Fragmento del Orfeo de Antonio Canova. Museo Carrer. Venecia
Orfeo, Ὀρφεύς, nacido en Tracia, era –o pudo ser, en función de la diversidad del mito-, hijo de Apolo y la Musa Calíope.
A pesar de su origen, Orfeo se unió a la expedición de los Argonautas, en busca del Vellocino de Oro; él era el que marcaba el ritmo de los remeros y con su bellísimo canto, protegió a sus compañeros del engaño de las Sirenas, que cantaban atrayendo a los marineros para después devorarlos.
Añadió a la cítara dos cuerdas para coincidir con el número de las Nueve Musas a las que honraba. Orfeo era capaz no solo de calmar a las bestias salvajes, sino incluso de mover árboles o rocas y de detener el curso de los ríos.
Dominaba la Astrología y enseñó a la humanidad, medicina, escritura y agricultura. Se dice que visitó Egipto y que allí conoció los escritos de Moisés, acerca de una vida futura.
De acuerdo con otra tradición, su padre sería Eagro, rey de Tracia, siendo sus hermanos, Marsias, Ialemo y Lino, aunque otras versiones dicen que la madre fue Clío, aunque también, en unión con Apolo, como Caliope, y es la paternidad más coherente con la dedicación de Orfeo a la Música.
Su lira había sido fabricada por Hermes, con el caparazón de una tortuga. Cuando la pulsaba, todos se detenían a escucharlo y sentían un gran descanso espiritual. Así enamoró y se enamoró de Eurídice, cuando volvió a Tracia después de la aventura del Vellocino, y ambos decidieron casarse inmediatamente.
Tiziano, Orfeo ed Euridice Academia Carrara. Bérgamo
La historia más conocida sobre Orfeo es la que cuenta que su amada Eurídice, murió al ser mordida por una serpiente durante las celebraciones de la boda.
Erasmus Quellinus II. La muerte de Eurídice. Museo del Prado
Como tantas veces ocurre en las mejores obras de la literatura mundial, los amores más célebres y recordados, son siempre aquellos que fueron irremediablemente frustrados. Por la misma razón, el drama de Orfeo y Eurídice ocupa un lugar tan preponderante en el arte que su relación sería interminable.
Lamento de Orfeo de Alexander Seon. Orsay
Orfeo lloró durante mucho tiempo la pérdida de Eurídice, en las orillas del río Estrimón, de forma tan lastimera que las ninfas y los dioses, conmovidos, y con los rostros bañados de lágrimas, le aconsejaron que bajara al inframundo para intentar recuperar a su amada.
A. Cabanel. Las Ninfas escuchan a Orfeo
Rubens. Orfeo Eurídice (abandonan el Hades). Museo del Prado
Llegado allí también logró conmover los corazones de Hades y Perséfone, que decidieron permitir que Eurídice volviera con él al mundo de los vivos, si bien, poniendo para ello una condición aparentemente sencilla y fácil de cumplir: en el camino de retorno, Orfeo debía caminar siempre delante de ella sin volver la vista atrás, hasta llegar al mundo superior, cuando los rayos del sol bañaran el cuerpo de ambos.
Orfeo y Eurídice, de Federico Cervelli
Roddam Spencer Stanhope, John. Orfeo y Eurídice en las orillas de la Estigia (1878). Col. Privada
Corot, Jean Baptist Camille. Orfeo sacando a Eurídice del Inframundo.
1861, Houston, Museum of Fine Arts
Así lo cumplió Orfeo durante todo el viaje de vuelta. Cuando llegó a la superficie y vio que el sol lo iluminaba todo, volvió la cabeza para ver por fin a Eurídice. Y la vio. Ciertamente, ella le había seguido, pero en aquel instante, todavía tenía un pie en el territorio de las sombras, por lo que la condición impuesta por Hades y Perséfone, quedaba incumplida.
Eduard Kasparides - Orphée et Eurydice, 1896
Eurídice se desvaneció entre las sombras ante la desesperación de un Orfeo, paralizado por la impotencia, el horror y la angustia.
Orfeo y Eurídice. Edward John Poynter. 1862
Contradice Platón este relato en El Banquete, diciendo que Hades permitió que Orfeo viera a Eurídice, pero que no se la entregó, pues consideraba cobarde el intento de recuperar a su amada, sin arriesgar la vida, ya que para descender al inframundo, la única vía segura, era hacerlo a través de la propia muerte.
Añade Ovidio, por otra parte, que Orfeo intentó volver una segunda vez al inframundo, pero que el barquero Caronte le negó el paso por la laguna Estigia.
Orfeo se retiró entonces a la soledad de los montes Ródope y Hemo, donde vivió durante tres años, sin la menor intención de buscar otra esposa o amante. Allí buscaba consuelo cantando su pena al son de la lira, de tal manera que no sólo hacía llorar a los árboles, sino que su suave tristeza también amansaba a las fieras que acudían a escucharlo.
Franz Stuck. Orpheus
Allí le descubrieron, sin embargo, la bacantes tracias –otras versiones dicen que eran Ménades-, que atraídas por su encanto, le ofrecieron su amor. Orfeo las rechazó, una tras otra. Aquella actitud las enfureció hasta el punto de que, tras encerrar a los animales que le acompañaban, lo mataron con palos y piedras, lo despedazaron y esparcieron sus miembros, arrojando la cabeza y la lira al río Hebro. La corriente los llevó hasta el mar hasta el mar, cerca de la isla de Lesbos, donde las descubrió una serpiente que habría devorado la cabeza del cantor, si Apolo no la hubiera transformado en roca.
Las Ménades. Émile Lévy
Dionisos, por su parte, se encargó de castigar a las criminales bacantes, transformándolas en árboles.
El alma de Orfeo, entonces sí, se reunió con la de Eurídice en el inframundo, y desde entonces, nunca volvieron a separarse.
Eratóstenes y Pausanias ofrecen también variantes de esta versión. El primero, basándose en una obra perdida de Esquilo, dice que Orfeo no murió por el amor de Eurídice, sino que menospreció el culto de Dionisos y que este le envió a las Ménades, que serían las que lo mataron, y no las bacantes.
Waterhouse, J. W. Unas Ninfas encuentran la cabeza de Orfeo. Col. Privada
En todo caso, unas Ninfas hallaron y recogieron sus restos en las proximidades de Lesbos y los enterraron cerca del Monte Olimpo.
De acuerdo con los tracios, los ruiseñores que anidan en las proximidades de la tumba de Orfeo, son los que mejor cantan del mundo.
Gustave Moreau. Mujer tracia con la cabeza y la lira de Orfeo. Orsay
Zeus transformó la LIRA de Orfeo en una constelación.
Contrariamente, otra versión dice que Zeus mató a Orfeo lanzándole uno de sus rayos, por revelar ciertos misterios a los humanos.
Hay más variantes, incluso opuestas entre sí, como la de Higinio, que asegura que fueron las propias mujeres tracias las que lo mataron, cuando se enamoraron de él todas a la vez, despedazándolo al tirar de sus miembros para apoderarse de su cuerpo.
En su honor y alabanza se crearon los Misterios Órficos, de los cuales, como su nombre indica, no se sabe en qué consistían.
A. García Vega. (México) Muerte de Orfeo
Orfeo representado en un mosaico romano.
Museo Arqueológico Regional de Palermo
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Ovidio, Metamorfosis, X, I, –fragmentos-.
<La estatua de Ovidio en Constanza. Rumanía
Como la bella Eurídice se echase, con otras ninfas, en un prado verde cierta vez, un áspid la picó en un talón... y murió muy pocos días después de su matrimonio. Orfeo, después de haber llorado mucho tiempo, se decide a descender al reino de las sombras para implorar su retorno a las divinidades infernales.
Atraviesa un vasto espacio poblado de fantasmas y se presenta, al fin, ante Plutón y Proserpina, reyes de estos lúgubres lugares. Recitando al son leve y dulcísimo de su lira, les hace saber sus penas.
"¡Oh, dioses de estos antros en los que nos hundimos los mortales!, ¡concededme que pueda resucitar a mi Eurídice! Y yo os prometo que cuando los años fatales de la vida normal transcurran... ¡ella y yo volveremos para siempre a este país de sombra y de infelicidad!»
"¡Oh, dioses de estos antros en los que nos hundimos los mortales!, ¡concededme que pueda resucitar a mi Eurídice! Y yo os prometo que cuando los años fatales de la vida normal transcurran... ¡ella y yo volveremos para siempre a este país de sombra y de infelicidad!»
Así recitó Orfeo al son dulcísimo y leve de su lira; música tan sugeridora que perturbó por un momento la existencia infernal. Tántalo se olvida del agua que no puede beber. La rueda de Ixión se para. Sobre su piedra se sienta Sísifo. Titio deja de sentir en su corazón los picotazos de las aves vengadoras. Las hijas de Belo interrumpen su tarea de echar agua al tonel sin fondo. Y hasta en los ojos de las Furias aparece una rara humedad de lágrimas. Plutón y Proserpina, emocionados, no pueden negarle la gracia que pide. Ordenan que se aproxime Eurídice, que aún cojea de la mordedura. Pero le ponen a Orfeo una condición: que no debe volver la cabeza para mirarla hasta que hayan salido del reino de los Infiernos.
Delante el esposo, detrás la mujer, marchan por un sendero empinado, entre paisajes yertos, que conduce al mundo. Les rodean el silencio, la penumbra y el terror.
De pronto, sin acordarse de la condición, con ansia de preguntarle si se cansa, Orfeo vuelve sus ojos a ella... Eurídice desaparece al instante. Quiere él abrazarla... y sólo abraza como un ligero humo. Eurídice no se queja. Sabe que el amor ha movido a su esposo. Y ya lejos le envía el último adiós.
Vanamente intentó volver al Infierno. Durante siete días y siete noches estuvo en las riberas del río infernal sin otra compañía que su dolor, pero el inflexible Caronte se negó a pasarle en su barca. Desengañado al fin, se retiró al monte Ródope, y allí, durante tres años, no quiso unirse a mujer alguna.
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Virgilio, Geórgicas, Libro IV
<Virgilio lee la Eneida (a Livia, Octavia y Augusto) (1812), de Jean-Auguste-Dominique Ingres, Museo de los Agustinos, Toulouse. Fragmento
Aristea causa involuntariamente la muerte de Eurídice. Orfeo, su esposo, baja al infierno y la trae de vuelta; pero, olvidando la condición impuesta, se volvió hacia ella y Eurídice se desvaneció de inmediato en la oscuridad infernal. Orfeo inconsolable pereció, desgarrado por las mujeres que había despreciado.
Este castigo de Orfeo, le hace digno de compasión por su suerte inmerecida a causa de la crueldad ejercida contra la mujer que le ha enamorado. Mientras ella corría a lo largo del río, una hidra monstruosa le inoculó su veneno mortal.
Orfeo lloraba solitario su dolor acompañando sus lamentos con la lira, junto al río, desde la llegada del día, hasta que se alejaba.
Su pena atraviesa valles y montañas y llega hasta las profundidades del Tártaro de la Muerte y hasta las Euménides con sus cabellos entrelazados con serpientes azules. El Can Cerbero se quedó con sus tres bocas abiertas; la Rueda de Ixion se detuvo a pesar del viento que la hacía girar.
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Ya, volviendo sobre sus pasos, había escapado a todos los peligros, Eurídice caminaba detrás de su marido (porque esa era la ley establecida por Proserpina), cuando un acceso de la repentina locura se apoderó del amante imprudente, una locura perdonable, ¡si el hombre supiera perdonar!
Se detuvo, y justo cuando su Eurídice alcanzaba la luz, olvidando todo, ¡ay! y vencido en su alma, se volvió para mirarla.
Inmediatamente todos sus esfuerzos fueron destruidos, y su pacto con el cruel tirano se rompió, y tres veces se escuchó un fuerte ruido en los estanques del Averno.
–¿Qué nos ha pasado?, –dijo ella,
–Una locura me ha perdido, infeliz de mí, y te ha perdido a ti.
–Orfeo, el sueño me cierra los ojos. Adiós. Ahora me dejo llevar a la inmensa noche que me rodea y suelto tu mano ya sin fuerza.
Así habló Eurídice, y, de repente, como un humo mezclado con la brisa tenue, se diluyó en la dirección opuesta; [4,500] y aunque quería volver a hablar con él, Orfeo ya no la veía.
Orcus no le permitió cruzar el pantano que la separaba de ella. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde dirigir sus pasos, después de haber visto por segunda vez a su esposa? Ella, ya fría, navegaba en la barca de la Estigia.
Se dice que Orfeo lloró durante siete meses enteros bajo una roca en las orillas del desierto de Strymon, encantando a los tigres y arrastrando los robles con su canción. [4.510] Y que, bajo la sombra de un álamo, gimió por la pérdida de su amada.
Las madres de los cicones, al ver este homenaje como una señal de desprecio hacia ellas, despedazaron al joven en medio de sacrificios a los dioses y orgías nocturnas de Baco, y dispersaron los trozos por los campos.
Pero incluso entonces, cuando su cabeza, arrancada de su collar de mármol, rodó en medio del abismo, "¡Eurydice!" gritó de nuevo su voz con lengua helada, "¡Ah, infeliz Eurydice!" mientras la vida se le escapaba, y a lo largo del río, las orillas hacían eco: "¡Eurídice!"
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Orfeo, Eurídice y Hermes. Relieve de época augustea. Copia un original griego de la segunda mitad del siglo V d.C., atribuido a ALCÁMENES. Estela funeraria. Nápoles, Museo Arqueológico Nacional.
Hermes
Eurídice
Orfeo –su nombre aparece escrito al revés-.
Tanto Hermes como Orfeo intentan retener a Eurídice
Anónimo, Orfeo amansa a los animales, S. III d.C. Detalle de un pavimento de la “Casa de Orfeo” en Leptis Magna. Museo Arqueológico de Trípoli.
Charles-Paul Landon, Lamentos de Orfeo ,1796.Óleo sobre tabla. Alençon, Musée des Beaux-Arts et de la Dentelle.
Paul Duqueylard, Orpheus. Siglo XIX. Col. privada.
Jean Restout, Orfeo en los infiernos para buscar a Eurídice. 1763.
Paris, Musée du Louvre
Paris, Musée du Louvre
Herman Wilhelm Bissen, Orfeo ruega a Plutón y Proserpina que le devuelvan a Eurídice. Ca. 1830. Ny Carlsberg Glyptotek, Copenhagen
Louis Jacquesson de la Chevreuse, Orphée aux enfers. 1863.
Toulouse, Musée des Agustins.
Toulouse, Musée des Agustins.
Jules Louis Machard, Orphée aux enfers, 1863. Paris,
Ecole Nationale Superieure des Beaux-Arts,
Anselm Feuerbach, Orpheus and Eurydice, 1869. Kuntshistorisches Museum, Viena
Auguste Rodin, Orphée et Eurydice . Mármol 1887-1893.
New York, Metropolitan Museum of Art,
New York, Metropolitan Museum of Art,
Luca della robbia, Orfeo ovvero la musica, 1437-39, dal lato nord del Campanile
Estatuilla romana tardía de Orfeo con la lira y rodeado de animales. (siglo IV), procedente de Egina, hoy expuesto en el Museo Bizantino y Cristiano de Atenas.
Antonio Canova, Orfeo, 1775. Museo Correr. Venezia
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