viernes, 26 de abril de 2024

Radegonda o Radegund

 

Radegunda

Nació en Turingia alrededor del año 520. Era hija del rey Berthar. Su tío Hermanfredo mató a Berthar en batalla, dejándola huérfana.

En el año 531, los reyes francos Teodorico y Clotario I invadieron Turingia. Clotario I se hizo cargo de Radegunda y la llevó a tierras merovingias. Durante una decena de años, Radegunda recibió una educación religiosa e intelectual de parte de Ingonda, una de las esposas de Clotario.

Clotario decidió convertirla en su cuarta esposa –fueron las tres anteriores Chunsina: Ingonda y Arnegonda, a pesar de que Radegunda jamás manifestó ningún deseo de convertirse en reina de los francos. La boda se llevó a cabo en presencia del obispo Medardo en Soissons hacia el 539.

Para confirmar su condición de reina, era necesario que vistiese de manera que mostrase la fuerza y prosperidad de su marido. 

Después de la muerte de Clotario I, tuvo que lidiar con las luchas de poder entre sus hijos.

Radegunda, fundó la abadía de Sainte-Croix de Poitiers y fue canonizada en el siglo IX d. C. Es la santa patrona de varias iglesias británicas y del Jesus College (Cambridge).

Después de la muerte de su esposo, vivió como una verdadera religiosa. Desilusionada por tantas guerras entre los sucesores de su marido, se retiró a Tours y allí pasó el resto de su vida dedicada a la oración y a las buenas obras, especialmente a socorrer a pobres y a consolar enfermos y afligidos.

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Radegunda, Radegonda o Radegund –Radegonde en francés-. c. 520-587, princesa franca, fundadora de la Abadía de Sainte-Croix de Poitiers y canonizada en el siglo IX d.C. Es la santa patrona de varias iglesias británicas y patrona del Jesus College de Cambridge.

Princesa de Turingia

Radegunda es llevada ante el rey Clotario. Vida de Santa Radegunda, s.IX. Biblioteca Municipal de Poitiers

El tío de Radegunda, Hermanfredo, mató a Berthar en batalla, dejándola huérfana. Después de aliarse con el rey franco Teodorico I de Austrasia, Hermanfredo derrotó a su otro hermano, Baderico. Sin embargo, después de haber matado a sus dos hermanos y apoderado de Turingia, Hermanfredo negó su acuerdo con Teodorico de compartir el poder.

Prisionera de Clotario

En el año 531 Teodorico regreso a Turingia con su hermano Clotario I. Juntos derrotaron a Hermanfredo y conquistaron su reino. Clotario I se hizo cargo de Radegunda, la llevó a tierras merovingias. Durante una decena de años, Radegunda recibió una educación religiosa e intelectual de parte de Ingonda, una de las esposas de Clotario.

Ingonda murió en el 538. Clotario decidió entonces convertirla en su cuarta esposa, siendo las tres anteriores Chunsina, Ingonda y Arnegonda, a pesar de que Radegunda jamás manifestó ningún deseo de convertirse en reina de los francos. Aunque intentó escapar, fue atrapada cerca de Péronne. La boda se llevó a cabo en presencia del obispo Medardo en Soissons hacia el 539.

Reina de los Francos

Santa Radegunda con el traje de reina sentada a la mesa con Clotario. Escenas de la vida de Santa Radegunda: arriba: la noche de bodas de Radegunda. Radegunda rezando; y abajo: Radegunda rezando postrada junto al lecho conyugal. Vida de Santa Radegunda, s.IX. Biblioteca municipal de Poitiers.

Para confirmar su condición de reina, era necesario que vistiese de manera que mostrase la fuerza y prosperidad de su marido. Sin embargo, la reina siempre vestía de forma simple para mostrar su humildad cristiana, por lo que las malas lenguas acusaban a Clotario de haberse casado con una monja. Durante el banquete, la discusión entre los esposos fue muy violenta, ya que Clotario pretendía imponer su voluntad. Radegunda, sin embargo, decidió no comer y dar el pan a los pobres.

Radegunda se deshizo poco a poco de sus preocupaciones mundanas para dedicarse a una vida piadosa y caritativa hacia los pobres. Finalmente, obtuvo el perdón de Clotario y consiguió la liberación de muchos condenados a muerte.

Radegunda no le dio hijos y, después de que Clotario I asesinara a su hermano, ella decidió retirarse para no vivir con un asesino, aunque el rey todavía la quería como reina. 

Vendió todas sus joyas para fundar el convento en Poitiers. En este lugar mandó construir un importante hospital, donde cuidaba a los enfermos e impartía enseñanza en las artes de la sanación, curando heridas y fracturas, preparando remedios y copiando manuscritos con más de doscientas mujeres.

Su Capellán fue el poeta Venancio Fortunato, y fue amiga de Gregorio de Tours. Murió el 13 de agosto de 586, y su funeral se llevó a cabo tres días después.

Se escribieron dos biografías de Radegunda, la primera a cargo de Venancio Fortunato en el año 590, denominada Vita Radegundis y la segunda a cargo de la monja Baudonivia alrededor del año 600.

Radegunda se retira, acompañada por el pueblo, hacia el monasterio dedicado a la Virgen que fundó en Poitiers. Vida de Santa Radegunda (Vie de sainte Radegonde), s.XI, Biblioteca municipal de Poitiers.

En Poitiers fundó el monasterio de Sainte-Croix, entonces llamado de Nuestra Señora. El 25 de octubre de 552 o 553, en presencia de una gran multitud, entró en el monasterio acompañada de numerosas jóvenes, que cumplían reglas muy estrictas. En compañía de Inés, su hermana espiritual que luego se convertiría en abadesa, y de Venancio Fortunato, poeta italiano que sería el biógrafo de Radegunda, marchó a Arlés para adoptar las reglas de San Cesáreo.

Inés llegó a ser abadesa del monasterio y Venancio Fortunato, obispo de Poitiers en 599, según una biografía de Baudonivia, una monja de Poitiers, escrita alrededor del año 600. 

Radegunda profesaba una gran admiración por las reliquias. Poseía numerosas que se encontraban en el monasterio de Sainte-Croix, como un fragmento de la Cruz de Cristo obtenida gracias al emperador Justino II. Con motivo de la llegada de esta reliquia, san Venancio Fortunato compuso el himno Vexilla regis prodeunt. 

A la muerte de Clotario, Radegunda aprovechó su reputación y autoridad para establecer la paz entre sus hijos. Radegunda tuvo, durante el resto de su vida, una gran influencia sobre las grandes personalidades de su época, especialmente Sigeberto I, sucesor e hijo de Clotario. Escribió además una carta-testamento a los reyes y obispos para la perpetuación de su obra. Según Baudonivia, Radegunda estaba ansiosa por conseguir la paz y muy preocupada por la «salud de su patria», además de la unidad del reino de los francos.

Murió en el monasterio de Notre-Dame, el 13 de agosto del 587, a la edad de 67 años aproximadamente. Fue enterrada en la iglesia abadía de Sainte-Mère-de-Dieu, también llamada Sainte-Marie-Hors-les-Murs, hoy conocida como Iglesia de Santa Radegunda. Su funeral se celebró tres días después en presencia de Gregorio de Tours. Durante las invasiones normandas, su cuerpo se llevó a la Abadía de Saint-Benoît de Quinçay y después fue devuelto a Poitiers, en 868.

Se le atribuyen numerosos milagros, normalmente relacionados con curaciones milagrosas que cuenta Venancio Fortunato. Fue declarada Santa poco tiempo después de su muerte.

Es una de las pocas santas que no fue canonizada por el papa, sino por la creencia popular.

El “Milagro de la Avena”; leyenda aparecida en el siglo XIV.

Clotario, que había aceptado la vocación religiosa de la reina, cambió de opinión y envió a un grupo a Saix para traerla de vuelta a la corte. Cuando Radegunda vio a las tropas, huyó hacia el sur a través de un campo de avena que los agricultores estaban sembrando. Entonces se produjo el milagro: la santa reina hizo crecer la avena para esconderse. Cuando los soldados preguntaron a los agricultores, nadie pudo decir dónde se encontraba la reina. Fue en este momento cuando Clotario permitió que Radegunda siguiese su camino hacia una vida consagrada a la religión.

Santa Radegunda estuvo ligada religiosamente a San Junien, patrón de los trabajadores del Poitou, que era en esa época sacerdote de Mairé-Levescault. Ambos se prometieron informarse a través de un mensajero cuando uno de ellos muriese. Casualmente, ambos fallecieron en el mismo día, el miércoles 13 de agosto de 587. Ambos mensajeros se encontraron a medio camino en un lugar llamado Troussais, parroquia de Ceaux En Couhé.

Algunas reliquias de la santa se encuentran en la iglesia de Santa Radegunda de Colomiers.

A Radegunda se la presenta la mayoría de las veces como una religiosa, en ocasiones con una corona cerca de ella.

• Un manuscrito del siglo XI, hoy en la Biblioteca de Poitiers, describe diferentes episodios de la vida de la santa.

• En los siglos XVI y XVII, aparece como reina, con la corona y diferentes insignias reales (grabado de Jacques Callot).

• Una estatua de Santa Radegunda fue realizada por el escultor Nicolas Legendre (1619-1706) en el siglo XVII y se encuentra hoy en día en la Iglesia de Santa Radegunda de Poitiers.

• En el siglo XIX, Pierre Puvis de Chavannes pintó Santa Radegunda escuchando una lectura del poeta Fortunato, hoy se encuentra en el ayuntamiento de Poitiers.

Tumba de Santa Radegunda.

Retrato de una monja, en Vida de Santa Radegunda (s.IX), de Baudonivia, aunque no se sabe si reproduce a Radegunda o a la propia Baudonivia. Se encuentra en la Biblioteca municipal de Poitiers.

Radegunda desea retirarse a un monasterio -Radegunda y San Medardo-. Vida de Santa Radegunda, s.IX, Biblioteca Municipal de Poitiers.

Escenas de la vida de Santa Radegunda. Vida de Santa Radegunda, s.IX, Biblioteca Municipal de Poitiers.

La gente del pueblo baila y canta en la puerta del monasterio. (Hay otro dibujo abajo y que no aparece en esa ilustración: Radegunda rehúsa escuchar canciones profanas y llama la atención a una hermana que disfrutaba de ellas.) Vida de Santa Radegunda, s.IX, Biblioteca municipal de Poitiers.

El culto a Santa Radegunda de Carlos VII

En la Edad Media, el culto a Santa Radegunda estuvo en vigor en la corte de Francia. Además, la ciudad de Poitiers fue leal al Reino tras la Guerra de los Cien Años. En 1428, estas razones condujeron a Carlos VII a elegir Radegunda como nombre para su hija mayor, Radegunda de Francia.

Iglesia Santa Radegunda en Saurier.

Fuente Santa Radegunda en el bosque de Montmorency.

Capilla y fuente de Santa Radegunda en La Châtre.

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miércoles, 17 de abril de 2024

DON PELAYO , COVADONGA Y SU HIJO FAVILA -

 La opinión de Cervantes a través de Sancho Panza

'Don Pelayo en Covadonga'; de Luis de Madrazo. Museo del Prado

El mito de Covadonga: la primera gesta de la Reconquista fue una escaramuza.

El enfrentamiento entre los astures, liderados por don Pelayo, y las derrotadas tropas musulmanas significó la génesis de un nuevo reino.

En el año 718, el poder musulmán que había invadido la Península Ibérica dominaba ya el territorio asturiano. En Gijón, y bajo el control del prefecto Munuza, Córdoba estableció la sede de gobierno de la zona. En esa coyuntura, ante la autoridad extranjera, un aristócrata local, de nombre Pelayo, decidió rebelarse, liderar un levantamiento contra los musulmanes, reuniendo un pequeño grupo de seguidores y resguardándose en las montañas de la cordillera cantábrica.

"Pelayo, huyendo de una patrulla musulmana, remonta el valle fluvial hasta su final en el monte Auseva y se refugia en el entorno de la cueva natural, la cova dominica o Covadonga", cuenta el historiador Amancio Isla Frez en el capítulo dedicado a la batalla que dio inicio a la llamada Reconquista en el libro Historia mundial de España (Destino). A los mandos de una indeterminada partida de hombres, Pelayo hizo frente a la tropa musulmana que se internó en el paraje montañoso para tratar de apresarlos. La victoria, como es de sobra conocido, cayó del lado cristiano.

La Batalla de Covadonga, acaecida en fecha desconocida —en algún momento comprendido entre 718 y 722—, se conoce gracias a las crónicas astures, escritas dos siglos después de los hechos. Esta distancia temporal entre el combate y los textos provoca, según el catedrático de Historia Medieval Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar, una deformación y exageración del relato; y lo ejemplifica citando la Crónica de Alfonso III, que habla de 187.000 hombres presentes en Covadonga. Además, "introduce abundantes elementos fantásticos (...) en un interesado y hasta cierto punto comprensible intento de sublimación de orígenes".

En otra crónica, la Albeldense, redactada en la misma época, se describen los hechos de la rebelión liderada por Pelayo y el encontronazo de armas entre cristianos y musulmanes de forma más escueta, sin grandilocuencias. 

En cuanto al otro bando, existe la Crónica Mozárabe, escrita de forma anónima en 754, y guarda silencio sobre Covadonga. "Puede justificarse por el nulo o escaso eco que tendría en los círculos cordobeses en los que probablemente se escribe, la fallida expedición de castigo dirigida hacia un lejano y apartado lugar de la frontera norteña de la España islámica", expone el asturianista Ruiz de la Peña en el Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia.

Entonces, ¿qué dimensión tuvo en realidad, a nivel logístico, una batalla que está enraizada en el imaginario social como un triunfo atronador? "Es, sin duda, una escaramuza, como mucho una serie de pequeños encuentros en que los astures emboscan y vencen a un ejército superior en número, pero un tanto perdido en ese paraje", explica Amancio Isla Frez, doctor en Historia Medieval. La derrota provocó que la guarnición musulmana de Gijón se viese obligada a una retirada al otro lado de la cordillera cantábrica. Pero en el desconocido valle de Olaliés, una nueva emboscada acabaría con las fuerzas del gobernador Munuza.

La principal consecuencia del enfrentamiento fue la fundación de una nueva realidad política, el reino astur, con Pelayo como "caudillo", y no la restauración del anterior reino visigodo. De esto no parece haber grandes discrepancias entre los cronistas medievales y los historiadores contemporáneos. En la Crónica Albeldense, por ejemplo, acabada en 881, se dice de Covadonga que "desde entonces se devolvió la libertad al pueblo cristiano (...) y por la divina providencia surge el reino de los astures”.

"Lo singular de la batalla de Covadonga fue que se convirtió en la cuna de un reino o en una restauración de la monarquía y del reino que se centraba en un específico marco, un lugar referencial de la memoria", asegura Isla Frez. La tradición historiográfica siempre ha resaltado esta fecha como símbolo del primer paso hacia la independencia frente a la dominación exterior de los musulmanes y un acontecimiento que supone la unión social de los territorios cristianos, antes más fragmentados.

Covadonga es la antítesis de Guadalete, donde las tropas del rey visigodo don Rodrigo sucumbieron en el año 711 ante un ejército bereber que se había internado en la Península a través del estrecho de Gibraltar. Resultan curiosos, sin embargo, los datos que han sobrevivido de ambas batallas. Mientras que de la primera no hay dudas sobre su localización física, ha sido imposible determinar la fecha concreta en la que se registró; y lo contrario sucede con la segunda: se puede asegurar cuándo acaeció pero no el sitio preciso en el que se batieron cristianos y musulmanes.

"Lo importante de la batalla serían la persona de Pelayo y el escenario. Sobre ellos se constituyó el relato, y, ante estos dos elementos, la fecha carece de importancia", añade Isla Frez, autor de Ejército, sociedad y política en la Península Ibérica entre los siglos VII y XI. "Pocas batallas han tenido una repercusión y mitificación tan duradera en la memoria colectiva".

La religión jugó un papel muy importante en Covadonga: muchos cronistas medievales se abrazaron a la intervención divina para narrar unos hechos inverosímiles, como que los proyectiles retornaban mortalmente sobre los musulmanes que los habían lanzado o que las tierras se desplomaban sobre los enemigos. Todo ello, sumado a las exageradas cifras de soldados —algunos relatos hablan de 124.000 bajas islámicas, cuando es difícil de creer que en aquella época y en aquel lugar concreto hubiese un ejército de semejante tamaño—, contribuyó a reforzar la monumentalidad de la victoria.

Covadonga, batalla o escaramuza, tiene una posición destacada en al Historia de España por marcar el inicio del retroceso de la dominación musulmana de la Península, por lanzar lo que se conoce como Reconquista, un término rechazado por muchos historiadores, como Xosé Manuel Núñez Seixas, director de la obra Historia mundial de España: "La Reconquista es un invento de la historiografía nacionalista española por su carácter teológico, una concepción del pasado español que tenía mucho que ver con lo católico y que excluía los aportes de las culturas judía y musulmana, tan relevantes como romanos, visigodos", aseguró en una entrevista con este periódico. "Los medievalistas no utilizaron este término. Lo que se vende es una visión estereotipada de la historia que ha calado muy hondo yestá llena de reminiscencias políticas".

Retrato imaginario de Don Favila († 739), rey de Asturias e hijo del rey Don Pelayo y de la reina Gaudiosa. Esquivel. MNP

Favila, el hijo de don Pelayo, murió entre las garras de un oso, al que pretendía matar; veamos la historia según Cervantes, en boca de Sancho:



—Si esta caza fuera de liebres o de pajarillos, seguro estuviera mi sayo de verse en este estremo. Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida. Yo me acuerdo haber oído cantar un romance antiguo que dice:

De los osos seas comido

como Favila el nombrado.

—Ese fue un rey godo —dijo don Quijote— que yendo a caza de montería le comió un oso.

—Eso es lo que yo digo —respondió Sancho—, que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno.

—Antes os engañáis, Sancho —respondió el duque—, porque el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias, para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza, excepto el de la volatería, que también es solo para reyes y grandes señores. Así que, ¡oh Sancho!, mudad de opinión, y cuando seáis gobernador, ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento.

Eso no —respondió Sancho—: el buen gobernador, la pierna quebrada, y en casa. ¡Bueno sería que viniesen los negociantes a buscarle fatigados, y él estuviese en el monte holgándose! ¡Así enhoramala andaría el gobierno! Mía fe, señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. En lo que yo pienso entretenerme es en jugar al triunfo envidado las pascuas, y a los bolos los domingos y fiestas, que esas cazas ni cazos no dicen con mi condición ni hacen con mi conciencia.

—Plega a Dios, Sancho, que así sea, porque del dicho al hecho hay gran trecho.

—Haya lo que hubiere —replicó Sancho—, que al buen pagador no le duelen prendas, y más vale al que Dios ayuda que al que mucho madruga, y tripas llevan pies, que no pies a tripas; quiero decir que si Dios me ayuda, y yo hago lo que debo con buena intención, sin duda que gobernaré mejor que un gerifalte. ¡No, sino pónganme el dedo en la boca, y verán si aprieto o no!

—¡Maldito seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito —dijo don Quijote—, y cuándo será el día, como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada! Vuestras grandezas dejen a este tonto, señores míos, que les molerá las almas, no solo puestas entre dos, sino entre dos mil refranes, traídos tan a sazón y tan a tiempo cuanto le dé Dios a él la salud, o a mí si los querría escuchar.

—Los refranes de Sancho Panza —dijo la duquesa—, puesto que son más que los del Comendador Griego, no por eso son en menos de estimar, por la brevedad de las sentencias. De mí sé decir que me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados.

Con estos y otros entretenidos razonamientos, salieron de la tienda al bosque, y en requerir algunas paranzas y puestos se les pasó el día y se les vino la noche, y no tan clara ni tan sesga como la sazón del tiempo pedía, que era en la mitad del verano; pero un cierto claroescuro que trujo consigo ayudó mucho a la intención de los duques, y así como comenzó a anochecer un poco más adelante del crepúsculo, a deshora pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra, como de muchas tropas de caballería que por el bosque pasaba. La luz del fuego, el son de los bélicos instrumentos casi cegaron y atronaron los ojos y los oídos de los circunstantes, y aun de todos los que en el bosque estaban.

Don Quijote de la Mancha, II Parte, Cap. XXXIV

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viernes, 12 de abril de 2024

MARQUÉS DE SADE


 (2ª Parte y final).


Según Apollinaire, Sade tenía en su infancia un rostro redondo, ojos azules y cabellos rubios y ondulados. Además dice: «Sus movimientos eran perfectamente graciosos, y su armoniosa voz tenía acentos que tocaban el corazón de las mujeres». Según otros autores, tenía un aspecto afeminado. 

En las declaraciones del caso de Marsella se describe a Sade cuando tenía treinta y dos años con «figura agraciada y rostro pleno, de talla mediana, ataviado con un frac gris y calzón de seda color souci, pluma en el sombrero, espada al costado, bastón en la mano». 

A los cincuenta y tres años, un certificado de residencia fechado el 7 de mayo de 1793 dice: «Talla, cinco pies doce pulgadas, (1m. 83 cm.), cabellos casi blancos, rostro redondo, frente descubierta, ojos azules, nariz común, mentón redondo».

La filiación del 23 de marzo de 1794 difiere un poco: «Talla, cinco pies doce pulgadas (1m. 83 cm.) y una línea, nariz mediana, boca pequeña, mentón redondo, cabellos rubio-grisáceos, rostro oval, frente alta y descubierta, ojos azul claro». Ya había perdido la «figura agraciada», y él mismo escribió unos años antes en la Bastilla: «He adquirido, por falta de ejercicio, una corpulencia enorme que apenas me deja moverme».

Cuando en 1807 Charles Nodier se cruzó con él, lo describió en estos términos: «Una obesidad enorme que entorpecía lo bastante sus movimientos como para impedirle desplegar el resto de gracia y elegancia, cuyas huellas descubríanse en el conjunto de sus maneras. Sus ojos fatigados conservaban sin embargo yo no sé qué de brillante y de febril que se reanimaba de cuando en cuando como la chispa que expira en la leña apagada».

Retrato imaginario del Marqués de Sade

Las anomalías de Sade asumen su valor desde el momento en que, en lugar de padecerlas como algo impuesto por su propia naturaleza, se propone elaborar todo un sistema con el propósito de reivindicarlas. A la inversa, sus libros nos atraen desde el instante en que comprendemos que, a través de sus reiteraciones, sus lugares comunes y hasta sus torpezas, trata de comunicarnos una experiencia cuya particularidad reside en desearse incomunicable.

Para la filósofa francesa Simone de Beauvoir, que en su ensayo titulado ¿Debemos quemar a Sade? hace un acercamiento a la personalidad de este autor, Sade orientó sus particularidades psicofisiológicas hacia una determinación moral, es decir, que obstinado en plasmar sus singularidades, terminó definiendo gran parte de las generalidades de la condición humana, a saber: la cuestión de si es posible, sin renegar de la individualidad, satisfacer las aspiraciones a lo universal, o si solamente mediante el sacrificio de las diferencias se logra integrarse a la colectividad. 

De acuerdo con el estudio de Beauvoir, la personalidad de Sade en su juventud no tenía nada de revolucionaria ni de rebelde: era sumiso ante su padre, y no deseaba en modo alguno renunciar a los privilegios de su posición social. Sin embargo, sí mostraba desde muy temprana edad una disposición hacia el cambio continuo y la experimentación con situaciones nuevas, pues, pese a los cargos que ocupó en el ejército y las ocupaciones que su familia le procuraba, no se mostraba satisfecho con nada, y de ahí que desde su tierna juventud empezara a frecuentar los prostíbulos, donde, según expresión de Beauvoir, «compra el derecho de desencadenar sus sueños». Para la autora, la actitud de Sade no es aislada, sino que era común en la juventud aristocrática de entonces: al no detentar ya el antiguo poder feudal que tenían sus antepasados sobre la vida de sus vasallos, y contando con mucho tiempo libre en la soledad de sus palacios, los jóvenes de finales del siglo  XVIII encuentran en los prostíbulos los lugares ideales para soñar con ese antiguo poder tiránico sobre los demás. Prueba de esto fueron las célebres orgías de Carlos de Borbón, conde de Charolais, o las del rey Luis XV en el Parque de los Ciervos. Incluso, según Beauvoir, las prácticas sexuales de la aristocracia de la época incluían situaciones mucho más comprometedoras que aquellas por las que Sade fue juzgado.

Pero fuera de los muros de su «petite maison» Sade no pretende ya ejercer su «poderío» sobre los demás: se caracterizó siempre por ser muy amable y buen conversador. Para Beauvoir, los datos que han sido conservados acerca de su personalidad, revelan el comportamiento típico de un hombre tímido, temeroso de los demás e incluso de la misma realidad que le rodea. Además dice: Si habla tanto de la firmeza de espíritu, no es porque la posea, sino porque la ansía: en la adversidad gime, se desespera y enloquece. El temor de quedarse sin dinero que lo obsesiona sin tregua, revela una inquietud más difusa: desconfía de todo y de todos, porque se siente inadaptado.

De hecho, Sade fue un hombre paciente en cuanto a la elaboración de su extensa obra, pero ante acontecimientos triviales solía sufrir ataques de ira que lo llevaban a elaborar cálculos inverosímiles acerca de supuestas «confabulaciones» en su contra. Se han conservado y publicado varias de las cartas que escribió a su esposa desde prisión. Algunas de ellas muestran una extraña y paranoica obsesión con el significado oculto de los números.

Sade, dice Beauvoir, eligió lo imaginario, pues ante una realidad cada vez más desordenada -deudas, fugas de la justicia, amoríos-, encontró en las imaginerías del erotismo el único medio de centrar su existencia y hallar cierto grado de estabilidad. La sociedad, al privar al marqués toda libertad clandestina, pretendió socializar su erotismo: entonces, a la inversa, su vida social se desarrollará desde ese instante de acuerdo con un plan erótico. Puesto que no se puede separar en paz el mal del bien para entregarse alternativamente al uno o al otro, es ante el bien, y aún en función de él, que es preciso reivindicar el mal. Que su actitud ulterior encuentra sus raíces en el resentimiento, Sade lo ha confesado en diversas ocasiones:Hay almas que parecen duras a fuerza de ser susceptibles ante la emoción, y llegan demasiado lejos; lo que se les atribuye de despreocupación y de crueldad es apenas una manera, por ellas sólo conocida, de sentir más profundamente que las otras.

Alina y Valcour

Como cuando imputa los vicios a la malignidad de los hombres: Fue su ingratitud la que secó mi corazón, su perfidia la que destruyó en mí esas virtudes funestas para las cuales había quizá nacido como vosotros.

Sostuve mis extravíos con razonamientos. No me puse a dudar. Vencí, arranqué de raíz, supe destruir en mi corazón todo lo que podía estorbar mis placeres.

D. A. F. Sade 

Para Simone de Beauvoir, Sade fue un hombre racionalista, que necesitaba comprender la dinámica interna de sus actos y los de sus semejantes, y que solo se afilió a las verdades dadas por la evidencia. Por eso fue más allá del sensualismo tradicional, hasta transformarlo en una moral de singular autenticidad. Además, según esta autora, las ideas de Sade se anticiparon a las de Nietzsche, Stirner, Freud y a las del surrealismo, pero su obra resulta en buena medida ilegible, en sentido filosófico, y llega incluso a la incoherencia.

Para Maurice Blanchot, el pensamiento de Sade es impenetrable, pese a que abunden en su obra los razonamientos teóricos, expresados con claridad, y pese a que estos respeten escrupulosamente las disposiciones de la lógica.

En Sade, el uso de sistemas lógicos es constante; retorna con paciencia sobre un mismo asunto una y otra vez, mira cada cuestión desde todos los puntos de vista, examina todas las objeciones, responde a ellas, encuentra otras a las cuales responde también. Su lenguaje es abundante, pero claro, preciso y firme. Sin embargo, según Blanchot, no es posible ver el fondo del pensamiento sadiano o hacia dónde se dirige exactamente, ni de dónde parte. Así pues, tras la intensa racionalización hay un hilo conductor de completa irracionalidad. Dice.

La lectura de la obra de Sade, dice Blanchot, genera en el lector un malestar intelectual frente a un pensamiento que siempre se reconstruye, tanto más en la medida en que el lenguaje de Sade es sencillo, y no recurre a figuras retóricas complicadas ni a argumentos rebuscados.

La obra del Barón de Holbach fue una de las principales influencias respecto a los planteamientos de Sade sobre el ateísmo.
Grabado de La Nueva Justine (1797).

La idea de Dios es el único mal que no puedo perdonar al hombre.

D. A. F. Sade 

Maurice Heine ha hecho resaltar la firmeza del ateísmo de Sade, pero, como Pierre Klossowski señala, ese ateísmo no es de sangre fría. Desde que en el desarrollo más tranquilo aparece el nombre de Dios, inmediatamente en el lenguaje se enciende, el tono se eleva, el movimiento del odio arrastra las palabras, las trastorna. No es ciertamente en las escenas de lujuria en las cuales Sade da pruebas de su pasión, sino que la violencia y el desprecio y el calor del orgullo y el vértigo del poder y del deseo se despiertan inmediatamente cada vez que el hombre sadiano percibe en su camino algún vestigio de Dios. La idea de Dios es, de alguna manera, la falta inexpiable del hombre, su pecado original, la prueba de su nada, lo que justifica y autoriza el crimen, pues contra un ser que ha aceptado anularse enfrente de Dios, no se podría recurrir, según Sade, a medios demasiado enérgicos de aniquilamiento. 

Sade expresa que, al no saber el ser humano a quién atribuir lo que veía, en la imposibilidad en que se hallaba de explicar las propiedades y el comportamiento de la naturaleza, gratuitamente erigió por encima de ella un ser revestido del poder de producir todos los efectos cuyas causas eran desconocidas. La costumbre de creer que estas opiniones eran verdaderas y la comodidad que se hallaba en esto para satisfacer a la vez la pereza mental y la curiosidad, hicieron que pronto se diese a esta invención el mismo grado de creencia que a una demostración geométrica; y la persuasión llegó a ser tan fuerte, la costumbre tan arraigada, que se necesitó toda la fuerza de la razón para preservarse del error. De admitir a un dios, pronto se pasó a adorarlo, implorarle y temerle. De este modo, según Sade, para apaciguar los malos efectos que la naturaleza traía sobre los hombres, se crearon las penitencias, efectos del temor y la debilidad.

En su correspondencia con su esposa en la cárcel, admite que su filosofía está basada en la obra Sistema de la Naturaleza del Barón de Holbach. 

La razón como medio de verificación:

Para Sade, la razón es la facultad natural para que el ser humano se determine por un objeto u otro, en proporción a la dosis de placer o de daño recibido de esos objetos: cálculo sometido de modo absoluto a los sentidos, puesto que solo de ellos se reciben las impresiones comparativas que constituyen o los dolores de los que se quiere huir o el placer que se debe buscar. Así pues, la razón no es más que la balanza con la que son pesados los objetos, y por la cual, poniendo en el peso aquellos objetos que están lejos de alcance, se conoce lo que se debe pensar por la relación existente entre ellos, de tal forma que sea siempre la apariencia del mayor placer lo que gane. Esta razón, en los seres humanos como en los demás animales, que también la tienen, no es más que el resultado del mecanismo más tosco y más material. Pero como no existe, dice Sade, otro medio más confiable de verificación, solo a él es posible someter la fe hacia objetos sin realidad.

Existencia real y existencia objetiva:

El primer efecto de la razón, según Sade, es establecer una diferencia esencial entre el objeto que se manifiesta y el objeto que es percibido. Las percepciones representativas de un objeto son de diferentes tipos. Si muestran los objetos como ausentes, pero como presentes en otro tiempo a la mente, es lo que se llama memoria. Si presentan los objetos sin expresar ausencia, entonces es imaginación, y esta imaginación es para Sade la causa de todos los errores. Pues la fuente más abundante de estos errores reside en que se supone una existencia propia a los objetos de estas percepciones interiores, una existencia separada del Ser, de la misma forma que son concebidas separadamente. Por consiguiente, Sade da a esta idea separada, a esta idea surgida del objeto imaginado, el nombre de existencia objetiva o especulativa, para diferenciarla de la que está presente, a la que llama existencia real. 

Pensamientos e ideas:

No hay nada más común, dice Sade, que engañarse entre la existencia real de los cuerpos que están fuera del Ser y la existencia objetiva de las percepciones que están en la mente. Las mismas percepciones se diferencian de quien las percibe, y entre sí, según que perciban los objetos presentes, sus relaciones, y las relaciones de estas relaciones. Son pensamientos en tanto que aportan las imágenes de las cosas ausentes; son ideas en tanto que aportan imágenes que están dentro del Ser. Sin embargo, todas estas cosas no son más que modalidades, o formas de existir del Ser, que no se distinguen ya entre sí, ni del Ser mismo, más de lo que la extensión, la solidez, la figura, el color, el movimiento de un cuerpo, se distinguen de ese cuerpo.

La falacia de la relación simple de causa-efecto:

A continuación, dice Sade, se imaginaron forzosamente términos que conviniesen de manera general a todas las ideas particulares que eran semejantes; se ha dado el nombre de causa a todo ser que produce algún cambio en otro ser distinto de él, y efecto a todo cambio producido en un ser por una causa cualquiera. Como estos términos excitan en las personas al menos una imagen confusa de ser, de acción, de reacción, de cambio, la costumbre de servirse de ellos ha hecho creer que se tenía una percepción clara y distinta, y por último se ha llegado a imaginar que podía existir una causa que no fuese un ser o un cuerpo, una causa que fuese realmente distinta de cualquier cuerpo, y que, sin movimiento y sin acción, pudiese producir todos los efectos imaginables. Para Sade, todos los seres, actuando y reaccionando constantemente unos sobre otros, producen y sufren al mismo tiempo cambios; pero, según dice, la íntima progresión de los seres que han sido sucesivamente causa y efecto pronto cansó la mente de aquellos que solo quieren encontrar la causa en todos los efectos: sintiendo que su imaginación se agotaba ante esta larga secuencia de ideas, les pareció más breve remontar todo de una vez a una primera causa, imaginada como la causa universal, siendo las causas particulares efectos suyos, y sin que ella sea, a su vez, el efecto de ninguna causa. Así pues, para Sade, al producto de la existencia objetiva o especulativa es a lo que las personas han dado el nombre de Dios. En su novela Juliette, Sade dice: «Estoy de acuerdo con que no comprendemos la relación, la secuencia y la progresión de todas las causas; pero la ignorancia de un hecho nunca es motivo suficiente para creer o determinar otro».

Crítica al judaísmo:

Sade examina el judaísmo de la siguiente manera: En primer lugar, critica el hecho de que los libros de la Torá hayan sido escritos mucho tiempo después de que los supuestos hechos históricos que narran hayan ocurrido. De este modo, afirma que estos libros no son más que obra de algunos charlatanes, y que en ellos se ve, en lugar de huellas divinas, el resultado de la estupidez humana. Prueba de ello, para Sade, es el hecho de que el pueblo judío se autoproclame como escogido, y que anuncie que solo a él habla Dios; que solo se interesa por su suerte; que solo por él cambia el curso de los astros, separa los mares, aumenta el rocío: como si no le hubiese sido mucho más fácil a ese dios penetrar en los corazones, iluminar los espíritus, que cambiar el curso de la naturaleza, y como si esta predilección en favor de un pueblo pudiese estar de acuerdo con la majestad suprema del ser que creó el universo. Además, Sade presenta como prueba que debería bastar, según él, para dudar de los acontecimientos extraordinarios narrados por la Torá, el hecho de que los registros históricos de las naciones vecinas no mencionen en absoluto esas maravillas. Se burla de que cuando supuestamente Yahvé dictaba el decálogo a Moisés, el pueblo «escogido» construía un becerro de oro en la llanura para adorarlo, y cita otros ejemplos de incredulidad entre los judíos, además de decir que en los momentos en que éstos fueron más fieles a su dios, fue cuando la desgracia los oprimió con mayor dureza.

Crítica al cristianismo:

Al rechazar al dios de los judíos, Sade se propone examinar la doctrina cristiana. Empieza por decir que la biografía de Jesús de Nazareth está plagada de piruetas, trucos, curaciones de charlatanes y juegos de palabras. El que se anuncia como hijo de Dios, para Sade, no es más que «un judío loco». Haber nacido en un establo es para el autor símbolo de abyección, de pobreza y pusilanimidad, lo que contradice la majestad de un dios. Afirma que el éxito obtenido por la doctrina de Cristo se debió a que se ganó la simpatía del pueblo, predicando la simplicidad mental (pobreza de espíritu) como una virtud.

Egoísmo integral

Maurice Blanchot encuentra, pese al «absoluto relativismo» de Sade, un principio fundamental en su pensamiento: la filosofía del interés, seguido por el egoísmo integral. Para Sade, cada cual debe hacer lo que le plazca, y nadie tiene otra ley que la de su placer, principio que fue recalcado más tarde por el ocultista inglés Aleister Crowley en El libro de la ley, de 1904. Esta moral está fundada en el hecho primero de la soledad absoluta. La naturaleza hace al hombre nacer solo, y no existe ninguna especie de relación entre un hombre y otro. La única regla de conducta es, pues, que el hombre prefiera todo lo que le convenga, sin tener en cuenta las consecuencias que esta decisión pueda acarrear al prójimo. El mayor dolor de los demás cuenta siempre menos que el propio placer, y no importa comprar el más débil regocijo a cambio de un conjunto de desastres, pues el goce halaga, y está dentro del hombre, pero el efecto del crimen no le alcanza, y está fuera de él. Este principio egoísta está, para Blanchot, perfectamente claro en Sade, y se puede encontrar en toda su obra.

Igualdad de los individuos

Sade considera a todos los individuos iguales ante la naturaleza, por lo que cada cual tiene el derecho de no sacrificarse a la conservación de los demás, incluso si la propia felicidad depende de la ruina de otros. Todos los hombres son iguales; ello quiere decir que ninguna criatura vale más que otra y por lo mismo, todas son intercambiables, ninguna tiene sino la significación de una unidad en un recuento infinito. Enfrente del hombre libre, todos los seres son iguales en nulidad, y el poderoso, al reducirlos a nada, no hace sino volver evidente esa nada. Además, formula la reciprocidad de derechos mediante una máxima válida tanto para las mujeres como para los hombres: darse a todos aquellos que lo desean y tomar a todos aquellos a quienes deseamos. «¿Qué mal hago, qué ofensa cometo, diciendo a una bella criatura, cuando la encuentro: préstame la parte de tu cuerpo que puede satisfacerme un instante y goza, si eso te place, de aquella del mío que puede serte agradable?». Semejantes proposiciones le parecen irrefutables a Sade. 

Para Sade –escribe Richard Poulin– el hombre tiene derecho a poseer al prójimo para gozar y satisfacer sus deseos; los seres humanos son reducidos a la condición de objetos, de simples órganos sexuales y, como todo objeto, son intercambiables y, por lo tanto, anónimos, carentes de individualidad propia.

Poder

Para Sade, el poder es un derecho que debe ser conquistado. Para unos, el origen social lo hace más asequible, mientras que otros deben alcanzarlo desde una posición de desventaja. Los personajes poderosos de sus obras, dice Blanchot, han tenido la energía de elevarse por encima de los prejuicios, contrario al resto de la humanidad. Unos están en posiciones privilegiadas: duques, ministros, obispos, etc., y son fuertes porque forman parte de una clase fuerte. Pero el poder no es solamente un estado, sino una decisión y una conquista, y solo es realmente poderoso aquel que es capaz de lograrlo por medio de su energía. Así pues, Sade también concibe a personajes poderosos que han salido de las clases menos favorecidas de la sociedad y, de este modo, el punto de partida del poder suele ser la situación extrema: la fortuna, por una parte, o la miseria, por otra. El poderoso que nace en medio de privilegios está demasiado arriba como para someterse a las leyes sin decaer, mientras que el que ha nacido en la miseria está demasiado abajo como para conformarse sin perecer. Así, las ideas de igualdad, desigualdad, libertad, revuelta, no son en Sade sino argumentos provisionales a través de los cuales se afirma el derecho del hombre al poder. De este modo, llega el momento en que las distinciones entre los poderosos desaparecen, y los bandoleros son elevados a la condición de nobles, a la vez que éstos dirigen pandillas de ladrones.

Crimen

Siguiendo la doctrina del determinismo causal de autores ilustrados -Hobbes, Locke o Hume-, como ley general del universo, Sade concluye que las acciones humanas son determinadas también, y por lo tanto, carentes de responsabilidad moral, siguiendo así un relativismo moral libertino. Siguiendo con la filosofía materialista de Holbach, concluye que todas las acciones pertenecen y sirven a la naturaleza.

¿No añadirán que es indiferente al plan general que tal o cual sea preferentemente bueno o malo; que si el infortunio persigue a la virtud y la prosperidad acompaña al crimen, siendo ambas cosas iguales para los proyectos de la naturaleza, es infinitamente mejor tomar partido entre los malvados, que prosperan, que entre los virtuosos, que fracasan?

Para el antihéroe de Sade, el crimen es una afirmación del poder, y consecuencia de la regla del egoísmo integral. El criminal sadiano no teme al castigo divino porque es ateo y, así, dice haber superado esa amenaza. Sade responde a la excepción que existe para la satisfacción criminal: dicha excepción consiste en que el poderoso encuentre la desgracia en su búsqueda del placer, pasando de tirano a víctima, lo que hará ver a la ley del placer como una trampa mortal, por lo que los hombres, en lugar de querer triunfar por el exceso, volverán a vivir en la preocupación del mal menor. La respuesta de Sade a este problema es contundente: al hombre que se vincula al mal nunca puede sucederle algo malo. 

Este es el tema esencial de su obra: a la virtud todos los infortunios, al vicio la dicha de una constante prosperidad. En principio, esta contundencia puede parecer ficticia y superficial, pero Sade responde de la siguiente manera: es, pues, cierto que la virtud hace la desgracia de los hombres, pero no porque los exponga a sucesos desgraciados, sino porque, si quitamos la virtud, lo que era desdicha se convierte en ocasión de placer, y los tormentos son voluptuosidades. Para Sade, el hombre soberano es inaccesible al mal porque nadie puede hacerle mal; es el hombre de todas las pasiones y sus pasiones se complacen en todo. El hombre del egoísmo integral es quien sabe transformar todos los disgustos en gustos, todas las repugnancias en atractivos. Como filósofo de boudoir afirma: «Me gusta todo, me divierto con todo, quiero reunir todos los géneros». Y por ello Sade, en Las 120 jornadas de Sodoma, se dedica a la tarea gigantesca de hacer la lista completa de las anomalías, de las desviaciones, de todas las posibilidades humanas. Es necesario probar todo para no estar a merced de algo. «No conocerás nada si no has conocido todo, si eres lo bastante tímido para detenerte con la naturaleza, ésta se te escapará para siempre.» La suerte puede cambiar y convertirse en mala suerte: pero entonces no será sino una nueva suerte, tan deseada o tan satisfactoria como la otra.

Obra

Maldito sea el escritor llano y vulgar que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza, para no ofrecernos más que el incienso que quema con agrado a los pies del partido que domina. […] Lo que yo quiero es que el escritor sea un hombre de genio, cualesquiera que puedan ser sus costumbres y su carácter, porque no es con él con quien deseo vivir, sino con sus obras, y lo único que necesito es que haya verdad en lo que me procura; lo demás es para la sociedad, y hace mucho tiempo que se sabe que el hombre de sociedad raramente es un buen escritor. Diderot, Rousseau y d’Alembert parecen poco menos que imbéciles en sociedad, y sus escritos serán siempre sublimes, a pesar de la torpeza de los señores de los Débats... Por lo demás, está tan de moda pretender juzgar las costumbres de un escritor por sus escritos; esta falsa concepción encuentra hoy tantos partidarios, que casi nadie se atreve a poner a prueba una idea osada: si desgraciadamente, para colmo, a uno se le ocurre enunciar sus pensamientos sobre la religión, he ahí que la turba monacal os aplasta y no deja de haceros pasar por un hombre peligroso. ¡Los sinvergüenzas, de estar en su mano, os quemarían como la Inquisición! Después de esto, ¿cabe todavía sorprenderse de que, para haceros callar, difamen en el acto las costumbres de quienes no han tenido la bajeza de pensar como ellos?

Sade, La estima que se debe a los escritores. 

En los cuadernos personales que Sade escribió entre 1803 y 1804, resumió el catálogo de su obra de la siguiente manera:

Mi catálogo general será pues:

Aline et Valcour

Les Crimes de l’amour

Le Boccace français

Le Portefeuille d'un homme de lettres

Conrad

Marcel

Mes Confessions

Mon Théâtre

Réfutation de Fénelon

Total de volúmenes: 30

Y al final anota:

Todo tiene que hacerse en un mismo formato in-12, con un solo grabado en la portada de cada volumen y mi retrato en las Confessions ―El retrato de Fénelon delante de su refutación.

Del anterior catálogo desaparecieron algunas obras, como sus Confesiones y la Refutación de Fénelon (que habría sido una apología del ateísmo). Se presume que dichas obras formaron parte de los papeles que, tras la muerte de Sade, encontró su hijo Armand en la celda de Charenton, y que posteriormente habría quemado. En la hoguera también habría desaparecido el manuscrito conocido como Les Journées de Florbelle. En cambio han permanecido otras como Aline y Valcour y Los crímenes del amor, que fueron publicadas en vida de Sade. Por otra parte, Sade no menciona, por obvias razones, las obras censuradas por las autoridades (como Justine y Juliette), además de que murió pensando que la extensa novela que escribió en la Bastilla, titulada Las ciento veinte jornadas de Sodoma, había sido destruida al estallar la Revolución

Nunca, repito, nunca pintaré el crimen bajo otros colores que los del infierno; quiero que se vea al desnudo, que se tema, que se deteste, y no conozco otra forma de lograrlo que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza.

Sade, Ideas sobre las novelas.

Una de las ediciones de Justine en vida de Sade.

“Muchas de las obras de Sade contienen explícitas descripciones de violaciones e innumerables perversiones, parafilias y actos de violencia extrema que en ocasiones trascienden los límites de lo posible. Sus protagonistas característicos son los antihéroes, los libertinos que protagonizan las escenas de violencia y que mediante sofismas de todo tipo justifican sus acciones.

Su pensamiento y su escritura configuran un collage caleidoscópico construido a partir de los planteamientos filosóficos de la época, que Sade parodia y describe, incluida la propia figura del escritor-filósofo. Otro tanto ocurre desde el punto de vista literario, donde Sade parte de los clichés habituales de la época, o bien de elementos extraídos de la más reconocida tradición literaria, para desviarlos, subvertirlos y pervertirlos. [...] El resultado de todo ello es una escritura tremendamente original.

Mª Concepción Pérez Pérez, Sade o el Eterno Proceso

Ilustración de Justine. Volumen 2.

Concepción Pérez destaca el humor y la ironía de Sade, aspectos en los que la crítica no se había detenido lo suficiente, considerando que «uno de los grandes errores que vician la lectura de Sade, lo constituye precisamente el tomárselo demasiado en serio, sin considerar el alcance de ese humor (negro) que empapa su escritura». No obstante, la mayoría de los que han interpretado la obra de Sade han querido ver en las disertaciones de sus antihéroes los principios filosóficos del propio Sade. Ya en vida, Sade tuvo que defenderse de estas interpretaciones:

Cada actor de una obra dramática debe hablar el lenguaje establecido por el carácter que representa; que entonces es el personaje quien habla y no el autor, y que es lo más normal del mundo, en ese caso, que ese personaje, absolutamente inspirado por su papel, diga cosas completamente contrarias a lo que dice el autor cuando es él mismo quien habla. Ciertamente, ¡qué hombre hubiera sido Crébillon si siempre hubiera hablado como Atrée!; ¡qué hombre hubiera sido Racine si hubiera pensado como Nerón!; ¡qué monstruo hubiera sido Richardson si no hubiera tenido otros principios que los de Lovelace!

Sade, A Villeterque, foliculario.

Sade fue un autor prolífico que se adentró en diversos géneros. Gran parte de su obra se perdió, víctima de varios ataques; entre ellos, los de su propia familia, que destruyó numerosos manuscritos en más de una ocasión. Otras obras permanecen inéditas, principalmente su producción dramática (sus herederos poseen los manuscritos de catorce obras de teatro inéditas).

Se conoce que en su estancia en Lacoste, posterior al escándalo de Arcueil, Sade formó una compañía de teatro que daba representaciones semanales, en algunas ocasiones de sus propias obras. También se sabe que en ese tiempo viajó a Holanda para intentar publicar algunos manuscritos. De estos trabajos, que serían su primera obra, no se conserva nada. Posteriormente, durante su viaje por Italia, tomó numerosas notas sobre las costumbres, la cultura, el arte y la política del país; como resultado de esas notas escribe Viaje por Italia, que nunca ha sido traducida al español.

Ilustración en un impreso neerlandés de Juliette, c. 1800.

Ya preso en Vincennes escribe Cuentos, historietas y fábulas, colección de cuentos muy breves entre los que destaca con mayor extensión, por su humor e ironía, llegando al sarcasmo, El presidente burlado.

En 1782, también mientras estaba en prisión, escribió el relato corto Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, en el que expresa su ateísmo mediante el diálogo entre un cura y un viejo moribundo, quien convence al primero de que su vida piadosa ha sido un error.

En 1787, Sade escribió Justine o los infortunios de la virtud, una primera versión de Justine, que fue publicada en 1791. Describe las desgracias de una chica que elige el camino de la virtud y no obtiene otra recompensa que los repetidos abusos a los que es sometida por varios libertinos. Sade escribió también L'Histoire de Juliette (1798) o El vicio ampliamente recompensado, que narra las aventuras de la hermana de Justine, Juliette, quien elige rechazar las enseñanzas de la iglesia y adoptar una filosofía hedonista y amoral, que le proporcionó una vida llena de éxito.

La novela Los 120 días de Sodoma, escrita en 1785, aunque no terminada, cataloga una amplia variedad de perversiones sexuales perpetradas contra un grupo de adolescentes esclavizados, y es el trabajo más gráfico de Sade. El manuscrito desapareció durante la toma de la Bastilla, pero fue descubierto en 1904 por Iwan Bloch, y la novela fue publicada entre 1931 y 1935 por Maurice Heine.

La novela La filosofía en el tocador (1795) relata la completa perversión de una adolescente, llevada a cabo por unos «educadores», hasta el punto de que termina matando a su madre del modo más cruel posible. Está escrita en forma de diálogo teatral, incluyendo un extenso panfleto político, ¡Franceses! ¡Un esfuerzo más si deseáis ser republicanos!, en el que, coincidiendo con la opinión del «educador» Dolmancé, se hace un llamamiento a profundizar en una revolución que se considera inacabada. El panfleto fue vuelto a publicar y distribuido durante la Revolución de 1848 en Francia.

Ilustración de una edición alemana de Justine. 1797.

El tema de Aline y Valcour (1795) es recurrente en la obra de Sade: una pareja de jóvenes se quieren, pero el padre de ella trata de imponer un matrimonio de conveniencia. La novela se compone de varias tramas; la principal, narrada mediante una serie de cartas que se cruzan los distintos protagonistas, y los dos viajes y peripecias de cada uno de los jóvenes: Sainville y Leonore. En el viaje de Sainville se incluye el relato La isla de Tamoe, descripción de una sociedad utópica. Este fue el primer libro que Sade publicó con su verdadero nombre.

En 1800 publicó una colección de cuatro volúmenes de relatos titulada Los crímenes de amor. En la introducción, Ideas sobre las novelas, da un consejo general a los escritores y hace referencia asimismo a las novelas góticas, especialmente a El monje, de Matthew Gregory Lewis, que considera superior al trabajo de Ann Radcliffe. Uno de los relatos de la colección, Florville y Courval, ha sido considerado también como perteneciente al género «gótico». Es la historia de una joven que, contra su voluntad, termina enredada en una intriga incestuosa.

Mientras estaba encarcelado nuevamente en Charenton, escribió tres novelas históricas: Adelaide de Brunswick, Historia secreta de Isabel de Baviera y La marquesa de Gange. Escribió también varias obras de teatro, la mayor parte de las cuales permanecieron inéditas. Le Misanthrope par amour ou Sophie et Desfrancs fue aceptada por la Comédie-Française en 1790 y Le Comte Oxtiern ou les effets du libertinage fue representada en el Teatro Molière en 1791.

Listado de obras

La Vérité

Justine ou les Malheurs de la vertu 

Aline et Valcour ou le Roman philosophique 

La Philosophie dans le boudoir 

La Nouvelle Justine, ou les Malheurs de la vertu 

Les Crimes de l'amour, Nouvelles héroïques et tragiques 

Histoire de Juliette, ou les Prospérités du vice 

La Marquise de Gange 

Dorci, ou la Bizarrerie du sort 

Les 120 journées de Sodome, ou l'École du libertinage 

Dialogue entre un prêtre et un moribond

Historiettes, Contes et Fabliaux 

Les Infortunes de la vertu 

Histoire secrète d'Isabelle de Bavière, reine de France 

Adélaïde de Brunswick, princesse de Saxe

Les Journées de Florbelle ou la Nature dévoilée 

Obra destruida

L'Inconstant

La Double Épreuve, ou le Prévaricateur

Le Mari crédule, ou la Folle Épreuve 

Oxtiern, ou les Malheurs du libertinage 

Le Philosophe soi-disant

Antiquaires Los anticuarios Datado en 1790

Le Boudoir El tocador

Le Capricieux La caprichosa

L'Égarement de l'infortune Los extravíos del infortunio Parcialmente perdido

Fanni, ou les Effets du désespoir Fanni o los efectos de la desesperación

Les Fêtes de l'Amitié Las fiestas de la amistad

Franchise et trahison Franquicia y tradición

Henriette et Saint-Claire Henriette y Saint-Clair- Parcialmente perdido

Jeanne Lainé, ou le Siège de Beauvais Jeanne Lainé o el siglo de Beauvais

Les Jumelles, ou les Choix difficile Los gemelos o la difícil elección

Sophie et Desfrancs, Le Misanthrope par amour Sofía y Desfrancs, el misántropo por amor

Tancrède Tancredo 

La Tour enchantée- La torre encantada

L'Union des arts La unión de las artes

Henriette, ou la Voix de la nature Henriette o la voz de la naturaleza

La Ruse d'amour, ou les Six Spectacles La estratagema del amor o los seis espectáculos

Le Métamiste, ou l'Homme changeant El mutante o el hombre cambiante

Le Suborneur El sobornador

Adresse d'un citoyen de Paris, au roi des Français Carta de un ciudadano de París al rey de los franceses

Section des Piques. Observations présentées à l'Assemblée administrative des hôpitaux 

Sección de Piques. Observaciones presentadas a la Asamblea administrativa de hospitales

Section des Piques. Idée sur le mode de la sanction des Lois, par un citoyen de cette section

Section des Piques. Discours prononcé à la Fête décernée par la Section des Piques, aux mânes de Marat et de Le Pelletier 

Pétition de la Section des Piques, aux représentants du peuple français

Français, encore un effort si vous voulez être républicains. 

Projet tendant à changer le nom des rues de l'arrondissement de la Section des Piques 

Séide, conte moral et philosophique

Cent onze Notes pour la Nouvelle Justine Ciento once notas para la Nueva Justina 

Notes pour les Journées de Florbelle, ou la Nature dévoilée 

Le Portefeuille d'un homme des lettres 

L'Auteur des Crimes de l'amour à Villeterque, folliculaire 

Cahiers personnels 

Voyage de Hollande en forme de lettres 

Voyage d'Italie 

Opuscules sur le théâtre 

Mélanges de prose et de vers 

Journal 

Correspondance 

Lettre au citoyen Gaufridy 

L'ogre Minski - Le pape Braschi 

Discours contre Dieu 

Le Carillon de Vincennes 

La Vanille et la Manille 

Pauline et Belval, ou les Victimes d'un amour criminel 

Zoloé et ses deux acolythes 

Manuscrito original de Las ciento veinte jornadas de Sodoma, conocido como «el rollo de la Bastilla».

En español no existe aún una edición formal de las obras completas de Sade; se han publicado algunas obras pero la mayoría adolece de una mala traducción. Las únicas ediciones completas están en francés, y son las siguientes:

Oeuvres complètes du marquis de Sade. Con un examen de las obras por parte de Gilbert Lély, en la edición de Cercle du Livre Précieux. La primera edición, realizada entre 1950 y 1962, constó de dos volúmenes; la segunda edición, realizada entre 1966 y 1967, tuvo 16 tomos y 8 volúmenes; y la tercera edición, de 1973, formó parte de la colección Têtes de Feuilles.

Oeuvres complètes du marquis de Sade. Editada por Jean Jacques Pauvert en 1947, quedó incompleta. La segunda edición en 35 volúmenes apareció entre 1966 y 1971. La tercera fue editada junto con Annie Le Brun entre 1986 y 1991 en 15 volúmenes.

Oeuvres complètes du marquis de Sade. Editada bajo la dirección de Michel Delon en Gallimard, dentro de la colección La Pléiade, en 2 volúmenes.

Influencias

Las principales fuentes filosóficas de Sade son el Barón de Holbach, La Mettrie, Maquiavelo, Rousseau, Montesquieu y Voltaire. Los dos últimos fueron conocidos personales de su padre. Por otra parte, en Los crímenes del amor se encuentran testimonios del gusto de Sade por el lirismo de Petrarca, a quien siempre admiró. 

Se confirma, por las citas explícitas o implícitas que Sade hace en sus obras, la influencia de los siguientes autores y obras: la Biblia, Boccaccio, Cervantes, Cicerón, Dante, Defoe, Diderot, Erasmo, Hobbes, Holbach, Homero, La Mettrie, Molière, Linneo, Locke, Maquiavelo, Marcial, Milton, Mirabeau, Montaigne, Montesquieu, Moro, Pompadour, Rabelais, Racine, Radcliffe, Richelieu, Rousseau, Jacques-François-Paul-Aldonce de Sade, Pedro Abelardo, Petrarca, Salustio, Séneca, Staël, Suetonio, Swift, Tácito, Virgilio, Voltaire y Wolff.

Recepción de su obra

Su obra más difundida en su tiempo y durante el siglo XIX, fue Justine o los infortunios de la Virtud. Sade intentó que fuese un revulsivo en la literatura francesa de la época que consideraba moralista:

El triunfo de la Virtud sobre el vicio, la recompensa del Bien y el castigo del Mal son la base frecuente del desarrollo de las obras de este género. ¿No deberíamos estar hartos ya de este esquema? Pero presentar al Vicio siempre triunfante y a la Virtud víctima de sus propios sacrificios [...] En una palabra, arriesgarme a describir las escenas más atrevidas y las situaciones más extraordinarias, a exponer las afirmaciones más aterradoras y a dar las pinceladas más enérgicas...

Carta a su amiga Constance

La crítica deploró esta obra, que se publicó anónima y circuló clandestinamente. Fue considerada obscena e impía y a su autor se le calificó de depravado: «El corazón más depravado, la mente más degradada, no son capaces de inventar algo que ultraje tanto a la razón, al pudor y a la honestidad»; «...el famoso Marqués de Sade, el autor de la obra más execrable que jamás haya inventado la perversidad humana». Un escritor de la época, Restif de la Bretonne, escribiría en contestación a Justine, La anti-Justine o las delicias del Amor. Y la contundente contestación de Sade a una virulenta crítica de otro escritor, Villeterque, hoy se ha hecho célebre (A Villeterque el fuliculario).

A pesar de que su edición fue clandestina, circuló profusamente. En vida de Sade se hicieron seis ediciones de la misma y los ejemplares pasaban de mano en mano, se leía de forma oculta, y se convirtió en una «novela maldita». En el siglo XIX continuó circulando clandestinamente, influyendo en escritores como Swinburne, Flaubert, Fiódor Dostoyevski y en la poesía de Baudelaire (entre los muchos en los que se ha querido ver la influencia sadiana).

Oficialmente ausente a lo largo de todo el siglo XIX, el marqués de Sade aparece, ya por entonces, por todas partes, creando en torno a él una verdadera leyenda. Jules Janin, en 1825, escribe que sus libros figuran, más o menos ocultos, en todas la bibliotecas. Sainte-Beuve lo sitúa al mismo nivel que Byron. «Son los dos grandes inspiradores de nuestros modernos, uno visible y oficial y otro clandestino».

Juan Bravo Castillo, Sade o el malditismo en la novela.

Artículo de Paul Eluard en el número 8 del 1 de diciembre de 1926 de La revolución surrealista, titulado: «D.A.F. de Sade, escritor fantástico y revolucionario».

A principios del siglo XX, Guillaume Apollinaire editó las obras del marqués de Sade, a quien consideraba «el espíritu más libre que haya existido jamás». Los surrealistas lo reivindicaron, considerándolo uno de sus principales precursores. Se considera que ha influido, también, en el teatro de la crueldad de Artaud y en la producción de Buñuel, entre otros.

Después de la Segunda Guerra Mundial, un gran número de intelectuales prestaron atención en Francia a la figura de Sade: Pierre Klossowski (Sade mon prochain, 1947), Georges Bataille (La literatura y el mal), Maurice Blanchot (Sade et Lautréamont, 1949), Roland Barthes y Jean Paulhan, entre otros. Gilbert Lély publicó en 1950 la primera biografía rigurosa del autor.

Simone de Beauvoir, en su ensayo ¿Debemos quemar a Sade?/ Faut-il brûler Sade?, Les Temps modernes, diciembre de 1951–enero de 1952) y otros escritores han intentado localizar vestigios de una filosofía radical de libertad en los trabajos de Sade, precediendo al existencialismo en unos 150 años.

Uno de los ensayos en Dialéctica de la Ilustración (1947), de Max Horkheimer y Theodor Adorno, se titula «Juliette, o la Ilustración y la moral», e interpreta el comportamiento de la Juliette de Sade como una personificación filosófica de la Ilustración. 

Del mismo modo, el psicoanalista Jacques Lacan postula en su ensayo, Kant avec Sade -Kant con Sade, que la ética de Sade fue la conclusión complementaria del imperativo categórico postulado originalmente por Immanuel Kant.

Andrea Dworkin veía a Sade como el ejemplar pornógrafo que odia a la mujer, apoyando su teoría en que la pornografía inevitablemente guía hacia la violencia en contra de la mujer. Un capítulo de su libro Pornography: Men Possessing Women (1979) está dedicado al análisis de Sade. Susie Bright afirma que la primera novela de Dworkin, Ice and Fire, rica en violencia y abusos, puede ser interpretada como una versión moderna de Juliette.

En agosto de 2012, Corea del Sur prohibió por «obscenidad extrema» la publicación de Las 120 jornadas de Sodoma. Jang Tag Hwan, miembro de la estatal Comisión coreana de ética editorial, informó a la Agence France-Presse (AFP) que se ordenó a Lee Yoong, de la editorial Dongsuh Press, retirar de la venta y destruir todos los ejemplares de la novela. «Buena parte del libro es extremadamente obscena y cruel, con actos de sadismo, incesto, zoofilia y necrofilia», comentó Jang. Explicó que la descripción detallada de actos sexuales con menores fue un factor importante en la decisión de considerar como «nociva» la publicación del libro. El editor indicó que apelaría la decisión. «Hay muchos libros pornográficos por todas partes. No puedo comprender por qué este libro, objeto de estudios académicos por psiquiatras y expertos literarios, recibe un trato diferente», comentó a la AFP Lee Yoong. 

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