lunes, 12 de agosto de 2019

Ana Comnena: La Alexiada / Άννα Κομνηνή: Η Αλεξιάδα



Ana Comnena/Άννα Κομνηνή, * 3 de diciembre de 1083 + 1153)

Ana Comnena nació en los primeros días de diciembre de 1083, dos años después de que su padre, Alexis I Comneno/Ἀλέξιος Αʹ Κομνηνός, alcanzara el trono imperial en Bizancio, tras derrocar a su anciano predecesor, Nicéforo Botaniates. 

Nicéforo III Botaniates

Alexis fue el tercer hijo de Juan Comneno y Ana Dalasena y sobrino de Isaac I Comneno, emperador entre 1057 y 1059. El padre de Alejo rechazó el trono cuando Isaac abdicó, y entre 1059 y 1081 hubo cuatro emperadores de diferentes dinastías. Durante el reinado de uno de ellos, Romano IV Diógenes (1067-1071), Alejo luchó contra los turcos selyúcidas; y después, bajo Miguel VII Parapinaces (1071-1078) y Nicéforo III Botaniates (1078-1081), combatió, junto a su hermano mayor, Isaac, y con el mismo éxito, a los rebeldes de Asia Menor, Tracia y Épiro.

El hecho es que los sucesivos triunfos de los Comneno, provocaron las suspicacias de Botaniates y sus ministros, hasta que, finalmente, los hermanos se alzaron en armas contra él, y entraron en Constantinopla. Botaniates se vio obligado a abdicar y fue recluido en un monasterio. Acto seguido, Isaac renunció a la corona en favor de Alejo, que, finalmente, fue coronado en Constantinopla, el 4 de abril de 1081. Tenía entonces 33 años.

Alejo I Comneno/ Ἀλέξιος Αʹ Κομνηνός; 1048-15 de agosto de 1118. 
Emperador bizantino entre 1081 y 1118.

Dos años después, nacía Ana, su primera hija, en la sala de pórfido, lo que le adjudicaba de inmediato el título de “Porfirogénita”

Porfirogénito/Πορφυρογέννητος, significa, en realidad, nacido en la púrpura o pórfido.

Los emperadores que deseaban afianzar la legitimidad de su ascendencia, y, por tanto, su derecho al trono, tomaban este título que significaba que habían nacido en la “Pórfira”; una sala del palacio imperial donde daban a luz las emperatrices, y que estaba revestida con lajas de mármol purpúreo. 

Nacido cuando su padre era emperador reinante, Constantino VII, por ejemplo, fue generalmente conocido como “Porfirogénito”.

Silla de pórfido del s. II dC. Utilizada para el parto. Museo Monte Cassino

En la época de Alejo I Comneno, se crearon muchos títulos nuevos o fueron cambiados de nombre, pero algunos, como, precisamente,  el de “Porfirogénito”, se conservaron hasta la Caída de Constantinopla, en 1453. 

Ana Comnena, pues, como primogénita reclamó siempre su derecho a ser así titulada.

Desde su niñez, fue educada, formada y preparada para reinar, especialmente, por su madre, Irene Ducas, también de familia imperial. Muy pronto fue prometida en matrimonio a Constantino Ducas, hijo de Miguel VII Ducas y María de Alania, quien también contribuyó a la formación de Ana, con vistas al trono, cuidando extremadamente el aspecto intelectual. Ana estudió a fondo autores como Homero, Heródoto, Tucídides, Aristófanes, Esquilo, Sófocles, Platón y Aristóteles, además de aprender Derecho Canónico y Teología, e incluso, Medicina y Geografía.

Irene Ducas. 1063-1123
Imagen de la “Pala d’Oro” en Venecia
ΕΙΡΗΝΗ ΕΥΣΕΒΕΣΤΑΤΗ ΑΥΓΟΥΣΤΗ - IRENE LA MÁS RESPETADA AUGUSTA

Cuando Ana tenía cuatro años, sus padres trajeron al mundo un varón –Juan-, que vino a destruir todos los proyectos sobre la primogénita. La llegada de Juan terminó por convertir la vida de la futura cronista en casi una tragedia, ya que parece no haber tenido más objetivo que su acceso al trono, que siempre consideró que le correspondía, en parte, por derecho natural, pero, sin duda, por derecho divino.

Al fallecer su primer prometido, Constantinos Ducas, hacia 1097, la casaron con Nicéforo Brienio, también de linaje real. Ana, Irene, su madre, y Nicéforo, su marido, se propusieron contrariar por todos los medios a su alcance, la decisión de Alejo, de nombrar heredero al pequeño Juan, llegando incluso a perturbar sus últimas horas, con la insistencia de que devolviera a Ana el trono que le había prometido desde la infancia, aunque sin conseguirlo, porque, en 1118 Juan II ascendió al trono.

Los intentos de Ana por alcanzar la corona, prosiguieron, y el mismo año de la coronación, intentó deponer a su hermano, con el objetivo de sustituirlo por su esposo Nicéforo. Pero fracasó, ya que este último, llegado el momento, se negó a colaborar. Profundamente decepcionada, Ana declaró: “la Naturaleza se ha equivocado en los sexos, ya que él debería haber sido una mujer”. 

Cuando el complot fue descubierto, Ana perdió sus propiedades y tuvo que exiliarse con su madre y su hermana Eudoxia, mientras que Nicéforo, permaneció en el palacio real como consejero, pero muy pronto fueron amnistiadas.

Nicéforo Brienio murió en 1137, y Ana y su madre –que, con respecto al trono, apareció siempre como su principal valedora-, se retiraron definitivamente al monasterio de Kejaritomeni / Κεχαριτωμένη, donde ella prosiguió la redacción de la Historia que su difunto esposo había dejado interrumpida, reanudándola diez años antes de la fecha que él había alcanzado.

A pesar de su vida monástica, Anna no hizo votos hasta pocas horas antes de su fallecimiento, a los setenta años, en 1153. 

Sólo la contrariedad provocada por su gran e incurable frustración, explicaría –por así decirlo-, su sincero amor a la familia, incluidos, naturalmente, su padre y su hermano, con la casi cruel actitud mantenida hacia ellos a lo largo de su vida. Se diría que, a pesar de la convicción de su irrenunciable derecho al trono, pudo hacer compatible el amor familiar con la lucha dinástica. 
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La Alexíada se compone de quince libros, que narran la vida, historia y grandes hazañas de su admirado progenitor, Alejo I Comneno, personaje legendario por derecho propio, y muy brillante en diversas facetas, de las cuales, su hija destacó especialmente, su destreza en el terreno bélico, en el cual siempre resulta un inteligente triunfador. 

Ana, pues, se propuso continuar y llevar a término la historia empezada por Nicéforo Brienio, que llegaba hasta 1079, pero ella retrocedió una década, al parecer, debido al hecho de que, en su opinión, para aquellos años, su propio relato era más claro y más histórico. 

A partir de ahí, recurrió a los archivos imperiales, al testimonio de su padre y al de varios jefes y soldados del ejército, añadiendo sus propias vivencias y recuerdos sobre buena parte de lo que escribió, todo lo cual, dota su historia de un evidente halo de verosimilitud, que, unido a su deseo de imparcialidad -no siempre logrado completamente-, hace que la obra resulte, no obstante, veraz y casi objetiva, si no fuera por el persistente deseo de ensalzar todas y cada una de las acciones y decisiones de su padre, con razón, o sin ella.

En su obra resulta evidente –y lógico, por otra parte-, que sus simpatías están en Bizancio y no en Roma, sin que ello afecte a su imparcialidad, que no se basa en comparar los valores de dos imperios enfrentados para siempre, quizás en sus raíces más profundas, como lo son las de base religiosa. Con todo, Oriente y Occidente eran todavía dos ramas del mismo árbol.

Teodosio había dividido los territorios imperiales para repartirlos entre sus hijos, Arcadio y Honorio, en 395

Así pues, su obra se ha convertido en una fuente de primera mano para el estudio de su época y su nación, que Ana completa con brillantez gracias a sus variados y múltiples conocimientos –testimonio veraz de los de su tiempo-, como, por ejemplo, los de carácter geográfico. Se considera que su descripción de Constantinopla es casi fotográfica, así como resulta del máximo interés, su punto de vista acerca de la causa, intención, desarrollo y resultados de la Primera Cruzada, coincidente con los estudios más recientes al respecto, y que ya no encajan con las descripciones idealizadas de la misma en el pasado.

Resulta así La Alexiada, un excepcional fuente de información, que nos ofrece la historia desde un punto de vista diferente al implantado secularmente por la cultura cristiana occidental, a partir de Roma, ofreciendo una visualización de la época desde otro ángulo, también cristiano, pero oriental, puesto que ambos imperios habían sido hijos del mismo padre, a pesar de lo cual, andando el tiempo, supimos de otra Cruzada que, ante la imposibilidad de alcanzar su objetivo, volvió sus armas, precisamente contra el imperio hermano, cuyo centro era Constantinopla.

De hecho, la descripción de la Primera Cruzada de Ana Comnena, encierra un inestimable valor histórico, pues es la única que podemos leer desde el punto de vista de los Griegos, en la que, además, Ana refleja la posición de personajes clave de la élite griega. Su marido Nicéforo Briennio, por ejemplo, luchó en el conflicto surgido, ni más, ni menos, que con Godofredo de Bouillón, el Martes Santo de 1097, en las afueras de Constantinopla.

Godofredo de Bouillon atravesando el Jordán y matando un camello. Maître de Fauvel, c. 1530. Enluminure du manuscrit Li rommans de Godefroy de Buillon et de Salehadin... Paris, BnF, département des manuscrits Français

Del mismo modo, su tío Jorge Paleólogo estaba presente en Pelkano en junio de 1097 cuando Alejo I discutió la estrategia de los cruzados. Tenemos así, en La Alexiada, una perspectiva bizantina, que transmite, vivamente, la gran alarma que se produjo ante la llegada de los cruzados, así como el conocimiento del extremo peligro en que aquellos pusieron la seguridad de Constantinopla.
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La obra de Ana Comnena se ofrece al lector como un mundo cuajado de impresiones apasionantes. Vivo reflejo de un ámbito lejano a nosotros y, por ello, atractivo. Con el avance en su lectura se llega a una relación casi de amistad con esa mujer que, en el retiro de un convento, frustrada, pero digna como una princesa de sangre imperial, compuso un monumento de amor hacia su padre y hacia su cultura en un esfuerzo incansable.
E. Díaz Rolando: Erytheia, 1988

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Alexis Komnenos
PROEMIO I 

1. El tiempo, fluyendo inconteniblemente y moviéndose siempre, arrastra y lleva todo lo engendrado y lo sumerge en el abismo de la oscuridad, donde no existen hechos dignos de mención, ni donde los hay grandes y dignos de memoria, haciendo nacer lo oculto (según la tragedia) y escondiendo lo evidente. Sin embargo; la narración de la historia se convierte en una muy poderosa defensa contra la corriente del tiempo y detiene, de algún modo, el flujo incontenible de éste; y todo lo acontecido dentro de él, que ha recogido superficialmente, lo contiene, lo encierra y no permite que se deslice a los abismos del olvido. 

2. Puesto que tengo conciencia de esto, yo, Ana, hija de los emperadores Alejo e Irene, vástago y producto de la púrpura, que no sólo no soy inculta en letras, sino incluso he estudiado la cultura helénica intensamente, que no me despreocupo de la retórica, que he releído bien las artes aristotélicas y los diálogos de Platón y he madurado en el quadrivium de las ciencias (pues es preciso revelar estos conocimientos -y no es jactancia el hecho- que la naturaleza y el estudio en torno a las ciencias me han dado). Quiero, por medio de este escrito referir las acciones de mi padre, indignas de ser entregadas al silencio ni de ser arrastradas por la corriente del tiempo; las que llevó a cabo tras poseer el cetro, pero también las que realizó al servicio de otros emperadores, antes de poseer la diadema. Pues era mi padre, como los hechos mismos mostraron, experto en mandar y en obedecer, cuanto es preciso, a los que mandan. 

II
1. Las más grandes obras, si no se conservan a través de los relatos y se entregan a la memoria, se apagan en la sombra del silencio. 

2. No quiero que, de algún modo, se pueda pensar que, al describir los hechos de mi padre, alabo los míos propios, ni que parezca mentira toda la labor de mi historia o solo alabanza, si admiro alguna de sus hazañas. Pero, si en algún momento su misma personalidad me llevara a ello. espero que no "acusen al inocente", como dice Homero. 

3. Pues cuando se acepta el carácter del género histórico, es preciso olvidar los favoritismos y los odios y adornar muchas veces a los enemigos con los mayores elogios, y otras, descalificar a los más cercanos parientes, cuando los errores de sus empresas lo indiquen. No se debe vacilar ni en atacar a los amigos ni en elogiar a los enemigos. 

En lo que respecta a mí, tanto a favor como en contra, podría tranquilizar a todos, desde el fundamentada en las obras mismas, a través de los que habiendo participado en ellas, han testificado sobre las mismas, pues los padres y abuelos de los hombres que ahora viven, fueron testigos de esos hechos.

III
1. Ante todo, he querido historiar las acciones de mi padre por la siguiente razón. Se convirtió en mi legítimo esposo el césar Nicéforo, descendiente de los Brienios, hombre que largamente superaba a sus contemporáneos, por su llamativa belleza, por la agudeza de su inteligencia y por la exactitud de sus palabras. Pues era maravilla verle y oirle. 

2. Era, así pues, el más esclarecido entre todos y acompañó a mi hermano, el autocrátor Juan, cuando organizó una campaña contra los bárbaros, en distintos lugares. Pero Brienio, que no sabía ser negligente con las letras, incluso entre sus grandes trabajos, redactaba también otros escritos dignos de mención y recuerdo, pero se encargó ante todo, por orden de la emperatriz, de describir los hechos de Alejo, autocrátor de los romanos y padre mío, y poner en los libros las acciones de su reinado, cuando el tiempo se lo permitía, mientras se alejaba unos instantes de las armas y de la guerra, se dedicaba a sus escritos. Comenzó, pues, su obra, siguiendo la orden de la entonces soberana, por Diógenes, el autocrátor de los romanos y descendiendo hasta el tiempo, en que una floreciente adolescencia anunciaba a mi padre. 

3. Así pues, tales eran los objetivos que nos mostró en su escrito. Sin embargo, no realizó lo que esperaba, ni concluyó toda su historia, sino que detuvo su redacción al llegar a la época del autocrátor Nicéforo Botaniates, pues el tiempo no le permitió avanzar en su escrito, causando un perjuicio y privando de placer a los lectores. Por eso, yo misma opté por escribir para nuestros descendientes, reconociendo, no obstante, la armonía y la gracia que tenían sus palabras, que son conocidas por todos los que han leído sus escritos.

4. Cuando nos remitió sus escritos inacabados desde la frontera, contrajo. !ay de mí!, una enfermedad mortal, tal vez causada por las demasiado frecuentes campañas, además del continuo cambio de aires, que le proporcionaron un bocado mortal. A partir de entonces, aunque se encontraba terriblemente enfermo, realizó muchas campañas. Siria le entregó a los cilicios; los cilicios a los panfilios; los panfilios a los lidios; Lidia a Bitinia; Bitinia a la Reina de las Ciudades y a nosotros, nos llegó él mismo, con sus entrañas hinchadas por la gran dolencia. Pero, aunque se hallaba muy débil, deseaba contar lo que le sucedió, pero no podía, en parte, por la enfermedad y, en  parte, porque se lo impedíamos, para que la herida no se abriera al recordar.

IV
1. Al llegar a este punto, se llena de vértigo mi alma y se humedecen mis ojos con torrentes de lágrimas. ¡El gran consejero de los romanos! ¡Qué acertadísima y amplia experiencia en torno a la vida; la ciencia de las palabras, y la sabiduría más diversa, es decir, la profana y la sagrada! ¡Qué gracia también recorría sus miembros y qué aspecto, que no parecía propio de un reino de aquí, sino, como algunos dicen, de uno más divino y mejor! 

Yo misma, no obstante, ya me había relacionado con otras muchas circunstancias funestas desde mi cuna de púrpura, por así decirlo, y traté con una fortuna no favorable -aunque nadie consideraría desfavorable tener una madre y un padre emperadores y la púrpura en que nací-, pero sí en cuanto a las calamidades y revueltas que vivieron después.

En fin, Orfeo, cantando, movía incluso las piedras y los bosques y hasta la naturaleza inanimada; Timoteo el flautista, tocando una vez para Alejandro el "ortio", impulsaba enseguida al macedonio a las armas. Pero, ojalá mis relatos no originasen un movimiento hacia las armas y las batallas, sino que movieran al lector a las lágrimas y obligara a resurgir, no sólo la naturaleza sensible, sino también a la que carece de hálito vital.

Alexis Comnenos bendecido por Jesucristo

2. El sufrimiento del César y su inesperada muerte alcanzaron mi propia alma y causaron en ella una honda herida. Creo que las anteriores desgracias, frente a esta incurable, fueron como gotas en comparación con todo el océano Atlántico o las olas del mar Adriático. ¡Oh fuego sin llama, que reduces todo a cenizas; que iluminas con furor inexpresable, que ardes sin consumir y abrasas el corazón, pero das la sensación de que no somos quemados, aunque recibimos el rojo vivo hasta los huesos, la médula y los rincones del alma!

3. Pero no quiero apartarme de mi propósito, aunque, al apoderarse de mí el recuerdo, destila en mí un inmenso sufrimiento. Así pues, tras enjugarme el llanto de los ojos y recuperarme de mi dolor, soportaré lo que viene a continuación ganando, como dice la tragedia, dobles lágrimas, al acordarme de la desgracia en la desgracia. Pues poner en público la existencia de un emperador tal, el recuerdo de su virtud y de sus hazañas, me produce las más cálidas lágrimas y lloro junto con todo el orbe. 

Por lo tanto, comenzaré desde aquí la historia de mi padre, donde es mejor hacerlo, para que sea más claro y más histórico.

Traducción de E. Díaz Rolando: Erytheia, 1988

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Además de su indudable carácter histórico, la obra de Ana Comnena tiene quizás su principal atractivo en un acento literario, que procede, sin duda, de sus múltiples y concienzudas lecturas de los más destacados autores antiguos. A pesar de que algunos críticos denuncian la existencia de largas digresiones, su relato contiene numerosas y suaves pinceladas de profunda, sincera y casi diríamos, sencilla, humanidad, que marcan una notable diferencia con los textos de sus colegas varones.
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Prólogo
Dificultades para escribir la historia y motivos para escribirla. Luto de Ana por su marido.

Libro I
Últimas etapas de la vida de Alexis previas a su proclamación como emperador. Inicio de las invasiones normandas.

Las conexiones de la familia aseguraron rápidamente un puesto de relevancia a Manuel e Isaac, los hijos mayores. Manuel el primogénito fue nombrado curopalates y estratego autocrátor al mando de los ejércitos de Oriente en la primavera de 1070 para combatir las incursiones de los turcos. Por lo que respecta a Alejo, el tercero, su excesiva juventud le impidió acompañar a su hermano mayor a las expediciones contra los turcos por orden expresa del emperador Romano IV Diógenes (1068-1071). En palabras de su hija Ana se consideró más conveniente mantenerlo en el hogar familiar hasta que alcanzase la edad adecuada.

Díptico de Romano IV Diógenes y Eudocia Macrembolitisa

“El emperador Alejo, mi padre, fue de gran utilidad al imperio de los romanos incluso antes de haber asumido el cetro del Imperio. Comenzó a salir en campaña durante el reinado de Romano Diógenes. En opinión de quienes lo rodeaban parecía un ser admirable y muy arrojado. Cuando contaba catorce años de edad corría a acompañar al emperador Diógenes, que dirigía una expedición muy importante contra los persas [turcos] […] Sin embargo, el soberano Diógenes no cedió en aquella ocasión a sus deseos de acompañarlo, porque un dolor muy profundo tenía sobrecogida a la madre de Alejo. Lloraba la muerte reciente de su hijo primogénito Manuel, varón que había sido protagonista de grandes y admirables hazañas para el Imperio de los romanos. Y para que ella no se quedara sin consuelo, al dejar ir a uno de sus hijos a la guerra sin saber aún dónde iba a enterrar a otro, y temiendo que el joven sufriera alguna funesta desgracia y no supiera ella en qué tierra había caído, por todas estas consideraciones el emperador obligó al joven Alejo a regresar junto a su madre”. 
Ana Comnena, Alexíada, I, 1

Libro II
Revolución Comnena
Envidia contra la familia
Causas de la rebelión
La fuga
Proclamación de Alexis como emperador.

Libro III
El ascenso de Alexis al trono y luchas con la familia Ducas.

La poderosa personalidad de Ana Dalasena influye enormemente en sus hijos, especialmente sobre Alejo, incluso después de ascender al trono, como recuerda Ana Comnena al elogiar las virtudes como gobernante y regente del reino de su abuela mientras su padre guerreaba contra los normandos.

“Estos fueron los comienzos del reinado de Alejo. Nadie podría llamarlo, lógicamente, soberano ahora que había transferido de una vez el cargo de soberano a su madre. En fin, que otro alabe de acuerdo con las leyes del encomio la patria de aquella estupenda madre y su linaje, que entroncaba con el de los famosos Adriano Dalaseno y Caronte, y dirija su narración hacia la inmensidad de sus méritos […] Volviendo a ella, diré que era la mayor gloria tanto del sexo femenino, como del masculino; ella transformó, mejoró e impuso un orden digno de elogio en el gineceo de palacio, que estaba corrompido desde que el famoso Monómaco asumiera el mando del Imperio y que había sido el centro de insensatas pasiones hasta el reinado de mi padre. Pudo comprobarse entonces cómo el palacio gozaba de un orden encomiable […] 

El carácter que había en su interior se inclinaba por la reflexión y desarrollaba siempre proyectos nuevos cuyo objetivo no consistía en perjudicar al estado, como algunos murmuraban, sino en preservarlo, conducir al imperio, entonces arruinado, a su plenitud y enderezar en la medida de sus fuerzas el rumbo de un estado que estaba reducido a la nada. 

Aunque estuviera excepcionalmente encargada de la administración de la cosa pública, no por ello desatendía el régimen de vida adecuado para el monacato y dedicaba la mayor parte de la noche a cumplir con los himnos sagrados, consumiendo el tiempo en continua oración y en vela; en torno al alba, en ocasiones al segundo canto del gallo, se ocupaba de los asuntos de estado, instruyendo con la ayuda de su secretario Gregorio Genesio, sobre la elección de cargos y resolviendo las solicitudes de los peticionarios”.
Ana Comnena, Alexiada, III, VIII, 1-4

Libro IV
Guerra con los normandos.

Libro V
Continuación de la guerra con los normandos y primera disputa de Alejo con el hereje Juan Italus.

Libro VI
Fin de la guerra contra los normandos. 
La muerte de Roberto Guiscardo. 
Alejo recupera Kastoriá de manos de los turcos.
Persecución de los maniqueos.
Alianza con Venecia; persecución de magos y astrólogos.
Nacimiento de la primogénita de Alejo.

Libro VII
Guerra con los escitas; inicio de las hostilidades; la aplastante derrota del ejército imperial.
Los cumanos derrotan a los escitas. 
Tregua. Los escitas rompen la tregua. 
Actividad de los piratas turcos en Tzachas / Τζαχᾶς, al oeste de Anatolia. 
Expedición contra los escitas.

Libro VIII
Fin de la guerra con los escitas; conspiraciones contra el Emperador.
Continuación de las hostilidades; victoria en la Batalla de Levounion; el éxito final. Conspiraciones y revueltas.

Libro IX
Operaciones contra Tzachas y los Dálmatas (1092-1094), 
Conspiración de Nicéforo Diógenes
Operaciones en Creta y Chipre
Eliminación de los Tzachas
Capitulación de los Dálmatas

Libro X
Guerra contra los Cumanos. 
La Primera Cruzada
Operaciones contra los turcos
Llegada de los primeros cruzados
Pedro el Ermitaño
Los cruzados hacen un homenaje al emperador

Libro XI
Primera Cruzada (1097 - 1104)
Sitio de Nicea por los cruzados
Liberación de Nicea. Éxito de los cruzados
Asedio de Antioquía
Victorias en Asia Menor
Captura de Antioquía y Jerusalén
Masacre de normandos a manos de los turcos
Operaciones en Cilicia.

Libro XII
Conflictos internos, Segunda invasión normanda (1105-1107)
Bohemundo de Tarento
Alejo organiza las defensas en el oeste

Libro XIII
Conspiración de Aarón. Segunda invasión de los normandos.
Sitio de Dyrrhachium
Operaciones en el continente
Operaciones navales
Bohemundo pide por la paz
Las negociaciones de paz
Perfil de Bohemundo
Las negociaciones entre Alejo y Bohemundo
Tratado de Devol

Libro XIV
Turcos, francos, cumanos y maniqueos.
Éxitos romanos contra los turcos
Problemas con los francos
Operaciones navales y terrestres
Decae la salud del Emperador
Operaciones contra los turcos
Ana habla de sus métodos para escribir la historia

Libro XV
Últimas expediciones, los Bogomilos.
Guerra contra los turcos y nuevas tácticas de batalla.
Batalla victoriosa y Paz con los turcos
Sultán asesinado por su hermano
Alejo construye el orfanato
Supresión de los bogomilos. Quema de Basilio líder de los bogomilos
Última enfermedad y muerte de Alejo.

Continuará
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4 comentarios:

  1. Excelente!! podrías proporcionarme la fuente, por favor.

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    1. Gracias, Michi, pero he de decirte que este relato -exceptuando las citas literales-, procede, como todos, generalmente, de muchas lecturas y consultas, sobre las cuales, elaboro la narración. Al no tratarse de una tesis, no me parece indicado acompañar toda una bibliografía. Te la daría, no obstante, si pudiera, pero han pasado varios años y no me es posible. Todos escribimos sobre lo que antes hemos leído y aprendido -nada nuevo, ya sabes-, pero puedo asegurarte que, en todo caso, siempre trato de crear un relato lo más original posible.

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  2. No hay problema y muchas gracias Clara, su relato me sirvió mucho para poder realizar una exposición sobre Ana Comneno c: Saludos desde Zacatecas, México.

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    1. Hola de nuevo, Michi: Estoy a tu disposición para colaborar cuanto pueda. Cordiales saludos para ti y también a Zacatecas (tan cerca de Coahuila, donde tengo buenos amigos y amigas). Hasta pronto y suerte en todos tus proyectos. Clara.

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