Retrato de RODRIGO, trigésimo quinto y último rey visigodo.
Rex eris si recte facias, si non facias non eris. Isidoro de Sevilla.
Durante el reinado de los godos, 395-711, la sucesión al trono provocó muchas dificultades, del mismo modo que siguió ocurriendo cuando la monarquía visigoda ya se había agotado tiempo atrás, hasta tal punto que se podría decir que el problema sucesorio nunca ha sido resuelto satisfactoriamente.
La elección dentro de un mismo linaje era casi equivalente a la sucesión hereditaria, y, si bien es la que se perpetuó, es cierto también que todos los reyes debían ser aceptados y aclamados por la aristocracia. En cuanto a los visigodos de Hispania, su primer rey Alarico I, 395–410, estableció la sucesión en el linaje de los baltos, que se sucedieron hasta la muerte de Amalarico, 511-531.
Durante la época de las invasiones, aun conservando su carácter germánico, los reyes godos establecían pactos con los romanos reconociendo la superioridad del Imperio, que a su vez, los respaldaba con su autoridad, asociándolos a la administración imperial.
La sucesión dinástica se hizo efectiva con la creación del reino de Tolosa, siendo uno de sus principales representantes, Teodorico I, 418-451, aunque todavía no se contemplaba la sucesión hereditaria propiamente dicha, porque el acceso al poder podía proceder del apoyo de las clientelas, pero al perderse el reino de Tolosa, la aristocracia se planteó el derecho a acceder al trono sin pertenecer al linaje de los baltos.
La regulación sucesoria apareció como normativa emanada del IV Concilio de Toledo en 638, en un momento en el que no existía heredero dentro del linaje desde la muerte del citado Amalarico. La práctica de retener el trono dentro de una misma familia fue empleada por Liuva I, 568-573, que asoció al poder a su hermano Leovigildo 570-586, quien a su vez asoció a sus hijos, Hermenegildo, 580-584 y Recaredo, 586-601. También Suintila, 621-31,asoció a Ricimiro en 626, antes del IV Concilio, pero incluso después, se repitió la práctica de la usurpación y de la asociación, como demuestran los casos de Chindasvinto 642-653 y Recesvinto 649-672, y el que alcanza el momento que nos ocupa, con Égica 687-702 y Witiza, 700-710.
El IV Concilio de Toledo reglamentó y legitimó la fórmula electiva. ...que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono... Con ello se reforzaba la figura monárquica por medio del respaldo de la iglesia y, a la vez, a la propia iglesia que, se erigía en árbitro de los pretendientes, quienes a su vez, le deberían su apoyo; la unción de manos por parte de los obispos, sacralizaba la institución y la persona del rey. Cabe destacar que por esa misma reglamentación, se precisaban ciertas garantías procesales para el individuo frente a los monarcas, que también debían someterse al derecho. Por otra parte, del mismo Concilió salió una feroz política antisemita.
Probablemente proceda de Isidoro de Sevilla, que presidió aquel Concilio, la máxima relativa al comportamiento de los monarcas que aparece arriba, como pie de la imagen de don Rodrigo: Serás Rey si obras rectamente; si no lo haces, no lo serás.
El Concilio fue convocado por Chintila (636–639), e inauguró las sesiones el 9 de enero de 638. Asistieron 53 obispos; tres de los cuales eran de la Narbonense, por lo que el Concilio se entendió como una asamblea hispano–gala. Promulgó 19 cánones, de los cuales, cuatro trataban cuestiones políticas, mientras que los quince restante se referían, como hemos apuntado, a judíos, monjes, órdenes sagradas y beneficios y bienes de la Iglesia, a quien se reconocía el dominio absoluto y perpetuo de los bienes obtenidos de mano de los monarcas o de los fieles.
Se anatematizó a aquellos que osaran atacar al rey, destronarlo, usurpar su poder o perjudicarlo de cualquier otra manera. Las duras medidas adoptadas contra los judíos, al parecer, procedían de un deseo expreso del Papa.
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En el presente trabajo –aunque haya que hablar necesariamente de la leyenda que culpa a la famosa e infeliz Florinda, llamada la Cava y su desgraciada, involuntaria y, probablemente inventada relación con don Rodrigo–, se trata de examinar con exactitud el verdadero asunto ocultado por la leyenda; es decir, el gravísimo, o más bien, funesto conflicto ente los hijos del fallecido rey Witiza –derecho hereditario–, y el noble pretendiente don Rodrigo –derecho electivo–.
Witiza, hijo del rey Égica (687-702) y de la princesa Cixillo, debió nacer hacia el año 680. Ya adolescente, su padre, tratando de imponer la continuidad de su dinastía, le asoció al poder en Galicia, donde asedió Tuy, de los suevos. Hombre de carácter iracundo y habituado a imponer su voluntad, mató a palos a Favila, el capitán de su propia guardia, levantando sospechas sobre la posibilidad de haberlo hecho para tomar a la esposa del muerto.
A la muerte de Égica en 1602, Witiza heredó un reino debilitado por las epidemias, el hambre, la peste y las intrigas de la nobleza. La Crónica Mozárabe de 754 asegura que reparó los crímenes de su padre, llamando a los desterrados y devolviéndoles sus propiedades y empleos cortesanos.
La Crónica de Alfonso III, llamada Sebastianum, redactada hacia el año 900, hace un retrato poco halagador de Witiza, al que describe como hombre poco honesto, de costumbres escandalosas, perdido entre esposas y concubinas, y que para evitar la censura, propició la degradación de los religiosos, por lo que serían sus transgresiones la verdadera causa de la caída de los godos y la pérdida de España. Esta Crónica pudo haberse inspirado en otra del siglo IX, llamada Chronicon moissiacense, igualmente poco favorable a un Witiza adicto a las mujeres, que con su ejemplo incitó a los sacerdotes y al pueblo a vivir en la lujuria, irritando la cólera de Dios.
Parece que incluso el Pontífice le amenazó con destronarlo si seguía ignorando su autoridad, a lo que Witiza respondería amenazando a su vez con marchar sobre Roma con sus ejércitos. Según Lucas de Tuy, Witiza mandó derribar las murallas de las ciudades, exceptuando las de Toledo, Astorga y Tuy, con el fin de prevenir cualquier resistencia a su tiranía.
El final del reinado de Witiza constituye un misterio. Según la Crónica de Alfonso III, Witiza murió por causas naturales, pero otras fuentes insinúan que fue destronado y muerto por Rodrigo, quien se apoderaría del reino tumultuosamente, a instancias del Senado.
De acuerdo con la leyenda, el padre de Rodrigo, Teodofredo, duque de Córdoba, había sido una de las víctimas de la tiranía de Witiza, quien después de cegarlo, lo encerraría en prisión hasta su muerte. Rodrigo, para vengar a su padre, se conjuró para eliminar al tirano, y suscitando una revuelta, secuestró al rey en Toledo, la capital visigoda, donde ordenó su ejecución después de cegarlo a su vez. Posteriormente subiría al trono, expulsando a los hijos del rey depuesto, minetras que ellos, para poder vengarse, se aliaron con los musulmanes. Witiza habría dejado tres hijos de corta edad, según el historiador andalusí del siglo X, Ibn al-Qūṭiyya: Agila, Ardabasto y Olmundo.
La duración del reinado de Witiza varía según las fuentes; de acuerdo con el Chronicon moissiacense, reinaría durante siete años y tres meses, de 702 a 710, mientras que la Crónica de Alfonso III, también llamada Ad Sebastianum, habla de doce años, e incluso según otras fuentes, cristianas y musulmanas, reinaría hasta quince años.
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Rodrigo, Hroþareiks, o Ludharīq según las formas gótica y árabe de su nombre, murió en 711, siendo el último rey godo de Hispania y Septimania.
Perteneciente a la nobleza, era hijo de Teodofredo, duque de Córdoba y de Rekilona. Fue duque de la Bética antes de ascender al trono de Toledo, en 710, tras derrotar a Witiza en guerra civil y expulsar a su hijo y sucesor Agila, quien, junto con sus partidarios huyó a Septa Magna, actual Ceuta, en el norte de África.
El Magreb había sido recientemente conquistado por Musa Ibn Nosseyr, quien nombró a un bereber, o según algunas fuentes, un mawla –servidor-, Tariq ibn Ziyad, entonces gobernador de Tánger, y le dio el mando de un ejército de alrededor de 7.000 caballeros bereberes, recientemente convertidos al Islam y firmemente decididos a combatir en defensa de su fe.
El Conde don Julián, señor de Septa-Ceuta, al que los árabes llamaban Ilyan o Youliân, era vasallo de Rodrigo, pero tenía amistad con Tariq. Ibn ‘Abd al-Hakam, historiador egipcio de la conquista árabe, contó, un siglo y medio después, que Julián había enviado a una de sus hijas, Florinda, a la corte visigoda de Toledo para que recibiera educación –tal vez también como garantía de su lealtad- y de la que Rodrigo abusaría sexualmente. Crónicas legendarias, atribuirían a este hecho la hostilidad de don Julián, si bien otras creen que su actitud procedió más bien de razones políticas, que le llevaron a facilitar a Tariq la conquista de Al-Ándalus.
El historiador andalusí Ibn al-Qutiyya, escribió en el siglo X una leyenda según la cual los reyes godos tenían un palacio en el que se guardaban los cuatro evangelios sobre los que solían prestar juramento los monarcas. El palacio, muy venerado, nunca se abría y allí se inscribía el nombre de los reyes que fallecían. Cuando Rodrigo se ciñó la corona, se atrajo la desaprobación de los cristianos, que más tarde intentaron, en vano, impedirle que abriera el palacio y el cofre que guardaba. Cuando finalmente lo hizo, halló unas estatuas de madera que representaban a árabes con el arco a la espalda y con turbantes; bajo aquellas estatuas había una inscripción: Cuando este palacio sea abierto y retiradas sus estatuas, vendrá a Al Ándalus un pueblo parecido al de estas figuras y se apoderará del reino.
En la primavera del 711, mientras Rodrigo luchaba contra los rebeldes vascones en Pamplona, Tariq, informado por don Julián, atravesó el Estrecho con un ejército de reconocimiento, de 1.700 hombres. Los habitantes de al-Ándalus no percibieron movimientos de guerra, creyendo que se trataba de navíos mercantes. Tariq y sus hombres avanzaron hasta Cartagena y después hacia Córdoba, donde la guarnición local tuvo sospechas y aquellos hombres fueron derrotados y expulsados fuera de la ciudad.
Según los cronistas musulmanes, cuando Rodrigo lo supo, volvió. Lucharon en un lugar llamado Shedunia, en un valle hoy llamado Umm-Hakim. La batalla fue dura, pero Dios poderoso y grande, mató a Rodrigo y a sus compañeros.
El nombre cristiano de la batalla, dada el 19 de julio de 711, y que contempló la derrota de Rodrigo, es Batalla de Guadalete. Rodrigo moriría probablemente ahogado en el río Barbate y los godos supervivientes, desorganizados huirían hacia el norte.
Después de mandar al comandante de su caballería a tomar Córdoba, Tariq entró en la capital visigoda de Toledo, donde su primer cuidado sería hacerse con la llamada mesa de Salomón.
…conquistada al-Ándalus por Musa Ibn Nosseyr, él tomó la mesa de Suleyman Ibn Dawid, y la corona. Tariq supo que la mesa estaba en una ciudadela llamada Faras, a dos días de Toledo, cuyo gobernador era un sobrino de Rodrigo. Entonces Tariq le escribió, prometiéndole la seguridad para él y su familia. El sobrino salió de la ciudad y Tariq mantuvo su promesa… Tariq le dijo dame la mesa y él le entregó la mesa. Sobre ella había oro y plata, como nadie había visto… Él tomó las perlas, la armadura, el oro, la plata y las copas como botín, como nadie había visto. Lo reunió todo. Después volvió a Córdoba y deteniéndose, escribió a Musa Ibn Nosseyr, informándole de la conquista de Al Ándalus y del botín que había hecho.
El año siguiente, Musa Ibn Nosseyr se unió a la lucha y en menos de seis meses sometió más de la mitad de la actual España. En 718, los musulmanes habían ocupado toda la península excepto las montañas de Asturias. Egilona, la viuda de Rodrigo se casaría con Abd al-Aziz ibn Musa bin Nusair, wali de Al Andalus.
Según la Crónica de Alfonso III, también llamada Ad Sebastianum, redactada hacia el año 900, la tumba del rey Rodrigo apareció en una iglesia de Viseu, en Lusitania-Portugal. Sobre ella se podía leer este epitafio: Hic requiescit Rudericus ultimus rex Gotorum.
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De acuerdo con una tradición popular muy arraigada, la historia de don Rodrigo se transformó en una leyenda destinada a justificar la caída de España en manos musulmanas. La pretendida crónica, relaciona al rey godo con Florinda, la hija de don Julián, Conde de Ceuta, apodada La Cava –término que no significa nada bueno–, a quien este habría enviado a la corte de Toledo para ser educada y posiblemente, para que encontrara un marido entre los hijos de la nobleza goda.
Por aquella época, don Rodrigo padecía sarna y, parece que Florinda sabía curarla, utilizando al efecto un alfiler de oro. Don Rodrigo, fuertemente atraído por ella, habría querido poseerla, sin intención de casarse, por lo que decidiría forzarla. Ella entonces, envía a su padre varios regalos entre los que pone un huevo podrido, señal por la que don Julián comprende lo que ha pasado y decide ir a buscar a su hija, aunque para no levantar sospechas, hizo saber que su mujer estaba gravemente enferma y que la visita de su hija podría ayudarle a recuperar la salud. Don Rodrigo lo creyó y entregó a Florinda, que volvió a Ceuta con su padre.
Libre entonces para lavar su ofensa, don Julián se pone de acuerdo con Musa ibn Nusair, a quien facilita el desembarco de sus tropas en la Península, para que lleve a cabo su propia venganza, derrotando a don Rodrigo, quien moriría o desaparecería en el enfrentamiento de Guadalete.
La consecuencia inesperada sería que los musulmanes, una vez cruzado el Estrecho en 711, decidirían quedarse y expandirse por casi todo el territorio, objetivo que completarían hacia el 716. El hecho requería una explicación, que sería más creíble, cuanto más simple. Empleando el infalible método francés, denominado cherchez la femme; la solución resultó muy sencilla: ahí estaba la culpable, que no era sino La Cava, tentando a don Rodrigo.
Florinda saliendo del baño –a la vista de don Rodrigo–. Isidoro Lozano. BB.AA. San Fernando
Como complemento de la leyenda citada –y menos creíble todavía–, surgió la siguiente historia: un rey de España había construido una torre en la que guardó un secreto; después la cerró con un fuerte cerrojo, imponiendo a sus sucesores la condición de que cada uno de ellos debía añadir otro cerrojo. Rodrigo quiso conocer el secreto, por lo que hizo abrir la cámara en cuyo interior encontró unos caballeros árabes pintados en los muros y una mesa en el centro, en la que estaba escrito que se trataba del rey Salomón. También había un pergamino que amenazaba: Si se viola esta cámara y se rompe el encantamiento contenido en esta arca, las gentes pintadas en estas paredes invadirán España, derrocarán a sus reyes y ocuparán todos sus territorios.
La Crónica del rey don Rodrigo, con la Torre de los Cerrojos.
Rey necio: mira los hombres que te arrojarán del trono y subyugarán tu reino –reza otra versión más delirante–; añadiendo que las figuras tomaron vida y empezaron a dar vueltas en torno al rey con insoportable ruido de cascos, batir de tambores y gritos de guerra.
La misteriosa muerte o desaparición de este último rey godo, don Rodrigo, así como sus pretendidas causas, se encuentran en la Crónica Sarracina o del rey Rodrigo y la destruyción de España, de Pedro del Corral, escrita en 1430 y publicada en Sevilla.
Fernando Pérez de Guzmán, sin embargo, definió a del Corral como charlatán en el prólogo de sus Generaciones y Semblanzas, añadiendo que su obra era trufa o mentira paladina. Posteriormente, Menéndez y Pelayo integraría la Crónica Sarracina en el grupo de ciertos libros de este jaez.
La obra de Corral es, pues, una de las muchas transformaciones que se hicieron de la Crónica de 1344, que a su vez es una refundición de la de Alfonso el Sabio. Corral tomó su argumento de esta fuente, e inventó todo lo demás hasta completar su historia, compuesta por 518 capítulos de un Libro de Caballerías –objeto de menosprecio en la ficción del Quijote–, cuya finalidad era crear una versión fantasiosa que justificara la pérdida de España. Suscitó a su vez diversos romances, entre los que aparece el relativo a la Seducción de la Cava. La suma de la revisión de la crónica, de la versión juglaresca y de las últimas ediciones publicadas en el siglo XVI, ofrece un claro ejemplo de como se transforma y crea una tradición que finalmente se superpone a la historia.
La Crónica Sarracina o del rey Rodrigo y la destruyción de España, contiene la supuesta Seducción de la Cava, que se encuentra en los capítulos 165 a 187, de acuerdo con el esquema que sigue.
De acuerdo con lo narrado en los citados capítulos, 165-187, don Rodrigo invita a la reina a su cámara, donde sirven tres doncellas, una de las cuales es la Cava, de quien él está prendado. Mientras la reina se entretiene con sus doncellas, Rodrigo llama a la Cava para que le cure la sarna de las manos (cap. 165: dixole que le sacase aradores de las manos. E Caba ... fincó las rodillas en el suelo e catábale las manos. ... E como él estaba ya en ardor, e le fallaba manos blandas e blancas... encendiase de cada ora más en su amor.) y le declara su pasión (cap. 165 bis). La Cava simula no comprenderle. (cap. 166: diole luego el coraçon que el rey era su enamorado e non le quiso dar a entender que ella entendía que él era su enamorado.). Pero Rodrigo insiste, ofreciéndole la posibilidad de convertirla en reina de España (cpt 167: El rey le dixo: Amiga Caba, non entendedes lo que vos digo por la vía que yo querría. Tú serás señora de mi e de corazon que si en este tiempo la reina mere que yo non abré otra ninguna por mi muger si non a ti.). La joven cree que es una especie de trampa para ponerla a prueba. (Cap. 168: Señor, yo creo que estas palabras que me dezides non son para otra cosa sino por saber el seso que abré para vos responder a ellas... non me debriades probar por tal manera.). Pero Rodrigo jura la sinceridad de su amor. (cap. 169). La Cava, no obstante, continúa resistiendo. (cap. 170-171bis: Caba le dixo: Señor...me mandáis que yo faga traición...; la ora que yo consintiese tal cosa, esa ora cobdiciaría la muerte a la reina... E non es cosa al mundo fecha que non sea sabida... E commo todas las gentes lo sopiesen, non echarían la culpa a otro si non a mí solamente... e desta guisa yo sería mal infamada.), y Rodrigo decide no cejar en su empeño.
No pasa un día sin que Rodrigo la apremie insistentemente, pero ella se defiende como puede, hasta que un día, durante la siesta, Rodrigo manda a un paje a llamarla y la fuerza. La Cava no pide auxilio. (cap. 172: Un día a la siesta envió con un doncel suyo por la Caba y ella vino a su mandado.)
La Cava con el dolor que siente por el abuso, empieza a perder su belleza, por lo que Alquifa, una doncella amiga suya, le ruega que le cuente el motivo de su tristeza (cap. 173: Assí se sintió escarnida del rey ... comenzó de cada día a perder la hermosura que avía.). La Cava cuenta a Alquifa su desgracia y ésta le aconseja que escriba a su padre. Un escudero lleva a Ceuta la carta acusadora (caps 174-76: El escudero de la Caba que lleva a Ceuta la carta...).
El conde va a Consuegra, donde se entrevista con su cuñado el obispo don Oppas, quien le aconseja que disimule y trame el modo de vengarse (cap. 177). Don Julián cuenta al rey que ha hecho la paz con Muza y que su esposa, la condesa Frandina, está muy enferma y quiere ver a su hija. El rey le honra sobre todos.
Aquí el croniquero tacha a don Julián de traidor, asegurando que don Rodrigo no había forzado a La Cava, sino que la culpable era ella por no haberse recatado como debía (cap. 179). Julián aconseja al rey destruir las armas del reino (cap. 180) y enemista al obispo Oppas y a Brancarte con Rodrigo. (cpts. 181-83). En Ceuta, delibera con los suyos sobre lo que hacer, mientras la condesa le incita a la venganza. (cap. 184-87: La condesa que excita a la venganza...).
Crónica Sarracina o del Rey Don Rodrigo con la destrucción de España (segunda parte) Pedro del Corral, 1430. Manuscrito sobre papel. 31 x 22 cm. Copia manuscrita en letra semigótica o redonda. Último tercio siglo XV. Archivo Municipal de Medina del Campo.
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La Crónica Sarracina o del rey Don Rodrigo con la destrucción de España, es según Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, el más antiguo ejemplo de novela histórica de argumento nacional, cuyo autor, Pedro del Corral, se basó en fuentes muy diversas -La Crónica de Don Pedro, del Canciller López de Ayala, La Crónica de El Toledano, la Crónica Troyana, etc.- para componer un relato fantástico, aderezado con episodios nacidos en la imaginación y de tradiciones orales, más o menos distorsionadas.
Narra numerosos episodios legendarios sobre el último rey godo y la pérdida de España, con la participación de personajes como el Conde don Julián, el obispo Don Oppas, el caudillo Tarik, el moro Muza, La Cava, el rey de Córdoba Pelistas, el rey don Pelayo, Fabila, Miramamolín, etc.
Para dar credibilidad a su cuento, Pedro del Corral asegura que los autores son dos supuestos cronistas de don Rodrigo, llamados Alastras y Caristes, que cuentan escenas de las que han sido testigos. Hay episodios amorosos, religiosos y sobre todo, de guerra, como la traición de Don Julián; la llegada a la península de los musulmanes y los asedios a Córdoba, Granada, Jaén, Murcia, Orihuela, Toledo, Guadalajara, Medinaceli, etc.
Describe el Ducado de Cantabria contando anécdotas desconocidas de personajes como Don Pelayo o su hijo Fabila y termina con el famoso episodio de la Penitencia de don Rodrigo en el Viseu; leyenda clave de la narración; construida con elementos de las tradiciones árabe, cristiana y mozárabe; cuenta que don Rodrigo se entierra vivo, voluntariamente, con una serpiente de dos cabezas, que tiene la misión de devorarlo, empezando por do más pecado había, es decir, por el corazón, constituyendo uno de sus elementos fundamentales, junto con el relato de la Mesa de Salomón y el de La Cava, siendo este de la tumba, posiblemente, el único cimentado estrictamente, en un modelo de carácter cristiano. Posteriormente dejaría su propia huella en la obra de Lope de Vega, Washington Irving, o Walter Scott.
El manuscrito de la Crónica Sarracina conservado en el Archivo Municipal de Medina del Campo, fue dado a conocer en 1991 (Sánchez del Barrio, A.: Un nuevo ejemplar de la Crónica Sarracina... Rev. de Folklore, nº 131, pp.147-157) uniéndose a los nueve manuscritos conocidos hasta entonces. De ellos se conservan tres en la Biblioteca de El Escorial, dos en la Biblioteca del Palacio Real, y otras cuatro, en la Biblioteca Nacional, en Madrid, en la Biblioteca Pública de Oporto, en la Biblioteca Catedralicia de Toledo y una más, que es de propiedad privada. Todos son originales de finales del siglo XV. Tras la aparición de la imprenta se produjeron muchas ediciones, las más antiguas, en Sevilla, Valladolid, Toledo y Alcalá de Henares.
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La Crónica Mozárabe de 754 ofrece algunos datos sobre los hechos acaecidos inmediatamente después del reinado de Witiza. Dice entre otras cosas, que Rodrigo usurpó el trono y que reinó un año; que ya había estallado la guerra civil antes de la invasión de los árabes y que Rodrigo fue traicionado por parte de sus tropas. Sin embargo, no menciona a Agila II, el hijo de Witiza; ni declara que fueron los witizanos los que invitaron a los musulmanes a cruzar el Estrecho para que los ayudara a destronar a Rodrigo.
La Chronica regum Visigothorum registra los nombres de los reyes visigodos y los años de sus reinados. Después de la entronización de Ervigio, los manuscritos difieren en los siguientes reyes. La Continuatio codicis C Parisini, en manuscrito del siglo XII no menciona a Rodrigo; indica que a Witiza le sucedió Agila y después de tres años le sucedió Ardo. Pero la Continuatio Legionensis, en manuscrito del siglo XI, dice que a Witiza le sucedió Rodrigo, el cual reinaría durante siete años y seis meses. No obstante, se ignora cuando fueron recopiladas estas obras por primera vez y dado que asignan períodos muy diversos a los sucesores de Ervigio es posible que contengan errores, simplemente de transcripción, aunque sí parece posible que a Witiza le sucedieran dos reyes más de la misma dinastía.
En cuanto a las crónicas árabes, la primera versión de la conquista de Hispania procede de alrededor de 860. Ibn Abd al-Hakam dice que el señor de Ceuta, deseoso de vengarse de Rodrigo, se ofreció a transportar a Táriq ibn Ziyad a la península Ibérica. El rey visigodo acudió a detener su avance, pero fue derrotado y muerto. El resto de las crónicas árabes comparten esta visión: la intervención del señor de Ceuta y la derrota de Rodrigo en una batalla.
Por otra parte, las crónicas asturianas –la Crónica Albeldense y la Crónica de Alfonso III– presentan al reino de Asturias como continuador del reino visigodo de Rodrigo y culpan de la conquista árabe a los witizianos, a los que achaca la idea de llamar a los árabes. La Crónica de Alfonso III data del siglo IX.
La versión Rotense cuenta que Rodrigo, nieto de Chindasvinto e hijo de Teodofredo, sucedió a Witiza y al tercer año de su reinado fue derrotado por los árabes y la traición de los hijos de Witiza.
La versión Sebastianense añade que los hijos de Witiza solicitaron ayuda a los árabes para expulsar a Rodrigo del trono pero que murieron al mismo tiempo que él.
Ni en la Crónica Mozárabe ni en las posteriores se menciona a Agila II, como tampoco lo hacen las crónicas árabes. Del mismo modo, las crónicas escritas en la zona de influencia de Agila II obvian la figura de Rodrigo hasta bien pasada la mitad del siglo XIII cuando se tradujo la obra del obispo Rodrigo Jiménez de Rada.
Las crónicas asturianas, dada su idea de que Rodrigo había sido el último rey visigodo y que los reyes de Asturias eran sus sucesores, ignoraron a Agila que reinó dos años más, y añadieron esos años al reinado de Rodrigo de modo que este último habría reinado tres años.
De acuerdo con la Crónica mozárabe, ya citada, parece que Rodrigo, se apoderó del trono de forma violenta con el apoyo de buena parte de la aristocracia y de la élite seglar y eclesiástica del reino. que era la que intervenía en la elección del rey, lo que podría significar que Witiza fue derrocado y muy probablemente asesinado, aunque también podría haber sucedido que muriera por causas naturales y que Rodrigo se hubiera alzado para evitar que los descendientes del fallecido se autoproclamaran sucesores. Esto daría lugar a un breve interregno de lucha civil entre Rodrigo y los witizanos.
Pero no toda la aristocracia estaría de acuerdo, por lo que la coronación de Rodrigo produciría conflictos que fueron a estallar al mismo tiempo que los árabes empezaban a atacar poblaciones del sur de la península. La élite nobiliaria se dividiría, como había ocurrido con la sucesión de Chindasvinto en 653 y de Recesvinto en 672. Habría una sublevación en los territorios que no reconocieron la autoridad de Rodrigo, quien se habría enfrentado a la rebelión, cuando luchaba con Agila II en el nordeste. Curiosamente hay monedas acuñadas con el nombre de Agila, que proceden esa parte de la península —Narbonense y Tarraconense—, y que coinciden temporalmente con el supuesto reinado de Rodrigo.
Entre los frescos de Qusair Amra –Jordania–, aparece este grupo de seis reyes que se rinden o suplican al califa omeya, cuyos nombres están escritos en caracteres griegos y árabes. Uno de ellos es "Roderic", a su lado, Kaisar, el emperador bizantino; el Sasánida Kisra y Negus de Etiopía. Otros dos nombres no bien identificados se referirían a China y Turquía.
Así pues, de acuerdo con las fuentes árabes, Rodrigo estaría peleando contra los vascones en el momento del desembarco árabe. Sin embargo, la Crónica de 754 no habla de ninguna expedición militar, y por tanto, el ejército sólo se habría levantado para enfrentarse a los árabes. Las fuentes árabes ofrecen cifras exageradas para engrandecer su victoria, pero un dato aproximado puede ser la de 12 a 14.000 visigodos frente a 10.000 árabes.
Finalmente, se produciría la derrota del ejército visigodo y la muerte del propio monarca. Casi siempre se deja caer que el resultado de la batalla fue decidido por una traición, en este caso, anónima, que provocaría deserciones entre los visigodos. Todo indica que, además de la traición primera -que Rodrigo desconocía-, los witizanos habrían abandonado al rey en plena lucha, lo que habría provocado el desastre.
En todo caso, la intención de los traidores sería que el rey desapareciera o quedara completamente debilitado, de modo que ellos pudieran hacerse con el poder. No se trataba, pues; esto parece claro, de entregar el reino a los invasores sino de sustituir al rey electo por el sucesorio. Sin embargo, los supuestos traidores, también morirían durante el enfrentamiento, lo que acaso desmentiría el hecho de que los witizanos estuvieran de acuerdo con los invasores.
Una de las consecuencias inesperadas, pero relativamente lógicas de la invasión, sería la aparición de matrimonios mixtos entre invasores e invadidos; así ocurrió en el caso de la reina viuda Egilona, que casó con el valid Abd al–Aziz ibn Musa, de Al–Andalus.
La Crónica Mozárabe parece dar a entender que tras la derrota de Rodrigo se produjo la guerra civil y que Rodrigo perdió el apoyo de Toledo a causa de la traición del obispo don Oppas, hijo de Égica, que se habría coronado justo cuando Rodrigo acudía a enfrentarse a la invasión. Sin embargo hay evidencia de que Oppas fue expulsado de la ciudad de Toledo por la alta aristocracia, lo que significaría que carecía de apoyos para asumir el poder.
El resultado, en todo caso, fue que la desaparición de la élite visigoda, tanto los que seguían a don Rodrigo, como los que los que se enfrentaron a él, dejó a la población sin gobierno, por lo que la nobleza de las demás regiones, decidió someterse a los invasores, mediante acuerdos por los cuales conservarían su poder y sus bienes.
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Pedro de/del Corral pudo nacer entre 1380 y 1390. Huérfano desde la infancia, descendía por ambas ramas, de dos familias patricias de Valladolid. Como segundón, no tendría herencia y utilizó el apellido de la madre, ya que el paterno, Villandrando lo ostentaría su hermano mayor, Rodrigo, que sirvió en la corte de Juan II como mercenario, condición con la que había participado en la Guerra de los Cien Años, al servicio de los franceses. En cuanto a Pedro, halló empleo y protección en la corte castellana, motivo por el cual se enfrentaría a su familia, compuesta de partidarios de los Infantes de Aragón.
Su única obra conocida es la extensa Crónica sarracina o Crónica del rey don Rodrigo con la destruyción de España, escrita en 1440-43 y publicada probablemente en Sevilla en 1499. Es considerada por una parte de la crítica como la primera novela caballeresca de la literatura española, cuya edición alcanzó un enorme éxito.
Esta atribución se debe en buena parte a Fernán Pérez de Guzmán, autor contemporáneo de Corral, que es quien le tacha de charlatán en el Prólogo de sus Generaciones y semblanzas, donde también le llama liviano e presuntuoso hombre, a la vez que dedica a su trabajo los términos de trufa o mentira paladina. Pérez de Guzmán rechazaba el tópico del manuscrito encontrado, al que se acude, por ejemplo, en el Amadís de Gaula, pues considera que tales publicaciones socavan la veracidad histórica y, por tanto, la credibilidad de otros trabajos.
No es un libro de historia verídica, sino un libro de caballerías, de especie nueva, y no de los menos agradables e ingeniosos, a la vez que la más antigua novela histórica de argumento nacional que posee nuestra literatura. Pedro del Corral, siguiendo la costumbre de los autores de libros de este jaez, atribuyó su relato a los fabulosos historiadores Eleastras, Alanzuri y Carestes, a quienes hace intervenir en la acción; pero ocultó su verdadera fuente, que era un libro realmente histórico, si bien muy corrompido e interpolado.
M. M. Pelayo, Orígenes de la novela; VII. Novela histórica.
El proyecto de del Corral, con todo, era crear una historia con apariencia de autenticidad, a cuyo efecto declaró basarse en manuscritos de dos cronistas, Eleastras y Alanzuri, quienes formarían parte de la corte de don Rodrigo y serían, por tanto, testigos fidedignos, aunque tampoco dudó en citar un pergamino hallado en la tumba del propio Rodrigo.
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Menéndez Pidal, al estudiar el episodio de la penitencia de don Rodrigo, llegó a la conclusión de que se debía a una mala transcripción de dos términos en la Crónica del Moro Rasis: huesa: arcaísmo de calzado o bota, tomado por huesa, sepulcro, y Viseo, lugar de hallazgo de la lápida, por visco, el pretérito perfecto antiguo del verbo vivir, de donde resultaba que la cueva de Viseo donde se halló la lápida, se convirtió en el sepulcro donde fue enterrado vivo Rodrigo.
El hecho es que a la novela sólo le faltaba que el asunto recurrente de la penitencia, muy al gusto de las hagiografías medievales de santos eremitas y ejemplarios de caballeros depravados que imploran el perdón divino al final de sus días, se introdujera como ropaje legendario con el aderezo de nubes milagrosas que indican un camino, campanas que tañen solas y apariciones demoníacas.
En los primeros textos que abordan la historia legendaria de Don Rodrigo, está en duda el cómo, el cuándo, y de qué manera murió el rey. En la Crónica Silense, compuesta hacia 1110 por un monje de Sto. Domingo de Silos, se habla de un monarca luchador que muere en plena batalla, y las siguientes crónicas cristianas -La Najerense, el Cronicón de don Pelayo, la de Lucas Tudense (h. 1243), la General de Alfonso X y la de 1344, no concretan el final de Rodrigo, aunque sí se hacen eco de su sepulcro en la localidad portuguesa de Viseo, noticia que aparece ligada al supuesto descubrimiento de una lápida donde se le llama ultimus rex gothorum y que recogió el obispo Sebastián de Salamanca en su Crónica de Alfonso III el Magno, al hablar de la repoblación allí llevada a cabo por dicho monarca, y no por Alfonso I, como asegura la Crónica Sarracina.
La leyenda de la penitencia del rey, que se incorpora al relato a fines del s. XIV y a lo largo del XV, aparecerá en obras contemporáneas como la Crónica General de España, escrita h. 1390 por el obispo de Bayona fray García de Eugui, la Crónica Sarracina que estamos comentando, la Refundición de la de 1344 y el apócrifo Sumari d'Espanya atribuído a Berenguer de Puigpardinas, de fines del siglo. XV.
Se admite que dicha versión legendaria de los últimos días del rey se formó, en primer término, a base de tradiciones locales en torno al famoso sepulcro de Viseo; luego, quizá, se propagaría con fuerza desde el monasterio de Lorván, junto a Coimbra, gran oficina de falsificaciones legendarias, y en el cual sabemos que se escribió una relación de las postrimerías del rey godo, fingida como si procediera de tiempos muy antiguos.
En los tres primeros textos citados, el relato de la penitencia coincide en lo esencial: una culebra que ha criado el propio penitente lo devora vivo mientras las campanas doblan solas anunciando su muerte.
En la Crónica de Eugui los hechos suceden en la casa del obispo de Viseo; en la Sarracina, fuera de la villa, en una huerta muy vieja que allí era y en la Refundición, en la huerta, sin más detalles.
Tan terrible penitencia se halla ligada estrechamente al tipo de condenas que recaían sobre los culpables de crímenes extremadamente graves; así, en el Medievo, según la Lex romana visigothorum, se encerraba a los parricidas en un saco con una culebra, pena muy similar a la marcada por la Ley Pompeya romana, su antecedente. Más tarde, fue recuperada por Alfonso X en sus Siete Partidas.
Sin embargo, hay que reconocerle a la novela de Corral, el mérito literario, ya que no el histórico, de haber sido la fuente de inspiración del conjunto de romances que sobre la vida fabulosa del último godo se popularizaron desde entonces.
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Salvador Martínez Cubells, 1845–1914. Batalla de Guadalete.
109x220 cm. BB.AA. San Fernando
La Batalla de Guadalete, según la historiografía tradicionalmente admitida y procedente de crónicas árabes de los siglos X y XI, tuvo lugar entre el 19 y el 26 de julio de 711 cerca del río Guadalete en la Bética. El rey godo Rodrigo fue derrotado y probablemente perdió la vida frente a las tropas del Califato Omeya, mandadas por Tariq ibn Ziyad. La derrota y la subsiguiente entrada de nuevas tropas, que procedieron a la ocupación del resto del territorio, supuso la práctica aniquilación del estado visigodo en la península ibérica.
Sánchez Albornoz reconstruyó los hechos consultando tanto fuentes cristianas como árabes, y concluyó que Wadi Lakka era efectivamente el río Guadalete, y que sería cerca de la despoblada ciudad hispano-romana de Lacca –acaso el Castrum Caesaris Salutariensis–, a 7 km al sur de Arcos de la Frontera, en la Junta de los Ríos Guadalete y Majaceite, exactamente, donde los antiguos habían situado el enfrentamiento.
El caudillo Táriq, al servicio de Musa ibn Nusair, gobernador del norte de África, hizo tratos con el Conde de Ceuta Don Julián, gobernador y vasallo de Don Rodrigo, pero fiel a los herederos del fallecido monarca Witiza, propició la entrada de Omeyas, que llegaron a la península, al calor de la lucha por la sucesión entre Rodrigo y los hijos de Witiza -en apoyo de estos últimos–, a los que facilitó la travesía del estrecho de Gibraltar en la noche del 27 al 28 de abril de 711. A pesar de las interpretaciones legendarias, resulta probado que las fuerzas omeyas fueron llamadas por los hijos de Witiza.
En aquel momento, don Rodrigo se encontraba en el norte combatiendo a los vascones en Pamplona, por lo que recibió la noticia de la entrada de las fuerzas bereberes, quince o veinte días después, aunque, dadas las circunstancias, para entonces le resultó muy difícil reclutar un ejército con que hacer frente a la invasión, de modo que se vio obligado a aceptar la interesada ayuda de los witizanos, cuya traición desconocía. Finalmente, se cree que sólo 2.000 musulmanes y 2.500 visigodos participaron en la batalla.
Una vez empezada la batalla, los hijos de Witiza, que comandaban los flancos, se separaron del ejército visigodo, dejando a Rodrigo en inferioridad numérica y técnica frente a los musulmanes. Al parecer, los bereberes, con su caballería ligera y sus ataques rápidos y letales, diezmaron a las rodeadas fuerzas leales al monarca godo tras un duro combate. El caballo de Rodrigo fue encontrado asaetado a orillas del río, con lo que se especuló con que el monarca pudo haber escapado, aunque también que su cadáver podría haber sido arrastrado por la corriente. En todo caso, nunca se volvió a saber de él.
La falsedad de los witizianos, que seguramente, jamás alcanzaron a calcular las consecuencias de su traición, así como el absoluto desconocimiento de las técnicas bereberes de combate, unidas a la desaparición de don Rodrigo, dejaron paso franco a Tariq, que llegó a Toledo, en un fulminante avance, a finales del mismo año 711. La capital, desprotegida y sin jefes militares, no opuso resistencia.
Posteriormente también se supo de otros factores con los que no se contó en primeros análisis ante la desconcertante sucesión de victorias musulmanas; por ejemplo, que muchos descontentos se unieron a las fuerzas invasoras, que, por otra parte, e inesperadamente, hallaron buena acogida entre buena parte de la población, hastiada por las hambrunas y epidemias, que soñaban con un período de estabilidad. Algunos autores han considerado también la posibilidad de la ayuda de la población judía, cruelmente perseguida por la monarquía católica visigoda, y para entonces, nuevamente amenazada.
En menos de tres años desde el encuentro de Guadalete, casi toda la Península estaba en poder del Islam, que intentó algunas escaramuzas sin éxito –y no menos embellecidas por la leyenda, en el reino franco merovingio, desde el cual se propondrían el dominio hacia el centro de Europa.
Finalmente, la responsabilidad del desastre causado por el enfrentamiento civil de unos sucesores y un pretendiente al trono visigodo, fue cargada íntegramente a la joven Florinda, quien a pesar de su rechazo fue convertida en la culpable de la pérdida de España:
–Vos digo verdad que más querría ser muerta que tal cosa consentir–, había reclamado, a pesar de lo cual, don Rodrigo complió con ella todo lo que quiso.
Último y nostálgico vestigio del supuesto palacio de Florinda, conocido como Baño de la Cava, en la orilla del Tajo a su paso por Toledo.
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