Vista del alcázar Real y entorno del Puente de Segovia. anónimo. c. 1670.
Museo Sumaya. México.
El Alcázar de Madrid fue construido por el Emir Omeya Muhammad I de Córdoba (823–886), sucesor de Abderramán II. Tras derrotar a los rebeldes toledanos en 871, decidió construir murallas y fortalezas defensivas en la zona fronteriza, entre ellas, esta de Madrid.
Reconstrucción de la ciudad de Magerit en el s. X
Recuperada la zona y el castillo por Alfonso VI, en 1085, levantó una nueva muralla de torres semicirculares, aprovechando, sin duda, la construcción anterior, en la que se dispusieron cuatro entradas o puertas, llamadas, de Balnadú, de Guadalajara, Puerta Cerrada y Puerta de Moros.
Nuevos pobladores cristianos, acudieron a instalarse en la zona segura tras las murallas, agrupándose en torno a varias iglesias. En 1202 ya se tiene noticia de las de Santa María, San Andrés, San Pedro, San Justo, San Salvador, San Miguel de los Octoes, San Juan, San Nicolás, San Miguel de la Sagra y Santiago.
Fuera de las murallas, Alfonso VI fundó el Monasterio Cluniacense de San Martín, en 1125, cuyas edificaciones amplificaría su hijo y sucesor, Alfonso VII. Con el tiempo, a su alrededor fue creciendo el primer arrabal de lo que sería la ciudad de Madrid.
El Alcázar fue adaptado como residencia familiar y sede de la Corte con los reyes Trastámara, pero fue ya Carlos V quien ordenó una primera reforma notable, con ampliación del edificio, en 1537, que en cierto modo, terminó Felipe IV en 1636, por cuya orden, Juan Gómez de Mora cambió el aspecto exterior del edificio que, finalmente, sería destruido por las llamas el día 24 de diciembre de 1734, reinando ya el primer Borbón, Felipe V, quien se encargó de la construcción del actual Palacio de Oriente, sobre las ruinas del viejo Alcázar.
Aunque no es difícil imaginar su disposición y aspecto general, parece que no existen imágenes del primitivo Alcázar del siglo IX, aunque sí se conservan en gran número, a partir de las reformas efectuadas por Carlos I, en 1537.
La imagen de arriba, fragmento de J. Cornelius Vermeyen está datada en 1534, es decir, tres años antes de las primeras reformas llevadas a cabo por el Emperador. Las dos torres o cuerpos principales, muy probablemente se corresponden con la estructura de la primera fortaleza. Es el primer dibujo que se conserva del Alcázar.
Esta pintura del siglo XVII, muestra con claridad la gran diferencia entre la fachada Sur –derecha–, que es la de Juan Gómez de Mora, de 1636, y la Oeste, a la izquierda, que probablemente corresponde al alcázar primitivo.
Fueron pues, los reyes Trastámara de Castilla, entre 1369 y 1555 los que habitaron con más regularidad en el Alcázar, que también emplearon como sede para las reuniones de las Cortes. Enrique III añadió algunas torres, siendo Juan II, su hijo, quien mandó construir la Capilla Real y la llamada Sala Rica, en la fachada Este, ampliando con ello la superficie ocupada por el antiguo edificio.
Pero fue Enrique IV el que con más frecuencia residió en el Alcázar, en el que, además, nacería su única hija, Juana, el 28 de Febrero de 1462, a la que su tía Isabel –la que después sería Isabel I de Castilla–, hermana de padre de Enrique IV, le disputaría el trono de Castilla. En el transcurso de sus luchas por la reclamación del trono, los partidarios de Isabel, pusieron sitio al Alcázar, resultando de ello considerables daños en el edificio.
Ya bajo el reinado de Carlos V, entre 1520 y 1522, de la Guerra de las Comunidades, resultaron nuevos destrozos, que más tarde darían lugar a la “remodelación” prevista por el Emperador, y que sería la primera de cierta magnitud en el devenir del viejo Alcázar que, para entonces, ya contaba casi siete siglos.
El Alcázar de Madrid c. 1534. Jan Cornelisz Vermeyen. Metropolitan Museum de Nueva York. Estampa completa.
La torre del centro, es la del Homenaje; a la derecha la del Bastimento, y la iglesia que aparece entre ambas, es la de San Miguel de la Sagra, que desapareció a mediados del siglo XVI. Un puentecillo de madera, al pie de la Torre del Bastimento, permitía salvar el foso que rodea el conjunto.
Antes de 1536, don Carlos ya había dispuesto fondos para labrar y pintar çiertas salas del dicho Alcaçar; se refería, precisamente, a mejorar las anteriores obras llevadas a cabo por los Trastámara, todas ellas afectando exclusivamente al interior del castillo.
A finales del 1537 Carlos V volvía disponer fondos; en este caso, para los alcázares de Toledo y Sevilla, además el de Madrid. Los arquitectos Alonso de Covarrubias y Luis de Vega, debían mirar, trazar y hacer las obras que conviniesen en los dichos alcázares.
Vega o Covarrubias. Planta del Alcázar de Madrid, c. 1537
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Y, al parecer, de acuerdo con los planos existentes, el objetivo en Madrid era: ampliar el edificio hacia el Este; centrar la fachada –al estilo italiano-, entre las dos torres; disponer dos patios interiores –llamados del Rey y de la Reina-, separados por una crujía, en la que se encuentra la Capilla Real.
Es posible que Carlos V hubiera decidido emprender aquellas obras con el objetivo de fijar su residencia en Madrid, algo que -suponiendo que alguna vez lo hubiera pensado en realidad-, nunca llegó a hacer. Tal objetivo parecía más bien destinado a su hijo y sucesor, Felipe II, de carácter más sedentario.
El Rey Católico, juzgando incapaz la habitación de la ciudad de Toledo, ejecutando el deseo que tuvo el emperador su padre de poner su Corte en la Villa de Madrid, y con este intento hizo palacio el alcázar insigne en edificio, agradable y saludable en sitio a que se sube por todas partes, determinó poner en Madrid su Real asiento y gobierno de su monarquía, en cuyo centro está.
Tenía disposición para fundar una gran ciudad bien proveida de mantenimientos por su comarca abundante, buenas aguas, admirable constelación, aires saludables, alegre cielo y muchas y grandes calidades naturales, que podía aumentar el tiempo y arte, así en edificios magníficos, como en recreaciones, jardines, huertas. Era razón que tan gran monarquía tuviera ciudad que pudiese hacer el oficio del corazón, que su principado y asiento está en el medio del cuerpo para ministrar igualmente su virtud y asiento está en el medio del cuerpo para ministrar igualmente su virtud a la paz y a la guerra a todos los estados, con el permanente asiento que tiene en la corte romana y las de Francia, Inglaterra y Constantinopla, porque así como era portátil en el reinado de otros, andaban en la guerra con los moros, conquistando las ciudades que tiranizaron, y era su gente y concurso de negocios poco, y asistían donde los llamaba la necesidad.
Cabrera de Córdoba. Filipe II Rey de España. Madrid, 1876
El edificio, a pesar de los cambios, siguió siendo llamado Real Alcázar de Madrid, aunque ya no conservaba sus original finalidad defensiva.
Las obras, iniciadas, pues, en 1537, consistieron en renovar las habitaciones en torno al Patio del Rey, pero fundamentalmente, en construir otras nuevas en torno al Patio de la Reina. Se levantó asimismo, la torre, que se llamó de Carlos V. Al final, la superficie ocupada por el alcázar-palacio, era casi el doble de lo que había sido siempre.
La escalinata y los arcos en torno a ambos Patios, ya no recordaban al viejo alcázar, sino que se parecían mucho más a un edificio renacentista.
Patio del Rey. Reconstrucción
Museo Imaginado, Arquitecto: Carmen García Reig
Escalera y Patio de la Reina. Reconstrucción.
Museo Imaginado, Arquitecto: Carmen García Reig
En 1561, Felipe II decidió establecer la Corte en Madrid. Las obras del Alcázar, dirigidas por Gaspar de la Vega, duraron hasta 1598. El nuevo rey se centró más en la decoración interior de las salas convertidas en residencia familiar, a cuyo efecto contrató pintores, escultores y toda la diversidad necesaria de artistas y artesanos, procedentes en su mayor parte, de los Países Bajos, Francia e Italia.
Antoon Van Den Wijngaerde, 1562. Felipe II residía en el palacio desde hacía un año.
Fue, sin embargo, Juan Bautista de Toledo quien tomó a su cargo la edificación de la Torre Dorada, cuya cubierta resulta muy semejante a las de las torres del Monasterio del Escorial que, entonces se estaba construyendo. Las salas y salones de la fachada sur, con sus torres primitivas, se transformó, en parte, en residencia propiamente dicha, y, en parte, en áreas de uso protocolario, mientras que el lado norte se dedicó a servicios y residencia de los servidores de palacio. Por último, Felipe II ordenó la construcción de la Armería Real, junto a las Reales Caballerizas, cuyos restos están hoy integradas en la catedral de la Almudena, ya que fue derribada a finales del siglo XIX.
Reales Caballerizas
Museo Imaginado, Arquitecto: Carmen García Reig
El Real Alcázar a finales del reinado de Felipe II, durante la actuación de los funambulistas conocidos como los Hermanos Buratines.
Jean L´Hermite; Les Passetemps
Vista del Alcázar Real y entorno del Puente de Segovia, anónimo, c. 1670.
Casi un siglo después, el alcázar seguía presentando un sorprendente aspecto, a causa de las diferentes facetas que mantenía en sus fachadas, la primitiva, y la moderna renacentista, provocando cierta sensación de incoherencia, como habíamos señalado al principio.
La Torre Dorada, levantada por orden de Felipe II, contrastaba especialmente con los viejos torreones del primer conjunto.
Su hijo y sucesor, Felipe III encargó a Francisco de Mora la tarea de armonizar la fachada sur, con la nueva Torre Dorada, pero fue Juan Gómez de Mora, sobrino del arquitecto, quien finalmente llevó a cabo el proyecto, integrando ya ciertas características más definidas dentro del naciente estilo barroco. Las obras, que empezaron en 1610, fueron terminadas ya bajo el reinado de Felipe IV, en 1636.
Se remodelaron y armonizaron las fachadas a excepción de la del lado oeste, que mantuvo su aspecto de fortaleza medieval.
A pesar de que Felipe IV prestó gran atención a las obras del Alcázar, no parece que constituyera este su residencia favorita, puesto que se hizo construir la del Buen Retiro –hoy desaparecida–, en la que sí vivió la familia real.
El Príncipe Baltasar Carlos se ejercita en equitación al cuidado del Conde Duque de Olivares, mientras los reyes, sus padres, observan atentamente desde un balcón del Real Alcázar. Velázquez. Col. Duque de Westminster. Londres
Como es sabido, a la muerte de Carlos II, heredero de Felipe IV, estalló la Guerra de Sucesión entre los Habsburgo y los Borbón, cuyos pretendientes, como figuras visibles de las respectivas potencias a las que representaban, se propusieron dirimir sus derechos a la herencia en suelo español, resultando la guerra favorable a los Borbón de Francia. Felipe V accedería finalmente al trono, inaugurando la nueva dinastía. Fue proclamado rey a finales de noviembre del año 1700, a cuyo efecto se organizó un esplendoroso acto público en la explanada sur del Palacio.
Proclamación de Felipe V como Rey de España en el Real Alcázar de Madrid. 1701
El estilo de vida de la Corte francesa no guardaba ninguna similitud con el aspecto de austeridad que históricamente impregnó hasta entonces, el carácter y la vida de los Austria. Felipe V, nacido y criado en Versalles –tenía entonces diecisiete años–, emprendió numerosas reformas dentro del edificio, con la finalidad de adaptarlo cuanto fuera posible, al estilo que él conocía y prefería.
La reina, María Luisa de Saboya, aconsejada por su Camarera Mayor, a la que conocemos como Princesa de los Ursinos –castellanización del nombre de su segundo esposo, Flavio degli Orsini–, es decir, Ana María de la Tremouille, quien junto con el Cardenal Portocarrero, parece ser que se ocupaba de todo en palacio, fue quien oficialmente dio las órdenes a los arquitectos que sucesivamente trabajaron en el alcázar–palacio; Teodoro Ardemans y René Charlier.
Salida de Felipe V para la campaña de Portugal el 4 de marzo de 1704, desde el Real Alcázar. Filippo Pallota.
Entre los renombrados artistas que trabajaron en la nueva decoración, hay que citar especialmente a Jean Ranc, Montpellier,1674-Madrid,1735, que se instaló en Madrid, en 1722, como retratista de la familia real, objetivo que cumplió en numerosas ocasiones, y que también colaboró en la decoración interior del edificio.
Jean Ranc. La familia de Felipe V c. 1723. Museo del Prado
Jean Ranc se alojaba en las dependencias del Palacio Real. Según parece, no se encontraba feliz el artista a causa de la falta de reconocimiento de su trabajo, pero ni él ni nadie podía imaginar entonces, que su infortunio estaba por venir.
El día 24 de diciembre de 1734 se declaró un furioso incendio, que acabó con todos los esfuerzos, trabajos y gastos invertidos en el real edificio, desde el siglo IX. Por desgracia para Jean Ranc, parece que el fuego se originó en sus habitaciones, lo que unido al declarado disgusto del monarca por tener que residir en el viejo alcázar, por muy remodelado que estuviera, hizo recaer las sospechas sobre el pintor francés, quien, profundamente amargado, fallecería el año siguiente.
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Museo Imaginado, Arquitecto: Carmen García Reig
Un testigo presencial de tan infausto suceso, D. Félix de Salabert, Marqués de la Torrecilla y de Valdeolmos, nos legó el relato que á continuación transcribimos, tomándolo de la parte de sus Memorias inéditas que pertenece hoy al Conde de Doña Marina.
En el Palacio grande se había hecho un cuarto nuevo para los Reyes, en la fachada del parque que cae al río, adornado de ricos espejos, charoles y pinturas de gran precio, y lo restante del Palacio se había todo compuesto; en que se gastó mucho dinero.
Los Reyes y toda la Casa Real pasaron á ver el Palacio el día 13 del mismo mes de Diciembre, de que quedaron sumamente gustosos, viendo el primor y riqueza, así del cuarto nuevo como de todo el Palacio, manifestando que deseaban habitarle; pues desde Carlos V, que le empezó á fabricar en 24 de Febrero de 1534, todo había sido aumentar fábrica, riquezas y pinturas de los más célebres pintores de la Europa, espejos los mayores que se han visto en Inglaterra, y preciosas arañas de cristal de sumo valor, puestas en el salón que se fabricó en tiempo de la Princesa de los Ursinos, que su fábrica costó muchos años; y en cuyo tiempo se adornó de las mejores pinturas que tenía la Corona. Su coste fué innumerable; su arquitectura, primorosa.
Alhaja digna de un Monarca de España; como la Capilla Real, fábrica del Sr. Carlos II, en todo correspondiente á un Príncipe tan grande; su media naranja estaba pintada de mano de Jordán, sus adornos ricos, y la sacristía que caía detrás del retablo era primor de cajonería con muchos y ricos ornamentos, entre los cuales había uno entero, dibujo de Rubens, y otras láminas singulares, siendo el cancel de los Reyes á proporción de lo demás. El retablo era singular, su materia, pórfido y bronce dorado; el Tabernáculo y Sagrario, de lapizlázuli ; y su valor, grande.
El relicario, compuesto de la especial flor de lis, que por tradición se dice que es una de las tres que, bajaron del cielo, y que á España se le dio en canje del Rey Francisco I de Francia, año de 1530, reliquia bien estimada, aunque su metal no conocido por los hombres, estaba al principio del relicario, á que seguían tres espinas de la Corona de Cristo nuestro Redentor, un clavo de los con que fué clavado en la santa Cruz, y el célebre Lignun Crucis; un pedazo del manto de Nuestra Señora y otras muchas reliquias, con el adorno de diamantes, perlas, esmeraldas y demás piedras preciosas, guarnecidas en oro, con el primor correspondiente.
La Custodia, compuesta de 9.000 y tantos diamantes, 6.000 esmeraldas, muchas piedras y 29 libras de oro, era de singular hechura y riqueza; el arca en que se reserva el Santísimo el Jueves Santo, siete docenas de candeleros de plata de particular hechura; muchos cálices, fuentes y alhajas de sacristía correspondientes; preciosos ornamentos de ricos tisúes bordados, y también el que se hizo en Toledo sin costuras. Demás de esto nueve cuerpos de Santos, con muchas reliquias, y tesoro de riqueza; todo lo cual se guardaba, con el relicario, dentro de la Capilla, debajo de la cual estaba la bóveda para guardar otras cosas del servicio de ella.
El día 18 de Diciembre de este año de 1734 se mandó poner luminarias en esta Corte por la toma de Capua, y habiéndose puesto en Palacio y soltado aquel reloj; un muchacho pasó por San Ginés y San Martín, gritando: -¿Cómo no tocan á fuego?, que se quema Palacio, y empezaron á tocar á fuego.
Y la Nochebuena, viernes á 24 de Diciembre de este mismo año, á las doce de la noche, se mudó en Palacio la guardia, y á las doce y cuarto las centinelas que estaban en el lienzo de la Priora, que cae á Poniente, avisaron que había fuego en aquel lienzo y cuarto nuevo. En Palacio todos estaban durmiendo, y aunque las campanas tocaban á fuego, discurrían que era á maitines y misa del Gallo.
Los Religiosos de San Gil pasaron á Palacio y lo primero que hicieron fué despertar á los dormidos y sacar las familias y á la Marquesa de Fuentehermoso, y, sin embargo, creo que pereció una mujer.
Enviaron á llamar al cerrajero Flores, que trajo algunas llaves, con lo cual fueron á la capilla, y rompiendo la puerta del sagrario, sacó un religioso el copón y los seglares unos candeleros y dos blandones de plata. Llevóse el Santísimo al cuartel de los soldados, y, aunque los religiosos querían libertar el relicario que estaba debajo de la capilla, no pudieron entrar por el espacio de tres horas, por falta de llaves; y á las cuatro de la mañana se aplanó (derrumbó) la capilla y suelo de ella, reservando sólo la bóveda donde estaban las alhajas viejas. Y sin dejar memoria de retablo ni capilla (excepto las paredes arruinadas), debiéndose notar que, aunque Sus Majestades han estado fuera cinco años, siempre se habían celebrado los Maitines de Nochebuena por los músicos de la Capilla Real, menos ésta.
Los religiosos de San Gil y otras Comunidades acudieron á sacar alhajas; y como las pinturas del salón grande estaban embutidas en la pared, sólo pudieron arrancar algunas que estaban bajas, pues no había escalera.
El fuego consumió luego la fachada de la Priora y pasó á la torre de la fachada de Palacio, y torre que cae al Parque y plazuela ; y en el tercer alto se hallaba el Archivo de papeles, derechos reales de las Indias, con Bulas pontificias y de toda la Corona y demás papeles de todas las materias de Estado, cuya importancia no se puede significar (aunque en Simancas se hallarán algunos). Esta torre fué abrasada en poco tiempo, con grande asombro de todos los que vieron arrojar tanto fuego, y comunicó el incendio á la fachada principal de la plazuela.
Sábado 25 de Diciembre, primer día de Pascua, continuó el fuego en todo el Palacio, así por la fachada y salón dorado, sala ochavada, salón de Embajadores y sala de las Furias, como también por las espaldas, cuartos del Rey, Reina y corredores.
A las cuatro y media de la tarde de dicho día era el viento de Poniente, tan recio, que servía de alimentar al fuego, pues todas sus llamas se encaminaban á buscar mayor aumento, guiando hacia el cuarto del Príncipe y su torre, que cae á la plazuela de Palacio y arco de San Gil, con el mayor vigor que se puede ponderar.
Y aunque todos creyeron que fuerzas humanas no bastarían á cortar el fuego, y que pasase á la casa del Tesoro, Biblioteca y Señoras de la Encarnación, la disposición divina aplacó el fuego, dejando libre la torre del Príncipe y aun siete balcones antes. Y el fuego formó una galería en toda la plazuela de Palacio, con que aquella tarde y su noche se sustentó en sus propias ruinas. Y no cesó en todo el día la gente en la fatiga de ejecutar cortaduras; anteponiendo el temor á la muerte por el amor de su Rey.
Las comunidades, y en especial la de San Gil, desde el primer instante, no perdió tiempo en conducir á su convento alhajas, cofres, espejos y plata. Y cuando el fuego lo permitía, arrojó por los balcones á la plazuela arcones de plata labrada, cofres con dinero, y aun se rompió uno lleno de doblones de Dª. Laura, y todo género de preciosas alhajas, arcones de madera, puertas, ventanas y todo género ó materia en que el fuego se pudiese cebar, quedando toda la plazuela llena de despojos, con sentimiento general de sus dueños, como se puede considerar, entre los cuales había gran cantidad de espejos y vidrieras de cristal de mucho valor.
Y es cierto que las puertas principales de Palacio, en más de tres horas no las quisieron abrir, por el temor del saco, de que se originó el perjuicio de que el fuego impidiese la libertad de muchas alhajas, que se hubieran librado con tiempo.
Por la tarde se sacaron, por la calle del Tesoro, cinco galeras de á siete mulas (que se dijo ser) de dinero de los Señores Infantes; y no fué necesario sacar el del Príncipe; las colgaduras del Rey y Reina se salvaron todas.
La noche del sábado se libertó enteramente el Guardajoyas de la Corona, la célebre Margarita y las joyas de la Reina. De las paredes de la covachuela de Estado se sacó mucha parte, (archivos) el todo de la de Justicia y parte de la de Hacienda. Perdióse enteramente la de Marina, Indias y Guerra.
El domingo, 26 de Diciembre, día segundo de Pascua, se continuó en cortar y apagar el fuego, y en sacar pedazos de plata derretida de la Capilla, por los Padres de San Gil, los que se depositaron en su convento. Por las espaldas, continuaba el fuego hacia la torre de Carlos V; y, á proporción, el cuidado de que pudiese encaminarse á la torre del Príncipe, Biblioteca y Convento de la Encarnación. Y que en este caso podía peligrar San Gil por la parte del camarín. En este día hubo un soldado blanquillo ahogado en un pozo.
Lunes 27, tercer día de Pascua, se continuó en apagar y cortar el fuego generalmente y en derribar algunas ruinas, para evitar las desgracias que podían ocasionar en los trabajadores, y los Padres de San Gil (á quien se cometió el conocimiento de las ruinas de la Capilla) sacaron mucha plata, oro, bronce, plomo, candeleros rotos, fuentes, cálices, ángeles y adornos de Sacristía.
Martes 28, día de los Inocentes, á las once del día, con asistencia del Mayordomo mayor, Marqués de Villena y de D. Juan de Reparaz, Contralor, se ordenó arrancar una reja debajo de la Capilla, por donde se sacase la ruina de dicha Capilla y Sacristía, y en donde estaba el relicario, á fin de buscar las reliquias, custodia, metales y piedras preciosas. Y por la tarde, los trabajadores dieron principio, sacando una cabeza de madera, con su velo, sin la menor lesión, la cual era de la Señora Santa Ana, que había rescatado de poder de infieles la Reina Madre.
Miércoles 29, continuando en sacar las ruinas de la Capilla y relicario, con la asistencia ya dicha; á las diez del día se sacó entero, en una cajita, la preciosa reliquia del Lignum Crucis, el clavo (el cual pidieron) los peones se les diese á adorar ó que no trabajarían, lo que se les concedió.
Por la tarde se sacó la Custodia derretida, hecha pedazos, y entre las ruinas, se hallaron muy crecidos diamantes brillantes. Y en esta tarde hubo dos peones muy mal heridos, y fué necesario acudir á apagar el fuego, que volvía á renacer en el interior de Palacio.
Jueves 30 de Diciembre, se continuó en el derribo de paredes, que amenazaban total ruina contra los trabajadores, se sacaron muchos huesos de Santos, y muchos diamantes y metales y pedazos de pórfido del retablo.
Viernes 31 de Diciembre de 1734, se continuó en el derribo, en el cual se sacó mucha plata y diamantes, y sólo hubo un herido de muerte.
Será razón que habiendo dado fin este desgraciado é infeliz año, le demos á la relación con decir: que de Palacio sólo quedó la pared de la fachada de la plazuela y la torre del Príncipe; la de Carlos V, que padeció poco, y las bóvedas; todo lo demás es necesario derribarlo, y si se volviese á hacer de nueva planta, aún lo será derribar y macizar las bóvedas, en lo cual sólo se gastará un tesoro. La Capilla real se ha mandado poner en el cuarto del Príncipe, para hacer allí los oficios y funciones della.
Para manifestar la grandeza de este Palacio diremos haber sido centro de los Reyes de España y que en el espacio de muchos años todo ha sido aumentarle, consumiendo la riqueza de las Indias; el adquirir un tesoro de pinturas originales de los primeros hombres que por asombro ha tenido el mundo, como Rubens, Ticiano, Apeles, el Españoleto y otros muchos.
Un conjunto tan singular compuesto de tantos siglos, convertido en veinticuatro horas en cenizas, dejando memoria á los siglos venideros.
El motivo de esta quema se ignora, y los más convienen que en el cuarto de Juan Ranc, pintor, los mozos se emborracharon y que encendieron lumbre en la chimenea, por donde se originó este incendio; y otros, lo dificultan á causa de que era menester para esta quema mucho más tiempo. Los maestros de obras se maravillan de que el fuego pasase en tan poco tiempo á la Capilla y cuartos del Rey y Reina.
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La fachada de Poniente conservó el aspecto de fortaleza; sus ventanas, ni muchas ni muy rasgadas, daban vista al hoy Campo del Moro, entonces parque, cerrado con tapias en 1661.
Todo el cuerpo principal del Alcázar era de piedra, salvo la torre del Sudeste, que se edificó de ladrillo. Los balcones de hierro de la fachada del Mediodía estaban dorados al fuego. Y, en fin, en el campanario de la Capilla Real había un reloj de campana, de una sola aguja, como el que actualmente existe en la fachada Sur de Palacio.
El Viaje artístico de Madrazo (págs. 134 y siguientes) habla de un inventario de las pinturas del Real Alcázar practicado en 1666, siendo tasador Juan Bautista del Mazo, y de unas Relaciones Generales, mucho más completas que ese inventario, mandadas formar veinte años después por el Condestable de Castilla, Mayordomo de S. M. á la sazón. En el A. P., donde terminantemente dice Madrazo que se guardan tan interesantes documentos, no hemos dado con ellos, ni en el Archivo de Simancas ó el Archivo Histórico Nacional, con testamentaría ninguna del Rey D. Felipe IV. Sólo las de Felipe y Carlos segundos están en el A. P., mas ni la una ni la otra sirven para describir, con la debida exactitud, la residencia donde nació y pasó casi enteros sus primeros años el último Austria español.
La torre de Francia, donde Francisco I estuvo preso, formaba el ángulo Noroeste de Palacio; y la pieza del piso principal de esta torre, que á fines del siglo XVII daba ya nombre á la torre toda, se llamó del Hermafrodita.
A lo largo de la fachada Oeste del Alcázar, corría la Galería pintada ó de Poniente y junto á ella estaba el gabinete donde se guardó la real estampilla. La torre del ángulo Sudoeste, que edificó Felipe II, llamábase la forre dorada y ocupábanla, en parte, el despacho de invierno del Rey y un pequeño oratorio contiguo. La pieza grande de la esquina, de las más amplias y soleadas de Palacio, habilitábase durante los últimos meses de los embarazos de la Reina, para que en ella tuviera lugar el parto; así consta en los documentos del A. P. que en la pieza de la torre nacieron todos los hijos de Felipe IV.
Refiere el Marqués de la Torrecilla que, enterado Felipe V de la inminente total destrucción del Alcázar, exclamó : -Paciencia, si Dios lo hace. Yo haré otro mejor.
Y cumplió su palabra, porque la residencia de los Reyes españoles que se levanta hoy en el solar de la antigua alcazaba moruna, ni en magnitud, ni en esplendor, ni en elegancia tiene nada que envidiar á las de los restantes Soberanos europeos.
G.Maura Gamazo en su obra Carlos II y su Corte, Madrid, 1911
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De acuerdo con el Inventario de Pinturas del Real Alcázar de Madrid, realizado por Bernabé de Ochoa, en 1686, había en el Alcázar de Madrid:
614 pinturas originales
120 copias
234 pinturas de escuelas conocidas y
579 de autores desconocidos.
En total: 1.547 pinturas, de las que parece que se quemaron más de 500
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El Alcázar fue finalmente demolido, siendo levantado en su lugar el actual palacio, que diseñaría Filippo Juvara, siguiendo las borbónicas líneas del Louvre de París. Las obras terminaron durante el reinado de Fernando VI.
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