domingo, 18 de febrero de 2024

COMER BARRO ● VELÁZQUEZ


Comer barro ● VELÁZQUEZ

Los padres de la Infanta, Felipe IV y Mariana de Austria, observan el trabajo de Velázquez, desde una sala próxima, que, de acuerdo con el espejo, estaría del lado del espectador. 


En este momento, curiosamente, los reyes ven la cara de su hija, mientras que esta da la espalda al pintor. Ello unido al hecho de que, es entonces cuando la menina ofrece la jarra, hace pensar en un descanso durante el posado. 

En esta obra maestra de la pintura de Velázquez, que conocemos como Las Meninas, podemos ver a una dama de compañía, o «de casa» –una las Meninas– ofreciendo a la Infanta Margarita -figura central de la composición-, una bandeja sobre la que aparece una pequeña vasija de arcilla. Esa sencilla vasija de barro poroso se denomina búcaro. 

La Menina de la bandejita -María Agustina Sarmiento de Sotomayor, es hija del conde de Salvatierra. 

En la época, -siglos XVI, XVII y parte del XVIII-, se impuso como canon de belleza, un aspecto frágil, casi enfermizo, en las mujeres y la palidez extrema del rostro era un objetivo muy deseado por toda dama de la corte. Y aquí llega el quiz de la cuestión; uno de los medios más habituales para conseguir la palidez, era, comer barro.


La Menina parece ofrecer, sencillamente, agua fresca.

Esta práctica, llamada bucarofagia, consistía en ingerir pequeñas cantidades de barro cocido, mordisqueando aquellas pequeñas vasijas de arcilla porosa en las que se solía refrescar el agua. Los alfareros, para hacer más agradable la ingesta, elaboraban arcillas más suaves, a las que añadían perfumes, especias, etc., antes de cocer las piezas en el horno.

La vasija, una vez cocida, se llenaba de agua perfumada y las damas se refrescaban con el agua del búcaro, que se mantenía fresca gracias a la porosidad de la arcilla, después daban pequeños mordiscos a la vasija para comer la cerámica o daban pellizcos para romper pequeños pedazos que se llevarían a la boca como un caramelo.



Al parecer, la ingesta de barro produce una disminución de glóbulos rojos en la sangre y, por lo tanto, una intensa palidez. Esto se llama clorosis. Desde pequeñas las mujeres españolas consumían la arcilla como golosina.

Sus orígenes se remontan al Siglo XV, como práctica de las doncellas moriscas. Comer barro era considerado como una práctica inocente hasta que la moda se volvió obsesiva en las últimas décadas del siglo XVII, motivo por el cual, la costumbre de comer arcilla empezó a ser condenada por algunos clérigos y se convirtió en motivo de burla para ciertos escritores que hablan de los «afeites y artificios» que ocultaban la verdadera faz de las damas.

Como hemos visto, para facilitar la ingesta, los alfareros elaboraban arcillas muy finas a las que añadían saborizantes, pero también otros elementos cuyos efectos desconocía el artesano, por ejemplo: el consumo excesivo del barro de los búcaros podía provocar efectos ligeramente alucinógenos, euforizantes y narcóticos, además de adicción. Estos son los efectos más conocidos y frecuentes, pero no los únicos.

El motivo principal por el que fue censurado por los predicadores, capellanes y sacerdotes de la época y por qué tuvo tanto éxito esta extraña moda, es que se atribuían al barro propiedades anticonceptivas. El consumo continuado del barro podía dar lugar a una obstrucción intestinal, que provocaba una disminución -incluso desaparición-, del flujo menstrual. 

Para terminar, sabemos que el consumo continuado –y entonces veían con buenos ojos que las niñas se iniciaran en esta práctica cuanto antes– podía provocar anemias, envenenamientos, daños en el hígado e intestino y un sin fin de consecuencias más, hasta que tal práctica se dio por desaparecida, ya en el siglo XIX.

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