lunes, 25 de noviembre de 2024

Lope de Vega. A mis soledades voy.


¿Anónimo?

A mis soledades voy,

de mis soledades vengo;

porque para andar conmigo

me bastan mis pensamientos.


¡No sé qué tiene la aldea

donde vivo y donde muero,

que con venir de mí mismo

no puedo venir más lejos!


Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento,

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo.


Entiendo lo que me basta,

y solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.


De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio;


él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento:

que humildad y necesidad

no caben en un sujeto.


La diferencia conozco,

porque en él y en mí contemplo

su locura, en su arrogancia;

mi humildad, en su desprecio.


O sabe naturaleza

más que supo en otro tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos.


Sólo sé que no sé nada,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad

adonde lo más es menos;


no me precio de entendido

de desdichado me precio;

que los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?


No puede durar el mundo,

porque dicen, y lo creo,

que suena a vidrio quebrado

y que ha de romperse presto.


Señales son del juicio

ver que todos le perdemos;

unos por carta de más,

otros por carta de menos.


Dijeron que antiguamente

se fue la verdad al cielo:

¡Tal la pusieron los hombres

que desde entonces no ha vuelto!


En dos edades vivimos

los propios y los ajenos:

la de plata, los extraños

y la de cobre, los nuestros.


¿A quién no dará cuidado,

si es español verdadero,

ver los hombres a lo antiguo

y el valor a lo moderno?


Dijo Dios, que comería

su pan el hombre primero

con el sudor de su cara,

por quebrar su mandamiento;


y algunos inobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efectos.


Virtud y filosofía

peregrinan como ciegos:

el uno se lleva al otro,

llorando van y pidiendo.


Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento:

la mejor vida el favor,

la mejor sangre el dinero.


Oigo tañer las campanas,

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces,

haya tantos hombres muertos.


Mirando estoy los sepulcros,

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua:

que no lo fueron sus dueños.


¡Oh, bien haya quien los hizo,

porque solamente de ellos

de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños!


Fea pintan a la envidia;

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.


Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas ni cuentos:

cuando quieren escribir,

piden prestado el tintero.


Sin ser pobres ni ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones ni pleitos;


ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca, como yo, afirmaron

parabién, ni pascuas dieron.


Con esta envidia que digo,

y lo que paso en silencio,

a mis soledades voy,

a mis soledades vengo.

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Retrato anónimo de Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635). (Arriba). Este lienzo procede de las colecciones del pintor Valentín Carderera, de quién pasó al general Romualdo Nogués, aunque entre ambos o antes de que perteneciera a Carderera era del poeta Manuel José Quintana, y fue adquirido por José Lázaro Galdiano antes del año 1902. 

Félix Lope de Vega aparece en traje talar y ostenta la Cruz de Caballero de la Orden de Malta. La atribución de este lienzo a la escuela del pintor Eugenio Cajes o al propio Cajes es debida a Valentín Carderera. Además, el rostro del dramaturgo es muy parecido al del retrato que se conserva en el Instituto Valencia de Don Juan, y en el que Lope de Vega aparece de más de medio cuerpo, y asimismo está estrechamente vinculado con el que grabó Juan de Courbes en la edición de 1630 del Laurel de Apolo, aunque también tiene cierto parecido con el que se conserva en el Museo del Ermitage de San Petersburgo, que ha sido atribuido a Luis Tristán, sin argumentos concluyentes según algunos autores. 

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Lope de Vega, tribuido a Luis Tristán

La calidad de esta obra, que es «un tanto seca» a juicio de algunos historiadores, hacen dudar de que hubiera sido ejecutada por un destacado maestro, por lo que posiblemente sólo sea una de las múltiples copias del retrato del dramaturgo «que se veían», ya en su tiempo, en casa de los hombres «curiosos» o de gusto.

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