viernes, 27 de mayo de 2022

VIRIATO en la historia de ROMA


La gran Roma y Cepión ● La pequeña Lusitania y Viriato ● Los Historiadores

El Foro Romano

Como Estado imperial y sede de una nación establecida en tres continentes, el imperio creado por Roma ocupó tres millones y medio de kilómetros cuadrados y gobernó unos setenta millones de habitantes, entre ciudadanos y no ciudadanos, convirtiéndose en una de las ciudades más importantes de la historia, que, después de Grecia, ha sido la madre cultural de las posteriores nacionalidades occidentales. Alcanzó un desarrollo geográfico y demográfico hasta el límite de lo posible seguido del estancamiento y el declive hasta casi desaparecer.

De acuerdo con la tradición clásica, la ciudad se fundó en el 753 aC. en las orillas del río Tíber, por dos personajes legendarios –Rómulo y Remo-, hijos de Rea Silvia y del dios Marte, abandonados a orillas del Tíber, donde fueron criados por la loba Luperca y luego por unos pastores. Posteriormente, Rómulo mataría a Remo y la ciudad capital fue desde entonces llamada Roma.

La monarquía romana -Regnum Romanum- fue la primera forma política de gobierno de la ciudad-estado de Roma, desde su fundación, el 21 de abril de 753 aC., hasta el final de la monarquía en el 510 aC., cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio, fue desterrado, y se instauró la República Romana.

Aunque los datos siguen siendo imprecisos, la mitología romana vincula el origen de Roma y de la institución monárquica al héroe troyano Eneas, cuando, que, huyendo de Troya en llamas, junto con su padre y su hijo -su esposa se perdió antes de abandonar la ciudad-, navegó hacia el Mediterráneo occidental, hasta llegar al territorio que actualmente corresponde a Italia, donde fundaría la ciudad de Lavinium. Posteriormente, su hijo Ascanio fundó Alba Longa, y de él descenderían, precisamente, Rómulo y Remo, que serían así, un componente del “mito” griego.

Eneas escapa de Troya. Federico Barocci, 1598. Gal. Borghese. Roma

Hubo siete reyes: Numa Pompilio, Tulo Hostilio, Anco Marcio, Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio.

Reyes de Roma. Grabados de la Crónica de Núremberg

La Monarquía romana fue abolida el 509 aC.

República Romana: 509 – 27 aC.

Imperio, Principado y Pax Romana: 27 aC. – 476 dC. Odoacro y la “Caída”.

Eventos (algunos).

* De los Gracos a Julio César (133–49 aC.)

* Pompeyo, Craso y la conjuración de Catilina.

* Primer Triunvirato, César, Pompeyo y Craso.

* Período de transición (49-29 aC.).

* Dictadura de Julio César.

* Segundo Triunvirato y ascenso de Octavio: 

* Después del asesinato de Julio César, Marco Antonio se unió al hijo adoptivo y sobrino nieto de César, Cayo Octavio Turino, y él y Marco Lépido, formaron la alianza conocida como Segundo Triunvirato.

Secuencia... “Idus de Marzo” de Julio César. Von Piloty

La muerte de César. 1798. Vincenzo Camuccini.

La huida. J. L. Gérôme

Expansión en Galia e Hispania (204-133 a C.)

Tras la derrota de los cartagineses durante la Segunda Guerra Púnica, los romanos reanudaron su expansión por la Galia Cisalpina. Hacia el 203 aC., conquistaron sistemáticamente la región, y al mismo tiempo que se producía la expansión sobre la Galia, emprendieron la conquista gradual de Hispania; las expediciones partieron de las provincias creadas sobre los antiguos territorios cartagineses, Hispania Citerior y Ulterior –Este y Sur-. 

En 197 aC., estalló una revuelta en Hispania Ulterior, que pronto se extendió al territorio de las tribus del interior. La guerra subsiguiente, no terminó hasta el año 179 aC., cuando Tiberio Sempronio Graco pacificó la provincia y llegó a un acuerdo con los celtíberos. 

Entre 154 y 138 aC., los romanos entraron en la Guerra Lusitana contra Viriato, que terminó con el asesinato de este.

Roma sostuvo otra guerra, entre 153-151 aC., contra los celtíberos y en 143 aC., estalló una rebelión entre los celtíberos, dando paso a una guerra más, que se libró hasta el año 133 aC., y cuyo momento crucial fue la destrucción de Numancia por Roma.

La crisis del siglo III

Durante el siglo III Roma sufrió una larga crisis. El trono imperial se desestabilizó y la mayoría de los emperadores murieron asesinados, cuando no caían en guerras exteriores.

Por otra parte, se produjeron continuas presiones guerreras de los germánicos que atravesaban las fronteras del Rin y el Danubio, procediendo a saquear las Galias y los Balcanes. Por el Este, Roma tuvo que luchar con los persas Sasánidas, que, como una reaparición del antiguo imperio de Ciro y Darío, reclamaban los territorios que les había arrebatado Alejandro Magno. 

La crisis subsiguiente provocó una fuerte inflación; la moneda perdió completamente su valor y el Estado tuvo que cobrar impuestos en especie y servicios. Además, como consecuencia de las sucesivas epidemias, las ciudades se despoblaron y tuvieron que ser fortificadas. Las clases más poderosas, emigraron al campo, alojándose en villas, también fortificadas.

Debido a las dificultades del Estado para cobrar los impuestos y, como nadie quería asumir las funciones de cobrador de impuestos, ediles municipales, etc., el gobierno se vio en la necesidad de declarar los bienes, hereditarios, lo que contribuyó a hacer más rígida la estructura social. Por otra parte, semejante medida afectó, sobre todo, a campesinos y colonos agrarios de Occidente, que fueron declarados adscritos a las tierras, motivo por el que ya a partir del siglo IV, se habían convertido en lo que más tarde serían los siervos de la gleba europeos.

Decadencia y división del Imperio Romano

Durante el siglo IV el Imperio Romano pareció renacer por un momento. Constantino el Grande reorganizó el Estado. Es célebre su Edicto de Milán, del año 313, por el que decretó la libertad de culto. Constantino y sus sucesores comprendieron la importancia política del cristianismo y trataron de reforzar el Estado apoyándose en él. Constantino generó un cambio geopolítico trascendental, al establecer la capital del Imperio de Roma, en Constantinopla.

Por la misma época, aparecieron nuevos pueblos germánicos—godos, vándalos, francos, burgundios, alanos, etc.— que avanzaban hacia el oeste. La amenaza de los hunos, provenientes del interior de Asia, empujó a los germanos hacia las fronteras de Roma. El primero que se asentó de manera definitiva en sus tierras, fue el pueblo de los visigodos, al aniquilar al ejército del emperador Valente, en la decisiva batalla de Adrianópolis -hoy, Edirne, en Turquía-, en 378. 

Empezaba el declive militar de Roma; el Estado ya no disponía de fuerzas para impedir su avance, y, a partir de entonces, los bárbaros germánicos se convirtieron en una constante en la política interna de Roma.

Teodosio logró reunir por última vez todo el Imperio Romano, tras vencer a sus competidores, pero luego comprendió la necesidad de dividirlo, con objeto de facilitar su reacción frente a las múltiples amenazas que se cernían sobre él. Así, tras su muerte, en 395, el Imperio se dividió en dos partes, con soberanos y administración propia: nacían así, el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente.

A principios del siglo V, las tribus germánicas, penetraron en el Imperio Romano de Occidente, a causa de la falta de soldados para defender las fronteras. No se pudo impedir que Roma fuese saqueada por los visigodos de Alarico I, en 410, y por los vándalos de Genserico, en 455. Los saqueos provocaron gran conmoción, y aunque los daños no fueron excesivos, el prestigio de Roma quedó profundamente afectado. 

Gradualmente, los pueblos germánicos se asentaron y fundaron reinos independientes; 

* Ostrogodos en Italia, 

* Francos y burgundios en la Galia, 

* Anglos y sajones en Britania, 

* Visigodos en Hispania, y 

* Vándalos en el Norte de África. 

De los francos; la raíz de las modernas nacionalidades de Francia y Alemania, derivaría el Sacro Imperio Romano Germánico

Sólo Valentiniano III; 424-455, a pesar de que vivió la desintegración del Imperio de Occidente, derrotó a Atila, rey de los hunos, en la batalla de los Campos Cataláunicos, en 451.

El emperador, que ya ni siquiera tenía su sede en Roma, sino en Rávena, perdió el control de lo que quedaba del Imperio; y así, en el año 476, el caudillo bárbaro, Odoacro, destituyó a Rómulo Augústulo, un niño de apenas 10 años, que fue el último emperador Romano de Occidente, y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente.

Teodorico, rey de los ostrogodos, asesinó a Odoacro en un banquete y asumió el poder y el título de "rey de Italia", siendo reconocido por el emperador de Oriente, Anastasio. Gobernó a ostrogodos y romanos mediante una inestable alianza con la aristocracia senatorial romana y una entente con la ya poderosa Iglesia católica; en su “corte” brillaron, el filósofo Boecio y el escritor Casiodoro

Miniatura de Casiodoro en Las Crónicas de Núremberg.

La desconfianza de la nobleza romana, las intrigas de la corte bizantina y el mutuo rechazo entre la población católica y los ostrogodos arrianos, hicieron que el reinado de Teodorico terminara también en violencias que ocasionaron la muerte de importantes ciudadanos romanos, entre ellos, Boecio, que fue decapitado.

Manuscrito de la Consolación de la filosofía, de Boecio, 1230. Leipzig

Así, entre la mitológica fundación de Roma, por Rómulo, en el año 753 aC. y el reinado de Odoacro, en 476, se produjo un meteórico ascenso, al que siguió una desastrosa caída; el exceso de sus conquistas, provocó la incapacidad del Imperio Romano para sostenerlas, haciendo que, paulatinamente, se derrumbara bajo su propio peso.

Dentro del inmenso panorama evolutivo -aquí reducido al mínimo posible, pero tratando de no perder de vista la continuidad histórica-, los romanos tuvieron varias oportunidades para comprender que, quizás, los bárbaros -es decir, todos los que no eran ellos mismos-, a los que solían conquistar, no lo eran tanto, y así lo demostraron en diversas ocasiones. Como prueba de ello, entre los años 154 y 138 aC., es decir, durante la época de la gran expansión, en Hispania, sobresale por méritos propios, la gran figura de Viriato.

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Resumen de las·”Periocas” de Tito Livio

En Hispania, Viriato, que pasó primero de pastor a cazador, de cazador a bandido, [El apelativo latro parece que debemos considerarlo como integrante de una partida que realizaba razias, a causa de su pobreza.] y al poco tiempo incluso a general de un ejército regular, ocupó Lusitania entera, e hizo prisionero, tras dispersar a su ejército, al pretor Marco Vetilio (año 146); después del cual, la campaña del pretor Gayo Plaucio, en 198 no fue en modo alguno más afortunada. Y este enemigo suscitó tal pánico que se necesitó para hacerle frente un ejército y un general de rango consular.

Fue asesinado por unos traidores instigados por Servilio Cepión, a quien la mayoría de las fuentes atribuyen la responsabilidad de su asesinato, aunque algunas se la asignan al cónsul Marco Popilio Lenate. 

Muy llorado por su ejército y enterrado con todos los honores. Fue un gran hombre y un gran general, y durante los catorce años que hizo la guerra contra los romanos, la mayoría de las veces resultó victorioso.

Sus asesinos fueron expulsados de la ciudad y les fue negada la recompensa.

"magnitudinem // Lusitani vastat"

Papyrus Oxyrhynchus 668 - British Library 1532r - Epítome de Livio, fragmento. 

Apiano/Αππιανός; Alejandría, Egipto, c.95-c.165). Fue historiador, romano de origen griego, autor de la Historia Romana, escrita en griego, que relata los sucesos ocurridos, desde la fundación de Roma, hasta la muerte de Trajano, 53–117.

Rómulo y Remo de Rubens, fragmento. Museos Capitolinos

Trajano. Gliptoteca de Múnich.

Apiano ocupó altos puestos como funcionario en Egipto, durante el reinado de Antonino Pío, a mediados del siglo II d. C., por lo que tuvo acceso a documentación imperial. Desempeñó diversos cargos administrativos en Alejandría, después ejerció como abogado y terminó su carrera como procurador del emperador Antonino Pío.

En su Historia de Roma, en 24 libros, más bien de carácter etnográfico, leemos, desde la Monarquía, hasta Trajano, pasando por la historia de Iberia, con las guerras celtíberas y la conquista de Numancia.

Traducción latina de la Historia de Roma de Apiano. Manuscrito Florencia, Bibl. Medicea Laurenciana.

Su fuente principal fue Polibio –lo que permite conocer muchas partes perdidas de la obra de este–. También tomó datos de Salustio, Paulo Clodio, Posidonio, Livio, Celio Antípatro, Jerónimo de Cardia, Julio César, Augusto, Asinio Polión, Plutarco, Diodoro Sículo -Σικελιώτης o Sikeliotis; de Sicilia, y otros autores.

APIANO. Historia Romana. Sobre Iberia

Lúculo, Cónsul en el 151 aC., que había combatido a los vacceos, -un pueblo prerromano asentado en la zona central de la cuenca del Duero-, sin autorización senatorial, y que entonces invernaba en Turditania, sobre el valle del Guadalquivir, desde el Algarve, hasta Sierra Morena, al darse cuenta de que los lusitanos hacían incursiones contra las zonas próximas, envió a sus mejores lugartenientes y dio muerte a cuatro mil lusitanos. Primero mató a mil quinientos cuando atravesaban el estrecho cerca de Gades, y a los demás, que se habían refugiado en una colina, los rodeó con una empalizada y capturó a un número inmenso de ellos. Después de invadir Lusitania, su dedicó a devastarla gradualmente.

Galba llevaba a cabo la misma operación por el lado opuesto, y cuando algunos de sus embajadores acudieron a él con el deseo de consolidar los pactos que habían hecho con Atilio; el general que le había precedido, y que ellos habían quebrantado, los recibió; firmó una tregua y mostró deseos de entablar relaciones amigables, alegando comprender que quebrantaban los tratados y se entregaban a la rapiña y a la guerra, por causa de la pobreza, y les dijo:

-Pues la pobreza del suelo y la falta de recursos os obligan a esto, yo daré una tierra fértil a mis amigos pobres y os estableceré en un país rico distribuyéndoos en tres partes.

Ellos, confiados en estas promesas, abandonaron sus lugares de residencia habituales y se reunieron donde les ordenó Galba, que los dividió en tres grupos y, mostrándoles a cada uno una llanura, les ordenó que permanecieran en campo abierto, hasta que, a su regreso, les edificara sus ciudades. 

Cuando llegó el primer grupo, les mandó que, como amigos, depusieran las armas, y una vez que las tuvo en su poder, mandó excavar una zanja a su alrededor y envió a soldados, que los mataron a todos, pese a las garantías que les había dado.

De igual modo procedió con los otros dos grupos, cuando aún ignoraban la funesta suerte de los anteriores, vengando con ello una traición con otra, de una forma indigna del pueblo romano.

Pero algunos lograron escapar, y entre ellos, Viriato, que, poco después, se puso al frente de los lusitanos, dio muerte a muchos romanos y llevó a cabo las más grandes hazañas. (Esto lo referiré más adelante).

Entonces Galba, un hombre mucho más codicioso que Lúculo, distribuyó una pequeña parte del botín entre el ejército, y otra, también pequeña, entre sus amigos, y se quedó con el resto, pese a que era ya casi el hombre más rico de Roma. Se dice que ni siquiera en tiempos de paz dejaba de mentir y cometer perjurio a causa de su ansia de riquezas. [Pero,] A pesar de que era odiado y de que fue llamado a rendir cuentas bajo acusación, logró evadirse debido a su riqueza.

No mucho tiempo después, todos los que consiguieron escapar a la felonía de Lúculo y Galba, lograron reunirse en número de diez mil e hicieron una incursión contra Turditania. Gayo Vetilio vino desde Roma contra ellos con otro ejército y asumió, además, el mando de las tropas que estaban en Iberia, llegando a tener en total, otros diez mil hombres. Después, cayó sobre los que estaban buscando forraje y, tras dar muerte a muchos, obligó a los restantes a replegarse hacia un lugar en el que, en caso de permanecer, corrían el riesgo de morir de hambre, y en caso de abandonarlo, el de morir a manos de los romanos. Tal era, en efecto, la dificultad del lugar. 

Por este motivo, enviaron emisarios a Vetilio con ramas de suplicantes, pidiéndole tierra para habitarla como colonos y prometiéndole que, desde ese momento, serían leales a los romanos en todo. Él prometió entregársela y se dispuso a firmar un acuerdo, pero Viriato, que había escapado a la perfidia de Galba y entonces estaba con ellos, les trajo a la memoria la falta de palabra de los romanos y cuantas veces habían violado los juramentos que les habían dado y cómo todo aquel ejército estaba formado por hombres que habían escapado a tales perjurios de Galba y de Lúculo. Les dijo que no había que desesperar de salvarse en aquel lugar, si estaban dispuestos a obedecerle.

Encendidos así sus ánimos y recobradas las esperanzas, le eligieron general. Después de desplegar a todos en línea de batalla, como si fuera a presentar combate, les dio la orden de que, cuando él montara en su caballo, escaparan dispersándose en muchas direcciones, como pudiesen, por rutas muy distintas en dirección a la ciudad de Tríbola -en la serranía de Ronda, no lejos de Carteia-, y que le esperasen allí. 

Él eligió solo a mil y les ordenó colocarse a su lado. Una vez efectuadas estas disposiciones, escaparon al punto, tan pronto como Viriato montó a caballo, y Vetilio, temeroso de perseguirlos en tantas direcciones, se dio vuelta y se dispuso a luchar con Viriato, que permanecía quieto y aguardaba a que llegara el momento de atacar. 

Viriato, con caballos mucho más veloces, lo mantuvo en jaque, huyendo a veces y otras, parándose de nuevo y atacando, consumió aquel día y el siguiente en la misma llanura cabalgando alrededor. Y cuando calculó que los suyos tenían ya asegurada la huida, partió por la noche, por caminos no usados habitualmente y, con tan buenos caballos, llegó a Tríbola sin que los romanos fueran capaces de perseguirlo, a causa del peso de sus armas, de su desconocimiento de los caminos y de la inferioridad de sus caballos.

De esta manera, de modo inesperado, Viriato salvó a su ejército de una situación desesperada.

Cuando esta estratagema llegó al conocimiento de los pueblos bárbaros de la zona, le reportó un gran prestigio, y se le unieron muchos desde todas partes. Y así, durante ocho años sostuvo la guerra contra Roma.

Es mi intención insertar aquí la guerra de Viriato, que causó con frecuencia turbaciones a los romanos y fue la más difícil para ellos, posponiendo el relato de cualquier otro suceso que tuviera lugar en Iberia por este tiempo.


Vetilio llegó, en su persecución, hasta la ciudad de Tríbola, pero Viriato, habiendo preparado una emboscada en la espesura, continuó su huida hasta que Vetilio estuvo a la altura del lugar, y entonces, volvió sobre sus pasos y los que estaban emboscados, salieron del escondite. Por ambos lados empezaron a dar muerte a los romanos, así como a hacer prisioneros y a arrinconarlos contra los barrancos. Incluso Vetilio fue hecho prisionero. El soldado que lo capturó, al ver que se trataba de un hombre viejo y muy obeso, no le dio valor alguno y le dio muerte por ignorancia. De los diez mil romanos, lograron escapar, con gran dificultad, unos seis mil y llegar hasta Carpessos, una ciudad situada a orillas del mar, la cual, creo yo que se llamaba antiguamente Tartessos por los griegos y fue su rey Argantonio, que dicen que vivió ciento cincuenta años. 

A los soldados que habían huido hasta Carpessos, el cuestor que acompañaba a Vetilio, los apostó en las murallas llenos de temor. Y, tras haber pedido y obtenido de los belos y los titos, cinco mil aliados, los envió contra Viriato. Este los mató a todos, así que, no escapó ni uno que llevara la noticia. Entonces, el cuestor permaneció en la ciudad esperando alguna ayuda de Roma.

Viriato, penetró sin temor alguno en Carpetania, que era un país rico, y se dedicó a devastarla, hasta que Gayo Plaucio llegó de Roma con diez mil soldados de infantería y mil trescientos jinetes. Entonces, de nuevo Viriato fingió que huía y Plaucio mandó en su persecución, a unos cuatro mil hombres, a los cuales, Viriato, volviendo sobre sus pasos, dio muerte, a excepción de unos pocos. 

Cruzó el río Tajo y acampó en un monte cubierto de olivos, llamado Monte de Venus. (Tal vez, la Sierra de San Vicente, al Norte de Talavera). Allí lo encontró Plaucio y, lleno de premura por borrar su derrota, le presentó batalla. Sin embargo, tras sufrir una derrota sangrienta, huyó sin orden alguno a las ciudades y se retiró a sus cuarteles de invierno desde la mitad del verano, sin valor para presentarse en ningún sitio. Viriato, entonces, se dedicó a recorrer el país sin que nadie le inquietase, y exigía de sus poseedores el valor de la próxima cosecha y, a quien no se la entregaba, se la destruía.

Cuando en Roma supieron de estos hechos, enviaron a Iberia a Fabio Máximo Emiliano, el hijo de Emilio Paulo, el vencedor de Perseo, rey de los macedonios, y le dieron poder para levar por sí mismo, un ejército. 

Como los romanos habían conquistado recientemente Cartago y Grecia y acababan de llevar a feliz término, la Tercera Guerra Macedónica, él, a fin de dar descanso a los hombres que habían venido de aquellos lugares, eligió a otros, muy jóvenes y sin experiencia anterior alguna en guerra, hasta completar dos legiones. Y después de pedir otras fuerzas a los aliados, llegó a Orsón, una ciudad de Iberia, llevando en total 15.000 soldados de infantería y 2.000 jinetes. Desde allí, y, puesto que no deseaba entablar batalla hasta que tuviese entrenado a su ejército, hizo un viaje a través del estrecho, hasta Gades, para ofrecer un sacrificio a Hércules. En este lugar, Viriato, cayendo sobre algunos que estaban cortando leña, dio muerte a muchos de ellos y atemorizó a los restantes. Cuando su lugarteniente los dispuso de nuevo para combatir, Viriato los volvió a vencer y capturó un abundante botín. 

Cuando llegó Máximo, Viriato sacaba continuamente el ejército en orden de batalla, para provocarle, pero aquel rehuía un enfrentamiento con la totalidad de su ejército, pues todavía los estaba entrenando, aunque sostuvo escaramuzas muchas veces, con parte de sus tropas, para tantear al enemigo e infundir valor a sus propios soldados. Cuando salía a forrajear, colocaba siempre alrededor de los hombres desarmados, un cordón de legionarios y él mismo, con jinetes, recorría la zona, como había visto hacer cuando combatía junto a su padre, Paulo, en la Guerra Macedónica.

Después que pasó el invierno, con el ejército entrenado, fue el segundo general que hizo huir a Viriato, aunque este combatió con valentía; el romano saqueó una de sus ciudades; incendió otra y, persiguiendo en su huida a Viriato, hasta un lugar llamado Bécor (quizás Baécula, Bailén), le mató a muchos hombres. Pasó el invierno en Corduba (Córdoba), siendo éste ya el segundo año de su mando como general en esta guerra. Y Fabio Máximo Emiliano, después de haber realizado estas campañas, partió para Roma, recibiendo el mando Quinto Pompeyo Aulo.

Después de esto, Viriato no despreciaba ya al enemigo como antes y obligó a sublevarse contra los romanos a los arévacos, titos y belos, que eran los pueblos más belicosos. Y estos sostuvieron por su cuenta, otra guerra que recibió el nombre de “numantina” por una de sus ciudades y fue larga y penosa en grado sumo para los romanos. Yo agruparé también lo concerniente a esta guerra en una narración continuada después de los hechos de Viriato. Este último tuvo un enfrentamiento con Quintio, otro general romano, en la otra parte de Iberia y, al ser derrotado, se retiró de nuevo al monte de Venus. Desde allí hizo una nueva salida, dio muerte a mil soldados de Quintio y le arrebató algunas enseñas. Al resto lo persiguió hasta su campamento y expulsó a la Guarnición de Ituca -o quizás, Tucci; hoy, Martos, en Jaén-. También devastó el país de los bastitanos, sin que Quinto acudiera en auxilio de éstos, a causa de su cobardía e inexperiencia. Por el contrario, estaba invernando en Corduba desde mitad del otoño y, con frecuencia, enviaba contra él a Gayo Marcio, un ibero de la ciudad de Itálica.

Al año siguiente, Fabio Máximo Serviliano, el hermano de Emiliano, llegó como sucesor de Quintio en el mando, con otras dos legiones y algunos aliados. En total sus fuerzas sumaban unos 18.000 infantes y 1.600 jinetes. Después de escribir castas a Mícipsa, el rey de los númidas, para que le enviase elefantes lo más pronto posible, se apresuró hacia Ituca llevando el ejército por secciones. 

Al atacarle Viriato con 6.000 hombres en medio de un griterío y clamores a la usanza bárbara y con largas cabelleras que agitaban en los combates ante los enemigos, no se amilanó, sino que le hizo frente con bravura y logró rechazarlo sin que hubiera conseguido su propósito.

Después que llegó el resto del ejército y enviaron desde África diez elefantes y 300 jinetes, estableció un gran campamento y avanzó al encuentro de Viriato, y tras ponerlo en fuga, emprendió su persecución. Pero como esta se realizó en medio del desorden, Viriato, al percatarse de ello durante su huida, dio media vuelta y mató a 3.000 romanos. Al resto los llevó acorralados hasta su campamento y también los atacó. Sólo unos pocos le opusieron resistencia a duras penas, alrededor de las puertas, pero la mayoría se precipitó en el interior de las tiendas a causa del miedo y tuvieron que ser sacados con dificultad por el general y los tribunos. 

En esta ocasión destacó en especial Fanio, el cuñado de Lelio, y la proximidad de Viriato, atacando con frecuencia durante la noche, así como a la hora de la canícula, y presentándose cuando menos se le esperaba, acosaba a los enemigos con la infantería ligera y sus caballos, mucho más veloces, hasta que obligó a Serviliano a regresar a Ituca.

Entonces, Viriato, falto de provisiones y con el ejército mermado, prendió fuego a su campamento durante la noche y se retiró a Lusitania. Serviliano, como no pudo darle alcance, invadió Beturia -la Bética, entre el Guadiana y el Guadalquivir-, y saqueó cinco ciudades que se habían puesto de parte de Viriato. Con posterioridad, hizo una expedición militar contra los cuneos y, desde allí, se apresuró, una vez más, hacia los lusitanos contra Viriato. 

Mientras estaba de camino, Curio y Apuleyo, dos capitanes de ladrones, lo atacaron contra diez mil hombres, provocaron una gran confusión y le arrebataron el botín. Curio cayó en la lucha, y Serviliano recobró su botín poco después y tomó las ciudades de Escadia -¿Jaén?-, Gemela -¿Tucci?- y Obólcola -Porcuna, en Jaén-,  que contaban con guarniciones establecidas por Viriato, y saqueó otras, e incluso, perdonó a otras más. Habiendo capturado a 10.000 prisioneros, les cortó la cabeza a 500 y vendió a los demás. Después de apresar a Cónnoba, un capitán de bandoleros que se le rindió, le perdonó sólo a él, pero le cortó las manos a todos sus hombres.

Durante la persecución de Viriato, Serviliano empezó a rodear con un foso Erisana -¿Arsa?-, una de sus ciudades, pero Viriato entró en ella durante la noche y, al rayar el alba, atacó a los que estaban trabajando en la construcción de trincheras, y les obligó a que arrojaran las palas y emprendieran la huida. Después derrotó de igual manera y persiguió al resto del ejército, desplegado en orden de batalla por Serviliano. Lo acorraló en un precipicio, donde no había escape posible para los romanos, pero Viriato no se mostró altanero en este momento de buena fortuna, sino que, por el contrario, considerando que era buena ocasión de poner fin a la guerra mediante un acto de generosidad notable, hizo un pacto con ellos y el pueblo romano lo ratificó: que Viriato era amigo del pueblo romano y que todos los que estaban bajo su mandato eran dueños de la tierra que ocupaban. 

De este modo, parecía que había terminado la guerra de Viriato, que resultó la más difícil para los romanos, gracias a un acto de generosidad. 

Sin embargo, los acuerdos no duraron ni siquiera un breve espacio de tiempo, pues Cepión, hermano y sucesor en el mando de Serviliano, el autor del pacto, denunció el mismo y envió cartas afirmando que era el más indigno para los romanos. El senado en un principio convino con él en que hostigara a ocultas a Viriato como estimara oportuno. Pero como volvía a la carga de nuevo y mandaba continuas misivas, decidió romper el tratado y hacer la guerra a Viriato abiertamente. Cuando esta se hizo pública, Cepión se apoderó de la ciudad de Arsa -posiblemente, Azuaga, Badajoz-, abandonada por Viriato, que había huido destruyendo todo a su paso, y le dio alcance en Carpetania, con fuerzas mucho más numerosas. Por esta razón, Viriato no juzgó conveniente entablar combate con él, dada la inferioridad numérica de sus tropas, y ordenó retirarse al grueso de su ejército por un desfiladero oculto; al resto lo puso en orden de batalla sobre una colina y dio la impresión de que deseaba combatir. Y cuando se enteró de que los que habían sido enviados previamente se encontraban en un lugar seguro, se lanzó a galope en pos de ellos con desprecio del enemigo y con tal rapidez que ni siquiera sus perseguidores se percataron de por donde se había marchado. Y Cepión se volvió hacia los vettones y calaicos y devastó su país.

Como emulación de los hechos de Viriato, muchas otras bandas de salteadores hacían incursiones por Lusitania y la saqueaban. Dexto Junio Bruto fue enviado contra estos, pero perdió la esperanza de poder perseguirlos a través de un país al que circundaban ríos navegables como el Tajo, Letes, Duero y Betis. Consideraba, en efecto, que era difícil dar alcance a gentes que, precisamente, como los salteadores, cambiaban de lugar con tanta rapidez, al tiempo que resultaba humillante fracasar en el intento y tampoco comportaba gloria alguna el triunfo en la empresa. Se volvió, por tanto, contra sus ciudades, en espera de tomarse venganza, de proporcionar al ejército un botín abundante y de que los salteadores se disgregaran hacia sus ciudades respectivas, cuando vieran en peligro sus hogares. Con este propósito se dedicó a devastar todo lo que encontraba a su paso, las mujeres luchaban al lado de los hombres y morían con ellos sin dejar escapar jamás grito alguno al ser degolladas. Hubo algunos que escaparon también a las montañas con cuanto pudieron llevar. A estos cuando se lo pidieron los perdonó Bruto e hizo lotes con sus bienes.

Después de atravesar el río Duero, llevó la guerra a muchos lugares reclamando gran cantidad de rehenes a quienes se le entregaban, hasta que llegó al río Letes, y fue el primer romano que proyectó cruzar este río. Lo cruzó, en efecto, y llegó hasta otro río llamado Nimis [¿Miño?] e hizo una expedición contra los brácaros, que le habían arrebatado las provisiones que llevaba. Es éste un pueblo enormemente belicoso que combate juntamente con sus mujeres que llevan armas y mueren con ardor sin que ninguno de ellos haga gesto de huir, ni muestre su espalda, ni deje escapar un grito. De las mujeres que son capturadas, unas se dan muerte a sí mismas y otras, incluso dan muerte a sus hijos, con sus propias manos, alegres con la muerte más que con la esclavitud. Algunas ciudades que entonces se pasaron al lado de Bruto, se sublevaron poco después y Bruto los sometió de nuevo.

Se dirigió contra Talábriga [Aveiro], ciudad que con frecuencia había sido sometida por él y que volvía a sublevarse causándole problemas. También en aquella ocasión le solicitaron el perdón sus habitantes y se rindieron sin condiciones. Él les exigió, en primer lugar, a los desertores romanos, a los prisioneros, todas las armas que poseían y, además de esto, rehenes; después les ordenó que abandonaran la ciudad en compañía de sus hijos y de sus mujeres. Cuando también le hubieron obedecido en esto, los rodeo con todo su ejército y pronunció un discurso reprochándoles cuántas veces se habían sublevado y habían renovado la guerra contra él. Después de haberles infundido miedo y de dar la impresión de que iba a infligirles un castigo terrible, cesó en sus reproches y les dejó volver a su ciudad para que la siguieran habitando, en contra de lo que esperaban, pues [aunque] les había quitado sus caballos, el trigo, cuanto dinero poseían y cualquier otro recurso público. Bruto, después de haber realizado todas estas empresas, partió hacia Roma. 

Yo he unido estos hechos a la narración de Viriato, puesto que fueron provocados por otros salteadores al mismo tiempo y por emulación de aquel.

Viriato envió a sus amigos más fieles, Audax, Ditalción y Minuro, a Cepión para negociar los acuerdos de paz. Estos, sobornados por Cepión con grandes regalos y muchas promesas, le dieron su palabra de matar a Viriato. Y lo llevaron a cabo de la manera siguiente. 

Viriato, debido a sus trabajos y preocupaciones, dormía muy poco y las más de las veces descansaba armado para estar dispuesto a todo de inmediato, en caso de ser despertado. Por este motivo, le estaba permitido a sus amigos visitarlo durante la noche. Gracias a esta costumbre, también en esta ocasión los socios de Audax aguardándole, penetraron en su tienda en el primer sueño, so pretexto de un asunto urgente, y lo hirieron de muerte en el cuello que era el único lugar no protegido por la armadura. 

La muerte de Viriato, (1890). José Villegas Cordero. Sevilla

Sin que nadie se percatara de lo ocurrido a causa de lo certero del golpe, escaparon al lado de Cepión y reclamaron la recompensa. Este en ese mismo momento les permitió disfrutar sin miedo de lo que poseían, pero en lo tocante a sus demandas los envió a Roma. 

Los servidores de Viriato y el resto del ejército, al hacerse el día, creyendo que estaba descansando, se extrañaron a causa de su descanso desacostumbradamente largo y, finalmente, algunos descubrieron que estaba muerto con sus armas. 

Al punto los lamentos y el pesar se extendieron por todo el campamento, llenos de dolor por él y temerosos por su seguridad personal, al considerar en qué clase de riesgos estaban inmersos y de qué general habían sido privados. Y lo que más les afligía era el hecho de no haber encontrado a los autores.

La muerte de Viriato. 1807. José de Madrazo. Museo del Prado

Tras haber engalanado espléndidamente el cadáver de Viriato, lo quemaron sobre una pira muy elevada y ofrecieron muchos sacrificios en su honor. La infantería y la caballería corriendo a su alrededor por escuadrones con todo su armamento prorrumpía en alabanzas al modo bárbaro y todo permanecieron en torno al fuego hasta que se extinguió. 

Una vez concluido el funeral, celebraron combates individuales junto a su tumba. Tan grande fue la nostalgia que dejó tras de sí Viriato, un hombre que, aun siendo bárbaro, estuvo provisto de las cualidades más elevadas de un general, era el primero de todos en arrostrar el peligro y el más justo a la hora de repartir el botín. Pues jamás aceptó tomar la porción mayor, aunque se lo pidieran en todas las ocasiones, e incluso aquello que tomaba lo repartía entre los más valientes. Gracias a ello tuvo un ejército con gente de diversa procedencia sin conocer en los ocho años de esta guerra, ninguna sedición, obediente siempre y absolutamente dispuesto a arrostrar los peligros, tarea esta dificilísima y jamás conseguida fácilmente por ningún general. 

Después de su muerte eligieron a Tántalo, uno de ellos, como general y se dirigieron a Sagunto, ciudad que Aníbal, tras haberla tomado, había fundado de nuevo y le había dado el nombre de Cartago Nova, en recuerdo de su patria. 

Cuando fueron rechazados de allí y estaban cruzando el río Betis los atacó Cepión y, finalmente, Tántalo exhausto, se rindió con su ejército a Cepión, a condición de que fueran tratados como un pueblo sometido. Los despojó de todas sus armas y les concedió tierra suficiente a fin de que no tuvieran que practicar el bandidaje por falta de recursos. Y de este modo acabó la guerra de Viriato.

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EPÍLOGO

En el Epítome de Justino, escrito a partir de la obra de Pompeyo Trogo, se insiste siempre en la moralidad del personaje, en su grandeza, su valentía, su moderación y su desinterés por los bienes materiales, aspectos en los que aún profundizarán más otros autores, en particular, Diodoro de Sicilia. 

Escribe Justino:

En el lapso de tantos siglos no tuvieron ningún gran jefe salvo Viriato, quien agotó a los romanos durante diez años con diversas victorias. Los habitantes de Hispania llevan a cabo hazañas desmesuradas más propias de fieras que de hombres incluso. A éste mismo lo siguieron no porque lo hubieran elegido de acuerdo con el criterio del pueblo, sino como sabio para protegerlos y experto en evitar los peligros. Fueron propias de él valentía y continencia, de tal manera que, aunque a menudo venció a los ejércitos consulares, a pesar de tantas hazañas, no alteró la condición de sus armas ni de sus ropas, ni, en definitiva, su manera de vivir, sino que había de conservar aquella vestimenta con la que había empezado a combatir al principio, de tal manera que cualquier soldado parecía más rico que el propio general.

Pertenecía éste, en efecto, a los lusitanos que viven junto al océano; pastor desde niño, estaba acostumbrado a la vida en la montaña, pues incluso lo respaldaba la naturaleza de su físico; también superaba de largo a los iberos en fuerza, en velocidad y en la agilidad del resto del cuerpo. Solía, por otra parte, tomar poco alimento, practicar mucho ejercicio y dormir lo estrictamente necesario; en general, como llevaba continuamente armas de hierro y entraba en lucha contra fieras y ladrones, llegó a ser conocido entre la gente, fue elegido jefe y pronto reunió una banda de salteadores a su alrededor.

Según Diodoro, Viriato procedía de algún lugar montañoso en la orilla del océano Atlántico, de manera que podríamos pensar que pertenecía concretamente al pueblo de los túrdulos opidanos, -un pueblo prerromano asentado entre los valles del río Guadiana y el Guadalquivir, llegando desde La Serena hasta la vega del Genil en Granada, aproximadamente entre la Oretania y la Turdetania, cuya capital fue el antiguo oppidum de Ibolca (a veces transcrito como Ipolka), conocida como Obulco en tiempos de los romanos, y que se corresponde con la actual ciudad de Porcuna, situada entre las provincias de Córdoba y Jaén-, afines a los lusitanos, aunque es difícil decir hasta qué punto. 

Por su modo de vida había desarrollado unas cualidades físicas excepcionales, como robustez, velocidad, resistencia, etc., que se añadían a un conjunto físico ya excelente, detalles en los que Diodoro coincide con Dión Casio.

Diodoro añade algunos detalles más, referidos a otras facultades y cualidades del héroe lusitano, como capacidad estratégica, justicia en el reparto del botín, etc. y añade que Viriato se proclamó dinasta, lo que probablemente quería decir jefe de aquella tierra:

Además, como adelantaba tanto en los combates, no sólo fue admirado por su fuerza, sino que se ganó fama, ante todo, por su habilidad estratégica. Era, por demás, justo en el reparto del botín y, según sus méritos, halagó con regalos a los valerosos. Por su ascenso se proclamó ya no salteador, sino dinasta y combatió a los romanos y los venció en muchas batallas, de manera que incluso derrotó en combate al general romano Vitelio con su ejército, lo tomó prisionero y lo mató con su espada; y consiguió muchos otros éxitos en la guerra, hasta que el general Fabio fue elegido para llevar la guerra contra él.

Y desde ese momento empezó su decadencia y no en escasa medida. Luego, habiéndose recuperado y ganado reputación sobre Fabio, lo obligó a llegar a unos tratados indignos de los romanos. Sin embargo, Cepión, a su vez, habiendo sido escogido para luchar contra Viriato, anuló los tratados y habiendo vencido a Viriato varias veces y luego habiéndolo reducido a un declive tan extremo que incluso buscaba la paz, lo hizo asesinar dolosamente por unos domésticos. Y habiendo atemorizado a Táutamo, el sucesor de Viriato en el mando, y a sus gentes, y habiéndoles impuesto las condiciones de paz que quiso, les dio tierra y una ciudad donde habitar.

Diodoro también habla de las bodas de Viriato, interpretando las prisas que demostró por retirarse llevándose a la novia:

En efecto, Viriato ni se dejó lavar ni se recostó para comer, aunque insistieron, sino que, estando la mesa llena de toda suerte de comida, cogió panes y carnes, y se los dio a los venidos con él y, habiéndose llevado un bocado de comida a la boca, mandó llamar a la novia. Pero después de sacrificar a los dioses y hacer lo acostumbrado entre los iberos, subió a la doncella a lomos de un caballo e inmediatamente partió camino de sus posiciones en las montañas. Pues era de la opinión de que la autosuficiencia es la mayor riqueza, de que la libertad es la patria y el bien más seguro es la superioridad nacida de la valentía. Este hombre era atinado en sus expresiones, supuesto que sus palabras irreprochables brotaban de una naturaleza autodidacta y recta.

Es conocida, también a través de Diodoro, otra anécdota de las bodas de Viriato, en que pregunta las razones que tuvo para emparentar con él a un tal Astolpas, el que probablemente sería su suegro, un hombre rico y respetado por los romanos:

Estando expuestos con ocasión de sus bodas muchos objetos lujosos, cuando tuvo bastante de su contemplación, Viriato preguntó a Astolpas. 

-“Entonces, viendo esto los romanos después de los banquetes en tu casa, ¿cómo se abstuvieron de tales riquezas, aunque podían apoderarse de ellas gracias a su superioridad?”.

Respondió Astolpas que, aunque muchos las habían visto, ninguno intentó cogerlas ni reclamarlas. “¿Así pues, dijo Viriato:

-Amigo, los poderosos te daban la confianza y el disfrute seguro de estos bienes, pero ¿los has abandonado y has querido ser pariente de mi rusticidad y vileza?”.

Era atinado en sus expresiones, como si sus palabras nacieran de una naturaleza autodidacta y recta. En efecto, los habitantes de Tica nunca mantenían sus decisiones, sino que se inclinaban a veces por los romanos y a veces por los partidarios de Viriato, y como actuaban así a menudo, se burló de ellos de una manera no carente de sabiduría y reprendió la inconstancia de su juicio, relatándoles la siguiente fábula:

Un hombre de mediana edad estaba casado con dos mujeres; la más joven, que se afanaba por que su marido se pareciera a ella, le arrancaba de la cabeza las canas y la vieja los cabellos negros; y el resultado fue que, arrancándole las dos el pelo, pronto se quedó calvo. Algo semejante iba a pasarles a los habitantes de Tica, pues, si los romanos mataban a los que les eran hostiles y los lusitanos aniquilaban a sus propios enemigos, pronto iba a quedar desierta la ciudad. Dicen además que expresó muchas otras opiniones con pocas palabras, siendo carente de instrucción y formado por su inteligencia práctica.

Además, lo caracteriza con un físico envidiable, aunque no tanto como su temperamento, detalles en que coincide con Diodoro:

Viriato era un lusitano de linaje oscurísimo de acuerdo con algunas opiniones, pero alcanzó la mayor fama por sus hazañas, pues de pastor llegó a ser bandido y después incluso general. Resulta que por naturaleza y por entrenamiento era el más rápido en la persecución y en la huida, y fortísimo en la lucha a pie firme. Y consumía con el mayor agrado el alimento que hallaba en cada ocasión y la bebida que encontraba, pasaba la mayor parte de su vida al aire libre y le bastaba el lecho que le ofrecía la naturaleza. Por este motivo resistía todo el calor y todo el frío y jamás sufrió por hambre ni padeció por otra incomodidad cualquiera, puesto que conseguía lo más imprescindible en cada una de las situaciones de necesidad que constantemente se presentaban, como si fuera la mejor solución. Pero aun siendo así su cuerpo por su propia naturaleza y por el ejercicio, lo superaba de largo en las virtudes del alma. En efecto, era rápido en pensar y realizar todo lo necesario y, a la vez, sabía qué debía hacer y reconocía la ocasión para ello; y era hábil para fingir que ignoraba lo más evidente y para saber lo más oculto. Además, como en toda ocasión actuó igualmente como general y como subordinado de sí mismo, no pareció ni modesto ni cargante; al contrario, con esa actitud había mezclado la debilidad de su familia y la consideración de su fuerza, hasta el punto de que no parecía ni peor que nadie ni mejor. Dicho en pocas palabras, se entregaba a la guerra no por ambición ni por poder o por ira, sino por las propias hazañas, y por esto fue considerado amante de la guerra y buen soldado.

Podemos desconfiar, por tanto, de algunas afirmaciones que se leen en el Pseudo Aurelio Víctor, en el sentido que Viriato fue primero mercenario y cazador, como tampoco parece muy creíble la afirmación de que lo asesinaron cuando se encontraba postrado bajo los efectos de la bebida:

Viriato, lusitano de origen, se hizo primero mercenario por pobreza, luego cazador por entusiasmo, por audacia salteador, finalmente jefe; emprendió la guerra contra los romanos y venció al general Claudio Unimano y luego a C. Nigidio. Prefirió pedir la paz a Popilio con el ejército indemne mejor que derrotado y, habiéndose escapado por otro lugar y habiéndose detenido las armas, reinició la guerra. Como Cepión no pudiera vencerlo de otra manera, corrompió con dinero a dos guardias suyos, que asesinaron a Viriato vencido por el vino. Esta victoria, como había sido comprada, no recibió la aprobación del senado.

Las Periochae de Tito Livio nos proporcionan el esquema y sirven además para datar su muerte en el año 139 a. C.: Viriato fue asesinado por obra de unos traidores por instigación de Servilio Cepión; muy llorado por su ejército y sepultado noblemente, fue un gran hombre y un gran jefe y durante los catorce años en que combatió a los romanos fue a menudo superior.

Mediante la lectura del epítome de Oxirrinco podemos añadir algún dato más: Audax, Minuro y Ditalcón, corrompidos por Cepión, degollaron a Viriato.

Tenemos, pues, los nombres de los asesinos, el móvil, el instigador y el modus operandi. Y en el resumen del año siguiente sabemos algo más del destino de los autores: Durante el consulado de P. Escipión y D. Junio, los asesinos de Viriato fueron expulsados de la ciudad y la recompensa les fue negada.

Floro no añade gran cosa ni tampoco Veleyo Patérculo: Después siguió la triste y vergonzosa guerra en Hispania contra Viriato, jefe de salteadores: fue llevada a cabo con variadas alternativas, aunque a menudo la suerte fue adversa a los romanos. Pero muerto Viriato más por el engaño que por la valentía de Servilio Cepión, estalló con mayor gravedad aún la guerra de Numancia.

A su vez, el testimonio de Valerio Máximo no aporta sino un análisis moral de los hechos, distinguiendo en ellos dos manifestaciones de perfidia: También la muerte de Viriato recibió una doble acusación de perfidia: contra sus amigos, porque fue asesinado por sus manos y contra el cónsul Q. Servilio Cepión, dado que, al prometerles impunidad, fue él el autor del crimen y no mereció la victoria, sino que la compró.

Diodoro de Sicilia, aunque discrepa en la identidad de uno de los autores, Nicoronte en lugar de Minuro. y altera los nombres de los otros dos; Audas y Ditalces en vez de Audax y Ditalcón; aporta una información muy importante acerca de su procedencia -la población de Orsón) y de la existencia de vínculos de amistad entre ellos. Refiere asimismo otras circunstancias de interés como el hecho de que actuaron al amparo de la noche y que el escenario del crimen fue la tienda de Viriato:

Audas, Ditalces y Nicorontes, de la ciudad de Orsón, allegados y amigos entre ellos, se percataron de que la supremacía de Viriato se agotaba por obra de los romanos y temieron por sus vidas, de modo que decidieron ofrecer a los romanos algún favor, que les procurase la seguridad… En efecto, cuando observaron que Viriato deseaba poner fin a la guerra, se ofrecieron para persuadir a Cepión de negociar sobre la paz, si Viriato los dejaba ir como embajadores para el cese de hostilidades. Como el dinasta consintió de buen grado, ellos se presentaron en breve plazo ante Cepión y, en el momento en que se ofrecieron a matar alevosamente a Viriato, lo persuadieron fácilmente de que les diera la impunidad. Pues bien, después de haber dado y recibido toda clase de garantías sobre el asunto, regresaron con rapidez al campamento; y como dijeron que habían persuadido a los romanos sobre la paz, consiguieron que Viriato albergase buenas esperanzas, esforzándose en alejar todo lo posible su pensamiento del verdadero motivo. Y como Viriato confió en ellos por su amistad, se introdujeron sin ser vistos en su tienda durante la noche y con sus espadas ocasionaron a Viriato las heridas oportunas; después saltaron fuera del campamento, siguieron una senda de la montaña y buscaron la salvación junto a Cepión.

En su versión Apiano insiste en que los asesinos fueron corrompidos por Cepión, es decir que su intención inicial no era asesinar a Viriato, sino negociar la paz por orden de Viriato: Viriato envió, para lograr un acercamiento, ante Cepión a sus más leales amigos, Audax, Ditalcón y Minuro, quienes, corrompidos por Cepión con grandes presentes y muchos ofrecimientos, le prometieron matar a Viriato.

Apiano, que da el detalle de que Viriato dormía armado, retoma la mención del hecho de que los criminales, sin los regalos que les había dado Cepión, fueron enviados a Roma, como leemos visto en el Epítome de Oxirrinco (LV). 

En Tito Livio y Apiano se encontraba ya la famosa frase “Roma no paga a traidores”. 

En el Breviario de Eutropio se desarrolla un poco más el concepto:

Y habiendo pedido sus asesinos la recompensa al cónsul Cepión, les fue respondido que a los romanos nunca les gustó que los generales fueran muertos por sus soldados.

De hecho, los asesinos volverían al campamento romano a cobrar la recompensa, pero, para entonces, Roma habría recuperado su nobleza moral, y, precisamente, Quinto Servilio Cepión, se negó a pagarles, diciendo; “Roma traditoribus non praemiat”, conocido como, “Roma no paga a traidores”, dejando claro que lo eran, pues se trataba de “amigos” de Viriato. 

La frase quedó muy firmemente asentada, a pesar de que la historiografía admite la posibilidad de que fuera una invención posterior, en cuyo caso, habría que preguntarse quién la inventaría y para qué, si no fue Roma, para intentar ocultar una acción vergonzosa; no olvidemos, que se trata del muy poderoso, invadiendo al muy débil, cuya fortaleza residía estrictamente en sus numerosas cualidades personales. ¿No encaja mejor la posibilidad de que semejante reacción ante crimen tan abyecto y cobarde, frente a un enemigo tan inferior, materialmente, pero tan superior en todo lo demás, fuera la reacción de la República romana para disfrazar el tamaño de su bajeza, llamando traidores a sus propios sicarios y eximiéndose así de buena parte de su responsabilidad? En fin, se da el hecho de que, en todo lo escrito sobre Viriato, sólo hay dudas acerca del acuerdo y la recompensa por su asesinato.

Finalmente, Orosio también alude al asesinato, recalcando que la indignidad de los asesinos no los hacía merecedores de premio alguno:

Viriato, sin embargo, habiendo derrotado durante catorce años a los jefes y al ejército romanos, fue asesinado por los engaños de los suyos, actuando de forma justificada los romanos respecto a él sólo en este aspecto: consideraron a sus asesinos indignos de recompensa.

El hecho de que Diodoro atribuya a Viriato los títulos de benefactor εὐεργέτης, [everyetis] y salvador, σωτῆρ, [sotír] eleva al lusitano a la altura de dioses y personajes mitológicos e históricos, dado que, en la Antigüedad fueron ostentados por divinidades, héroes de la mitología y monarcas.

Diodoro trata de reflejar, en definitiva, que los lusitanos consideraban a Viriato como a un ser excepcional cercano a los dioses y héroes del pasado. La actitud de Viriato en el reparto del botín, junto con su menosprecio de las riquezas, debió de resultar chocante, desde el punto de vista de los historiadores, en comparación con la actuación de los mandos romanos, que aprovecharon los cargos para enriquecerse, como hicieron Galba, Craso o Julio César, entre otros, sobre los que parecería que finalmente, cayó la maldición del rey Midas.

(Estas conclusiones se basan parcialmente en el estudio: Hispania: La verdad sobre Viriato, de Sebastián Martínez García).

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lunes, 16 de mayo de 2022

Johann Joachim Winckelmann ● El gran Neoclásico ● Pompeya y Herculano

Winckelmann. De Rafael Mengs, después de 1755. MET-NY

Stendal, Sajonia-Anhalt 9.12.1717-Trieste, 8.6.1768.

Se trata de un arqueólogo e historiador del arte, al que se considera como fundador de la Historia del Arte y de la Arqueología como disciplinas modernas. Recuperó la imagen de una sociedad helénica, fundada en la estética, a partir del ideal de la educación en la belleza y en la virtud, como referencia para la teoría que configuró el punto de partida del renovador espíritu neoclásico.

Desde finales de 1734 hasta 1738 estudió cultura griega en el Instituto Salzwedel de Brandeburgo, a partir de los textos de Johann Mathias Gessner (1691-1761), contenidos en la Chrestomathie, es decir, una colección de extractos de obras de Jenofonte, Platón, Teofrasto, Hesíodo y Aristóteles. La Crestomatía o “Aprendizaje de lo útil” ya se empleaba en la antigüedad clásica, pero, a partir del siglo XVI, se difundió su aplicación con fines didácticos, es decir, como como una antología de los mejores modelos literarios.

Jenofonte, Platón, Teofrasto, Hesíodo? y Aristóteles.

Después, en 1738, Winckelmann se matriculó en Teología, en la Universidad de Halle, donde permaneció dos años, gracias a una beca de la Fundación Schönbeck. Desde el principio, estudió Mitología Griega y trabajó con las obras de Epícteto, Teofrasto, Plutarco y Hesíodo

En Halle fue alumno de Joachim Lange (1670-1744), uno de los grandes representantes del pietismo, que fue tan trascendente en la formación de filósofos y escritores de la calidad de Immanuel Kant, Gotthold Ephraim Lessing, o Friedrich Hölderlin

En la primavera de 1741, después de haber trabajado durante un año, como instructor de niños de familias nobles, en Osterburg, se trasladó a Jena, donde estudió un año más, volviendo a su trabajo de preceptor particular en Hadmersleben, en 1742.

El año siguiente desempeñó una plaza de maestro en la escuela de Seehausen, en la que permaneció hasta 1748, es decir, cinco años, durante los cuales no abandonó su propia formación, de forma independiente. De este período sabemos que Homero se convirtió en su autor preferido, aunque no por ello se desatendió el estudio de la obra de Heródoto, Sófocles, Jenofonte o Platón

De 1748 a 1755 fue bibliotecario en el palacio de Nöthnitz, en Dresde, organizando la biblioteca de Heinrich von Bünau, que contenía 42.139 volúmenes, cifra que la coloca entre las más completas colecciones privadas alemanas del siglo XVIII.

Retrato de Winckelmann, por Angelica Kauffmann (1764). Kunsthaus, Zurich.

Por fin, en 1755 publicó Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Malerei und Bildhauerkuns, es decir: Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, ilustrado por su amigo Adam Friedrich Oeser. El estudio, alcanzó un reconocimiento internacional, pero de su edición solo se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Sajonia. 

Sin dar mayor trascendencia al asunto, decidió hacerse católico, y en tal condición marchó a Roma con el proyecto de estudiar las ruinas de la antigüedad in situ. Allí también trabajó como bibliotecario y conservador, en esta ocasión, de las colecciones del cardenal Albani, hasta que en 1763 fue nombrado presidente inspector de las Antigüedades de Roma.

Desde el primer momento, publicó estudios y reflexiones que ejercieron una notoria influencia sobre las teorías estéticas de la época. Por ejemplo, rechazaba el Barroco y el Rococó, en todos sus aspectos, porque concebía el ideal de la belleza, sobre todo, artística, como una realidad objetiva, es decir, como la que presentan las grandes obras de la Antigüedad; fundamentalmente, las griegas, que llegó a conocer muy a fondo, al igual que las romanas, durante el tiempo que trabajó en la Ciudad del Vaticano; estudios y observaciones que completó y “recreó” a través de sus visitas a las excavaciones de Herculano, Pompeya, y el Museo Real de Portici.

Villa Elboeuf, en Portici, hoy imagen de nostalgia y silencio.

Conviene destacar aquí, el hecho de que fue Carlos III de Borbón, como rey de Nápoles y Sicilia, antes de ser coronado rey de España, quien ordenó comenzar la excavación sistemática de las poblaciones sepultadas por la erupción del Vesubio del año 79: las citadas Pompeya, Herculano, así como Oplontis y las Villas Stabianas

Carlos III, como Rey de Nápoles y Sicilia; Dos Sicilias, por Giuseppe Bonito, Madrid, Museo del Prado. (Dep. en otra Inst.)

Pero no fue Winckelmann -también es necesario recordarlo-, el descubridor, sino el, sistematizador de aquellos descubrimientos, en el desarrollo de un trabajo que, justo es decirlo, sorprendió primero y entusiasmó después, al mundo entero. 

Lo cierto es, que todo partió de inesperado descubrimiento de Roque Joaquín de Alcubierre, director de obras del Rey Carlos VII de Nápoles, el que después sería Carlos III de España, gracias al cual muchos de los objetos descubiertos en las excavaciones pudieron ser estudiados y sistematizados por Johann Winckelmann (1717-1768), cuyos análisis permitieron las primeras periodizaciones de los estilos escultóricos y arquitectónicos de Grecia y Roma. Todo ello, más el estudio comparado y exhaustivo de otros factores, como, por ejemplo, condiciones climáticas, alimentación, vivienda, vestido, etc. permitirían, a partir de entonces, a Winckelmann y a otros investigadores, la realización de estudios completísimos, asociando el arte con formas de vida y costumbres en la antigüedad, mediante su comparación con lo escrito por los autores más representativos. 

ROQUE JOAQUÍN DE ALCUBIERRE (1702-1780).

Nació en Zaragoza, probablemente un 16 de agosto de 1702, donde cursó sus primeros estudios, antes de ingresar, como voluntario, en el ejército, pasando a formar parte del Real Cuerpo de Ingenieros Militares, recientemente creado. Allí, con el apoyo del Conde de Bureta, obtuvo destinos importantes entre 1731 y 1733, como “encargado de las obras que se ejecutaron en ella, así sobre aquellos ríos, baluarte de Santa María y otras fortificaciones”; en Gerona, Barcelona, Madrid, y, como delineante, en Balsaín, bajo las órdenes del Ingeniero Jefe, Andrés de los Cobos. En 1738 marchó a Italia, como capitán y en 1777 ya figura como Mariscal de Campo

Alcubierre murió en Nápoles el 14 de marzo de 1780, y fue enterrado en el Panteón de los Castellanos de la capilla del Castillo-Torreón del Carmen, adosado a la muralla aragonesa de Nápoles, en las inmediaciones de la Plaza del Mercado, hoy desaparecido, del que era Gobernador.

El Príncipe de Conti dijo de él, que, “A pesar de sus errores imputables a la falta de experiencia y de formación arqueológica, sus méritos eran inmensos”.

Casa de los Vettii, en Pompeya; uno de los descubrimientos de Alcubierre.

En 1738, en el curso de los trabajos de prospección para la edificación del Palacio de Portici, por encargo del rey de Nápoles, Carlos de Borbón, halló los restos de la ciudad romana de Herculano. Desde ese momento solicitó, con insistencia, al rey, el permiso para seguir adelante con excavaciones a gran escala, lo que le fue otorgado el mismo año, aunque fue dotado con escasos medios humanos y materiales, de modo que no fue, sino con enormes dificultades y grandísimo esfuerzo, como descubrió el teatro de la antigua Herculano, al que siguieron las increíbles pinturas murales. 

A partir de entonces, los hallazgos se multiplicaron.

Trabajos en los Templos de Pompeya en el siglo XVIII. De Pietro Fabris (1740-1792).

En 1748 inició las prospecciones de la ciudad antigua de Pompeya, que ofreció, como valor definitivo, el hecho haber encontrado escenas de la vida romana tal y como fue, puesto que sus habitantes fueron sorprendidos, como en una instantánea fotográfica, y así quedaron sepultados entre lava y ceniza del Vesubio. Una terrible tragedia, se convertía así, en fuente inestimable de conocimiento.

Estos hallazgos; documentos de la vida diaria, provocaron un cambio radical en el concepto de las excavaciones arqueológicas, en las que, hasta entonces, no se miraba más allá de la posibilidad de recuperar obras artísticas y objetos lujosos para destinarlos a colecciones, exclusivamente, privadas o reales.

Alcubierre excavaría posteriormente las villas de Asinio Pollio, en Sorrento, y otros restos en Capri, Pozzuoli y Cumas.

Philipp Jakob Hackert, Puerta de Herculano en Pompeya. 1794. Künste de Leipzig.

Sin embargo, a partir de 1750 empezaron a surgir disensiones entre Alcubierre y algunos de los estudiosos que trabajaban bajo sus órdenes,- fundamentalmente, con Karl Jakob Weber-, asunto que terminó con la pérdida de la responsabilidad del aragonés, al frente de las excavaciones. Fue, asimismo, criticado por el propio Winckelmann, todo lo cual, contribuyó a hacer caer en el olvido los innegables méritos de Alcubierre, quien, posiblemente estuviera más habituado a la disciplina militar, que no admite réplica, que a la de un investigador arqueólogo propiamente dicho, acostumbrado a actuar en equipo.

“Alcubierre era un hombre autoritario, más ambicioso que interesado en las excavaciones, que solo contemplaba como medio para satisfacer los caprichos coleccionistas del Rey de Nápoles. Toda la correspondencia que mantuvo con el Monarca deja entrever su empeño a la hora de conseguir medios para iniciar y continuar las excavaciones en Herculano y Pompeya, recordando siempre a sus valedores las fatigas y los trabajos realizados en las mismas:

 (…) “Habiendo muchos años que puedo asegurar no haber tenido casi un día de reposo, pensión del empleo mío y, sobre todo, que es lo que ahora más contribuye, el que atado con una cuerda he bajado más de 200 veces por un pozo a las excavaciones, exponiendo salud y vida por el gusto que conocía tenían S.M y V.E. de lo que se iba encontrando”. Carta dirigida al Rey de Nápoles.

(…) Habiéndome encontrado en las nuevas grutas donde se ha empezado a excavar, vecino al Vico del Mar de Resina, una figura muy sana y muy curiosa de metal, la cual parece estaba situada en algún ángulo, la paso a manos de V.E. a fin que V.E. pueda presentarla a Su Majestad. También paso a manos de V.E. el lugar donde se han encontrado inscripciones, estatuas, columnas, metales y otras piedras halladas en estas excavaciones. (…). Carta dirigida al Marqués de Salas.

Pronto fue objeto de críticas por parte de sus colaboradores como es el caso del suizo Carlos Weber (ingeniero asignado como su subalterno en 1750), quien falleció en 1764, siendo sustituido por el ingeniero romano-español Francesco de la Vega, también muy crítico con Alcubierre. Las mayores críticas vinieron de Winckelmann, quien “escribió una carta al Conde de Brühl, hijo del Ministro de Sajonia, que contenía una enérgica protesta por los métodos empleados y en la que acusaba a la Corte de Nápoles de no facilitar el conocimiento del yacimiento a visitantes y eruditos”, con lo que consiguió apartarlo de sus responsabilidades al frente de las excavaciones. 

Algunos le consideran uno de los primeros arqueólogos por el trabajo sistemático realizado en Pompeya y Herculano, pero entonces fue acusado de simple “anticuario” para abastecer el museo del rey, más que como arqueólogo. Se podía decir que se desentiende del contexto.”

Antes que Alcubierre, también el arquitecto Fontana había hallado un yacimiento a mediados del siglo XVI, pero no le dio la importancia, porque creyó que no se podía excavar; ¿quién iba a imaginar que se trataba de las ruinas de Herculano?

Plinio el Joven dice que la catástrofe de Pompeya, Herculano y Estabia se produjo en agosto, pero las más recientes investigaciones sitúan la erupción ya en otoño. En cualquier caso, Herculano quedó sepultada bajo un aluvión de ceniza y lava, que, en algunos puntos, alcanzó veintiséis metros de espesor, y Pompeya y Estabia quedaron bajo escombros de ceniza, lapilli y fragmentos de piedra pómez. Los vapores de azufre asfixiaron a muchos de los que no pudieron escapar, quedando petrificados tal como fallecieron, muy probablemente, “dormidos”. Fueron pocos los que lograron ponerse a salvo. Durante siglos, las tres ciudades cayeron en el olvido, creyendo que no había quedado ni rastro de ellas.

Y así permanecieron hasta la llegada de Alcubierre. “para la inmensa mayoría de mi gremio y del de restauradores, el padre de la Arqueología, ya que fue el primero en desenterrar una ciudad antigua”, escribió Corrado Donati, Arqueólogo del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Los primeros trabajos de Alcubierre tuvieron lugar en Cataluña y Madrid. Después se desplazó al Sur de Italia para realizar prospecciones en una finca de la localidad de Portici, cercana a Nápoles, también propiedad del, entonces, futuro rey Carlos III, que entonces, como sabemos, lo era de Nápoles y Sicilia.

“Fue precisamente en esos momentos cuando el ingeniero zaragozano pidió permiso al rey para que se le dejase investigar, junto a un par de compañeros, la zona del pozo Nocerino, donde con anterioridad se habían hallado esculturas. Es más, tuvo que insistir fervientemente para poder llevar a cabo una excavación a gran escala, dada la escasez de herramientas y de personal disponible”. Declaró Michael Longstreem, Comisario de Arte Antiguo en el Metropolitan Museum de Nueva York.

Hasta entonces, ese tipo de búsquedas solo tenían como objetivo hallar objetos de lujo de civilizaciones anteriores. “Es en ese momento cuando la información del pasado se antepone a los hallazgos lujosos”, concluye Longstreem.

La pista para proceder con la excavación a gran escala fue el descubrimiento, el 11 de diciembre de 1738, de una inscripción epigráfica que permitió identificar la ciudad que se hallaba bajo sus pies: Herculano.

Las excavaciones fueron muy dificultosas, como se puede deducir, pues la ciudad estaba sepultada bajo una capa solidificada de lava volcánica que, en algunos puntos, tenía 26 metros de espesor, como se ha dicho. Pese a ello, lograron sacar a la luz el teatro y diversas pinturas murales de algunas viviendas.

En 1748 empezaron los trabajos en un lugar cercano, del que se recuperaron centenares de piezas, pero no fue hasta 1763 cuando se dedujo que se trataba de Pompeya, gracias a una inscripción hallada, en la que figuraba el nombre oficial de la ciudad, Res Publica Pompeianorum. Habían pasado ya catorce años de intensos trabajos, según el citado Donati.

A partir de entonces, los hallazgos se multiplicaron, lo que llevó a Alcubierre a convencer al rey para que ampliara el área de excavación. En 1748 empezaron los trabajos en una zona cercana que, a diferencia de Herculano, no estaba cubierta de lava sino de ceniza solidificada y pequeñas piedras volcánicas. Aun sin conocer de qué ciudad se trataba, en 1756 ya habían sido recuperadas 800 frescos, 350 estatuas, un número indeterminado de cabezas y bustos, 1.000 vasos, 40 candelabros y más de 800 manuscritos antiguos.

Carlos III, c. 1765. De Antón Rafael Mengs. Museo del Prado

Bajo la dirección de Alcubierre se recuperaron, el Anfiteatro, la Vía de los Sepulcros, los restos de la Villa de Cicerón, la Finca de Julia Félix, la Villa de Diomedes y el Templo de Isis; primer santuario egipcio que se pudo contemplar en Europa, entre otras joyas de la Historia que, poco a poco, empezaron a llamar la atención de estudiosos y de algunos visitantes que acudían a contemplar los edificios y esculturas, así como los primeros frescos que, como algo portentoso, aparecieron a la vista. 

Es preciso reincidir en la idea de que, en realidad, la ciudad había sido ya descubierta en 1550, por el arquitecto Fontana, cuando intentaba encauzar en un nuevo curso el río Sarno. El problema fue que, en aquel momento, no se dio la debida importancia a los restos hallados, suponiendo que, tanto Pompeya como Herculano eran irrecuperables, de modo que ambas ciudades esperaron 150 años más, hasta que la loable insistencia de Alcubierre, consiguió que Carlos III apoyara los trabajos necesarios para sacarlas de la oscuridad y el olvido.

Mosaico del siglo I hallado en Pompeya que representa a la Academia de Platón.

Alcubierre trabajó también en el área de Gragnano, y descubrió, en 1740 la tercera ciudad destruida por el Vesubio, Estabia, la más pequeña. En esta ocasión, se antepuso el estudio del mundo antiguo y la arqueología, a la búsqueda de tesoros. Incluso para los viajeros de la época, empezó a resultar sumamente atractivo conocer la vida cotidiana de los romanos mediante los frescos y otros muchos detalles que fueron apareciendo, a través de los cuales hemos podido saber de su arquitectura, urbanismo, formas de ocio, espacios religiosos, mobiliario e incluso, de la alimentación de la época, con todo lo cual se produjo un salto cualitativo con respecto a los conocimientos que se disponía hasta entonces.

Tras el fallecimiento de Roque Joaquín de Alcubierre y la partida a España de Carlos III, el íntimo colaborador del primero, Francisco de la Vega, se ocupó de continuar con las excavaciones. Techó construcciones con objeto de preservar pinturas y mosaicos y trasladó algunos objetos y frescos al museo que, al efecto, se creó en el palacio de la localidad de Portici.

Fue de la Vega, quien, con el apoyo de la Archiduquesa austríaca María Carolina, posteriormente, reina consorte y gobernante de hecho, de Nápoles y Sicilia, trasladó al papel los planos de la muralla de Pompeya y de las calles más importantes de la antigua urbe, junto a su Foro.

Teatro Grande Pompeya. F. Fdez. Murga: “Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia”. Salamanca, 1989

Los Borbón hicieron publicar las primeras guías de la ciudad, con planimetrías y dibujos, entre las que destaca la obra de François Mazois: Les ruines de Pompéi. 

Durante las siguientes décadas, otras ruinas fueron apareciendo, como la famosa Casa del Fauno, con su mosaico de la Batalla de Issos, entre Alejandro Magno y Darío, así como la llamada Casa del Poeta Trágico, de la que conocemos bien el mosaico que representa un perro encadenado, con el aviso, Cave Canem -Cuidado con el perro-, que se convirtió en una especie de icono de Pompeya. (Fuente: La Vanguardia, 2021).

Alejandro. Casa del Fauno. Copia romana del original Helenístico de Philoxenos de Eretria.

Casa del Poeta Trágico. ¡Cuidado con el Perro!


Diferentes luces sobre el Forum de Pompeya

Con objeto de amenizar la lectura de carácter estrictamente arqueológico, recordaremos la tradición, según la cual, el descubrimiento de Herculano y Pompeya, fue consecuencia de un acontecimiento fortuito. 

Los reyes de Nápoles; Carlos VII, III de España, y María Amalia de Sajonia salieron a pescar un día, en mayo de 1737 y, sorprendidos por una tormenta, se refugiaron en el puerto del Granatello, al sureste de Nápoles. Encantados por la belleza del lugar decidieron construir un palacio allí; el Palacio Real de Portici; sería en el transcurso de su construcción, cuando el ingeniero Roque Joaquín de Alcubierre, descubrió Herculano en 1738 y Pompeya en 1748.

Andando el tiempo, Portici sería elegido de forma entusiasta, por el pintor Mariano Fortuny, como objeto de varias de sus obras -en este caso, dos paisajes-, uno de las cuales, se encuentra en el Museo del Prado, y el otro, en el Meadows, de Dallas, desde principios de 2018.

Mariano Fortuny Marsal, retratado por Federico Madrazo y Kuntz. 1867. MNAC

M. Fortuny Marsal: Paisaje de Portici. 1874. Acuarela, Aguada de pigmentos opacos [gouache, témpera] sobre papel, 460 x 320 mm. MNP. No expuesto. -Playa de Portici, su última obra. 1874. Meadows, Dallas. USA.

Admirado por tamaño descubrimiento, el rey fomentó las primeras excavaciones “arqueológicas” y en 1758 fundó un museo en el propio palacio, el Museo Ercolanense, que alcanzaría tal fama y sería tan esencial para la difusión del gusto neoclásico en toda Europa, que Goethe lo calificó de “Alfa y Omega de todas las colecciones de antigüedades”. Sin embargo, pese a la fama, el estudio y la difusión de las fabulosas antigüedades, con frecuencia, el trabajo de investigación, tuvo que hacerse “a pesar de” Carlos VII; su hijo Fernando IV; el director Alcubierre y toda una retahíla de “conservadores” y funcionarios palatinos.”

En primer lugar, no hay que olvidar que, en realidad, los yacimientos habían sido descubiertos, sin saberlo, por el príncipe de Elboeuf a principios del mismo siglo, también durante la construcción de su villa de recreo, la Villa d’Elboeuf. Pero no siendo un erudito, el príncipe se había dedicado a decorar su casa con las antigüedades encontradas y a regalarlas a importantes personalidades de la época como el príncipe Eugenio de Saboya o el rey Luis XV de Francia.

Asimismo, pese a su celebridad, Pompeya y Herculano, no son “testigos exclusivos”, pues se inscriben en una larga lista de colecciones de antigüedades y descubrimientos que también fueron esenciales en la configuración del gusto neoclásico, algo que ejemplifican, el Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato, el Museo Pío-Clementino o la colección de la Villa Borghese

Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato

Palacio Imperial de Diocleciano en Spalato. Templo de Júpiter

Museo Pío Clementino: Niños jugando con nueces. Sarcófago del siglo III. Chiaramonti. Vaticano

Domenico Montelatici: Villa Borghese fuori de Porta Pinciana, Roma 1700

Villa Borghese. Jardín del lago, con el Templo de Asclepio.

Los descubrimientos en las afueras de Nápoles tuvieron siempre dos características únicas: la cantidad de piezas que se hallaron, y el magnífico estado de conservación en el que se encontraban las pinturas.

Sin embargo, como ya hemos dicho, el acceso a las colecciones del palacio de Portici siempre fue, cuando menos, problemático. En 1739, apenas un año después del descubrimiento, un viajero destacaba que le enseñaron la colección personas “malhumoradas y hurañas”. El célebre Winckelmann, por su parte, pudo inspeccionar con calma la colección solo después de un extenuante papeleo. Goethe, en su visita de 1787, recibió la prohibición expresa de dibujar cualquier pieza, aunque años antes, en 1775 se había empezado a tolerar que los visitantes pudieran tomar notas bajo la estricta vigilancia de un ujier. Así, la difusión de todas esas piezas tuvo que hacerse “a pesar de” sus dueños y muchos viajeros publicaron grabados de las mismas hechos de memoria, como Cochin en sus Lettres sur les peintures d’Herculanum (1751) o el Marqués de Caylus con su Recueil d’antiquités - Compendio de AntigÜedades, (1752). Evidentemente, estos recopilatorios atendían más a los valores artísticos en sí mismos, que a los testimonios arqueológicos que representaban

Anne-Claude-Philippe de Tubières-Grimoard Levieux de Pestels de Lévis, conde de Caylus, que además era marqués d’Esternay y barón de Bransac (1692-1765), fue un anticuario, proto-arqueólogo, hombre de letras y miembro de la Académie Royale de Peinture et de Sculpture, así como de la des Inscriptions

Entre sus obras dedicadas a las antigüedades destaca el Compendio: “Recueil d’antiquités égyptiennes, étrusques, grècques, romaines et gauloises” profusamente ilustrado (6 vols., París, 1752-1755), que se convirtió en la fuente del conocimiento del arte neoclásico durante el resto del siglo. 

Caylus, retratado por Alexander Roslin. Museo Nal. Varsovia

Caylus fue un excelente grabador y copió muchas pinturas de los grandes maestros. En 1757 publicó “Tableaux tirés de l’Iliade, de l’Odyssée, et de l’Enéide” – Cuadros sacados de la Ilíada, La Odisea y La Eneida.

En su obra, Historia del Arte de la Antigüedad, de 1764, distingue cuatro fases en el arte griego: el estilo antiguo, el estilo elevado, el estilo bello y la época de los imitadores, que tienen siempre validez, pero que vienen a representar los estilos: Arcaico; Primer Clasicismo del siglo V a. C.; Segundo Clasicismo del siglo IV a. C., y, finalmente, estilo Helenístico.

Villa de los Misterios/ Villa dei Misteri. Frescos.

Tras la fundación del museo en 1758, Carlos VII tomó la iniciativa de difundir las piezas, pero a su manera. Lo hacía a cuentagotas y no quería que nadie lo hiciera por él, mostrando un notorio recelo al respecto, en pleno siglo de la Ilustración. La publicación en 1750 del estudio, Admiranda Antiquitatum Herculanensium, de Antonio Francesco Gori, un erudito florentino, enfadó al monarca, “que no quería que se estudiase en Florencia lo que él deseaba que permaneciese oculto”. 

Por otra parte, con ocasión de la fundación del museo, el rey patrocinó la edición de una “guía oficial” del mismo; ocho enormes y lujosos volúmenes con detallados grabados que se publicaron entre 1757 y 1792. Pero dichos volúmenes de Antichità di Ercolano esposte, no llegaron al público; el rey se reservó el derecho de regalarlos en exclusiva, a quien considerara oportuno, en consecuencia, a eruditos y personalidades varias, interesadas en la Arqueología, no les quedó otra opción, que pelearse por ellos.

La Calle de la Abundancia, en Pompeya, presenta gruesos bloques sobre el nivel del suelo, preparados para poder atravesarla, a pesar de la lluvia.

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Todo este bagaje sirvió finalmente a la misión que Winkelmann se había propuesto: re-formar el gusto de la intelectualidad de Occidente, con la fórmula que encontró para caracterizar lo esencial del arte griego, "noble simplicidad y serena grandeza", que, a su vez, inspiró a artistas como Jacques-Louis David, Benjamin West y Antonio Canova.

Jacques Louis David, París, 1748-Bruselas, 1825. Autor de obras como esta: Muerte de Sócrates. MET. NY

Benjamin West - The Artist and His Son Raphael. Yale Center Brittish Art. -Su obra, Cicero Discovering the Tomb of Archimede - 1963.49 - Yale University Art Gallery

Antonio Canova y sus Tres Gracias. Hermitage. S. Petersburgo

De mismo modo, su trabajo ejerció una beneficiosa influencia en teóricos del arte y escritores alemanes como Lessing, Goethe y Schiller.

G. E. Lessing, J.W. Goethe y F. Schiller

La fecha de nacimiento de Winckelmann, 9 de diciembre de 1717, es para muchos arqueólogos del mundo clásico, así como algunos Institutos de arqueología, “El día de Winckelmann”.

El Neoclasicismo, pues, que se extendió por Europa durante el siglo XVIII y parte del XIX, debe mucho a este autor, cuya idea principal era, que el arte clásico, griego y romano, había conseguido la perfección, y como tal debía ser recuperado literalmente, porque según él: ”La única manera de llegar a ser grandes, si es posible, es con la imitación de los griegos.”

Su obra maestra, la Geschichte der Kunst des Altertums -Historia del arte de la Antigüedad, publicada en Dresde en diciembre de 1764, con fecha de 1763, pronto fue reconocida como una importantísima contribución para el estudio de las obras de arte de la Antigüedad. En este trabajo, el arte antiguo es considerado como el producto de ciertos círculos políticos, sociales e intelectuales que fueron la base de la actividad creativa y el resultado de una sucesiva evolución. De este modo, funda su partición cronológica, desde el origen del arte griego al Imperio romano, en un análisis estilístico; un trabajo exhaustivo, denso y muy documentado, en el que, lógicamente, dado el escaso o nulo conocimiento del asunto en su época, se hallan algunos errores considerables -pero no muchos-.

Historia del Arte Antiguo. Dresde, 1764

Un error, por ejemplo, en el que Winckelmann incurre, del que ya hemos hablado, -y que hasta cierto punto, persiste-, en su veneración por la escultura griega, es su valoración de la blancura del mármol como uno de sus mayores encantos. Pero desde finales del siglo XIX se sabe, sin sombra de duda, que las estatuas de mármol griego, al igual que los templos, estaban completamente cubiertos de color -sobre todo rojo, negro y blanco-. Al tratarse de sustancias naturales; tierras, tintes vegetales y animales-, eran inestables y solubles, por lo que desaparecieron debido al paso del tiempo y a la acción del clima, dejando, como mucho, algunas trazas, prácticamente invisibles, como ocurre con las esculturas del mismísimo Partenón de la Acrópolis de Atenas.

Dionisos, de Fidias, de un frontón del Partenón, que hoy sigue en el Museo Británico.

Winckelmann idealizaba la figura humana desnuda, preferentemente masculina; lo perfecto para él, era un desnudo de Fidias del Partenón; las esculturas que siguen el Canon de Policleto; los atletas de Lisipo y, ¿cómo no? los modelos de Praxíteles. En Reflexiones sobre el arte griego en la pintura y la escultura, imagina la «belleza ideal» capturada en las blancas estatuas, cuyos cuerpos correspondían a «verdaderos» atletas de la época, lo que habría sido el resultado de la práctica de un ejercicio físico intenso. Imagina al «espartano» como un hombre excepcional, “que en su infancia fue siempre libre; a la edad de siete años dormía en la tierra desnuda, educado en la lucha y la natación”. Así, los cuerpos espartanos, habrían conseguido su aspecto mediante el ejercicio y fueron los ideales masculinos que los escultores reprodujeron en las estatuas.

Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la Pintura y la Escultura. 1885

La idea fundamental de su teoría es que la finalidad del arte es la belleza pura, y que este objetivo solo puede lograrse cuando los elementos individuales y los comunes son estrictamente dependientes de la visión global del artista. El verdadero artista selecciona los fenómenos de la naturaleza adaptándolos a través de la imaginación, con la creación de un tipo ideal de belleza masculina, que se caracteriza por “edle Einfalt und stille Größe” -noble simplicidad y serena grandeza-, un ideal sobre estereotipo masculino, por supuesto, en el que se mantienen las proporciones naturales y normales de elementos tales como los músculos y las venas, sin romper la armonía del conjunto. Para forjar estas teorías estéticas, además de las obras de arte que él había estudiado -en gran parte copias romanas que erróneamente consideraba originales-, se basó en la información dispersa que sobre el tema se podía encontrar en las fuentes antiguas. Su amplio conocimiento y activa imaginación, le permitieron ofrecer sugerencias, basadas, a veces, en deducciones, que resultaron útiles para los períodos de los que entonces se tenía poca información directa.

Muchas de aquellas conclusiones, como se ha advertido, se basaron en el estudio y la observación de copias romanas de originales griegos, aspectos que han sido superados en gran parte; pero el verdadero entusiasmo por las obras, su estilo literario, en general agradable y sus vívidas y entusiastas descripciones, hacen su lectura útil e interesante. Sus contemporáneos percibieron el trabajo de Winckelmann como una revelación y ejerció una profunda influencia en las mentes más brillantes de la época; Lessing, halló en las primeras obras de Winckelmann la inspiración para su estudio sobre el grupo escultórico de Laocoonte de la Eneida de Virgilio, inmerso en la tragedia previa a la caída y destrucción de Troya.

Groupe du Laocoon, œuvre des Rhodiens, Agésandre, Athénodore et Polydore. IIe ou Ier siècle, av. J.-C.,musée Pio-Clementino, Vatican

Los principios de crítica literaria y estética de Lessing, quedaron expuestos en numerosas obras, entre las cuales, la más famosa es su Laocoonte, de 1766, cuyo objetivo era determinar los límites entre las artes plásticas y la poesía. Lessing asegura que la primera ley del arte, es la belleza y que la característica particular de la poesía, es la acción. Testigo de su aserto, el grupo al que nos referimos, descubierto en Roma, en 1506, aun cuando se dice que está lejos de ser una traducción fiel de la escena descrita en La Eneida. El poeta, dice Lessing, trabaja para la imaginación y el escultor, para el ojo, que no puede imitar la realidad, sino faltando a las leyes de lo bello, en tanto que el poeta, desarrolla la acción completa.

No podemos olvidar, que el mismo asunto había sido abordado por El Greco, en una obra, en este caso, al parecer, inspirada sólo en el arte, o, tal vez, no sólo... en 1610.

Greco, 1610-14. Laocoonte. NGA, Washington

Winckelmann aseguraba que, para muchas obras de arte relacionadas con la historia de Roma, la primera fuente de inspiración se encontraba en Homero.

Parece demostrado que la mejor biografía de Winckelmann, es, o sigue siendo, la de Carl Justi: Winckelmann und seine Zeitgenossen - Winckelmann y sus contemporáneos.

Winckelmann en el Círculo de Eruditos de la Biblioteca del Castillo Nöthnitz. De Theobald von Oer. Biblioteca Estatal y Universitaria de Sajonia, Dresde. 1874

Winckelmann, basándose en los trabajos del arriba citado Conde de Caylus, contribuyó de forma trascendente, a establecer el verdadero concepto de la Arqueología como ciencia, ya que la misma, por entonces, no era sino un pozo sin fondo, destinado a ofrecer sus dones a coleccionistas con capacidad económica para adquirirlos.

Johann Joachim Winckelmann, de Ferdinand, Hartmann, a partir del retrato de Angelika Kauffmann. 1794. Gleimhaus in Halberstadt; Old Literary Museum, Germany.

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