ES POSIBLE ESTA FIESTA DE LAVANDA
invadiendo nuestros brazos.
Y cierto, que la luz fingió ser tacto
con el ancho de la tarde.
Hablamos, a veces, el idioma del mar.
Palabra de Ulises y Verbos de retorno.
Alma y dolor, mensajes y gestos, íntimos,
intimidados, ardientes y azules.
Estoy a tu lado esperando la noche.
Los ojos, miran el arco mutuo de la frente
y alcanzan las líneas del agua,
inaccesible y salada luna verde.
Sí. Ahora verde.
Apuestas todo el infortunio
contra el mar que nos convence.
Y así permaneces,
guardando el desorden de mis conjugaciones.
Bebes conmigo la copa eterna del alba.
Se calma el diluvio y queda mi gesto en acuarela
sobre el dorso de tus manos.
Después vuelo,
y arriesgo mi alma en la tuya.
Porque siempre, siempre, me calma tu presencia,
me absuelve tu sombra,
y me redime la luz
en tu cintura.
El agua batiendo plata.
SI TE QUEDAS, O NO,
después de las estaciones,
cuando hayan diseñado los trenes
rectos acantilados de humo blanco,
sin el breve tiempo,
sin pensarlo,
sin estatuas,
deja tus lirios de hielo azul en mi mirada.
Calcularé en el silencio
la insolencia de los siglos.
Igual que se posa la luz tibia
sobre el cálido fanal del océano que alienta
las flores submarinas.
Después volverán las olas
y se abatirán en tu pelo.
Alturas de montaña blanca
Ángeles dormidos.
Te presto
mi sueño y la calma
y la luna verde. Sí,
todavía verde.
Despierto
y aún sigo en la playa.
Las pestañas
sorprendidas por el frío.
Vuelves a la arena y al aire
tras el instante cierto.
Así es el recuerdo.
Oculto gritos asustados en los puños.
LLEGAS
murmurando canciones sin palabras.
Tardes sin ocaso tu voz.
Lunas inmediatas.
Las palomas confunden su luz en el magnolio blanco.
Las lianas engarzan verbos transigentes.
Es inútil el grito de la herida
abierta, en las venas del tiempo.
Las palabras ocultan temores
e iluminan gestos tenues.
Pregunta
el nombre de cada silencio,
traduce
la duda menor de cada gesto.
Recuerdo ahora, con sorpresa,
mis hombros de lluvia,
de nieve, mis ojos,
ribera que naufragaba risas.
Huesos entregados.
Estatura vencida.
Un halo de transparencia
te franquea.
Cuerpo a cuerpo
mi alma, entre tus ojos, otra vez,
y la estrella.
SE FUNDE EL PESO DE LA IRA SOBRE EL CÉSPED,
bajo ese peso líquido
de ala de gorriones.
Jueves desprevenido.
Arcilla de luz en las manos del agua.
Rodeas con ternura el tronco insigne del olmo.
Y decido quedarme,
como sé que vuelve el viento,
sin pedirte nada,
poderosa de silencio. Voluntad rendida.
Una lágrima de bronce como estatua.
Vi tu voz que podía y no debía
distinguir, en el coro de otras voces.
No se si fue marcha fúnebre o nupcial
aquel re menor
aquellas cuerdas de acero,
violonchelo lento en luz de almendro.
Primer sol de febrero.
Sin naufragios esta vez.
El destino, que nos busca y nos olvida
me alerta la piel con un roce de luna.
Reconstruyes palabras de poniente
mientras el mar se destiñe en aguaceros de plomo.
Hay raíces desterradas de la luz.
Contratiempo de hora sin cifra,
recuperada dos veces,
dos roces de luz boreal, mi frente
y tus manos.
Cualquiera que sea la medida
del sueño nunca abandonado.
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