -incluyendo el contenido de los palacios, Uffizi, Pitti, y las villas Mediceas, heredadas de su hermano Juan Gastón, en 1737, además de sus tesoros Palatinos-, al estado Toscano, con la condición de que ni una de sus piezas pudiese ser sacada de Florencia. 

Por último, tragicómico y estéril resultó el matrimonio del tercer hijo, Juan Gastón de Médici, del cual eran conocidas sus diferentes tendencias sexuales, con la noble alemana Ana María Francisca de Sajonia-Lauenburg.

Cosme III murió el 31 de octubre de 1723. Le sucedió su tercer hijo Juan Gastón de Médici.

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Continuará.


lunes, 18 de julio de 2022

RAZONES ENCUBIERTAS de Juan Ruiz


Juan Ruiz. Probablemente, de Alcalá de Henares, c.1283-c. 1350, es conocido como el Arcipreste de Hita, y fue el autor del Libro de Buen Amor, una obra narrativa muy variada, que figura entre las más representativas de la literatura medieval española, y que, afortunadamente, conocemos bien, aunque, no podemos decir lo mismo de su autor, acerca de cuya biografía, prácticamente, hemos de restringirnos, a lo que él mismo deja caer, como apuntes autobiográficos.

Página de un manuscrito del Libro de buen amor, en la BNE.

Fue clérigo, sin duda, y Arcipreste en Hita, en la actual provincia de Guadalajara. Nació probablemente en Alcalá de Henares —aunque se ha propuesto, con poca aceptación, Alcalá la Real, de Jaén—, hacia 1283. Pudo estudiar en Toledo, Hita, Alcalá de Henares o alguna localidad de esta zona y, casi con toda seguridad, fue encarcelado por orden del arzobispo de Toledo, Gil de Albornoz. No obstante, filólogos, como Spitzer, M. R. Lida o Salvatore Battaglia, dudan, incluso, de estos supuestos.

Gran aficionado a la música, como se deduce de ciertos términos que emplea, que así lo demuestran, además de que creó algunos Cantares de Ciegos. 

Se sabe, casi con total certeza, que escribió el Libro de buen amor, estando en prisión, como él mismo afirma, ya desde el principio, en la oración qu'el arcipreste hizo a Dios cuando comenzó este libro suyo:

Señor Dios, que a los judíos pueblo de perdición / sacaste de cautiverio del poder de Faraón,/ a Daniel sacaste del pozo de Babilón, / saca a mi cuitado d'esta mala prisión.

Parece seguro, además, seguro, que cumplió su pena de prisión en Toledo e incluso se deduce con gran certeza, la ubicación del lugar de su encierro, que sería la cárcel que el arzobispado tenía en el Callejón del Vicario, que aún se abre en la calle Chapinería, muy cerca de la entrada de la Catedral, conocida como la Puerta del Reloj. 

C. del Vicario. Supuesto lugar de la cárcel del Arcipreste

Calle Chapinería, desde y hacia la Puerta del Reloj, de la Catedral.

Al cuitado Arcipreste, no le queda más remedio que rogar a la Virgen María que lo libere, porque no tiene muchas esperanzas, asegurando que ha sido acusado con mentiras:

Dame gracia, señora de todos los señores,/tira de mí tu saña, tira de mí rencores:/haz que todo se torne sobre los mezcladores,/ayúdame, Gloriosa, Madre de pecadores.

Como punto de partida, en el Libro de buen amor, se lee -así lo afirma su personaje, en la estrofa 1510a-, que el autor nació en una localidad llamada Alcalá;

“Hija, mucho os saluda uno que es de Alcalá”.

Pero no hay más datos y esto no nos aclara la duda consiguiente, porque, como es bien sabido, en la Península Ibérica, hay varios lugares que ostentan el mismo nombre, entre las que destacan, Alcalá de Henares, de Madrid, y Alcalá la Real, de Jaén.

Como punto de llegada, se cree que Juan Ruiz falleció antes de 1351, porque, para entonces, ya es Pedro Fernández quien ostenta el arciprestazgo de Hita.

La principal razón que inclina la balanza a favor de su nacimiento en Alcalá de Henares es su cercanía de Hita, Guadalajara, lugar cercano en los episodios más conocidos de su vida, como cuando se publicó la orden del arzobispo de Toledo Gil de Albornoz de "fiscalizar la vida de los clérigos de Talavera", y su posterior encarcelamiento, que también se supuso en el convento de San Francisco de Guadalajara, del arciprestazgo de Hita.

Así pues, en resumen, ¿qué es lo que sabemos con certeza, acerca del autor del Libro de Buen Amor?, pues lo que la obra dice, y poco más, pero nada concluyente: que dice llamarse Juan Ruiz; que es arcipreste de Hita, y que ha creado su interesante obra, en prisión.

En el plano literario, el Buen Amor, se enmarca en la Cuaderna Vía, o, por decirlo de forma más sonora, dentro del Tetrástrofo Monorrimo, que tan espléndidas obras produjo.

La Cuaderna Vía es un tipo de estrofa utilizada por el Mester [menester u oficio] de Clerecía; una escuela narrativa medieval, que surgió alrededor del siglo XIII y de la que Gonzalo de Berceo y Juan Ruiz fueron los primeros usuarios conocidos.

Se denomina tetrástrofo monorrimo, al conjunto de cuatro versos alejandrinos, es decir, de catorce sílabas, con la misma rima consonante -monorrimo-, repartidos en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, con pausa o cesura entre ellos. 

Mester traigo fermoso, [1er hemistiquio] [cesura], non es de joglaría [2º hemistiquio]

Más fácil de leer, que lo que podría parecer a primera vista, el llamado verso Alejandrino, toma su nombre del Libro de Alexandre, que fue la primera obra escrita en castellano en cuaderna vía.

Segunda estrofa del Libro de Alexandre, primer tercio del siglo XIII, considerada como una declaración de principios del Mester de Clerecía, distinguiéndolo del oficio del Mester de Juglaría:

Mester traigo fermoso, non es de joglaría / mester es sin pecado, que es de clerecía / hablar curso rimado por la cuaderna vía / a sílabas contadas, que es gran maestría.

Libro de Alexandre, vv. 5-8.

Podríamos terminar esta parte, añadiendo que, en la obra del Arcipreste, no siempre son delimitables los territorios correspondientes a la biografía y al cuento o a la clerecía y a la juglaría, habida cuenta de que es el mismo personaje el que alaba a la Virgen y el que reproduce los denuestos contra el cardenal Albornoz -durante el reinado de Alfonso XI-, a causa de su prohibición sobre la convivencia de los religiosos con mujeres:

llegadas son las cartas del arzobispo don Gil, / en las cuales venía el mandado no vil, / tal que si agradó a uno, pesó más que a dos mil,

por el que algunos, llegaron incluso a proferir amenazas de muerte contra el Arzobispo:

si yo tuviese al arzobispo en otro tal angosto, / yo le daría tal vuelta que nunca viese al agosto.

¿Cuáles son las Razones de Juan Ruiz? Precisamente, las del Buen amor.

Las del buen amor son razones encubiertas. 

Y ¿por qué encubiertas? 

Porque,

Donde creas que miente, dice mayor verdad. 

Declara el autor, para enredarnos un poco más en los laberintos de su narración y hacer nuestra tarea más ardua, a tal punto que, podríamos decir que, en cierto modo, Juan Ruiz se burla del lector, al que dice, “mira: ¿ves esto que he pintado blanco? Pues es negro”.

Pero, en fin, puesto que tan poco sabemos del Arcipreste, procedamos ya con su obra, que, afortunadamente, sí está a nuestro alcance, y en la que él mismo, voluntariamente, o no, queda reflejado como en un espejo -aunque este sea, en ocasiones, deformante-.

Comienza, pues, Juan Ruiz, por aclararnos lo que son “Razones Encubiertas”, por medio del siguiente y divertido ejemplo, según el cual, no hay mala palabra, si no es mal entendida:

Cuenta la disputa que tuvieron los griegos y los romanos.

Entiende bien mis dichos, y piensa la sentencia, no me ocurra contigo como al doctor de Grecia, cuando pidió Roma a Grecia la ciencia.

Los romanos no tenían leyes y se las pidieron a los griegos. Estos dijeron que estaban de acuerdo, si antes se sometían a una discusión. Pero como los contendientes no conocían las respectivas lenguas, decidieron disputar por señas. 

Los romanos buscaron a un bellaco y le dijeron que tenían que disputar por señas y que, si él lo hacía, pidiera lo que quisiere, por sacarlos del embrollo.

Y así, le vistieron muy bien, como si fuera doctor en filosofía; él subió a la cátedra y dijo: 

-vengan los griegos con toda su porfía.

Vino allí un griego, doctor escogido, subió a otra cátedra, y empezó sus señas:

Mostró sólo un dedo, el que está cerca el pulgar;

El rival le mostró tres dedos; el pulgar con otros dos, a modo de arpón y se sentó.

El griego, tendió la palma. Y el bellaco mostró el puño cerrado.

Entonces, dijo el sabio griego: Merecen los romanos las leyes.

Preguntaron al griego qué fue lo que dijo al romano y qué le había respondido él.

Yo dije, que hay un Dios: el romano dijo, que era verdad, uno y tres personas.

Cuando vi que entendían y creían la Trinidad, comprendí que merecían las leyes.

Preguntaron al bellaco, y respondió:

-Me dijo, que con su dedo me quebrantaría el ojo, y le contesté con saña que yo le rompería, con dos dedos los ojos, y con el pulgar los dientes. Después me dijo que tuviera cuidado, que me daría una gran palmada en los oídos y yo le contesté que le daría tal puñetazo del que nunca se recuperaría y viendo que perdería, cedió.

Así pues, continúa Juan Ruiz: Por esto se dice, que no hay mala palabra, si no es mal entendida. La manera del libro entiéndela sutil; los cuerdos, con buen seso entenderán la cordura, los mancebos livianos que se guarden de locura, y escoja lo mejor el de buena ventura, puesto que, las del buen amor son razones encubiertas, y si entiendes la razón, no dirás mal de este libro, porque, de todos los instrumentos yo libro soy pariente; si me sabes puntear, siempre me tendrás en mente.

Aclarada la cuestión, podemos pasar a revisar la causa, por la que, al parecer, Juan Ruiz quedó preso en Toledo.

Cántica de los clérigos de Talavera

Alfonso XI, monarca castellano de la Casa de Borgoña, tuvo un único hijo de su matrimonio legítimo con María de Portugal; Pedro I, pero el rey abandonó a su esposa y al hijo, para compartir su vida con Leonor de Guzmán, con la que tuvo diez hijos, entre ellos, Enrique, que sería adoptado por el Conde de Trastámara, del que heredó el título.

Alfonso XI murió durante el asedio de Gibraltar, a causa, al parecer, de la peste negra, la noche del 25 al 26 de marzo -jueves y viernes de la Semana Santa de 1350-. Sus hijos ilegítimos, temiendo la venganza de Pedro I, huyeron, ya durante su entierro, pero muy pronto, algunos de ellos fueron muertos por el nuevo rey, sobre todo, después de engañarlos con falsas promesas de amistad. 

Declarada la guerra entre el heredero y Enrique de Trastámara, este se sirvió de la ayuda de Bertrand Duguesclin, un soldado de fortuna francés, para asesinar al rey Pedro de Borgoña, tras lo cual, ocupó el trono, dando paso a la aparición de la dinastía de su nombre, que, como es sabido, produciría personajes que ocuparon sonados puestos en la historia, como Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, hijos de dos primos Trastámara, curiosamente, ambos llamados Juan II, si bien, uno era de Castilla y el otro, de Aragón.

Por otra parte, aquel mismo año, cuando Pedro I alcanzó el trono, el Obispo Albornoz tuvo que exiliarse en Aviñón, entre otras razones, porque era valedor de Leonor de Guzmán y sus hijos, y porque defendía la independencia eclesiástica frente a la política intervencionista de don Pedro, al que, además, se enfrentó a causa de la relación extramatrimonial que este mantenía con María de Padilla.

Así lo describe el Arcipreste:

las cejas apartadas prietas como carbón…/la su nariz es luenga. esto le descompon…/la boca no pequeña. labios al comunal…/más gordos que delgados. bermejos como coral…

Gil de Albornoz, copia del retrato que se conservaba en la catedral de Toledo, obra de Matías Moreno. Museo del Prado.

verso 1690:

Allá en Talavera, en las calendas de abril, llegadas son las cartas del arzobispo don Gil, en las cuales venía el mandado no vil, tal que si gustó a uno, pesó más que a dos mil, Y este arcipreste, que traía el mandado, bien creo, que lo hizo más a disgusto que de grado; mandó juntar cabildo, a prisa fue juntado, creyendo que traía otro mejor mandado. Habló este arcipreste, y dijo bien así:

Si pesa a vosotros, bien tanto me pesa a mí:-¡ay viejo mezquino, en que envejecí! ¡en ver lo que veo, et en ver lo que vi!». Llorando de sus ojos comenzó esta razón que dice: 

-El papa nos envía esta constitución, tengo que decirlo, que quiera o que no, si bien os lo digo con rabia de mi corazón. Cartas eran venidas, que dicen en esta manera: que ni clérigo ni casado de toda Talavera, que no tuviese manceba casada ni soltera: que cualquiera que la tuviese, descomulgado era.

Con estas razones, que la carta decía, quedó muy quebrantada toda la clerecía; algunos de los legos tomaron acedía, y para ponerse de acuerdo juntáronse otro día. Allí estaban juntados todos en la capilla, levantóse el deán a mostrar su mancilla: dijo: 

-Amigos, yo querría que toda esta cuadrilla apelásemos del papa ante el rey de Castilla. Que aunque somos clérigos, somos sus naturales, servímosle muy bien, fuimos siempre leales, y por demás sabe el rey, que todos somos carnales, creed se ha de compadecer de estos nuestros males.

-¿Que yo deje a Orabuena la que cobré antaño? En dejar yo a ella recibiera gran daño: le di de regalo doce varas de paño, y de esto, por cierto, anoche hizo un año. Antes renunciaría a toda mi prebenda y así la dignidad y toda mi renta, que la mi Orabuena vale tal prenda; y creo que otros muchos seguirán esta senda.

Demandó los apóstoles, y todo lo que más vale, con gran afincamiento ansí como Dios sabe, y con llorosos ojos et con dolor grande Vobis erit dimittere quam suave! /Sería dulce para vosotros!

Habló después de este luego el tesorero, que era de esta orden cofrade derechero; dijo: 

-Amigo, si éste no ha de ser verdadero, si malo lo esperas, yo peor lo espero. Y del mal de vosotros a mí mucho me pesa, además de lo mío y del mal de Teresa; pero dejaré Talavera, y me iré a Oropesa ante que apartarla de toda la mi mesa. Que nunca fue tan leal Blanca Flor a Flores, ni es ahora Tristán a todos sus amores, que hace muchas veces rematar los ardores y si de mí la separo, nunca me abandonarán dolores, porque suelen decir, que el can con gran escasez y con rabia de la muerte a su dueño traba al rostro; si yo tuviese al arzobispo en otro tal angosto, yo le daría tal vuelta que nunca viese al agosto.

Habló después de este, el chantre Sancho Muñóz, dijo: 

-Este arzobispo non sé qué tiene con nosotros, él quiere prohibirnos lo que perdonó Dios; por tanto yo apelo en este escrito: apresuráos. Que si yo tengo, o tuve en casa una sirvienta, no tiene el arzobispo por esto que se sienta, que no es mi comadre, ni es mi parienta, huérfana la crié, esto porque no mienta. El mantener hombre a huérfana obra es de piedad, y también a las viudas, esto es cosa con verdad; porque si el arzobispo piensa, que es cosa de maldad dejaremos a las buenas, y a las malas a tornar. Don Gonzalo Canónigo, según que voy oyendo, es éste que va de sus alhajas prendiendo, y van las vecinas por el barrio diciendo, que la acoge de noche en casa, aunque lo estaba prohibiendo. Pero non alarguemos tanto las razones, apelaron los clérigos, también los clerizones, hicieron luego de mano buenas apelaciones, y de allí en adelante ciertas procuraciones.

Consecuencia: Éste es el libro del arcipreste de Hita, el qual compuso, seyendo preso por mandado del cardenal don Gil, arzobispo de Toledo.

Egidio Álvarez de Albornoz y Luna. Cuenca, 1310 - Viterbo, 1367.

Arzobispo de Toledo, colaboró estrechamente con el rey Alfonso XI. Las buenas relaciones que tuvo con este monarca no se mantuvieron con su sucesor, Pedro I de Castilla, pues Gil Álvarez de Albornoz, enemistado con el nuevo rey, se vio forzado a abandonar la península Ibérica y a marchar a la corte papal de Aviñón.

Allí fue nombrado en 1350, cardenal, por el papa Clemente VI, quien le encargó la recuperación de los territorios pontificios de Italia. Gil de Albornoz logró recobrar Roma y consolidar la posición de Clemente VI y sus sucesores -Inocencio VI y Urbano V-, gracias a lo cual Urbano V pudo regresar a la ciudad en 1367. Entre otras iniciativas de su etapa italiana debe recordarse su labor cultural, cristalizada en la fundación del Colegio de San Clemente de los Españoles.

Alfonso XI. Museo del Prado. Francisco Cerdá de Villarestan. Barcelona, 1814 - Madrid, 1881

En 1847, José de Madrazo, como director del Real Museo, recibió el encargo de Isabel II, de realizar una genealogía iconográfica de todos sus antepasados reales; la llamada Serie cronológica de los Reyes de España. El proyecto tenía un evidente sentido político de legitimación de los derechos de la Soberana, en un período caracterizado por una incesante lucha contra el poder femenino. Se implicó en la ejecución del encargo a un considerable número de artistas contemporáneos, tanto reconocidos como noveles, pero casi todos asociados al círculo protector de José de Madrazo. El 12 de enero de 1849 se le encargó "haga el retrato del Rey de Castilla D. Alonso 11o... Pagado". MNP. Se expone en otra institución. 

La política de Alfonso XI de Castilla fue claramente influida por Gil Álvarez de Albornoz, que demostró sus dotes diplomáticas tanto en Castilla como en Italia, y su gran pericia militar, como lo demuestra, asimismo, su intervención en las contiendas del Salado, en 1340, Algeciras, en 1344, y Gibraltar, 1350, -campaña en la que murió el rey, en las posteriores campañas de Italia.

Como arzobispo de Toledo desarrolló una intensa actividad, dentro de la cual, afrontó el problema del celibato del clero, uniendo a cierta comprensión, una actitud enérgica. Así, mandó encarcelar al Arcipreste de Hita por no haber cumplido e impuesto el decreto pontificio sobre este intrincado asunto, en su arciprestazgo.

En cuanto a su obra legisladora, colaboró intensamente en la confección del Ordenamiento de Alcalá, que luego quedaría reflejado para los territorios pontificios en las llamadas Constituciones Egidianas (1357, con adiciones en 1363 y 1364), vigentes hasta 1816. En la legislación eclesiástica su autoridad debió ser notable; Bartolo de Sassoferrato y otros importantes canonistas citan comentarios suyos, aunque se desconoce su participación exacta.


Primera página del Ordenamiento de Alcalá. Alfonso XI de Castilla. Escribano e iluminador: Nicolás González, calígrafo de Pedro I de Castilla. -Alfonso XI. Ordenamiento de Alcalá. Inc.: "En el nombre del Padre et del fijo et del spiritu sancto que son tres personas e un dios. Por que la iustiçia es muy alta virtut" ... Depósito en la BNE.

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Juan Ruiz y el celibato eclesiástico

Francisco Márquez Villanueva. Harvard University

Resumen

El estudio de Juan Ruiz y su obra no trata sólo del don que tuvo de infundir de vida su palabra, es, sobre todo, al ingenio deslumbrador con que de continuo es capaz el poeta de invertir, cambiar o revolver sus polos conceptuales mediante cabriolas discursivas que obligan a una continua revisión de los códigos. Si nos detenemos, por ejemplo, en el duelo entre Trotaconventos y la monja doña Garoça, se observa cómo en lugar de la dialéctica convencional de un debate, lo que allí se ventila es la irreconciliable oposición de anversos y reversos. opuestos, pero igualmente válidos. 

"La manera del libro entiéndela sotil". El autor no se cansa de reclamar una actitud de ágil adaptabilidad mental como instancia previa a toda posible hermenéutica de su obra. El didactismo establecido de la clerecía buscaba, por el contrario, una codificación de máxima accesibilidad. No hacían falta muchas sutilezas para entender a Berceo.

La comprensión profunda de su Libro de buen amor, obliga a estar preparados para seguirle por senderos, si es preciso, de alto riesgo, porque si su poética se limitara a lo trillado, admitido y esperable de un discurso convencional, ¿a qué tantas estratégicas filigranas? El episodio de amor con la monja Garoça, uno de los más desconcertantes de toda la obra, puede ser un buen ejemplo. 

ca omne que es solo siempre piensa cuidados(1315-1316)

Non est bonum esse hominem solum (Gen. 1,18). 

Trotaconventos le encuentra a una mujer inicialmente bien dispuesta al «casamiento» que le traen, aunque pronto se aclara que se trata en realidad de un concubinato, arreglo preferible siempre, según la astuta vieja, a un mal matrimonio. No se sabe bien qué pasó, pues el episodio ha sido con toda probabilidad mutilado en el texto, pero aun así es indudable el fracaso por la simple razón de que ella al fin contrajo matrimonio con otro candidato:

E desque fue la dueña con otro ya casada,/escusóse de mí e de mí fue escusada. (1330)

Al cabo de tanta vana ida y venida, el Arcipreste continúa tristemente preso no del deseo, sino de la soledad, "señero e sin fulana, solo" (1330d). Trotaconventos esta vez le aconsejará, como quien saca el fondo del arca, el recurso heroico de "que amase alguna monja".

Todas dueñas de orden, las blancas e las prietas,/de Císter, predicaderas e muchas menoretas,/todas salen cantando, diciendo chanzonetas/«¡Mane nobiscum domine!», que tañen a completas. (¡Quedate con nosotras señor”). (1241)

Va a iniciarse a continuación el largo cortejo de doña Garoça. Muy superior al de doña Endrina, no se trata esta vez de una seducción ni un engaño a cargo de la alcahueta, sino de una pugna de inteligencia entre ambas mujeres. Trotaconventos y la monja se conocen desde hace mucho. La vieja fue su servidora en el convento por espacio de diez años y doña Garoça, discretísima y sin duda no una jovencita, está ya de vuelta de muchas cosas. Saben ambas perfectamente lo que allí está en juego.

Garoça de hecho ha sido conquistada desde el primer momento, y al verla por vez primera en la iglesia, el Arcipreste experimenta en términos verdaderamente traumáticos la mayor conmoción en su siempre agitada vida sentimental, recogida en el pasaje más inolvidable de su libro:

En el nombre de Dios fui a misa de mañana,/vi estar a la monja en oración, locana,/alto cuello de garza, color fresco de grana:/desaguisado fizo quien le mandó vestir lana./¡Valme, Santa María!, mis manos me aprieto;/¿Quién dio a blanca rosa hábito, velo prieto?/Más valdríe a la fermosa tener hijos y nieto/que atal velo prieto ni que hábitos ciento./Pero que sea erranza contra Nuestro Señor/El pecado de monja a hombre doñeador,/¡ay Dios!, ¡e yo lo fuese aqueste pecador,/que hiciese penitencia de este fecho error!/Oteóme de unos ojos que parecían candela:/yo suspiré por ellos, dice mi coraçón: «¡Hela!»./Fuime para la dueña, hablóme e habléla,/Enamoróme la monja y yo enamórela. (1499-1502).

Pero lo que en este punto resulta más sorprendente, es que Juan Ruiz a continuación desmiente todo lo que antecede con el desenlace de no un "buen", sino un "limpio amor" (1503c), en que su Arcipreste y la monja se aman espiritualmente para avanzar juntos en las virtudes cristianas de su estado. (¿Parecía negro? Pues es blanco.)

Ni el Arcipreste ni la monja ignoran ni desprecian la norma moral, pues son pecadores y frágiles, pero no descreídos ni herejes. 

Es este también, uno de los temas de base del Roman de la Rose, de Jean de Meung, donde es defendido por Faux Semblant -Falso pretexto-, o la Hipocresía, mientras que la Vieille denuncia que todo el que entra en religión se arrepiente hasta el punto en que apenas evita ahorcarse. 

Un siglo atrás Heloísa se atrevía a reclamar sus derechos conyugales, hasta el punto de combatir, quejumbrosa, la continencia monástica, y Boccaccio da lecciones teóricas y prácticas acerca del sinsentido de la castidad en el claustro.

La mayor originalidad del Arcipreste, está en su mirada amistosa hacia el matrimonio, menospreciado hasta el ridículo en la literatura de la baja Edad Media y por lo general aborrecido también por los clérigos. Las calamitates de Abelardo así lo demuestran.

Para Juan Ruiz la mejor arma contra la lujuria no es la continencia, sino el matrimonio. 

Walter Mapes (1135?-1209?) es uno de los autores mediolatinos favoritos de Juan Ruiz, cuya obra, al igual que el Pamphilus, tuvo delante al redactar algunos de los exempla del duelo Trotaconventos-Garoça. 

El chantre Sancho Muñoz, que acogiera como manceba a una huérfana, ve en la nueva disciplina el dislate de no dejar otra alternativa que la prostitución como único posible remedio de unos y de otras:

En mantener omne huérfana, obra es de piedad,/otrosí a las viudas; esto es cosa con verdad;/porque si el arçobispo tiene que es cosa de maldad,/dexemos a las buenas e a las malas vos tornad. (1707)

La historia medieval del celibato eclesiástico está sembrada de agrias protestas que, en ocasiones, desembocaron en actos violentos contra la jerarquía o sus mandatarios, por lo que no sorprende la amenaza del tesorero talaverano, dispuesto a pasar a las manos con el propio don Gil:

Si toviese al arçobispo en otro tal angosto, yo le daría tal vuelta que nunca viese al agosto. (1704cd).

Muchas otras rebeliones hubo, que no han entrado en la historia literaria. Es un hecho que Roma no pudo nunca con la clerecía peninsular en un doble frente; el del abandono de las concubinas y la orden de que, al menos los capitulares, aprendieran un poco de latín, como atestigua la ingrata lucha del legado Juan de Abbeville en el siglo XIII - enviado a España como legado papal con la misión de predicar la cruzada contra los musulmanes y de poner en práctica las disposiciones del IV concilio lateranense-; el abandono final por los pontífices de tan imposible empeño, no sorprende. 

El episodio del Libro de buen amor, encaja perfectamente con la tenaz resolución mantenida por el arzobispo don Gil de Albornoz en el capítulo, De vita et honestate clericorum. Presionado acerca del particular desde Roma, convocó el sínodo toledano de 1342 con el fin de dar cumplimiento a las disposiciones ineficazmente prescritas en anteriores asambleas sobre el concubinato de su clero. Conforme a lo dictado en otros sínodos y en especial en el de Valladolid de 1322, incluyen aquellas actas la pena usual de pérdida de beneficios que el deán de Talavera estaría dispuesto a sufrir antes que perder a su inestimable Orabuena

Es exacta la datación del episodio en "las calendas de abril" (1690a) que el moderno editor comprueba como 16 de abril de 1342, rebosante para mayor inoportunidad de la clásica asociación temática con el renacer primaveral del amor. La impopularidad de la medida era abrumadora: "Tal que si plugo a uno, pesó a más de dos mill" (1690d).

Sobre todo, lo que supone un sello de la más pura autenticidad hispana y sin anticipo en los poemas latinos es la reacción automática de apelar de la jerarquía eclesiástica ante el rey: Que maguer somos clérigos, somos sus naturales (1697).

Si hay una nota inequívocamente hispana en toda la cuestión del celibato eclesiástico, es sin duda ese buen entendimiento entre la corona y el clero transgresor, al que entonces se sumó el peso adicional del prolongado y público adulterio de Alfonso XI con doña Leonor de Guzmán. El valor documental de la Cántica de los clérigos de Talavera, lo mismo que su oportunidad como remate del Libro de buen amor, se hallan fuera de toda duda.

Si el arzobispo realmente envió a Juan Ruiz como hombre de confianza para tan delicado empeño, no habría podido a primera vista hacer peor elección. Pero sorprende enormemente, que don Gil, agudo político y diplomático, encargara tal embajada a alguien reconocidamente defensor de todo lo contrario de lo que tenía que predicar. Sin embargo, aquí adquiriría peso, el hecho de ser este un prestigioso canonista, colaborador de Albornoz. No es posible en todo esto la certeza, pero tampoco surge otra interpretación más lógica de las noticias tradicionales.

Habría que tener en consideración, en todo caso, el concepto de mudéjar que no es sino la mutua interacción de Oriente y Occidente, sobre un mismo plano. Un aire mudéjar no sólo evidente en las artes visuales, sino también en las literarias. Todo esto, aparecería bella y paradigmáticamente realizado en el Libro de buen amor.

Además de las citadas interpretaciones, fundamentalmente, sobre la identidad de Juan Ruiz, aparecieron nuevos datos, que se publicaron, en 2010, todos ellos, sumamente interesantes y, en buena parte, clarificadores de su actitud.

Alfonso X “El Sabio” afirmaba que "ley tanto quiere decir como leyenda", es decir, escrito que ha de ser leído. "Letrado" significa en español «hombre de leyes». Idéntico sentido tienen las palabras de Cervantes en el capítulo 37 del Quijote: "… hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden". En la palabra "letrado" aún puede rastrearse el sentido primero del término, cuando el derecho y la poesía se hallaban estrechamente unidos, cuando se mecían, según Grimm, en la misma cuna: nomos en Grecia y carmina en Roma designaban las normas y los cantos.

El Poema de Mío Cid es una perfecta exposición de derecho contractual, mercantil, matrimonial y penal; las Glosas de Sabiduría de Shem Tob reflejan las normas contenidas en el Eclesiastés y en el tratado de los Pirke Abbot. También La Celestina, novela cumbre de la literatura española, precursora del Quijote y de la gran novelística europea moderna, es obra de un letrado, Fernando de Rojas, abogado por Salamanca y alcalde mayor de Talavera de la Reina (Toledo). Y el Lazarillo de Tormes es posiblemente obra de Alfonso de Valdés, secretario de Carlos V, conocedor del Derecho Internacional y del Derecho Político. 

Recordemos que el Libro de Buen Amor no es más que un tratado de Derecho Canónico, obra de un experto en Derecho Civil y Derecho Eclesiástico, el capellán papal Juan Ruiz de Cisneros. 

Menéndez Pidal afirmaba que el Libro de Buen Amor era el producto de un clérigo rebelde, que marcaba la despedida humorística de la didáctica medieval. Fue él quien descubrió las dos ediciones distintas del Libro: 1330 y 1343, es decir, 1368 (Códice de Toledo) y 1381 (Códice de Salamanca) de la era hispánica, y supo recoger el título del mismo, apoyado en el verso 933.b: Buen Amor llamé al libro y a la vieja en unión. 

Américo Castro sostenía que el amor, tema principal del libro, estaba muy marcado por infiltraciones islámicas. 

Dámaso Alonso analiza los rasgos femeninos presentes en el Libro dentro de la erotología árabe. 

Joan Corominas insiste en el perfecto conocimiento del árabe coloquial que demuestra el Arcipreste. Con él coincide María Rosa Lida al notar la predilección de Juan Ruiz por la lengua árabe y por el personaje más vigoroso del Libro, la mora, a la que confiesa ser de Alcalá. En este pasaje, el texto se enriquece con términos árabes: leznedrí´no entiendo, albalá ´carta´, legualá ´no, por Alá´.

Para Sánchez Albornoz no existía duda del carácter más cínico que moralista de Juan Ruiz: "el primer relámpago del espíritu burgués en la Castilla del trescientos". 

G. Battaglia reconocía que el poeta era muy superior cuando contaba picantes historias de amor que cuando trataba de religión: "Juan Ruiz fracasa a veces en su propósito de definir la vida como debe ser, pero acierta siempre cuando la pinta como es". 

La visión más cierta del L.B.A. posiblemente sea la de Menéndez Pelayo, que en su Historia de la Literatura afirma que el libro del Arcipreste de Hita no es más que una novela picaresca cuyo protagonista es el mismo autor: "Esta novela se dilata por todo el libro; pero a semejanza del Guadiana aparece y desaparece, interpolando diferentes materiales que conforman la gran enciclopedia cultural del siglo XIV: la Comedia Humana de su Centuria". 

El Libro de Buen Amor es, sobre todo, la parodia de un tratado de divulgación del Derecho Canónico, centrado principalmente en la disciplina del clero y en el matrimonio e, indirectamente, en el juez, la justicia y el delito. Antes de avalar lo afirmado, conviene saber quién es el Arcipreste de Hita, quién es este Balzac del siglo XIV. La respuesta a su condición de Arcipreste la descubrimos en la Ley VIII de las Partidas de Alfonso X. Según la referida ley, Juan Ruiz perteneció al tercer tipo de Arcipreste, inferior a los dos que ejercían en las Catedrales. El oficio de Juan Ruiz sería el de visitar las iglesias de las villas y aldeas, vigilar a los clérigos y castigar sus faltas. 

Al sentido del libro y a la condición de arcipreste se encadena un nuevo interrogante: ¿quién es Juan Ruiz? La personalidad de Juan Ruiz, una forma intencionada de anonimato, no fue descubierta hasta el congreso de Barcelona del año 1972, coordinado por el profesor Criado del Val. Fue éste quien, en la comunicación presentada en el congreso de Madrid en 1969, bajo el título "El Cardenal Albornoz y el Arcipreste de Hita", concluía que oculto bajo el nombre inexpresivo de alguno de los familiares de don Gil de Albornoz debía encontrarse el todavía literario Arcipreste de Hita. 

Francisco Rico avaló las teorías expuestas al celebrar en el año 2002 en Alcalá la Real un nuevo congreso internacional sobre Juan Ruiz de Cisneros, Arcipreste de Hita, que contó, entre otros, con la presencia de Bienvenido Morros, Jacques Joset, Alan Deyermond, Márquez Villanueva y Margherita Morreale. 

Emilio Sáez, uno de los más grandes medievalistas españoles, catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Barcelona, y el Dr. Don José Trenchs, identificaron al Arcipreste de Hita con Juan Ruiz de Cisneros, de la casa del cardenal Don Gil de Albornoz, Arzobispo de Toledo y posteriormente cardenal de la Iglesia en Aviñón e Italia. El equipo de Sáez investigó en los Archivos Secretos del Vaticano y en los Archivos del Colegio Español de Bolonia. Los documentos recopilados dieron como resultado dos magnas obras: "Diplomatario del Cardenal Gil de Albornoz» y «Monumenta Albornotiana". En ellas aparece el de Hita bajo tres nombres: Juan Ruiz de Cisneros, Juan Rodríguez de Cisneros o simplemente Juan Ruiz. En la documentación antedicha se indica que es un familiar de Don Gil, que ostenta diferentes cargos eclesiásticos y que lo acompaña siempre. Su biografía, perfectamente documentada, habla de la ilegitimidad de su nacimiento por haber vivido sus padres cautivos en Alcalá de Benzaida (Alcalá la Real), llave del reino de Granada, donde nació y pasó los diez primeros años de su vida, de 1295 a 1305. Estos hijos se etiquetaban como «hijos del amor», marca que el de Hita llevó siempre y pudo influir en el título y en el contenido del libro. 

Un ciudadano nacido en la frontera del reino de Granada, en Alcalá la Real, fue, pues, el autor de la primera queja literaria contra el celibato. Juan Ruiz de Cisneros, Arcipreste de Hita, disparó el libro contra la jerarquía eclesiástica, pues nadie debe condenar a nadie a soledad perpetua.

El "Descubrimiento Sáez" nos añade que vivió a partir de los diez años en Sigüenza con su tío Simón de Cisneros, obispo de esa diócesis. En 1321 la regente María de Molina, Señora de Hita, intercede para que Juan Ruiz sea nombrado «Arcipreste de Santa María de la villa de Hita», pasando luego a Toledo con el Cardenal don Gil de Albornoz. 

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Hacemos aquí un inciso histórico aclaratorio de este, más que turbulento período de la historia de Castilla, dentro del cual transcurre la biogafía del Arcipreste.

María de Molina era la esposa de Sancho IV, con quien se casó, en junio de 1282 en la Catedral de Toledo, siendo Sancho su sobrino segundo, los comienzos del matrimonio con el entonces, infante, fueron conflictivos, pues el matrimonio no contaba con la imprescindible dispensa pontificia, debido a un doble motivo, ya que por un lado existían lazos de consanguinidad en tercer grado, y porque además existían unos esponsales previos contraídos por el infante Sancho, aunque nunca fueron consumados, con Guillerma de Montcada. El matrimonio fue considerado nulo al principio y, por tanto, todos los hijos nacidos fueron considerados ilegítimos. Por todo ello, se sostuvo que habían cometido incestas nuptias, excessus enormitas y publica infamia, y fueron excomulgados por el Papa. 

En 1283 nació su hija primogénita en Toro, la infanta Isabel de Castilla.

El matrimonio tampoco fue del agrado de Alfonso X, que ya estaba enemistado con su hijo Sancho, desde la muerte en 1275 de su hijo y heredero, el infante Fernando de la Cerda, y la consiguiente pretensión del infante Sancho de proclamarse heredero del trono, soslayando con ello los derechos de los infantes de la Cerda, hijos del difunto infante y herederos del trono. Además de la rebelión del infante Sancho contra su padre el rey, la ejecución del infante Fadrique de Castilla en 1277, que había sido ordenada por su propio hermano, Alfonso X, había motivado que parte de la alta nobleza y de los ricoshombres del reino se decantasen a favor del infante Sancho en la lucha que este último mantuvo contra su padre.

En abril de 1284 el infante Sancho y su esposa recibieron en Ávila la noticia de que había fallecido en la ciudad de Sevilla Alfonso X, y la de que en su testamento, el difunto rey desheredaba a su hijo Sancho en favor de su nieto, Alfonso de la Cerda. Al día siguiente Sancho IV y María de Molina, terminados los funerales en memoria de Alfonso X, cambiaron los ropajes de duelo por brillantes paños de oro reales, y Sancho IV fue proclamado soberano de Castilla, haciendo reconocer como reina a María de Molina, y a su hija, la infanta Isabel de Castilla, como heredera del trono. Posteriormente se dirigieron a la ciudad de Toledo donde tendría lugar la coronación en su Catedral. A primeros de mayo entraron en la ciudad y fueron coronados monarcas de los reinos de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén y del Algarve.

 

Sancho IV, de J.M. Rodríguez Losada. Ayto. de León. La reina María de Molina y su hijo, el que sería Fernando IV de Castilla. Detalle del cuadro titulado, María de Molina presenta a su hijo Fernando IV en las Cortes de Valladolid, de 1295. Obra de Gisbert. Palacio de las Cortes. Madrid.

Sancho IV y su esposa, María de Molina, se mostraron radicalmente opuestos a la política cultural del Sabio, especialmente, en su interés por lo que hoy se denomina “Las tres Culturas”, con su valoración de las obras, literarias o científicas, escritas en árabe y hebreo, en apoyo de una acendrada “moral” conservadora, que predominó durante la etapa de Sancho, que condicionó la biografía del Arcipreste, si bien su período de madurez transcurrió ya bajo el reinado de Alfonso XI. Todo ello unido a la instabilidad en la Cátedra de San Pedro, convirtieron su vida en un período convulso, durante el cual, se presentaba como una necesidad perentoria el hecho de tomar partido, ya fuera por los llamados Infantes de La Cerda, que disputaron el trono a Sancho, ya fuera por el papa de Roma, frente al de Aviñón, o a la inversa.

Sancho IV el Bravo. Nacido en Valladolid, el 12 de mayo de 1258, reinó entre los años, 1284-1295. Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono, con el apoyo de Alfonso III de Aragón, fue proclamado y reconocido como rey de Castilla, en Jaca en 1288, pero sus aspiraciones se frustraron en el Tratado de Monteagudo, firmado en 1291 en la localidad del mismo nombre, actualmente en Soria, entre las Coronas de Aragón y Castilla -Sancho IV-, en el que se acordó una alianza, sellada con el matrimonio de Jaime II de Aragón con Isabel de Castilla, la hija de Sancho IV, aunque murió poco después, lo que acabó con una alianza que, ya era muy endeble.

Al terminar su reinado, Juan Ruiz tenía once años.

Fernando IV de Castilla, El Emplazado. (1285-1312). Hijo del rey Sancho IV de Castilla y de su esposa, la reina María de Molina, durante su menor edad, la crianza y la custodia de su persona fueron encomendadas a su madre, la reina María de Molina, y su tutoría, al infante Enrique de Castilla, El Senador, hijo de Fernando III de Castilla. Desde entonces y durante el resto de su reinado, su madre procuró aplacar a la nobleza, se enfrentó a los enemigos de su hijo, e impidió en varias ocasiones que fuese destronado. 

Se enfrentó a la insubordinación de la nobleza, capitaneada en numerosas ocasiones por su tío, el infante Juan de Castilla, el de Tarifa, y por Juan Núñez II de Lara, quienes fueron apoyados en ocasiones, por don Juan Manuel, nieto de Fernando III. 

Prosiguió la empresa de la Reconquista y, aunque fracasó en su intento de recobrar Algeciras, en 1309, conquistó la ciudad de Gibraltar aquel mismo año, y en 1312, el municipio jienense de Alcaudete. Durante las Cortes de Valladolid de 1312, impulsó la reforma de la administración de justicia, y la de todos los ámbitos de la administración, al tiempo que intentaba reforzar la autoridad de la Corona en detrimento de la autoridad nobiliaria. 

Falleció en Jaén el día 7 de septiembre de 1312, a los veintiséis años de edad y le sucedió su hijo, Alfonso XI de Castilla.

Al terminar su reinado, Juan Ruiz tenía 28 años.

¿Por qué “El Emplazado?

Por su recurso a prácticas injustificadamente brutales, del que tampoco estuvo exento el Sabio. El lienzo que sigue, representa la supuesta visión de Fernando IV el Emplazado (1285-1312), rey de Castilla y León, que falleció en la ciudad de Jaén el día 7 de septiembre de 1312.

“Últimos momentos de Fernando IV El Emplazado”, de Casado del Alisal. MNP, dep. en el Senado.

Dice la leyenda, que dio lugar a su sobrenombre, que el rey fue emplazado a comparecer ante Dios, por los Hermanos Carvajal, Caballeros de la Orden de Calatrava, a los que el monarca había hecho arrojar, dentro de una jaula de hierro con puntas afiladas en su interior, desde la cumbre de la Peña de Martos, en la provincia de Jaén. El monarca, de acuerdo con las Crónicas de Fernando IV y de Alfonso XI, falleció exactamente, treinta días después de que los hermanos Carvajal fueran ejecutados, cumpliéndose así el plazo que ambos le habrían anunciado, para comparecer ante Dios. Para algunos autores, esta leyenda sería absolutamente injustificada, pero ninguno de ellos da razón de otros caminos por los que, Fernando IV habría pasado a la historia con el sobrenombre de “El Emplazado”.

La Crónica dice de Fernando IV que era “de buen talante”, pero también que “era ome a quien metíen los omes a lo que querían de mal”, lo que refleja de forma muy clara un carácter débil. De hecho, un cronista contemporáneo, Jofré de Loaisa, llama la atención sobre el carácter infantil y caprichoso de Fernando IV, impropio de un rey, cuando dice que era “su casi continua ocupación realizar juegos de niño y otras diversiones más que intentar recuperar su tierra”.

Enrique Flórez no duda en afirmar que “su reynado no merece tanto este nombre como el de vassallage, pues vivió dominado de vassallos. Quando empezaba a ser glorioso contra los moros le avassalló la muerte”. 

Francisco Simón y Nieto lo califica “de escasa mentalidad.

Amador de los Ríos, escribió que, durante su reinado Castilla fue “combatida en tanto por las turbulencias de una larga minoridad, y vejada después, más bien que gobernada, por un príncipe débil y desconfiado aun para su misma madre y salvadora”. 

Manuel Colmeiro, siguiendo a Juan de Mariana, dice de él que “fue de complexión delicada, y muchas veces padeció enfermedades que le pusieron en peligro de muerte. Su carácter débil hizo que se entregase a favoritos, olvidando que debía la Corona a la incomparable doña María de Molina, su madre.” 

Antonio Benavides, no sin ironía, estableció el nítido contraste entre sus virtudes y el aprovechamiento que de ellas hicieron sus tutores y consejeros: “Su tierna edad le hizo juguete de bandos opuestos; su clemencia ludibrio de enconadas pasiones; su generosidad escalón de locas ambiciones. Débil hasta el extremo, su tutela fue perpetua; o en poder de D. Enrique, o del infante D. Juan, o de D. Juan Núñez, ni tenía voluntad de gobernar, ni intención de dañar. La caza era su afición: cansábanle los negocios, y el que más pronto le desembarazaba de ellos ése era su amigo; oía a todo el mundo, y era del último que oía”. 

La sentencia arbitral de Torrellas permite distinguir dos etapas muy claras en el reinado de Fernando IV. Hasta 1304 el panorama está dominado por una larga guerra civil, en la que se mezclan variados ingredientes: la menor edad del Rey, sus discutibles derechos al Trono al no estar legitimado el matrimonio de Sancho IV y María de Molina, las ambiciones de la nobleza castellana, especialmente del infante don Juan, tío del Rey y que no oculta sus deseos de alcanzar el Trono castellano, al igual que los infantes De la Cerda, que contaban con el apoyo de Jaime II de Aragón. La sentencia arbitral de Torrellas, sirvió para poner fin a la guerra civil y al conflicto con Aragón, motivado fundamentalmente por el apoyo de Jaime II a las aspiraciones al Trono castellano de Alfonso de la Cerda. 

El segundo asunto importante tratado en Torrellas fue el problema de los infantes de la Cerda, cuyos discutibles derechos al trono castellano habían sido uno de los argumentos de la guerra civil. 

En los primeros días de diciembre de 1308, Fernando IV y Jaime II se entrevistaron en el monasterio de Santa María de Huerta y en Monreal de Ariza. Tres fueron los asuntos esenciales tratados en las conversaciones. Primeramente, el matrimonio de la infanta doña Leonor, primogénita y heredera hasta este momento de Fernando IV, con el infante don Jaime, también primogénito de Jaime II. El matrimonio, aunque llegó a celebrarse, duró poco tiempo pues el infante aragonés se separó de su mujer para ingresar en un convento. El segundo asunto fue la conclusión de las entregas que aún se debían a Alfonso de la Cerda por imperativo del tratado de Torrellas.

El prestigio de Jaime II en la política peninsular y la influencia que tenía en la Corte castellana, que todavía se vio aumentada mediante un nuevo matrimonio de otra hija suya, la infanta doña Constanza, con don Juan Manuel, que tuvo lugar el 3 de abril de 1312.

La última página del reinado de Fernando IV fue la convocatoria de Cortes en Valladolid, en la primavera de 1312, Fue por el camino de las reformas políticas por el que Fernando IV ensayó su postrer intento de imponerse a la nobleza, una vez que, por otros procedimientos, incluida la utilización de la violencia, no había conseguido más que reiterados fracasos. 

Según la leyenda, a todas luces injustificada, Fernando IV murió como consecuencia del emplazamiento que le hicieron aquellos hermanos Carvajales de comparecer ante el tribunal del Dios treinta días después de que se hubiera cumplido la sentencia de pena de muerte a que fueron condenados por la justicia real. Según F. Simón y Nieto, la verdadera causa de su muerte fue una trombosis coronaria.

Las relaciones con Portugal se mantuvieron en un tono de relativa frialdad, a pesar del matrimonio de Fernando IV con la infanta portuguesa Constanza, hija del rey don Dionís.

César González Mínguez

Alfonso XI, en las Crónicas de Froissart.

Alfonso XI, El Justiciero. N. Salamanca, 13-8-1311 R. 1312-1350

-Regencia de Pedro y Juan de Castilla (1313-1319).

-Regencia -disputada- de María de Molina (1319-1321). 

-Regencia -disputada- de Felipe de Castilla (1321-1325).

El Arcipreste vive su plenitud vital bajo este reinado, entre los 28 y los 67 años.

Pedro I, el Cruel, el Justo o Justiciero. Anónimo. Museo Arqueológico Nacional. 

Nacido en Burgos, el 30 de agosto de 1334 y asesinado por su hermano Enrique II de Trastámara, conocido por ello como “El Fratricida”. Reinó desde 1350, hasta 1366.

Aunque apenas influyó, en cuanto monarca, en la vida de Juan Ruíz, sí es el heredero desplazado durante el reinado de su padre, Alfonso XI, tras cuya muerte, don Pedro accederá al trono, cargado fundamentalmente, con un profundo deseo de venganza mortal, contra sus medio hermanos, los hijos de Leonor de Guzmán. 

Murió, como hemos dicho, en guerra civil contra Enrique II, rey rival y medio hermano, lo que supuso el fin de la casa de Borgoña y el inicio de la casa de Trastámara. Juan Ruiz viviría apenas hasta el comienzo de este reinado.

Y así, una vez colocados los reyes en sus casillas correspondientes, continuamos, viendo cómo se desplazan en el tablero histórico, las demás figuras.

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Casa de la familia Albornoz y Luna en Cuenca, donde pasó su infancia Gil de Albornoz.

Don Egidio Álvarez de Albornoz y Luna, también conocido como Gil de Albornoz o Gil Carrillo de Albornoz, nacido en Carrascosa del Campo en 1310 y muerto en Viterbo (Italia) en 1367, es el más alto representante de la jerarquía eclesiástica durante el destierro de Aviñón. 

Primo del Papa Luna. Benedicto XIII, rechazó la tiara que le fue ofrecida después de la muerte del Papa Inocencio VI. Estudió Leyes en Toulouse (Francia), fue nombrado arzobispo de Toledo y actuó como consejero político y prestamista financiero de Alfonso XI de Castilla, en las guerras contra los musulmanes que conquistaron Algeciras y Tarifa. También intervino como canciller de Castilla en la asignación eclesiástica y civil al Patrimonio y Patronato Real de la actual Alcalá la Real.

En 1350, con la subida al trono de Pedro I el Cruel, Albornoz tuvo que exiliarse en Aviñón. En ese momento el papa Clemente VI preparaba una campaña militar para restaurar y pacificar los Estados Pontificios. La experiencia militar del arzobispo toledano y su gran formación política hacían de él el candidato idóneo para dirigir el ejército papal. Después de derrotar en la batalla de Orvieto al prefecto de Roma, Juan de Vico, éste reconoció la soberanía pontificia. 

Don Gil de Albornoz facilitó, pues, la vuelta del Papado a Roma, al recuperar militarmente los Estados Pontificios, y fundó el «Collegium Hispanicum», Colegio de San Clemente de los Españoles en Bolonia, en cuyos muros figuran el escudo de Ledesma (Salamanca), el de Cuenca y el de Alcalá la Real. Aún hoy se siguen cumpliendo los estatutos fundacionales realizados por su sobrino Fernando Álvarez de Albornoz. El Real Colegio de España es el único paneuropeo de origen medieval que pervive de entre los muchos que surgieron en la Europa continental. En él residieron, entre otros, Juan Luis Vives, Nebrija, Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, Manuel Bartolomé Cossío, Manuel Fernández Álvarez, José María Stampa Braun… Juan Ruiz de Cisneros, Arcipreste de Hita, debió ser exonerado del cargo por Don Gil en 1343, tras haber decretado su prisión unos años después de 1330. Las dos fechas son muy significativas, pues coinciden con las dos ediciones del libro. La primera es una “prueba de cargo”; la segunda sólo es un “pliego de descargo” ante Don Gil de Albornoz, que encuaderna el contenido de la primera redacción de la obra, base de la acusación que posiblemente lo tuviera en prisión en el convento de San Francisco en Guadalajara. La edición de 1330 muestra una literatura de bondad, de buenas letras; la edición del año 1343 sólo añade un rencor domesticado, hecho a la paciencia. 

Pude apreciar el evidente contenido jurídico del L.B.A. a pocos metros de este Paraninfo, cuando la información sobre el Derecho Canónico facilitada por el profesor Santos, durante el curso 1979-1980, marcó el comienzo de una apasionante investigación. Comprobamos que la información recibida aparecía perfectamente reflejada en el libro. Así el Decretum, la gran Enciclopedia Eclesiástica del primer milenio, realizada por Juan Graciano y promulgada hacia 1140, aparecía citado en la estrofa 1.136. 15 Las referencias al Decreto se acumulan en los preliminares en prosa de la edición de 1343, bajo la rúbrica Intelectum tibi dabo et instruam te in via hac, qua gradieris: firmabo super te oculos meos. (Salmo XXXI, 8). 

Después de citar el libro de la Sabiduría, el Apocalipsis de San Juan, el Libro de Job y los principales Salmos; aparecen cuatro referencias explícitas al Decreto de Graciano: La primera indica que la natura humana más aparejada e inclinada es al mal que al bien, e a pecado que a bien: esto dize el Decreto. Ruiz de Cisneros, doctor in utroque iure, tuvo que estudiar el Decreto, pues fue libro de texto básico en las principales facultades de Cánones (París, Montpellier, Bolonia, Oxford). Por ello, la estructura del Libro de Buen Amor es idéntica a la del Decretum como proyecto global y como tratamiento parcial de los cinco grandes temas que constituían la división sistemática de la Doctrina Canónica: IUDEX, IUDICIA, CLERUS, CONNUBIA y CRIMEN. Ésta es la estructura del L.B.A. «guadiánicamente» organizada, descompuesta, como afirma Menéndez Pelayo. 

Juan Ruiz de Cisneros, Arcipreste de Santa María de Hita, nos legó con su obra un Decretum Rimado, en el que interpoló un rico bestiario moral, la cultura mudéjar, toda la cultura bíblica, la cultura jurídica y toda la cultura medieval francesa. Esta gigantesca exhibición cultural se completa con el Ave María musical encontrado en el Códice de las Huelgas. Esta música, que se suponía perdida, va firmada «Johannes Roderici me fecit», fórmula latina del «Juan Ruiz, Arçipreste de Fita, me hizo» que figura en el Libro de Buen Amor y también en un documento de la catedral de Toledo con su completa formulación latina: «Johannes Roderici Archipresbitero de Fita». 

En el Códice de las Huelgas figuran comentarios autógrafos con el mismo estilo del Arcipreste. Se identifican así el músico y el juglar: los autógrafos que aparecen en el Códex de las Huelgas pueden ser manuscritos originales del Arcipreste de Hita, el mejor autor literario de la Edad Media Española. Juan Ruiz de Cisneros , que no sólo es el gran escritor del siglo XIV, sino también el centro de toda una historia familiar de la mejor Literatura Española: Mencía de Cisneros, sobrina carnal del Arcipreste, casó con Garcilaso de la Vega, señor de Santillana, de quien tuvo una hija a la que unió en matrimonio con Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla. Doña Mencía es la responsable de la educación del único hijo de este matrimonio: don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. Doña Mencía de Cisneros será la cuarta abuela de Jorge Manrique y la quinta abuela de Garcilaso de la Vega. A todos llega la vena poética del Arcipreste de Santa María de Hita, sin olvidarnos del granadino don Diego Hurtado de Mendoza. 

Este árbol genealógico literario se completa con ramas cercanas extrafamiliares. Hay coincidencias ideológicas con el Canciller Ayala y con Francesco Petrarca, amigo en Aviñón, y una plena coincidencia temática con Shem Tob ben Yitzhak Ardutiel. Los temas, bíblicos y de época, aparecen en Juan Ruiz y en Don Santo como un calco perfecto. La relación entre ambos pudo ser más estrecha de lo que conocemos, si consideramos que tanto el rabino de Carrión como el cardenal Don Gil de Albornoz (de quien Juan Ruiz es su secretario y hombre de confianza) fueron los cofinanciadores de las campañas militares del rey Alfonso XI.

La fecha de publicación de las Clementinas corresponde a 1317, datación que, comparada con la de la primera redacción del Libro de Buen Amor en 1330, no deja de resultar sorprendente: ¿Cómo un arcipreste en Hita, en el siglo XIV, pudo incorporar en un libro de creación doctrinas canónicas con tan sólo trece años de diferencia? La respuesta es especialmente reveladora y ha sido la base de la que partió nuestra afirmación: El autor del L.B.A. formaba parte de la Alta Jerarquía Eclesiástica, en contacto directo con el Alto Colegio Cardenalicio y, obviamente, con el Papa. Reforzamos así la tesis mantenida por los profesores Sáez y Trenchs en el Primer Congreso Internacional sobre el Arcipreste (Barcelona, 1972): «Juan Ruiz de Cisneros (1295/1296 – 1351/1352) autor del Buen Amor». El Arcipreste de Hita no es otro que Juan Ruiz de Cisneros o Juan Rodríguez de Cisneros, que en calidad de capellán papal (juez del Sacro Palacio bajo Juan XXII) permaneció en Aviñón desde 1327 a 1330. En esos tres años se gestó en Aviñón el libro-denuncia contra el celibato, que hubo de corregir en 1343 para justificar su atrevimiento. 

Dos profundos conocedores del Derecho, dos representantes del humanismo trecentista, se incorporaron a los tribunales eclesiásticos en la Corte del Papa Juan XXII en 1327: Juan Ruiz de Cisneros y Francesco Petrarca. Juan Ruiz abandonó Aviñón en 1330, fecha en la que Petrarca recibió las órdenes menores. En esos tres años posiblemente se crearan dos grandes obras de la Literatura Universal: el Libro de Buen Amor y el Rerum vulgarium fragmenta, más conocido como el Cancionero o las Rimas. 

Petrarca recuerda el germen de su Cancionero: «Laura, ilustre por sus virtudes y en mis versos largamente celebrada, apareció por primera vez ante mis ojos al principio de mi adolescencia, en el año del Señor de 1327, el día sexto del mes de abril, en la iglesia de Santa Clara de Aviñón». 

Francesco Petrarca y Juan Ruiz de Cisneros fueron los más prestigiosos y los más rebeldes representantes de la Iglesia en Aviñón, destierro que comprende el Papado de Clemente V, Juan XXII, Benedicto XII, Clemente VI, Inocencio VI, Urbano V y Gregorio XI. 

Petrarca, estudiante de Leyes en Montpellier y en Bolonia, persigue el amor imposible de Laura de Noves, esposa de Hugo de Sade; Juan Ruiz de Cisneros, también estudiante en Montpellier y en Bolonia, define al hombre como nada en disfraz: «Todo tu afán será sombra de luna». Y si la delicadeza y la dulzura están presentes en el Cancionero, también aparecen delicados piropos en el Arcipreste, como el que dedica a la monja doña Garoza: ¡Virgen Santa María! ¡Mi admiración rebosa! Hábito y velo negro, ¿quién dio a la blanca rosa? ¡Hijos y nietos tenga mujer tan primorosa, y no hábito, velo, ni semejante cosa! La obra se tiñe de guiños inteligentes que provocan la risa aliviando la tensión que el sermón conlleva. Así ocurre en la historia de Pitas Payas, pintor de Bretaña, o cuando retrata a su mozo, don Hurón (símbolo bisémico según Vicente Reynal en El lenguaje erótico medieval a través del Arcipreste de Hita). (Tomado de J. Martín Martín, Universidad de Granada, 2010).

Enxiemplo de lo que contesçió a don Pitas Payas, pintor de Bretaña

...era don Pitas Payas un pintor de Bretaña, casose con muger moça, pagábase de compaña. Ante del mes complido dixo él: 

-'Nostra dona 'yo volo ir a Flandes, portaré muita dona.' Ella diz': 

-'Monseñor, andar en ora bona 'non olvidedes vuestra casa, nin la mi persona.'

Dixo don Pitas Payas: 

-'Dona de fermosura 'yo volo façer en vos una bona figura 'porque seades guardada de toda altra locura.' Ella diz': 

-'Monseñor, façed vuestra mesura.'

Pintol' so el ombligo un pequeño cordero: fuese don Pitas Payas a ser novo mercadero, tardó allá dos años, mucho fue tardinero, Como era la moça nuevamente casada avíe con su marido fecha poca morada, tomó un entendedor et pobló la posada, desfízose el cordero, que d'él non finca nada.

Cuando ella oyó que venía el pintor mucho de priesa embió por el entendedor, díxole que le pintase como podiese mexor en aquel lugar mesmo un cordero menor.

Pintole con la gran priesa un eguado carnero complido de cabeça con todo su apero,

Cuando fue el pintor de Frandes venido fue de la su muger con desdén resçebido la señal que l' feçiera non la echó en olvido.

Dixo don Pitas Payas: 

-'Madona, si vos plaz' 'mostradme la figura e afán buen solaz!' Diz' la muger: 

-'Monseñor, vos mesmo la catad,

Cató don Pitas Payas el sobre dicho lugar et vido un grand carnero con armas de prestar.

-'¿Cómo es esto, madona, o cómo pode estar 'que yo pinté corder, et trobo este manjar?'

'¿Cómo, monseñor, 'en dos años petid corder non se façed carner? 'Vos veniésedes templano et trobaríades corder.'

Se justifica Juan Ruiz cuando al principio del libro nos dice: "El hombre entre las penas que tiene el corazón debe mezclar placeres y alegrar su razón, pues las muchas tristezas mucho pecado son. Como de cosas serias nadie puede reír, algunos chistecillos tendré que introducir". Pero, ¿quién alivia el pecado de las muchas tristezas? Inicialmente, la sonrisa que provoca la dura crítica del juez y de la justicia. Los escritores se burlaron siempre de los profesionales del derecho y de los médicos. La crítica no sólo aparece en el Quevedo de los Sueños, sino también en Cervantes: en El Quijote (una Biblia adaptada y una perfecta demostración de sus conocimientos jurídicos), en El amante liberal, en el Persiles y en La ilustre fregona. En ésta afirma: "Que no falte ungüento para untar a todos los letrados y ministros de la justicia; porque si no están untados, gruñen más que carretas de bueyes". Rojas Zorrilla en Del rey abajo ninguno y Baltasar de Castiglione en El cortesano también insisten en esta sátira. Sólo Hurtado de Mendoza describe a los letrados cordialmente en su Guerra de Granada. No obstante, las dos sátiras más aceradas que se han escrito contra los letrados corresponden al siglo XIV: una grave, la del canciller Ayala en su Rimado de Palacio; otra, desenfadada, ingeniosa, irónica, la de Ruiz de Cisneros en «del pleito que el lobo y la raposa tuvieron ante don Ximio, alcalde de Bugía», una lección perfecta de derecho procesal analizada por Lorenzo Polaino Ortega. 

Después de criticar a los jueces y a la justicia, el Arcipreste encuentra una segunda fórmula para aliviar las muchas tristezas: busca a quince mujeres diferentes, quince historias que constituyen la subestructura del libro: la noble discreta, Cruz Cruzada, la dama virtuosa, la viuda doña Endrina, la jovencilla delicada que murió en pocos días, la vieja que visitó al Arcipreste cuando estaba enfermo, la serrana Chata de Malangosto, la serrana de Riofrío, la serrana de Cornejo, la serrana de Tablada, la viuda rica, la que rezaba en la iglesia el día de San Marcos, la monja doña Garoza, la mora y la que abandona por indiscreción del recadero. 

Estas quince historias de amor, tienen como finalidad la del casamiento con plenitud legal. Sólo en una se consigue: en la de don Melón de la Huerta u Ortiz con Doña Endrina de Calatayud. Pero esta historia con final feliz no tiene al Arcipreste como protagonista. 

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