viernes, 25 de abril de 2014

Henri III. El último Valois.


Henri, duc d'Anjou. Jean Decourt (c. 1570).

Alexandre Édouard, duque de Angulema, fue el cuarto hijo de Henri II de Francia y de Catherine de Médicis. Nacido en Fontainebleau, el 19 de septiembre de 1551, heredó un reino dividido en el que se sucedían las llamadas guerras de religión, cuyas consecuencias obligarían al rey a enfrentarse, no sólo, ni precisamente, al enemigo hugonote, sino también a poderosos rebeldes católicos.

Malcontents: La vieja nobleza desplazada.
Hugonotes: Muy numerosos en el Reino de un monarca católico.
Liga Católica; la que, finalmente, acabará con Henri III.

En 1560, a la llegada al trono de su Hermano Charles IX, Henri se convirtió en Duque d’Orléans, y se añadió el nombre de su padre, Henri. En 1566 fue también Duque d’Anjou.

Hasta la muerte de su padre, Henri vivió con sus hermanos en los castillos de Blois y Amboise, donde, ya en la adolescencia se le asignaron preceptores humanistas -como Jacques Amyot, traductor de las Vidas de Plutarco-, con los que aprendió a amar las letras y a mantener discusiones de carácter intelectual.

A los nueve años dentro de su papel de príncipe real, y ya como Duque de Orleans, asistió a su hermano, el rey Charles IX en los Estados Generales de 1560, y lo escoltó en su gran recorrido por Francia, con el que el monarca quiso darse a conocer a sus súbditos.

En 1565, cuando Henri tenía 14 años, se produjo la Entrevista de Bayona, en la que debían encontrarse Catalina de Médicis y Felipe II, quien después de largas dudas, decidió no acudir personalmente, si bien, atendiendo a los vehementes ruegos de Catalina, accedió a enviar a su esposa Isabel de Valois, acompañada por el duque de Alba que debía representarle. Henri III fue encargado de proteger a la reina de España, a quien, esencialmente, debía evitar todo contacto con franceses sospechosos –en aquel momento, lo eran casi todos, incluido el rey y su madre; unos por hugonotes y otros por no suficientemente católicos–.

Con el tiempo Henri se fue convirtiendo en el preferido de Catherine de Médicis, que deseaba que su figura reforzara la debilitada imagen de la realeza. Así, a los 16 años fue nombrado Lugarteniente General del Reino; un alto cargo militar que lo situaba en el rango más inmediato al rey. Este ascenso frustró las ambiciones políticas del Príncipe de Condé, jefe del partido protestante, que esperaba el cargo, y que le indujo a asumir una posición hostil a la Corona y a abandonar la corte.

Henri participó en las Guerras de Religión, Segunda; 1567–1568; en Saint-Denis y Tercera; 1568-1570, en Jarnac, Montcontour, etc. asesorado por Gaspard de Saulx–Tavannes, en cuyas tierras nacieron las primeras asociaciones relacionadas con la Liga, con vistas a la erradicación del protestantismo. Henri se significó en el transcurso de la batalla de Jarnac, durante la cual, Louis de Condé fue asesinado por el capitán de la guardia del duque de Anjou, tras la derrota de aquel en la batalla de Moncontour, en la que las tropas hugonotes de Coligny sufrieron una gran derrota. Henri permitió que el cuerpo de Condé se expusiera sobre un asno durante dos días, para provocar una burla denigrante, atrayéndose así, justamente, el rencor de Henri I de Bourbon–Condé, hijo y sucesor del muerto.

Moncontour, 1569

Los hechos de armas de Henri de Anjou le crearon tan buena reputación en toda Europa, que su popularidad despertó los celos de su hermano el rey, poco mayor que él y ambos empezaron a distanciarse de forma cada vez más evidente.

En el terreno político, en principio, se hallaba Henri más próximo a los Guisa que a los Montmorency, defendiendo en el Consejo Real una política muy rigurosa contra los protestantes. Catalina, su madre, entre tanto se propuso casarlo con una princesa real, como hubiera sido, por ejemplo, Isabel I de Inglaterra, pero Henri estaba enamorado de Marie de Clèves, precisamente, la esposa de Henri I de Bourbon–Condé, calvinista y primo de Enrique IV de Navarra.

Durante los episodios de la Saint–Barthélemy, naturalmente, Henri se alineó con los católicos. Aunque no se ha probado su actividad en la calle en el momento de la masacre, se sabe que sus hombres sí participaron muy activamente en el asesinato de militares protestantes.

En enero de 1573 el rey le confía el mando del ejército que debía tomar La Rochelle, capital del protestantismo francés, pero a pesar de los grandes medios empleados, el asedio resultó un fracaso y las pérdidas del lado católico fueron importantes, además de que el propio Henri resultó herido. 

Cuando finalmente se acordó una tregua, su madre, Catherine de Médicis, le comunicó que había sido elegido rey de Polonia. La reina había enviado al obispo de Valence, Jean de Monluc, como embajador extraordinario a Polonia, con el encargo de sostener ante la Dieta la candidatura de su hijo en las elecciones libres de 1573. El 11 de Mayo de aquel año, Henri resultó elegido rey de la Rzaczpospolita de Polonia–Lituania como Henryk Walezy

El 19 de marzo, una delegación de 10 embajadores polacos acompañada por 250 gentilhombres llegaba a Francia para hacerse cargo de su escolta de Henri durante el viaje a su nuevo reino. El de Anjou, que no deseaba en absoluto abandonar Francia, se vio obligado a hacerlo por orden de su hermano el rey, del que se despidió finalmente, en diciembre de 1573, llegando a Cracovia en febrero de 1574 tras una complicada travesía por tierras alemanas, acompañado de una numerosa corte de gentilhombres.

El 21 de febrero, a los 23 años fue coronado, aunque se negó a casarse con Anna Jagellon, hermana de Segismundo II Augusto, una mujer de más de 50 años, que además, a él, le parecía falta de atractivo.

El Palacio de Wawel. Polonia.

Además del desinterés que siempre mostró por aquella Corona, pronto surgieron las primeras contrariedades en el desempeño de sus funciones. En primer lugar, estaba obligado a firmar el Pacta Conventa y los llamados Artículos del Rey HenryArtykuly Henrykowskie–, que todo soberano polaco–lituano debía guardar, y por los que se comprometía a detener la persecución de Protestantes e implantar la tolerancia religiosa en Polonia, conforme a la Confederación de Varsovia –Konfederacja Warszawska, de 1573. 

Inesperadamente, una carta del 14 de junio de 1574 le informa de la muerte de su hermano Charles IX. De inmediato se propone abandonar Polonia, y volver a Francia, cuya corte echaba de menos. Así pues, sin informar siquiera a la Dieta, decide, sencillamente, escapar a escondidas durante la noche del 18 de junio, del palacio de Wawel, donde residía. La Dieta eligió como rey al de Transilvania, Esteban Bathory, en 1575, quien sí optó por casarse con Anna Jagellon.
Henri III huyendo de Polonia. Artur Grottger,1860. Museo Nacional de Varsovia.

Henri llegó a Viena cinco días después y allí se entrevistó con el emperador Maximiliano II, que le acogió con enorme fausto, gastando 150000 escudos en su honor. Después se dirigió a Italia.

Venecia lo recibió con tal magnificencia, que el propio Henri quedó maravillado. Pasó después por Padua, Ferrara y Mantua, para llegar, en agosto a Monza, donde conoció a Carlos Borromeo, quien al parecer, le impresionó enormemente. En Turín visitó a su tía Marguerite de France y el Duque de Saboya acudió a su lado para acompañarlo hasta Chambery. 

Henri de Anjou atravesó los Alpes en una litera acristalada y se dice que durante ese viaje introdujo públicamente el uso del tenedor. Ya en Chambery en septiembre de 1574, se reunió con su hermano, François d’Alençon y con su primo Henri de Navarre, con los que llegó, por fin a Lyon, donde fue recibido por su madre. 

Su primera actividad fue pedir la anulación del matrimonio de Marie de Clèves, y el príncipe de Condé, para poder casarse con ella, pero cuando volvía de Avignon, el 30 de octubre, recibió la noticia de que Marie había fallecido. La noticia le dejó tan abatido, que se negó a tomar alimentos durante diez días. 

Henri d Bourbon, prince de Condé. Crayon de l'école de Clouet. 
Marie de Clèves. de Clouet.

El 13 de febrero de 1575, en el transcurso de la ceremonia de la coronación celebrada en Reims, por el Cardenal de Guise, ocurrieron varios accidentes que pudieran considerarse nefastos; en un momento dado, la corona casi se le cae de la cabeza al protagonista y después, los celebrantes olvidaron cantar el Te Deum. Dos días después Henri se casó –parece que enamorado, con Louise de Vaudémont-Nomény, Princesa de Lorraine –en la corte se murmuraba que tenía gran parecido con Marie de Cléves–, a quien Henri eligió sin el acuerdo de su madre, Catherine de Médicis, que no veía sino desventajas políticas en una boda que solo favorecía a los Guise. No obstante Louise llegó a hacerse apreciar por toda la corte, Catalina de Médicis se vio obligada a aceptarlo y el matrimonio fue duradero, pero no tuvieron hijos. 

Henri, Catherine y Louise

Desde su llegada al trono tuvo Henri que hacer frente a tres grandes enemigos. En primer lugar, la guerra iniciada por Henri de Montmorency, Conde de Damville, a quien llamaban popularmente el Rey del Languedoc.

En la propia corte, su hermano, François d’Alençon, cabeza de los Malcontents, no dejaba de conspirar contra él, aliado con el partido protestante. Por último, el entonces rey de Navarra, futuro Henri IV de Francia, aunque calvinista, no dudó en aliarse con los anteriores aunque sólo fuera circunstancialmente y, junto con ellos, abandonó la ciudad de París con el objetivo de organizar sus fuerzas y alzarse en armas contra el nuevo rey, en una campaña que resultaría desastrosa para este.

Henri I Duque de Montmorency. Mariscal y Par de Francia. Kunsthistorisches, Viena.
François d’Alençon. Nicholas Hilliard. Victoria and Albert Museum. London
Henri IV de Bourbon

El príncipe de Condé pidió ayuda al hijo de conde palatino del Rin, Jean Casimir, que llegó con sus mercenarios a amenazar París. A pesar de la victoria del duque de Guisa en Dormans sobre la vanguardia, Henri III tuvo que ceder y el 6 de mayo de 1576, firmaba el Edicto de Beaulieu, también llamado la Paix de Monsieur del que su hermano François resultó especialmente favorecido, ya que recibió el ducado de Anjou. Los protestantes obtuvieron notables ventajas, lo que aumentó la aversión de los católicos y alentó a la formación de las primeras ligas.

Humillado, Henri III, sólo deseaba tomarse la revancha, pero antes tenía que darse tiempo hasta finales de año para convocar a los Estados Generales en Blois e intentar cubrir el enorme déficit presupuestario originado por la guerra, si bien, debido la presión de los diputados católicos, decidió reanudarla. Previamente tomó la decisión de reconciliarse con su hermano. Henri de Montmorency también se adhirió a la causa real y así empezó la Sexta Guerra de Religión, cuyo desarrollo tendría lugar principalmente en el Languedoc. La ciudad de Montpellier, ocupada por los protestantes, fue arrasada por las tropas católicas, hasta que el 17 de septiembre de 1577, se firmó la Paz de Bergerac junto con el Edicto de Poitiers, que anuló buena parte de las libertades concedidas a los protestantes por el edicto anterior.

Entre tanto, Catherine de Médicis, con el objetivo de asegurar la paz, viajó a Nérac para reconciliarse con los reyes de Navarra, firmando, el 28 de febrero de 1579, otro Edicto por el que concedía a los protestantes tres plazas de seguridad en Guyenne y once en Languedoc, durante seis meses. Acto seguido, inició un gran viaje por toda Francia. Todos sus esfuerzos no impidieron que la guerra volviera a encenderse rápidamente.

En 1580, estallaba la Séptima Guerra de Religión, llamada Guerra de los Enamorados. Sería de corta duración. El hermano del rey, François, duque d'Alençon y d'Anjou, negoció la Paz de Fleix el 26 de noviembre de 1580, asentando una tregua por seis años.

Siguiendo los consejos de su madre, Henri III apoyó las ambiciones del Duque de Alençon en los Países Bajos, aunque negándolo ante el embajador español; consciente de la debilidad de su país, no quería arriesgarse a un conflicto abierto con España, cuando, además, sus relaciones con Felipe II atravesaban momentos muy críticos. 

En 1582, Francia apoyó a Antonio, Prior de Crato, pretendiente al trono de Portugal, cuando Felipe II ya había tomado posesión de aquel reino. Comandada por Philippo Strozzi, la flota francesa sufrió una derrota en la Batalla de Azores, por mano de Álvaro de Bazán, dejando vía libre a la anexión del Imperio Portugués a España, y convirtiendo a Felipe II, justo en lo que Francia había querido evitar; tal vez, el monarca más poderoso de la historia moderna. Los prisioneros franceses, acusados de piratería, puesto que no había mediado declaración de guerrra, terminaron siendo condenados a muerte; 80 señores y caballeros fueron degollados sin piedad, y ahorcados todos los soldados y marineros mayores de 18 años. Strozzi murió en el enfrentamiento.

Desembarco de los Tercios en la Isla Terceira.
Fresco de Niccolò Granello en la Sala de las batallas del Monasterio de El Escorial

Aquel mismo año, los franceses fueron igualmente derrotados en los Países Bajos, provocando la desastrosa retirada de François d'Anjou. Tras la furia de Amberes, el príncipe francés tuvo que retirarse por falta de medios, lo que permitió a los españoles recuperar el control de Flandes. Ante el poderoso ascenso de España, Henri III reafirmó la alianza con la reina de Inglaterra, por lo que recibió la Orden de la Jarretera

Henri III era un jefe de Estado a quien gustaba conocer bien los asuntos del reino y estar al corriente de todo cuanto ocurría. Eligió para su Consejo juristas reconocidos, como el Conde de Cheverny, quien a pesar de pertenecer a la Liga, sirvió posteriormente a Henri IV, o Pomponne de Bellièvre, también recuperado después por el de Borbón. 

Promovió a hombres de la nobleza media, a los que confiaba altas responsabilidades, y así la corte vio aparecer a aquellos favoritos que conocerían, gracias al rey, una fortuna fulgurante y que serían denominados mignons, a los que Henri exigía absoluta fidelidad. Para completar sus planes, creó en 1578, la Orden del Espíritu Santo, una orden de caballería que alcanzó gran prestigio y reunió en torno a su persona, a los gentilhombres más distinguidos de su época.

También le gustaba impresionar a sus súbditos organizando ostentosas fiestas, como las celebradas en honor de la boda del duque de Joyeuse en 1581. En aquella ocasión se ofreció a la corte el costosísimo Ballet Comique de la Reine. Otorgaba asimismo, importantes sumas de dinero, como recompensa, a los servidores más atentos, que además tenían el exclusivo privilegio de asistir a sus grandiosas fiestas, bailes o representaciones teatrales y musicales. 

Todo esto generaba extraordinarios gastos que fueron muy criticados, porque, evidentemente sólo contribuían a aumentar la deuda del reino, si bien al monarca, no parecían pesarle excesivamente, empeñado, como estaba, en restaurar la imagen de la realeza, a cuyo efecto gastó cuantiosas sumas que pedía prestadas al Grand Prévôt Richelieu –padre del famoso Cardenal-, o al financiero Scipion Sardini. También introdujo algunas reformas importantes, especialmente, monetarias, aunque nunca llegó a solucionar los problemas económicos del reino. Sí logró, en cambio, hacer mucho más estricta la etiqueta de la corte por medio de normas que, que en definitiva solo buscaban crear distancia entre la Mejestad y los súbditos e impedir que los cortesanos creyeran que podían aproximarse a las reales personas, basados solo en su nobleza de sangre.

Henri III. De Pierre Castan

Más tarde, las sucesivas desgracias, llevarían al rey a adoptar una vida austera, dedicando mucho tiempo a la oración. Él y su capilla asistían diariamente al rezo de Horas, según el Breviario Romano, desde las cinco de la mañana.

La relativa paz asentada durante algunos años en el reino, se minó cuando François, el hermano del rey, murió de tuberculosis en 1584, sin hijos. El mismo Henri III tampoco había logrado tenerlos, por lo que la saga Valois, quedaba abocada a la extinción. 

De acuerdo con la Ley Sálica, la Corona debía volver a la Casa de Borbón, cuyo líder era el protestante Henri de Navarre. Para los católicos, solo hablar de reconciliación entre los reyes de Francia y Navarra, ya era inaceptable, de modo que quedaba muy lejos de su imaginación y de su voluntad, permitir su acceso al trono.

El Duque de Guisa temiendo el inevitable ascenso del Borbón, firmó con España un tratado secreto, por el que, mediando 50000 escudos mensuales, juró encargarse de que Henri de Navarre llegara a ser rey de Francia.

Bajo la presión de la Liga y de su líder, el popular Duque de Guise, Henri III se vio obligado a firmar el Tratado de Nemours el 7 de julio de 1585 por el que se comprometía a echar a los herejes del reino y a hacer la guerra a Henri de Navarre, su legítimo heredero. La Octava y última Guerra de Religión empezaba y sería conocida como la Guerra de los tres Enriques, por el de Guise, el propio rey, y el de Navarra.

El 20 de octubre de 1587, en la Batalla de Coutras, las tropas católicas del rey dirigidas por el duque de Joyeuse, se encontraron frente a las de Henri de Navarre, desplazándose desde La Rochelle, para reunir un ejército de 35000 hugonotes con el que se proponía marchar sobre París. Para el ejército católico, la confrontación fue una catástrofe, resultando 2000 soldados muertos, mientras que Henri de Navarre solo perdió 40 hombres. El duque de Joyeuse murió, lo mismo que su hermano Claude de Saint-Sauveur.

La evidente ambición de los jefes de la Liga y su notable crecimiento, empezaron a molestar al rey que, en poco tiempo, pasó al odio explícito hacia sus componentes, quienes en su opinión, no buscaban el restablecimiento de la Corona, sino su propio acceso al poder, algo que Henri se propuso evitar a toda costa.

Los católicos le reprochaban su falta de energía contra los protestantes, pero al no poder atacarlo directamente por medio de las armas –católicos contra católicos–, pusieron en marcha una feroz campaña de desprestigio por medio de panfletos y sermones en las iglesias.

El 8 de mayo de 1588, a pesar de que lo tenía prohibido, el duque de Guise, entró en París, por lo que, temiendo un golpe por su parte, Henri III llamó a a su lado a las guardias Suiza y Francesa, cuya vista, ante los ánimos previamente dispuestos en su contra, provocó una insurrección el 12 de mayo, la que conocemos como la Journée des Barricades, tras la cual Henri de Guise se hizo el amo de París. 

Al día siguiente, el rey abandonaba la ciudad para dirigirse a Chartres, a donde le siguió a principios de agosto, Catherine de Médicis, acompañada por el propio Guise, con el proyecto de hacerle volver a París, a lo que Henri se negó rotundamente.

Para entonces ya se había convencido Henri de que la Liga era un enemigo tan difícil y peligroso como los protestantes, del que tendría que deshacerse de inmediato si quería conservar el poder, pero de momento, ocultó sus intenciones, aprovechando la tregua para firmar en Rouen el Édit d'Union, por el que simuló aceptar los presupuestos de la Liga, a la que, no obstante, ya estaba decidido a combatir. Para ello, convocó a los Estados Generales en Blois, en cuyo transcurso, además de solicitar créditos para seguir la guerra, destituyó a sus antiguos consejeros, empezando por los de la Liga y, más concretamente, por el archimignon, Duc d'Épernon.


Henri de Guise. Llamado Le Balafré, a causa de una cicatriz en la cara, que solía ocultar con un parche. 1585–90. Museo Carnavalet. París 
y su hermano, Luis II, Cardenal de Guise.

El 23 de diciembre de 1588, por la mañana, Henri ordenó la muerte del duque de Guise. –Se dice, aunque sin base real, que al ver el cuerpo del duque, que medía casi dos metros, a sus pies, Henri III exclamaría: ¡Es más grande muerto, que vivo!-.


Una visión del asesinato del duque de Guisa, propia del romanticismo del siglo XIX, cuya perfección artísitica, no está acorde con las exigencias históricas. El pintor Duprat reunió aquí algunos elementos legendarios populares sobre Henri III: A la derecha aparecen dos mignons en actitud rídiculamente frívola y antinatural; además, la posibilidad de que Henri III mostrara su desprecio rozando el cadáver del duque con el pie, está lejos de la veracidad histórica. Tampoco existe documentación sobre el asesinato propiamente dicho.

Al día siguiente, el cardenal de Guise, al que el rey juzgaba igual de peligroso que su hermano el duque, moría a golpes de alabarda. –Algunos historiadores consideran que el duque no había sido asesinado, sino ejecutado, en el castillo de Blois, por el llamado Cuarenta y Cinco de la guardia personal del rey, tras ser acusado de crimen de lesa majestad, aunque esta opción, sería igualmente ilegal, por habérsele negado el derecho a un proceso–. En Blois, Henri hizo detener a los de la Liga y a los demás miembros de la familia de los Guisa. 

La noche del 5 de enero de 1589 fallecía Catherine de Médicis. 

Catalina de Médici, de François Clouet, c. 1580.
(Enlace)

El asesinato del duque de Guise provocó el inmediato levantamiento de la Liga en toda Francia. En París, la Sorbonne desligó del juramento de fidelidad al pueblo, a la vez que los predicadores llamaron a la venganza. Todas las ciudades y provincias la siguieron, excepto Tours, Blois y Beaugency, fieles al rey, y Bordeaux, Angers y el Dauphiné, defendidas por sus generales.

Aislado, y retenido cerca de Amboise por el duque de Mayenne, Henri III no encontró más salida que reconciliarse con el rey de Navarra el 3 de abril de 1589, del cual sabía que defendería el poder real frente a la ambición de la Liga. Los dos hombres –Enrique III y Enrique de Navarra-, se citaron en Plessis-les-Tours el 30 de abril, y unieron sus tropas para enfrentarse a las de la Liga; junto con los realistas, que se fueron uniendo gradualmente, prepararon el asedio de París, caldeado en aquel momento por un pesado hálito de fanatismo. Los dos reyes habían reunido un ejército de más de 30000 soldados que se dispusieron a asediar la capital que defendían 45000 hombres de la milicia burguesa, armada por el rey de España, Felipe II.

El primer día de agosto de 1589, Henri III, que esperaba en Saint-Cloud noticias del asedio, fue asesinado por Jacques Clément, un fraile dominico de la Liga y, tras una lenta y dolorosa agonía, falleció la mañana del día siguiente.

Jacques Clément, apuñala al rey de Francia.

Henri III fue el último soberano Valois-Angulema, dinastía que reinó en Francia entre 1328 y 1589. Su primo Henri de Navarre le sucedía inmediatamente, con el nombre de Henri IV.

-Hubiera sido un buen príncipe, si hubiera vivido en un siglo mejor-, escribió el cronista Pierre de L'Estoile para recordar que, a pesar de su compleja personalidad y del odio que pudo suscitar entre sus enemigos, Henri III, también tenía cualidades, aunque hoy todavía es objeto de discusiones, sobre todo, en lo relativo a su sexualidad, a pesar de que su imagen ha sido rehabilitada en muchos aspectos por una investigación histórica desapasionada.

Era, en realidad, un hombre arrogante, de maneras distinguidas y solemnes, a la vez que muy extravagante y amante de los placeres, con un espíritu inflexible oculto bajo su correcta apariencia. Enemigo de la violencia, evitaba las confrontaciones bélicas y descuidaba el ejercicio físico, a pesar de ser una de las mejores espadas del reino. Le desagradaba la caza y las actividades guerreras propias de la nobleza. Apreciaba la moda, como el uso de pendientes y estrafalarias golas, y amaba la limpieza y la higiene personal, algo que también le atrajo acerbas críticas de otros hombres que consideraban afeminado semejante proceder.

Educado en un ambiente humanista, estimuló el mundo de las letras y financió a algunos escritores, como Desportes, Montaigne o Du Perron. Amaba las discusiones filosóficas y, a pesar de su hostilidad hacia los protestantes, invitó a París al impresor Estienne, humanista, filólogo y helenista, que había expresado públicamente sus simpatías hacia la Reforma.

Era tan apto para el despacho de los asuntos públicos como para el campo de batalla; muy inteligente y, en general, indulgente con los adversarios de las ciudades rebeldes cuando las recuperaba, buscando siempre soluciones diplomáticas, aunque en ocasiones le causaron dificultades.

Era también muy piadoso y de un catolicismo profundo que fue reforzando con los años. El cúmulo de contrariedades que se sucedieron en su reinado, parece que desarrolló en él un interés, casi ostentoso, por las demostraciones de dolor en las procesiones penitenciales. De naturaleza nerviosa, siempre tuvo la convicción de que sus desgracias y las de su reino, se debían a sus pecados, lo que le llevó a pasar bastante tiempo mortificándose en los monasterios en los que se recogía de vez en cuando. 

Sus contemporaneos lo describen como amante de diversas mujeres, aunque estas no llegaron a ser muy conocidas, porque él jamás hizo públicas sus relaciones, aunque ya desde su juventud las cortejaba asiduamente: –El rey también ha tenido algunas enfermedades por haber frecuentado demasiado familiarmente a las mujeres en su juventud-, escribió el embajador italiano en 1582. Aún así, algunos nombres femeninos de su intimidad han pasado a la historia, como Louise de La Béraudière; Mme. d’Estrées; Verónica Franco, etc.

Más notoria, como ya dijimos, fue su pasión, que no pasó de platónica, por Marie de Clèves, la esposa de Condé, cuya temprana muerte provocó al rey un sentimiento de duelo que sorprendió a la corte.

***

Durante siglos, la imagen de Henri III ha aparecido asociada a la de sus favoritos o mignons, a los que se representa siempre a su alrededor como moscas y vestidos de forma ridícula, con el objetivo de crear dudas acerca de su sexualidad y emplearla como arma política.

La Corte española de la época, como es bien sabido, no era precisamente de tono liberal y, es un hecho que sus embajadores en Francia, hablaron de la incorruptibilidad de Charles IX y de las abominables costumbres de François d’Alençon, pero jamás informaron negativamente sobre Henri III, excepto en lo concerniente a sus numerosas aventuras femeninas. 

Lo más curioso de todo esto, es que no fueron los enemigos hugonotes los creadores del mito, sino los católicos de la Liga, que vieron retroceder sus ambiciones políticas, en favor de los emperifollados mignons, lo que les llevó a lanzar una violenta campaña de descrédito contra el monarca.

El hecho es, que dadas las inestables circunstancias del momento, ni Enrique IV de Borbón, a quien favorecía la desaparición del rey, ni la Iglesia, a la que pertenecía el dominico Clément, mostraron el menor interés por investigar el regicidio, ni mucho menos, por intentar rehabilitar la imagen del muerto, a pesar de las reclamaciones de su viuda, Luisa de Lorena y de Diana, duquesa de Angulema, su hermana. 




sábado, 12 de abril de 2014

Thomas Mann (I)


1929

Lübek, 6 de junio de 1875–Zúrich, 12 de agosto de 1955

Un modesto joven –Hans Kastorp–, se dirigía, en pleno verano, desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos Platz, en el cantón de los Grisones. Iba allí a hacer una visita de tres semanas. –La Montaña Mágica, J. Janés, ed. Abril, 1947–.

La visita al sanatorio donde su primo Joachin Ziemssen era tratado de tuberculosis, se convertirá en una estancia de siete años, en cuyo transcurso, los dos jóvenes, a través de largas conversaciones –tanto entre ellos, como con otros personajes, que caracterizan diferentes tendencias ideológicas, propias de un tiempo decadente y evolutivo a la vez–, muestran, como un fiel espejo, el agonizante estado de una Europa, en la que no tardaría en desencadenarse la Gran Guerra, por cuya causa, Kastorp será movilizado y abandona el sanatorio en aquel fatídico año 1914.

La panorámica de la evolución de la conciencia humana ante las transformaciones sociales e históricas, en aquel momento, dolorosamente abrumadoras, que ofrece La Montaña Mágica, de forma tan intensa y sensible, es la que convierte en genio al autor y dota a su obra de valor imperecedero y universal. Como declaró el profesor J. E. Johansson en la entrega del premio Nobel en 1929: Sus investigaciones se refieren a la naturaleza humana, tal como hemos aprendido a conocerla a la luz de la conciencia; un campo que tiene muchos siglos de antigüedad, pero en el que Thomas Mann ha demostrado que la actualidad no deja de ofrecer gran número de problemas nuevos del mayor interés.

La posteridad –explicó él mismo en una Conferencia pronunciada en la Universidad de Princeton, USA, el 10 de mayo de 1939–, deberá decidir si habrá de contarse La Montaña Mágica entre las "obras maestras" en el sentido en que se define el resto de los objetos clásicos de sus estudios. De cualquier modo, tal posteridad sí podrá ver en ella un documento del ambiente y de cierta problemática espiritual europea del primer tercio del siglo veinte.

Aunque nos referimos ahora a la novela titulada La Montaña Mágica, es importante destacar que tales características, no se refieren sólo a esta obra; como Thomas Mann también dijo en la citada conferencia: Hay autores cuyo nombre va ligado al de una única gran obra, y cuya esencia llega a expresarse cabalmente en esta única obra. Dante con la Divina Comedia. Cervantes con Don Quijote. Pero hay otros -entre los que me cuento- para los que la obra aislada no posee de ningún modo una representatividad perfecta, no pasa de ser el fragmento de un todo mayor, de la obra de sus vidas, e incluso de su vida y su persona. Pero precisamente por este motivo no haremos justicia al fragmento si lo consideramos aisladamente, sin atender a sus vínculos con la obra global y al sistema de relaciones en que se encuentra. Resulta, por ejemplo, muy difícil y casi impracticable hablar de La Montaña Mágica sin referirse a las relaciones que -en un sentido retrospectivo- guarda con mi novela de juventud Los Buddenbrook, con el tratado crítico-polemizante, Reflexiones de un apolítico y con La Muerte en Venecia, así como con -en sentido prospectivo- las novelas del ciclo de José.

Es, pues, necesario afrontar una aproximación a la biografía de Thomas Mann desde estos presupuestos ofrecidos por él mismo, y a la vez, tan evidentemente destacados en su variada obra, para obtener una semblanza verosímil del devenir de su vida; una existencia en la que el éxito y la concesión del Nobel, muy enlazados con su evolución ideológica, relegaron a un segundo plano la considerable sucesión de tragedias personales que la enmarcaron.

En el Relato de mi vida –Th. Mann, habla de un período que comprende, desde su infancia, hasta la concesión del Nobel en 1929–, mientras que, el Último año de la Vida de mi Padre, de Erika Mann describe en detalle el comprendido entre agosto de 1954 y la fecha del fallecimiento del autor, en el mismo mes del año siguiente. 

Hay entre ambos escritos un lapso de 24 años intensísimos en el aspecto histórico, y cruciales en la vida de Thomas Mann, que, gradualmente, se fue integrando en una actitud filosófica o ideológica de enorme repercusión, precisamente, por tratarse de alguien tan conocido, y que compatibilizó la creación literaria con innumerables viajes de carácter cultural, siendo reclamada su presencia una y otra vez en las más prestigiosas Universidades de Europa y América.

Habiendo partido de una posición conformista y acorde con los planteamientos que desencadenaron la Primera Guerra Mundial, Thomas Mann vivió durante esos 24 años, un creciente enfrentamiento con el Nacional Socialismo Alemán y su principal representante; brindó su apoyo moral a la República de Weimar; vivió el exilio en Europa y en Estados Unidos; la Segunda Guerra y, por fin, el desencanto final ante el giro dado a la política americana por el Macartismo, que le achacó simpatías pro comunistas –nada más lejos de su mentalidad-, del mismo modo que la Alemania nazi le había tachado de traidor a la patria –nada más opuesto a sus sentimientos-. 

Esto le acarreó situaciones a veces muy comprometidas y, a veces, realmente peligrosas, a pesar del incontestable reconocimiento general hacia su persona en el aspecto literario. A ello se añadió el propio devenir de la vida y de la muerte, ya que Thomas Mann sufrió algunas pérdidas familiares, a las que nos referiremos en su momento, terriblemente trágicas y dolorosas, que vienen a ratificar su declaración acerca del hecho de que su vida y su obra convergen continuamente, hasta el punto de que, probablemente su obra no sería del todo comprensible sin el conocimiento previo de los eventos existenciales por los que atravesó.

1881 (c. 6 años)

Nacido en una familia de acaudalados comerciantes, en Lübeck, la ciudad de su padre –Thomas Johann Heinrich Mann–, que además de dedicarse a los negocios, fue Cónsul y Senador, el domingo 6 de junio de 1875, a las doce del día. Los astros me eran propicios, según me aseguraron luego –escribiría más tarde.

El padre: Thomas Johann Heinrich Mann - Die Mutter: Julia Mann

A pesar de que el padre falleció cuando Thomas Mann apenas tenía 16 años, este aseguraba que había sido siempre el modelo de su vida. En cuanto a la madre, Julia da Silva-Bruhns, once años más joven que su marido, a quien sobrevivió muchos años, era –extraordinariamente hermosa; tenía unos rasgos indudablemente españoles–. Nacida en Brasil, de padre alemán y madre criolla, vivió en Lübeck desde los siete años, donde a pesar de su catolicismo natal, fue educada en el protestantismo. Ella fue la que inculcó a sus hijos el conocimiento y el gusto por la música, que también heredaron algunos de los nietos; les cantaba, acompañándose al piano, canciones de Schubert, Schumann o Brahms, e interpretaba piezas de Chopin. Durante horas, sentado en un sofá, yo escuchaba cómo ella tocaba en el piano de cola.

1884 (c. 9 años)

Thomas fue el segundo de cinco hijos, de los cuales, el mayor, Heinrich, 1871–1950, ejerció un notable influjo en la evolución del pensamiento del escritor y en su forma de afrontar la vida, la sociedad y la historia. Julia, la tercera hija, nacida en 1877, falleció trágicamente en 1927, del mismo modo que Carla, la cuarta, nacida en 1881 y fallecida en 1910. Por último, Viktor, el menor, 1890–1949 dejó para la posteridad un libro de memorias titulado precisamente, Éramos Cinco.

De su infancia recordaría especialmente sus baños veraniegos en una playa del Báltico, que definió como un mar compartido, en su discurso de aceptación del premio sueco. La primera fase de su formación la recibió en casa, a la vez que aprendía a tocar el violín, hasta que en 1889, a los 14 ó 15 años, ingresó en el Katharineum de Lübeck, aunque con resultados prácticamente nulos, ya que, para entonces, su interés se centraba únicamente en la lectura y en el deseo de centrarse en las Humanidades, cuando en aquel centro, los estudios se orientaban al comercio.

Cuando fallece su padre, cumpliendo el testamento, la madre liquida el negocio familiar y se traslada a vivir a Múnich con los tres hijos pequeños, pero Thomas permanece dos años más en Lübeck hasta completar el ciclo académico, y empieza a desenvolverse socialmente, llevando una vida relativamente bohemia; no estudia nada en absoluto, pero asiste al teatro y a conciertos, familiarizándose, sobre todo, con la obra de Wagner: Concibo la forma artística de la novela como una especie de sinfonía, y, de mis libros, es sin duda La Montaña Mágica el que más tiene el carácter de una partitura.

Terminado aquel período escolar, a los 18 años, se reúne con su madre y sus hermanos en Múnich y publica una primera novela corta titulada La Caída, cuyo éxito le confirma en su proyecto de ser escritor, por lo que decide matricularse en la Escuela Técnica Superior, aunque sólo en las asignaturas relacionadas con la Historia y la Literatura. Poco después colabora en la revista Siglo XX, que dirige su hermano Heinrich, en la que publica varios artículos acordes con el pensamiento del momento, no ya conservador, sino muy reaccionario y fuertemente teñido de antisemitismo, de los que jamás volvió a hablar.

De julio a octubre de aquel año -1895-, viajó a Roma y a Palestrina con su hermano Heinrich. Por entonces no le encontró gran atractivo a Italia, pero sí le impresionó Viena, cuando la conoció un año después: Viena ha sido siempre para mí uno de los dos o tres lugares —y acaso el primero— en el que tuve el sentimiento de poseer un sitio especial, un suelo especial, un público especialmente favorable a mi obra. No obstante, en diciembre volvió a Italia y se instaló con Heinrich en Roma, donde ambos llevaban una vida sin agobios gracias a los fondos de la herencia que administraba la madre. Allí permaneció hasta finales de abril del 98 y allí concibió y, prácticamente, escribió su obra estelar, Los Buddenbrook, sobre la decadencia de una poderosa familia industrial, para cuya concepción se basó en la historia de la suya propia, interrogando a su madre y a otros familiares acerca de miles de aspectos que después quedaron cuidadosamente reflejados en la obra. Mi procedencia familiar está minuciosamente descrita en Los Buddenbrook.

De vuelta en Múnich, donde debía hacer el servicio militar –del que sólo cumple tres meses-, decide no volver a casa de su madre, alojándose en pisos alquilados en los que vivirá hasta su boda, y donde continúa centrado en la redacción de Los Buddenbrook, que terminó en mayo de 1900 y que fue publicado en febrero del año siguiente, obteniendo un éxito rotundo en toda Alemania. 
&&&

Los Buddenbrook, despliega ante el lector, con increíble riqueza de detalles, la historia de una familia de la alta burguesía de Lübeck y su progresiva y dolorosa decadencia a lo largo de cuatro generaciones. Durante la primera, la empresa creada y gestionada por Johann Buddenbrook, funciona muy bien y produce grandes beneficios que otorgan a él y a su familia una enorme consideración social y les permite organizar numerosas fiestas en su palaciega residencia. 

Johann Buddenbrook hijo, representante de la segunda generación, hereda la empresa, que empieza a tener pérdidas, aunque, de momento, esto no le impide continuar con el mismo estilo de vida social de sus padres, con sus conocidas fiestas y cenas seguidas de música y baile.

Durante la tercera generación, se produce un breve resurgimiento, al que, sin embargo, sigue una rápida decadencia que conlleva los primeros choques entre hermanos, separaciones matrimoniales y hasta alguna condena a prisión. Thomas Buddenbrook, sufre graves depresiones y, cuando intenta encontrar una razón espiritual a su vida, fallece. La empresa se cierra y Hanno, el último representante de la familia, muere apenas llegado a la adolescencia. Otro descendiente, Christian es internado en un sanatorio, mientras que el resto de la agotada familia se hunde en la decadencia y desaparece por completo de la vida social.

Thomas Mann presenta el declive personal como consecuencia del social y económico y resalta el abismo abierto entre el hombre de temperamento artístico y la pragmática mentalidad de la burguesía de la época. 

&&&

A los 26 años, Thomas Mann era un autor al que todo el mundo había leído y del que todo el mundo hablaba. Efectivamente, el hecho de contener la obra una amplia base biográfica, unida a una visión sintetizadora de la historia en plena evolución y, todo ello llevado magistralmente a la literatura, constituyó años después, en la apreciación de Jurado sueco, la razón que básicamente dotó de argumentos su posibilidad de obtener el galardón.

Las razones, por las que se entendió que esta obra era la mejor candidata al Nobel en 1929 –27 años después de su aparición–, fueron muy bien descritas en el discurso pronunciado por Friedrik Böök, del Comité de Literatura de la Academia sueca, en el transcurso de la ceremonia de entrega de los premios, el 10 de diciembre de 1929, que transcribo a continuación. 

A pesar de que hablamos de una novela que, como tal, puede y debe ser leída y comprendida, sus valiosas aportaciones psico–sociológicas e históricas, le otorgan, en cierto sentido, el valor de un ensayo.

Si uno se pregunta qué innovación ha aportado el siglo XIX en el campo de la literatura, qué forma nueva ha añadido a las antiguas como la épica, el drama y la lírica, cuyo techo alcanzó Grecia, la respuesta debe ser: la novela realista. Porque expone las experiencias más íntimas y secretas del alma humana en el contexto de las condiciones sociales contemporáneas, y, profundizando en la interdependencia entre lo general y lo particular, ha sido capaz de retratar la realidad con una precisión fiel y una plenitud que no tienen paralelo en la antigua literatura.

La novela realista – lo que podríamos denominar moderna prosa épica, influida por el historicismo y la ciencia- ha sido en gran parte creación de las literaturas, inglesa, francesa y rusa, y está asociada a los nombres de Dickens y Thackeray, Balzac y Flaubert, Gogol y Tolstoi. No ha habido una aportación comparable con dichas obras en Alemania, desde hace mucho tiempo; ya que la creación poética eligió otros puntos de vista. El siglo XIX había llegado a su fin cuando un joven escritor, el veintisiete años, hijo de un comerciante de la vieja ciudad Hanseática de Lübeck, publicó su novela Los Buddenbrooks (1901).y otros veintisiete han pasado desde entonces, durante los cuales se ha hecho evidente para todos que Buddenbrooks es la obra maestra que ha venido a llenar ese vacío. Tenemos aquí la primera y hasta ahora no superada novela realista alemana en el gran estilo, que accede a un lugar indiscutible y análogo a las anteriores, en el concierto europeo. 

Buddenbrooks es una novela burguesa, porque el siglo que retrata es, sobre todo, una época burguesa. Representa a una sociedad no tan grande como para desconcertar al observador, ni tan pequeña y estrecha que le ahogue. Este nivel medio favorece un análisis inteligente, reflexivo y sutil, y su propio poder creativo, el placer de la narración épica, está conformado por una reflexión serena, madura y sofisticada. Vemos una civilización burguesa en todos sus matices, vemos los horizontes históricos, los cambios de tiempo y generacionales, la gradual transición de caracteres independientes, poderosos, y sólo a medias conscientes de reflejar  tipos de una refinada y débil sensibilidad. La presentación es lúcida y alcanza a penetrar bajo la superficie de los ocultos procesos de la vida. es poderosa, pero nunca brutal, y toca con gran suavidad los asuntos delicados; es triste y seria, pero nunca deprimente porque está impregnado de un tranquilo y profundo sentido de humor que se refleja como una iridiscencia en el prisma de la inteligencia irónica. 

Como retrato de una sociedad, y como representación concreta y objetiva de la realidad, a Los Buddenbrook difícilmente se le encontraría un parangón en la literatura alemana. Más allá de los límites de su género, sin embargo, la novela revela sus rasgos comunes con el espíritu alemán y con su trascendentalismo metafísico y musical. El joven escritor que tan perfectamente dominó las técnicas del realismo literario, en el fondo era un converso del pesimismo de Schopenhauer y de la crítica de Nietzsche a la civilización y los principales personajes de la novela revela sus últimos secretos en música.

Básicamente, Buddenbrooks es una novela filosófica. El declive de una familia es retratada desde el punto de vista de que la profunda comprensión de la esencia y de las condiciones de la vida, es irreconciliable con la ingenua joie de vivre y la energía activa. Reflexión, auto-observación, refinamiento psicológico, profundidad filosófica, y la sensibilidad estética, le parecen al joven Thomas Mann fuerzas destructivas y desintegradores. En una de sus más exquisitas historias, Tonio Kröger, de 1903, encontró palabras conmovedoras para expresar su amor a la vida humana en toda su simplicidad, porque él estaba fuera del mundo burgués que retrató y su visión era más libre, pero también mostraba un sentimiento de nostalgia por la perdida ingenuidad, sentimiento que le dotó de comprensión, simpatía y respeto.

La dolorosa experiencia de la juventud de Mann que dio tan profunda tono a Los Buddenbrooks, incluye un problema que el autor trató repetidamente de resolver de diferentes maneras a lo largo de su carrera como escritor. En él se percibe la tensión entre lo estético-filosófico y las perspectivas pragmático-burgueses, que trató de resolver en armonía con un nivel superior. En los relatos Tonio Kröger y Tristan, de 1903, los exiliados de la vida, los devotos del arte, del conocimiento y de la muerte, confiesan su deseo de una existencia sencilla y saludable, por «la vida en su seductora banalidad»; es una paradoja propia de Mann, el amor por la sencillez y la felicidad natural de que habla a través de ellos.
En la novela Königliche Hoheit –Alteza Real–, de 1909, cuya forma realista disfraza una historia simbólica; reconcilia la vida del artista con la del hombre de acción, y le da un lema a ese ideal humano: «realeza y  amor - una felicidad austera». Pero la síntesis no es ni tan convincente ni tan profundamente sentida como la antítesis de Los Buddenbrook y los relatos. En el drama Fiorenza, de 1906, en la que el moralista Savonarola y la esteticista Lorenzo di Medici aparecen como enemigos irreconciliables, la fisura se abrió de nuevo, y en La Muerte en Venecia –Der Tod in Venedig–, de 1913 alcanza su más trágico significado. Fue durante este período, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, cuando se interesó en la personalidad de Federico el Grande. En su opinión, aquel gobernante, aparecía como una solución históricamente válida del problema, puesto que en su opinión Federico combinaba una vitalidad intacta, con la contemplación y poseía una claridad penetrante exenta de ilusiones. En el ingenioso ensayo Federico el Grande y la Gran Coalición –Friedrich und die grosse Koalition de 1915, demostraba no solo la posibilidad, sino la realidad de la solución. Sin embargo, el problemático escritor de Los Buddenbrooks, no triunfó al intentar representar este ideal en forma plástica y vital en la literatura.

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias obligaron Mann a abandonar el mundo de la contemplación, del análisis irónico y de la sutil visión de la belleza, por el mundo de la acción práctica. Siguió su propio consejo, implícito en su novela Alteza real –Königliche Hoheit, sobre el hecho de que hay que tener cuidado con lo fácil y lo cómodo, y se dedicó a hacer una reevaluación agonizante de las preguntas a las que su país se enfrentó en aquel momento de aflicción. Sus obras posteriores, especialmente la novela La Montaña Mágica –Der Zauberberg, de 1924, dan testimonio de la lucha de ideas que su naturaleza dialéctica mantuvo hasta el final y que precedió a la declaración de sus opiniones.

Dr. Thomas Mann - Como escritor y pensador alemán que ha reflejado la realidad, que ha luchado con ideas y que ha creado una dolorosa belleza, a pesar de estar convencido de que ese arte era cuestionable, ha sabido reconciliar la excelsitud de la poesía y el intelecto con un amoroso anhelo de lo humano y de la vida sencilla. Acepte de las manos de nuestro Rey el Premio que la Academia Sueca, con sus felicitaciones, le ha otorgado.

No se puede dejar de lado, en modo alguno, la edad del autor cuando compuso esta obra, elemento que la dota de una increíble genialidad, puesto que la percepción de su entorno, tanto familiar como nacional, desde la comodidad de una vida muy fácil y perfectamente justificada desde su apreciación particular, y cuyas bases nunca había puesto en cuestión, sino bien al contrario: No es poca ventaja haber pertenecido todavía al último cuarto del siglo XIX, ese gran siglo; a los últimos momentos de la época burguesa, liberal–, implica la posesión de unas cualidades literarias excepcionales.

El discurso de agradecimiento de Thomas Mann a la Academia, es tan interesante, si no más, que lo que acabamos de leer, y lo citaremos más tarde, cuando en 1929, el pensamiento del autor, ya a los 44 años, y después de la Gran Guerra, habrá sufrido una honda, dolorosa  y evidente transformación. No obstante, parecía interesante intercalar aquí el discurso de entrega, porque, como se ha visto, resume en cierto sentido la práctica totalidad de su obra.

A partir de entonces los salones literarios y artísticos competían por su asistencia. Uno de los más famosos era el de la familia Pringsheim, procedente de Silesia y extraordinariamente adinerada, culta y amante de la música de Wagner. De origen judío, sus componentes se habían convertido al protestantismo años atrás. Los Pringsheim tenían una hija, Katia, con la que Thomas se comprometió y se casó en febrero de 1905.

Katharina –Katia- Hedwig Mann-Pringsheim (24 de julio de 1883–25 de abril de 1980).

El matrimonio se instaló en Munich, donde residieron hasta su exilio, en 1933, y donde llevaron una vida tranquila, en la que la familia de Katia proveía los fondos necesarios, mientras ella se ocupaba de organizar los compromisos de su marido, evitándole la necesidad de atender a cualquier otro asunto que no correspondiera a su actividad literaria.

Después de la boda, Thomas Mann escribe la sorprendente obrita De la sangre de Odín, en la que relata el incesto de dos gemelos de origen judío, después de oír La Walkiria. Siguiendo su costumbre de incluir en sus obras a personas conocidas, en este caso, es su propia esposa, Katia, el modelo de la hermana incestuosa. Posteriormente intentó evitar su publicación, pero habiendo circulado ya varias copias, permitió imprimir una pequeña edición en 1921, no para su venta. Cierto es, no obstante, que el hecho de retratar a personas/personajes cargaba de morbo sus escritos en los que, en ocasiones, parecía más importante descubrir los modelos que cualquier otra característica. Bajo otras personalidades incluyó del mismo modo, por ejemplo, a Gerhardt Hauptmann -también premio Nobel-, o a Georg Lukács.

Katia Mann y sus hijos en 1919: Monika 1910, Golo –Angelus Gottfried Thomas– 1909, Michael 1919, Katia Mann, Klaus 1906, Elisabeth 1918 y Erika 1905.

El 9 de noviembre de 1905 nació su primera hija, Erika, y Mann empezó la redacción de Las Confesiones del Estafador Félix Krull -Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krull, publicada en 1954, precisamente, con la ayuda de Erika. El 18 de noviembre del año siguiente, nacía Klaus, el segundo hijo.

Erika Mann

Erika y Klaus estuvieron siempre más unidos entre sí que con el resto de los hermanos. Cuando tenían 14 y 13 años respectivamente, ya fundaron una grupo de teatro infantil: Asociación Alemana de Mimos Aficionados –Laienbund deutscher Mimiker– y, a los 18, antes de terminar los estudios secundarios Erika tiene un primer contrato como actriz en el Deutschen Theater en Berlín, dirigido por Max Reinhardt. 

Cuando termina el bachillerato, en 1924, se matricula para estudiar teatro y compatibiliza las clases con actuaciones esporádicas en Berlín y Bremen. El año siguiente representa la obra de Klaus Anja und Esther, en Hamburgo, en cuyo reparto aparecen también, el propio Klaus; Gustaf Gründgens, novio de Erika por entonces, y Pamela Wedekind; todos ellos alcanzarían la popularidad. Pamela se casó con Gründgens poco después, aunque el matrimonio apenas duró tres años.

Para entonces, Erika se consideraba suficientemente preparada para ser actriz, por lo que abandonó los estudios y empezó a actuar en teatros de diferentes ciudades alemanas, hasta que, en 1927 decidió recorrer el mundo junto con Klaus, una experiencia que duró nueve meses y de la que saldrá un libro escrito en común: A la redonda. La aventura de un viaje por el mundo -Rundherum. Das Abenteuer einer Weltreise-. A su vuelta, Erika empieza a colaborar en prensa, radio y revistas. En sus escritos se perciben ya los planteamientos que van a conformar su conciencia vital y política, en la línea que seguirá a lo largo de toda su vida.

En 1931, Erika ganó un rally automovilístico de 10.000 kilómetros de recorrido por diferentes países del sur de Europa, sobre el cual redactó, sobre la marcha, una serie de reportajes. En enero del año siguiente participó en un acto público de la llamada Liga por la Paz y la Libertad, a causa del cual recibió violentas amenazas a través de la prensa nacional socialista. A pesar, o quizás precisamente, porque que ella interpuso una denuncia y ganó el proceso subsiguiente, sus agresores lograron que suspendiera su actividad teatral, irrumpiendo violentamente en el teatro durante las representaciones. Volvió entonces a escribir y publicó su primer cuento infantil: Stoffel vuela sobre el mar -Stoffel fliegt übers Meer-.

A pesar de las adversidades, en enero de 1933, junto con Klaus, con Therese Giehse, íntima amiga de Erika y el músico Markus Henning, fundan en Munich un cabaret político llamado El molino de pimienta -Die Pfeffermühle-. Erika escribe casi todos los guiones que después interpreta con el grupo, al que gradualmente se incorporan otros actores, y ella suele hacer el papel de maestra de ceremonias. Los textos son siempre reivindicativos de derechos políticos y sociales prácticamente suprimidos en Alemania. Pero sólo hasta el mes de marzo, cuando la familia al completo, se ve obligada a abandonar Alemania.

Erika, que mantiene públicamente una actitud muy crítica hacia el nazismo, es la última que abandona la ciudad de Múnich, logrando con gran peligro, entrar en la casa clausurada de sus padres durante la noche, para recoger documentos y manuscritos que el escritor se había visto obligado a abandonar. Poco después se reunió con ellos en Zúrich, donde poco después, El Molino de Pimienta reanudaría su actividad, convertido en el cabaret de los exiliados. Su trabajo proveerá la excusa para declararla enemiga de Alemania y retirarle la ciudadanía, convirtiéndola en una apátrida, hasta que gracias a la amistad que se profesan, el poeta inglés Wystan H. Auden y Erika, se casan con el único objetivo de que ella obtenga la nacionalidad británica.

La última representación de El molino de pimienta en Europa se produjo el 14 de agosto de 1936. Se reinauguró en enero del año siguiente, pero entonces, instalado en Nueva York, donde poco después la seguirán sus padres. Allí conocerá a otros alemanes exiliados con los que creará fuertes lazos de amistad, como Kurt Weill.

En 1938 publica Diez millones de niños -Zehn Millionen Kinder- o Escuela de Bárbaros, acerca de la educación de los niños bajo el nazismo, una obrita corta, que, con el tiempo alcanzó un alto número de ventas. Durante los meses del verano, ella y Klaus viajan a España como reporteros de la guerra civil. 

Sin dejar de dar conferencias sobre la situación alemana, por la mayor parte de los Estados Unidos, en 1940 Erika viaja a Inglaterra para colaborar en emisiones de la BBC en alemán, antes de volver a integrarse como corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial, una actividad que compatibiliza con su trabajo en la Oficina de Información de Guerra en Nueva York.

Después de la guerra, Erika es la única mujer autorizada a asistir a los Procesos de Nuremberg como periodista y observadora. Pero con la paz llega la llamada Guerra Fría y en Estados Unidos, sus escritos empiezan a ser considerados sospechosos, a la vez que tanto ella como su hermano terminan siendo investigados por el FBI a causa de su sexualidad.

Ya lo sabes –escribió Erika a Klaus-, el caso de los alemanes no tiene esperanza. La ilusión y la falsedad, la arrogancia y la obediencia, la astucia y la estupidez, están odiosamente mezcladas en sus corazones.

En 1947 se acerca más a su padre, se reafirman entre ellos fuertes lazos afectivos y descubren una gran afinidad que les permite compartir el trabajo literario; ella le ayuda a terminar Doktor Faustus-, y, poco a poco, se va convirtiendo en su mejor confidente.

Entre tanto, un Klaus decepcionado con la Alemania de posguerra y que por entonces vive sólo, se suicida en Cannes el 21 de mayo de 1949. 

Todavía no sé cómo vivir, sólo sé que no tengo otra opción. Éramos un todo, hasta tal punto que, en realidad, me resulta imposible imaginarme sin él, -escribió Erika- y al año siguiente, -en Memoria de Klaus Mann, Klaus Mann zum Gedächtnis-, añadiría: Fuimos educados como gemelos. Klaus tenía exactamente un año y nueve días menos que yo. Estábamos muy cerca el uno del otro y así continuamos durante toda nuestra juventud y nuestra vida de adultos… la que terminó para Klaus con sólo cuarenta y tres años.

Después de convertirse en objeto de graves difamaciones durante el macartismo, Erika realiza varios viajes por Europa, y en 1952 se reúne de nuevo con sus padres en Suiza, donde colabora notablemente en la terminación de las Confesiones del estafador/aventurero Félix Kril, que Thomas Mann había empezado casi cincuenta años antes.


Cuando Mann falleció el 12 de agosto de 1955, Erika se encargó de su obra inédita. Unos meses después publicó El último año. Informe sobre mi padre -Das letzte Jahr. Bericht über meinen Vater- y entre 1961-65, hizo imprimir las  Cartas de Thomas Mann, en tres volúmenes.

Finalmente, Erika fallecería el 27 de agosto de 1969 en el mismo hospital de Zurich en el que había muerto Thomas Mann.

&&&

Escribió Karl L. Mayer en “Entregas de la Licorne”, Uruguay, 1956: ¿Había Thomas Mann, entonces ya casi octogenario, realmente cumplido con su misión? ¿Acaso no había una empresa literaria, empezada hace más de cuarenta años, que siempre había clamado por continuación, pero que siempre había sido puesta de lado a favor de otros trabajos más urgentes, la empresa de una novela de aventuras o picaresca, las Confesiones del impostor Félix Krull? 

El fragmento del principio se había publicado hacía muchísimo tiempo, tiempo y el autor había creído que siempre quedaría como tal, pero fue magnífico, y reiteradamente se le había sugerido al escritor que prosiguiera el trabajo.

Debía ser su última obra narrativa, cuya edición el autor pudo tener en sus manos. En esta novela --es una novela aunque no es en el título calificada como tal- vuelve a tener la palabra, como en el "Doctor Faustus" y "El Elegido", un narrador ficticio. En esta oportunidad el mismo "héroe". En primera persona cuenta el estafador, el impostor nato, este talentoso calavera y vagabundo que, por lo demás, ya fuera alojado en la cárcel, la historia de su evolución y de sus primeras grandes aventuras, canalladas, conquistas y fechorías. El relato se trunca con las experiencias de Lisboa, donde Félix se ha introducido exitosamente como un falso marqués en "los círculos más altos", como gusta expresarse, estando a punto de partir para un viaje por el mundo, cuya primera etapa debe ser Buenos Aires. Pero desgraciadamente la "Primera Parte de las Memorias", aún no lleva al lector hasta allí.

Como sabemos hoy, Erika ayudó a su padre a terminar la historia de la que él mismo había dicho: –Será sin duda mi obra más extraña. Se publicó en 1954.

Thomas Mann/Félix Krull, pertenece a una sociedad burguesa, aparentemente muy ordenada, cuya debilidad va descubriendo paso a paso, desde su adolescencia, y cuya historia ha seguido un curso tranquilo, cómodo e inconsciente, hasta la muerte de su padre y la quiebra económica de la familia. Ante el naufragio, Krull empieza a vivir al margen de aquellos que antaño fueron principios inamovibles. Pero no se convierte exactamente en un estafador, porque su objetivo no es el beneficio económico, sino más bien en un farsante, que asume la personalidad de un marqués, sólo por el placer de engañar a todos, ayudado, en parte por su propia astucia y, en parte, por la credulidad de las gentes de las que se rodea. 

Así, las Confesiones del Estafador/Farsante/Aventurero Félix Krull, puede encuadrarse perfectamente en el terreno de la picaresca en su acepción clásica, pero en el siglo XX; de acuerdo con cuyos planteamientos, la acción del pícaro, casi se justifica moralmente como consecuencia de una situación anómala en épocas de decadencia e inestabilidad, en las que todos los conceptos pueden cambiar de lugar y ganar o perder peso moral, en función de las circunstancias. En opinión de Thomas Mann, la decadencia desdibuja los límites del delito, pero también ensancha las fronteras del ingenio y de la existencia. La obra es un ejemplo perfecto del tono irónico que el autor podía asumir para afrontar ciertas situaciones.

Los graves sucesos ocurridos entre 1905, cuando Mann empezó la redacción de Felix Krull, y 1954, cuando la terminó, incluidas las dos catástrofes bélicas europeas, conmovieron los cimientos de sus principios y su propia apreciación de la vida y de la muerte. Ante semejantes circunstancias, podía haber elegido entre mostrar un mundo de desesperación y horror, o acudir a la ironía mezclada con aquel concepto filosófico suyo. que, probablemente, también le ayudó a afrontar personalmente la relativización de los valores en los que un día creyó que se cimentaba la humanidad. Krull se adapta a las circunstancias y cruza la frontera voluntariamente; si para ello recurre a acciones censurables, será, quizás, porque la misma moral no es aplicable a situaciones, no ya diferentes, sino radicalmente opuestas, quizás porque no resultó tan inconmovible, firme y verdadera como Mann había creído en otros tiempos.

&&&

Klaus Mann como sargento de EE.UU. en Italia, 1944.
(Múnich, 18.11.1906- Cannes, 21.5.1949)

Klaus Mann, denominado Eissi en el medio familiar, se dio a conocer como crítico literario y teatral en 1924, y tras la publicación de su primera novela, un tanto épatante, obtuvo bastante celebridad durante la República de Weimar; 1919-33, pero a causa de sus repetidos ataques al nacional socialismo, cuando este alcanzó el poder, se vio obligado a exiliarse, en principio, a otros países de Europa y, después a los Estados Unidos, prosiguiendo en todas partes su denuncia, tanto hacia el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, como a sus secuelas.

Gran aficionado a la literatura desde niño, a los doce años leía un libro al día y, a los quince, ya tenía una bien definida selección de autores preferidos entre los que se encontraban, Platón, Nietzsche, Novalis o Walt Whitman.

En 1928 conoce en París a André Gide, al que adopta como maestro y modelo, y a Jean Cocteau, una de cuyas obras más conocidas –Les Enfants Terribles-, adapta para el teatro. En un principio siente gran interés por los surrealistas franceses, pero hacia el principio de la década de los 40 se aleja de ellos, a causa de sus simpatías comunistas y por el llamado culto al jefe de André Breton. Klaus no deseaba tener ninguna afiliación política, asegurando que, como ciudadano, el escritor puede tener ideas políticas, pero que la creación literaria, necesitaba un espacio autónomo. Admiraba a Jean Cocteau, porque, en su opinión, practicaba exclusivamente lo que él llamaba la forma pura, es decir, que centraba toda su capacidad en la tarea artística.

Toda su existencia y todo cuanto escribió aparece condicionado desde su juventud por dos polos complementarios; la influencia y el peso de la gran celebridad de su padre, Thomas Mann –sin salir de casa trató a grandes personalidades del arte y la cultura, como el compositor y director Bruno Walter –el gran promotor de la obra de Gustav Mahler, o los escritores Hugo von Hofmannsthal y Jakob Wassermannn-, y el intento permanente de enfrentarse a la crueldad y a la destrucción de la cultura por todos los medios a su alcance, a la vez que desarrollaba una inquieta actividad teatral de contenidos muy críticos, junto a su hermana Erika y otros amigos y/o amantes de uno u otro.

Bruno Walter, Hugo von Hofmannsthal y Jakob Wassermannn

Sus relaciones con Thomas Mann –al que en familia llamaban El Mago-, sufrieron altibajos, a causa de diferencias tanto ideológicas como en el modo de entender la existencia y conducir su vida, además de que se vio obligado a afrontar, continuamente, la difícil comparación entre ambos que siempre le persiguió. Mis relaciones con él –escribió su padre a Herman Hesse-, eran difíciles y no exentas de un sentimiento de culpabilidad, porque mi existencia siempre proyectó una sombra sobre la suya-.

Después de dar la vuelta al mundo, siempre en compañía de Erika –Eri-, escribió una novela histórica, titulada Alejandro, para emprender, acto seguido, una gira por los Estados Unidos, en cuyo transcurso redactó numerosas crónicas para periódicos alemanes.

Su oposición al nazismo desde sus orígenes, le hace abandonar Alemania en 1933 para vivir en Holanda, donde fundó una revista de oposición al nacional socialismo, en la que colaboraron firmas como Ernst Bloch, Bertolt Brecht, Ernest Hemingway, o Boris Pasternak, aunque algunos la abandonaron ante las amenazas y su prohibición, así, Alfred Döblin, Stefan Zweig e incluso, el propio Thomas Mann. Después pasó a Francia y, finalmente, a Suiza con sus padres.

Tras serle retirada la nacionalidad alemana en 1935, se convirtió momentáneamente en ciudadano checoslovaco y asistió como corresponsal a la Guerra Civil Española, antes de trasladarse a los Estados Unidos  en 1938. Una vez que tuvo la nacionalidad americana, en 1943, fue admitido en el ejército, donde colaboró en la revista Barras y Estrellas.

La esperada reconstrucción de la posguerra no se produjo como él esperaba y la caza de brujas lanzada por el FBI le alcanzó de plano, tanto por sus opiniones, como por su forma de vivir. La falta de esperanza se cobró la vida varios amigos, entre ellos, Virginia Wolf y Stefan Zweig.

Volvió a Alemania, destruida, lo mismo que la casa familiar de Múnich; la querida ciudad y el ciudadano se habían convertido en dos extraños. Klaus responsabilizaba del desastre, tanto a sus autores directos, como a sus silenciosos colaboradores, o a los que en su opinión habían hecho oídos sordos a la tragedia, como el escritor Karl Jaspers, o los compositores,  Franz Lehar y Richard Strauss. Sitió que su propia vida se había truncado y pasó horas de angustia, vacío y ansiedad, que quedarían reflejadas en El Condenado a Vivir. Consideraba que le reconstrucción ya no iba a ser posible, fundamentalmente a causa de la nueva división, surgida en la posguerra, entre los grandes bloques enfrentados entre sí. 

Cuando Erika Mann se fue a vivir con sus padres, Klaus sufrió una profunda depresión que le llevó a suicidarse con somníferos, en la habitación de un hotel de Cannes, a los 43 años, dejando a medio escribir un libro titulado El Último Día

Su hermano menor, Michael, el único de la familia que asistió a su entierro, tocó el violín junto a su tumba durante la ceremonia fúnebre. Más tarde, Erika hizo inscribir sobre la lápida una frase evangélica, que también aparecería al comienzo de su obra inacabada: el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida […], la hallará.

Sus obras, redescubiertas muchos años después de su desaparición, lo situaron como uno de los más expresivos representantes de la literatura alemana en la emigración.

Ante la Vida; En busca de un camino; La Danza Piadosa; Hoy y Mañana; Soy de mi tiempo; Sinfonía Patética –sobre Tchaikowsky-; Mefisto; Ludwig –sobre Luis II de Baviera-; André Gide y la Crisis del Pensamiento Moderno y El Último día, son algunos de sus trabajos más destacados.

&&&