domingo, 28 de octubre de 2018

Garcilaso de la Vega III de III: La nefasta Niza


Así pues, habíamos dejado a Garcilaso (Partes I y II, enlaces) camino de Nápoles; aceptando la oferta del emperador, iba a ponerse al servicio del Virrey D. Pedro de Toledo, primer marqués de Villafranca, su mayor favorecedor y amigo, que le acogió con grandes muestras de cariño.

El Virrey don Pedro Álvarez de Toledo. Museo Nazionale di San Martino. Nápoles

El Virrey era el segundo hijo de D. Fadrique de Toledo duque de Alba y de Doña Isabel de Zúñiga, hija del duque de Bejar. Aunque segundo de su casa, se dio el conde de Benavente, conociendo sus prendas, por muy honrado en que casara con su nieta Doña María Osorio, poseedora del marquesado de Villafranca. En las comunidades, aliado del Duque su padre, hizo señalados servicios al Emperador, quien conociendo su valía le quiso tener siempre cerca de su persona, le llevó á los viajes que hizo á Flándes y Alemania, y le dio el virreinato de Nápoles en momentos de peligro, en que vio que este gobierno debía estar en manos de personas de gran valor y superior capacidad. 

Allí encontró D. Pedro el estado en la situación mas deplorable; Nápoles casi despoblada por la peste y las calamidades; las casas arruinadas, las campiñas desiertas, oprimida y abandonada la justicia: a todo proveyó de remedio, haciendo nacer por todas partes la prosperidad y la abundancia. Como la justicia es el primer elemento de la dicha y la prosperidad de los reinos, le mereció sus primeros desvelos; y reformando todos los tribunales y arreglándoles un palacio digno de aposentarlos, dio lustre á la magistratura y decoro á los que se dedican á su sagrado ministerio. Refrenó los abusos y demasías de la nobleza, aun á costa de hacerse aborrecible de los que veian abatido su orgullo; hizo con su actividad prodigiosa y recta administración mas magnífica, mas sana, mas abundante la capital del reino; construyó un Real palacio con hermosos jardines, que destinó para la habitación del Virrey, de donde hizo partir la mas ancha y hermosa calle de la ciudad, que, con el nombre de calle de Toledo, ha conservado á la posteridad la memoria de su fundador; duplicó la estensión del arsenal, dándole tal grandeza, que podían en él los obreros trabajar diez y seis galeras á un tiempo; adornó la ciudad con gran cantidad de fuentes de mármol, construidas por los mas diestros artífices; edificó y renovó gran número de suntuosas iglesias y cómodos hospitales, objetos que no podían quedar olvidados por el Virey, que junto con su amor á la magnificencia tenia una verdadera adhesión y un profundo respeto á las cosas santas; embaldosó las calles cuyo piso no correspondía á uno de los pueblos mas hermosos del mundo; y tomando por los demás pueblos del reino los mismos cuidados que por la capital, concluyó obras á las que parece no podían bastar los tesoros de muchos reyes y las fatigas de largas generaciones.

Pero empleado en estas obras de comunidad ó de lujo no se olvidó de las útiles y necesarias. La infección que causaban en el aire los pantanos que se extendian desde el territorio de Nola hasta la mar producían grandes estragos en la provincia de Labor. D. Pedro hizo abrir en medio de estas llanuras un canal grande y profundo en que reunidas todas las aguas marchasen al mar con la precipitación de un rio, y Nápoles y sus alrededores disfrutaron de una salubridad antes desconocida. 

Ideó medios y formó reglamentos para proveer la ciudad, cuya población de dia en dia se aumentaba. Fortificó y puso en pie de guerra para defenderse de los turcos la costa, levantó de nuevo sus castillos; cercó de baluartes y murallas la villa de Corteña, y colocó torres y atalayas de trecho en trecho en las orillas del mar para evitar las sorpresas y proporcionar abrigo á los habitantes de los pueblos acometidos. 

En veinte años que gobernó á Nápoles no hubo uno que no se distinguiese por algún proyecto en beneficio del reino. Si expelió de él los judíos, si empeñado en introducir la inquisición tuvo sublevaciones que reprimió con extremada severidad, si su altivez con la nobleza originó la rebelión del príncipe de Salerno, y las persecuciones que ejerció contra sus partidarios le hicieron odioso á los ojos de muchas personas, no son estas faltas que puedan oscurecer los grandes actos de su gobierno, y Nápoles agradecida y asombrada le distingue aun con el título del Gran Virrey porque fué superior á todos, á pesar de que entre ellos hubo personajes tan excelentes como el duque de Osuna, amigo de Quevedo, y el conde de Lemos, noble Mecenas de Cervantes. 

Tal era el hombre insigne que con cariño paternal tomó bajo su protección á Garcilaso. No se encargó á D. Pedro de Toledo el gobierno de Nápoles para elevarle á nuevos honores, sino por creerle apto para protejer este reino contra los ataques del Turco, cuya flota estaba en el mar y se temia tuviese designio de atacar sus costas. 

Con este temor se hizo volver á Italia á Andrea Doria, que con la suya asolaba y conquistaba las plazas de Grecia, para tratar de distraer de este modo á Solimán de la guerra de Hungría. El nuevo Virey pasó á Italia y en su tránsito recibió los mayores obsequios de todos los pueblos y señores, especialmente en Roma, donde le trataron con toda magnificencia, el Papa, los Cardenales y otros personajes en los diez días que permaneció en aquella capital.

En ellos examinó Garcilaso los venerandos restos de Roma antigua y admiró los monumentos con que adornó la nueva la grandeza de León X, ayudada de los grandes talentos de Miguel-Ángel y Rafael; y engrandecido su espíritu á vista de tantas maravillas, perfeccionaba su gusto y natural elegancia de que nos dejó un modelo en sus preciosas obras literarias por la íntima unión que tienen entre sí las artes liberales y las bellas letras. 

El 30 de agosto salió de Roma con el Virey, el cual desde Sena y otras partes dio continuos avisos al Emperador que aprobó todas sus operaciones y le dio noticias é instrucciones para el buen gobierno de su vireinato. 

En Nápoles fueron recibidos con júbilo; todos esperaban que pondría un freno a la insolencia de la nobleza.

La protección del Virey proporcionó á Garcílaso en Nápoles muchos amigos, si bien aun sin este auxilio hubiera sabido conquistárselos con su talento y su trato. Deben contarse entre ellos, Julio César Caracíolo, á quien dirigió el Soneto XIX; Fabio, hijo de Vincencío Belprato, conde de Aversa, y Mario Galeota á quien escribió desde Túnez el Soneto XXXIII, y en favor del cual se cree hizo una de sus mas lindas composiciones. 

Garcilaso encontró buena acogida en todas partes, y en especial fué amado con predilección de D. Alonso de Ávalos marqués del Vasto, uno de los famosos capitanes que mas contribuyeron á las victorias de Carlos V, que se unió estrechamente con nuestro insigne poeta por la conformidad de edad, de caracteres y de estudios. 

Entre las señoras trataba á todas las de la principal nobleza; pero distinguía por sus talentos a Doña María de Cardona marquesa de la Padula, hábil poetisa, a la que Garcilaso dedicó el vigésimo cuarto de sus sonetos, y algunos creen que también la Égloga III, si bien otros, con mas verisimilitud opinan que fue dirigida á Doña María de la Cueva madre de D. Pedro Girón, primer duque de Osuna

La vista del sepulcro del gran Virgilio y aquel cielo le inspiraron los mas hermosos pasajes de sus inimitables obras. La blandura del amor derritió su corazón, y se confiesa enamorado a Boscan en el Soneto XXVIII y á César Caraciolo se lamenta en otro de estar ausente de su amada. 

            Soneto XXVIII

               Boscán, vengado estáis, con mégua mia,
               de mi rigor pasado, y mi aspereza:
               con que reprehenderos la terneza
               de vuestro blando corazón solía.

               Agora me castigo cada dia,
               de tal selvatiquez y tal torpeza:
               mas es a tiempo, que de mi bajeza
               correrme, y castigarme bien podría.

               Sabed, que en mi perfecta edad, y armado
               con mis ojos abiertos me he rendido
               al niño que sabeis, ciego, y desnudo.

               De tan hermoso fuego consumido.
               nunca fue corazón:si preguntado
               soy lo demas, en lo demas soy mudo.

No se sabe quien fue la tan favorecida señora; Garcilaso se contentó con decir á su amigo Boscan que jamás corazón fue consumido de tan hermoso fuego, que no le preguntasen mas porque á lo demás permanecería mudo, lo que hace pensar que la muerte puso antes de tiempo fin á estos amores; pues en el Soneto XXV lamenta el fallecimiento de la amada. 

               Las lágrimas que en esta sepultura
               se vierten hoy en día y se vertieron,
               recibe, aunque sin fruto allá te sean,

               hasta que aquella eterna noche oscura
               me cierre aquestos ojos que te vieron,
               dejándome con otros que te vean.

Quien protegiendo la literatura italiana tenia á Luis Tansilo, poeta el mas excelente de Nápoles con el oficio de contino de su casa, no dejaría conocer que el talento de Garcilaso era el solo capaz que podia libertarlos de su dependencia. Así en pago de sus favores le dedicó este la Égloga I, que estando la corte en Toledo escribió a la muerte de la hermosa dama portuguesa Doña Isabel Freiré mujer de D. Antonio de Fonseca. 

Pero no consintió este que por dedicarse á la poesía le quedasen cerrados otros caminos. Ocupóle en asuntos de su gobierno, y porque el Emperador le tuviese presente se valió de él para que llevase á S. M. noticias reservadas de los graves negocios que ocurrían en su vireinato. 

El Emperador después que Solimán abandonó la Hungría, volvió á Italia con Hernando Gonzaga, el marqués del Vasto, y el duque de Alba. 

Llegó á Mantua el 8 de noviembre. Tuvo en Bolonia una conferencia con el Papa en la que descubrió que el Pontífice, además del parentesco contraído con el Rey de Francia había entrado con él en liga; y en seguida en la flota de Andrea Doria pasó á Barcelona donde llegó en abril de 1533. 

A esta ciudad vino por orden del Virey á encontrarle Garcilaso en 28 del mismo mes, y á comisión tan importante unió el placer de ver y, sobre todo de poder abrazar á su antiguo amigo Boscán, que retirado en él y casado con Doña Ana Girón de Rebolledo vivía entregado á las dulzuras de la vida doméstica, consagrando sus ocios á la filosofía y a las Musas.

La amistad entre ambos poetas no se habia enfriado con la ausencia. Desde Italia emporio entonces de las artes y ciencias donde acudían los españoles, como antiguamente los romanos a Grecia, comunicaba Garcilaso á su amigo noticias de todos los adelantos que se hacian y obras de mérito que se publicaban. Así le envió la del Cortesano compuesta por el conde Baltasar Casteglion, libro que corrió el mundo con aprecio, acreditando á su autor de entendido é ingenioso. Boscan lo leyó con cuidado y diligencia, y parecióle tan bien que por esto y por la insinuación de Doña Gerónima Palova y Almogávar se determinó a traducirle. 

Garcilaso que no se había atrevido á proponerlo sabiendo su repugnancia al oficio de traductor, cuando vio por tales manos puesto tan buen libro en idioma castellano, celebrólo mucho y trabajó con Boscan para que diese su traducción luego á la imprenta. 

Por darle gusto, que no quiso enmendar el manuscrito sin que antes lo revisase y le advirtiese los defectos, estuvo presente á todas las corecciones, y quedando contento de ellas escribió á Doña Gerónima Palova y Almogávar una elegante carta, único monumento que nos ha quedado del estilo de su prosa, en que, después de darla el parabién por deberse á ella este trabajo, elogia el acierto con que su amigo lo habia desempeñado. 

“Si no oviera sabido antes de agora dónde llega el juyzio de vuestra merced, bastárame para entendello ver que os parecía bien este libro; mas ya estábades tan adelante en mi opinión que pareciéndome este libro bien hasta agora por muchas causas, la principal por donde agora me lo parece es porque le havéys aprobado de tal manera que podemos decir que le avéys hecho, pues por vuestra causa le alcanzamos a tener en lengua que le entendemos. Porque, no solamnte no pensé poder acabar con Boscán que le traduxese, mas nunca me osé poner en dezírselo, según le veya siempre aborrecerse con los que romançan libros, aunque él a esto no lo llama romançar, ni yo tampoco, mas aunque lo fuera creo que no se escusara dello mandándolo vuestra merced.”

[...]
“Confiesso a vuestra merced que ove tanta embidia de veros merecer sola las gracias que se deven por este libro, que me quise meter allá entre los renglones o como pudiesse; y porque ove miedo que alguno se quisiese meter en traducir este libro o (por mejor dezir) dañarle, trabaxé con Boscán que sin esperar otra cosa luego hiziesse emprimille por ataxar la presteza que los que escriben mal alguna cosa suelen tener en publicalla. Y aunque esta tradución me diera venganza de cualquier otra que oviera, soy tan enemigo de cisma que aun ésta tan sin peligro me enoxara. Y por esto, casi por fuerça le hice que a todo correr le pasasse; y él me hizo estar presente a la postrera lima, más como a hombre acogido a razón que como ayudador de ninguna enmienda. Suplico a vuestra merced que, pues este libro está debaxo de vuestro amparo, que no pierda nada por esta poca de parte que yo dél tomo, pues, en pago desto, os le doy escrito de mejor letra, donde se lea vuestro nombre y vuestras obras. “
GARCILASO DE LA VEGA 


En tan gratas ocupaciones pasó el tiempo de esta visita que la suerte quiso pudiera hacer al amado compañero de sus estudios. 

Repitió este viaje al año siguiente de 1534, año para el reino de Nápoles de temores y peligros que requirieron toda la energía y actividad del Virey, a causa de Solimán, que por sus afortunadas piraterías vino á tener tanto número de galeras que pudo competir con Andrea Doria, á quien venció en Cércelo. 

Llegó á tanto su descaro que sabiendo que en Fundi estaba la hermosísima Julia Gonzaga, nuera de Próspero Colona, entró la ciudad de noche con 2000 turcos, con ánimo de prenderla para presentársela de regalo al Sultán, y solo su buena suerte y la diligencia con que huyó á caballo, casi desnuda, pudieron libertarla. 

Los napolitanos determinaron hacer al Emperador, á fin de que los libertara de tan temible enemigo, un donativo de 150000 ducados. Dias antes que se tomase esta determinación salió Garcilaso para Barcelona con orden de informar al Emperador de todo el suceso de la armada turquesa. A principios de setiembre estaba ya en España y consta que entre otros negocios graves de aquel reino informó personalmente al Emperador.

El dia lº. de octubre se puso en retorno por tierra, pero no siendo prudente ir por mar á causa de Barbaroja, atravesó por la posta la Provenza, hermosa patria de los trovadores, aun sembrada en aquel tiempo por todas partes de poéticos recuerdos.

El dia 12 estaba en Vauclusa y bajo el mismo cielo en que Petrarca exhalaba su pasión por Laura, Garcilaso rendia tributo á otro sentimiento mas suave escribiendo á Boscan cuan sincera y desinteresada es su amistad hacia él, en una epístola compuesta en versos sueltos, con ligereza y naturalidad sin ostentación de retóricos adornos. 

En medio de este abandono se reconoce la erudición del poeta y lo empapado que estaba en la lectura de los grandes filósofos, pues todas las observaciones que hace sobre la amistad confrontan con la opinión que sobre este sentimiento del ánimo expresa Aristóteles en el Libro VIII de su Ética.

Quéjasele en seguida del estado de los caminos y posadas de Francia, nación bien distante en aquel tiempo del adelanto y comodidades con que se envanece en el dia, principalmente en este hermoso pais de la Provenza cuyas casas de campo y sobre todo las de los alrededores de Niza están pobladas de ingleses, de alemanes y de franceses del norte á quienes sus riquezas permiten acudir á evitar en este suave clima los rigores del invierno. Garcilaso no halló en este pais en su tránsito sino falsedad, malos vinos, sirvientes feas, criados codiciosos, en fin por todas partes malas postas y anhelo insaciable de sonsacarle el dinero. Estas son las únicas circunstancias de su viaje que han sobrevivido hasta nosotros.

Antes de emprenderlo, escribió al Emperador el Virey para que diese á su favorecido la castellanía de Rijoles. Suplicábale olvidase los motivos de queja que podia tener con Garcilaso, en atención á que siempre que convino servir á S. M. con su persona y cortos haberes, lo habia hecho como caballero; le aseguraba que su gobierno en este castillo seria mucha parte para que estuviese en toda seguridad Nápoles, porque lo tendria en toda fortificación y buen orden. Añadia que consiguiendo esta merced procuraria el que trajese su muger para que se arraigase en el vireinato, y concluia en fin que en nombre del interesado y suyo le hacia esta instancia con tanto encarecimiento que la merced que á aquel se hiciese la agradecería como suya propia. 

No parece que el Emperador atendiera á esta instancia, sin duda por estar aun reciente el enojo que recibió con el negocio de la boda de Doña Isabel de la Cueva, pues es cierto que el joven poeta volvió á Nápoles sin la tenencia. 

La venida de Barbaroja con la flota del Gran Turco y su conquista de Túnez causó gran espanto á la cristiandad, y el Emperador tomó á su cargo la empresa. España, Italia y Alemania le proporcionaron sus navios y sus soldados. 

Acudió al embarque del Emperador en Barcelona la nobleza de los reinos de España, y entre los caballeros que refieren las crónicas se leen los nombres de D. Pedro Laso de la Vega y el del marqués de Lombay. Calmado ya algún tanto el enojo del Emperador con Garcilaso, le permitió servir en esta. campaña.

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Sucedió este dia que habiendo visto D. Alonso de la Cueva al capitán Pedro Juárez, que la noche de antes en la tienda del comendador mayor de León habia blasonado de sus valentías mas de lo justo, -capitán, le dijo-, ahora es tiempo de que mostréis con las obras lo que ayer sosteniais con las palabras. Picóse del honor Pedro Juárez y poniendo espuelas á su caballo adelantóse determinado hacia los enemigos, sin que pudiese hacerle volver D. Alonso por mas que le gritaba que estaba satisfecho de su valor. 

Eran 60 los enemigos que tenia enfrente, de los cuales se adelantron cuatro; y se comenzó á escaramucear con buena estrella al principio de parte de Pedro Juárez que hirió malamente al uno; mas al querer revolver sobre otro como diera en vago el golpe de la lanza y cargarse mucho de un lado, se aflojó la silla y dio con él en el suelo. D. Alonso de la Cueva y otros dos caballeros que viendo su temeraria resolución acudían á socorrerle llegaron á tiempo de poderle ayudar á levantarse y salvarse. Tres veces lo sacaron de la escaramuza, y él con un valor desesperado tres veces volvió al combate hasta que perdido el caballo y exánime de las heridas quedó de suerte que, aunque los soldados lo sacaron de manos de los moros, murió al poco tiempo en el campo.

D. Alonso de la Cueva por libertarle se vio también en gran riesgo; los moros le mataron el caballo, y muriera él si Garcilaso no hiciera frente á los enemigos, y peleando con denuedo, le ayudara á retirarse. 

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El encarnizamiento con que se combatió en esta jornada fué extraordinario que el marqués del Vasto, solo pudo escapar por la ligereza de su caballo.

El 14 de julio se apoderó el ejército de la Goleta. En uno de los mas encarnizados que se tuvo á la vista de Túnez estando á tiro de culebrina de la muralla quedó Garcilaso mal herido de dos lanzadas, una que le atravesó la diestra y otra la boca, que le tuvieron á los umbrales de la muerte. 
Con doce caballeros españoles entre los cuales se hallaba otro ilustre poeta, D. Diego Hurtado de Mendoza, que llegó á ser un célebre estadista é historiador, se atrevió á arrostrar ochenta caballos númidas que los esperaban orgullosos.

Durante la curación de sus heridas debió tener Garcilaso alguna aventura galante según parece indicarlo el cardenal Cienfuegos en su Vida de San Francisco de Borja, pero de la que no se sabe nada más.

Túnez fué entrada y saqueada el 20 de julio, y el Emperador pasó á Sicilia desembarcando en Trápana donde descansó algunos dias. Desde este pueblo Garcilaso escribió a Boscan la Elegía II en la que, quejándose de que la suerte le obligue á una vida tan azarosa y turbulenta, envidia el estado de su amigo que en su patria, entre los brazos de quien bien le quiere. 

            Elegía II

               Aquí, Boscán, donde del buen troyano
               Anquises con eterno nombre y vida
               conserva la ceniza el Mantüano,
               debajo de la seña esclarecida
               de César africano nos hallamos
               la vencedora gente recogida:

               ...de las diversidades me sostengo,
               no sin dificultad, mas no por eso
               dejo las musas, antes torno y vengo
               dellas al negociar, y varïando,
               con ellas dulcemente me entretengo.

               D’aquí iremos a ver de la Serena
               la patria, que bien muestra haber ya sido
               de ocio y d’amor antiguamente llena.
               Allí mi corazón tuvo su nido
               un tiempo ya, mas no sé, triste, agora
               o si estará ocupado o desparcido;

               Tú, que en la patria, entre quien bien te quiere,
               la deleitosa playa estás mirando
               y oyendo el son del mar que en ella hiere,
               y sin impedimiento contemplando
               la misma a quien tú vas eterna fama
               en tus vivos escritos procurando,
               alégrate, que más hermosa llama
               que aquella qu’el troyano encendimiento
               pudo causar el corazón t’inflama;...

De Trápana se encaminó la corte á Palermo, donde murió D. Bernardino de Toledo, hermano del gran duque de Alba, suceso que colmó el tierno corazón de Garcilaso de tristeza y amargura porque se amaban entrañablemente. Cuando se mitigó algún tanto su pena compuso una elegía para levantar el ánimo del Duque.

Después, pasó el Emperador á Nápoles. Garcilaso convalecido ya de sus heridas le acompañó á esta ciudad. Recibió el victorioso monarca los parabienes del Papa y demás potentados de Italia, y dispuso el matrimonio de su hija natural madama Margarita con Alejandro de Médicis, duque de Florencia, (Llamado El Moro, y considerado hijo del propio Clemente VII con una sirviente de raza negra. Margarita aún no tenía 5 años.) y asistió á las fiestas y regocijos con que le agasajó el Virrey.

Margarita de Austria (1522-1586) Antonis Mor, (atrib.)
Alessandro de' Medici (1510-1537) Bronzino. Uffizi
Casados en 1527

Estaba Nápoles en aquellos dias mas brillante que jamás se ha conocido. Además de los señores españoles del ejército lo que mas contribuia á la hermosura y explendor de la ciudad eran la reunión de damas distinguidas por su nacimiento ó por su belleza, por sus talentos ó por sus gracias; reunión que era preciso resultado de la de tantos poderosos príncipes.

En cuanto a Garcilaso, a lo esclarecido de su nacimiento unía la gallardía de su persona á que daba un gran realce la extensión de su ingenio y la suavidad de su trato. Hacíanle aun mas interesante las recientes heridas, claro testimonio de su denuedo, y aunque la que recibió en la boca hubiese desfigurado la belleza de sus facciones y entorpecido su lengua, dicen que como si la suerte quisiese añadirle de gracia lo que le quitaba de hermosura, la dificultad misma de su pronunciación le daba cierto acento infantil que añadia á la dulzura de su hablar un singular atractivo.

Por este tiempo recibió del cardenal Bembo que residía en Padua, una carta en que le da este purpurado las gracias por unos versos que le dirigió; esta carta es el testimonio mas irrefragable del cariño con que era apreciado Garcilaso en Italia y de la admiración que infundia á sus literatos, los cuales buscaban y seguian con aprecio su censura y consejos. 

Cuando así ayudaba con sus auxilios y afecto á los escritores italianos no se olvidaba de los españoles: por entonces mismo proporcionaba á Juan Ginés de Sepúlveda para que sirviesen de luz á sus escritos los Comentarios de la guerra de Túnez que escribió Luis de Avila

El tiempo que pasó en Nápoles fué acaso de los mas placenteros y gratamente ocupados de su vida, y solo tuvo de malo el no ser de mas larga duración.

Mientras, en lo secreto se preparaba Carlos para abandonar las delicias de corte tan escogida y responder á las provocaciones de la Francia. 

El duque de Milán Francisco Sforzia murió por este tiempo y sus estados debian reunirse al imperio por haber muerto sin hijos. Pidió al Emperador, Francisco I, buscando por medianero al Papa Paulo III, la investidura de aquellos estados para su hijo, y como no se la concediese de grado trató de arrebatársela por la fuerza. Declaró la guerra al duque de Saboya, su tio, con pretextos, en realidad, para poder aproximar sus tropas al ducado de Milán. 

Llevaba términos de apoderarse de gran parte del ducado de Milán, si no se pusiera de por medio el cardenal de Lorena, que le requirió no quebrantase la paz entre el Emperador y Rey, impidiendo los conciertos que en Flándes se trataban entre los dos, por medio de las reinas Leonor y María, hermanas del César. 

Salió de Nápoles á fines de marzo de 1536 y dirigióse hacia Roma, donde pasó la semana santa acudiendo á los oficios y visitando las estaciones.

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Parece que Garcilaso no le acompañó por un suceso raro, referido por Luis Zapata, autor que con mas difusión que elegancia escribió en verso la vida del Emperador; y aunque las relaciones de los poetas no sean la autoridad mas segura, y la de este suceso mas que un hecho verdadero parezca una de las fabulosas proezas de Amadis de Gaula, ó de Don Belianís de Grecia, no debe pasarse en silencio, en primer lugar porque en él se ve retratado á lo vivo el espíritu del siglo, que animaba á los caballeros á hacer con su valor invencible aparecer pequeñas las mas inverosímiles hazañas de los libros caballerescos; y en segundo lugar porque prueba el concepto de extraordinario denuedo que disfrutaba Garcilaso cuando un escritor contemporáneo le supone actor de tan portentosa aventura. 

Refiere pues Zapata que antes de abandonar á Nápoles el Emperador, mandó á Garcilaso á enmendar alegremente un tuerto por cierta usurpación que le hacia un caballero pariente suyo; y mal herido en casa de la dueña que era objeto de la querella, detúvose á curar ocho ó diez días. Sin querer recibir otra paga que un caballo por otro que habia perdido en la demanda, y una lanza por la que habia roto en la acción, aun no bien convalecido de sus heridas, partió para Roma á reunirse con el Emperador. Entregó la lanza á su escudero y se puso en camino, sufriendo las incomodidades de los alojamientos y de las intemperies. Encontró una dama que extrañando verle ir solo por tan espuestos parajes le aconsejó dejase aquel camino, ó aguardase para hacerle á ir en compañía, por los riesgos que en él habia. Preguntó cuales eran y contestóle que de Nápoles á Roma no osaban ir solos ni aun ochenta caminantes porque de los bosques salian multitud de facinerosos mas fieros que leones, en tal número que á veces se juntaban hasta mil, y quitaban vida y hacienda á los pasajeros por lo cual jamás osaban caminar por aquellos montes menos de 500, y estos bien armados. Agradeciendo el aviso manifestó su resolución de no volver atrás, teniendo por afrenta lo contrario llevando consigo su espada. 

Aquella noche albergó en una pobre venta y el huesped le expuso también el peligro que corria en proseguir en su temeridad. En efecto siguiendo su camino al atravesar cerca de Velitre (o Veletri) notó su escudero, que menos valiente llevaba erizados los cabellos, salir humos de unos encinos y resonar silvos, cuernos y bocinas, con cuyo son se convocaban los salteadores al verlos entrar por aquellas florestas.

Mas de trescientos bien armados se reunieron en llano, y rodeáronlos aunque con gran desorden. Garcilaso enristra su lanza, parte firme en su silla, mientras su escudero se aparta á mirarle y observarle; y acometiendo á los foragidos mata á uno, tiende tres y deja heridos mas de veinte. Saca luego la espada é hiriendo á unos, matando á otros y revolviéndose mas ligero que una onza hace tal destrozo, que no osando ya ninguno de ellos acercársele, logró que amedrentados se escondiesen en la espesura.

Entonces alzando la cabeza vio á su escudero enteramente desnudo colgado á un árbol de un pié. Acudió con su caballo, le descolgó, le dio el vestido de uno de los muertos en la pelea, prosiguió su camino, en el cual, aunque asaltado con grandes rebatos no fué acometido de nuevo, y llegó salvo y con fama á Roma al lado del Emperador. 

En medio de la exageración de este relato que debe dimanar de algún hecho verdadero, se saca siempre de cierto la opinión de valiente que se habia conquistado el poeta, como si no podia ocurrir á los contemporáneos convertir al autor de tan apacibles cantos pastoriles en un denodado caballero de la tabla redonda.

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El dia 18 de abril dejó á Roma el Emperador y fué desde Siena á Florencia donde su yerno é hija le tenian preparado un solemnísimo recibimiento, y costosísimas fiestas. Garcilaso, que le acompañó, admiró la riqueza y monumentos de aquella ciudad, vio la fortaleza que á la sazón estaba construyendo el gran Duque y disfrutó de los obsequios que se hicieron á la comitiva. 

En medio de estos festejos traia divertido el ánimo del Emperador, el modo de arrojar de Italia el ejército del Rey de Francia. Para tratar de este plan de campaña con Andrea Doria y Antonio de Leiva que eran los principales capitanes que habian de ponerle en ejecución no encontró sugeto mas de su confianza que Garcilaso, á quien con instrucción dada en Florencia á 1 de mayo de 1536 envió á Genova á comunicar á ambos sus proyectos. 

El 10 de mayo llegó Garcilaso á Sarzano donde ya estaba la corte. A los pocos dias lo mandó á Genova el Emperador. Previno a Garcilaso siguiese las órdenes de Doria, y para que pudiese desempeñar mejor el cargo con que le honraba, le concedió tener una compañía de infantería e invistióle del cargo de capitán de ella con los emolumentos y preeminencias anejas á este oficio. 

El 19 aportaron veinte y cinco galeras en que venían diez capitanes con los 3000 hombres, habiendo salido de Málaga el 27 de abril. En ellas venia el marqués de Lombay, mayordomo mayor de la Emperatriz. 

También se habia embarcado en las mismas Garcilaso el sobrino, y aunque el Emperador noticioso del embarque mandó á su embajador en Genova Gómez Suarez de Figueroa le notificase bajo pena de la vida y perdimiento de bienes que no viniese, ni entrase en la corte, ni en el ejército, ni permaneciese en ninguno de sus reinos y señoríos; y le encargó advirtiese á D. Alvaro de Bazan, á Andrea Doria y á los capitanes de las galeras que no lo recibiesen ni consintiesen entrar en ninguna de ellas, se presentó en Genova con ánimo de hallarse en servicio de su patria en la nueva guerra que se emprendia. 

Andrea Doria compadecido de su suerte escribió al Emperador que viniendo decidido á comportarse de modo que hiciese cambiar la opinión que de él se tenia, y habiéndole enviado á decir que servirá voluntario en las galeras, cosa que á él le parece harto castigo á su falta; no ha querido contestarle, hasta ver si la propuesta del joven conviene con la voluntad de S. M.; pero el Emperador que ya tenia dada orden al Virey de Nápoles para que no le dejase entrar en aquel reino permaneció inflexible y mandó de nuevo que no se le recibiese en ninguna galera de sus escuadras. Severidad excesiva si no tenia otra causa que una desobediencia disculpada por los pocos años y digna de olvido, por su falta de resultado; pues parece no llegó á casar con Doña Isabel de la Cueva, puesto que esta señora fué después condesa de San Esteban, y él en Augusta ciudad de Alemania trató y concertó casamiento en 1548 con Doña Aldonza Niño de Guevara, hija del señor Rodrigo Niño, vecino de Toledo, Comendador de Lorquí en la orden de Santiago, y de Doña Teresa de Guevara. Mas tarde se reconcilió con él el Emperador (como vimos en la entrada anterior) hasta el punto de hacerle testigo de su último codicilo, y de emplearle en otras comisiones de importancia.

Se tomaron providencias para partir sobre Niza. Con grandísimo trabajo despeñándose muchos caballos y acémilas pasó el Emperador con su numeroso campo los montes, llegando á Niza el dia de Santiago. Apoderóse de Frejus, donde desembarcó la artillería, que por los malos caminos no habia podido venir por tierra. Otros varios lugares de menos consideración también se le rindieron; mas siguiendo la via de Marsella halló los pueblos desamparados y sin bastimentos, porque asi lo habia mandado el Rey.

Se supo que el Rey Francisco estaba en Aviñon, sin propósito de salir á pelear hasta que le llegaran las tropas suizas, que esperaba en su auxilio. Andrea Doria tomaba el puerto de Tolón y su castillo, mientras el Emperador se situaba en Aix á las puertas de Marsella, que se creía entraría en tratos. Pero habiendo salido fallida esta esperanza, enfermando la gente por el mucho calor, mal régimen y escasez de vituallas, y aumentándose las fuerzas de los franceses al paso que las de los imperiales disminuían, el negocio de la guerra empeoraba; y muchos capitanes conociendo que no podían hacer cosa importante en Francia, opinaban que se desistiese de la empresa.

El 3 de setiembre se reunió consejo de guerra en que se resolvió que atendido lo adelantado del tiempo, enfermedades del ejército, falta de víveres y de dinero, se retirase el campo á Italia, á pesar de las felices nuevas de las tropas de Nasau, que adelantándose victoriosas se hallaban á punto de poner cerco á Perona. Antonio de Leiva que habia sido el consejero de la empresa sucumbió el 8 á sus enfermedades, encrudecidas por la melancolía y abatimiento en que le postró el mal éxito de sus proyectos. El marqués del Vasto, que todo lo disponía desde que Leiva cayó en cama, fué quien cuidó de esta retirada. 

El 13 se levantó el campo y el 20 llegó el Emperador con la vanguardia á Frejus. No se vieron más enemigos que treinta ó cuarenta caballos descubiertos por la caballería ligera que caminaba detrás de la retaguardia. Se halló alguna vitualla en la tierra por donde pasaron las tropas, y con la que se sacó de la armada junto á Marsella, vinieron suficientemente provistas y aun con sobras para su marcha hasta Niza á donde llegaron el 25. 


Pero dos dias antes de esta partida sucedió al ejército imperial una desgracia que debia poner el sello á todas las anteriores. Hay á cuatro millas de Frejus yendo de poniente para levante un lugar pequeño de la orden de S. Juan á cuyo lado se eleva una torre llamada de Muey, desde donde cincuenta villanos, según unos, trece, según otros; la mayor parte arcabuceros, que en ella se habian hecho fuertes, molestaban al ejército hiriendo malamente algunos soldados con piedras y otras armas arrojadizas. 

Irritado el Emperador de tan insultante audacia mandó combatir la torre, y arrimadas dos piezas de artillería luego quedó abierta brecha por una banda. Tardando sin embargo en entregarse, divulgóse por el campo que el Emperador estrañaba que batida de este modo no la entrasen sus tropas al primer golpe, y al instante pidió escalas todo el campo. 

Picóse mas que nadie Garcilaso que como maestre de campo de la infantería destinada al objeto, creyó que á él tocaba la reconvención y se dirigió á subir osadamente por una escala sin que le pudiesen detener los ruegos de sus amigos, que al verle desarmado, asidos de él procuraban estorbar su temeridad.

Desprendióse de ellos, y sin coraza ni casco, con espada y rodela en mano, arremetió hacia el muro seguido de D. Antonio Portocarrero de la Vega, primogénito de la casa de Palma que después casó con su hija, y de un capitán de infantería española que al ver su arrojada decisión no quisieron abandonarle. 

Llegaba ya al último peldaño de la escala cuando despeñaron de lo alto una gran piedra, que alcanzándole en la rodela con que se cubría le hirió en la cabeza con su misma arma defensiva. 

Á tan violento impulso cayó de espaldas en el foso, envolviendo en su caida á los dos que le seguian. Alzóse en el campo un clamor general á tan lamentable espectáculo, y muchos de los caballeros acudieron á socorrerle entre ellos el marqués de Lombay que hizo con él, dice su historiador, Cienfuegos, finezas de amigo y oficios de cristiano.

El Emperador centelleando de ira mandó asaltar con mucha gente la fortaleza, que se demoliese desde cimientos para que no quedase sobre la haz del suelo este padrón de ignominia y que se ahorcase á los cincuenta franceses actores del atentado. 

No estaban aun comunicadas estas órdenes y ya trepaban por la torre D. Guillen, hijo de D. Hugo de Moncada, uno de los jóvenes lucidos pajes del Emperador y D. Gerónimo de Urrea, caballero del linaje de la casa de Aranda, que aficionado á las bellas letras tradujo el Orlando furioso de Ariosto, pero mas digno de fama por sus prendas militares que por sus méritos poéticos. Ambos hicieron rendir los villanos, y el Emperador que no quería oir palabras de piedad mandó á D. Luis de la Cueva que los ahorcase á todos de las almenas: rigor desacostumbrado en el ánimo benigno de tan gran Príncipe, que nos muestra bien el exceso de dolor y rabia, con que destrozó su alma tan trágico suceso.

Garcilaso fué conducido á Niza en los Reales y asistido esmeradamente por los médicos y cirujanos del Emperador. Lisonjeáronse al principio con esperanzas de su recobro, pero al séptimo día se conoció que las heridas eran mortales, y comisionaron al marqués de Lombay para que le diese tan triste nueva, que escuchó con una serenidad admirable.

Las muestras de cariño y de interés que recibió del Emperador, del duque de Alba y todo lo mas ilustre y florido del ejército debieron enternecer su corazón y servir de dulce consuelo á sus últimos momentos.

El marqués de Lombay en especial no se separó un punto de su lado hasta que recogió su postrer suspiro, pues aunque le faltaba valor para ver los padecimientos de su amigo, no queriendo este quedar privado de su amada compañía, se sobrepuso á su dolor, y el afligido caballero recordando las prendas admiradas y el noble espíritu del doliente, sus años vestidos de las mas halagüeñas esperanzas, su ingenio, su valor, su cortesanía, las proezas de su espada y los lauros de su elocuencia, en fin aquel hechizo con que atraía á sí los corazones de todos; y contemplando desangrado en sus brazos este objeto de las larguezas de la naturaleza y la fortuna, á este digno poseedor de cualidades tan divinas, abrió al desengaño su pecho y se preparó á aquella carrera de virtud y abstracción a que acabó de decidirse, cuando en Granada vio convertida en asqueroso cadáver la belleza mas celebrada del siglo (Se refiere a los restos mortales de la emperatriz Isabel, de los que tuvo que dar fe, cuando fueron transportados a Granada sin embalsamar; de ahí el sonoro adjetivo empleado.); y abandonando sus riquezas subió desde el retiro á ser venerado en los altares entre los héroes de la religión cristiana, con el nombre de S. Francisco de Borja.

El Marqués de Lombay/San Francisco de Borja despidiéndose de sus familiares en su palacio de Gandía para ingresar en la compañía de Jesús. Óleo de Francisco de Goya, 1788. Capilla de San Francisco de Borja – Valencia

Después de cumplir con todos los deberes de católico murió Garcilaso el 14 de octubre á los treinta y tres años de su edad, y á los veinte y un dias de recibido el golpe.

Depositaron su cuerpo en el convento de Santo Domingo de Niza y dos años después lo trasladaron á Toledo para ser sepultado en el convento de Dominicos de S. Pedro Mártir en la capilla del Cristo con la cruz á cuestas, á mano derecha de la mayor, antiguo sepulcro de los señores de Batres, sus antecesores. Sobre su túmulo colocaron un busto de mármol que representaba su imagen. Andando el tiempo la misma losa cubrió el cuerpo de su hijo Garcilaso, que con el nombre del padre heredó sus prendas y menguada suerte, muriendo también desgraciadamente en la flor de sus años.

Garcilaso de la Vega y su hijo, Iglesia de San Pedro Mártir. Toledo.

Era el gran poeta tan imprematuramente muerto el caballero mas hermoso y gallardo de cuantos componian la brillante corte del Emperador: su estatura mas bien aventajada que mediana, los miembros en justa proporción, las facciones de una regularidad agradable, que daban á su rostro una belleza varonil: dilatada y majestuosa su frente, sus ojos rasgados y vivísimos, aunque con dulzura, y tenia tal distinción y nobleza en su continente y modales que solo con verle se le juzgaba hombre de elevada alcurnia y de ánimo esforzado. 

Aunque su rostro debió quedar desfigurado por las heridas disimulaba sus cicatrices bajo su hermosa y poblada barba que siempre llevó crecida, al paso que usó cortado á raiz el cabello según la moda de aquel tiempo, que originada de la necesidad en que se vio el Emperador de cortárselo en Barcelona al salir en 1 529 para la expedición de Italia, por ciertos achaques que padeció de cabeza, se hizo en poco tiempo general, á pesar del sentimiento que muchos tuvieron de despojar de este adorno sus cabezas: mas las costumbres ó caprichos de los príncipes son una ley invariable para los cortesanos. 

El alma de Garcilaso era digna del hermoso cuerpo en que se albergaba. Su agudo ingenio, su instrucción, su lucimiento en todos los ejercicios de un caballero, la madurez de su juicio, su galantería sin afectación, la apacibilidad de sus costumbres, la suavidad de su trato y la dulzura irresistible de su hablar acababan por cautivar el afecto de los que podian resistir á los atractivos de su figura; y no solo era amado y favorecido de las damas, sino lo que es mas de los caballeros sus superiores é iguales, de los españoles y de los extranjeros, sin que jamás la envidia ocupase en sus corazones el lugar destinado á la admiración y al aprecio. 

Cosa es digna de notarse que siendo pública la particularidad de las mercedes con que un gran monarca con frecuencia le honraba, á pesar de las ambiciones de los cortesanos, nunca tuvo émulos ni detractores: prueba evidente de que el amor que inspiraba era superior á los incentivos de toda emulación bastarda. El concepto que universalmente se tenia de su mérito, lograba que nadie se juzgase agraviado al verle preferido; y su modestia y consideración con todos, haciendo que no saliese de sus labios respiración que empañase la fama agena ni se tiñese su pluma en la amarga tinta de la sátira, eran causa de que en nadie engendrase odio el sentimiento de su superioridad.

Los mas grandes hombres que produjo su siglo fueron sus amigos. El Emperador vertió lágrimas en su muerte, y las musas exhalaron un prolongado gemido en su irreparable pérdida. Boscan le lloró en dos dulces y afectuosos sonetos cuyo mérito obligó á decir á Fernando de Herrera, severo juez en materias literarias, que si hubiese escrito muchos iguales, sus obras deberian colocarse en mas distinguido lugar que el que ocupan: el dolor de su alma suavizó la natural rudeza de su musa, y la espansion de su corazón dio mayor dulzura y armonía á sus versos. Honra sobremanera el carácter de Boscán que los mejores que compuso fuese el puro sentimiento de la amistad quien los inspirase.

LXIII

               Garcilaso, que al bien siempre aspiraste
               y siempre con tal fuerza le seguiste,
               que a pocos pasos que tras él corriste,
               en todo enteramente le alcanzaste,

                  dime: ¿por qué tras ti no me llevaste
               cuando de esta mortal tierra partiste?
               ¿por qué, al subir a lo alto que subiste,
               acá en esta bajeza me dejaste?

                  Bien pienso yo que, si poder tuvieras
               de mudar algo lo que está ordenado,
               en tal caso de mí no te olvidaras:

                  que o quisieras honrarme con tu lado
               o a lo menos de mí te despidieras;
               o, si esto no, después por mí tornaras.
• • •

Cuidó el emperador de proveer de jefe á los soldados de Garcilaso y les dio por maestre de campo á Juan de Vargas, ordenando que 2000 de ellos permanecieran en Niza. La compañía de que era capitán se disolvió reasumiendo su gente en las otras del tercio que lenian menos número.

Dejando al marqués del Vasto por gobernador y capitán general de Lombardía, pasó el Emperador a Genova, falto de salud por los padecidos afanes; allí se embarcó para Barcelona con su corte y comitiva, y fué á Valladolid donde la Emperatriz le esperaba y le recibieron sus subditos con indecible alegría.

Los que le acompañaban se separaron de él para ir á abrazar á sus esposas y parientes. De agudo cuchillo de dolor vio atravesado su corazón la esposa de Garcilaso Doña Elena de Zúniga; que esperando alegre la venida de su esposo, prevenía su casa y la adornaba ricamente para recibirle como convenia. 


Toledo, que sabia el triste suceso veia con lástima y angustia los preparativos de la infeliz señora que lo ignoraba. Al fin Lope de Guzman, amigo y deudo de su marido y Rodrigo Niño resolvieron sacarla de su agradable engaño. Doña Elena que comenzaba á recelar y entristecerse al ver la tardanza de su esposo, aseguróse en sus sospechas cuando vio entrar a sus amigos con semblante triste y pesaroso, y anunciando con su negro traje el luto que llevaban en el corazón. Cayó en tierra sin color y sin aliento, y vuelta de este primer parasismo fueron tales sus extremos de dolor, de abatimiento y desesperación que se temió por su vida.

Alivió el Emperador su pena dispensándola su protección y tratando de premiar en ella y sus hijos los méritos de su malogrado marido. 

Desgraciadamente extinguida la sucesión masculina del poeta, desapareció tan honroso apellido en esta línea á vista de Doña Elena, que sobrellevó resignada estas desgracias y disgustos domésticos por espacio de largos años, dilatándose su vida hasta el 3 de febrero de 1563. 

Diósela tierra en S. Pedro Mártir en la misma capilla en que descansa su esposo, y á pesar de que el nombre de este volaba en alas de la fama, el capricho del uso hizo que desde entonces fuese conocida con el nombre de Capilla de Doña Elena.

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Muchas de las palabras y modismos que usaron los escritores que antecedieron á Garcilaso han sido olvidadas y expelidas del idioma; la misma suerte han tenido otras de los que vinieron después, entrando en este número Fr. Luis de León, Rivadeneira, Cervantes, llamados con razón los patriarcas de nuestra lengua; solo el lenguaje de Garcilaso se conserva vivo y floreciente, conservando su dicción tal frescura, que parece imposible que date de los primeros años del siglo XVI. 

La luz de Portugal, el gran Luis de Camoens, en su epístola á Don Antonio de Noroña envidiaba su dulzura, manifestando que solo los hombres superiores pueden conocer todo el precio de las obras de sus iguales. 

Francisco Sánchez de las Brozas, Fernando de Herrera y D. Tomás Tamayo de Vargas se emplearon en comentar su obra, honor apenas concedido hasta entonces mas que á las famosas obras de los antiguos. 

Debe creerse que llegó á poder de Boscan lo mas selecto de su obra; y que si el resto desapareció, fué por el abandono con que los escritores excelentes miran aquellas obras que no han podido llevar á la perfección que anhelan.

Pensaba Boscan dedicar su colección á la duquesa de Soma, y ya tenia escrita la carta dedicatoria, cuando plugo al cielo llevárselo con gran perjuicio de la edición proyectada, pues se sabe tenia resuelto corregir muchos defectos que por falta de tan hábil mano hubieron de dejarse en la impresión. 

La mujer y herederos de Boscan creyendo que era menor inconveniente el imprimirlas con ellos, que el que quedasen guardadas y escondidas, sin que el público gozase de ellas por no condescender con algunas faltas, ó bien que corriesen tan mal concertadas y escritas como suelen andar las copias de mano, pidieron licencia para imprimirlas y se les otorgó para Castilla por espacio de 10 años con fecha en Madrid á 9 de febrero de 1543. 

En esta licencia se hace mencion circunstanciada de las obras que se querian imprimir, pero confundidas y entreveradas las de los dos poetas. El título que se puso á la colección es: Las obras de Boscan y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en Cuatro libros en Medina del Campo por Pedro de Castro, impresor, á costa de Juan Pedro Museti, mercader de libros vecino de Medina del Campo, Acabáronse á 4 dias de agosto año MDXIIII Un tomo en 4º. de 239 folios.


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