lunes, 31 de octubre de 2016

HISTORIA DE ROMA III • Tulio Hostilio


La Monarquía

753–717 a.C. Rómulo
716–674 a.C. Numa Pompilio 
674-642 a. C. Tulio Hostilio
642-617 a. C. Anco Marcio
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617-579 a. C. Lucio Tarquinio Prisco
579-535 a. C. Servio Tulio
535-509 a. C. Lucio Tarquinio el Soberbio

Tulio Hostilio, 674-642 a. C.

Más cercano a Rómulo que a Numa, durante su mandato, Roma siguió ocupando territorios y aumentó su poderío. Se suele destacar en su biografía, el hecho de haber facilitado el acceso al patriciado de los derrotados que emigraron a Roma en busca de asilo, tras la destrucción de su ciudad. Erigió asimismo, un nuevo edificio para el Senado y la Curia, que siguió en uso durante quinientos años.
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Seguiremos a Tito Livio en este caso, entre otras razones, porque:

“Livio es una lectura saludable. 
Según cuentan, el rey D. Alfonso V de Aragón y I de Nápoles recuperó con la lectura de Livio la salud que ni la medicina ni la música habían podido devolverle.

La lectura de Livio fue el único consuelo de Cola di Rienzi en la cárcel de Aviñón, manteniendo vivos sus ideales de libertad.

Y con el paso de los años, de la mano de Stendhal, hasta un personaje de ficción recurriría a sus reconfortantes efectos: Le Marquis, irrité contre le temps présent, se fit lire Tite-Live – El Marqués, irritado contra el tiempo presente, hizo que le leyeran a TitoLivio.”

Ángel Sierra. Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación. (Introducción) 
Edit. Gredos.



Tres grandes admiradores de Tito Livio: 
Alfonso V, Cola di Rienzi, o Rienzo y Stendhal

También Dante Alighieri dice en La Divina Comedia, Canto XXVIII, v. 12:

Come Livio scrive, che non erra…

Así pues, tras estas inmejorables referencias, seguimos ahora el relato de Tito Livio sobre la vida, hazañas y pasiones de Tulio Hostilio, el tercer Rey de Roma, a partir del año 674 a.C.

Tulio Hostilio, no sólo era diferente del último rey, sino que era un hombre de espíritu más guerrero incluso que Rómulo, y su ambición se encendió por su propia energía juvenil. Convencido de que el vigor del Estado se estaba debilitando por la inacción, buscó un pretexto para tener una guerra.

Sucedió, pues, que los campesinos romanos tenían en esos tiempos el hábito de saquear el territorio Albano y los Albanos, el territorio romano. Ambas partes enviaron Legados casi al mismo tiempo, para obtener reparación por los saqueos, pero Tulio dijo a sus embajadores que no perdieran tiempo; estaba plenamente al tanto de que los Albanos negarían la satisfacción y así tendría un motivo para declarar la guerra.

Los Legados de Alba procedieron de una manera más tranquila. Tulio les recibió con toda cortesía y los entretuvo con esplendidez, pero entre tanto, los romanos habían presentado sus demandas, y tras la negativa del gobernador Albano, declararon que la guerra comenzaría en treinta días.

Ambas partes hicieron preparativos extraordinarios para la guerra, que se parecía mucho a una guerra civil entre padres e hijos, porque ambos eran descendientes de Troyanos, pues Lavinium era vástaga de Troya, y Alba de Lavinium, y los romanos habían surgido del linaje de los reyes de Alba.

El resultado de la guerra, sin embargo, hizo el conflicto menos deplorable, ya que no hubo ninguna batalla campal, y aunque una de las dos ciudades fue destruida, los dos países se mezclaron en uno solo. 

El general Albano, parlamentó con Tulio en plena lucha.

-Creo haber escuchado decir a nuestro rey Cluilio –dijo-, que los actos de robo y la no restitución de los bienes sustraídos, en violación de los tratados existentes, fueron la causa de esta guerra, y no tengo dudas de que tú, Tulio, alegas la misma razón. 

Pero si hemos de decir lo que es verdadero, en lugar de lo que es plausible, debemos admitir que es el deseo del imperio lo que ha hecho a dos pueblos hermanos y vecinos tomar las armas. 

Sea con razón o sin ella, no lo juzgo; dejemos a quienes comenzaron la guerra ajustar ese asunto; yo sólo soy el que los Albanos han puesto al mando para conducirlos. Pero quiero advertirte algo, Tulio. Conoces bien –porque estás más cerca de ellos-, la grandeza de los etruscos, y de su inmensa fuerza por tierra y aún más por mar, y que nos limitan a ambos. Recuerda pues, una vez que hayas dado la señal para luchar, que nuestros dos ejércitos se enfrentarán ante ellos, de modo que cuando estemos agotados podrán atacarnos a los dos; vencedores y vencidos. 

Entonces, si no contentos con la segura libertad que disfrutamos, nos determinamos a arriesgarnos a un juego de azar, donde las apuestas son la supremacía o la esclavitud, déjanos, en nombre del cielo, elegir algún método por el que, sin gran sufrimiento o derramamiento de sangre de ambas partes, se pueda decidir qué nación ha de ser dueña de la otra.

Aunque, por temperamento natural y por la seguridad que sentía de la victoria, Tulio estaba ansioso por pelear, no desaprobó la propuesta y después de mucha consideración en ambos lados, se adoptó un método por el que la propia Fortuna proporcionó los medios necesarios.

Había, en cada uno de los ejércitos tres hermanos, casi iguales en años y fortaleza, como trillizos, que eran llamados Horacios y Curiacios. Parece que la mayoría da el nombre de Horacios a los romanos, y mis simpatías me llevan a seguirlos. 

Los reyes les propusieron que cada uno debía luchar en nombre de su país, y que donde cayese la victoria debía quedar la soberanía. 

No pusieron objeción, de modo que se fijó el momento y el lugar. Pero antes de que se enfrentasen se firmó un tratado entre Romanos y Albanos, determinando que la nación cuyos representantes quedasen victoriosos debían recibir la pacífica sumisión de la otra.

Esta es el más antiguo tratado firmado, y voy a describir las formas con las que éste se concluyó.

El Fecial –Notario-, preguntó a Tulio: 

-¿Me ordenas, rey, hacer un tratado con los Pater Patratus de la nación Albana?
-Sí -dijo el rey.
-En ese caso –continuó el Fecial-, exijo de ti, rey, algunos manojos de hierba.
-Toma ésas, pues son puras.
-¿Me constituyes –preguntó de nuevo el Fecial- en plenipotenciario del pueblo de Roma, los Quirites, así como a mis compañeros?
-Por cuanto puedo, sin dañarme a mí mismo y al pueblo de Roma, los Quirites, lo hago.

El Fecial designó a Espurio Furio y le tocó la cabeza y pelo con la hierba, tras lo cual, este dio fe del acuerdo. Los Albanos recitaron sus juramentos y fórmulas a través de su propio dictador y sus sacerdotes.

El juramento de los Horacios. Jacques-Louis David. Louvre.

Los seis combatientes se armaron y fueron recibidos con gritos de ánimo por sus compañeros, quienes les recordaron que los dioses de sus padres, su patria, sus padres, cada ciudadano, cada camarada, estaban ahora mirando sus armas y las manos que las empuñaban.

Avanzaron hacia el espacio abierto entre las líneas. Los dos ejércitos estaban situados delante de sus respectivos campamentos, libres de peligro personal pero no de la ansiedad, ya que de la suerte y el coraje del pequeño grupo pendía la cuestión del dominio. Atentos y nerviosos, contemplaban con febril intensidad un espectáculo en modo alguno divertido.

La señal fue dada, y con las espadas en alto los seis jóvenes cargaron como en una línea de batalla con el coraje de un poderoso ejército. Cuando, en el primer encuentro, las espadas alcanzaron los escudos de sus enemigos, un profundo escalofrío recorrió a los espectadores, y luego siguió un silencio absoluto, pues ninguno de ellos parecía estar obteniendo ventaja. 

Pronto, sin embargo, la sangre se hizo visible, fluyendo de las heridas abiertas. Dos de los romanos cayeron uno sobre el otro, dando el último aliento, resultando sólo heridos los tres Albanos.

La muerte de los romanos fue recibida con un estallido de júbilo del ejército Albano, mientras que las legiones romanas, que habían perdido toda esperanza, temblaban por su solitario campeón rodeado por los tres Curiacios.

El Juramento en el Rütli, versión de Füssli

El Horacio superviviente no estaba herido, y aunque no en igualdad con los tres juntos, confiaba en la victoria contra cada uno por separado.

Para poder, pues, enfrentarse a cada uno individualmente, echó a correr simulando escapar y suponiendo que le seguirían tanto como se lo permitiesen sus heridas. 

Había corrido a cierta distancia, cuando, al mirar atrás, los vio siguiéndole con grandes intervalos entre sí, el primero no lejos de él.

Se volvió y lanzó un ataque desesperado contra aquel, y aunque los Albanos gritaban a los otros Curiacios que fuesen en ayuda de su hermano, el Horacio tuvo tiempo para matarlo y se dispuso a esperar al segundo.

Los romanos aclamaron a su campeón con un grito, como el de hombres en los que la esperanza sigue a la desesperación, y él se apresuró a llevar la lucha a su fin y antes de que el tercero, pudiera llegar, mató al segundo Curiacio. 

Ahora eran uno contra uno, pero mientras que el Horacio seguía ileso después de su doble victoria, el otro, arrastrándose penosamente, agotado por sus heridas y por la carrera, desmoralizado por la masacre de sus hermanos, fue una conquista fácil para su victorioso enemigo. 

No hubo, en realidad, combate. El romano gritó exultante:

-Dos he sacrificado para apaciguar las sombras de mis hermanos, al tercero lo ofreceré por el motivo de esta lucha: para que los romanos puedan gobernar a los Albanos. Y, acto seguido, hendió la espada en el cuello de su oponente, que ya no podía levantar su escudo. Después le despojó estando ya en tierra.

Le combat des Horaces et des Curiaces, Fulchran Jean Harriet

Ambas partes se centraron en enterrar a sus campeones muertos, pero con sentimientos muy diferentes; los unos con la alegría por su ampliado dominio, los otros privados de su libertad y bajo el dominio extranjero. 

Las tumbas están en los sitios donde cayeron cada uno; las de los romanos, muy juntas, en la dirección de Alba; las tres tumbas de los Albanos, a intervalos en dirección a Roma.

Ambos ejércitos se retiraron a sus hogares. El Horacio marchaba a la cabeza del ejército romano, llevando ante sí su triple botín, cuando su hermana, que había sido prometida a uno de los Curiacios, lo vio fuera de la puerta Capene y reconoció, en los hombros de su hermano, el manto de su prometido, que ella misma había tejido, y rompiendo en llanto, llamó a su amante muerto por su nombre. 

El Horacio, enfurecido por el estallido de dolor de su hermana, en medio de su gran triunfo y del regocijo del pueblo, sacó su espada y atravesó con ella a su hermana, gritando enfurecido:

-¡Ve!, ve con tu novio, con tu amor a destiempo, olvidando a tus hermanos muertos, al que aún vive, y a tu patria! Así perezca toda mujer romana que llore por un enemigo!

Victor-Maximilien Potain, Horacio mata a su hermana -Camila, en la tragedia de Corneille-, 1785, 
Paris, Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts

Versión de Francesco de Mura, c. 1760 
Horatius mata a su hermana tras derrotar a los Curiaceos.

El hecho horrorizó a patricios y plebeyos por igual. El Horacio fue llevado ante el rey para enjuiciarle. Si apelara, sería escuchado, pero si reconfirmara su sentencia, el lictor lo colgaría de una cuerda en el árbol fatal, y lo flagelaría, dentro, o fuera del pomerio. Se le condenó, y luego uno de los jueces dijo: 

-Publio Horacio, te declaro culpable. Lictor, ata sus manos.

El lictor se acercaba, cuando el Horacio dijo: -¡Apelo!

El recurso se interpuso ante el pueblo y Publio Horacio, el padre del guerrero y de la muchacha, declaró que su hija había sido justamente muerta y que de no haber sido así, hubiera ejercido su autoridad como padre para castigar a su hijo. Mientras decía esto, abrazó a su hijo y, a continuación, señalando los despojos de los Curiacios, dijo: 

-¿Podéis vosotros, Quirites, soportar el ver atado, azotado y arrastrado hasta la horca el hombre a quien habéis visto, recientemente, venir en triunfo adornado con el despojo de los enemigos? Pues ni los mismos albanos podrían soportar la vista de tan horrible espectáculo. Ve, lictor, ata tales manos que cuando estaban armadas, aún por breve tiempo, obtuvieron el poder para el pueblo romano. Ve, cubre la cabeza del Libertador de esta ciudad! Cuélgalo en el árbol fatal, azótalo en el pomerio, aunque sólo sea entre los trofeos de sus enemigos, o entre las tumbas de los Curiacios! ¿A qué lugar podréis llevar a esta juventud, donde los monumentos de sus espléndidas hazañas no los vindiquen con tan vergonzosos castigos? 

Las lágrimas del padre y la valerosa disposición a correr cualquier peligro del joven soldado, fueron demasiado para el pueblo. Se le absolvió, pero sólo movidos por su valor, y no porque considerasen justo su comportamiento.

De todos modos, como un asesinato a plena luz del día exigía alguna expiación, se le mandó al padre hacer una expiación por su hijo, y éste, después de ofrecer ciertos sacrificios, erigió una viga a través de la calle, que aún hoy se conoce como La viga de la hermana.

En cuanto a la memoria de la joven Horacia, se construyó una tumba de piedra labrada en el lugar donde fue asesinada. 

Su recuerdo constituyó un tema pictórico durante siglos, y ha sido tratado en la literatura, de diversas maneras.

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La trágica disyuntiva entre el amor y el deber patriótico en la Literatura y el Arte

Bocetos de Jacques-Louis David

Estudio para de Los Tres Horacios y Sabina, para el juramento de los Horacios.



Camilia (La heroína de Corneille) y el padre del Horacio vencedor

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En su obra teatral Orazia, de 1546, Pietro Aretino, famoso por su insolencia, parece ser quien mejor comprende la cruel suerte sufrida por la Horacia, al decir que no sólo lloraba por su prometido, sino también por sus dos hermanos muertos.

Aretino retratado por Tiziano (c. 1545). Palacio Pitti, Florencia

Se dice que el descaro de Aretino llegó al extremo de ordenar el siguiente epitafio para su propia tumba:

                Aquí yace Pietro Aretino, poeta toscano –tosco-,
                que de todos hablaba mal, salvo de Dios,
                excusándose al decir: no lo conozco.
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En la tragedia de Pierre Corneille, Horazio, de 1640, el Horacio superviviente, se había casado con la hija de un Curiaceo, y Camila, hija de un Horacio, se casó con un Curiaceo. Cuando Camila y su marido comprenden que inevitablemente se va a producir el mortal duelo, se plantean la contradicción entre sus fidelidades familiares y políticas.

Pierre Corneille en el Palacio de Versalles

Mientras el Horacio se deja llevar por su deber patriótico, el Curiacio lamenta su cruel destino y cuando el vencedor es llevado a juicio, su padre defiende la prioridad del honor sobre el amor -una premisa frecuente en la obra de Corneille-. Aun así:

Seria gloria mostrar nuestro corazón abatido 
cuando la brutalidad es signo de virtud.

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Lope de Vega y Carpio, en El honrado hermano, 
de alrededor de 1624, también plantea el asunto desde la consideración del honor, en: Esta Romana Historia, de los Horacios y Albanos, que en su primero libro escribe Tito Livio…


En la dramatización, –ya más reciente–, de Henry Miller, de 1973, el Horacio después de matar a su hermana recibe todos los honores, pero inmediatamente después, es decapitado.

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La paz con Alba no fue duradera.

Alba Longa se rindió, convirtiéndose en aliada de Roma, pero dos años después, traicionó su acuerdo, negándose a colaborar en una batalla. Tras lograr la victoria, Roma atacó y destruyó definitivamente Alba Longa, trasladando su población a la urbe. Tulio Hostilio integró a sus consejeros en el Senado.

-¡Romanos! –Arengó Tulio a sus soldados. -Si en alguna guerra en que hayáis combatido ha habido motivo para agradecérselo, en primer lugar, a los dioses inmortales, y luego a vuestro propio valor, ése fue la batalla de ayer. Porque además de enfrentaros con un enemigo franco, hubo un conflicto aún más grave y peligroso por la traición y la perfidia de vuestros aliados. La culpa que estoy denunciando no involucra a todos los albanos, sino sólo a su general, Mecio.

Los centuriones armados cercanos rodearon a Mecio, y el rey continuó:

-Voy a tomar un decisión que traerá buena fortuna y felicidad al pueblo romano, a mí mismo y a vosotros, albanos; es mi intención transferir toda la población de Alba a Roma, dar derecho de ciudadanía a los plebeyos, registrar a los nobles en el Senado, y hacer una única ciudad, un único Estado. 

Los soldados albanos escucharon estas palabras con sentimientos contradictorios, pero un miedo común los mantuvo en silencio.

-¡Mecio Fufecio! –Gritó Tulio al general que le había traicionado-. Si pudieses aprender cómo mantener tu palabra y respetar los tratados, te lo enseñaría y respetaría tu vida; pero como tu carácter es incurable, enseña por lo menos con tu castigo a mantener sagradas las cosas que has ultrajado. Como ayer dividiste tu interés entre los tuyos y los romanos, hoy tu cuerpo será dividido y desmembrado. 

Y mandó descuartizarlo entre dos cuadrigas. Todos los presentes apartaron los ojos del horrible espectáculo. 

Esta es la primera y última vez que se dio entre los romanos un castigo tan exento de humanidad. Aunque es bien cierto que ninguna otra nación se ha contentado nunca con penas más leves.

Mientras tanto, la caballería había sido enviada de antemano para guiar a la población de Alba a Roma, pero cuando pasaron las puertas, no se produjo el ruido y el pánico que se encuentran generalmente en las ciudades conquistadas. Aquí, por el contrario, el silencio triste y un dolor más allá de las palabras petrificó las mentes de todos, que, olvidando en su terror lo que debían dejar atrás, incapaces de pensar por sí mismos, a ratos permanecían de pie en los umbrales o vagaban sin rumbo por sus casas, que veían por última vez. 

Pero fueron despertados por los gritos de los jinetes que ordenaban su salida inmediata, o por la caída de las casas que empezaban a derribar.

Pronto una línea ininterrumpida de emigrantes llenó las calles, y conforme reconocían los unos en los otros su común miseria, se produjo un nuevo estallido de lágrimas. Gritos de dolor, especialmente de las mujeres, comenzaron a hacerse oír, al pasar delante de los templos venerados y verlos ocupados por las tropas, y sentían que se iban, dejando a sus dioses como prisioneros en manos del enemigo.

Cuando los albanos hubieron dejado su ciudad, los romanos arrasaron todos los edificios privados y públicos, en todas direcciones; y en sólo una hora quedaron destruidos cuatrocientos años de existencia de Alba. Los templos de los dioses, sin embargo, se salvaron, de conformidad con el edicto del rey.

La caída de Alba supuso un gran aumento en la población de Roma; el número de ciudadanos se duplicó; el Celio se incluyó en la ciudad y, para que pudiera estar más poblada, Tulio lo eligió para edificar su palacio y luego vivió allí. 

Nombró nobles albanos para el Senado, de modo que este orden del Estado también pudo ser aumentado. Para proporcionar un edificio consagrado, dado el aumento del número de senadores, construyó la Curia, que hasta el tiempo de nuestros padres fue conocida como Curia Hostilia. 

La Curia Julia, construida por Julio César sobre la de Tulio Hostilio

Con la nueva población aumentó también la fuerza militar. Impulsado por la confianza en su fuerza, que estas medidas inspiraron, Tulio declaró la guerra contra los sabinos, una nación en ese momento la siguiente sólo a los etruscos en número y fuerza militar. Los sabinos estaban lejos de olvidar que una parte de sus fuerzas había sido trasladada a Roma por Tacio, y que el Estado romano había sido últimamente engrandecido por la inclusión de la población de Alba; por lo tanto, ellos por su parte empezaron a buscar ayuda exterior.

Su vecino más cercano era Etruria, y, de los etruscos, cuyas pasadas derrotas todavía estaban en sus memorias. Los sabinos, instándolos a la rebelión, atrajeron a muchos voluntarios, pero no se les proporcionó ayuda por el Estado, por lo que no es tan sorprendente que las otras ciudades no prestaran ninguna ayuda. Tulio inició la campaña invadiendo el territorio sabino. Una carga repentina de caballería sembró la confusión en las filas sabinas, que ni pudieron ofrecer una resistencia eficaz ni pudieron huir sin sufrir grandes pérdidas.

La derrota de los sabinos aumentó la gloria del reinado de Tulio y de todo el Estado, y contribuyó considerablemente a su fortaleza. Poco después se informó al rey y al Senado de que había habido una lluvia de piedras en el Monte de Alba. Como parecía poco creíble, se enviaron hombres a inspeccionar el prodigio, pero mientras procedían a la inspección, otra fuerte lluvia de piedras cayó del cielo, como granizo.

No mucho después, una peste causó gran angustia y los hombres quedaron imposibilitados para la dureza del servicio militar. El rey guerrero, sin embargo, no permitía descanso a los brazos; pensó, además, que sería más saludable para los soldados el campo que su hogar. 

Al fin él mismo fue postrado por una larga enfermedad, y ese espíritu feroz y agitado quedó tan roto por la debilidad del cuerpo que quien había creído que no había nada menos apropiado para un rey que la devoción a cuestiones sagradas, se vio repentinamente convertido en víctima de toda clase de terrores religiosos y llenó la Ciudad de observancias religiosas. 

Había un deseo general de recuperar la condición de las cosas como existían bajo Numa, pues los hombres sentían que la única ayuda que quedaba contra la enfermedad era obtener el perdón de los dioses y estar en paz con el cielo.

La tradición dice que Tulio leyó los comentarios de Numa, y encontró una descripción de ciertos ritos secretos de sacrificios a Júpiter, e intentó ponerlos en práctica, pero su ejecución fue muy defectuosa por omisiones o errores. 

No sólo no hubo para él señales benignas del cielo, sino que despertó la ira de Júpiter por el falso culto que se le prestaba y quemó al rey y su casa con un rayo.

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sábado, 29 de octubre de 2016

HISTORIA DE ROMA II • Numa Pompilio



Reyes de Roma

753–717 a.C. Rómulo
716–674 a.C. Numa Pompilio 
674-642 a. C. Tulio Hostilio
642-617 a. C. Anco Marcio
617-579 a. C. Lucio Tarquinio Prisco
579-535 a. C. Servio Tulio
535-509 a. C. Lucio Tarquinio el Soberbio

Imagen convencional de los siete reyes de Roma

Antes de volver al relato de la Historia de la primera época de Roma, es necesario insistir en el hecho de que la investigación no ha admitido, sino como leyenda, la existencia y gobierno de los cuatro primeros reyes –desde Rómulo, hasta Anco Marcio–, cuya biografías, rodeadas de aspectos que podríamos calificar de mágicos, más que de míticos, no se sostienen en el terreno histórico, como el episodio de los gemelos abandonados, el truculento ascenso de Rómulo al Olimpo, o las bucólicas charlas de Numa con la Ninfa Egeria. De hecho, la documentación acredita que lo único que, en realidad, sabemos de este último rey, es su nombre.

En cuanto a los tres últimos titulares de la Monarquía, los llamados Tarquinos, se pone en duda, si no su existencia, sí la convención de su papel como reyes propiamente dichos, ya que estaríamos hablando, más bien, de tres tiranos, en el sentido griego del término τύραννος, que no se refiere al ejercicio del poder de forma tiránica, tal como ha evolucionado posteriormente, al igual que déspota, pero que tampoco define a un monarca; se trataría, más bien, de un gobernante, o de un Señor, al que, en todo caso, no se atribuía un poder absoluto.

Conviene, pues, recordar que muchos de los términos que nos vemos obligados a emplear, no se consolidaron sino después de la Caída del Imperio Romano de Occidente, de modo que, hasta entonces, en la mayoría de los casos, tienen un significado muy diferente del que tienen en la actualidad. Entre otras cosas, porque, durante la etapa que tratamos ahora –siglos VIII a VI aC., aproximadamente–, y a la que denominamos Monarquía, los personajes a los que llamamos reyes, eran elegidos, aunque dentro de un grupo muy restringido, cuyo mérito solía deberse –exceptuando a Numa Pompilio–, a la magnitud de sus victorias militares.

La deposición del último rey, Tarquinio el Soberbio, dará entrada a un nuevo estilo de gobierno, al que, casi con la misma impropiedad, se suele denominar República, aunque sólo fuera accesible a la aristocracia patricia, a la que seguiría en breve, el ascenso de la nobleza.

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Curiosamente, el período coincide –siempre que su datación sea correcta–, con los mandatos sucesivos de dos gobernantes griegos, con los que hay claras similitudes; el Tirano Pisístrato y el reformador democrático, Clístenes.


Pisístrato, c. 607-527 a. C., en el 561 o 560 a. C. inventó un falso atentado contra su persona para justificar el acompañamiento de una escolta armada, que empleó para apoderarse de la Acrópolis y auto designarse Tirano, aunque fue relativamente moderado.

Clístenes, 570 aC.-507 aC., sentó las bases de un nuevo estado basado en la isonomía, es decir, la igualdad de los ciudadanos ante la ley e instituyó también el ostracismo –un protocolo para el destierro por votación–, cuya finalidad era evitar la vuelta de la tiranía. 
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Por último, la Guerras Civiles darán paso a la fórmula imperial, unipersonal y vitalicia –aunque las vidas de los Emperadores se acortaban con increíble facilidad–, hasta la estrepitosa caída del Imperio Romano de Occidente, el año 476, si bien el de Oriente, o Bizantino, se mantuvo hasta la ocupación de su capital, Constantinopla, en 1453, por Mehmed II.

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Numa Pompilio, 716-674, el segundo Rey de Roma

Numa Pompilio, Chronique Cockerell - Atribuido a Barthélemy d’Eyck, 
1444–1469 Metropolitan Museum of Art. NY, fragmento

El relato de Plutarco

Hay sobre Numa una fuerte disputa en cuanto al tiempo en que vivió; los registros antiguos perecieron en las ruinas que con la invasión de los Galos experimentó la ciudad, y los que ahora corren, fueron hechos contra la verdad e inventados por hombres que quisieron adular a los que, sin corresponderles los orígenes, quisieron por fuerza colocarse entre las primeras familias y en las casas más ilustres.

Se ha dicho que Numa fue amigo y familiar de Pitágoras; aunque algunos no creen que participara de la ilustración griega, sino que fue capaz de formarse a sí mismo por su propia naturaleza. En todo caso, Numa era de origen Sabino, y los Sabinos pretenden ser una colonia de Esparta.

Una nueva turbación removió los ánimos con motivo de la elección del futuro rey. Estaba el pueblo inquieto, y los patricios desconfiaban unos de otros; altercaban y estaban divididos, no sólo en cuanto a la persona, sino también en cuanto al pueblo de donde debía proceder este caudillo; porque de entre aquellos que con Rómulo fundaron la ciudad, no les parecía tolerable a los Sabinos, pues decían que cuando murió Tacio, su rey, no se habían rebelado contra Rómulo, sino que le habían dejado reinar solo; razón por la que parecía que les tocaba esta vez, que se tomase un caudillo de entre ellos.

Pero dispusieron los patricios que, siendo ellos ciento cincuenta, tomara cada uno separadamente las insignias reales, y despachara seis horas de la noche por Tacio, y seis del día por Quirino; pareciendo que esta distribución así hecha con respecto a uno y otro, tenía una completa igualdad para los que mandaban y quitaría al pueblo todo motivo de rencilla, al ver que una misma persona, en el mismo día, y en la misma noche pasaba de rey a particular; y a este modo de gobernarse le llamaron los romanos interregno. Aunque no por esto, algunos no dejaron de caer en sospechas y nuevos disturbios porque decían que los patricios retenían la autoridad entre ellos, como si se tratara de un juego, porque no querían un rey que les mandase.

Acordaron, pues, entre sí los dos partidos que cada uno eligiese rey del otro, y conferenciando, eligieron de los Sabinos a Numa Pompilio, que aunque no era de los que se habían trasladado a Roma, era tan notoria a todos su virtud, que apenas se oyó su nombre, con más gusto le recibieron los Sabinos que los mismos que le habían elegido. Finalmente se enviaron mensajeros al elegido de común acuerdo, rogándole que viniese y se encargase del reino.

Había nacido Numa, por prodigiosa casualidad, el mismo día en que Rómulo fundó Roma. Era, por naturaleza, inclinado en sus costumbres a toda virtud, teniendo por cierto que la verdadera fortaleza consiste en limpiarse, por medio de la razón, de toda codicia.

Tacio, el colega de Rómulo en el reino, que tenía una hija llamada Tacia, la casó con Numa. Pero no se creció él con este casamiento, ni se fue a vivir al palacio del suegro, sino que permaneció entre los Sabinos para cuidar de su propio padre, ya anciano, prefiriendo también su mujer, Tacia, el sosiego al lado de su marido, como un particular, al honor y gloria de que gozaría en la Roma por su padre.

Andaba Numa, frecuentemente, solo por los bosques de los Dioses y por los prados sagrados, elevado por un casamiento divino con la Ninfa Egeria, que le amaba, y viviendo a su lado, vino a ser un hombre sumamente venturoso e instruido en las cosas divinas. 

La Ninfa Egeria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma. Fragmento
Ulpiano Checa y Sanz, Museo del Prado

Y no está fuera de razón, el hecho de que, si Dios es amante del hombre, y no de los caballos o de las aves, se complazca en distinguir con su trato, precisamente a hombres que sobresalgan en bondad. Ahora bien, la posibilidad de que haya también comunicación y amor de un dios con un cuerpo y una belleza humanos, esto es obra mayor el persuadirlo.

También es fama que Sófocles en vida disfrutó el favor de hospedar a Esculapio, de lo que todavía quedan algunas pruebas, y que a su muerte otro dios cuidó de que no careciese de sepultura. Si otros entienden otra cosa, ancho es -como dice Baquílides-, el camino: pues no debe mirarse como desacertada la otra opinión que corre acerca de Licurgo, Numa y otros, según la cual, teniendo estos varones insignes que manejar pueblos indóciles y que hacer grandes novedades en el gobierno, les pusieron por delante la creencia y nombre de un dios, para beneficio de aquellos mismos con quienes usaban de esta apariencia.

Hallábase Numa en el cuadragésimo año de su edad cuando llegaron los mensajeros de Roma brindándole el reino. Fueron breves sus discursos, creyendo que habría bastante con anunciar a Numa su buena dicha, pero se necesitaron muchas palabras y ruegos para persuadirle, y el inclinar a un hombre acostumbrado a vivir en paz y sosiego a que aceptase el mando de una ciudad que se podía decir había nacido acrecentándose con la guerra. 

Respondió Numa, hallándose presente su padre, del siguiente modo.

-Toda mudanza en el método de vida es peligrosa, y a quien nada le falta de lo necesario, ni nada de lo presente le da disgusto, sólo la ignorancia puede moverle y apartarle de aquellas cosas a que está hecho; las cuales, aun cuando nada más tengan para ser preferidas, en la seguridad a lo menos se aventajan mucho a las que están por ver, si es que esto puede decirse con respecto al reino, en vista de lo que ha sucedido con Rómulo, después de caer sobre él la sospecha de que armó asechanzas a su colega Tacio; y sobre vuestros iguales la de que le han quitado la vida. 

Y cuadra mal con el deber de reinar lo que, precisamente, se elogia en mi conducta, que es mucha tranquilidad; dar mi atención a discursos de pura teoría, y además, como consecuencia, este inoportuno amor de la paz; y de todas las artes no guerreras. 

Porque os ha dejado Rómulo muchas guerras, quizá involuntarias, para cuyo buen éxito se necesita de un rey fogoso y de florida edad; y en el pueblo, por la buena suerte que le ha seguido, se ha engendrado hábito y deseo de la guerra, sin que a nadie se le oculte su tendencia a dominar a los demás: se reirían, por tanto, del que sólo reverenciase a los Dioses, y enseñase a honrar la justicia, y detestar la guerra en una ciudad que más que rey, necesita de un general experto.

Con estas razones se excusó Numa de admitir el reino; pero los Romanos ponían el mayor empeño en convencerle, rogándole además, que no diese lugar a que cayesen en nuevas disensiones y en la guerra civil, puesto que no había otro ninguno en quien conviniesen los dos partidos. Retirados éstos, también su padre y Marcio, instando por su parte, le persuadían a que aceptase un don tan grande y que podía reputarse por divino.

-Si tú- decían- no necesitas riqueza por tu moderación, ni apeteces la gloria del mando y el poder, porque encuentras más gloria en la virtud, piensa que el reinar es un servicio y obsequio a Dios, que despierta y no deja permanecer ociosa en ti, tanta justicia: no rehúses, pues, ni rechaces una autoridad que puede ser para ti un campo de grandes y brillantes acciones, proporcionando a los Dioses un culto magnífico y a los hombres, la mejora de sus costumbres. ¿Y, quién sabe si también el pueblo vencedor mirará ya con hastío la guerra, y llenos de triunfos y de despojos, desearán por amor de la paz y de las buenas leyes, un jefe sosegado y amigo de la justicia? Y si están del todo enloquecidos con la guerra, ¿no será mejor dirigir a otra parte sus ímpetus?

Cuando Numa quedó convencido, hizo sacrificio a los Dioses, y se puso en camino hacia Roma. Salieron a recibirle el Senado y el pueblo, y todos le votaron. Después le llevaron las insignias reales, pero él mandó que se detuviesen, porque no se daría por satisfecho hasta recibir el reino también de manos de los Dioses. Congregó, pues, a los augures y a los sacerdotes y subió al Capitolio. Cuando llegó, se apoderó de toda la plaza y del inmenso gentío, un increíble silencio; estaban todos en gran expectación, y pendientes de lo que iba a suceder, hasta que, finalmente, las aves dieron agüeros faustos y volaron derechas.

Apenas asumió del mando, lo primero que hizo fue disolver el cuerpo de los trescientos lanceros que Rómulo había tenido siempre cerca de su persona, y a los que llamaba céleres que quiere decir rápidos.

Inmediatamente toma por su cuenta el manejo de la ciudad, a la manera que se trabaja el hierro, es decir, transformarla de dura y guerrera en suave y más justa. Pero juzgando que no era cosa ligera y de poco trabajo conducir y poner en orden de paz a un pueblo tan exaltado y alborotado, invocó el auxilio de los Dioses. Fue entonces cuando se originó la opinión de haber sido instruido y educado por Pitágoras, que le fue contemporáneo; porque fue gran refugio para ambos, para el uno en la filosofía, y para el otro en la política, su trato con los Dioses. 

Parece asimismo que domesticó un águila, a la que paraba con ciertas palabras y la hacía venir volando sobre su cabeza.

El secreto de Numa era el amor que le dispensaba una Diosa o Ninfa de los montes, y el trato arcano que con él tenía, como ya se ha dicho, y su continuo comercio con las Musas, porque la mayor parte de sus vaticinios los refirió a las Musas, y enseñó a los Romanos a venerar más especial y magníficamente a una Musa, a la que llamó Tácita, como silenciosa o muda; lo que parece proceder de quien conoce y tiene en estima la taciturnidad pitagórica.

Numa prohibió a los Romanos que imaginasen en Dios figura de hombre o de animal: así, al principio, no se vio entre ellos, ni en pintura, ni en estatua la imagen de Dios, sino que en los siguientes ciento setenta años tuvieron templos, y levantaron santuarios, mas no hicieron estatua o simulacro alguno: a Dios no se le pudo comprender por otro medio que con el entendimiento.

Se atribuye también a Numa el orden y creación de los sacerdotes, a los que llaman pontífices, y aun dicen que él mismo fue Pontífice máximo. Este nombre de pontífices, unos lo deducen del ministerio que prestan a los Dioses poderosos y dueños de todo; porque el poderoso en lengua romana es potens, pero la mayor parte, sin embargo, aprueba una etimología ridícula de este nombre, diciendo que significa hacedores de puentes.

El Pontífice Máximo era también rector de las vírgenes sagradas o Vestales; atribuyéndose a Numa la institución de estas vírgenes, y, en general, de todo lo relativo al cuidado y veneración del fuego inmortal de que son guardas, como en la Grecia, donde hay fuego inextinguible, en Delfos y en Atenas, si bien, algunos creen que hay allí otros misterios encerrados. 

Se les conceden allí a las Vestales grandes prerrogativas, entre ellas la de testar, viviendo todavía el padre, y hacer sus negocios sin necesidad de tutores. Las que son madres de tres hijos llevan lictores cuando salen a la calle, y si por casualidad se cruza con ellas uno que es llevado al suplicio, no se le quita la vida; pero es necesario que jure la virgen que el encuentro ha sido involuntario y fortuito.

Numa edificó también, el templo redondo de Vesta, donde se guarda el fuego sagrado, tratando de imitar, no la forma de la tierra, de la que opinan que ni es inmóvil, ni está en medio, sino puesta en equilibrio alrededor del fuego.

Denario de Lucio Pomponius Molo. Roma, 97 aC. En el anverso figura Apolo y en el reverso, Numa Pompilio ofreciendo un sacrificio. La familia Pomponia ´decía proceder de Pompo, hijo de Numa.

Aún creó Numa otros sacerdocios, los Feciales o conservadores de la paz, que con sus palabras disipaban las contiendas, no permitiendo que se recurriera a las armas hasta que se hubiese perdido toda esperanza de obtener justicia; porque los griegos explican también en nombre de la paz, el resolver sus disputas sin el uso de la fuerza, sino empleando solamente la persuasión. Los Feciales de los Romanos muchas veces se dirigían a los que cometían alguna violencia, exhortándolos a la reparación, no conviniendo, ni al soldado ni al rey tomar las armas, partiendo del principio de que la guerra debe ser justa. Así, pasa por cierto que aquella calamidad de la invasión de los Galos le vino a la ciudad por haberse traspasado estos ritos. 

En todas las demás exhortaciones o sentencias de Numa se notaba gran semejanza con las de los Pitagóricos:

–No remuevas el fuego con la espada.
–Cuando vas peregrinando no mires atrás.
–A los Dioses celestiales se ha de sacrificar en número impar, y en número par a los infernales
–Nada hay estable en las cosas humanas, y, por tanto, conviene que, como a Dios le parezca hacer y deshacer en nuestra vida, estemos nosotros contentos. 

Con estas disposiciones religiosas quedó la ciudad manejable y embobaba con el poder de Numa, que les hacía estar de acuerdo con las cosas más absurdas y que tenían visiblemente el aire de fábulas, no pensando ellos que pudiera haber nada de increíble en lo que él proponía. 

Pero lo más necio y absurdo de todo es lo que se refiere de su coloquio con Júpiter; porque se cuenta que el monte Aventino, que no era entonces todavía parte de la ciudad, ni estaba habitado, sino que tenía fuentes graciosas y bosques sombríos, concurrían dos Genios o Semidioses, Pico y Fauno. Se dice que Numa los sujetó echando vino y miel en una fuente donde solían beber; que después de sujetos mudaron diversas formas, y que cuando se convencieron de que estaban cautivos con prisión fuerte e inevitable, predijeron muchas cosas futuras, y enseñaron el modo de librarse de los rayos de Júpiter por medio de la expiación; del mismo modo que hasta hoy se practica, por medio de las cebollas y los cabellos.

Al parecer, se le apareció a Numa el mismo Júpiter; y le dijo que la expiación había de hacerse con cabezas.
-¿De cebollas?- Preguntó Numa.
-De hombres –replicó el dios.
-¿Con cabellos? -Volvió a preguntar Numa, repeliendo lo terrible del mandato.
-Con vivientes, – respondió el dios. Y se retiró ya aplacado.

Estas relaciones tan fabulosas, y aun puede decirse tan ridículas, manifiestan la disposición religiosa de aquellos hombres, engendrada en ellos por el hábito. Del mismo Numa se refiere haberse crecido tanto con su esperanza en las cosas divinas, que, avisándole en cierta ocasión que cargaban los enemigos, se echó a reír y dijo:

-Pues yo sacrifico.

Fue, según dicen, el primero que edificó un templo de la Fe con sacrificio incruento, discurriendo que el dios Término, que es el conservador de la paz y el testigo de la justicia, debe conservarse puro de toda muerte. 

Y como la mayor parte de la tierra, la había adquirido Rómulo por las armas, la repartió Numa a los ciudadanos más necesitados, quitando la pobreza como origen preciso de injusticia, e inclinó al pueblo hacia la agricultura, porque entre las profesiones de los hombres ninguna engendra tan poderoso y pronto amor a la paz como la vida del campo.

Entre los demás establecimientos suyos, es muy celebrada la distribución de la plebe por oficios; flautistas, orfebres, maestros de obras, tintoreros, zapateros, curtidores, latoneros, alfareros, y así las demás artes.

Entonces, también por primera vez se quitó de la ciudad el decirse y reputarse a sí mismos, Sabinos o Romanos; es decir, unos, ciudadanos de Tacio, y otros, de Rómulo; de manera que la nueva división vino a ser armonía y unión de todos para con todos. 

Se elogia también, entre sus disposiciones políticas, la corrección que hizo de la ley que concedía a los padres el derecho de vender a los hijos.

Puso asimismo mano en el arreglo del calendario, si no con gran inteligencia, tampoco con una absoluta ignorancia; porque en el reinado de Rómulo contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días, y a otros treinta y cinco, y aun muchos más, porque no teniendo conocimiento de la discrepancia que hay entre el sol y la luna, solamente atendían a que el año fuese de trescientos y sesenta días. 

Computando, pues, Numa que el resto de aquella discrepancia era de once días, por tener el año lunar trescientos cincuenta y cuatro, y el solar trescientos sesenta y cinco, doblando aquellos once días, aplicó un año sí y otro no al mes de Febrero este embolismo, que era de veintidós días.

Mudó también el orden de los meses, porque a Marzo, que antes era primero, lo hizo tercero, y primero a Enero, que era undécimo bajo Rómulo, y duodécimo y último, Febrero, que ahora tienen por segundo. Muchos son de opinión que estos meses de Enero y Febrero fueron añadidos por Numa, pues no se daban antes de él al año más que diez meses.

Un Fasti o Calendario Romano

Es una prueba de que los Romanos sólo hacían el año de diez meses y no de doce, el nombre mismo del mes último; porque aun hoy le llaman Diciembre, de décimo, aunque es el duodécimo. Al que era quinto le decían Quintil, al sexto Sextil, y así en adelante cada uno de los demás, pero luego, cuando añadieron Enero y Febrero, sucedió, con los meses mencionados, que el nombre de Quintil, que significa, el quinto, es, en la cuenta, el séptimo.

Al mes que llaman Mayo, es por Maya, y a Junio denominan así de la diosa Juno. Mas hay algunos que sostienen que estos toman su denominación de la edad más anciana y más joven; porque entre ellos los más ancianos se dicen mayo-res, y junio-res los más mozos. 

Siguen, Quintil, Sextil, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre; aunque después el quinto, por César, el que venció a Pompeyo, se llamó Julio; y el sexto se llamó Agosto del segundo Emperador, que tuvo el sobrenombre de Augusto

El primero, Januario, de Jano, y, a mí me parece que a Marzo, denominado así por Marte, dios de la guerra, lo quitó Numa del lugar primero, con la mira de dar siempre más estima a la parte administrativa o civil que a la militar.

Jano –Enero–, el dios de las puertas, los comienzos y los finales; mira al año que se va y al que llega. Museos Vaticanos

Tiene Roma un templo, con dos puertas, a las que llaman puertas de la guerra, porque es de ley que estén abiertas cuando hay guerra, y que se cierren hecha la paz: cosa difícil y pocas veces vista, habiendo tenido siempre el gobierno que atender a alguna guerra para contener a las naciones bárbaras que de todas partes le rodeaban. Mas bajo el reinado de Numa ni un día siquiera se vio abierto, sino que durante cuarenta y tres años, continuamente se mantuvo cerrado: ¡tan cumplidamente y de raíz arrancó las ocasiones de la guerra! 

Se cubrieron de orín lanzas y espadas; no se oyó el son de la guerrera trompa, ni de los ojos huyó el blando sueño; pues no se cuenta que hubiese habido ni guerra ni inquietud alguna sobre mudanza de gobierno en el reinado de Numa, ni tampoco enemistad alguna contra él, ni envidia ni asechanzas, ni sedición por codicia de reinar; de manera que, bien fuese miedo de un hombre sobre el que parece velaban los Dioses, o respeto a su virtud o fortuna particular, gobernada por algún genio que conservaba su vida libre y pura de todo mal, vino a ser ejemplo y argumento de aquella sentencia que mucho tiempo después se atrevió a pronunciar Platón acerca del gobierno: que no hay descanso para los hombres, ni cesación de sus males, si no sucede por una feliz casualidad que la autoridad regia se junte con una razón cultivada por la filosofía, para que haga que la virtud triunfe del vicio.

Acerca de sus hijos y de sus matrimonios hay diversidad de opiniones entre los historiadores; porque algunos dicen que sólo estuvo casado con Tacia, y fue padre de una sola hija llamada Pompilia; pero otros además de ésta le dan cuatro hijos: Pompón, Pino, Calpo y Mamerco.

Su muerte no fue repentina ni pronta, sino que, poco a poco, como escribió Pisón, le fueron consumiendo la vejez y una lenta enfermedad, muriendo en la edad de poco más de ochenta años, tras 43 de reinado en paz.

No pusieron el cadáver en hoguera por haberlo prohibido él mismo, según se dice, sino que se hicieron dos cajas de piedra, que se colocaron en el Janículo, de las cuales la una contenía el cuerpo, y la otra los libros sagrados que él mismo había escrito, y que a su muerte, mandó que se sepultasen con su cuerpo.

Ancias dice que de los libros puestos en la caja, doce eran de carácter sagrado, y otros doce de filosofía griega. Pasados unos cuatrocientos años, siendo cónsules Publio Cornelio y Marco Bebio, sobrevinieron grandes lluvias, y, abriéndose una sima, la corriente levantó las cajas; y quitadas las losas que las cubrían, la una se halló enteramente vacía, sin que tuviese parte ni resto alguno del cuerpo; pero, habiéndose hallado escritos en la otra, se dice que los leyó Petilio, entonces pretor, y que habiendo hecho entender al Senado con juramento que sería ilícito y sacrílego el que lo escrito se divulgase, se llevaron los libros al Comicio, y allí se quemaron.

El Senado mandó quemarlos, por no considerarlos propios para ser divulgados entre la ciudadanía. Por su parte, Dionisio de Halicarnaso, asegura que los pontifex los ocultaron en algún lugar secreto.

Numa consultaba con la Ninfa asuntos de Estado y de religión.
F. J. Gould, Plutarco para niños, 1910, portada.

Explica Tito Livio que, cuando unos campesinos cavaban al pie de Janículo, hallaron los dos sarcófagos de piedra con inscripciones en griego y latín, según las cuales, Numa Pompilio estaba allí enterrado junto con sus libros; que una vez abiertos, resultó que el del cuerpo estaba vacío, pero que el otro contenía catorce libros; siete pontificales y siete de filosofía griega.

Según el mismo autor, el pretor los leyó y, considerándolos peligrosos, posiblemente a causa de la contumaz preferencia de Numa Pompilio, por la paz y el progreso, que tanto contrariaba la tradición, pensó que debían ser quemados. El caso llegó al Senado, que, corroboró la opinión del Pretor, y así, sentenció que se quemaran cuanto antes, como, al parecer, se hizo.

La gloria de Numa aun tuvo otra cosa que la hizo más brillante por comparación, y fue por la diferente suerte que cupo a los reyes que le sucedieron, porque de los que hubo después de él, el último, arrojado del imperio y acabó sus días en un destierro, y de los otros tres, ninguno murió de muerte natural, sino que todos acabaron muertos a traición. 

En cuanto a Tulo Hostilio, que reinó inmediatamente después de Numa, y que había escarnecido y desacreditado las más loables instituciones, y más especialmente las relativas a la piedad, como propias de holgazanes y de mujeres, inclinó a sus ciudadanos a la guerra; pero no pudo perseverar en esta su osadía, sino que, habiéndosele trastornado el juicio de resulta de una grave y complicada enfermedad, se entregó a una superstición muy poco conforme con la religión de Numa; contagio que en mayor grado todavía hizo contraer a los demás, por lo que murió, según se dice, fulminado por un rayo –como detallaremos más adelante, en su semblanza.
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