jueves, 18 de octubre de 2018

Garcilaso de la Vega • I de III • El joven cortesano


Extracto de la VIDA DEL CÉLEBRE POETA GARCILASO DE LA VEGA,
ESCRITA POR D. EUSTAQUIO FERNANDEZ DE NAVARRETE. CODOIN XVI. MADRID 1850

Resumen de una biografía que transcurre entre versos escritos en forma muy innovadora; guerras imperiales y comuneras de Carlos V, y el destierro, con la temprana muerte de un gran poeta. 

¿Quién es este Garcilaso de la Vega que, realizado por Alonso Cano, conserva el Hermitage?

Otro sorprendente retrato de Garcilaso de la Vega, que se conserva en la Galería de Pinturas de Kassel, (Alemania) de autor desconocido, (CVC) aunque también se atribuye a Alonso Cano.

El caballero retratado ostenta la Cruz de la Orden de Calatrava; Garcilaso era de la Orden de Santiago.


Entre las familias con que se honraba Toledo, que aún conservaba gloriosos rastros de su pasada grandeza, una de las principales era la de Laso de la Vega. Blasón de este linaje fue Garcilaso, hijo segundo del señor de los Arcos, Pero Suarez de Figueroa y de Doña Blanca de Sotomayor, educado en su juventud en la casa Real de Castilla al servicio de la Reina Doña Juana, segunda mujer de Enrique IV y madre de la “mal llamada, Beltraneja”, sobrina y ahijada de Isabel I de Castilla.

Juana de Aviz, Portugal (1439-1475) Segunda esposa de Enrique IV de Castilla (Trastámara). British Library, digital collections

Batalló en servicio de los Reyes Católicos en las guerras contra Portugal y Granada; fue maestresala y embajador ante el Papa Alejandro VI, en cuyo destino desempeño mereció incluso, que Luis XII Rey de Francia alabase sus talentos para negociar, y el Papa le concediese el derecho de patronato de los beneficios de las iglesias de Batres, Cuerva y demás pueblos suyos: y obtuvo los cargos de regidor de Toledo, alcaide de Gibraltar, pueblo que por su intervención quitaron los Reyes á Don Juan de Guzmán, III duque de Medina-Sidonia, incorporándolo a la corona; y finalmente, el de Comendador Mayor de León en la Orden de Santiago.

Por disposición de la Reina Católica, casó con Doña Sancha de Guzmán, hija de Pedro de Guzmán, IV señor de Batres, y de Doña María de Rivera de la casa de los señores de Malpica. Nobilísima en Castilla esta estirpe de los Guzmanes, de la que procede, entre otros, el severo y juicioso escritor de las Generaciones y semblanzas Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, abuelo de la madre del poeta.

Biblioteca Digital de Castilla y León

El segundo de siete hijos que tuvieron nació en 1503 en Toledo y se llamó Garcilaso como su padre; este fue el gran poeta que, a los nueve años quedó huérfano de padre, aunque recibió, no obstante, la parte de herencia que le permitió continuar el estudio de las buenas letras y artes liberales, y cultivar su lengua nativa con el auxilio de las lenguas sabias, ya que hablaba el griego más culto y ático, el latín, el toscano y el francés y parece muy probable que tuviera por maestro al célebre Pedro Mártir de Anglería, o Martire d'Anghiera, igual que su hermano mayor D. Pedro Laso de la Vega. 

En 1506 Garcilaso padre no acompañó a D. Fernando de Aragón, el Católico, porque optó por ponerse al servicio de los nuevos Reyes -Juana y Felipe, al igual que el citado Cronista Mártir de Anglería-, y esta decisión, fue tan sensible al Católico, que despojó á Garcilaso de su privanza. Pero debió ser agradable á los nuevos monarcas, pues veremos á Garcilaso hijo, acompañando ya al Emperador en 1520 cuando iba a celebrar las famosas cortes de Santiago, para disponer enseguida su viaje á Flandes desde Galicia.

A los 17 años, Garcilaso estaba ya al servicio del Emperador. Dominaba los ejercicios de caballero, singularmente, la espada y sujetar un caballo; adquirió la distinción de modales que hacían más atractiva su hermosura, y se captó la benevolencia y amistad de los más elevados personajes, formando relaciones y vínculos que duraron lo que su vida. 

Entonces debieron formarse los estrechos lazos que le unieron con la familia de los Toledos, y entonces también, nacería la singular amistad que profesó á Juan Boscán, caballero barcelonés, que siguiendo la milicia en su juventud y luego la corte de Carlos V, aprovechó sus viajes para cultivar su entendimiento, llegando a ser consumado tanto en las letras humanas como en la difícil arte de la corte.

Garcilaso se valió de la instrucción de su amigo para imponerse en las bellezas de la literatura latina, y tomar conocimiento de la italiana: con él estudiaba las obras de Virgilio y Horacio; las de Dante y Petrarca; la elegancia y formas antiguas en nuestra poesía, se debió a los esfuerzos de ambos.

Parece que Garcilaso tenía el don de hacer grandes amigos; entre los más destacados se encontraba el Marqués de Lombay, Francisco de Borja, que procedía de la época en que ambos eran jóvenes estudiantes. El marqués era gran aficionado a las ciencias exactas y a la historia y, además era amante de la música. Garcilaso tocaba bien el harpa y la vihuela y, se dice que a veces cantaba sus propios versos. El lazo que los unía resistió a los desórdenes provocados por la intransigente actitud del emperador, que alcanzó a separar a muchas familias entre sí y que terminó en la guerra de las Comunidades, tan terriblemente zanjadas con la decapitación de sus principales dirigentes, Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, representantes de Toledo, Guadalajara y Salamanca, respectivamente; los más célebres, pero no las únicas víctimas de la sacralización y arrogancia personal del emperador.

Conocidas son las alteraciones que causaron en Castilla la ausencia del Emperador, la rapacidad de los flamencos, su obstinación en desoír las representaciones de los honrados castellanos, y su orgullo en querer oprimir un pueblo que no se acostumbra a sobrellevar paciente el jugo extranjero. 

Para mejor preparar su embarque el emperador partió a Galicia con ánimo de celebrar allí las cortes castellanas y exigir a los pueblos servicios y contribuciones con que emprender su viaje a Alemania para recibir la corona del imperio.

Toledo comisionó á Pedro Laso, hermano mayor del poeta para que solicitase al Emperador lo que más convenía al reino, y ni en Valladolid consiguió audiencia, ni en Villalpando, Benavente y Santiago respuesta satisfactoria a sus justas pretensiones. 

Llevaba por compañeros al regidor Alonso Suarez de Toledo, y los dos jurados Miguel de Hita y Alonso Ortiz, pero viendo la mala fe de la corte y los manejos de Xevres, se unieron con los demás procuradores, y trataron de atraerlos á su opinión, para que las cortes no se celebrasen fuera de Castilla, en contra de toda costumbre, pero el Emperador quiso tenerlas a la lengua del agua, imbuido en esta idea por Xevres, que tenía miedo a los castellanos. 

Guillermo de Croy, Duque de Chièvres (Xevres). Consejero de Carlos I
Círculo de Quentin Matsys (1456/1466–1530).

Guillermo de Croy, que ya tenía gran ascendiente en la corte de Maximiliano I de Habsburgo, se convirtió en el hombre de confianza de su nieto, don Carlos, al que acompañó su primer viaje a España en septiembre de 1517. Chièvres y sus cortesanos flamencos, gracias a su ascendiente sobre el jovencísimo rey, se adueñaron de cargos y rentas en el reino, provocando el levantamiento de las Comunidades, siendo acusado por los castellanos de nepotismo y corrupción, entre otras cosas, por promover la designación para el arzobispado de Toledo, sede con grandes ingresos y rentas riquísimos, de su sobrino, también llamado Guillermo de Croy, de 20 años de edad.

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El 1º de abril de 1520, a pesar de todo, se inauguraron las Cortes con la presencia del Emperador, que pidió le socorriesen con el servicio acostumbrado para hacer su jornada á Alemania, y que compensara los gastos que había hecho en venir a estos reinos, entre otros asuntos también muy costosos.

Se opusieron los de Salamanca, que no quisieron hacer la solemnidad del juramento sin que primero su Majestad otorgase las cosas que le habían pedido. 

D. Pedro Laso dijo que traía instrucciones de Toledo sobre lo que había de hacer; que S. M, podía verlas, pero que no le mandase exceder un ápice de ellas porque antes consentiría en que le cortasen la cabeza o le hiciesen cuartos que en cosa perjudicial á la ciudad y el reino. A su enérgica respuesta se unieron los procuradores de Sevilla, Córdoba, Salamanca, Toro y Zamora, y Sancho Cimbrón procurador de Ávila. 

Se suspendieron por cuatro días las cortes, pero al volverse a abrir, resultaron nuevas complicaciones y disgustos, porque los de Galicia pretendían tener diputados en ellas, ante lo cual, irritado el conde de Villalba dijo que se uniría a D. Pedro Laso, y pagó su audacia con ser desterrado de la corte.

Quiso entonces el Emperador que Toledo revocase los poderes dados á D. Pedro Laso y á Alonso Juárez, pero no pudiéndolo lograr, antes bien, sabiendo que los bandos crecían en la ciudad, mandó venir algunos regidores que contradecían sus deseos, y envió allá otros más complacientes que andaban en su corte. 

La cizaña cundía aun alrededor del Emperador, pues generalmente se aprobaba lo que pedían Laso y Juárez, quienes, no siendo admitidos en las cortes, requirieron á estas, unidos con los de Salamanca, que siendo ellos desechados y no habiendo aun venido los otros procuradores de Toledo, nada se determinase hasta hallarse presentes unos u otros, y que si no protestaban de todas sus decisiones. 

Sabido esto por el Emperador envió a su secretario Cobos y á Juan Ramírez, que lo era del Consejo, á intimar á Juárez que al otro día saliese de la corte, y dentro de dos meses estuviese sirviendo la capitanía de hombres de armas, que tenia, y á Laso que marchase en el mismo término, y en el de cuarenta días fuese a residir en la tenencia y fortaleza de Gibraltar que era suya y de su mayorazgo; imponiéndoles graves penas si faltasen. 

A los jurados también se los desterró de la corte. Acudieron a palacio y conferenciaron dos horas con Xevres, quien fingiéndose arrepentido de lo mandado, concertó con ellos que por mostrarse obedientes saliesen a cuatro o cinco leguas de Santiago. 

Dejando, pues, á Ortiz por apoderado salieron al Padrón que dista cuatro leguas de la ciudad, y Ortiz volvió a hablar con Xevres, el cual le dijo que no habiendo logrado alcanzar gracia del Emperador no tenían otro remedio que obedecer: replicó Ortiz, y Xevres insistió acalorado en lo mismo. Buscáronse los más poderosos empeños, y no bastando para que se les alzase el destierro, Juárez viéndolo todo perdido cumplió lo mandado y lo mismo haría D. Pedro Laso, aunque más tarde. En estas inquietudes se pasó la Pascua que este año fue el 8 de abril. 

Las cortes se trasladaron a la Coruña donde se continuaron y concluyeron; y entretanto las cosas empeoraban en Toledo, se levantaba el pueblo, crecían las alteraciones fomentadas por Hernando Davales y Juan de Padilla, y preparábanse los ánimos a una conflagración general.

El sábado 14 de abril llegó el Emperador á la Coruña, y a pesar de su enojo con D. Pedro Laso, debía estar muy satisfecho de su joven hermano Garcilaso cuando en 26 del mismo le nombró contino de su real casa con ración y quitación anual de 45000 maravedises, más otros beneficios. 

La gratitud a estas consideraciones y el familiar afecto con que Garcilaso trataba al Emperador le empeñaron en el partido Real, mientras su hermano D. Pedro era uno de los principales caudillos de las comunidades. 

No permitiéndole sus cortos años comprender los justos motivos de queja que los pueblos podían tener contra un monarca á quien amaba tiernamente, lamentaba en el alma ver a su hermano en el partido de los descontentos, y se dispuso a sacrificar las inclinaciones de la sangre a los deberes de la lealtad. Sin embargo, no se olvidó de su hermano. Viendo que entretenía su tiempo en el Padrón y Santiago desobedeciendo abiertamente la orden del Emperador, temió que irritado este príncipe con la resistencia y con el mal semblante que las cosas iban presentando en Toledo, tomase alguna medida severa, y uniendo sus ruegos con los del Condestable de Castilla pidió al jurado de Toledo, también contino del Rey, rogase á D. Pedro se ausentase, pues solo le faltaban cinco días de los cuarenta que se le habían concedido para estar en Gibraltar. Entonces fue cuando Don Pedro al ver lo muy enconados que estaban los ánimos, se puso en viaje para el punto de su destierro; pero al llegar a su lugar de Cuerva se encontró con los de Toledo que venían por él y le llevaron en triunfo a su ciudad. 

Garcilaso seguramente volvió a Castilla cuando Carlos V se embarcó en la Coruña para Flandes, pues consta que sirvió continuamente en las guerras contra los comuneros, resultando herido en el rostro en la jornada de Olías, lo que para él significó nuevos premios y mercedes. 

Pero el desgraciado término del empeño de los castellanos en Villalar dejó al partido real en disposición de oponerse a los franceses que invadían la Navarra. 

Dueño de la Navarra, el francés quiso pasar sus límites y penetrar en territorio castellano, pero Logroño les cerró el paso. Ahogadas ya las parcialidades interiores acudieron los castellanos de ambos partidos á evitar el general peligro; algunos, para borrar con este celo la memoria de una conducta –comunera-, que se reputaba como criminal extravío.

Garcilaso en este año de 1523 combatió a las Comunidades en Valladolid, Burgos, Logroño, Pamplona y Fuenterrabía dando tan relevantes pruebas de su persona que el Emperador después de su regreso a España mandóle formar asiento de gentil-hombre en los libros de la casa de Flandes desde octubre de aquel año, concediéndole 60.000 maravedís. anuales para toda la vida, que debían librársele desde de enero del año siguiente. 

En el de 1526, a los 24 de su edad Garcilaso se desposó con Elena de Zúñiga, señora muy principal, dama de la hermana de Carlos V, Madama Leonor, Reina que fue de Francia. Era Doña Elena hija de Iñigo de Stúñiga, primo hermano del conde de Miranda y maestresala de la Emperatriz Doña Isabel, mujer de Carlos V, y de Doña Ana de Salazar, moradores en Aranda de Duero. 

Pero no pudo Garcilaso gozar mucho tiempo tranquilo pues siguió siempre al lado del Emperador la vida errante á que sujetaban á este Príncipe su carácter activo, la separación de sus extensos estados y los celos de sus enemigos. 

Le acompañó especialmente en la jornada de Italia cuando a 28 de julio de 1529 partió de Barcelona para Génova á recibir la Corona Imperial de mano del Papa y sacar las ventajas que le ofrecía la superioridad que había logrado en Italia.

Llegó el Emperador a Génova, pasó a Plasencia, y desde allí á Bolonia, donde le coronó el Papa el día de S. Matías de 1530, el mismo en que viniera al mundo 30 años antes. Las fiestas de la coronación fueron según los escritores las más magníficas y brillantes que habían visto los hombres. 

Representación de la ceremonia efectuada en Bolonia. Plato de fayenza. 1530. Museo Cívico, Bolonia. (Nat. Geographic).

El Papa insinuó mañosamente al poderoso monarca diese la investidura del ducado de Milán a Francisco Esforzia -Sforza-, que tenía preso en Brescia, para que, supuesto que había liga entre todos los príncipes cristianos ayudase con sus soldados a reconquistar la soberanía de Florencia en favor de los Médicis, a cuya familia pertenecía el Pontífice.

Nada negó el César de lo que se le pedía; la gloria de que estaba rodeado y los preparativos para su viaje le hacían aparecer desinteresado y modesto. Permitió á Esforzia -Sforza-, venir a verle a su corte, y junto con el perdón le dio la investidura pretendida, y por esposa una hija del Rey de Dinamarca su sobrina; consintió que el duque de Ferrara tomase posesión de todos sus dominios, y terminó todas las diferencias entre el duque y el Papa; se avino a un acomodo definitivo con los venecianos, y en cambio de tantas concesiones, exigió sumas considerables, con las cuales pudo continuar su viaje con magnificencia.

Isabel de Austria, hermana de Carlos V, de Jan Gossaert y 
Cristina de Dinamarca, de Hans Holbein, este último, en la Nat. Gallery, Londres

Isabel de Austria, (1501–1526), tercera hija de Juana I y Felipe el Hermoso, fue Reina consorte de Dinamarca y la Unión de Kalmar, por su matrimonio con Cristián II. Tuvieron 6 hijos, de los cuales, la quinta, Cristina; 1521– 1590, (a la derecha) fue casada, primero con Francisco Sforza, duque de Milán y, viuda, a los 15 años, en segundas nupcias, con Francisco I, duque de Lorena, siendo más conocida como Duquesa de Lorena.

En tan general alegría solo no quedaron contentos los florentines contra quienes preparaba la guerra que dejó encargada a sus capitanes; y el, atravesando por tierra de Venecia, pasó a Alemania, pues los progresos del Sultán que desde Hungría había penetrado en Austria y sitiado á Viena con un ejército de 15,000 combatientes, le obligaban a reunir todas sus fuerzas para resistir. Contando con la traición del Visir obligaron muy pronto á Solimán á abandonar la empresa, ya que su presencia no era menos necesaria para detener el curso y los progresos sensibles de las turbaciones, excitadas por las disputas religiosas.

Se quedó Garcilaso en Italia para servir en la campaña contra los florentines, quienes lejos de consentir en el establecimiento de los Médicis, se disponían a defender su libertad con el más desesperado esfuerzo. Los imperiales mandados por el príncipe de Orange tomaron á Menaria, Monteflascon y Asisio, y pusieron sitio sobre Híspelo donde al primer asalto murió desgraciadamente el famoso Juan de Urbina, uno de los mejores soldados de España.

Puso el Príncipe cerco sobre Florencia, y en esta forma se pasó el verano y otoño del año 30. Con el invierno comenzaron los sitiados á sentir falta de bastimentos, y a perder ánimo y fuerzas, al paso que crecían las de los sitiadores.

Los florentines dominados por un partido acalorado y terrible que llamaban de los rabiosos, aun persistieron algún tiempo en su obstinación; pero al cabo llenos de cansancio y faltos de socorro se entregaron y obtuvieron una capitulación honrosa. 

Recibió el Emperador la noticia en Augusta donde celebraba la dieta en que fue creado Rey de Romanos y sucesor del Imperio D. Fernando su hermano, Rey de Hungría.

Garcilaso en remuneración de lo que sirvió en esta jornada de Italia obtuvo en lugar de los gajes que tenía por gentil-hombre 80000 maravedises anuales de por vida, librándosele de tres en tres años con la ventaja de disfrutar esta pensión, pudiendo estar en su casa sin obligación de servir ni residir en la corte.

Acabada la campaña, Garcilaso volvió con su esposa. Preparábase entonces la boda de Doña Leonor, Reina viuda de Portugal, hermana del emperador, con el Rey Francisco de Francia, que debía verificarse al mismo tiempo que la entrega de los dos príncipes franceses que habían quedado en rehenes por su padre, tras la batalla de Pavía, hasta que este pagara su rescate. 

La Reina llegó a Francia el 1° de julio de 1530; el Rey la esperaba en Burdeos y se encontraron en una abadía entre Roquehort de Marsan y Captieux donde se desposaron.

Después de las solemnes bodas en París Leonor fue coronada en la iglesia de S. Dionisio -Saint Denis-, con todo el aparato y magnificencia que sabía dar a estos actos Francisco I. 

Encantada la Reina del porte de su esposo, escribía á la Emperatriz ponderándole la dicha en que su corazón rebosaba por el cariño del Rey y el esmero con que era servida de los franceses. Pero la emperatriz sospechaba, dado el forzado matrimonio, que Leonor solo lo decía para conservar la buena inteligencia y deseosa de asegurarse, escribió con fecha de 16 de agosto a su marido, diciéndole que sería oportuno enviar a visitar a la Reina su hermana, a Garcilaso y que partiese de Madrid por la posta con este objeto. 

La elección no podía ser más acertada; no solo debía causar placer á la Reina Leonor la visita de un antiguo amigo, casado con una de sus damas, sino que este, en una corte tan galante y caballerosa, y con un Rey que obtuvo el título de Padre de las letras, favoreciendo a los poetas, Garcilaso tenía que captarse el respeto y admiración como el más gallardo mancebo y elegante poeta de España, dando a los franceses una idea muy ventajosa de la cultura española y de la corte del Emperador, y preparando los ánimos a la benevolencia para asegurar el efecto del viaje, porque llevaba además prevención secreta de averiguar por medio de los embajadores lo que en París se pensaba, y de examinar (espiar) lo que se hacía en las fronteras, aunque por entonces no había bullicio ni apariencias de guerra.

Visitó pues, Garcilaso la corte del Rey Francisco, en que la princesa Margarita-Margot, hermana del Rey había cultivado las bellas letras y favorecido a los que las seguían, antes de casarse con el señor del Bearn; y donde brillaban entonces como excelentes poetas Guillermo de Saluste, señor de Bartas, y el gracioso Marot que ha conservado mejor su reputación. 

Conoció a los hombres sabios que rodeaban al Rey, el cual queriendo emplear el reposo de la paz en beneficio de la ilustración, comenzó a formar una biblioteca, juntando de todas partes manuscritos curiosos por medio de Juan Lascaris. Estableció también Francisco una imprenta Real; fundó en la Universidad de París cátedras de lengua griega y hebrea, y otras de lengua latina, matemáticas, filosofía y medicina, y meditaba un magnífico colegio enfrente del Louvre, que pensaba dotar con 10,000 libras de renta para la educación gratuita de 600 escolares; pensamiento de que le separó el canciller de Prat representándole debía economizar estos fondos por la posibilidad de un rompimiento con el César.
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Andrea Giovanni Lascaris / Ιανός Λάσκαρις, era un sabio y literato, más conocido como Rhyndacenus, quizá porque procedía de Rindaco, ciudad de Helesponto, aunque se cree que nació en Constantinopla, en 1445.

Láscaris abandonó su patria tras la caída del Imperio griego y se refugió en la corte de Lorenzo de Médicis, quien le hizo volver a oriente para recoger los manuscritos que habían escapado tras la destrucción de la Ciudad. Pudo sacar así gran número de obras valiosísimas. 

Unos años después hizo un segundo viaje a Grecia; pero al volver a Florencia, había muerto Lorenzo, y había graves agitaciones, motivo por el que aceptó el ofrecimiento de Carlos VIII, de instalarse en Francia. Ya estaba en París en 1495, donde enseñó los principios de la lengua griega a Budé y a Danés. 

En 1503, Luis XII le nombró embajador en la República de Venecia. Cuando se declaró la guerra entre Francia y la república, Láscaris cesó en sus funciones y volvió a la enseñanza del griego. 

León X le llamó a su corte para ponerle al frente del colegio que acababa de fundar para los jóvenes griegos y le confió la dirección de una imprenta destinada exclusivamente a aumentar los libros griegos.

En 1515 el papa le encargó una misión diplomática con Francisco I de Francia, quien reconoció de inmediato los valores de Lascaris, e hizo todo lo posible para que se quedase con él. En principio, Láscaris se volvió a Roma, pero en 1518 volvió a Francia, siendo encargado de la formación de la Biblioteca Real de Fontainebleau, ayudándole en este trabajo su discípulo Budé. 

Francisco I también le nombró también embajador en Venecia, donde permaneció hasta que, llamado por Paulo III, se trasladó a Roma. Se encontraba por entonces enfermo de gota, y el viaje hizo aumentar su dolencia, muriendo sólo unos meses después de su llegada, en 1535, a la edad de 90 años. 
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Desempeñada la comisión en Francia, pasó Garcilaso á Italia en 1531. Estaban temerosos de nuevas guerras en aquellos estados, pues no había nada que esperar de la buena fe de los Reyes de Inglaterra y Francia, y se susurraba que este último estaba en tratos con el Gran Turco. El Virrey de Nápoles avisó a la Emperatriz haberse visto hasta 150 velas de la armada turquesca en aquel reino cerca de Taranto, que echaron gente en la Pulla y combatieron Castro, que se les rindió. 

Se temía que el Rey de Francia viendo a los turcos en las costas de Italia, aprovechase la ocasión del peligro para volver sus armas contra España; y así la Emperatriz mandó a los grandes y señores estar apercibidos; y especialmente á D. Alonso de Granada prevenir la gente, que el Emperador antes de su partida le había escrito tuviese á punto, proveyendo este caso. 

Garcilaso, a pesar de sus pocos años, cansado de vida tan agitada, y apeteciendo vivir junto a su esposa, entregado al comercio de las musas que aman el silencio y retiro, pidió un regimiento de Toledo para volverse a su casa, creyendo que sus anteriores servicios le hacían acreedor a esta gracia; mas no lo debió conseguir. Sin duda no quiso el Emperador que tan relevantes prendas se enterrasen en su mejor sazón en una ciudad de Castilla, y volvió a España, donde ya estaba en aquel verano, á prepararse a nuevas fatigas. 

Ocupaba, pues, el trono de Francia Francisco I, príncipe gallardo, valeroso, entendido y con grandes dotes para mandar en paz y en guerra. Enrique VIII, no menos célebre por sus disidencias religiosas que por sus grandes talentos, gobernaba á los ingleses; y en el imperio de los Turcos asombraba el mundo y aterraba la Europa, Solimán, hombre extraordinario que con sus numerosos ejércitos y la audacia de sus empresas devastaba la tierra, mientras Barbarroja su lugarteniente era con sus galeras el espanto de los mares. 

Francisco I; Enrique VIII y Solimán

El Príncipe turco, que dos años antes había sojuzgado Hungría y puesto cerco sobre Viena, salió por segunda vez de Constantinopla con innumerables gentes, mientras el Emperador estaba en Ratisbona entendiendo en las cosas de Lutero. Venia so color de proteger al Rey Juan de Hungría contra el Rey de Romanos, D. Fernando, que teniendo en su apoyo al Emperador podría atacarle. El mundo quedó en suspenso esperando que fuese del vencedor toda la redondez de la tierra. Aparecían de parte del Sultán los Reyes de Francia y de Polonia, que se holgaban en abatir y cansar al Emperador, a quien envidiaban y temían, y la balanza parecía inclinarse en su contra.

El emperador pidió auxilio a la dieta; escribió al Marqués del Vasto para que recogiese toda la infantería española que acababa de poner fin a la guerra de Florencia, y juntase más italiana; avisó a Flandes y Borgoña, y pidió a los grandes y ciudades de España apercibiesen hombres de armas y todo recaudo, preparándose a sostener solo este glorioso empeño, en que ni el Rey de Francia ni el de Inglaterra quisieron ayudarle.

Tiziano. El Marqués del Vasto, armado y con un paje. Getty Center. LA. California

Los españoles consideraron esta guerra como de religión, y así, luego se determinó la mayor parte de los grandes á ponerse en camino para aquellos países vendiendo y empeñando sus haciendas para proveerse de armas y gente. 

En esta ocasión, abandonando el regalo de su esposa Doña María Enríquez, con quien hacía poco se hallaba enlazado, comenzó a distinguirse D. Fernando Álvarez de Toledo, conocido después bajo el nombre del gran duque de Alba, que le ganaron sus talentos, su carácter y las hazañas que, en Italia, en el levantamiento de los Países Bajos y en la conquista de Portugal ilustraron su fama. 

A la edad de 17 años llamó ya la atención de Pedro Mártir de Anglería. Tenía sólo 25 y ya daba muestra de que con el tiempo había de ser uno de los primeros hombres de España. Boscán, el íntimo amigo de Garcilaso, fue, como ya hemos dicho, el encargado de encaminar su espíritu, y de ilustrarle con el mejor estudio de las buenas letras. 

Su afecto hacia los sabios, su gentileza, su cortesanía fueron sus prendas, y aún más que estas la gravedad del trato, la integridad y la severidad de costumbres, degenerando tal vez en dureza. 

Ansioso de pasar a Alemania buscó por compañero de viaje á Garcilaso, a quien amaba cordialmente y de quien era con igual amor correspondido. Solo 29 años contaba el héroe cuando murió Garcilaso, quien no llegó a verle en el pleno de su gloria, y sin embargo en el extenso elogio que hace de él en la Égloga II, se ve que adivinaba hasta donde podía arribar la grandeza de su ánimo, si la muerte no cortaba el vuelo a sus hazañas. 

Las relaciones de familia, tan estrechas en un tiempo en que estando en su mayor auge los pensamientos aristocráticos, las casas solares eran miradas con veneración y todos los que provenían de una misma, protegidos como hermanos por los más poderosos de ella, contribuyeron a dar más solidez a esta amistad; pues reconociendo los Toledos á Garcilaso por pariente, no solo por descender ambas familias del mismo tronco, sino por otros enlaces más modernos que había entre Toledos y Guzmanes, tenían, tanto el Duque, como su tío D. Pedro de Toledo el gran marqués de Villafranca, un interés muy vivo en favorecerle y acrecentarle. 

Partieron el Duque y Garcilaso atravesando la España; más llegados a Tolosa de Guipúzcoa hubieron de detenerse por un desagradable incidente, que produjo a este último largos sinsabores. 

Intentábase por su familia el casamiento de Doña Isabel de la Cueva, dama de la Emperatriz, sobrina del duque de Alburquerque e hija de D. Juan de la Cueva, ya difunto, y de Doña Mencía Bazán, con Garcilaso de la Vega, hijo de D. Pedro Laso y sobrino carnal del poeta. 

Daba comienzo con este sorprendente suceso, uno de los sinsabores más graves de la vida del gran sonetista castellano. No podemos olvidar que Pedro Lasso, padre del novio, había luchado contra el Emperador a favor de las Comunidades.

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Ejecución de los comuneros de Castilla –Padilla, Bravo y Maldonado-, de Antonio Gisbert, 1860. Palacio de las Cortes​. Madrid

D. Pedro Lasso y las Comunidades.

Los capítulos que se dieron a este caballero por la ciudad de Toledo para que juntamente con sus compañeros los presentase al Emperador, cuando este Príncipe venía de Aragón para Valladolid, fueron:

-Que no saliese de estos reinos. 
-Que no diese oficio ni cargo en ellos á ningún extranjero.
-Que los dados se les quitasen.
-Que no se sacase moneda del reino.
-Que en las Cortes próximas no se pidiese servicio alguno, y más: 
-Que si S. M. se ausentaba, que las Corles se retrasaran y se hiciesen en Castilla y no en Galicia. 
-Que los oficios y regimientos no se diesen por dinero. 
-Que se reformase la Inquisición y nadie fuese agraviado. 
-Que a los particulares agraviados de estos reinos se los desagraviase. 

Esto es lo que Toledo pedía por bien general del reino, aunque después aumentó las peticiones á proporción de lo que crecieron los movimientos. 

Llegaron D. Pedro y sus Compañeros á Valladolid cuando sus procuradores y regidores se juntaban para suplicar al Emperador algunas cosas de su servicio. Quisieron ponerse de acuerdo con ellos para impedir la ida del Emperador, y prender á Xevres; mas al fin Valladolid no quiso unir sus súplicas con los de Toledo. Presentáronse estos al Emperador después de la célebre conferencia que tuvo con Don Pedro Girón. No los quiso oír, mandándoles ir primer lugar adelante de Tordesillas, camino de Santiago, donde los oiría.

Fueron á Villalpando, y al paso, después de haber intentado Xevres privarles de la audiencia, la obtuvieron. Díjoles el Emperador que fuesen á Benavente y allí les daría la respuesta; pues allí estaban los de su consejo. 

Acudieron exactos; y el Emperador les contestó, oído su Consejo de Justicia y Estado, que no se tenía por servido de lo que hacían: que si no mirara cuyos hijos eran los mandaría castigar gravemente; y que acudiesen al Presidente del Consejo. Este les dijo que dejasen de entender en aquellas cosas, y en las Cortes que se iban a tener en Santiago los procuradores que Toledo enviase hiciesen presente lo que habían suplicado y el Emperador proveeria lo conveniente. No desistieron y caminaron á Santiago, en cuyas Cortes sucedió con ellos lo que hemos visto. 

El enojo del Emperador y de los ministros fue grande por su decidida oposición, y corrieran gran riesgo si no fuera por la intervención del Condestable y de Garcilaso.

D. Pedro siguió de buena fe la comunidad mientras las pretensiones de esta se limitaron a lo que según las leyes del reino podía pretenderse del Monarca; pero cuando la gente soez levantó la cabeza y las ciudades alucinadas con el ejemplo de las libertades que gozaban las de Italia quisieron despedazar la monarquía, eximiéndose de todo yugo, y se volvieron contra los grandes y señores que habían sido los primeros que levantaron la voz en favor suyo, entonces D. Pedro, conociendo que la revolución traspasaba los límites de la justicia y aun de la conveniencia pública, se arrepintió de haber dado pretexto á tales desórdenes, y trató de presentarse á partido. 

Las negociaciones que para el efecto mediaron con los gobernadores pueden verse en Sandoval: Historia de la vida de Carlos V, lib. IX. El mismo autor hace en el V la siguiente pintura de las cualidades de este caballero: Don Pedro era un caballero de sanas entrañas y sin malicia, y junto con esta bondad, amigo de justicia y del bien del reino, y por eso se metió tanto en estos bullicios. Y el que supiere quien era, entenderá ser esto así, y que la sangre generosa que tenía no le dejara caer de lo que sus pasados hicieron que fueron de los grandes de España. 

Aquí pone la genealogía y sigue: Tal era D. Pedro Laso, y así se ha de entender que serían tales sus pensamientos y deseos de servir a su Príncipe, como lo entendieron adelante el Emperador y su hijo el Rey D. Felipe, pues en tiempos bien turbados cuando eran menester hombres de valor y de lealtad, hicieron embajador cerca de la persona de Paulo IV á Garcilaso de la Vega, hijo de D. Pedro Lasso, y le encomendaron negocios gravísimos, cuales los hubo, con aquel Pontífice de tan recia condición. 

De este Garcilaso, hijo de Pedro Laso y sobrino, por tanto, del poeta, se hace larga mención en los documentos de la presente obra, a causa del negocio de su desposorio en que salió complicado su tío.

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Continúa: 

III de III: La nefasta Niza 

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