jueves, 29 de octubre de 2015

Luis Cernuda evoca a Luis de Góngora


Luis de Góngora y Argote Córdoba,11.7.1561-23.5.1627
Velázquez. Fine Arts. Boston

Luis Cernuda. Sevilla, 21.11.1902–México, D.F., 5.11.1963

GÓNGORA

El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras [5]
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente, [10]
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.

Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía [15]
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro; [20]
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa, [25]
Dejándole la amarga, el desecho del paria.

Pero en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto. [30]
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son árbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte. [35]

Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan solo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.

Viva pues Góngora, puesto que así los otros [40]
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto [45]
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte [50]
Y a salvo puso su alma irreductible.
Como demonio arisco que ríe entre negruras.
Y a salvo puso su alma irreductible.
Como demonio arisco que ríe entre negruras.

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle [como hará con nosotros], [55]
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.

• • •

Cernuda evoca a un Góngora prematuramente envejecido, pero orgulloso y de palabra lúcida, que, pobre y harto de pedir mercedes, sólo sale por la noche para ocultar su miseria, y que finalmente decide volver a Córdoba para terminar allí su vida. Ya no espera nada, ni de la corte ni del vulgo -no menos estúpido-, ya que ambos glorifican a otros menos dignos que él, quien, a pesar de todo, mantiene la altura de su poesía.

Menéndez Pelayo ha decretado que Góngora no será poeta, pero tras él se impone su palabra, luminosa como una estrella. Han pasado los siglos y los descendientes de los que le insultaron se inclinan ante su nombre; ahora, porque en vida –gracias que ya está muerto–, no transigió jamás y con ello puso a salvo su alma.

Gracias a Dios por la paz del poeta, si vencido, exaltado, porque lo ha devuelto –como hará con nosotros–, termina diciendo Cernuda. Y en este paréntesis de su penúltimo verso, están quizá encerrados todos los sentimientos que en su propia vida despierta la resurrección de Góngora, a pesar de la ignorancia y el olvido.

Hay que dar la razón a Cernuda, pero sólo parcialmente, ya que su vida y la de Góngora, comparables en ciertos aspectos, no lo son en todo. Góngora sufrió el desarraigo y el rechazo de algunos autores, pero tuvo también la admiración de otros, entre ellos grandes músicos y no menos grandes poetas, algunos de los cuales se convirtieron en sus seguidores incondicionales. Otra cosa es la popularidad, y no parece que Góngora la buscara, porque de ser así, habría escrito de otra manera. Como decía Lope de Vega, él mismo podría escribir obras más elevadas, pero no lo hacía porque escribía por dinero, según declaración propia. Del mismo modo, Quevedo ofreció risas, trampas, peleas, engaños, fanfarronadas, etc., mientras que Góngora sólo creó orfebrería. 

Quevedo, no sólo descendió a lo escatológico, sino que levantó el estandarte de la carcajada y, personalmente, practicó el espionaje, odió a franceses y venecianos y no quiso a Santa Teresa por patrona, donde estuviera Santiago con su espada (la de Quevedo), como estaba mandado. Pero es que al mismo tiempo, él vivía del sistema y, por confesión propia sabemos cómo, haciéndose cómplice del duque de Osuna en sus exacciones italianas, se dedicó a sobornar a la corte entera, empezando por el insigne confesor real, Aliaga; El Padre Confesor está finísimo. Quevedo practicó todo esto y después lo contó como una bravuconada: “Ándase tras mi media corte, que aquí los más hombres se han vuelto putas”, desde que saben que vengo con dinero. Se trataba de comprar el cargo de Virrey para Osuna.

Desde su personal exilio, Cernuda comprende lo que posiblemente sufrió Góngora, tan vituperado por Quevedo, como hemos señalado repetidamente, no por cuestiones literarias, sino por diferencias de criterio; en el sentido de la época, en el que el término “criterio” abarcaría toda una forma de vida, de pensamiento; unos cánones, cuya alteración llevó a Góngora al rechazo, al insulto y a la ruina, si bien él mismo contribuyó a esta última, pero el hecho es que, a pesar de la necesidad, nunca cambió su forma de escribir; jamás transigió con su poesía.

Cernuda ve a un Góngora vituperado por el popular Quevedo –no es creíble que todo el mundo compartiera sus opiniones–, evidentemente, hay que repetirlo, no basadas en cuestiones literarias, que apenas se tocan. Por ejemplo, en lugar de “Cultista”, que sería el equivalente opuesto de “Conceptista”, Quevedo se adhiere a la expresión “Culterano”, ¿por qué? Porque el término tiene más similitud con “Luterano”, con el que fácilmente se deja caer el horror y el rechazo entre los lectores–oyentes: ¡Cuidado! no vaya a ser que nos esté colando herejías entre su rebuscado verbo, y las herejías son malignas, incluso por simple proximidad. Recordemos que cuando Felipe II mandó a Isabel de Valois a visitar a su madre, Catalina de Médicis, le dijo a uno de sus emisarios, que no permitiera que ningún hereje se aproximara a un metro de su esposa.

Nosotros, decía Quevedo, no hablamos de “rosas y vergeles”, hablamos de “berzas y repollos”, y con ello ofrece carnaza a un público con el que él mismo, como “Señor” que era, ni siquiera se rozaba.

En todo caso, no hay que olvidar que Góngora ya tenía un nombre cuando llegó Quevedo con sus provocaciones –insisto, no de carácter literario–: “judío”, que no comes tocino. Podríamos preguntarnos si se habría comportado así Quevedo con un Villamediana, igual o mejor espadachín que él; Góngora no era ni espadachín, ni bebedor ni peleón callejero.

Quieres poner los dedos en mi bolsa, antes que ponerlos en tu lira–, dice Quevedo.

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos. 

Y además eres un gran bebedor; ¡Quebebo!-, responde don Luis.
–Y tú eres homosexual, que “un bujarrón te conociera”, y, además, judío–, ataca Quevedo, cada vez más hundido en el tópico; haciendo evidente que no dispone de reproches más apropiados, ni mucho menos, literarios–. Además eres un hombre pegado a una nariz y he usado los pliegos de tus versos para mis “mojones”. (Elegante).
–Préstale tus ojos –ésos que no han visto el griego–, a mi ojo ciego, y después entenderás mis gregüescos. (A la altura).
–¡Vamos!, dame una rima consonante para “polvo”.
–No la tengo –responde Góngora–, pero: “Ego te absolvo”.

Es evidente que si Góngora se lo hubiera propuesto, podría haber sido tan “conceptista” como Quevedo; ¿Sería posible para Quevedo escribir tan "culterano" como Góngora, para quien, de acuerdo con otra perla de su oponente, “los pedos son sirenas”?

Salcedo Coronel –Obras de Don Luis de Góngora, 1645–, calla el nombre de Quevedo a quien evidentemente, se refiere así: Burla en este soneto don Luis de uno de los más ilustres ingenios que tiene España, así en la profesión de la poesía, como en otros estudios, en que es al juicio de propios y extraños eruditísimo, pero nada amigo de nuestro poeta, y así pudo más en don Luis el enojo que el conocimiento, si bien presumo que ninguno le conocía tan bien.

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Sin embargo, el infortunio que, en ciertos aspectos comparte Cernuda, no implica que Góngora no tuviera admiradores o seguidores, que los tuvo y, además muy notables. Los compositores, Diego Gómez, Gabriel Díaz y Claudio de la Sablonara, le pidieron licencia para poner música a algunos de sus poemas.

Claudio de la Sablonara: Colección de Canciones, Romances, Seguidillas castellanas, puestas en  música a dos, tres y a cuatro por los maestres Miguel de Arizo, Juan Blas, Capitán, Gabriel Díaz, Diego Gómez, Manuel Machado, Palomares, Pujol, Alvaro de los Ríos, Juan de Torres, dedicada a Don Wolfango Guillelmo Conde Palatino y Duque de Neuburg. 1600–1653. BSB Cod. hisp. 2, Textus cum notis musicis, Madrid, zwischen 1624 und 1633 [BSB–Hss Cod. hisp. 2] (De la Biblioteca de Antonio Paz y Meliá).


El Cancionero de Múnich, es un manuscrito musical compilado en España, de enorme valor histórico y artístico, que contiene canciones polifónicas españolas y portuguesas de principios del siglo XVII. Sablonara fue músico y copista principal de la Capilla Real española. Su recopilación fue hecha para Wolfgang Wilhelm, Conde de Neuburg y Duque de Baviera, a quien se le ofreció durante su estancia en la corte de Felipe IV en Madrid, entre los años 1624-25. Contiene 75 canciones o tonos, todas polifónicas, 32 para cuatro voces, 31 para tres y 12 para dos voces.
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En el mundo estrictamente literario, si Góngora tuvo pocos admiradores, los tuvo exquisitos:

Anthony Van Dyck. 1624 Pinakothek, Múnich

Juan de Jáuregui –posible retratado arriba– era contrario a Góngora en un principio, pero después se pasó a sus filas.

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Tras la soledad que dejó a sus espaldas en la corte, probablemente, sin la labor renovadora de los poetas que compusieron la llamada Generación del 27, no habríamos podido conocer a Góngora tal como lo apreciamos hoy. Se trata de una larga nómina de escritores, esencialmente poetas, entre los cuales, se encuentra Luis Cernuda, quien, justo es decirlo, parece más centrado en la circunstancia vital de poeta del Siglo de Oro, que por su obra propiamente dicha, del mismo modo que afrontó el superrealismo: El superrealismo no fue sólo, según creo, una moda literaria, sino además algo muy distinto: una corriente espiritual de la juventud de una época, ante la cual yo no pude, ni quise, permanecer indiferente. Y añadió Octavio Paz: Cernuda fue el primero, y casi el único, que comprendió e hizo suya la verdadera significación del surrealismo como movimiento de liberación –no del verso sino de la conciencia–: el último gran sacudimiento espiritual de Occidente.

Luis Cernuda se aproximó a Góngora adhiriéndose al homenaje que los poetas de su generación rindieron al poeta en 1927; quienes admiraban en él, como afirmó Quirarte, la solidez de las imágenes, la búsqueda de un lenguaje absolutamente poético –sin que esto signifique ‘pureza’–, su capacidad para plasmar en la metáfora hasta las realidades más nimias del mundo circundante.

También hay que decir que muchos de los componentes de este grupo, heterogéneo por excelencia, pronto abandonaron el mundo de Góngora. Cernuda, por su parte, se alejó de ellos, como muestra su obra Donde habite el olvido, adhiriéndose a la trayectoria de la poesía inglesa romántica desde su exilio americano, pero sin abandonar nunca del todo a Góngora, quien vuelve a su pensamiento con cierta regularidad. El poema dedicado a su persona, que es la base de este trabajo, apareció en Como quien espera el alba, un poemario escrito entre 1941–44, cuando Cernuda vivía en Glasgow, casi catorce años después del homenaje de los poetas del 27, la mayor parte de los cuales ya estaban lejos de Góngora y de Cernuda. No así él mismo quien escribió por entonces: Góngora hace de la lengua escrita algo tan espléndido y deslumbrante como una joya. Si bien para entonces, ya no se encuentra tan próximo a la obra, como a la persona, a quien además, pone por testigo de los errores en que puede incurrir, no sólo la crítica, sino los mismos poetas.

Pero los españoles no quieren nada con la tradición. Y si a veces parece que son fieles a ella no es sino para mejor anonadarla luego, para mejor destrozar y pisotear cuanto ella representa. Aquí aludo a esas fuerzas sempiternas de incomprensión y barbarie que tantos españoles pretenden siempre apoyar en la tradición.

Tras el recordatorio del 27, la obra de Góngora volvió al olvido: el poeta era ya tradición gloriosa, pero otra vez se le pone en duda y se le regatea no ésta o la otra cualidad de escasa importancia, sino nada menos que la esencia misma de su gloria: su condición de poeta.

En consecuencia, el poeta del siglo XX trata de “aguachirle” a sus detractores, emulando a Góngora, que había empleado el término dedicándolo a sus feroces críticos y a Lope de Vega en particular: Patos de la aguachirle castellana.

Ciertamente, Góngora sostuvo un combate verbal también con Lope de Vega, mucho menos popular que el que tuvo con Quevedo, pero no por ello menos interesante. Escribió Góngora, al leer La Dragontea, que Lope se dejaba llevar por ciertos desbordamientos verbales:

                  Señor, aquel Dragón de inglés veneno,
                  criado entre las flores de la Vega
                  más fértil que el dorado Tajo riega,
                  vino a mis manos: púselo en mi seno.
                  Para ruido de tan grande trueno
                  es relámpago chico: no me ciega.
                  Soberbias velas alza: mal navega.
                  Potro es gallardo, pero va sin freno.
                  La musa castellana bien la emplea
                  en tiernos, dulces, músicos papeles,
                  como en pañales niña que gorjea.
                  ¡Oh planeta gentil, del mundo Apeles,
                  rompe mis ocios, porque el mundo vea
                  que el Betis sabe usar de tus pinceles!

Y Lope respondió:

         Conjúrote, demonio culterano,
         que salgas deste mozo miserable
         que apenas sabe hablar, ¡caso notable!,
         y ya presume de Anfïón tebano.
         Por la lira de Apolo soberano
         te conjuro, cultero inexorable,
         que le des libertad para que hable
         en su nativo idioma castellano.
         -¿Por qué me torques bárbara tan mente?
         ¿Qué cultiborra y brindalín tabaco
         caractiquizan toda intonsa frente?
         -Habla cristiano, perro. -Soy polaco.
         -Tenedle, que se va. -No me ates, tente,
         suéltame. -Aquí de Apolo. -Aquí de Baco.

–Góngora:

                  Dicen que ha hecho Lopico
                  contra mi versos adversos;
                  mas si yo vuelvo mi pico,
                  con el pico de mis versos
                  a este Lopico lo-pico.

–Lope:

         ¡Oh palabra de Dios, cuánta ventaja
         Hicieron con sus puras elocuencias
         Herreras, Delgadillos y Florencias
         a la cultura que tu nombre ultraja!
         Ya no eres fuego que del cielo baja,
         Mas hielo a nuestras almas y conciencias,
         Después que metafóricas violencias
         Te venden como nieve envuelta en paja.
         ¿Quién dijera que Góngora y Elías
         Al púlpito subieran como hermanos
         Y predicaran bárbaras poesías?
         ¡Dejad, oh padres, los conceptos vanos!
         Que Dios no ha menester filaterías,
         Sino celo en la voz, fuego en las manos.

Y Góngora vuelve:

                  Patos de la aguachirle castellana,
                  que de su rudo origen fácil riega,
                  y tal vez dulce inunda nuestra Vega,
                  con razón Vega por lo siempre llana:
                  pisad graznando la corriente cana
                  del antiguo idïoma y, turba lega,
                  las ondas acusad, cuantas os niega
                  ático estilo, erudición romana.
                  Los cisnes venerad cultos, no aquellos
                  que escuchan su canoro fin los ríos;
                  aquellos sí, que de su docta espuma
                  vistió Aganipe. ¿Huís? ¿No queréis vellos,
                  palustres aves? Vuestra vulgar pluma
                  no borre, no, más charcos. ¡Zabullíos!

Lope replica:

         Pululando de culto, Claudio amigo,
         minotaurista soy desde mañana;
         derelinquo la frasi castellana,
         vayan las Solitúdines conmigo.

         Por precursora, desde hoy más me obligo
         al aurora llamar Bautista o Juana,
         chamelote la mar, la ronca rana
         mosca del agua, y sarna de oro al trigo.

         Mal afecto de mí, con tedio y murrio,
         cáligas diré ya, que no griguiescos
         como en el tiempo del pastor Bandurrio.

         Estos versos, ¿son turcos o tudescos?
         Tú, Letor Garibay, si eres bamburrio,
         apláudelos, que son cultidiablescos.

Y, finalmente, Lope parece ceder; no es Góngora el malo, sino sus seguidores:

         Claro cisne del Betis que, sonoro
         y grave, ennobleciste el instrumento
         más dulce, que ilustró músico acento,
         bañando en ámbar puro el arco de oro,

         a ti lira, a ti el castalio coro
         debe su honor, su fama y su ornamento,
         único al siglo y a la envidia exento,
         vencida, si no muda, en tu decoro.

         Los que por tu defensa escriben sumas,
         propias ostentaciones solicitan,
         dando a tu inmenso mar viles espumas.

         Los ícaros defienda, que te imitan,
         que como acercan a tu sol las plumas
         de tu divina luz se precipitan.

Y se lamenta, al conocer su muerte:

                  Despierta, oh Betis, la dormida plata,
                  y coronado de ciprés, inunda
                  la docta patria, en Sénecas fecunda,
                  todo el cristal en lágrimas desata.

                  Repite soledades, y dilata,
                  por campos de dolor, vena profunda,
                  única luz, que no dejó segunda;
                  al polifemo ingenio Atropos mata.

                  Góngora ya la parte restituye
                  mortal al tiempo, ya la culta lira
                  en cláusula final la voz incluye.

                  Ya muere y vive; que esta sacra pira
                  tan inmortal honor le constituye,
                  que nace fénix donde cisne expira.

La identificación de Cernuda con Góngora frente a enemigos–rivales–oponentes, se revela y se extrema en los siguientes versos:

Pero en la poesía encontró siempre, no tan solo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio.

Para él la tradición es: hermosa palabra, vasta iluminación, y obra divina, a pesar de lo cual, en su actualidad, ha perdido vigencia y valor para la crítica y otros poetas, algo que nunca será óbice para que el verdadero poeta afronte con su obra un mundo hostil sin causa justa. El prejuicio forma parte de la tradición y el poeta no tiene más salida que emprender el camino del exilio abrigado por su propia estima.

Así lo entiende Derek Harris, en La poesía de Luis Cernuda, de 1992:

Góngora se retira del mundo para mantener la fe en sí mismo y para cumplirse en la poesía de una manera que le es negada en el mundo. Este retiro al jardín escondido es por lo tanto una acción positiva, no una evasión sino una autoafirmación, aunque ésta se efectúe de un modo esencialmente vicario. Cernuda también, en su soledad, preserva celosamente su integridad y utiliza la poesía como un medio para llegar a una existencia libre. La poesía, para él, como para su Góngora, es una salvación pero una salvación hallada dentro de sí mismo.

Cernuda termina un fervoroso comentario sobre Góngora lanzando una pregunta quasi retórica: ¿Quién escribe hoy que no sea besando las huellas de Góngora, o quién ha escrito verso en España, después que esta antorcha se encendió, que no haya sido mirando su luz? 

Se diría que Cernuda, una vez metido en la piel del injusto rechazo, intenta reconstruir la figura de un Góngora genial e imprescindible, que en su tiempo, otros autores rechazaron públicamente, precisamente, porque reconocían su enorme valor y su inmensa capacidad poética, ya que de otro modo, no habrían afilado tanto sus cuchillos. 

A pesar de ello, en el poema A un poeta futuro, también incluido en Como quien espera el alba, parece afirmar Cernuda el colofón de sus principios:

      No conozco a los hombres. Años llevo
      De buscarles y huirles, sin remedio.
      ¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
      Demasiado? …

      Muertos en la leyenda les comprendo
      Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,
      Fortalecido, amigo, solitario,..

      No me cuido de ser desconocido
      En medio de estos cuerpos casi contemporáneos,

      Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo
      Que otros ojos compartan lo que miran los míos…

      Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
      Bajo sus clasificaciones y sus fechas,
      Disgusto a unos por frío y a los otros por raro.

      Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
      Para que mi palabra no se muera
      Silenciosa conmigo, y vaya como un eco
      A ti, como tormenta que ha pasado.

      Tú no conocerás cómo domo mi miedo
      Para hacer de mi voz mi valentía
      Dando al olvido inútiles desastres.

      Cuando en días venideros, libre el hombre
      del mundo primitivo a que hemos vuelto
                                                    lleve el destino
      Tu mano hacia el volumen donde yazcan
      Olvidados mis versos, y los abras,
      Yo sé que sentirás mi voz llegarte,

                                  Escúchame y comprende.
      En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
      Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
      Tendrán razón al fin, y habré vivido. 

Tal fue el deseo del poeta que abrió el libro de Góngora y espera que nosotros abramos el suyo.

Y la imagen que sigue es, precisamente, ese Libro de Góngora, en el invaluable Manuscrito Chacón, que se hizo para el Conde Duque de Olivares. Nunca sabremos si el Valido escuchó y comprendió al nunca bien escuchado y comprendido Luis de Góngora y Argote.


El manuscrito, sólo conocido en tiempos recientes, se conserva en la Biblioteca Nacional, en Madrid. Es obra de Antonio Chacón y Ponce de León, que se propuso reunir, aunque no completa, la mayor parte de la obra de Góngora, quien a su vez ayudó al recopilador, aportando fechas y detalles de infinito valor para su comprensión. Comenzado el trabajo en 1621, no concluyó hasta 1628, apareciendo en tres volúmenes que podríamos calificar de joya única, tanto por contener la obra del insigne Góngora, como por su propia elaboración y presentación, de carácter sumamente original.

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Media hora antes de la oración, el día 23 de mayo de 1627, a los 65 años, moría en Córdoba, el racionero don Luis de Góngora y Argote. Había perdido la memoria y seguramente era muy pobre, habiendo sido admirado y denostado por encima de las medidas habituales.

Afortunadamente, Velázquez lo había retratado, casi por casualidad, durante una visita a Madrid, del pintor, en 1622. En 1626 Góngora había sufrido una apoplejía, pero mejoró momentáneamente y pudo volver a Córdoba, donde murió el año siguiente.

Fue enterrado en la capilla de San Bartolomé de la Catedral de su ciudad, donde sus restos permanecen hasta la fecha.

Góngora no llegó a ver editada su obra, que se había difundido sólo en copias a mano, pero el mismo año de su muerte aparecieron buenas recopilaciones de su poesía, entre las que destaca notablemente el citado Manuscrito Chacón

En 1927, con ocasión de su tercer centenario y gracias al homenaje promovido por José María Romero Martínez, los poetas del 27 recuperaron su memoria. 


336 años después, tras publicar en México Desolación de la Quimera, Cernuda impartió un curso en Los Ángeles y el 5 de noviembre de 1963 falleció en la Ciudad de México, donde poco después sería enterrado en la sección española del Panteón Jardín.
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martes, 20 de octubre de 2015

UGOLINO della Gheradesca en el Infierno de DANTE


Il conte Ugolino - Diotti Giuseppe (1779-1846)

La imagen anterior sugiere, sin duda, una situación adversa, aunque no fácilmente comprensible, si observamos el gesto de aparente entereza que muestra el personaje central, frente al de dolor y quizá súplica que muestran los dos jóvenes y la situación de muerte o desmayo de los dos niños. ¿Qué está sucediendo verdaderamente en esta excelente pintura?

Se trata de una situación terriblemente dramática, absolutamente dolorosa y cruelmente inhumana.

Ugolino della Gherardesca, había nacido hacia 1220. Era Conde de Donoratico, y comandante de la marina de la ciudad de Pisa. Era asimismo jefe de la poderosa familia della Gherardesca, y líder y representante del partido Gibelino, es decir, el de aquellos que apoyaban al imperio frente al poder del Pontífice romano. 

Sin embargo, Ugolino había casado a su hermana con el Güelfo Giovanni Visconti. Teniendo en cuenta que los Güelfos eran los que apoyaban al Papa frente al poder del Imperio, Ugolino, se convirtió en un hombre sospechoso ante su propio partido, surgiendo, sin embargo de aquella situación la guerra sin cuartel entre él y Visconti desde 1271 hasta 1274, fecha en que ambos fueron  condenados al exilio. Visconti murió, pero Ugolino se alió con los güelfos, que derrotaron a Pisa en la batalla de Asciano, en 1275, tras la cual se alcanzó un acuerdo de paz y Ugolino volvió a la ciudad. La tranquilidad duró poco; en realidad se trataba de cambiar el poder alemán por el francés, representado por la figura de Charles d’Anjou, protegido por el pontífice y las ciudades cambiaban de bando con relativa frecuencia, dependiendo de los líderes y los intereses de cada momento.

Ugolino volvió pues, a residir en Pisa, en calidad de vencedor, hasta que Pisa y Génova entraron en guerra. Ugolino se hizo cargo de la flota de su ciudad, con la que desapareció, sin que se sepa bien por qué, dejando a la ciudad indefensa por mar, y abocada a una derrota que no tardó en producirse, en la batalla de Meloria, el 6 de agosto de 1284.

Florencia y Lucca atacaron entonces a Pisa, pero Ugolino, estableció varios pactos con ambas ciudades, a cambio de entregarles diversos castillos. No quiso, en cambio hacer las paces con Génova, para evitar la liberación de algunos gibelinos, distinguidos enemigos suyos, que no deseaba que volvieran.

Se disponía ya Ugolino a ejercer el poder absoluto, cuando se produjeron serios enfrentamientos con su sobrino Nino Visconti, un hijo de Giovanni, que minaron su posición permitiendo al mismo tiempo que aumentaran las posibilidades del obispo Ruggieri degli Ubaldini, que vio próximo su acceso al poder, tras convertirse en el jefe de los gibelinos. Fue Ubaldini efectivamente nombrado a su vez Capitano del Popolo y Podestá, quien procedió inmediatamente, a obligar a los dos contendientes, Ugolino y Visconti, a abandonar la ciudad. 

Al parecer, más tarde, Ruggieri, permitiría el regreso de Ugolino, ofreciéndole compartir el gobierno, pero sólo si se presentaba en la ciudad sin su ejército, algo que Ugolino se negó a aceptar, dedicándose a partir de entonces, a esperar una buena oportunidad para entrar en Pisa con sus compañías armadas.

Ruggieri decidió enfrentarse a él, tras acusarlo de traición y, después de algunas escaramuzas, terminó haciéndolo prisionero en julio de 1288, pero para entonces, sus deseos de venganza habían crecido hasta el infinito, y, no conforme con el arresto de su rival, detuvo a sus hijos Gaddo y Uguccione y a sus nietos, Nino y Anselmuccio, a todos los cuales mandó encerrar, a cal y canto, en la Torre de Muda.

De hecho, tras la derrota de Meloria, la potencia marítima de Pisa, se había debilitado para siempre, pero el conde recobró el poder con el apoyo del pueblo. Sin embargo, se produjo una reacción aristocrática capitaneada por el arzobispo Ruggieri degli Ubaldini, quien después de derrocar a Ugolino, lo encerró en la Torre dei Gualandi o de Muda hasta su muerte por hambre. Dicha Torre, que era regularmente visitada por las águilas  durante la época de la muda, fue llamada desde entonces Torre della Fame; Torre del Hambre.

Posiblemente, desatendiendo las órdenes del arzobispo, los prisioneros recibían auxilio de alguna manera que él no fue capaz de impedir, pero a partir de entonces, -ya llevaban siete meses de encierro-, decidió dejarlos morir de hambre, a cuyo efecto, se dice que mandó cerrar la celda y arrojar la llave al Arno. Ugolino resistió dos meses más, y murió en marzo de 1289, no sin antes haber pasado por la inhumana experiencia de ver morir de inanición a sus hijos y nietos. Ugolino tendría entonces unos setenta años; sus hijos estarían en torno a los cincuenta y los nietos, más o menos, en los veinte.

Torre de Gualandi, Muda, o Torre della Fame. 
Giovanni Paolo Lasinio, grabado de 1865

La crónica de tamaña atrocidad, que denigra la trayectoria de la historia de Occidente, fue cuidadosamente olvidada, junto con otras crueldades semejantes, producidas en aquellos enfrentamientos, en parte civiles, en parte religiosos –si se pueden llamar así, a causa de la intervención de los pontífices-, pero no lo fue tanto que, otro gibelino, Dante Alighieri, le dejara dormir el sueño eterno. En 1304 empezó a redactar la Divina Comedia y, optó por contar la terrible muerte de Ugolino, a quien en la ficción, dijo haber encontrado durante su viaje, en el noveno círculo del Infierno

Andrea Pierini, Dante legge la Divina Commedia alla corte di Guido Novello, 1850. Óleo. Palazzo Pitti-Galleria D'Arte Moderna, Firenze

Después de transcribir la supuesta conversación mantenida con el traidor, que veremos más adelante, Dante escribe con cierta ambigüedad:

Poscia, più che 'l dolor, poté 'l digiuno
Después, más que el dolor, pudo el ayuno.
(v. 75)

Es evidente, que el personaje se refiere a la causa de su propia muerte, por inanición, que tuvo más poder para acabar con su vida, que el insoportable dolor producido por la sucesiva pérdida de los suyos. Sin embargo, se quiso creer que Dante hablaba de antropofagia, algo que no tenía más sentido que el de denigrar a Ugolino –recordemos que Dante, como gibelino, también se sentía traicionado-. En todo caso, su relato pasó a la Historia quasi como versión oficial de los hechos, a pesar de que el conjunto de sus versos no parece incidir en semejante interpretación, ya que acusa al obispo de haberse ensañado con Ugolino y sus descendientes, lo cual se debió, sin duda, al intento de eludir una futura venganza. Dante entiende que, al igual que Ugolino, el arzobispo vengativo también está en el Inferno.

                                     Porque si el conde Ugolino tenía fama
                                     de haber hecho traición con los castillos,
                                     no debías tú a los hijos poner en tal cruz.

                                     Che se ’l conte Ugolino aveva voce
                                     d’aver tradita te de le castella,
                                     non dovei tu i figliuoi porre a tal croce.
(vv. 85-87)

Ya en el siglo XXI, entre los años 2001 y 2003, un equipo de investigadores de la Universidad de Pisa, dirigidos por el arqueólogo Francesco Mallegni, procedió a estudiar los restos hallados en la Torre y sepultados en la iglesia de San Francisco, de Pisa. Tras un análisis exhaustivo de los fragmentos óseos, el equipo concluyó de forma rotunda, que la oscura interpretación extendida a partir de los versos de Dante, nunca se había producido. Los restos analizados no revelaban signos de antropofagia. Han sido necesarios más de 700 años para esclarecer la historia de una venganza de las más crueles que puede alcanzar la imaginación.

Quedaba pues, la terrible muerte de Ugolino, en una venganza ciega e inhumana, en todo caso, cruel por encima de la justicia que podría haber optado por la pena de muerte del conde, con carácter inmediato, en lugar de la inconcebible tortura de hacerle morir lentamente, y, acaso, ver morir a sus hijos y nietos ante su mirada impotente. Sin duda durante aquel encierro, se producirían hechos dolorosísimos, parecidos a los que el propio Dante relata en sus versos.

Torre della Fame (del Hambre) a la derecha, unida al edificio contiguo por la Torre del Reloj, del siglo XVII. Pisa.

Una placa recuerda hoy la triste presencia de Ugolino en la torre.

La Torre se encontraba en la entonces llamada Piazza delle Sette Vie, hoy, Piazza dei Cavalieri di Santo Stefano, unida al Palazzo dell'Orologio, y rediseñada por Vasari. Es en su ala derecha donde aparece la placa que recuerda el terrible episodio que la hizo famosa. El ala izquierda, era el Palazzo del Capitano del Popolo –se aprecia una notable diferencia entre una de sus ventanas, aún de la época, y las de la torre-prisión. El reloj y, seguramente el campanario son ya de bien avanzado el siglo XIX.

***

Rafael Flores, Dante y Virgilio visitando el Infierno. Óleo, 1855,Museo nacional de arte, Ciudad de México

DIVINA COMEDIA XXXII–XXXIII 

Ove tratta di quelli che tradirono coloro che in loro tutto si fidavano, e coloro da cui erano stati promossi a dignità e grande stato; e riprende qui i Pisani e i Genovesi.

Donde trata de aquellos que traicionaron a los que confiaron en todo en él, y los que le habían ascendido a dignidad y gran estado; y reanuda aquí los Pisanos y los Genoveses. 

En este círculo, los condenados no quieren ser recordados, optando por ocultar el hecho de ser culpables de pecados horribles. Entre ellos, Ugolino della Gherardesca cuenta su historia, pero lo hace para denunciar la crueldad de su enemigo, el Arzobispo Ruggieri.

Dante incontra il Conte Ugolino. Giovanni Stradano

El conde Ugolino y el arzobispo Ruggieri – Canto XXXII, vv. 124-139

Dante distingue  a dos traidores juntos, uno de los cuales hace de sombrero  en a la cabeza del otro: y así como se come el pan por hambre, así él le mordía la nuca, no menos de como hizo Tideo –Rey de Tebas, citado por Estacio, con las sienes de Menalippo, por despecho.

Il conte Ugolino rosicchia il cranio dell'Arcivescovo Ruggeri. Gustavo Dorè

Dante pregunta solemnemente al que brutalmente comía del otro, quien es, y por qué lo hace, añadiendo que si es por odio, él mismo asegura que podrá, conociéndolos a ellos y sus pecados, defenderlos ante el mundo, compensándolos, aunque se le secara la garganta.

Se trata, como sabemos, del Conde Ugolino della Gherardesca y del Arzobispo Ruggieri, cuya historia es magistralmente contada en el canto siguiente, del cual, el presente, es sólo la introducción.

                             …Vi a dos en un hoyo congelados
                             de forma que la cabeza del uno era del otro sombrero;
                             y como el pan por el hambre se devora,
                             así el de arriba al otro le clavaba los dientes
                             por donde el cerebro se une con la nuca:
                             no de otra forma así mordió Tideo
                             las sienes de Menalipo por despecho,
                             como lo hacía aquél con el cráneo y otras cosas.

                             ¡Oh tú que muestras por tan bestial seña,
                             odio por aquel que así te comes,
                             dime por qué –dije yo–, y por ello convengo,
                             que si tú con razón de él te quejas
                             sabiendo quienes sois y su pecado,
                             yo te desquitaré en el supremo mundo
                             si no se seca aquella con la que hablo.

Inferno. Canto trentatreesimo. Infierno. Canto Trigésimo Tercero:

Ugolino con i figli e i nipoti nella torre della fame. Francesco Scaramuzza

            –No sé quién eres tú ni de qué modo
            has venido aquí abajo; pero florentino
            me pareces verdaderamente cuando te oigo.

            –Debes saber que yo fui el conde Ugolino
            y que éste es el arzobispo Ruggieri;
            ahora te diré por qué estoy tan unido a él.

            Decir, que por efecto de sus malos pensamientos,
            fiándome de él, fui preso (*)
            y después muerto, no, no es un misterio;

(*) Al parecer, Dante creía que Ruggieri convenció a Ugolino de que regresara a Pisa con la intención de llegar a un acuerdo, pero en realidad, lo citó para prenderlo.

            pero de aquello que no pudo ser visto,
            es decir lo cruel que fue mi muerte,
            oirás, y sabrás si me ha ofendido.

                  Un reducido hueco dentro de la Muda,
                  la cual, por mí, se titula hoy del hambre,
                  y que aún será de otros lugar de encierro,

                  me había mostrado ya por una abertura
                  muchas lunas, cuando tuve el mal sueño
                  que del futuro me descorrió el velo.

                  Lo veía como como maestro y dueño,
                  cazando lobos y lobeznos en el monte,
                  por el que los pisanos no pueden ver Lucca.

                  Con perras flacas, astutas y amaestradas,
                  a los Gualandi con Sismondi y con Lanfranchi,
                  había puesto al frente de la hueste.

                  Tras breve persecución, me parecieron cansados
                  el padre y los hijos, y con agudos colmillos
                  me parecía que les herían los flancos.

                  Despertando antes de la aurora,
                  oí llorar entre sueños a mis hijitos
                  que estaban conmigo, y me pedían pan.

                  Serías bien cruel, si ya no te dueles
                  pensando en lo que mi corazón anunciaba;
                  y si no lloras por esto ¿por qué sueles llorar?

                  Ya estaban despiertos, y la hora se acercaba
                  de la comida que nos solían traer,
                  y por su sueño cada uno dudaba;

                  oí entonces que de abajo clavaban
                  la puerta de la horrible torre; y me volví
                  al rostro de mis hijos sin decir nada.

                  Yo no lloraba, por dentro era de piedra;
                  lloraban ellos; y mi pequeño Anselmo
                  dijo: ‘¿Qué miras, padre, que tienes?’

                  Mas no lloré ni respondí
                  en todo el día y en la siguiente noche,
                  hasta que un nuevo Sol salió en el mundo.

                  Cuando un rayo de luz se infiltró
                  en la dolorosa celda, percibí
                  en sus cuatro rostros mí mismo aspecto,

                  las manos me mordí de dolor; (*)
                  y ellos, creyendo que lo hacía obligado
                  por el hambre, súbitamente se levantaron

(*) Ambo le man per lo dolor mi morsi.

                  y dijeron: Padre, menor será nuestro dolor
                  si nos comes: tú nos vestiste
                  esta mísera carne, tómala ahora.

                  Me aquieté entonces por no entristecerlos más;
                  un día y otro permanecimos todos mudos,
                  ¡Ay, dura tierra! ¿Por qué no te abriste?

                  Cuando llegó el cuarto día
                  Gaddo se arrojó tendido a mis pies
                  diciendo: ‘Padre mío, ¿por qué no me ayudas? (*)

(*) Padre mio, che non m'aiuti? quivi mori'... Gustavo Dorè

                  Y allí murió; y así como tú me ves,
                  vi yo caer a los tres uno a uno
                  en el quinto y el sexto día; cuando yo,

                  ya ciego, me puse a tantear a cada uno
                  y dos días más los llamé, después de muertos.
                  Después, más que el dolor, pudo el ayuno.

* * *
                  Cuando dejó de hablar, con ojos torvos,
                  retomó el mísero cráneo con los dientes,
                  que llegaron al hueso, fuertes como de un perro.

                  ¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
                  de aquel bello país donde el sí suena,
                  pues tus vecinos son para castigarte lentos,

                  muévase la Capraia y la Gorgona,
                  y hagan un dique al Arno en sus fauces,
                  y que sus aguas aneguen en ti a todo el mundo! (*)

                  Porque si el conde Ugolino tenía fama
                  de haberte hecho traición con los castillos,
                  no debías tú a los hijos poner en tal cruz. (**)

                  Inocentes los hacía la edad nueva
                  ¡nueva Tebas! a Uguiccione y al Brigata (Nino)
                  y a los otros dos que en este canto se nombran. (***)

(*) Dante lanza una violenta invectiva contra la ciudad de Pisa, el hogar de Ugolino, a la que define como la vergüenza de todos los pueblos de Italia y, puesto que las ciudades vecinas no se deciden a castigarla, él desea que las islas de Capraia y Gorgona se desplacen y cierren la boca del Arno, ahogando a todos sus habitantes. 

(**) Cree sin embargo, que, si bien Ugolino era castigado por haber entregado los castillos, sus hijos y nietos eran inocentes y no deberían haber sido enviados a la muerte con él. 

(***) Pisa ha cometido con ellos un delito que la semeja a la antigua Tebas.

Ugolino. Jean-Baptiste Carpeaux. Bronce, 195,6 cm. de altura y 2.250 kilos de peso. 1862. Orsay, París.

Jean–Baptiste Carpeaux se inspiró en la terrible escena interpretada por Dante en el Canto XXXIII de su Divina Comedia, que reinterpretó a su vez de forma genial. Realizó este grupo escultórico entre 1857 y 1861 excediendo ampliamente los límites temporales de su contrato en la villa Médicis; 1856-1859. Tampoco guardó las reglas académicas con respecto al número de personas que debían componer la escultura, ni el proyecto de basarse en algún asunto bíblico o de la Historia Antigua, sino que, absorbido por el drama, decidió expresar las pasiones más violentas asociándoles la ternura más delicada, como explicó en carta a un amigo y, con tal predisposición, logró reflejar el dolor y la insoportable angustia del padre, no sólo en su rostro, sino también en la tensión de los pies y en todos los músculos del personaje. 


Para ello, Carpeaux había observado con profunda atención el Laocoonte de Miguel Ángel, obra maestra en la que el personaje se halla en una situación tan desesperada e impotente como la de Ugolino.



Del mismo modo, observó la trágica escena de La balsa de Medusa

La balsa de la Medusa –Le Radeau de la Méduse–,  Théodore Géricault. 1818 y 1819.

La pintura, en gran formato –491 cm × 716 cm–, representa el naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, que encalló frente a Mauritania en 1816, y en la que 147 hombres intentaron hallar la salvación, que finalmente, sólo alcanzaron quince, después de pasar trece días a la deriva. Los supervivientes soportaron hambre y deshidratación extremos, que los llevaron al canibalismo y a la locura. La tragedia, producida poco después de la restauración, se convirtió en un escándalo con eco internacional.

Carpeaux, discípulo de François Rude, creó su obra durante el Imperio de Napoleón III, un momento que le permitió abandonar el academicismo e implantar un nuevo estilo, libre de condicionamientos previos. Su interpretación de Ugolino, procede indudablemente de su admiración y profundo estudio de Miguel Ángel. Del mismo modo, el gran Rodin se inspiraría en el Ugolino de Carpeaux para crear el Pensador.


Carpaux participó en la creación de obras de arte que, como obras públicas, estaban destinadas a mostrar la grandeza de Napoleón III, como es la ornamentación de la Flora del Louvre y en la Ópera de París.


La Danza, de 1869, es uno de los cuatro grupos escultóricos: El drama lírico, La música instrumental, y La armonía, que decoran la fachada principal de la Ópera de París, en este caso, un grupo de ninfas baila en torno al genio de la música. 

A pesar del apoyo oficial, La Danza fue objeto de ataques –se lanzaron contra ella frascos de tinta-, por considerarse sus desnudos como una ofensa a la decencia. 

La carrera de Carpeaux, fue breve e intensa, siempre seguida por el éxito. Nació en 1827 y murió prematuramente en 1875, a los 48 años. Fue un escultor cargado de emoción y marcó con su sello toda la escultura posterior.

Sus esculturas parecen capturar la carne y la sangre en la piedra. La crítica habla frecuentemente de la oscuridad y desesperación de su vida; enfermizo, depresivo y con muy violentos cambios de humor, se sabe que se comportaba de forma terriblemente cruel con su esposa Amélie, de quien, no obstante, realizó conmovedores retratos.

Era compulsivo, indignante, un más que difícil esposo, un padre amoroso... Carpeux provoca lágrimas y sonrisas, pero sus obras también te hacen sentir que conocía mejor que nadie a sus modelos, hasta cada corpúsculo de ellos. (Draper).

Fue tutor de arte del hijo de Napoleón III y su esposa Eugenia, cuya imagen esculpió a los ocho años junto a su perro Nerón, y que murió de forma terrible, a manos de los zulúes en Sudáfrica en 1879. Esta imagen se reprodujo hasta la saciedad, desde las cerámicas de Sèvres hasta una conocida marca de galletas.

Jean-Baptiste Carpeaux: Le Prince impérial et le chien Néro / El Príncipe imperial y su perro Nero. 1865. Grupo en mármol. Alt. 140; cm. Museo de Orsay

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Auguste Rodin (1840 -1917). Ugolino y sus hijos. c. 1881. Yeso. Alt. 41,5 cm.

Veinte años después, pensando en La Porte de l’Enfer - La Puerta del Infierno, Rodin hizo varios bocetos del Ugolino, cuya representación realizada por el romántico Carpeaux le había impresionado profundamente. 

En el grupo de La Porte de l'Enfer, Rodin reflejó el dramático momento en que Ugolino encuentra los cuerpos de sus descendientes en la oscuridad. Parece que Rodin creyó en la posibilidad de que el personaje los devorara, enloquecido por el hambre. Colocó este grupo en un lugar bien visible de La Porte, y posteriormente, volvió a realizar la misma obra independiente del conjunto citado. 

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El celebérrimo Canto de Dante sobre Ugolino, sirvió de argumento para la primera ópera de la historia: El lamento del Conde Ugolino, de 1582, de Vincenzo Galilei, padre del físico Galileo. La composición no se ha conservado.

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Varios expertos pretenden aclarar el canibalismo del conde descrito por Dante
EFE
26.6.2001

El conde Ugolino de Güelfo, que pasó a la historia como un supuesto caníbal gracias a 'La Divina Comedia', de Dante Alighieri, está en el punto de mira de arqueólogos y forenses, que quieren localizar sus restos y desvelar si se alimentó de la carne de sus hijos. La capilla Gherardesca, en la iglesia de San Francesco de Pisa, es el lugar donde los expertos creen haber localizado los restos de Ugolino, conde de Donoratico, que nació a principios del siglo XIII.

Este aristócrata ejemplifica como pocos las luchas entre gibelinos y güelfos, dos movimientos italianos que durante siglos representaron posiciones contrapuestas respecto al poder de la Iglesia Católica. Nacido en una familia gibelina, el conde Ugolino cambió de bando en 1275 al pactar la toma del poder en Pisa con Giovanni Visconti, del partido güelfo, lo que le permitió años después convertirse en Señor de la ciudad. Sin embargo, en 1288 los gibelinos se rebelaron y acabaron con el dominio rival, y el conde Ugolino fue recluido en una cárcel en la torre pisana de Muda, junto a dos de sus hijos y dos nietos, con la pena de dejarles morir de hambre, lo que ocurrió al año siguiente.

Los restos de los cautivos
La leyenda señala que el viejo conde sobrevivió más tiempo porque se alimentó con la carne de sus descendientes, idea difundida por Dante, que en el canto XXIII de 'La divina comedia', en su paseo por el Infierno, habla de Ugolino y dice de él: "la bocca sollevó dal fiero pasto" (la boca retiró del alimento cruel), una alusión a un presunto episodio de antropofagia. Un equipo de investigación empezó esta semana los trabajos en la capilla Gherardesca para determinar si allí están enterrados los restos de los cautivos. En la aventura colaboran el Ayuntamiento de Pisa, la Universidad y la Superintendencia para los Bienes Culturales, con el permiso de la Diócesis local. Hasta el momento se han descubierto huesos pertenecientes a varios cuerpos, que los expertos deben resolver si corresponden a Ugolino, sus hijos Gaddo y Uguccione y sus nietos Nano y Anselmuccio. Para determinar la identidad, los expertos tienen como principal dato la edad aproximada a la que murieron los condenados. Saben que Ugolino falleció en torno a los ochenta años, que sus hijos eran unos maduros cincuentones y que los nietos se encontraban en la veintena.

Algo más complicado se presenta contestar a la gran pregunta arrastrada a lo largo de la historia, la que Dante planteó con su obra: ¿Fue Ugolino un caníbal forzoso? La intención de los forenses es encontrar la respuesta mediante pruebas de ADN, según ha señalado Fulvio Bartoli, experto en paleonutrición, que sostiene que del estudio de los huesos se puede conocer la dieta de una persona en el final de su vida. "Algunos huesos, como las costillas, conservan el recuerdo de las sustancias con las que el cuerpo se ha nutrido en las últimas semanas" ha dicho Bartoli, mientras su colega Francesco Mallegni, docente de paleontología, que ya ha examinado otros "excelentes cadáveres" -Mantegna, Boccherini, Gregorio VII-, reconoce estar entusiasmado con la investigación. No obstante, los especialistas cuestionan la presunta antropofagia del conde con el simple argumento de que a su avanzada edad no andaría sobrado de dientes con los que devorar un cuerpo humano. En el primer vistazo a los restos de la capilla ha participado el actual conde Ugolino della Gherardesca, un anciano que desciende en línea directa de Gaddo, uno de los hijos que compartió prisión con el derrocado Señor de Pisa. El actual conde ha expresado sus dudas sobre el presunto episodio de canibalismo de su antepasado, pero se declara orgulloso de la historia familiar y apunta que, en caso de ser cierto, "sería un drama, pero no una vergüenza moral".

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