sábado, 24 de diciembre de 2016

HISTORIA DE ROMA VI • La República • Tres héroes



Monarquía
República
Imperio
      Secesión Oriente-Occidente
      Caída del Imperio Occidental
      Imperio de Oriente, Caída de Constantinopla

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La República romana, SPQR; Senatus Populusque Romanus, se instituyó en el 509 a. C., sustituyendo a la Monarquía, y se mantuvo hasta el año 27 a. C., fecha en que se instauró el Imperio como nueva fórmula de gobierno. En este momento y, sobre el marco de las guerras de conquista, se empiezan a producir duros enfrentamiento internos entre la aristocracia patricia y la nueva clase surgida del poder económico, que cuenta con el apoyo de la plebe. 

Es la República, no obstante, el período más esplendoroso de Roma, cuyo poder descansa en las famosas legiones, su principal herramienta, con la que impondrá su Auctoritas en Europa Meridional, Asia Menor y África Septentrional.

Tras consolidarse la República en el centro de Italia, se impuso en primer lugar, en toda la Península Itálica; se enfrentó, después a las polis griegas del sur, y, ya en el siglo III a.de C. procedió a la conquista de las grandes potencias mediterráneas, anexionándose Cartago y Macedonia. Finalmente, se expandió por el resto de las polis griegas, Pérgamo y las costas de Oriente Próximo –arrebatadas al Imperio Seleúcida-.

En definitiva, se produjo una sucesión interminable de guerras, casi siempre de conquista, cuya descripción pormenorizada constituye una tarea ardua y, hasta cierto punto, inútil, si bien, los planes estratégicos, la cronología de las mismas, y la sucesión de mandatarios durante el período, nos servirán para situar en su contexto dos interesantes aspectos: las principales anécdotas biográficas de los cónsules, que son muchas, variadas e interesantes, y la aparición simultánea de algunos grandes escritores, surgidos al amparo o mecenazgo, de algunos de aquellos gobernantes–soldados. 

Situándonos pues, ya en el último siglo del tramo republicano, nos referiremos, en primer lugar, a los tres grandes poetas: Virgilio, Horacio y Ovidio, cuyas biografías se extienden entre el año 70 aC, fecha del nacimiento de Virgilio, y el 17 dC, cuando se produjo la desaparición de Ovidio, ya más de diez años después del fin de la República. La Oratoria, alcanzó su cima con Cicerón, mientras que la Historia se produjo para la posteridad de la mano del propio Julio César, con el relato pormenorizado de sus campañas; y los impagables trabajos debidos a Salustio, o más especialmente, a Tito Livio.

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La enorme extensión alcanzada por Roma y la variedad étnica, religiosa, lingüística, etc. resultante de los territorios conquistados, no permitió su ocupación por medio de fuerzas propias, porque ya no había romanos para colonizar, lo que unido a otras causas, fue dando paso paulatinamente, a una crisis de carácter irreversible. La progresión geométrica de crecimiento, provocó una inflación de cargos públicos, que se cubrieron con elementos de gran variedad y diversa calidad, pues en su mayoría procedían de una especie de nueva aristocracia surgida del rápido y anómalo enriquecimiento proporcionado por botines e impuestos extraídos de los territorios sometidos. 

En la otra cara de la estampa romana, una numerosa población servil que no participaba de aquellos beneficios, representaba la creciente, y cada vez más insalvable distancia entre una población pobre, y otra ostentosamente rica, surgiendo numerosos enfrentamientos, que finalmente desembocaron en Guerras Civiles; tres en concreto, que terminaron por destruir la República. A pesar de que Roma siguió cosechando victorias militares, se fue abriendo paso una nueva y última etapa en el devenir de aquella pequeña ciudad que, en sus principios había mostrado ser tan vital; el Imperio sería finalmente, la vía política por la que Roma alcanzó de sí misma, lo que nunca habían logrado los pueblos contra los que luchó; su propia extinción. Se ha convertido en tópico multiuso la expresión Caída del Imperio Romano.

Cientos de vestigios arqueológicos, artísticos, arquitectónicos, etc., tanto en Roma, como en los inmensos territorios que conquistó, ofrecen hoy un claro testimonio de lo que fue, e ilustra, con su inmortal belleza, aquello en lo que se convirtió. Sic transit…


Joseph Mallord William Turner, 
Capricho con vista de la cúpula de San Pedro a través de las ruinas de un arco, Tate Britain, Londres, 1797 c.

A Roma, sepultada en sus ruinas, es un extraordinario soneto, del no menos inmortal Francisco de Quevedo y Villegas, que ilustra cuanto acabamos de describir, pero con tan genial acierto, que sería inútil intentar aplicarle cualquier adjetivo usual.

            Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
            y en Roma misma a Roma no la hallas:
            cadáver son las que ostentó murallas
            y tumba de sí proprio el Aventino.

            Yace donde reinaba el Palatino
            y limadas del tiempo, las medallas
            más se muestran destrozo a las batallas
            de las edades que Blasón Latino.

            Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
            si ciudad la regó, ya sepultura
            la llora con funesto son doliente.

            ¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
            huyó lo que era firme y solamente
            lo fugitivo permanece y dura!
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Recordemos que tras el exilio de Tarquinio se creó un Senado que acordó abolir la monarquía transformando el sistema de gobierno en una República a partir de 509 aC., creándose la figura del Cónsul, en realidad, muy parecida a la de los anteriores reyes, pero que se asignaba sólo por una año, y era compartida por dos senadores, que tenían el derecho de vetarse mutuamente. 

Por otra parte –escribe Tito Livio-, el que entonces naciera la libertad radicó más en la limitación a un año del poder de los cónsules, que en la supresión de alguno de los poderes de los reyes. Todas sus atribuciones, todos sus distintivos externos los conservaron los primeros cónsules.

Sus funciones se diversificarían en cargos como el de Pretor –potestad judicial–, o el de Censor, responsable del Censo, convertido en una importante herramienta de control.
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Lucio Junio Bruto, que organizó y dirigió la revuelta antimonárquica, y Lucio Tarquinio Colatino, el viudo de Lucrecia –la tristemente célebre víctima del abuso mortal de un tarquinio prepotente–, fueron los primeros cónsules, pero como ya adelantamos, una de las primeras medidas tomadas por Bruto, fue forzar la renuncia de Colatino, con el pretexto de que era un Tarquinio. Sorprendente decisión, tratándose, precisamente, del viudo de Lucrecia, y más sorprendente todavía si consideramos que, Bruto era sobrino del Soberbio, es decir, que sus lazos con aquella familia eran mucho más estrechos que los de Colatino. En todo caso, este último, se vio obligado a exiliarse en Lanuvium, un territorio latino. En su lugar, fue elegido Publius Valerius

Rápidamente, Roma inició su expansión por el territorio de la península que hoy es Italia -Guerras Latinas-. A la vez que crecía en extensión, aumentaba la necesidad de disponer de nuevos soldados, por lo que fueron alistados contingentes de las ciudades ocupadas para formar nuevas legiones, que llevaron a cabo las llamadas Guerras Samnitas, que iban a derrotar a los Galos del valle del Po y a todos los pobladores del sur de la península, a pesar de la ayuda de Pirro, el célebre rey de Épiro.

Durante la etapa que suele denominarse República Media, y que hay que situar hacia mediados del siglo III aC., Roma inició un segundo período expansivo, y tras otra serie interminable de guerras, extendió su dominio por toda la costa mediterránea. Las llamadas Guerras Púnicas, pusieron en manos de la República, la ciudad de Cartago, en el norte de África, así como sus colonias en Hispania, entre otros territorios.

A partir del año 264 aC. llegó el turno a las colonias cartaginesas de Sicilia, a las que siguieron, Córcega, Cerdeña y el paso a la Galia Cisalpina.

Tras la Segunda Guerra Púnica, Roma completó la ocupación de Hispania –prestaremos atención especial a los sucesos acontecidos durante los durísimos e interminables ataques producidos sobre estos territorios, con la valerosa y desesperada reacción de sus habitantes frente a la brutal e imparable expansión romana–; Numancia-. 

Los cartagineses fueron prácticamente exterminados, convirtiéndose los supervivientes –en su mayoría, mujeres y niños–, en esclavos, de los cuales se suele avanzar la cifra a 50.000

Siguieron los estados griegos –helenos-, sobre las tierras que había dominado Alejandro Magno: las llamadas Guerras Macedónicas, afectaron a Filipo V (197 aC.) y a Perseo (168 aC.); a los que siguió Antíoco III de Siria, pasando Macedonia, Acaya y Épiro, al poder de la insaciable República.

Tras la caída de Numancia, en Hispania, y la toma de la Galia del Sur, que sería llamada Narbonense, se trazó una línea de comunicación entre la península Ibérica y la Itálica, la llamada Vía Domitia, que partiendo del Piamonte y tras cruzar los Alpes, ya con el nombre de Vía Augusta desde La Junquera –entonces llamada Deciana-, se prolongaría posteriormente hasta Cádiz –Gadir-.

Un buen número de patricios, caballeros o senadores, se enriquecieron de forma ostentosa y desaforada, a costa de las tierras, impuestos y botines tomados a los vencidos, del mismo modo que creció la numerosísima población esclavizada, que, finalmente, se rebeló el año 74 aC. capitaneada por Espartaco.

El exceso de lujo y la ostentación de las inmensas riquezas acumuladas, se impuso a pesar de las leyes restrictivas y coincidió con los primeros signos de la creciente incapacidad para organizar y gobernar los inmensos territorios conquistados, ya fueran llamados aliados, ocupados, saqueados y/o esclavizados. 

Todo lo anterior, produjo, primero, inestabilidad, pobreza e inseguridad, y después, dio paso a las Guerras Civiles durante el período que ya se conoce como República tardía, en cuyo desarrollo, el sistema terminó por devorarse a sí mismo, dando paso al Principado.

Personajes de diferentes calidades y tendencias, como Tiberio, Cayo Sempronio Graco, Mario, o Sila, intentaron frenar la amenazante decadencia por diversos medios, antes de que se produjera la Rebelión de Sertorio, en Hispania, o la famosa y frustrada Conjura de Catilina, que darían paso, finalmente, al establecimiento del Primer Triunviarato, que en el año 60 aC. formaron, César, Pompeyo y Craso.

Pese al desorden, la ambición desatada y la ya evidente decadencia, Roma siguió emprendiendo guerras y obteniendo sucesivos éxitos, a lo largo de todo el siglo I aC.; algunos de los cuales constituyen los episodios más sonados de la Historia Antigua:

-Mario ganó la Guerra de Yugurta (105 a. C.); rechazó a los Teutones en las proximidades de Aix-en-Provence y a los Cimbrios en Vercelli (101 a. C.)

-Sila venció a Mitrídates, rey del Ponto, y recuperó Grecia y Asia (88–85 a. C.)

-Pompeyo conquistó Siria (64 a. C.) y Judea (63 a. C.)

-César conquistó la Galia (58–51 a. C.). 

Por último, tras la victoria de Octaviano sobre Marco Antonio y el reino helenístico de Egipto, la República se anexionó, de hecho, las tierras del Nilo, aunque, muy pronto pasaron a ser propiedad personal del emperador.

El año 27 aC. Octaviano obtenía del Senado su nombramiento como Imperator Caesar Augustus. En sentido estricto, ya no existía la República, y el nuevo cargo era más similar a la figura de un monarca que, a pesar de que debía contar con un Senado, ejercía el poder de forma absoluta. Finalmente, se dio al nuevo sistema el ya mencionado título de Principado.

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Las guerras

La larguísima serie de guerras llevadas a cabo durante este período marcaron el devenir histórico romano y, a la larga, occidental: 

498 Guerras Latinas; 343 Guerras Samnitas; 264 Guerras Púnicas; 215 Guerras Macedónicas; Guerras Sirias; 135 Guerras Serviles; 58 Guerra de las Galias; Guerras de Yugurta; Guerras Mitridáticas, Guerras Civiles...

Los Generales

Un gran número de célebres personajes históricos atravesaron este época, dejando su nombre para la posteridad, con mayor o menor fortuna. De algunos de ellos nos ocuparemos de forma destacada: Coriolano, Filipo de Macedonia, Alejandro Magno, Pirro, Amilcar Barca, Aníbal, Escipión el Africano, Yugurta, Pompeyo, Julio César, Sila, Bruto, Marco Antonio, Espartaco, Cleopatra, Catilina…

Los escritores

Entre las guerras y los actores políticos y militares, surgió una notable generación de escritores, filósofos, oradores, poetas, etc. que dejaron asimismo su nombre para la posteridad, en este caso, produciendo algunas de las obras maestras que sí han constituido, junto al legado helénico, la base y cantera de la cultura occidental, que a su vez, ha vuelto su mirada hacia ellos, a través de la pintura, la escultura y las letras, dejando imperecederas muestras en todos los casos.

Recordaremos, en este sentido, la vida y la obra de Cicerón (106–43 aC.); político, jurista y filósofo, pero, sobre todo, brillante orador y gran escritor.

El jovencito Cicerón leyendo. Fresco por Vincenzo Foppa. 1464. Brescia.

Julio César (100–44 aC.) representará en una sola personalidad, el dominio de las armas y las letras, como historiador, especialmente, de la Guerra de las Galias.
Cayo Julio César. Museo Arqueológico Nal. Nápoles

Salustio (86–34 aC.) historió la celebérrima Conjuración de Catilina, así como la Guerra de Yugurta

Tito Livio (59 aC.-17 dC.) será el último –cronológicamente–, de los historiadores.
Papyrus Oxyrhynchus 668 - British Library 1532r - Epitome de Livio - fragmento - magnitudinem, Lusitani vastat (ejemplo ed escritura semiuncial)

Alejados del aspecto bélico, pero evidentemente afectados por el devenir histórico, político y social de Roma, aparecerán, en el terreno de la creación literaria, tres grandes poetas –aunque, non solum…

Virgilio (70–19 aC.)

Busto di Virgilio, parco Vergiliano (Napoli)

Horacio (65–8 aC.)

Horacio leyendo ante Mecenas
Fyodor Andreyevich Bronnikov (1827–1902) 1863 Odessa Art Museum


Ovidio (43 aC.-17 dC.)
Estatua de Ovidio en Tomis –Constanza–, Rumanía

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AÑO 509 aC. PRIMERO DE LA REPÚBLICA. LA MUERTE DE BRUTO

Busto que se identifica como Lucius Junius Brutus, c. 98–117 aC. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

Tarquinio, presa del odio y de la cólera, consideró que debía preparar abiertamente la guerra y recorrió suplicante las poblaciones de Etruria, rogando a los de Veyos y de Tarquinios que no le dejasen a él, uno de ellos, de la misma sangre, exiliado, reducido a la miseria después de haber tenido tan gran poder. Que él reivindicaba su patria y su trono y quería castigar la ingratitud de sus súbditos. Que le prestasen ayuda y apoyo. Que se lanzasen también ellos a vengar sus antiguas ofensas y las derrotas tan repetidas de sus legiones.

Estos argumentos hicieron mella en los de Veyos y todos gritaron en tono amenazador que había que borrar las afrentas, ahora que los guiaba un romano. A los de Tarquinios les parecía un honor que uno de los suyos reinase en Roma. 

Dos ejércitos de las dos ciudades siguieron a Tarquinio para reclamar el trono y castigar por las armas a los romanos y una vez llegados a territorio romano, los cónsules les salieron al encuentro. Valerio mandaba la infantería y Bruto tomó la delantera con la caballeria para explorar. 

De modo semejante, la caballeria venía a la cabeza de la columna enemiga bajo el mando de Arrunte Tarquinio, hijo del antiguo rey; que le seguía con la infantería. 

Cuando desde lejos Arrunte distinguió a un cónsul, se acercó y vio que se trataba de Bruto, encendido de cólera gritó:

-Ese hombre es el que nos echó de nuestra patria al destierro. Vedlo ahí, sí, es el que avanza orgullosamente adornado con nuestros distintivos. ¡Sedme propicios, dioses vengadores de los reyes! 

Y acto seguido picó espuelas a su caballo y se lanzó violentamente contra el cónsul. 

Cuando Bruto vio que iba contra él, se dispuso a luchar con todas sus energías y ambos se lanzaron al choque con tal coraje, sin pensar ni uno ni otro en cubrirse, con tal de alcanzar al adversario, que a cada uno de ellos el golpe del contrario lo atravesó a pesar del escudo y trabados uno al otro por las dos lanzas, se desplomaron del caballo heridos de muerte. 

Los de Veyos huyeron en desbandada, pero los de Tarquinios aguantaron firmes e, incluso, rechazaron a los romanos al principio. Pero a lo largo de la batalla, Tarquinio y los etruscos fueron presa de un pánico tan cerval, que, sin esperar el resultado definitivo, ambos ejércitos, el de Veyos y el de Tarquinios, emprendieron por la noche el regreso a sus hogares respectivos. 

Una vez que amaneció y no había enemigo alguno a la vista, el otro cónsul, Publio Valerio recogió los despojos y volvió en triunfo a Roma y celebró las honras fúnebres de su colega, Bruto, con toda la magnificencia que entonces era posible. Pero su muerte se vio mucho más honrada por el dolor público, puesto de relieve muy especialmente por el hecho de que las matronas le guardaron el luto como a un padre por haber sido un vengador tan enérgico del pudor ultrajado. (Tito Livio)

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AÑO 508 aC. LAS HAZAÑAS DE COCLES, SCÉVOLA Y CLELIA

HORATIUS COCLES

Roma parecía bien asegurada, de una parte, por sus murallas y, de otra, por el obstáculo del Tíber; sin embargo, el puente de madera (Sublicio) le hubiera posibilitado el acceso al enemigo, si no hubiera estado allí el valeroso Horacio Cocles. 

Horatius Cocles. Pietro Perugino, c.1445-1523. Fresco: Fortaleza y Templanza con seis héroes de la Antigüedad. Perugia, Collegio del Cambio, 1500

Se hallaba Cocles casualmente situado en la defensa del puente, cuando vio que el enemigo se había apoderado del Janículo en un ataque repentino y que, acto seguido, se lanzaba hacia abajo a paso de carga; sus propios hombres, asustados abandonaban armas y puestos. Intentó retenerlos uno por uno, cerrándoles el paso e invocando la lealtad a los dioses y a los hombres.

Les aseguraba que su huída, abandonando el puesto de guardia, era inútil, pues si dejaban a su espalda el paso libre por el puente, pronto habría más enemigos en el Palatino y el Capitolio que en el Janículo. Les aconsejó asimismo, que cortaran el puente con hierro, con fuego, o por cualquier medio posible, mientras él rechazaría al enemigo tanto cuanto un solo hombre pudiera hacerlo. 

Se lanzó entonces a la entrada misma del puente, bien ostensible, en medio de los que huían en dirección contraria, con las armas prestas para entablar combate cuerpo a cuerpo. 

Defensa de Horatius Cocles en el Puente Sublicio

Tan sorprendente audacia, más que sus verdaderas posibilidades, dejó perplejo al enemigo.

Movidos por el pundonor Espurio Larcio y Tito Herminio, se unieron a él y juntos sostuvieron los primeros embates, lo más tumultuoso de la lucha, hasta que los que estaban cortando el puente les avisaron de que ya no quedaba sino un estrecho pasadizo, lo que les convenció para volver, pensando que aún estaban a tiempo. Pero Cocles se mantuvo en su puesto.

-¡Esclavos de reyes tiránicos, que no pensáis en vuestra propia libertad y venís a atacar la de los demás!–. Gritó en tono amenazador, lanzando terribles miradas sobre los etruscos principales, a los que desafiaba, uno a uno, o los increpaba a todos.

Durante unos momentos los aludidos permanecieron indecisos mirándose unos a otros. Después, la vergüenza los empujó en masa y, lanzando un grito, arrojaron sus venablos todos a la vez contra aquel único enemigo. Pero los venablos se clavaron en el escudo con que Cocles se cubría y él, sin inmutarse, siguió defendiendo el puente con toda firmeza.

Trataban de echarlo abajo, cuando, se produjo un gran estruendo al derrumbarse el puente, seguido de los gritos que lanzaban los romanos enardecidos por el éxito de la acción. 

Un pánico repentino se apoderó del enemigo, que quedó paralizado.

-Padre Tíber –gritó entonces Cocles–, te ruego, venerable, que acojas estas armas y a este guerrero en tus aguas propicias! –Y, armado como estaba, se lanzó al Tíber.

Sorprendentemente, a pesar de la cantidad de proyectiles que cayeron sobre él, llegó a nado, sano y salvo hasta los suyos, después de aquel golpe de audacia que, ante la posteridad –añade Tito Livio, no sin cierta ironía–, iba a alcanzar más fama que credibilidad. 

De hecho, no ha podido confirmarse esta hazaña por otras fuentes documentales y la crítica histórica considera que: No es defendible la alianza Porsena-Tarquinios con el propósito de reponerlos en el trono.(J.A. Villar Vidal, Ed. Gredos).

Roma se mostró agradecida ante semejante muestra de valor: se le levantó una estatua en el comicio, se le concedió todo el terreno que pudo rodear con un surco, en un día. Y en medio de los honores oficiales, se produjeron innumerables muestras de afecto de los particulares, pues, habiendo, como había, tan grande la escasez, cada ciudadano según la medida de sus posibilidades se privó de su propio alimento para llevarle algo. 

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Porsena, fallido aquel intento, cambió el plan de asalto por el asedio, a cuyo efecto situó un destacamento en el Janículo y él estableció su campamento en el llano a la orilla del Tíber. Hizo traer embarcaciones de todas partes para el bloqueo, a fin de no permitir, en absoluto, la entrada de trigo a Roma y para transportar tropas al otro lado del río para a efectuar incursiones de pillaje.

En poco tiempo volvió tan insegura la campiña romana, que todos los bienes campesinos e, incluso, el ganado fueron trasladados al interior de la ciudad y nadie se atrevía tampoco a sacarlo puertas afuera. 

El Cónsul Valerio observaba todo y permanecía inactivo, menos por miedo que por cálculo, a la espera de una ocasión para atacarlos de improviso. Así, para atraer y confundir a los que se dedicaban al pillaje, comunicó públicamente a los suyos que, al día siguiente, debían salir en masa por la puerta Esquilina, la más alejada del enemigo, para apacentar el ganado. Estaba convencido de que los enemigos lo iban a saber y, efectivamente, se enteraron por los informes de un desertor y, en mucho mayor número que otras veces, como que esperaban llevarse el botín completo, cruzaron el río. 

Publio Valerio dio orden a Tito Herminio de que se emboscara con pocas tropas, a dos millas en la carretera de Gabios. A Espurio Larcio le ordenó situarse, con la infantería ligera, junto a la puerta Colina, debía dejar pasar al enemigo, para cortarle, después el paso, a fin de que los hombres no pudieran volver al río. El otro cónsul, Tito Lucrecio, salió por la puerta Nevia con algunos manípulos de infantería. El propio Valerio bajó del monte Celio con unas cohortes escogidas que fueron las primeras que se ofrecieron a la vista del enemigo. 

Herminio, al sentir el estruendo del choque, salió corriendo de su emboscada y cayó por la espalda sobre los etruscos que estaban vueltos en dirección a Lucrecio. Le llegaron gritos en señal de respuesta, por la izquierda, provenientes de la puerta Colina y, por la derecha, de la puerta Nevia

Los saqueadores fueron así rodeados y exterminados, al no estar en igualdad de fuerzas para luchar y al tener la huida cortada en todas direcciones. Aquél fue para los etruscos el final de sus dilatadas  incursiones.

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MUCIO SCÉVOLA

El asedio continuó, no obstante, y con él llegó la escasez y una enorme carestía del trigo. Porsena tenia la esperanza de tomar la ciudad a costa de prolongar el sitio. 

Mucius Scevola. Schönbrunn. Viena

Entretanto, Gayo Mucio, joven patricio, encontraba indignante que el pueblo romano durante su esclavitud, cuando estaba bajo los reyes, no hubiese sufrido asedio durante ninguna guerra ni por parte de enemigo alguno y que ese mismo pueblo, una vez libre, fuese sitiado por los mismos etruscos a cuyo ejército había derrotado tantas veces. Por consiguiente, pensando en vengar aquella vergüenza con alguna acción importante y audaz, en un primer momento decidió sin consultarlo con nadie introducirse en el campamento enemigo. Después, ante el temor de que, si iba sin permiso de los cónsules y sin que nadie estuviese enterado, lo detuviesen los centinelas romanos y lo volviesen a traer como desertor -acusación que las condiciones en que entonces estaba la ciudad hacían muy verosímil-, se dirigió al senado.

-Quiero cruzar el Tíber, senadores -dijo- y entrar, si puedo, en el campamento enemigo, no para saquear ni para vengar sus rapiñas con otras: es una acción de mayor envergadura la que me propongo, con la ayuda de los dioses.

Cuando los senadores dieron su aprobación, él escondió un puñal entre sus ropas y se puso en camino.

Llegado al campamento, se situó entre la multitud que rodeaba el tribunal del rey. Estaban pagando la soldada y había un secretario sentado, con una vestimenta muy parecida a la suya, y a él se dirigían todos los soldados.

No atreviéndose a preguntar cuál era Porsena, por temor a que tal desconocimiento le descubriera, eligió al azar y mató al secretario en lugar del rey. 

Al intentar escapar acto seguido, abriéndose paso con su puñal ensangrentado  entre la multitud alborotada, la guardia del rey, atraída por los gritos, acudió con rapidez; lo detuvo y lo volvió a llevar ante el tribunal del rey. Incluso entonces, en una situación tan crítica, se mostró más temible que temeroso y dijo: 

-Soy ciudadano romano. Me llamo Gayo Mucio. He querido, como enemigo, matar a un enemigo y no tengo para morir menos coraje que el que tuve para matar: es virtud romana el actuar y el sufrir con valentía. Y no soy yo el único en tener esta actitud hacia ti; es larga la serie de los que después de mí pretenden el mismo honor. Por consiguiente, prepárate, si te parece, para este riesgo, de suerte que a cada hora estés en vilo por tu vida y te encuentres el puñal de un enemigo hasta en el vestíbulo de tu palacio. Ésta es la guerra que te ha declarado la juventud romana. No es un combate, no es una batalla lo que has de temer: la cuestión se ventilará entre ti solo y cada uno de nosotros.

El rey, encendido por la cólera a la vez que aterrorizado por el peligro, le amenazó con dar orden de que le prendieran fuego si no aclaraba inmediatamente tales proyectos.

-Mira –respondió Mucio con absoluta entereza–, para que te des cuenta de lo poco que importa el cuerpo para quienes tienen como mira la gloria…

Matthias Stomer - Mucius Scaevola en presencia de Lars Porsenna. 
Art Gallery of New South Wales. Sidney, Australia

…y puso su mano derecha sobre un brasero encendido para un sacrificio. La dejó quemarse como si no sintiese ni padeciese, y entonces el rey, atónito ante aquella especie de prodigio, abandonó su asiento de un salto y ordenó que apartasen al joven del altar.

-Márchate –dijo-, enemigo más osado para contigo que para conmigo. Yo aplaudiría tu valor, si ese valor estuviese a favor de mi patria; pero al menos te eximo de las leyes de la guerra y te dejo marchar sin hacerte daño y sin maltratarte.

Entonces, Mucio, como en reconocimiento a su generosidad, le respondió: 

-Ya que tú sabes honrar el valor, vas a obtener de mí con tu gesto lo que no pudiste obtener con amenazas: somos trescientos, –dijo, inventando sobre la marcha–, lo más escogido de la juventud romana, los que nos hemos conjurado para ir contra ti de esta manera. Me ha tocado a mí al azar, ser el primero; los demás, cualquiera que sea la suerte de los anteriores, hasta que el destino te ponga a su alcance, se irán presentando cada uno en su momento.

Una vez que se marchó Mucio, al que desde entonces se le dio el sobrenombre de Scévola –Zurdo; Scaevola es diminutivo de scaeva, la mano izquierda–, unos emisarios de Porsena le siguieron hasta Roma. El peligro que por primera vez había corrido, del cual sólo se había salvado gracias a la equivocación de su agresor, y el tener que correr aquel riesgo tantas veces como conjurados quedasen, le había impresionado de tal manera que, por propia iniciativa, presentó a los romanos una propuesta de paz. 

Entre las condiciones figuraba una ilusoria: el restablecimiento de los Tarquinios en el trono, aunque la había puesto más porque no había podido negárselo a los Tarquinios, que por ignorar que los romanos iban a decirle que no. Pero sí impuso a los romanos la obligación de entregar rehenes, si querían que fuese evacuada la guarnición del Janículo. Se acordó la paz con estas condiciones, y en consecuencia, Porsena retiró sus tropas del Janículo y desocupó el territorio romano.

El Senado, para recompensar la valentía de Gayo Mucio, le hizo donación de unos terrenos al otro lado del Tíber, los cuales en adelante recibieron el nombre de Prados de Mucio
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CLELIA

La fuga de Cloelia de Lars Porsena, siglo VI aC. Ilustración, grabado en madera y pintada a mano, de una traducción alemana incunable de Heinrich Steinhöwel de: De Giovanni Boccaccio mulieribus Claris, impreso por Johannes Zainer en Ulm ca. 1474

Animada, tal vez, por tan valeroso ejemplo, Clelia, una doncella que formaba parte de los rehenes de Porsena, al coincidir que el campamento etrusco no se encontraba muy lejos de la orilla del Tiber, burló a sus guardianes y, haciendo de guía de todas las demás doncellas, cruzó el Tíber a nado en medio de los proyectiles del enemigo. Las condujo a todas ilesas a Roma y las devolvió a sus familias. 

Cuando el rey etrusco tuvo noticia de ello, en un principio montó en cólera y envió a Roma a unos portavoces a reclamar a Clelia como rehén: las otras no le importaban. 

Después, pasando a la admiración, decía que aquella era una hazaña que superaba a los Cocles y Mucios y declaró que si no se le entregaba la rehén daría por roto el tratado, pero que si se la entregaban, la devolvería a los suyos sin infligirle daño ni maltratarla. 

Por ambas partes se mantuvo la palabra; los romanos devolvieron la prenda de paz estipulada por el tratado y, por parte del rey etrusco, el valor gozó no sólo de seguridad sino también de honores, porque alabó a la muchacha y le dijo que le regalaba una parte de los rehenes y que ella misma eligiese los que quisiera. 

Traídos todos a su presencia, eligió, dicen, a los que aún eran niños, elección digna y merecedora de la aprobación unánime de los propios rehenes, al ser liberados del enemigo los que por su edad estaban más expuestos a ser ultrajados. 

Restablecida la paz, los romanos recompensaron aquel valor sin precedentes en una mujer con un honor también sin precedentes: una estatua en lo alto de la vía Sacra que representaba una doncella a caballo.

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Porsena envió por última vez una legación a pedir la restauración de Tarquinio en el trono. Se le respondió que el Senado enviaría una embajada al rey, e, inmediatamente, fueron enviados los senadores que gozaban de mayor consideración. 

No era porque no se pudiese responder en pocas palabras, que ya no se aceptaba a los reyes, sino para que, definitivamente, se dejase de mencionar el tema, con el fin de que no se agriase la buena disposición recíproca. Lo que él pedía iba en contra de la libertad del pueblo romano, y Roma, si no quería franquear ella misma la entrada a su propia ruina. 

Roma no era una monarquía, sino un Estado libre y en su ánimo había calado la resolución de abrir antes sus puertas al enemigo que a los reyes; había un deseo unánime de que el final de la libertad en Roma fuese también el final de Roma. Por consiguiente, si quería que Roma estuviese a salvo, le rogaban que respetase su libertad. El rey, ganado por un sentimiento de respeto, respondió: 

-Ya que ésa es vuestra decisión y es una decisión firme, yo no os voy a cansar presentándoos continua e inútilmente la misma demanda, ni voy a estar engañando a los Tarquinios ilusionándolos con una ayuda que no está en absoluto a mi alcance. Tanto si sus intenciones son belicosas como si son pacificas, que busquen otro lugar para su exilio, para que nada enturbie a nuestras pacíficas relaciones.

A sus palabras unió unos hechos aún más amistosos: entregó los rehenes que le quedaban y devolvió el territorio de Veyos, que había perdido  Roma por el tratado del Janículo. 

Perdida toda esperanza de retorno, Tarquinio se exilió a Túsculo, en casa de su yerno Mamilio Octavio. La paz entre los romanos y Porsena quedó así asegurada.

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lunes, 19 de diciembre de 2016

William Shakespeare o Christopher Marlowe • Here is the question


Desconocido de 21 años, 1585. Corpus Christi College, Cambridge

En 1950 un estudiante de Cambridge, que buscaba unas tablas para instalar un equipo de música, encontró el retrato que aparece a la izquierda, pintado sobre una tabla, que servía de base para la estufa de gas de su cuarto.

En principio se ignoraba todo acerca de la vieja pintura, pero muy pronto, las pistas apuntaron a Christopher Marlowe. En primer lugar, en la inscripción que aparece en el ángulo superior izquierdo de la tabla, se lee: AETATIS SUA 21, y debajo, 1585. Marlowe tenía 21 años en 1585, y además, de acuerdo con los registros académicos, aquel año él era el único estudiante de 21 años en el Corpus Christi College

Un cuarto de siglo antes de este hallazgo, se había sabido que sólo sobrevivió ocho años al retrato, muriendo a causa de una herida recibida en una oscura pelea.

Al parecer, los artistas isabelinos solían incluir en este tipo de pintura, algún elemento que hablara de la historia o la profesión del retratado; en este caso, y en opinión de A.D. Wraight, la inusual postura del modelo, con los brazos cruzados y las manos ocultas, simbolizarían su pertenencia al servicio secreto, donde trabajaría con Thomas Walsingham, primo de Sir Francis Walsingham, quien se convertiría también en su protector y amigo, y que tendría mucho que ver –según parece-, con la supuesta violenta muerte de Marlowe en Deptford.

Sir Francis Walsingham –Maestro de Espías-, 1587. John de Critz

De acuerdo con la teoría de Wraight, Marlowe habría sido reclutado por Lord Burghley (1520–1598), quien se ocupaba de proteger a la reina de los sucesivos complots católicos.

La reina Isabel I, el primer barón de Burghley y Sir Francis Walsingham. 
Grabado de 1655 de William Faithorne.

El lema que aparece en el retrato, QVOD ME NVTRIT ME DESTRVIT, podría interpretarse como “moriré de lo que vivo”.

Como hemos dicho, el retrato estaba siendo utilizado en la base de una estufa de gas, en la habitación de un estudiante de Cambridge, que caía justamente, encima de la que había ocupado Marlowe. Su estado de abandono dejaba ver que la Universidad nunca tuvo interés en preservar la tabla, lo que probaría –siempre de acuerdo con A.D. Wraight-, que después de ser acusado de ateísmo, cuando además se supo la noticia de su asesinato, el retrato de Marlowe se ocultó, se perdió, o las dos cosas.

Añade la investigadora citada, que, sin embargo, el recuerdo de aquel retrato debió quedar claramente grabado en la memoria del escritor, cuando en sus últimos años, escribió el Soneto 73, ya ante la previsible cercanía de la muerte, que él define como la negra noche –black night-, y a la que denomina el otro, o el segundo yo de la muerte - Death's second self, en el soneto autobiográfico atribuido a Shakespeare y que es, en realidad, una importante retrospectiva de la vida de Marlowe.

Empezando por los recuerdos de su infancia como niño del coro de Canterbury, jugando entre las ruinas de la abadía destruida, cerca de su casa, el poeta recuerda este retrato como una celebración de su entrada al servicio de la reina, citando de nuevo el lema que aparece en el mismo.

Soneto 73

Puedes ver en mi esa época del año 
Cuando las pocas hojas amarillas —o ya ninguna— cuelga
De las ramas que tiemblan frente al frío,
Desnudas ruinas de coros, donde, al caer la tarde, los pájaros cantaban.

En mí ves la penumbra de un día 
Cuando después del ocaso, al oeste, se apaga,
Y que, poco a poco la negra noche se llevará
Esa otra muerte que lo sella todo en reposo.

En mí ves el brillo de ese fuego
Que yace en las cenizas de su juventud
Como en el lecho donde deberá expirar
consumido por aquello que debía nutrirme.

Esto es lo que percibes, lo que hace a tu amor más fuerte
Para amar mejor, aquello que habrás de abandonar para siempre.

***

Consumido por aquello que debía nutrirme.

Probablemente fue el propio Marlowe quien ideó el lema del retrato, sirviéndose de las últimas palabras del epitafio de su poeta favorito, Ovidio, incluido en las Tristes –III, 3 73-6-, y que se puede ver asimismo. en su estatua de Tomis –hoy, Constanza, en Rumanía–, donde el poeta murió tras diez tristísimos años de exilio:

En el pedestal de la estatua de Ovidio puede verse el epitafio que escribió él mismo.

Hic ego qui jaceo tenerorum lusor amorum
ingenio perii Naso poeta meo
at tibi qui transis ne sit grave quisquis amasti
dicere Nasonis molliter ossa cubent

Yo, el que  aquí yace, cantor de tiernos amores
muerto a causa de mi ingenio, Nasón, el poeta.
A ti que pasas, a ti que amaste, no te pese
decir: Huesos de Nasón, descansad en paz.

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Semanas antes de la pelea que causaría la muerte de Marlowe, su amigo Thomas Kyd había sido detenido. Tras ser relacionado con la difusión de libelos, se le acusó de traición y, sometido a tortura inculpó a Marlowe, achacándole la autoría de escritos comprometedores encontrados en la casa, además de acusarle de ateísmo y homosexualidad. Por entonces, ambos compartían residencia. 

Todavía tres días antes de la muerte de Marlowe, el informador Richard Baines presentó ante el Consejo Privado de la reina un informe contra él acusándolo de nuevo de blasfemia, ateísmo, delincuencia y homosexualidad. Ante tales acusaciones es probable que se emitiera una orden de arresto contra el escritor para proceder a su interrogatorio. 

Le habría sido muy difícil al poeta escapar a una condena por traición, pero gozaba de la protección de Thomas Walsingham y, muy probablemente, dispondría de informaciones que podrían comprometer a otros cargos del reino, lo que desaconsejaría que fuese interrogado. Sabemos suficientemente qué tipo de prácticas se ocultaban bajo el inocente término interrogatorio. 

Dadas las circunstancias por las que atravesaba el reino, se puede suponer, con grandes probabilidades de acierto, que las autoridades llegaron al acuerdo de buscar una salida a la situación en la que se hallaba su servidor y protegido. La ley era severísima con los delitos de los que Marlowe había sido acusado, pero sus empleadores, tal vez a causa de importantes servicios prestados por él; tal vez por su gran capacidad como espía; tal vez, incluso, porque sus protectores esperaban mucho de su habilidad literaria, no deseaban castigarlo, pero tampoco podían exculparlo sin más. En tales circunstancias, sólo quedaba una salida apropiada para contentar a todos, preservando la integridad del poeta: simular su desaparición, o incluso, su muerte.

Sea como fuere, tras el arresto de Kyd, Marlowe salió de Londres para alojarse en la finca de Thomas Walsingham en Scadbury.

El 18 de mayo de 1593, Henry Maunders fue despachado por el Consejo Privado para detener Marlowe en la casa solariega de Thomas Walsingham en Scadbury cerca de Chislehurst, Kent.


Entrada a Scadbury, la mansión de Thomas Walsingham en Chislehurst, Kent. Por aquí llegó Marlowe huyendo de Londres –donde además planeaba la peste–, para vivir con su patrón, en mayo de 1593. Aquí fue detenido el día 20 del mismo mes, por Henry Maunder. Unas horas más tarde cabalgaban de vuelta por este camino hacia Londres; Marlowe volvía en calidad de preso, pero el Consejo Privado le concedió libertad bajo fianza.

Moriría diez días después, el 30 de mayo, justo antes de comparecer ante la Star Chamber Court, donde, casi con toda seguridad habría sido torturado y posiblemente ejecutado, de no disfrutar de la protección de la Corona.

El informe oficial no se descubrió hasta 1925, y en él aparece Ingram Frizer como su asesino. Frizer formaba parte del personal de la casa de Thomas Walsingham, y, como tal, vivía en esta finca. Después de "matar" a Christopher Marlowe, Frizer continuó durante veinte años al servicio de Walsingham.


Este árbol, una haya gigante en la finca de Thomas Walsingham en Scadbury, tiene las iniciales “CM” grabadas en la corteza.

De A.D. Wraight's, In Search of Christopher Marlowe

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Aquel 30 de mayo, Marlowe se encontraba en un local público de Deptford con tres personajes; uno de ellos, del servicio de Thomas Walsingham y los otros dos, más o menos envueltos en actividades, legales, o no, relacionadas con el espionaje. 

Conviene quizás, matizar que la casa de Deptford, propiedad de Dame Eleanor Bull, no era una siniestra taberna, como se suele dar a entender. La dueña, entonces viuda, había estado relacionada con la Corte y aunque alquilaba habitaciones y servía comidas, es probable que su casa fuera un lugar seguro para los agentes al servicio del gobierno.

Los tres pasaron ocho horas encerrados en una habitación, de la que sólo salieron para cenar. Tras la cena se produjo una violenta discusión, que, según los testigos, fue motivada por el pago de la cuenta. Como resultado de la misma, murió Marlowe, cuando la daga que él mismo empuñaba, desviada por su rival, le atravesó el ojo y le alcanzó el cerebro. Después sería enterrado sin ruido, en un cementerio de la misma localidad; Deptford. 

Andando el tiempo, o quizás ya desde el principio, se dijo que la violenta escena sólo había sido un montaje y que Marlowe había fingido su propia muerte para salvar su vida.

Posteriormente, se entendió que el homicida había actuado en defensa propia, por lo que cuatro semanas después del suceso, recibió el perdón de la Reina.

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Antes de proseguir, hay que contar, en todo caso, con la idea de que nos estamos basando en una posibilidad, sólo apuntalada en diversos aspectos oscuros de la biografía de Marlowe, especialmente en lo relativo a esta primera muerte, que, en todo caso, no deja de ser una hipótesis, aún no resuelta, pero que tampoco representaría la única prueba en la que se sustenta la Tesis Marlowe

Al parecer, la más importante prueba que asocia las identidades de Marlowe y Shakespeare, es el análisis textual –con ayuda de herramientas informáticas-, de la obra, tanto lírica, como dramática, que conocemos. Pero, aun considerando esta premisa, podemos seguir, no obstante, construyendo numerosos paralelos en apoyo de las teorías que niegan la autoría exclusiva de Shakespeare.

Si el suceso de Deptford, sólo fue un montaje destinado precisamente a salvar la vida de Marlowe, que acusado tanto por católicos como por protestantes, corría grave riesgo de morir violentamente  a manos de unos u otros, ¿qué ocurrió tras su supuesta desaparición? 

Pues bien, una posibilidad, es que, a partir de entonces decidiera seguir escribiendo, pero bajo un nombre fingido, y este nombre, sería precisamente, el de William Shakespeare, del cual no se había publicado nada, antes de la desaparición de Marlow. Pero pudo ser también, que Shakespeare sí fuera un personaje real, y que hubiera aceptado prestar su identidad a las obras de Marlowe, quizás a cambio de dinero.

Siguiendo la teoría de la falsa muerte, el redivivo Marlowe habría abandonado el reino, para viajar, posiblemente a Italia, donde seguiría en contacto con Thomas Walsingham, quien se habría encargado de buscar un hombre de paja que firmase sus obras.

Pero en relación con la obra de Shakespeare, se ha hablado de más intervenciones en la misma, como, por ejemplo, de Francis Bacon, de William Stanley o de Edward de Vere. En todo caso, y aparte de estas posibles intervenciones, incluida la de Marlowe, la principal duda acerca de la autoría de Shakespeare, procede de la desproporción entre la calidad y complejidad de la obra que se le atribuye, y su posible cualificación cultural, hasta donde es posible conocerla; estando la primera, llamativamente por encima de la segunda.

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En cualquier caso, lo que antecede, encaja con la posibilidad de que, por ejemplo, el Soneto LXXIII, sea uno más de aquellos en los que aparece la identidad de Marlowe bajo el nombre de Shakespeare; en este caso, cuando siente que va a morir por segunda vez. 

             Death's second self that seals up all in rest.- 
             El segundo yo de la muerte que lo sella todo en reposo. 

En el momento de escribir este soneto, Marlowe sería, efectivamente, como un ave fénix, renacido de sus propias cenizas tras aquella muerte simulada en Deptford:

In me thou seest the glowing of such fire.- En mí ves el brillo de ese fuego.
That on the ashes of his youth doth lie, - que yace en las cenizas de su juventud.

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El lema del retrato, como pista recurrente, vuelve a aparecer en la obra de Shakespeare, Pericles; acto II, escena II, durante el baile en el que compiten seis caballeros, antes de celebrar un torneo en la corte de Simónides. Cada uno de ellos muestra la divisa de su escudo a la hija del rey, Thaisa. El cuarto caballero tiene el mismo lema que el retrato de Cambridge:

[Entra el Cuarto Caballero]
Simónides: ¿Cuál es la cuarta (divisa)?
Thaisa: Una antorcha encendida que está al revés;
el lema, Quod me alit, me extinguit”. (Lo que me mantiene, me destruye)
Simónides: Lo que demuestra que la belleza tiene poder y voluntad, 
y que igual que arde puede matar.

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El llamado First Folio, que reunió la mayor parte de la producción literaria de Shakespeare, fue publicado por dos actores de su compañía, John Heminges y Henry Condell, en 1623, ocho años después de la muerte del autor. Contenía Historias, Comedias y Tragedias, y de la edición se han conservado algunas copias, casi todas incompletas, aunque reúnen, entre todas, la mitad de la obra producida bajo el nombre de Shakespeare, que hasta entonces no había sido impresa; en total, 36 obras, de las cuales, 11 son tragedias, 15, comedias y 10 obras históricas –los Sonetos no aparecen-, a las que se suelen añadir las atribuidas, Pericles, Príncipe de Tiro; Los dos nobles parientes y Eduardo III, al parecer, bastante segura la atribución de la primera, pero algo menos, la de las otras dos.

First Folio. JOHN HEMINGE. HENRY CONDELL, 

To the memory of my beloved, The Author MR. WILLIAM SHAKESPEARE : 
AND what he hath left us.

Ofrece la edición First Folio, una relación con los nombres de los actores que representaron estas piezas, que reproducimos, ya que con su participación, contribuyeron, sin duda, a perfeccionar la obra que conocemos como de William Shakespeare, el mismo que, en tal condición, encabeza la lista.

William Shakespeare
Richard Burbadge 
John Hemmings
Augustine Phillips
William Kempt
Thomas Poope
George Bryan
Henry Condell
William Slye 
Richard Cowly
John Lowine
Samuell Crosse
Alexander Cooke
Samuel Gilburne
Robert Armin
William Ostler
Nathan Field
John Underwood
Nicholas Tooley
William Ecclestone
Joseph Taylor
Robert Benfield
Robert Goughe
Richard Robinson
John Shancke
John Rice.

Todas estas obras, como es sabido, demuestran una sólida formación clásica; un notable dominio de la lengua inglesa -29.000 palabras- y una amplia cultura, con conocimiento directo de otros países y de otros idiomas, de todo lo cual se cree que carecía Shakespeare, escolarizado sólo hasta los 15 años, si bien este argumento tampoco sería definitivo, considerando que, al parecer era un lector voraz y que otros grandes de la literatura, tampoco procedían de la enseñanza universitaria, o no necesitaron viajar materialmente, para describir países.

Por otra parte, comparando las obras atribuidas a uno y otro, resultan muchas similitudes entre ellas. Así, el primer poema publicado por Shakespeare, Venus and Adonis, parte de un tema mitológico que se considera inspirado en Ovidio, a quien él presumiblemente, no conocía, al tiempo que Marlowe, autor de un poema similar, Hero and Leander, no sólo tenía probada la formación académica necesaria, sino que se sabe que, además, había traducido a Ovidio.

Marlowe fue el primero que empleó el verso blanco o libre en su obra, que Shakespeare emplearía después.

Marlowe puede considerarse como predecesor del teatro histórico de Shakespeare, pero en la obra atribuida a ambos se advierte, no sólo un conocimiento similar de la historia de Inglaterra, sino también la utilización de las mismas fuentes: Chronicles of England, Scotland, and Irlande; –Cambridge, 1544– de Raphael Holinshed (1529–1580) o Historia Regum Britanniae, 1130–1136, de Geoffrey de Monmouth (1100–1155).

Otro investigador, J. M Robertson afirmó que el estilo de Marlowe aparece claramente en Ricardo III y, aunque algo menos, también en Enrique V, La comedia de las equivocaciones, Julio Cesar y Romeo y Julieta, naturalmente, de Shakespeare.

Por su parte, Calvin Hoffman ha encontrado expresiones casi literales en fragmentos atribuidos a ambos:

Was this the that launched a thousand ships? Fausto, de Marlowe
¿Fue éste el que lanzó mil buques?

Whose price hath launched above a thousand ships. Troilus and Cresida de Shakespeare

I... hold there is no sin but ignorance. El Judío de Malta de Marlowe
Yo... sostengo que no hay pecado sino ignorancia
I say there is no darkness but ignorance. Twelfth Night de Shakespeare
Yo digo que no hay oscuridad, sino ignorancia.

Holla, ye pampered jades of Asia. 
What, can ye draw but twenty miles a day. Marlowe
And Hollow pampered jades of Asia,
Which cannot go but thirty miles a day. Enrique IV, de Shakespeare 
Y huecos, hartos rocines de Asia 
que no pueden avanzar sino treinta millas al día.

Otro indicio lo constituye el hecho de que Shakespeare se refiera a su propia cojera en los versos de Venus y Adonis, algo considerado como radicalmente imposible para un actor de primera fila como él lo era, mientras que algunos investigadores creen que Marlowe sí cojeaba a causa de una herida.

A la vista de lo que antecede, muchos defensores de la autoría de Shakespeare, aceptan en su obra la participación de un segundo autor, en tanto que los partidarios de la Teoría Marlowe sólo reconocen la suya.

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Resulta interesante recordar que ya antes de que se conocieran los detalles de la muerte de Marlowe, según el documento publicado por el profesor Leslie Hotson, en 1925, ya habían surgido algunas dudas respecto a la autoría de Shakespeare. 

En 1819, William Taylor de Norwich, ya proponía en The Monthly Review, que Christopher Marlowe podía ser el seudónimo adoptado por Shakespeare a su llegada a Londres, y ya en 1895, Wilbur G. Zeigler, adelantaba en el prólogo de una novela, sin más pretensiones que expresar su opinión, que las obras atribuidas a Shakespeare eran en realidad de Marlowe. 

Calvin Hoffman, el principal sostenedor de la Teoría Marlowe, y autor, entre otros trabajos de investigación, de The Murder of the Man Who Was Shakespeare –El asesinato del hombre que era Shakespeare, en 1955, fue el primero en plantear claramente sus sospechas sobre la muerte de Marlowe y las similitudes entre las obras de los dos autores. Posteriormente, instituyó un legado que administra el King's School de Canterbury, para dotar un premio anual a un ensayo sobre el tema Marlowe - Shakespeare, además de otro, con carácter extraordinario, que sigue reservado para el trabajo que logre probar irrefutablemente la autoría de Marlowe.

Shakespeare. Retrato Cobbe. Hatchlands Park, Surrey

Ya en el presente año, 2016, la Oxford University Press, ha dado por seguro el hecho de que Marlowe es coautor con Shakespeare, al menos, de la obra Enrique VI, advirtiendo que también hay huellas claras de su intervención en otras obras de diferentes autores.

El comité, formado por 23 académicos en la Universidad de Oxford, ha publicado que 17 de las 44 obras firmadas por Shakespeare, contienen partes escritas por otra mano, terminando por atribuir a Marlowe oficialmente, una notable intervención en Enrique VI, que, como tal, aparecerá en la próxima edición canónica de obras completas de William Shakespeare. [Octubre 2016]. Encabezados por Gary Taylor -Florida State University, US-, forman el Comité, entre otros, John Jowett -Shakespeare Institute, University of Birmingham-, Terri Bourus -Indiana University, Indianapolis, US-, y Gabriel Egan -de Montfort University, Leicester-.

-El examen de las obras nos ha llevado a verificar la presencia de Marlowe en las obras de forma suficientemente clara y contundente. Estamos seguros de que estos dos escritores no se influían mutuamente, sino que trabajaban juntos; los rivales a veces colaboran-, asegura Gary Taylor, editor de Oxford, después de llegar a tal conclusión, basándose en el análisis de textos tradiciona y en el uso de herramientas informáticas para comparar el texto de los manuscritos.

Pero no todas las universidades aceptan la autoridad de Oxford; en la de Warwick, por ejemplo, la profesora Carol Rutler, dice que lo que han hecho en Oxford no resuelve nada de lo que ya se conocía, y que Shakespeare colaboró con muchas personas para escribir sus obras de teatro, pero entre estos muchos colaboradores no figuraba Christopher Marlowe.

Y añade: Cuando se escribían las tres partes de Enrique VI, Marlowe era un chico que hacía los carteles para el teatro, y venía a ser un actor desconocido con quien nadie se hubiese querido aliar.

No niego –continúa- que Shakespeare colaboró con muchas otras personas para escribir sus obras, pero estas participaciones no hay que buscarlas en otros escritores, sino en los actores con los que colaboraba para escribir las obras que éstos iban a representar en el teatro.

Identificando a Christopher Marlowe como uno de los coautores de la obra de Shakespeare, lo que hacen personas como Gary Taylor -de la Universidad de Oxford-, es limitarnos y así nos olvidamos de examinar la riqueza en la escritura y de la experiencia de escribir para representar en el teatro.

De este modo, continúa con la misma fuerza la polémica universitaria, acerca de si el escritor inglés se valió mucho o poco de contemporáneos; escritores o actores con los que trabajaba.

En 1992 se creó la Shakespeare Authorship Trust, una asociación de académicos, actores y estudiosos del dramaturgo, con la intención de identificar lo escrito por él y lo que no. El presidente de la asociación, el actor Mark Rylance, como la mayoría de actores, cree que el Bardo no pudo escribir todo lo que se le atribuye, pero no asume la tarea de demostrarlo.

El cineasta Charlie Chaplin, estudioso del Bardo, también puso en duda la posibilidad de que una sola persona hubiese podido escribir la obra literaria que se atribuye a Shakespeare.

Otros conocidos personajes,  como el actor Hal Holbrook, o Mark Twain, fueron más tajantes: Hasta ahora es sabido, y se puede demostrar que William Shakespeare de Stratford-upon-Avon no escribió una sola obra en su vida. 

Pero la realidad es, que con todo esto, no se ha demostrado, por patrones sintácticos o gramaticales, uso de vocabulario o análisis de textos en general, que Shakespeare no hiciese lo que firmó, si bien esto no se opone a la posibilidad de que no lo hiciese él solo.

En 2011 la película Anonymous identificaba a Edward de Vere, el XVII conde de Oxford, como el auténtico autor de algunos de los títulos de William Shakespeare. 

Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford (1575)
J. Brown basado en un retrato, ya perdido, de G. P. Harding

Otros autores a los que se han adjudicado textos de Shakespeare, son, los citados Sir Francis Bacon, o William Stanley


F. Bacon, de John Vanderbank, 1731?, copia de autor desconocido, c. 1618. NPG London William Stanley, retrato contemporáneo.

Más recientemente, Vanessa Redgrave, que ha representado numerosas obras de Shakespeare, también reconoció, cuando menos, la legitimidad de las dudas sobre la autenticidad de los escritos firmados por el Bardo.

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Lo que, en definitiva sabemos de Marlowe, es, que nació en febrero de 1564, el mismo año que Shakespeare, pero, que al contrario que éste, recibió educación universitaria en Cambridge, si bien, su período de estudios estuvo lleno de irregularidades, como sus numerosas y continuadas ausencias de las aulas, hasta el punto que la institución se propuso negarle el título. Pero –para mayor extrañeza-, el mismísimo Consejo Privado de la reina escribió a la universidad para que se le entregara el título, dados sus buenos servicios a la corona en asuntos que benefician a su país. Una sorprendente recomendación que alimenta las teorías de que actuaba como espía al servicio de inteligencia del reino.

La conspiración más peligrosa contra la reina de Inglaterra, conocida como Babington Plot, y dirigida por el Cardenal Allen, en el seminario católico de Reims, coincidió con las ausencias de Marlowe. En la Universidad se sospechó que nuestro estudiante habría ido a Reims como un católico converso, lo que llevó a las autoridades académicas, a denegarle el título, tanto por las ausencias, como por aquella sospecha. Es posible que el poeta, herido en su reputación, reclamara ante el Consejo Privado, que no dudó en enviar una carta muy explícita a Oxford, fechada el 29 de junio de 1587:

Aunque se ha informado que Christopher Marlowe estaba decidido a cruzar el mar para ir a Reims, y quedarse allí, sus Señorías consideran conveniente garantizar que no tenía esa intención, sino que en todos sus actos se ha comportado ordenada y discretamente, y ha prestado buenos servicios a Su Majestad & merece ser recompensado por su leal proceder. Sus Señorías encargan que todo rumor sea acallado por todos los medios posibles y que debería ser favorecido con su graduación en la próxima apertura de curso, porque no complace a Su Majestad, que cualquier persona empleada, como él lo ha sido, en asuntos que afectan al beneficio de su país, deba ser difamada por aquellos que ignoran los asuntos en los que se ha ocupado.

El documento aparecía firmado por:
Lord Archbishop (de Canterbury), John Whitgift;
The Lord Treasurer, Lord Burghley;
The Lord Chancellor, Sir Christopher Hatton;
The Lord Chamberlain, Henry Carey, I Lord Hunsdon, y
Mr. Comptroller, Sir James Croft.

Sorprendente –y única en los anales registrados del espionaje inglés–, una carta en la que la Corona reconoce y avala a un servidor secreto.

Una vez obtenido el título académico –y aquí retomamos el anterior relato, para completarlo con algunos matices, Marlowe se instaló en Londres, donde permaneció los seis años siguientes, que desgraciadamente, serían los últimos de su breve existencia. Aquí se incorporó a la Compañía del Conde de Nothingham, con la que estrenó toda su obra. Parece ser que también se unió a la llamada Escuela de la Noche, en la que participaban, por ejemplo, los matemáticos Thomas Harriot, Thomas Allen y Robert Hues, el filósofo y alquimista Walter Warner, además de Sir Walter Raleigh y el Conde de Northumberland, que la encabezaban y patrocinaban.

También se vio involucrado en esta época, en un duelo, en casa de su amigo, el poeta Thomas Watson, y fue acusado de ateísmo por Thomas Kyd, terminando en prisión este último, pero cuyas acusaciones alertaron a Marlowe, que decidió retirarse momentáneamente –como sabemos–, a la mansión de Walshingham en Scadbury.

El 30 de mayo de 1593, Marlowe se encuentra alojado en la posada de Eleanor Bull, en compañía de Ingram Frazer, Nicholas Skeres y Robert Poley, de los que el primero, es seguro que trabajaba para Walshingham. Los cuatro pasan el día encerrados, saliendo sólo para cenar. 

Por cualquier motivo, que se achaca de manera absurda, al pago de la cuenta, se inicia una pelea, en la que Marlowe recibe una grave herida en un ojo, que le causa la muerte. 

El suceso fue publicado por el profesor Leslie Hotson, cuando en 1925 halló el atestado de la pelea y la muerte; un informe inútil y lleno de lagunas, sin el menor aporte científico ni médico, sin detalle de las causas, sin explicación alguna sobre lo que llevó allí a los cuatro implicados, sin más testimonios que los aportados por ellos mismo, incluido el del homicida, que dijo –y así se aceptó-, que había matado en defensa propia, y en el cual se indica que el cadáver de Marlowe, sin ninguna identificación oficial, fue enterrado allí mismo, en Deptford, el 1 de Junio de 1593, en una tumba sin nombre. 

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Marlowe fue uno de los primeros autores ingleses en escribir en verso libre, un modelo que se popularizó en la época y al que muchos se referían como los poderosos renglones de Marlowe. Shakespeare, que también adoptaría el verso blanco, era prácticamente un desconocido cuando Marlowe ya se había consagrado -aunque desgraciadamente, durante muy poco tiempo-, como el más celebrado dramaturgo de la escena isabelina.

Sus obras más celebradas son Tamerlán el Grande, El Judío de Malta y el Doctor Fausto, escritas entre 1587 y 1589. Abordaba temas y personajes extravagantes y entretenidos pero también polémicos, como la obra histórica de Eduardo II con la abierta homosexualidad de su protagonista.

En una época de estricta censura, parece que a Marlowe le gustaba tensar la cuerda con sus escritos y provocar los ánimos con sus rompedoras ideas acerca de la sociedad de su tiempo, la política y la religión.

Las obras de Marlowe serían las siguientes:

* Edward the Second
* Hero and Leander
* The Jew of Malta
* The Life and Death of Doctor Faustus Made into a Farce
* Massacre at Paris
* Tamburlaine the Great — Partes 1 y 2
* The Tragedy of Dido Queene of Carthage
* The Tragical History of Doctor Faustus

Y las escritas en colaboración con Shakespeare, serían, como mínimo, las tres partes de:

* Enrique VI

En definitiva, los investigadores han identificado la participación de otros autores, como ya hemos dicho,  en, por lo menos 17 de sus obras, lo que, en realidad, era una práctica común en el teatro isabelino, dada la habitual intervención de diversas manos en los textos; el guión no era intocable y podía modificarse en los ensayos, por sugerencia de los actores, pudiendo anularse, por ejemplo, un personaje, si no había un actor apropiado para interpretarlo, obligando al autor, en tal caso, a retocar el resto de los papeles. Del mismo modo, podía alargarse o desaparecer un parlamento en función de la aceptación o rechazo del público. Aquellos textos originales, más o menos corregidos, habrían supuesto una herramienta definitiva para el estudio que nos ocupa, pero, desgraciadamente, no se han conservado. Por fortuna, gracias al trabajo de Heminge y Condell, y su First Folio, conocemos 38/40 piezas escritas por Shakespeare o a él atribuidas.

Además de la actual atribución a Marlowe, habría pues, de acuerdo con la nueva edición de la Oxford University Press, 17 obras más, escritas en colaboración con otros autores conocidos.

- Tito Andrónico, con George Peel como coautor.
- Tomás Moro, con Anthony Munday como autor principal.
- Bien está lo que bien acaba; Medida por medida y Timón de Atenas, con Thomas Middleton, desde pequeñas intervenciones, hasta la colaboración más plena.
- Pericles, Príncipe de Tiro: George Wilkins escribió los dos primeros actos.
- Enrique VIII; Dos nobles primos y Cárdeno o la doble falsedad, con John Fletcher como coautor.

Empleando los mismos métodos, se ha llegado también a la conclusión de que Shakespeare, a su vez, intervino en la elaboración de otras piezas que no forman parte del canon a él atribuido tradicionalmente. Así, la Tragedia Española de Thomas Kyd.

John Fletcher (1579-1625) colaboró con Shakespeare en sus últimas obras

Se le atribuyen a Fletcher, 15 obras propias y 22 en colaboración; entre ellas, Cardenio –con Shakespeare–, representada en 1613, y después perdida, y Los dos nobles caballeros –también con Shakespeare–, representada en 1613, e incluida en la edición Quarto en 1634, con indicación de la doble autoría. 


Beinecke Rare Book & Manuscript Library, Yale University

La Historia de Cardenio o The History of Cardenio, fue representada dos veces por la compañía King's Men en 1613. En 2007, la obra fue parcialmente reconstruida por el experto estadounidense Gary Taylor a base de fragmentos de la obra identificadas en Double Falsehood de 1727 del escritor británico Lewis Theobald. El asunto y el personaje proceden de una aventura de la Primera Parte de Don Quijote de la Mancha.

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Mark Twain, Henry James, Sigmund Freud, Mark Rylance –el extraordinario actor inglés, director, además de The Globe–, son algunos de los adherentes de la Teoría Marlowe en el sentido de que Shakespeare no escribió toda la obra de Shakespeare. 

Es preciso destacar ahora el hecho de que, a lo largo de su vida, o en el transcurso de los dos siglos siguientes, y a pesar de su éxito y celebridad, nadie puso en duda la autoría de Shakespeare, aun cuando se conocía su procedencia y su preparación académica. Pero el hecho es que, posteriormente, se dedujo que aquel joven de Stratford no podía disponer del bagaje cultural; político, filosófico, geográfico, lingüístico, y de tal dominio de la vida cortesana, o incluso del conocimiento de cuestiones relacionadas con la práctica de la medicina, que supone la concepción de las obras a él atribuidas.

Fue la escritora e investigadora Delia Bacon –Ohio, 1811–, quien adelantó la idea de que las obras atribuidas a Shakespeare, habían sido escritas por el filósofo y estadista Francis Bacon (1561–1626).

Iniciado este camino, posteriormente salió a la luz la candidatura de Edward de Were, Conde de Oxford, apoyada, entre otros, por Freud y por el Nobel de Literatura John Galsworthy.

Sería pues, Christopher Marlowe el tercer candidato, y el aceptado por el New Oxford Shakespeare, que actualmente tiene en curso la edición canónica de la obra de Shakespeare.

En algún momento se identificó a Marlowe como el destinatario de 126 de los 154 Sonnets de Shakespeare; quien, sin embargo, pronto fue sustituido por la propuesta de Henry Wriothesley, III Conde de Southampton.

Retrato de Henry Wriothesley, 3rd Earl of Southampton (1573-1603). 
Atribuido a John de Critz the Elder.  En la Colec. Privada del Duque de Buccleuch y Queensberry


En el ángulo superior derecho aparece una pequeña representación de la Tower of London, sobre las palabras latinas In vinculis invictus; Encadenado, no vencido. Fue ejecutado por conjura contra la reina


Sus armas –Una cruz sobre azur entre cuatro halcones en argent–, aparecen en la portada de un libro en el alféizar de la ventana, delante del gato.

Dos poemas narrativos de Shakespeare, Venus y Adonis y La Violación de Lucrecia, están dedicados a Southampton, al que generalmente se identifica con el Fair Youth de 126 de sus Sonetos, si bien, más por costumbre que por documentación inequívoca.

Edición de 1609 de los Sonetos de Shakespeare.
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A modo de colofón
No se ha encontrado ningún documento escrito o firmado por Shakespeare, excepto su testamento, en el cual, enuncia sus bienes, entre los cuales no aparece ni un solo escrito o manuscrito de su creación. Sin embargo, sus obras siguieron apareciendo después de su muerte –18 originales en el First Folio de 1623–, y fueron presentadas como manuscritos encontrados. Todo ello indicaría, una vez más –o así lo entienden algunos investigadores–, que Marlowe seguía con vida, escribiendo y publicando bajo el nombre de William Shakespeare.
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El Soneto LXXIV de W. Shakespeare

Una investigación llevada a cabo por A.D. Wraight en su libro, La historia que cuentan los Sonetos, llega a la conclusión de que en realidad, también fue Christopher Marlowe el autor de los Sonetos, de los cuales, uno de los más interesantes es este, el 74, dado su carácter autobiográfico.

Los versos: when that fell arrest / Without all bail, no se refieren a ningún incidente conocido en la vida de Shakespeare, pero sí en la de Marlowe, muerto of a wretch's knife, en referencia a la daga de Ingram Frizer y, del mismo modo se pueden interpretar los términos relativos a su anterior arrest y bail; arresto y fianza.

                  Mantente sereno cuando el fatal arresto,
                  sin fianza alguna me lleve de aquí.
                  Mi vida conserva en estos versos algún valor,
                  que, como recuerdo, se quedará contigo.

                  Cuando vuelvas a verlo, volverás a ver,
                  que te consagré mi verdadero yo.
                  La tierra sólo puede contener tierra, su deuda,
                  Mi espíritu es tuyo, la mejor parte de mi

                  Así, sólo habrás perdido los residuos de la vida, 
                  la presa del gusano, cuando mi cuerpo muera.
                  La cobarde conquista de un cuchillo miserable,
                  Demasiado ruin, para ser recordado.

                  Lo único valioso, es lo que contenía
                  y eso es esto, y esto permanece contigo.

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William Shakespeare. Retrato Chandos. NPG, Londres 1856

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Fuente parcial:

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