jueves, 31 de diciembre de 2015

Magdalena de Guzmán –la novia de don Fadrique-. El desenlace



Hace algún tiempo, quedó aquí pendiente:


el desenlace de la sorprendente historia de doña Magdalena de Guzmán, Marquesa del Valle de Oaxaca; una figura, aunque secundaria, muy notoria, en las Cortes de Felipe II y Felipe III, quien ya desde su primera intervención documentada; una carta enviada a Felipe II, el 22 de junio de 1578, aparece como una figura borrosa, cuyo caso es siempre tratado con medias palabras, cuando no en términos contradictorios y, en ocasiones, también por informes secretos cuyo contenido arroja muy poca luz sobre su imagen, como puede verse en una nota manuscrita de Felipe II, relativa a ella y a don Fadrique, el hijo del duque de Alba, al que Magdalena había denunciado ante el rey, por haberle hecho una promesa de matrimonio que no cumplió. 

Don Fadrique Álvarez de Toledo. Anónimo

La nota parece sencilla, pero es enrevesada, repetitiva y ambigua, como si el rey no quisiera decir con claridad lo que dice: -algunas cosas hay que advertiros sobrellos, como es (…) este negocio con Doña Madalena, y que en lo público no se entendiese que se trataba desto solo; pero en lo secreto no se ha dejado de tener atención á que también se tuviese atención y fin á las cosas de Flándes–, es decir, “que no parezca que he prestado mucha atención en este asunto, y que lo hago porque tiene relación con las cosas de Flandes”. 

En cuanto a lo ocurrido, todo podría deberse al hecho de que, Magdalena, a la larga, se contradijo al explicar el verdadero alcance de su relación, aunque un documento posterior, referido a otro similar, dice lo siguiente: de tratar amores con las damas de su Casa y atreverse a dormir con ellas en Palacio como don Fadrique, duque de Alba había hecho con doña Magdalena en tiempo de la Reyna pasada y don Gonzalo Chacón con doña Luisa de Castro…

En todo caso, sorprende la seguridad con que la dama se dirige al monarca, a pesar de las usuales expresiones de humildad, no siendo, aunque persona de calidad, noble, ni aristócrata –marquesa lo sería más tarde–, pues se expresa con una libertad, sólo compatible con personajes de la alcurnia del duque de Alba o la Princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza, quienes además de aristócratas inmensamente ricos, eran Grandes, y muy soberbios. Doña Magdalena se atreve a exigir al rey que cumpla con su deber, lo cual resulta asombroso, tratándose de Felipe II.

…Ver que V M. me tuviese tanto tiempo olvidada habiendo tanta razón y justicia de mi parte, y esto no un año sino trece. A mí que soy tan criada de V Majestad y que murió mi padre en servicio de V Majestad dejándome debajo de su amparo.

Podría ser Magdalena un personaje muy representivo del dinámico pero silencioso cosmos que se desenvolvía al amparo del secreto de unas Casas Reales, en las que, aparentemente, no había más vida que la emanada del protocolo borgoñón–impuesto por Carlos I, e implantado por el duque de Alba–, que regulaba, desde la disposición de las cámaras de la familia real, con el orden de aquellos o aquellas que, según los casos, debían dormir en las mismas o muy cerca de ellas, hasta la forma de servir un vaso de vino, a cuyo efecto se precisaba el concurso de tres o cuatro servidores que debían hacerlo todo ceremonialmente, excepto poner la comida dentro de las egregias bocas, pero casi.

Parece importante destacar que aquel ceremonial había resultado desde el principio, exagerado, inoportuno e innecesario a unos súbditos habituados a la sencillez de Isabel y Fernando, a los que molestó profundamente la quasi divinización que de las personas reales se hacía con aquellas modas y modos, por cuya causa había que llamar Sacra Católica Real Majestad –S.C.R.M.- al rey, quien hasta entonces recibía el sencillo, elegante, cálido y castellano apelativo de, Señor.

Sólo esa especie de endiosamiento explicaría, por ejemplo, la asombrosa y desproporcionada orden publicada el 15 de septiembre de 1569, Para que vn alguaçil vaya a prender a miguel de Çeruantes.(…) sobre Razon de aber dado çiertas heridas en esta corte A antonio de Sigura, andante en esta corte, sobre lo qual El dicho miguel de çerbantes, por los dichos nuestros alcaldes, fue condenado A que con berguença publica le fuese cortada la mano derecha y en destierro de nuestros Reynos por tiempo de diez años y en otras penas contenydas en la dicha sentencia, dada. 

Es decir, apenas diez años antes de la carta de doña Magdalena, una condena tan brutal, sólo por heridas, no se explica –según escribió Astrana Marín–, sino porque el delito se cometió en circunstancias excepcionales: en Palacio o delante del Rey. En Palacio preferentemente, pues en presencia del Rey el castigo hubiera sido mortal.

Bien, pues volviendo a ese sacralizado Alcázar Real de Madrid, hay que deducir que, habiendo tantas personas en el servicio de la Casa, resulta imposible que, de un modo u otro, no se creara un mundo paralelo, tan cargado de rencillas, amores, envidias y desamores, como los que se producían entre los cortesanos que tenían acceso a la Real Familia; un mundillo que Felipe II intentó anular, aun cuando no fue capaz de cerrar el paso a uno de sus más nocivos componentes: el futuro duque de Lerma, que se introdujo en la cámara del heredero, Felipe III, sin que nadie pudiera evitarlo y se quedó para siempre a su lado. 

A pesar del profundo silencio que reinaba en el interior y el entorno del Alcázar de Madrid, en ocasiones, se oían voces que casi siempre se acallaban, pero la de doña Magdalena de Guzmán, fue escuchada por el mismísimo Felipe II. El desenlace conocido de su historia tiene mucho que ver con el devenir del duque de Lerma.

Más de 300 personas componían el servicio de la Casa de la reina Isabel de Valois, todas con sueldos asignados, al menos, entre 1560 y 1566. Magdalena de Guzmán, hija del maestresala López de Guzmán figura entre las primeras Damas españolas de calidad, sólo precedidas por la Camarera Mayor –duquesa de Alba–, y la Guarda Mayor –Isabel de Castilla–. El ejército de servidores culmina con la existencia de una pequeña orquesta de cámara.

El padre de Magdalena, que en otros documentos aparece como el licenciado don Lope de Guzmán y Guzmán de Aragón, Oidor de la Audiencia y Chancillería de Granada, es quien se encarga de introducir a su hija en el más elevado entorno de la reina, en junio de 1560 y, efectivamente, ella aparece cobrando gajes, al menos hasta 1566. 

Pero algo pasa, por lo que en 1567, la Dama de Guzmán es sacada de palacio y llevada al convento de San Clemente de Toledo, donde permanecerá ignorada, hasta que, el 22 de julio de 1578, empezamos a saber algo de lo que ha ocurrido, precisamente, a través de la carta que ella envía a Felipe II. Han pasado once años desde su desaparición, de la que mucho se habló, pero poco se sabía en realidad. Y es entonces cuando Felipe II pone en marcha el secreto engranaje, a través del cual, vamos a conocer el por qué del encierro y la solución que, finalmente, el monarca va a ofrecer a la antigua dama de su esposa, ya fallecida.

Resulta de todo ello que don Fadrique de Toledo, el hijo del duque de Alba, asiduo visitante de palacio, le habría dado palabra de matrimonio a Magdalena, pero, bien porque después se desdijo, o bien porque el rey decidió castigar a los dos, por comprometerse sin su autorización, Magdalena es sacada de palacio y conducida al convento toledano, mientras que Fadrique es condenado al destierro; un castigo que su padre logra conmutar por servicios en Flandes bajo sus órdenes.

Es probable, sin embargo, que Magdalena no fuera alejada de la Corte como castigo, sino para dar tiempo a buscar una solución a su demanda, pues eso es lo que ella reclama en 1578, pidiendo al rey que cumpla la palabra que le había dado. 

La buena voluntad de Felipe II hacia ella parece clara, aunque no encaja con el hecho de que la mantuviera alejada tantos años esperando para casarse y volver a su antiguo trabajo; algo que para el presidente Pazos, para entonces ya no era viable, lo primero, porque en su opinión, no era conveniente ni estaba permitido casar a nadie por la fuerza y lo segundo, porque Magdalena ya era vieja para Dama

Parece que el rey ordenó entonces a don Fadrique que se casara con ella, un proyecto que estaba lejos de entrar en los planes del duque de Alba, que se negó a cumplir la orden a pesar de que su actitud le costó el destierro de la Corte por tiempo indefinido, castigo que no le impidió organizar y celebrar, en secreto, la boda de su hijo –el supuestamente comprometido Fadrique–, con su prima María, con lo cual, el asunto, en su opinión, quedaba zanjado, haciendo saber al rey que estaba dispuesto a que le cortaran la cabeza por ello.

Por entonces, es decir, el mismo año de la carta de Magdalena, nació, el 14 de abril, el que heredaría la Corona, como Felipe III, y murió, o desapareció en Alcázarquivir, el joven rey de Portugal, don Sebastián, sobrino de Felipe II, quien reclamó aquella Corona y, a cuyo efecto, ordenó al duque de Alba que levantara un ejército y se dispusiera a invadir Lisboa, objetivo que el duque cumplió en 1580, si bien no fue perdonado, por lo que finalmente murió en aquella capital, en 1582, esperando la orden de regresar a sus tierras junto a su esposa. Su hijo Fadrique le sobrevivió muy poco tiempo.

Felipe III, de Sofonisba Anguissola (Dama de Isabel de Valois) 1565

Magdalena recibió permiso para abandonar el convento en 1580 y Felipe II fue proclamado rey de Portugal como Felipe I en las Cortes de Tomar, el 25 de marzo de 1581, residiendo en Lisboa durante algún tiempo. Allí fue a visitarlo doña Magdalena, con el objetivo de llevar a cabo un intento final de urgir la resolución de su caso. 

En aquella ocasión obtuvo el resultado deseado, ya que, pocos días después de su visita, el monarca había arreglado su matrimonio, evidentemente, ya no con con don Fadrique, sino con don Martín Cortés, que se hallaba en la Corte esperando el perdón real, tras haber sido acusado de una intentona independentista en México.

El 4 de octubre de 1581, se casaban finalmente, Magdalena Guzmán y Martín Cortés, recuperando ambos la libertad, y el hijo del conquistador, el perdón, la devolución de sus bienes y “promesa de grandeza”, siendo también Magdalena compensada con una excelente renta, detraída de las del duque de Alba en Indias. Pasaba así la Dama de Isabel de Valois a ser finalmente una mujer casada, recibiendo el título de Marquesa del Valle de Oaxaca, que retuvo tras la muerte de su esposo, el 13 de agosto de 1589.

El marqués de Denia/duque de Lerma, debido a su condición de Grande, aunque pobre, tenía acceso a Palacio, posibilidad de la que se sirvió para acercarse gradualmente al príncipe heredero, que, poco o nada habituado a tratar con nadie que no fueran sus dos hermanas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, se rindió fácilmente a los permanentes agasajos de Denia, quien de un modo u otro, procuraba tenerlo siempre contento, por medio de regalos y hasta propinas económicas, si bien manteniendo en lo posible el secreto. 

Cuando Felipe II fue advertido de su influencia, nombró a Lerma Virrey de Valencia, para alejarlo del heredero, para el cual él ya tenía designados otros consejeros de su confianza, pero la idea resultó inútil, porque el príncipe reclamó fervientemente la vuelta del de Denia. Desde entonces, el marqués, que volvió a Madrid muy reforzado en sus pacientes aspiraciones, y el príncipe, no volvieron a separarse.

El profesor de francés del príncipe, Adam L’Hermite contaba que, con frecuencia, cuando entraba en la cámara de su alumno, lo hallaba hablando confidencialmente con el de Lerma, quien callaba de inmediato, o cambiaba de tema, hasta el punto que el profesor nunca logró saber de qué asuntos podían tratar.

Tras la muerte de Felipe II doña Magdalena continuó en palacio, convirtiéndose en confidente de la reina Margarita, la esposa de Felipe III y poco después, en aya de la primera hija de estos, Ana de Austria desde su nacimiento, en septiembre de 1601. 

Felipe III y Margarita de Austria-Estiria. 
Fragmento de sus retratos a caballo, de Velázquez. Museo del Prado

La nueva reina, prácticamente desde el principio del matrimonio, había observado que Felipe III no hacía nada sin la aprobación previa del duque de Lerma, que intervenía incluso en sus relaciones íntimas y que, además, se enriquecía ostentosamente a costa de la Corona, algo que era bien sabido por la Corte, todo lo cual llevó a Margarita a reclamar a su esposo, que se hiciera cargo de sus deberes y empezara a tomar sus propias decisiones, algo que a don Felipe le resultaba muy complejo, habida cuenta de que jamás había dado un paso sin la ayuda de su mentor. Lerma lo sabía y estaba dispuesto a defender su fortaleza.

Entre tanto, se creía que Lerma, al lado del rey, y la marquesa del Valle, al lado de la reina, tejían sus redes amistosamente, a salvo de cualquier crítica o intervención, puesto que en la Corte ya sólo primaban los familiares del duque, hasta tal punto que, al parecer, Clemente VIII, el pontífice que había casado a Margarita con Felipe III por poderes, en Parma, había llegado a una conclusión tajante: Questa è quella che goberna, refiriéndose, naturalmente, a Magdalena, a quien consideraba amiga y consejera íntima de Lerma.

Así las cosas, en 1602 Lerma descubrió, o creyó descubrir una conspiración contra su persona, que decidió atajar de forma radical, o éso creemos. No hubo ningún proceso, no hubo ninguna acusación formal, no hubo conocimiento público del caso; no hubo nada, excepto una investigación secreta, pero la marquesa del Valle, fue sacada violentamente de palacio y nuevamente enviada a Toledo, sin posibilidad de defensa ni reclamación de ningún tipo.

¿Qué había pasado?

Veamos lo que dicen los historiadores, para pasar después a intentar deducir de alguna manera, qué fue lo que pudo ocurrir. Lo que dicen los historiadores, es lo siguiente:

Nunca se pudo atinar con la causa principal que produjo su salida. Pero llegando al cabo, se tiene por lo más cierto que quisieron proveer su cargo de Aya en quien lo tiene agora, y fueron buscando achaques colorados para mandarla retirar; y como veía la sinrazón que se le hacía, resistía la salida y se defendía volviendo por su honor, y no la aprovechó, sino que la sacaron contra su voluntad, no queriéndose salir ella. A la cual todas las damas y criadas de Palacio querían mucho, y ella gastaba lo que tenía en regalarlas, y tenía mesa de dar de comer a algunas, y así pesó a muchos con su salida, y por ser muy grande cristiana y de muy grande entendimiento. Cabrera de Córdoba.

De hecho, cuando la marquesa salía por una puerta de palacio, entraba por otra la condesa de Altamira, hermana de Lerma, para ocupar su cargo.

El papel que jugó la Marquesa en lo que los seguidores de Lerma definieron como una “traición en el palacio” no está muy claro. A. Feros Carrasco.

Lerma y sus hechuras realmente creyeron que alguien estaba tratando de que el monarca retirase su confianza al valido. Los que interrogaron a la Marquesa estaban especialmente preocupados por un documento que encontraron en su cámara; una carta que le había enviado la condesa de Castellar, Beatriz Ramírez de Mendoza. En esa carta la condesa contaba una conversación con el rey y la reina en la que claramente se traslucía un movimiento de oposición contra Lerma: 

Los Reyes están aquí que nos inquietan. Yo hable al Rey (…) y después dije a la reina cómo había hablado a su marido. preguntó qué le había dicho, y díjele que suplicándole que gobernase él y se aconsejase con gente desinteresada, y díjome que lo hacía. Díjele que con su mujer tomase consejo que le quería bien y que mirase que todo se perdía y estándole yo diciendo esto a la reina, entró el duque de Lerma, y prométole a vuesa señoría que ella se turbó de manera que la hube gran lástima. Llegóse el duque a ella y preguntóle lo que le decía yo, y ella sólo dijo, .¡así señora va todo!.

Su caída fue estrepitosa, causando gran expectación y el morbo inevitable. Sin llegar a saberse con certeza cuál había sido el motivo, lo cierto es que, bajo acusación del Duque de Lerma, se vio rechazada no sólo por Felipe III, sino por la bondadosa Margarita. El receloso valido no podía tolerar la actuación de aquella ambiciosa mujer que por satisfacer sus propios intereses empujaba a la Reina para que rompiera el estrecho confinamiento a que estaba sometida y tomara parte en la política. La Marquesa debía salir inmediatamente de palacio. ¿Cómo llevar a cabo la maniobra? Era difícil contar con la aquiescencia de los Reyes. 

Entre tanto, el asunto se cobró la vida del confesor de Su Majestad, fray Gaspar de Córdoba, persona de mucha santidad y letras. Han atribuido la muerte de fray Gaspar a cierta pesadumbre que dicen que tuvo con el duque por el negocio de la marquesa del Valle . Fray Gaspar, falleció a las cuatro de la madrugada del día 2 de junio de 1604.

Los jueces, que en sus escrutinios secretos la han declarado inocente, tienen la orden de recluirla en un monasterio de Logroño.

Margarita de Austria. Velázquez. Museo del Prado

De todos era sabido que Lerma, conociendo la manera de pensar de la reina, la mantenía prácticamente sitiada dentro de palacio, impidiendo que pudiera hablar con nadie que él no hubiera designado de antemano. Lo más sorprendente del caso es que el rey lo permitiera, sometiéndose voluntariamente a los deseos del duque, a quien obedecía aun sin necesidad de que este se lo pidiera. Su fórmula, organizar fiestas y cacerías en las que el monarca se sentía a sus anchas y durante las cuales el duque lo mantenía alejado de su esposa.

Todos los que estuvieron a cargo de su detención e interrogatorio, eran clientes de Lerma. Para parar el escándalo que habría provocado el hacer pública la participación de la reina Margarita en una conspiración palaciega en contra del valido, se exilió de la corte sin previo juicio a Magdalena de Guzmán y su sobrina Ana de Mendoza.

Otras voces, sin embargo, proclamaban que habían sido los reyes quienes expulsaron a Magdalena de La Corte. Ambas versiones corrieron por los mentideros con igual peso. El hecho es que, naturalmente, la orden partió del rey, pero, como es sabido, hasta la fecha, este nunca había tomado una decisión por sí mismo.

Felipe III, Velázquez. Museo del Prado

La situación creada, y el comportamiento habitual del duque de Lerma inclinarían a pensar que él fue el responsable de todo, dada su animadversión hacia la reina, a la que sólo Magdalena tenía libre acceso, sin que él se atreviera a alejarla, debido al respeto que Felipe III le profesaba, como persona públicamente protegida por su padre. Sin embargo, esta apreciación tampoco resulta válida, si leemos un documento posterior a los hechos.

Se trata de una carta escrita por la propia Magdalena cuando ya estaba libre –en su casa, desde 1604 y desde el 15 de marzo de 1608, de acuerdo con el Padre Sepúlveda: La marquesa del Valle presa y la dama, su sobrina, están ya libres en Logroño, para ir donde quisieren. como no sea para venir a esta Corte-. Además, había percibido los salarios correspondientes al período de alejamiento y reclusión. 

La carta, fechada el día 30 de diciembre de 1619 está dirigida al duque de Lerma, que para entonces, había caido en desgracia, o. más bien había sido desenmascarado, si bien, antes de verse sometido al proceso correspondiente, logró ser hecho Cardenal, situación que le otorgaba el privilegio de eludir la autoridad civil. 

Lo escrito por la marquesa no puede causar más perplejidad, pues de ello resulta que todos los supuestos previos en torno a la actitud del duque de Lerma con respecto a ella, son erróneos.

Señor mío, la merced que vuestra Excelencia me ha hecho con esta carta he estimado como debo, o por lo menos como puedo, y con la ternura que Dios sabe, como quien la da, que nosotros nada podemos tener que no sea malo y espero de su divina Majestad que le ha de dar a V.E. vida para que vea cuánto muy mayor dicha es la que le dará en esto que la que el mundo ha tenido por tan grande en estos años. Créame V.E. que se lo deseo sumamente y que todo lo que no fuese alma daría por ello. V.E. sabe cuán grandes trabajos he tenido en honra, en vida, que con mis años y los rigores fue milagro vivir en hacienda, que si V.E. no me hiciera merced de que el Rey me diera los gajes y la casa; y después hacerme pagar los corridos, humanamente [no] tenía cómo vivir. Vi también lo que hay que fiar en servicios a los reyes, ni en amigos [ ... ]. V.E., señor mío, dice que me conoce. Siendo esto así, obligado está a creerme. 

Yo vi a VE., muy a los principios de su privanza, con harta melancolía y propósitos de antes que se muriese desembarazarse. Y sirviéndole yo muy como amiga de carne y sangre, riñéndole, porque no estaba muy alegre, me respondió: «Háceme Dios merced de que vea que esto se ha de acabar mañana”, Y respondíale yo: «No pierda V.E. eso, que es mucho; agradézcalo a Dios”.

… y no suplico a V.E. que me perdone si le he cansado, porque sé que es el mayor servicio que le he hecho. Aquí me tiene VE. con la verdad que aquí muestro y con la ternura que pide una verdadera y fiel amistad. Desahóguese V.E. 

Que VE. tenga achaques, me pesa. Yo, señor, hartos traigo en pie, que la vejez hace su oficio; pero, si fuese de provecho para servir a VE., tendría yo la fuerza que hay a veinte años y mejor. Si VE. me dice que se huelga de hallar ahí con quien hablar de mi, yo también me huelgo harto con los que veo amigos de V.E.; y uno dellos a D. Diego Sarmiento Conde de Gondomar, y Dn. Pedro de Leiba, y el buen Duque de Monteleón, fieles amigos de VE., sin duda agradecidos. Obedezco a VE. en lo que me manda de escribirle sin título, que para estimar yo a V.E. bien sabe que nunca he menester dignidad ni lugar. Dios guarde a V.E.
(BN, Mss. 3.207, pp. 694-695).

Es decir, Magdalena agradece al duque de Lerma su nombramiento como aya de la Infanta María, así como el sueldo que percibía como Dama en la Casa Real; le agradece igualmente, haberle hecho pagar los salarios correspondientes a su perído de reclusión o alejamiento de la Corte, y termina diciendo que no se puede confiar en los reyes.

Por otra parte, la respuesta del duque/cardenal, tampoco deja dudas en cuanto a la presente novedad, es decir, la sincera amistad entre él y la marquesa.

Señora mía, esta carta de vuestra Señoría me ha enternecido de manera que yo no acertaré a decir cual me deja. Hizo Dios a V.S. la misma gentileza y nobleza y la más honrada mujer del mundo; y sola doña Magdalena hace esto conmigo. El día de hoy pido a Dios vida para entrambos; y espero en él que no me la quitará sin haber yo servido a V.S. y reconocido tan grandes mercedes; y la destas palabras, amiga y señora mía, no sé cómo se pueden pagar sin verter la sangre por ello». 

Valladolid a 6 de noviembre de 1619. 
(BN. Mss. 12.851, f. 270 v.)

Una explicación posible es la que ofrece Isabel Barbeito cuando dice: La astucia del Duque consigue que siempre aparezcan otros como culpables, nunca él.

El Duque, secreto instigador –corrobora Pérez Martín–, ha logrado sus objetivos siguiendo su táctica favorita: no dar la cara. Le horrorizaba crearse enemigos. Increíble habilidad, porque en el caso concreto de la Marquesa, ésta seguirá creyendo en la amistad del Privado y a los Reyes los juzgará desagradecidos.

Porque es cierto que el duque de Lerma siempre mostró ser un gran hipócrita, al que horrorizaba la violencia y, efectivamente, la posibilidad de crearse enemigos, de modo que cuando repartía golpes, nadie veía su mano. De la misma manera, se hizo con inmensas cantidades de dinero en sueldos, premios, pensiones, etc., además de joyas, oro y piedras preciosas, con una codicia ilimitada, siempre a través de intermediarios. Del mismo modo, en fin, que cuando hizo trasladar la Corte a Valladolid, cuando previa y secretamente, podríamos decir que se había comprado la ciudad, hasta tal punto, que él mismo precibía el alquiler del palacio en el que se alojaban los reyes, sus señores. En definitiva, le horrorizaba pensar que alguien, conociendo sus mañas, pudiera odiarle, del mismo modo que le horrorizaban las canas. Sin olvidar, por cierto, que antes de volver con la Corte a Madrid, repitió la fabulosa operación inmobiliaria que tantos beneficios le había proporcionado en Valladolid, o que se hizo retratar elegantemente por Rubens en un campo de batalla que jamás pisó. 

El Duque de Lerma. P.P. Rubens. Museo del Prado

En el presente caso, ciertamente, la orden contra doña Magdalena sería firmada por el rey, y no parece erróneo pensar que Lerma dirigía su mano. Pero ¿es posible que, siendo así, Magdalena de Guzmán, una mujer avezada en la lucha contra la adversidad y tan buena conocedora de las trampas cortesanas, no se hubiera dado cuenta de quién era su verdadero enemigo? ¿Tal vez alguien convenció a la reina de que la marquesa conspiraba en su contra? ¿O quizás, fue éso lo que hizo?

Por otra parte, en ciertos momentos se habló de que el duque se veía con Magdalena con cierta asiduidad, y que se cruzaban requiebros, dando lugar a múltiples comadreos al respecto, habida cuenta de los pretendidos sufrimientos que el uno había causado a la otra.

Tras la caída del duque de Lerma, Magdalena volvió a su puesto de aya, para entonces, ya de Isabel de Borbón -cuyo matrimonio por poderes con Felipe IV, se había ratificado en 25 de noviembre de 1620 en el palacio del Pardo, de Madrid-, si bien lo ejerció durante muy poco tiempo, pues falleció el 14 o el 24 de octubre de 1621. Su registro en la parroquia de San Sebastián de Madrid, presenta también una nota curiosa.

La Sª. marquesa del balle Doña magdalena de guzmán, Viuda, murió junto al Spiritu Sancto en vte. y quatro de octubre de 1621. Recibió los Sanctos Sacramentos en palacio. Testó ante diego Ruiz de tapia… Mandóse enterrar en el Convento de los Clérigos menores y le digan 1500 misas ordinarias = digo que murió en Palacio y ansí está la Raçón de el testamento de esta Señora en la iglesia de San Juan Por ser su Parroquia”.

Se diría que alguien habría puesto en duda el lugar de su fallecimiento, obligando al escribano a insistir, como puede leerse, en el hecho de que no sólo había recibido los Santos Sacramentos, sino que había fallecido en Palacio.

No queda, para terminar, sino destacar una nota de los editores, Barozzi y Berchet, impresa a pie de página en las Relazioni de Spagna de Simone Contarini, ambasciatore a Filippo III dal anno 1602 al 1604, Venezia, 1856–1863, que dice escuetamente de Magdalena de Guzmán, fu amata dal re Filipo II.

Vistos los múltiples sinsentidos en la biografía de doña Magdalena de Guzmán, Marquesa del Valle de Oaxaca, sólo cabe preguntarse, antes que nada, qué sentido habría que dar exactamente a esas palabras. Si esta anotación fuera verificable, así como el sentido estricto de la expresión utilizada, tal vez el rompecabezas que es la historia de la novia de don Fadrique, adquiriría el sentido del que hasta la fecha carece.

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miércoles, 16 de diciembre de 2015

La Caída de Constantinopla – 2. Causas de la decadencia de Constantinopla: La Cuarta Cruzada.


2. Causas de la decadencia de Constantinopla: La Cuarta Cruzada.

Los cruzados entran en Constantinopla. Delacroix.

La Cuarta Cruzada –1202–1204–, fue una acción militar a la que parece incoherente seguir llamando Cruzada, cuyo objetivo sería conquistar Tierra Santa, porque sus dirigentes, movidos por otros intereses, terminaron cayendo sobre la cristiana Constantinopla, capital del Imperio bizantino, ciudad que atacaron, tomaron y saquearon, con el deplorable objetivo de obtener fondos para pagar a Venecia su transporte a Tierra Santa y con la contestable excusa de que, durante la III Cruzada, Constantinopla se había mantenido neutral. Entre tanto, otros personajes, movidos, casi siempre por causas no declaradas, movían los hilos de aquellos hombres a los que, en gran parte, impulsaba la miseria.

Durante los últimos años el siglo XII, se agravaron las diferencias entre el emperador germánico, Enrique VI de Alemania y el emperador bizantino Isaac II Ángelo –abuelo materno, por cierto, de Beatriz de Suabia, la esposa de Fernando III de Castilla, el Santo–. 

Heinrich VI. Codex Manesse. Isaac II Ángelo

Parece, incluso, que Enrique VI barajaba ya la idea de apoderarse de Bizancio, cuando murió en Mesina, a causa de la malaria, en 1197, a los 32 años. Su sucesor, y hermano, Felipe de Suabia –el hijo menor de Barbarroja, quien había mandado la III Cruzada–, exigía de Bizancio que le entregara sus territorios en los Balcanes y se hiciera cargo de los gastos efectuados por Barbarroja. Entre tanto, aceptó el vasallaje de Armenia y Chipre, en abierta hostilidad contra Bizancio. 


Philipp von Schwaben: “valiente, guapo, dulce y generoso”. De la Casa de Hohenstaufen: Obispo Elector de Wurzburgo; Margrave de Toscana; Duque de Suabia y el Rey de los alemanes. Fue asesinado por Otón VIII de Wittelsbach, Conde Palatino de Baviera.

Felipe de Suabia, tenía lazos familiares en los que basaba su derecho al trono de Bizancio, ya que estaba casado con Irene Angelo, otra hija del emperador Isaac II Ángelo, depuesto en 1195 por su hermano, Alejo III Ángelo, quien, tras dejar ciego a su predecesor, lo encerró en una mazmorra y se autoproclamó emperador, a pesar de haber recibido de él múltiples atenciones.

Suplicio de Isaac II

Venecia, por su parte, estaba interesada en recuperar los privilegios de su floreciente comercio con base en Bizancio, de los cuales le había privado el emperador Manuel I Comneno veinte años antes. En 1185, Venecia acordó reanudar las relaciones comerciales con el emperador Andrónico I Comneno, al paso que se proponía anular la competencia de otras ciudades italianas, como Génova y Pisa. 

1.Manuel I Comneno, primo y rival de: 2. Andrónico I Comneno

En 1198, el recién elegido Papa Inocencio III autorizó la predicación de una nueva cruzada por medio de Fulco de Neuilly, quien a pesar de hallar a la mayor parte de los príncipes europeos inmersos en sus propias luchas entre sí, consiguió que se levantara un ejército cruzado, aprovechando un torneo organizado en 1199, por el Conde Teobaldo de Champaña, quien fue nombrado jefe de las fuerzas que también mandarían Balduino VI de Henao, conde de Flandes; su hermano Enrique; Luis, conde de Blois, Godofredo III de La Perche; Simón IV de Montfort; Enguerrando de Boves; Reinaldo de Dampierre y Godofredo de Villehardouin. La mayor parte de los caballeros procedían del norte de Francia y de los Países Bajos, aunque poco después se les unieron algunos alemanes y nobles italianos, como Bonifacio de Monferrato.

      Theobald de Champagne      Baudouin VI de Flandre             Louis de Blois
      
Simón de Monfort

Edición del siglo XVI de La Conquista de Constantinopla, Crónica de la Cuarta Cruzada, de Godofredo de Villehardouin.

Reunido el ejército de cruzados, se hizo imprescindible contratar un transporte marítimo, ya que el avance por tierra era imposible, a causa de que buena parte de los Balcanes ya era territorio enemigo. Se trataba de preparar un desembarco en Egipto, desde donde los cruzados avanzarían hasta Jerusalén por tierra.

En 1201 murió Teobaldo de Champaña, y los cruzados eligieron a Bonifacio de Monferrato. Los intereses ajenos a los Santos Lugares, empezaban a definirse: Bonifacio era partidario de los Hohenstaufen, y había conocido en la corte de Felipe de Suabia a Alejo, hijo del depuesto emperador Isaac II Ángelo, con cuya hermana, Teodora, estaba casado el de Monferrato. Alejo buscaba el apoyo de los cruzados para recuperar el trono imperial.

Bonifacio de Monferrato, elegido dirigente de la Cuarta Cruzada. Soissons, 1201. 
Óleo de Henri Decaisne, c. 1740. Salles des Croisades, Palacio de Versalles.

Los cruzados enviaron embajadores a Venecia, Génova y otras ciudades para contratar el transporte de la expedición, uno de los cuales fue, Godofredo de Villehardouin, vasallo del Imperio latino de Constantinopla, capaz de reunir en torno a su persona a los estados cruzados griegos. Era además, cuñado de Balduino II de Constantinopla.

Así, en abril de 1201, se alcanzó un acuerdo con Venecia, según el cual, la República proveería el transporte de las tropas -33.500 hombres y 4,500 caballos-, hasta Egipto, mediante el pago de 85.000 marcos de plata, de los que los cruzados no disponían. desde luego, a la hora de embarcar, en junio de 1202. Ante la negativa de Venecia a efectuar el transporte, sin antes recibir el dinero acordado, los cruzados tuvieron que pasar el verano acampados en la isla de Lido.

Finalmente Bonifacio de Monferrato pudo llegar a un acuerdo con Venecia, basado en circunstancias que, evidentemente, nada tenían que ver con el objeto de la Cruzada.

Hacía tiempo que Venecia tenía graves desencuentros con Hungría, que recientemente se había apoderado de Zara –actualmente, Zadar–, una zona estratégica para el comercio veneciano. La propuesta hecha por Bonifacio fue la siguiente: si los cruzados ayudaban a la República a recuperar Zara, esta transportaría a los cruzados, aplazando el cobro del transporte.

Monferrato y el Dux Dandolo se pusieron de acuerdo sobre aquellas condiciones, que sólo presentaban un grave problema de carácter moral; el ejército cruzado estaba destinado a recuperar los Santos Lugares; no a combatir a otros cristianos, y Zara era un territorio poblado por cristianos. El Papa se vio obligado a desaprobar el proyecto, procediendo tímidamente a excomulgar a todos los expedicionarios, aunque muy pronto se desdijo, manteniendo la condena sólo para Venecia.

El ejército cruzado se embarcó finalmente, en Venecia, el día 8 de Noviembre de 1202 y, tras dos jornadas de navegación, desembarcaron en Zara, que el día 15 cayó en su poder.

Todavía se encontraban allí los cruzados, donde iban a pasar el invierno, cuando recibieron un mensaje de Felipe de Suabia, que era portador de una oferta de Alejo, el pretendiente al trono bizantino: si los cruzados le ayudaban a recuperar el trono de Constantinopla, él se haría cargo de la deuda con Venecia, y además aportaría a la cruzada, 10.000 hombres, más un extra de fondos y provisiones.

Monferrato y Dandolo aceptaron de inmediato, pero el problema moral obviado en Zara, persistía: Constantinopla también era territorio cristiano, una realidad que provocó que algunos de los principales jefes se retiraran, considerando el hecho evidente de que aquello no podía constituir de ningún modo, el objetivo de una cruzada; entre ellos, Simon de Monfort. El mes de abril de 1203, Alejo llegaba a Zara para unirse a la flota, con destino a Constantinopla.

Desde el Lido veneciano a Gálata, al otro lado del Cuerno de Oro.

Alejo III el príncipe bizantino exiliado era hijo del emperador Isaac II, que había sido derrocado, encarcelado y cegado años atrás por su hermano, Alejo III

En junio de 1203 los habitantes de Constantinopla descubrieron con terror y sorpresa, la llegada de la flota veneciana. A bordo de sus galeras, un contingente de unos 20.000 hombres procedentes de Francia, Alemania, Flandes e Italia, seguros de que su sola presencia convencería a los bizantinos de que aceptaran al desterrado, pero lejos de ser así, aquellos se armaron y se dispusieron a la defensa. Los cruzados decidieron entonces imponer a su candidato por la fuerza.

Durante siglos el Cuerno de Oro había estado protegido en época de guerra por una gran cadena colgada entre las dos torres situadas en la boca del puerto y con la que se cerraba el acceso de barcos. Los cruzados atacaron la fortaleza de Gálata –la que sostenía la cadena por el norte–. Para ello, la galeras venecianas remolcaron hasta la orilla barcos de transporte que iban provistos de rampas y, al llegar, los caballeros se desplazaron sobre ellas, ya montados en sus caballos, para atacar a los bizantinos que defendían las playas. Los cruzados tomaron la Torre Gálata entre el 5 y el 6 de julio de 1203, e inmediatamente procedieron a destruir la cadena, para acceder al Cuerno de Oro.

Tras penetrar en el Cuerno de Oro los cruzados pudieron desembarcar tropas frente a las murallas del palacio de Blaquernas. La muralla tenía 9 m. de alto y estaba defendida con ballesteros y catapultas.


Los cruzados franceses atacaron por tierra y los venecianos por mar, desde las naves, que protegieron de las piedras y del temible fuego griego utilizado por los bizantinos, que lo habían empleado con éxito en otras batallas navales, ya que seguía ardiendo sobre el agua. Su composición es aún motivo de debate, pero los bizantinos perfeccionaron su uso al lanzarlo a presión.

El extraño y mortífero fuego griego.

El 17 de julio se produjo el asalto bajo las órdenes del dogo veneciano Enrico Dandolo, quien dispuso varias naves preparadas para atacar, al mismo tiempo que, los que ya habían desembarcado, ponían las escalas sobre los muros terrestres, combinados asimismo, con los hombres que cruzarían por las rampas hasta las torres, que tomaron inmediatamente, y desde las cuales, abrieron todas las puertas a su alcance. 

La ferocidad empleada acto seguido por los cruzados, provocó el terror de Alejo III que huyó de Constantinopla con gran parte del tesoro imperial, abandonando a su suerte a los habitantes de la ciudad, que decidieron liberar a Isaac II Ángelo y recibieron con todos los honores a su hijo, a quien poco después coronaron en Santa Sofía como Alejo IV y que gobernaría junto con su padre, aunque su poder duró muy poco tiempo, ya que pronto se halló ante la imposibilidad de pagar los gastos a los cruzados, como se había comprometido. Del mismo modo, se había comprometido a llevar a los bizantinos a la Iglesia Católica, cambio al que la población se negó rotundamente.

Asalto de Constantinopla por los Cruzados en 1204.

El 1 de enero de 1204 se produjo un primer ataque bizantino contra la flota cruzada. Emplearon barcos incendiados sin tripulación, que fueron repelidos. Poco después, tras la correspondiente represalia de las tropas cruzadas, el noble griego Alejo Ducas Murzuflo Cejijunto-, derrocó a Isaac II y a Alejo IV y se proclamó emperador, el día 5, con el nombre de Alejo V

Poco después padre e hijo morían en prisión –Alejo, tal vez, asesinado-. Los cruzados, sabiendo que las promesas del destronado Alejo, ya nunca se cumplirían, pensaron en asaltar la ciudad por su cuenta.

En la segunda semana de abril se intentó un nuevo asalto. Los francos atacaron el palacio de Blaquernas, mientras los venecianos trataban de ocupar las torres de la muralla marítima desde sus navíos en el Cuerno de Oro. El asalto se produjo el 9 de abril, pero constituyó un fracaso y se produjeron muchas bajas que desmoralizaron a los asaltantes, a los que los clérigos trataron de convencer de seguir adelante, asegurándoles que los ortodoxos, eran herejes cuya destrucción sería recompensada a su debido tiempo.

Con el refuerzo de aquellas predicaciones, unido a la necesidad del botín, los cruzados se lanzaron de nuevo al ataque el día 12 de abril. En esta ocasión 40 naves se ataron de dos en dos, quedando dotadas de gran estabilidad. Casualmente, aquel día el viento sopló a su favor y, a pesar de las dificultades, pronto hubo cruzados en las torres. 

Un clérigo francés, hermano del cronista Roberto de Clari, entró en la ciudad por una brecha del muro –próxima a Blaquernas-, seguido por un destacamento. Su acción sembró el pánico entre los bizantinos, pero aquel día no se tomó la ciudad. Alejo V, por su parte, huyó en un barco de pesca.

En todo caso, la resistencia se hacía imposible, por lo que algunos representantes del clero, se dirigieron al campamento invasor para ofrecer la rendición de la ciudad a cambio de evitar el saqueo, aunque esto último resultó inútil, porque los cruzados entraron y saquearon como si se tratara de una ciudad infiel.

Mientras los capitanes ocupaban los palacios, el ejército se lanzó sobre la ciudad durante casi una semana, como una verdadera plaga de langostas, que no respetaron ni Santa Sofía, ni los tesoros religiosos más venerados por los bizantinos como una Corona de Espinas de Cristo y el icono de la Virgen Nicopea, que fueron robados -hoy se encuentran en la Saint-Chapelle de París y en San Marcos de Venecia respectivamente-. Lo más cruel y penoso fue el trato al que se sometió a la población civil: además de robarlo todo, miles de mujeres fueron violadas y asesinados los familiares que intentaron defenderlas, ante la indiferencia de los jefes cruzados, con pocas excepciones.

Palma Le Jeune

Destrozaron las santas imágenes y arrojaron las sagradas reliquias de los mártires a lugares que me avergüenza mencionar, esparciendo por doquier el cuerpo y la sangre del Salvador [...] En cuanto a la profanación de la Gran Iglesia, destruyeron el altar mayor y repartieron los trozos entre ellos [...] E introdujeron caballos y mulas a la iglesia para poder llevarse mejor los recipientes sagrados, el púlpito, las puertas y todo el mobiliario que encontraban; y cuando algunas de estas bestias se resbalaban y caían, las atravesaban con sus espadas, ensuciando la iglesia con su sangre y excrementos. Tampoco mostraron misericordia con las matronas virtuosas, las doncellas inocentes e incluso las vírgenes consagradas a Dios. 

Nicetas Coniates – Νικήτας Χωνιάτης. Arzobispo de Atenas.

Tras la caída de Constantinopla, Coniates o Joniates, se instaló en Nicea, en la corte del emperador Teodoro I Láscaris, donde se dedicó a la literatura. Su obra principal es una Historia, en 21 libros, que comprende el período 1118–1207, en la que relata acontecimientos de los que fue testigo o que escuchó a testigos presenciales. La parte más interesante de su obra es, precisamente, la que se refiere a la toma de Constantinopla. Su breve tratado sobre las estatuas destruidas por los latinos es de especial interés para la Arqueología.

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No mucho después, se nombró emperador al Conde Balduino de Flandes, como Balduino I de Constantinopla. Con él empezó la historia del Imperio Latino de Constantinopla, un estado de carácter feudal durante el cual la población ortodoxa sufrió una evidente discriminación. Aquel estado de cosas, sólo duró hasta la expulsión de los cruzados en 1261. Pero la ciudad nunca pudo ser reconstruida ni volvió a ser la sombra de lo que había sido.

Tintoretto

Finalmente, se procedió a un reparto del botín entre los cruzados, los venecianos y el nuevo emperador, elegido contra las pretensiones de Bonifacio de Monferrato, quien, en compensación, recibió la isla de Creta –como parte del disperso territorio bizantino-. Inmediatamente, Monferrato vendió la isla a Venecia, que la retuvo hasta 1669, cuando el Imperio otomano volvió a tomarla, a pesar de la defensa del veneciano Francesco Morosini

Los cruzados llamaron a este acontecimiento Partitio terrarum imperii Romanie -partición del Imperio romano de Oriente-. 

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La Cruzada de los Niños

Tras la denominada Cuarta Cruzada, en 1212, se produjo un fenómeno, cuya realidad aún hoy se debate. Se trata de la llamada Cruzada de los Niños, que algunos historiadores integran entre los sucesos posteriores a la fallida Cruzada: En el evento se mezclan las visiones de un muchacho francés; el intento de convertir a los musulmanes al cristianismo; niños que marcharon solos al sur de Italia; su venta como esclavos, etc., un conjunto de elementos, en buena parte increíbles y hasta contradictorios, pero que tuvo –y aún tiene-, visos de certidumbre.

Un niño aseguró haber tenido una visita de Jesucristo, en cuyo transcurso recibió la orden de que escribiera una carta al rey de Francia, en la que le informaba de que debía dirigir una cruzada a Jerusalén. Entregada la carta sin ningún efecto, Jesucristo volvería a visitar al niño, para decirle, en esta ocasión, que él mismo debía dirigir una cruzada formada por niños, ya que Jerusalén se entregaría, ante la pureza de sus almas. Los niños no tendrían que preocuparse por los peligros de la travesía por mar, ya que las aguas se abrirán a su paso, como ya ocurriera con el pueblo de Israel en tiempo de Moisés.

Pronto apareció otro niño a quien Jesucristo habría encomendado la misma empresa. En el presente caso el niño era alemán y consiguió reunir un grupo notable de niños alemanes.

Finalmente, entre veinte y treinta mil niños se reunirían para dirigirse a Niza. Completamente faltos de medios, robaban la comida donde la encontraban, arrasando pueblos a su paso, a pesar de lo cual, más de la mitad desertaron, llegando a su destino unos 2000 niños, acompañados por 200 adultos. Pasaron dos semanas rezando y esperando que el mar se abriera, pero solo aparecieron dos mercaderes que les ofrecían siete naves para pasar a Tierra Santa. Durante la travesía, dos naves naufragaron en Cerdeña, pero las otras cinco llegan a Alejandría, donde se produjo el desenlace. Los niños fueron vendidos como esclavos, por los mercaderes que les habían ofrecido sus barcos gratuitamente.

Gustave Doré

Algunos historiadores dicen que un niño francés llegó a adulto y regresó a Francia convertido en sacerdote, siendo él quien dio a conocer la historia. Investigaciones posteriores, aseguran que en 1212 se produjeron ciertos movimientos migratorios en Alemania y Francia, que por sus características trágicas, pudieron dar lugar a la leyenda.
Joanna Mary Boyce. The Departure: An Episode of the Child's Crusade 13th Century

Otra versión, dice que a principios de 1200, aparecieron en Europa grupos de vagabundos desplazados a causa de cambios económicos, que forzaron a muchos campesinos pobres del norte de Francia y de Alemania a vender sus tierras. Estos grupos fueron denominados pueri, del latín, niños, o muchachos. Algunos grupos se unirían en una protesta de carácter religioso que transformó su forzoso vagabundeo en una misión religiosa. Así, marcharon, tomando la Cruz Cristiana, aunque ello no constituyó el origen de ninguna guerra santa.

Más tarde, este movimiento se asociaría con el de Pedro el Ermitaño, el líder de la llamada Cruzada de los Pobres, que provocaría la formación de la Primera Cruzada.

En mayo de 1096, unos 12.000 hombres, entusiasmados por los sermones de Pedro el Ermitaño, emprendieron la marcha a los santos lugares. Al sufrir los primeros reveses, el predicador volvió a Constantinopla para solicitar el apoyo del emperador Alejo Comneno. Cuando volvió, su ejército había sido masacrado por los seleúcidas. 

Los nobles que le habían prometido auxilio, llegaron en mayo de 1097 y tomaron Jerusalén el 15 de julio de 1099. Entonces Pedro pronunció un sermón en el Monte de los Olivos, a través del cual exigió a los cruzados que saquearan la ciudad y aniquilaran a la población infiel; musulmanes, judíos, mujeres y niños desarmados, prometiendo el Paraíso por hacerlo.

El diario ABC publicaba el 30 junio 2015 un artículo titulado: La misteriosa Cruzada de los Niños para conquistar Jerusalén que acabó en tragedia:

Entre la realidad y la leyenda, se mueve un episodio insólito de la historia medieval y de las cruzadas que terminó, como suelen hacerlo los grandes éxodos de personas, en una tragedia de dimensiones bíblicas. Estando cerca de Alejandría (Egipto), la Cruzada de los niños terminó dramáticamente cuando los marineros vendieron a los niños como esclavos.

No en vano, cuando el niño entregó personalmente las cartas al Monarca, éste desechó rotundamente la idea, quizás al rememorar el desenlace de la reciente Cuarta Cruzada, la cual ni siquiera pudo alcanzar Jerusalén, puesto que la conquista y el saqueo de Constantinopla, capital del Imperio bizantino, se convirtió en el destino final. 

Pero a diferencia de lo que narra la leyenda, estos grupos de desplazados nunca tuvieron como objetivo preferente viajar a Tierra Santa, ni llegaron a alejarse de las fronteras europeas. El fervor religioso vertebró un movimiento de peregrinación sin rumbo fijo formado, indiferentemente de la edad, por campesinos sin tierras, prostitutas y vagabundos.

Diario El País, 8 de julio de 2014

Entre leyendas y veras, una serie de hechos del siglo XIII –entre reales e inventados por la imaginación de boca en boca— originaron lo que se conoce como La Cruzada de los Niños. En 1212, después de la Cuarta Cruzada (mesiánica misión por reconquistar Jerusalén de manos de los musulmanes, que incumplió de forma perversa) cundió la noticia de un anónimo niño francés que afirmaba haber sido visitado por Jesús de Nazareth y escribe una serie de cartas dirigidas al rey de Francia, que decían entregó personalmente en la corte, donde pedía al monarca la organización de una Quinta Cruzada para la salvación de Tierra Santa. Se decía que el rey hizo caso omiso de la petición y que el niño, al volver a su aldea, fue nuevamente visitado por Jesús de Nazareth para designarlo como líder y responsable de una Cruzada Infantil que retomaría Jerusalén y barrios circunvecinos con la invencible armada de la bondad y pureza de los niños que lograra reclutar. Ante la duda lógica e intuitiva del niño sobre cómo le harían los Cruzados Infantes para cruzar el Mediterráneo, el Cristo Redentor le garantiza que esas aguas se abrirán a su paso, tal como lo logró Moisés según relata no sólo la Biblia, sino también el Corán.

Corría por toda Europa la incomprobable verdad de que al mismo tiempo de que formaba la hueste francesa de niños, otro niño en Alemania recibió la misma instrucción divina con otra aparición de Jesús de Nazareth. Se decía que en el camino a Niza, en el sur de Francia, se unieron ambos contingentes sumando un total de 30,000 niños cruzados ya en el convencimiento de su misión y algunos académicos gustan asociar a la travesía el remoto origen del cuento de “El flautista de Hamelin”, pues la horda, hambrienta y cegada por su fe inquebrantable no hacía más que arrasar con cuanto campo cultivado, cosecha levantada y comida en toda choza, fonda o posada como inmensa plaga de roedores insaciables. Las diferentes versiones coinciden en narrar que al llegar a Niza sólo quedan tres mil niños y trescientos adultos que se unieron a la aventura, pues la inmensa mayoría desistió en el camino o murió de hambre en descampados de noches infinitas.

Los que lograron llegar a las faldas de espuma del Mediterráneo pasaron dos semanas rezando, hincados, a la espera de que se abriera el mar en vereda directa hacia la Tierra Prometida. Eso nunca sucede y a los niños cruzados por la fe ciega se les aparecen unos mercaderes que ofrecen siete barcos para poder cumplir su misión. The plot thickens –la trama se complica–, diría Dickens, cuando dos de los bergantines naufragan cerca de Cerdeña y los restantes cinco barcos llegan a Alejandría tan sólo para que los malvados mercaderes vendan a los miles de niños restantes como esclavos en mazmorras bereberes.

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