jueves, 20 de septiembre de 2012

LA PRINCESA DE ÉBOLI

Doña Ana de Mendoza y de la Cerda
Princesa de Éboli


“That is why [she] is so fascinating to artists.
[She] has all the colour elements of life:
mystery,  pathos, suggestion…”
Oscar Wilde

Hay una razón –dice Oscar Wilde- para que un personaje resulte fascinante a los artistas y es, que represente en sí mismo todo el color de los elementos de la vida; misterio, pathos  -tragedia-, sugestión, etc.”


Antes de intentar hacer un retrato literario de doña Ana de Mendoza, quisiera hacer una precisión. Me referiré a ella unas veces, como Doña Ana, otras, como Princesa de Éboli y, otras, como Duquesa de Pastrana y, digo esto, porque resulta francamente injusto que los autores se refieran siempre a ella, como “la Éboli”, “la Tuerta”, o “la Hembra”, como decía despectivamente Felipe II.

Es muy fácil –ya lo fue en su momento-, adjudicar la causa de su desdicha y de todos los efectos provocados por la situación en la que se vio envuelta, a su, diríamos, libertinaje sexual. Hay que aclarar o, más bien, declarar, que no existe el menor indicio que apoye semejante apreciación en la vida y en la conducta de doña Ana de Mendoza.

Pues bien, mi retrato muestra a una mujer siempre digna, sentada frente a una ventana oculta por una celosía que, a la vez, oculta una reja, a través de la cual, ella intenta percibir un rayo de luz en medio de la soledad y el sufrimiento más profundos y, hasta donde podemos saber, más injustificados.

Es una mujer quebrantada por el aislamiento y la tristeza, pero no resignada ni, mucho menos, vencida, por el peso de toda la fuerza que era capaz de emplear en la época –y era mucha-, la Corona de España; todo el poder de Felipe II, todo el peso del Monasterio de El Escorial, y hasta el tonelaje de las naves de Lepanto o de la Gran Armada destinada a ser Invencible, no fueron suficientes para hacer bajar la cabeza a la Princesa de Éboli, quien hasta el último día de su vida, se mantuvo firme en la reclamación de su inocencia.
Además de esta característica, hay otras que definen la personalidad casi única de esta Dama. Con un aparente juego de palabras y colores, aplicaremos a su retrato, como impresionistas pinceladas, los tonos correspondientes a los siguientes términos: indisciplinada, impetuosa, impenitente, indómita, indócil, independiente, insubordinada, impulsiva, insensata y hasta imprudente. Pero el toque definitivo de espátula, ese que, a veces dota de aliento un retrato, en el caso de la duquesa de Pastrana, es el misterio.

A pesar de que disponemos de muchos datos sobre ella, en realidad, sigue envuelta en ese denso halo de misterio que ha reclamado siempre mi atención y ha centrado mis esfuerzos de investigación histórica durante años. Me interesan, especialmente, los asuntos que nunca se resolvieron en su tiempo y he llegado a la conclusión preliminar de que, la mayor parte de ellos, durante el reinado de Felipe II no fueron ocultados por razones políticas, sino personales, es decir, porque afectaban esencialmente a la imagen del rey.

Hay muchas incógnitas en la corte del rey Prudente, hay mucho secreto, hay muchos papeles quemados, relativos a diversos personajes, entre los cuales destaca, sin duda, esta mujer a la que observamos, siempre digna, sentada junto a esa ventana que oculta una celosía que, a la vez, oculta una reja.

 
Ana de Mendoza de Sofonisba Anguissola

Nacida en Cifuentes, de Guadalajara, sabemos de ella que fue la única hija y, por tanto, heredera, de dos de las familias más poderosas de España en la época; los Mendoza y los Silva. Sabemos que la relación entre sus padres, convirtió su casa y su infancia en un infierno. Sabemos que fue casada, por decisión real, a los doce años, con un hombre veinticuatro años mayor que ella, notable diferencia, aunque variable, según el momento vital en que la observemos; quiero decir que, tal vez no resulta llamativa si pensamos en una mujer de treinta años, unida a un hombre de cincuenta y cuatro, por ejemplo, pero sí llama la atención una niña de doce, casada con un hombre de treinta y seis. Parece que Ruy Gómez de Silva, fue un hombre bueno, al que la princesa amó y se supo amada por él, pero ignoramos cómo afrontaría aquel matrimonio en un principio, ya que tenía, parece que desde pequeña, mucho carácter y una personalidad bien definida. De aquella niña bonita aunque chiquita se dijo: tiene mas seso que todos ellos, refiriéndose, fundamentalmente, a sus padres.

Sabemos también que pasó su primer embarazo alejada de su esposo –se encontraba en Londres con el rey, casado éste con María Tudor-, y que abandonada por su padre fue acogida, junto con la madre, por la regente doña Juana, la hermana de Felipe II, en la fortaleza de Simancas. “Es melancolía la tristeza que trae...", escribía su madre a Ruy Gómez, por aquellos días. El niño que nació entonces, vivió muy poco tiempo.

Sabemos que, a partir de 1559, volvieron Felipe y Ruy Gómez, quien ya no volvió a separarse de su esposa. Todos se afincaron en la corte de Madrid, donde Ana visitaba habitualmente, en el alcázar a la también jovencísima reina –cinco años menor que ella-, Isabel de Valois, así como a doña Juana, con quien Ana de Mendoza mantuvo siempre una buena amistad.

Rui Gómez de Silva

Vienen al mundo durante este período y, como fruto de una pareja bien avenida, los hijos, Ana, Rodrigo, Diego, Pedro y, otra Ana, la pequeña, al mismo tiempo que nacían las dos infantas Valois, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, tan queridas por Felipe II.

Vivió, por tanto, doña Ana, muy de cerca y, como testigo casi único, los trágicos sucesos que se produjeron en la corte a lo largo del año 1568, como fueron, el terrible encierro del príncipe Carlos y su muerte, seguida por la de la propia reina, Isabel de Valois. Hechos que, como sabemos, constituyen todavía una verdadera incógnita.

Hasta que, sorprendente, penosa, e inesperadamente, se produce también la muerte de Ruy Gómez de Silva tras una fulminante enfermedad que sólo duró tres días. Fue el veintinueve de julio de 1573 y, esa misma noche, Ana de Mendoza, su viuda, toma una determinación que sorprende a todos, si cabe, más que la propia muerte de Ruy Gómez. Antonio Pérez, el secretario real, escribía al monarca:


"Su mujer ha tomado, en expirando su marido, el hábito de monja de las Descalzas de las Carmelitas y se parte esta noche a su monasterio de Pastrana con un valor y resolución extraño”.

Tenía entonces doña Ana 33 años.

-"¿La princesa monja? La casa doy por deshecha"-. Dicen que exclamó la abadesa al conocer la noticia.

Sabemos muy bien en qué paró esta sorprendente decisión; ante la incapacidad, o, acaso el desinterés de la princesa por adaptarse a la vida conventual, fueron todas las demás monjas las que abandonaron el convento, en plena noche, dejando a la princesa a solas con sus pensamientos.

Quiero apuntar aquí uno de los primeros datos que explicarían la aparentemente recóndita estructura mental de esta singular señora. Sentado, sin lugar a dudas, que su vocación no apuntaba al recogimiento, la obediencia y la pobreza que exigía la vida religiosa, y que la humildad no era uno de sus atributos, debemos preguntarnos qué fue realmente lo que la impulsó a tomar aquella extraña resolución.

Pues bien, existía una figura legal consistente en Acogerse a sagrado. Cualquier hombre o mujer, cualquiera que fuera la clase a la que perteneciera, tenía derecho a protegerse dentro de un recinto sagrado, si se creía arbitrariamente perseguido por la justicia real. Era este un derecho tácito, generalmente respetado. Ante la absoluta falta de explicaciones más lógicas y, dada la cruel severidad empleada posteriormente por el rey contra la persona de doña Ana, tenemos todo el derecho de interpretar su actitud como un indicio razonable de que, una vez desaparecido el baluarte que constituía la amistad de su esposo con el rey, doña Ana pudo sospechar que corría peligro. Sólo esto explicaría el hecho de que abandonara la corte, la misma noche de la muerte de Ruy Gómez, sin esperar siquiera a la celebración de las honras fúnebres ni al entierro.

Para la primavera de 1576, ya se encontraba la duquesa de nuevo en la corte, cuidando de sus intereses y cultivando su especialísima amistad con el secretario real, Antonio Pérez. Conformaron  ambos un dúo que haría tambalearse sobre sus cimientos el inconmovible trono de la monarquía hispánica.

¿Qué fue lo que pasó?


El día 31 de marzo de 1578, aparecía, tendido en la calle, muerto de una estocada, don Juan de Escobedo, el secretario de don Juan de Austria.

El suceso conmovió a la corte y a la ciudadanía, pero, sorprendentemente, como dice el profesor Parker, los perros no ladraron, refiriéndose a los Alcaldes encargados de esclarecer las acciones criminales, tanto más, cuanto que, en este caso, afectaban a persona de calidad. Juan de Escobedo no era un secretario como Pérez, él procedía de una familia noble de Cantabria.

La justicia, pues, en un principio guardó silencio, al menos en apariencia, pero la gente habló y, todas las habladurías señalaban a dos personas: doña Ana de Mendoza y Antonio Pérez.

Se quejaba este último al monarca de las murmuraciones pidiéndole que acabara con ellas, y se lamentaba por haber sido mal recibido por la viuda de Escobedo, cuando fue a presentar sus condolencias. Doña Ana, por su parte, tachaba de cuentona a la viuda, porque iba diciendo que Pérez había mandado asesinar a su esposo por culpa de ella.


El rey consolaba a Pérez –que seguía despachando habitualmente con él-,  asegurándole que, cualesquiera que fueran los rumores imperantes, él jamás le retiraría su apoyo.

Y así las cosas, el 28 de julio de 1579, es decir, dieciséis meses después del asesinato, don Felipe daba por terminado su despacho de aquel día con Antonio Pérez. Debieron despedirse, como de costumbre, deseándose mutuamente un merecido descanso, a pesar de lo cual, Antonio Pérez no volvió a descansar, ni ese día, ni el resto de su vida.


A las once de la noche, sendas guardias armadas se presentaban simultáneamente ante las casas de Antonio Pérez y de Ana de Mendoza, conminando a ambos a darse presos en nombre de Su Majestad.

No es este el momento para desgranar el cúmulo de castigos y persecuciones, nunca ordenados por un juez, que culminaron con la muerte de la Princesa de Éboli –prácticamente emparedada, como apuntó el profesor Fernández Álvarez-, y el fallecimiento de Antonio Pérez en el exilio, años después. Pero sí es necesario dedicar unas líneas al interminable calvario por el que hubo de pasar, con el objetivo de dar más luz a su imagen.

Al principio fue conducida a la Torre de Pinto, donde permaneció encerrada, al cuidado de una fuerte guardia. A los seis meses se mitigó algo el castigo y Ana fue trasladada al castillo de Santorcaz, donde pudo reunirse con sus hijos, aún pequeños, pasando más tarde todos a residir en su palacio de Pastrana y, en relativa libertad, si bien bajo la prohibición, para la madre, de traspasar los límites del Señorío.

Transcurren así los días, en apariencia serenos, pero, entre tanto, el rey había ido sabiendo cosas mediante investigaciones secretas que, poco a poco, fueron haciéndole cambiar su actitud con respecto al hasta entonces incodicional e imprescinble secretario Antonio Pérez. Intentó el rey, sobre todo, arrancarle cualquier documento que, de un modo u otro pudiera comprometerle; primero, por las buenas, pero cada vez más a las malas. Cuando Antonio Pérez entregaba papeles, el rey aflojaba en su persecución, pero cuando, viéndose ya el secretario incapaz de demostrar su pretendida inocencia, decidió escapar, Felipe II descargó todo el peso de su ira sobre Ana de Mendoza, en parte, se diría, para paliar su frustración y, en parte, tal vez, porque creía que doña Ana había sido la confidente del secretario.

Cierto que fue acusado y condenado Antonio Pérez por numerosos cohechos, es decir, venta de concesiones y cargos, lo que quedó probado simplemente por medio del recuento de sus inmensos bienes de fortuna que, ni lejanamente se correspondían con sus ingresos oficiales. Resultó probado asimismo que, una parte de aquellos regalos –traducimos, sobornos–, procedía de la princesa de Éboli, pero también se supo que otros, muy importantes, eran de don Juan de Austria, de los Doria o del duque de Medina Sidonia, ninguno de los cuales fue ni interrogado por ello, puesto que no era eso lo que se pretendía esclarecer; se sabía que, dada la proverbial lentitud del rey, decían los nobles que les salía más barato pagar a Pérez, que mantener su casa en la corte mientras esperaban la resolución de sus demandas. La justicia, finalmente, condenó a Pérez a pagar una gran multa y a la devolución de aquellos regalos. Pero nada más. Pérez cumplió lo ordenado, pero aún así siguió en prisión.

En 1582 Felipe II le retira a doña Ana la administración de su casa, viéndose esta incapacitada para disponer de sus propios bienes o para tomar alguna determinación sobre el empleo de los mismos. La decisión iba acompañada de la retirada de la custodia de sus hijos.


En 1583, don Felipe ya no duda en acusarla de loca, y ordena restringir sus movimientos a unas pocas habitaciones del palacio.

Finalmente, en 1590, aunque a ella no se le dio explicación alguna, la fuga definitiva de Antonio Pérez, provocó la decisión de Felipe de reducir su estancia a una sola habitación, la de la ventana enrejada, junto a la cual hallábamos a doña Ana al principio, en una patética imagen en la que finalmente aparecería, ya abatida por la impotencia y la tristeza, acompañada, de su hija pequeña.

Una ventana enrejada del Palacio Ducal de Pastrana

Nos ponen en cárcel oscura –escribió la princesa-, que nos falta el aire y el aliento para poder vivir. Escribid a mis hijos, que suplique a su majestad el doctor Vallés, que sabe de estos aposentos y que ha estado en ellos, declare que no se puede vivir en ellos estando como están con rejas, cuanto más ahora hechos cárcel de muerte, oscuros y tristes.

En esa cárcel de muerte resistió dos años, agotada, sin duda, toda esperanza de libertad, pero jamás doblegado su orgullo, ni silenciadas sus reclamaciones de inocencia. Y todo esto, ¿por qué causa? Esto es lo más sorprendente; la única acusación esgrimida contra ella, fue que se había negado a poner paz entre el secretario Pérez y su enemigo mortal y sucesor, el secretario Vázquez, hacia quien, por otra parte, la princesa no ocultaba su desprecio, escribiéndo al rey sobre la desvergüenza de ese perro moro que Su Majestad tiene a su servicio. En cualquier caso, todo lo que se ha dicho sobre ella, aparte de esto, carece totalmente de fundamento.

A pesar de que no hay ni un indicio que demuestre que doña Ana mereciera la despectiva frase de Felipe II refiriéndose a los múltiples y oscuros manejos que salieron a la luz tras el asesinato de Escobedo: Esto se complicará, como siempre que interviene una mujer, nadie duda de que se refería a ella.

En todo caso, nadie menos indicado que el rey, para decir algo así, porque estuvo rodeado de mujeres que jamás complicaron nada, más bien todo lo contrario. Empezando por su madre, la emperatriz Isabel, que ejerció eficazmente una regencia sin haber sido preparada para ello. Su hermana Juana, también regente durante el período que Felipe estuvo en Londres, durante su matrimonio con María Tudor; una persona admirada por San Francisco de Borja, el duque de Gandía. Sus propias hijas, Isabel Clara Eugenia, que logró, con su marido, administrar en paz los Países Bajos, e incluso, supo hacerse querer en unas tierras en las que se había instalado el odio hacia la Corona de España. Catalina Micaela, aquella a quien la actual figura de don Felipe debe agradecer que guardara unas cartas, a través de las cuales hemos podido vislumbrar que nuestro monarca tenía capacidad para la ternura –no mucha, sin duda-, pero gracias a ella se creó la “leyenda rosa” que ha servido de contrapeso a la manida leyenda negra. No hablemos ya, para no irnos muy lejos, de su tía, María de Austria,  reina de Hungría y también regente en los Países Bajos; de su medio hermana Margarita de Parma, igualmente sabia gobernadora en aquellas tierras y, ¿cómo no? su bisabuela Isabel la Católica. En fin, a veces, el rey Prudente hablaba por no callar y, es un hecho, que en aquella ocasión estaba muy alterado.

Hemos de preguntarnos igualmente, por qué, sabidas las ocasiones en que Antonio Pérez intentó escapar, logrando finalmente zafarse de las manos del rey, Ana ni siquiera lo intentó, a pesar de que las rebeldías de aquel, provocaban siempre un endurecimiento en las condiciones de su propio encierro, hasta llegar a extremos inhumanos. Ella no lo intentó porque, cualquiera que fuese su misterioso pretendido delito, como Grande que era, consideraba que escapar, era una indignidad. Recordemos que, apoyada en ese mismo sentido de Grandeza, doña Ana fue la única persona, que sepamos -exceptuando, sin duda, al Emperador-, que se permitió exigir a Felipe II que intentara comportarse como un caballero.

 Felipe II, de Sofonisba Anguissola

La princesa de Éboli podía sucumbir a la tristeza, pero jamás perdió esa nobleza de ánimo que exige morir antes que rendirse o mendigar un armisticio vergonzoso.

En cuanto a esa oscura fama de mujer fatal, tampoco puede sustentarse. Incluso el príncipe de Orange, Guillermo de Nassau, el mayor enemigo político de Felipe II, que denunció diversas relaciones extramatrimoniales del rey con varias mujeres que conocemos -así como conocemos los medios que empleaba para deshacerse de ellas-, jamás, jamás, cita a doña Ana, a pesar de que, al tratarse de personaje de tanto relieve, ello le hubiera aportado una inestimable ventaja política.

Del mismo modo -hay que decirlo-, cuesta creer que el rey se estuviera vengando por no haberse rendido doña Ana a su fascinación amorosa, o a sus requerimientos. No, no hay base alguna para creer esto; no resulta acorde con su carácter, aunque sí pudo influir el indomable orgullo de la princesa; aquel que la elevaba por encima de un monarca que, en tantas ocasiones, actuó sin la menor consideración a las exigencias de la nobleza. Tenía que ser otra cosa.


Nos parece ver a doña Ana de Mendoza, encerrada en Pastrana, casi emparedada, como hemos dicho, sin más comunicación con el exterior, que aquella ventana enrejada -por la que le estaba permitido, se dice, mirar una hora al día-, y un torno conventual para comunicarse con el interior del palacio, sin posibilidad de ver las caras de sus servidores, y acompañada de una niña, su hija menor, en una imagen que parece copia exacta de otra, extraordinariamente patética, la de doña Juana, la Loca, encerrada con su hija pequeña, Catalina, en Tordesillas. No olvidemos que, en un momento determinado, Ana también fue tachada de loca, y que este argumento fue utilizado para retirar a ambas mujeres, la administración de sus bienes y la custodia de sus hijos.

Examinemos, como única posible explicación, una carta escrita por Antonio Pérez, cuando ya vivía exiliado en París. Lo que Antonio escribe, es aparentemente un jeroglífico, pero enseguida veremos que lo es sólo aparentemente:

Antonio Pérez, obra de Ponz. (El Escorial, Biblioteca Monasterio)

En fin fueron Zelos; [...] Señor, Zelos fueron de Antonio Pérez con el cuerpo de aquel personaje con el alma de Antonio Pérez, temiendo que aquel sexo, en las personas de gran calidad, no pide por la prenda tan inestimable menor precio que suele el demonio... Zelos en fin de las dos almas que no se juntasen, como mariage que llaman de dos joyas en un anillo, las confianças y sacramentos de entrambos. Las del uno por lo que era sabidora costilla de su marido, y alma de aquella persona, de parte a parte de quanto supo del natural y discurso de la vida de su amo desde la niñez hasta su muerte. Las del otro por lo que de su padre y por si fue calando y poseyendo. Zelos de que no creciesse el desengaño del uno con la comunicación del otro.


-Ana de Mendoza, pues, conocía a través de su marido, Ruy Gómez de Silva: el natural y discurso de la vida de su amo (Felipe II) desde la niñez hasta su muerte (de Ruy Gómez).


-Antonio Pérez, por su parte,  lo fue calando (a Felipe) y poseyendo de su padre (El Secretario Gonzalo Pérez) y por sí mismo.

-Felipe II, además, temía la comunicación entre ambos. De hecho, en uno de sus traslados de prisión, reclamó a la princesa que le diera su palabra de caballero, de que no trataría más ni jamás con Antonio Pérez.


No olvidemos que Ruy Gómez compartió materialmente la intimidad de Felipe II desde el nacimiento de este; matrimonios, aventuras amorosas, etc. y que dormía en su misma habitación. Si hemos de creer a Pérez, Ruy Gómez debió poner confidencialmente a la princesa en el conocimiento de hechos que tal vez al rey no le convenía que se supieran. Por ejemplo, quién dio la orden para que asesinaran a Escobedo y quizá a otros, que nunca fueron objeto de averiguaciones.

En cuanto a Gonzalo Pérez, el padre de Antonio, conocía a su vez todos los secretos de una Corte, en la que él también había sido Secretario del Emperador Carlos V y que, antes de morir, amargado porque ni el padre ni el hijo le habían otorgado los beneficios eclesiásticos que solicitara, aseguró que estaba preparando a un hijo suyo, para que en su momento tomara cumplida venganza de los menosprecios a que se había visto sometido, dada su condición de converso que le vedó radicalmente el acceso a la nobleza, tanto civil, como eclesiástica.

Pues bien, suponiendo que esto fuera así, -e, insisto, no existen indicios de otras causas-, fueran cuales fueran los secretos que tanto amenazaban la imagen pública del monarca, doña Ana, jamás los dio a conocer. Es decir, que, en todo caso, ella, aún a costa de su libertad y su vida, jamás traicionó las confidencias de Ruy Gómez –si es cierto que las hubo-.

Para terminar, queda en el aire una hipótesis en cuya resolución, si algún día aperece en los archivos algún documento olvidado –lo que podría suceder, tanto en los españoles, como en los de Bruselas, Flandes o Portugal, por ejemplo-, estaría la clave del, hasta hoy, misterioso caso de Antonio Pérez y, de su presunta colaboradora, la princesa de Éboli.



***
El día 15 de enero de aquel horrible año 1568,  el príncipe Carlos llamó a don Juan de Austria y sostuvo con él una conversación cuyo contenido desconocemos. Acto seguido, don Juan cabalgó hasta el Monasterio de San Lorenzo, en El Escorial, y le dijo al rey algo que ignoramos, pero sí nos constan las consecuencias de aquella entrevista.

En primer lugar, cuando don Juan de Austria volvió a Madrid, fue interrogado por el príncipe Carlos acerca de lo que había ido a hablar con el rey con tantas prisas. Don Juan trató de evadir la respuesta, diciendo que sólo habían tratado asuntos de la Flota. El heredero no le creyó y le atacó con la espada.

Tres días después, don Juan recibió el nombramiento de Capitán General de la Flota del Mediterráneo, que se le había denegado hasta entonces, y en cuyo cumplimiento debía abandonar la Corte.

Por último, Felipe II, decidió volver a Madrid inmediata e inesperadamente, procediendo, la misma noche de su llegada, el día 18, (tres días después del supuesto chivatazo de don Juan) al confinamiento de su hijo, el príncipe Carlos en sus habitaciones, en las que fueron herméticamente selladas las ventanas, y que sólo terminó con la muerte de éste, seis meses más tarde.

Sabemos asimismo, por las cuentas de la Casa, que el príncipe Carlos había pasado la noche anterior a su arresto en las habitaciones de la reina -Isabel de Valois-, jugando a las cartas. Según esas cuentas, don Carlos había entrado la víspera, a la estancia de la reina con una bolsa llena de monedas y, por la mañana, salió de allí con la bolsa vacía.


Sabemos que Isabel de Valois cayó enferma, al parecer, de tristeza, durante el encierro del Príncipe y que su enfermedad acabó también con la muerte, a primeros de octubre del mismo año, a consecuencia de un parto o aborto –cuya existencia los médicos de la corte habían negado repetidamente-.

Y sabemos, por último quienes eran las pocas personas que tenían acceso al palacio real, entre la Navidad de 1567, cuando don Felipe se fue al Escorial y el 4 de octubre del 68 cuando falleció la reina Isabel de Valois: don Juan de Austria, doña Ana de Mendoza y Antonio Pérez.

Don Juan de Escobedo, cuya muerte desencadenó las prisiones de Pérez y de la Princesa de Éboli, era el secretario personal de don Juan de Austria. De él se dice que murió por haber amenazado al secretario y a la princesa de Éboli con hablar al rey de sus relaciones amorosas. Tales relaciones, nunca fueron probadas y resulta bastante evidente que no existieron. ¿Qué era pues lo que sabía Escobedo, que le costó la vida, y que involucraba al monarca y a Antonio Pérez, hasta el punto de buscar su silencio por medio del asesinato? ¿Había recibido quizás Escobedo alguna confidencia de don Juan de Austria y se arriesgó a utilizarla para obtener alguna petición hasta entonces desatendida?

Cuando Felipe II se vio superado por las innumerables intrigas que salieron a la luz a causa de las investigaciones sobre la muerte de Escobedo, admitió haber aprobado su eliminación sin juicio, pero exigió que Pérez declarase –incluso por medio de la tortura-, las causas que a él le manifestó para justificar el asesinato.


Hasta el día de hoy, desconocemos lo que Pérez le habría dicho al rey; el secretario se llevó el secreto a la tumba. Es evidente que, fuera lo que fuere, le incriminaba a él tanto como al monarca, hasta el punto de quitarle el sueño, y llevarle a actuar como un villano. Fuera lo que fuere, hay que insistir, no era la frivolidad de la existencia de un trío amoroso formado por Felipe, Antonio y Ana. Lo que ocurrió en realidad, sigue siendo un misterio.

Como apuntamos al principio, parafraseando las palabras de Wilde:
La razón por la que doña Ana fascina tanto, es porque la grandeza de su misteriosa tragedia, tiene en sí todo el color de los elementos de la vida. Y esta es también la razón por la que hoy, a pesar de que ella no realizó ninguna hazaña histórica de especial consideración, seguimos intentando desvelar su secreto.
 

                                    LA VENTANA DE LA HORA
     
                                  Monástica. Profunda.
                                  Punto de fuga de la tarde residencia.
     
                                  Cruzan estelas de pájaros
                                  -agujas- descosiendo silencios
                                  un instante y,
                                  al otro, se le viene el azul
                                  nocturno y justo
                                  y esa estrella sola.
     
                                  No sabe
                                  como ha podido llegar hasta aquí.
     
                                     Desde tan lejos.


* * * 


domingo, 16 de septiembre de 2012

Noches Blancas - Белые ночи. Fiodor Mijailovich Dostoyevsky – Фёдор Михайлович Достоевский

Noches Blancas - Белые ночи

Fiodor Mijailovich Dostoyevsky – Фёдор Михайлович Достоевский
Un fenómeno prodigioso, el solsticio de verano, y una ciudad bellísima, San Petersburgo, son los dos elementos que, unidos, provocan las llamadas Noches Blancas, en cuyo transcurso el sol parece detenerse en un largo ocaso, sin que se haga la noche completa, hasta que empieza a amanecer de nuevo. La ciudad de San Petersburgo, que parece construida sobre el agua, recibe del cielo en esas ocasiones, una suave luz dorada, que devuelve en tonos irisados, muy difíciles de describir, pero que dejan una huella imborrable en la memoria, mezcla de admiración y asombro.

Noche Blanca. 3 de Julio de 2010  a las 0:35. Белые ночи. 3 июля 2010, 0:35

Desde cualquiera de los cientos puentes, tendidos sobre las decenas de ríos y canales de la ciudad, la vista se encuentra indecisa entre el cielo y el agua; fachadas, cúpulas, torres, obeliscos...

Dostoievski compuso un relato breve –¿tal vez no lo inventó?-, que empieza y termina en el transcurso de cuatro Noches Blancas, Белые ночи en San Petersburgo. Es una historia sencilla, pero él la dotó de una gran carga emotiva, como sólo saben hacerlo los escritores geniales.

Un joven solitario y soñador pasea por un San Petersburgo desierto, porque todos se han ido al campo.

La noche era maravillosa, -una de esas noches que sólo la juventud conoce, querido lector. Un firmamento tan estrellado, tan sereno, que al mirarlo, uno se preguntaba involuntariamente: ¿Puede verdaderamente existir gente malvada bajo un cielo tan hermoso? –y este pensamiento incluso, es un pensamiento de juventud, de la más ingenua juventud, querido lector; ¡Ojalá puedas mantener el corazón siempre joven!

Me encuentro muy bien también con las casas. Cuando paso, cada una de ellas corre a mi encuentro, me mira desde todas sus ventanas y me dice: -¡Buenos días! ¿Cómo estás? Yo, gracias a Dios, sigo bien. En mayo me añadirán un piso. O bien: -¿Cómo va la salud? Mañana me harán una reparación. O bien: -Por poco ardo, Dios mío, qué  miedo he pasado!, etc.
..


Aquella noche blanca le reservaba una aventura.


Apoyada en el parapeto del Canal ve a una mujer que parece examinar atentamente el agua oscura. Ella no oye sus pasos y no se mueve cuando él pasa a su lado reteniendo la respiración, aunque el corazón le late ruidosamente.

Al alejarse cree oír gemidos ahogados y se detiene. –No me equivoco-, piensa –está llorando-.

Aunque habitualmente es muy tímido con las mujeres, vuelve atrás, pensando en decirle algo, pero cuando ella se da cuenta, se endereza y se aleja del Canal. El joven intenta seguirla pero ella abandona el muelle, cruza la calle y empieza a correr por la acera. Cuando él está a punto de abandonar, el azar viene en su ayuda.

Por la acera por la que ella corre surge un hombre vestido de frac, de cierta edad que la sigue. Ella intenta apresurar el paso pero el hombre está a punto de alcanzarla, cuando nuestro protagonista-narrador decide intervenir mostrando el bastón que lleva en la mano, lo que hace alejarse al desconocido.

-Apóyese en mi brazo, le dice a la joven asustada, y pronto empiezan las confidencias. Él le cuenta que vive sólo y que una mujer –Matriona- le arregla la casa, aunque jamás limpia las telas de araña.

Ella decide contarle su historia, pero con una sola condición capital: él no debe enamorarse bajo ningún concepto. Nashtenka vive con su abuela, ciega, que alquila una habitación para completar su escasa pensión. Un día la alquiló un hombre joven, un viajero. Pasado algún tiempo el inquilino invita a Nashtenka a la Ópera y la lleva con su abuela a la representación de El Barbero de Sevilla. Juntos repiten otras dos veces y además el joven presta libros a Nashtenka para que se los lea a la abuela.

    Un día, el inquilino anuncia que debe marcharse de San Petersburgo. Nashtenka, que para entonces se había enamorado, se arma de valor, recoge sus pocas cosas y esa noche se presenta en la habitación del joven. -Escucha- dice, él, -no tengo nada, soy muy pobre ¿cómo viviríamos si nos casáramos? Ahora tengo que irme, pero dentro de un año las cosas cambiarán, volveré y si aún me quieres, nos casamos. Al día siguiente se fue.

    Ha pasado el año; ahora Nashtenka sabe que el inquilino está en la ciudad pero no ha tenido noticias suyas. Su nuevo amigo intenta serenarla y paulatinamente le devuelve la esperanza.
   
    En la cuarta noche blanca; los dos amigos se encuentran de nuevo. Pasado un momento se oyen pasos y en la oscuridad aparece la silueta de un hombre que se dirige a ellos. Él hace ademán de soltar la mano de Nashtenka, pero ella reclama: -¿qué temes? No me sueltes la mano; le recibiremos juntos y quiero que él también se alegre de nuestro amor.

-Oh, Nashtenka-, piensa el aludido, -¿qué acabas de decir? ¿Nuestro amor?-.

-De todas maneras– bromea Nashtenka ajena a su reacción-, me ofende un poco que no te hayas enamorado de mi, pero aun así, ya estamos unidos para siempre.


      Dostoyevski a los 26 años, la edad del protagonista de Noches Blancas.
     Retrato de Konstantin Trutovski - К. Трутовского.


LA MAÑANA SIGUIENTE

El joven solitario recibe una carta: «Me caso mañana». No puede evitar un llanto silencioso y apremiante.


-Padrecito-, le interrumpe Matriona: -he limpiado todas las telas de araña; si te quieres casar, ahora la casa está preparada-.


No volví a ver a Nashtenka. ¿Apagar su alegría con mi presencia, ser un reproche, estropear las flores que se puso en el pelo para ir a la iglesia…? ¡Nunca! Que tu cielo sea sereno, que tu sonrisa sea clara! Te bendigo por el instante de alegría que me diste al pasar…

¡Dios mío! ¡Sólo un instante de felicidad! ¿No es bastante para toda una vida?

FIN


Фёдор Михайлович Достоевский
Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Nacido en Moscú, el 11 de noviembre 1821, es uno de los puntales imprescindibles de la literatura producida en la Rusia de los Zares.

Es un inestimable explorador de la mente humana y, a la vez, un gran cronista de la sociedad rusa del siglo XIX; tanto una como otra, plagadas de tan intensas contradicciones en aquel momento, que solo un genio creador como el suyo podía alcanzar a describirlas con tanta sabiduría, exactitud y sinceridad.

Stefan Zweig escribió que Dostoyevski fue el mejor conocedor del alma humana de todos los tiempos. Freud calificó Los hermanos Karamázov, como una de las cimas de la literatura universal. Nietzsche, por su parte, afirmó que Dostoyevski fue el único psicólogo del que se podía aprender algo, y que constituyó uno de los eventos más felices de su vida, por encima, incluso de su descubrimiento de Stendhal.

Su madre, –María Fiodorovna– era rusa, mientras que su padre –Mijaíl Dostoyevski– médico en un hospital para indigentes, procedía de Bielorrusia, de la nobleza de la szlachta –como se denominaba la unión del Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. El escritor fue el segundo de siete hijos.

Cuando tenía once años, la familia se trasladó a Darovoyé, en Tula, donde el padre compró unas tierras, cuya adquisición, por entonces, aún llevaba aparejada la propiedad un cierto número de campesinos, llamados de la Gleba.

En 1834 él y su hermano Mijaíl ingresan en el colegio de Chermak, donde realizan los estudios secundarios. En 1837 fallecía la madre a causa de la tuberculosis, lo que llevó al padre a la depresión y a buscar refugio en el vodka. Fiódor y Mijaíl fueran enviados a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo donde Fiodor empezó a leer apasionadamente grandes autores como Shakespeare y Víctor Hugo.

Tenía 18 años (1839) cuando supo que su padre había muerto y las terribles circunstancias que rodearon el evento. Se dijo que sus siervos, desesperados por la brutalidad con que los trataba, habían aprovechado un momento de ebriedad profunda para hacerle beber vodka hasta que perdió el aliento definitivamente. El hecho podría ser producto de la leyenda, aunque es muy conocido. Parece cierto, sin embargo, que, a pesar de su carácter violento, Mijaíl se había ocupado atentamente de la educación de sus hijos y que estos le querían. En todo caso, al conocer la noticia, Fiodr se sintió algo culpable, en parte, porque frecuentemente había deseado su muerte y, en parte, porque era así su manera de ser; de hecho, pensaba que sus ataques de epilepsia se debían a este sentimiento.

En todo caso, Dostoyevski llegó a conocer bien los accesos epilépticos y los describió a través de algunos de sus personajes y de sí mismo, asegurando que los períodos que precedían a sus crisis eran verdaderos éxtasis que habían constituido algunos de aquellos instantes inolvidables, por los que, a pesar de todo, valía la pena vivir.



En 1844, cuando Balzac visitó San Petersburgo, Dostoyevski publicó una traducción de Eugenie Grandet, que, además de convertirse un gran éxito, le animó a confiar en sus aptitudes para la creación literaria. Abandonó, pues, el ejército y empezó a escribir Pobres gentes, Бедные люди, que alcanzó un resonante éxito. Tenía entonces 24 años.

A esta primera obra siguieron: El Doble, Двойник, en 1846; Noches Blancas, Белые ночи, 1848 y Nietoshka Nesvanova, Неточка Незванова, en 1849 que, a pesar del gran interés que siguen teniendo, no fueron bien recibidas en aquel momento.

Dostoyevski se adhirió entonces, aunque parece que sin mucha convicción, al llamado Círculo Petrashevsky, un grupo de escritores, artistas y militares de plantamientos reformistas por medios pacíficos, con los que el Zar Nicolás I pretendió acabar. Aquellas simpatías le costaron al escritor, primero el arresto, en abril de 1849 y meses después, la condena a muerte.

A finales de diciembre de aquel año se llevó a cabo la maquiavélica farsa que consistía en formar a los condenados, vendarles los ojos y, justo antes de dar la orden de fuego, anunciarles que el Zar había conmutado la ejecución por trabajos forzados en Siberia; Dentro de un ataúd, donde en verano –recordaría Dostoyevski con horror–, el encierro era insoportable y no mejoraba con el frío del invierno, a causa de la suciedad, que hacía resbalar, y del extremo hacinamiento, que obligaba a los hombres a comportarse como cerdos entre pulgas y piojos.


En 1854 salió de allí, pero con la obligación de servir en el ejército como soldado raso. Pasó así cinco años en una fortaleza de Kazajstán, donde conoció a la esposa de un compañero llamada María Dmitrievna Isayeva, con la que se casó al fallecer el marido, en 1857; no se sabe muy bien si Dostoyevski actuó guiado por los sentimientos caritativos que habían sustituido sus anteriores planteamientos de carácter social a través de la lectura de la Biblia durante los años de prisión–. De este cambio procederían, Los endemoniados y el Diario de un escritor.

Escribe M. Vargas Llosa que, cuando Dostoyevski llegó, junto con otros presos, a la estación de Tobolsk, desde donde debían ser conducidos a Siberia, las mujeres de los Decembristas le regalaron el ejemplar de la Biblia que desde entonces llevó siempre consigo.



En 1857 Dostoyevski se benefició de una amnistía decretada por Alejandro II y pudo pensar en volver a escribir y, sobre todo, a publicar.

Para entonces, su pensamiento surgía sobre todo de sus convicciones religiosas ortodoxas; entendía bien la necesidad de las reformas sociales, especialmente, la abolición de la servidumbre, pero no estaba de acuerdo con los métodos empleados, ni por aquellos que deseaban mantener vivas las antiguas instituciones y costumbres, ni con los que planteaban acabar con ellas más drásticamente. Dostoyevski confiaba en que: el rico más depravado acabará por avergonzarse de su riqueza ante el pobre, como escribió en Los Hermanos Karamazov.

En 1859 se le concedió también la libertad de abandonar el servicio, considerando cumplida la condena, si bien, con la prohibición expresa de residir en Moscú o San Petersburgo. Dostoyevski se instaló en Tver, casi equidistante de ambas ciudades. Allí publicó El sueño del tío y Stepánchikovo y sus habitantes, Село Степанчиково и его обитатели que, en aquel momento no obtuvieron buena crítica. En diciembre de ese año se le levantó también el destierro y volvió a San Petersburgo, donde, en colaboración con su hermano fundó la revista Vremya –Tiempo– en la que publicó Humillados y ofendidos, Униженные и оскорбленные en 1861, a la que siguieron las Noches Blancas y Recuerdos de la Casa de los Muertos, Записки из мертвого дома, esta última, aparecida en El Mundo Ruso.

Entre 1862 y 63 viaja a Berlín, París, Londres, Ginebra, Turín, Florencia y Viena y conoce a Pavlina Súslova, que no quiso comprometerse con él a pesar de los deseos del escritor.

Al año siguiente lanza, también con su hermano, una nueva revista llamada, Epoja –Época–, donde publicaron Memorias del subsuelo, Записки из подполья, poco antes de que su hermano muriera dejando una viuda, cuatro hijos y una enorme deuda económica a cargo de Fiodr, que deprimido ante su incapacidad para afrontar tantas contrariedades, se dedicó al juego, generando un crecimiento desmedido de aquellas deudas, para el que no encontró más salida que abandonar Rusia por un tiempo.

Finalmente pudo volver a San Petersburgo en 1865, cuando escribió Crimen y castigo, Преступление и наказание, que se publicó con enorme éxito, aunque no sirvió para cubrir las deudas, lo que le llevó a aceptar un contrato draconiano con su editor, quien a cambio de la entrega de tres mil rublos a los acreedores, obtenía los derechos de toda la obra del autor, que se obligaba asimismo a terminar una nueva obra antes de diciembre de 1866.

Como consecuencia, Dostoyevski escribió El Jugador, Игрок, en veintiséis días con la ayuda de la joven taquígrafa Anna Grigórievna Snítkina, Анна Григорьевна Сниткина, veinticinco años más joven que él, con la que se casaría unos meses después.


Anna Grigórievna Snítkina.

Instalados en Ginebra en 1867, Fiodr preparó el proyecto de El Idiota, Идиот: nunca había tenido una idea más poética y más rica, pero no he logrado expresar ni siquiera la décima parte de lo que quería decir.

En 1868 nacía su primera hija, Sonia, que sólo vivió tres meses, tras lo cual, Fiodr y Anna recorrieron algunas ciudades de Italia, para recalar en Dresde en 1869, donde nació su segunda hija, –Aymée-, que vivió hasta 1923 y escribió una biografía de su padre.

En el 70 escribió El Eterno Marido, Вечный Муж y, en el 71, Los Endemoniados, dos obras que procuraron a la pareja unos ingresos que permitieron su vuelta a San Petersburgo, donde, apenas llegados, nacía su hijo Fiodr.

En 1872 se instalaron en Stáraya Rusa, al sur de Novgórod donde permanecieron tres años. En 1875 nacía su hijo Alexei, que vivió apenas dos años.
Casa –Museo– de Dostoyevski en Stáraya Rusa. Novgórod.
Старой Руссе. Новгородская область.

Parece que Dostoyevski siempre elegía casas que hicieran esquina, de modo que las ventanas dieran a dos calles, pero la condición estrictamente indispensable, era que hubiese una iglesia lo suficientemente cerca, como para oír sus campanas. De todos modos, no vivió en ninguna más de tres años.

En 1873 publicó la edición definitiva de Los Demonios, Бесы, en una pequeña editorial creada al efecto, con la ayuda fundamental de su esposa; la obra tuvo un éxito arrollador, lo que le animó a iniciar la publicación regular del Diario de un Escritor, Дневник писателя, (1873–1881).

Cuando en 1878 empezaba a escribir Los Hermanos Karamazov, Братья Карамазовы, aparecieron las crisis asmáticas que le obligaron a trasladarse un tiempo a Alemania para recibir tratamiento. Tras la muerte de Alexei, Fiódor y Anna, volvieron con sus hijos a Stáraya Rusa.


Borrador del Capítulo V de Los Hermanos Karamazov

Pintura de Vasíliy Grigórievich Perov -Василий Григорьевич Перов, 1872

La última residencia de Dostoyevski fue una casa en la calle Kuznetski, cerca de la iglesia Vladimirskaya, en San Petersburgo. Allí recibió una invitación de la Sociedad de Amigos de la Literatura Rusa para que participara en la inauguración de un busto de Pushkin con un discurso. Salió hacia Moscú el 22 de mayo; su esposa, Ana Grigorievna lo acompañó a la estación y le pidió que le escribiera todos los días. Dostoyevski así lo hizo desde su llegada a Moscú, el 23 ó 24 de mayo, hasta el 8 de junio de 1880, día en que pronunció el célebre discurso, tras el cual –tal como escribiría él mismo-, la gente se deshizo en sollozos y se abrazaban el uno al otro, jurándose entre ellos ser mejores en el futuro.

La publicación de Los hermanos Karamázov fue un rotundo éxito desde la aparición de sus primeros capítulos; Dostoyevski terminó de escribirla a finales de 1880 en San Petersburgo, donde fallecía en febrero de 1881. Fue enterrado en el cementerio del Monasterio Alexandr Nevski, con la asistencia de una enorme multitud: los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y en el deseo de rendir el último homenaje al célebre escritor, –declaró su viuda Anna Grigorievna-. Allí descansa rodeado de otros creadores rusos del mayor calibre: Borodin, Korsakov, Mussorgsky, Tchaikowsky...


Dostoyevski y San Petersburgo son inseparables; si ya es difícil reducir la biografía del escritor a unas pocas líneas, resulta imposible hacer lo mismo con la ciudad; realmente, una de las más bellas del mundo occidental en su conjunto. (Patrimonio de la Humanidad). Sus puentes, catedrales. iglesias, edificios públicos y palacios requieren un espacio exclusivo, porque a la vez encierran momentos transcendentales en la historia. Recordaremos, sin embargo, muy brevemente algunos detalles de la ciudad, quizá anecdóticos, pero que encierran gran belleza y sensibilidad:


Por ejemplo, el pajarito Chíshik-Píshik, en el muelle del río Fontanka, o los pequeños monumentos de Vasili y Vasilisa, los gatos de Yaroslavl en Malaya Sadovaya, protectores de la población a la que libraron de plagas durante el terrible sitio al que la ciudad fue sometida.



San Petersburgo también recuerda al Perro vagabundo en la misma calle; a los minúsculos Pececillos que también contribuyeron a calmar un poco el hambre durante el asedio, o a la famosa Liebre que se coló en la bota del Zar para salvar la vida en una riada.

 
La liebre en el río, un símbolo de la buena suerte.


lunes, 10 de septiembre de 2012

EL MONOGRAMA. Odiseas Elytis - ΤΟ ΜΟΝΟΓΡΑΜΜΑ. Οδυσσέας Ελύτης




               ΤΟ ΜΟΝΟΓΡΑΜΜΑ. Οδυσσέας Ελύτης
               Θα πενθώ πάντα -μ' ακούς;- για σένα,
               μόνος, στον Παράδεισο


                        EL MONOGRAMA.  Odiseas Elytis
                       Llevaré luto siempre – ¿me oyes? – por ti,
                       sólo, en el Paraíso


I Θα γυρίσει αλλού τις χαρακιές
Volverá hacia otro lado las líneas
de la mano el Destino, como el que tiene las llaves,
sólo un instante permitirá el Tiempo.
¿Cómo si no, cuando la gente se ama?
Mostrará el cielo nuestras entrañas
y golpeará al mundo la inocencia
con la inclemencia de la negra muerte

II Πενθώ τον ήλιο και πενθώ τα χρόνια που έρχονται
De luto por el sol y de luto por los años que vendrán
sin nosotros, canto a los otros que pasaron
si son verdad
los cuerpos armónicos y las barcas que crujían suavemente
las guitarras que surgían y se apagaban bajo las aguas
los créeme y los no
una vez en el aire y otra en la música.
Dos animalitos, nuestras manos
que buscaban ascender, escondidas la una en la otra
la maceta con rocío en las puertas abiertas del patio
los fragmentos y mares que venían juntos
sobre los muros detrás de los cercados
la anémona que se quedó en tu mano
Vibraste tres veces violeta tres días
sobre las cataratas
Si esto es verdad, canto
la viga de madera y la tela cuadrada
en la pared, la sirena de pelo suelto
la gata que nos miró en la oscuridad
el niño con el incienso y la purpurea cruz
a la hora en que anochece en lo inaccesible de las rocas.

De luto por la ropa que toqué y que me trajo el mundo

III Έτσι μιλώ για σένα και για μένα
Así hablo para ti y para mí
porque te amo y al amor sé
entrar como la Luna llena
por todas partes, por tu pequeño pie entre las grandes sábanas
deshojar jazmines –tengo la fuerza,
adormecida, puedo soplar y llevarte
por puertos luminosos y por secretas galerías del mar
árboles hipnotizados con arañas plateadas.
Te han oído las olas
cómo acaricias, cómo besas,
cómo dices susurrando un qué o un eh bordeando el cuello, en la bahía,
siempre nosotros la luz y la sombra.
Siempre tú la pequeña estrella y siempre yo la nave en la oscuridad
Tu siempre el puerto y yo el faro a la derecha
el muelle mojado y el fulgor en los remos.
Arriba, en la casa con las parras
las rosas trepadoras, el agua refrescante,
siempre tú la estatua de piedra y yo siempre la sombra que crece,
tú el postigo entornado, yo el aire que lo abre.
Porque te amo, te amo
siempre tú la moneda y yo la adoración por recuperarla:
Tanta noche, tanto murmullo en el viento.
Tanta gota en el aire, tantos silencios
en torno el tiránico mar.
Arco del cielo con estrellas
tan ligera tu respiración.
Porque no tengo nada másentre las cuatro paredes, el techo y el suelo,
sino gritar por ti y que mi voz me golpee,
sentir tu aroma y que se enfurezca la gente
porque lo desconocido y lo que viene de otra parte
no lo soporta la gente, y es muy temprano, me oyes,


Es muy pronto todavía en este mundo, mi amor



Para que yo hable de ti y de mí

IV Είναι νωρίς ακόμη μες στον κόσμο αυτόν, μ' ακούς
Es pronto todavía en este mundo, me oyes,
aún no se han amansado los monstruos, me oyes.
Mi sangre perdida y el afilado, me oyes,
cuchillo
Como un carnero que corre por los cielos

y rompe las ramas de los astros, me oyes.
Soy yo, me oyes
Te amo, me oyes
Te abrazo y te llevo y te pongo
el blanco vestido de novia de Ofelia, me oyes.
Dónde me dejas, a dónde vas y quién, me oyes
toma tu mano en los diluvios
las inmensas lianas y las volcánicas lavas
Llegará un día, me oyes
en que nos entierren y miles de años después
nos transformarán en rocas brillantes, me oyes
para que se refleje en ellas la crueldad, me oyes
de los hombres
y en mil pedazos nos lanzarán
a las aguas, uno a uno, me oyes
Mis amargas piedras cuento, me oyes
Y es el tiempo una gran iglesia, me oyes
donde a veces, las imágenesde los santos
lloran lágrimas verdaderas, me oyes.
Las campanas abren en las alturas, me oyes
un profundo sendero para que yo pase
Esperan los ángeles con velas y salmos fúnebres.
No voy a ninguna parte, me oyes
o ninguno, o los dos juntos, me oyes
Esta flor de la tormenta y, me oyes
del amor,
de una vez por todas la cortamos
y que no vuelva a florecer, me oyes
en otra tierra, o en otra estrella, me oyes
No existe la tierra no existe el aire
que tocamos, el mismo, me oyes
Y ningún jardinero tuvo la alegría en ningún tiempo
después de tanto invierno y de tanto viento del norte, me oyes
de ver abrirse una flor, sólo nosotros, me oyes
en medio del mar
sólo por deseo del amor, me oyes

hicimos emerger una isla entera, me oyes
con grutas y cabos y acantilados florecidos
Escucha, escucha
Quien habla en el agua y quien llora – ¿oyes?
Quien busca al otro, quien grita – ¿oyes?
Soy yo quien grita y yo quien llora, me oyes
Te amo, te amo, me oyes

V. Για σένα έχω μιλήσει σε καιρούς παλιούς
Para ti hablé en tiempos pasados
con sabias nodrizas y rebeldes guerrilleros
de por qué tienes la tristeza de las fieras
el brillo trémulo del agua en la cara
y de por qué, dicen, iré siempre a tu lado
que no quiero amor sino viento
y el galope del mar encrespado y abierto.
Y sobre ti nadie ha oído
sobre ti, ni el díctamo ni la seta,en las alturas de Creta, nada
sobre ti solamente aceptó Dios conducir mi mano
un poco aquí y un poco allá, cuidadosamente a tu alrededor
la luz del rostro, los huecos, el cabello
ondeando en la colina hacia la izquierda.
Tu cuerpo como el pino solitario
Ojos de orgullo y de diáfana
profundidad, en la casa con el antiguo mueble,
de amarillos encajes y madera de ciprés
Sólo espero que aparezcas por primera vez
en la parte alta de la casa o detrás en las baldosas del patio
con el caballo del Santo y el huevo de Pascua.
Como una pintura mural borrosa
grande, como te quiso esta pequeña vida
llevando en tu candil la luz deslumbrante de un volcán
Que nadie haya visto ni oído
nada en las desiertas casas destruidas

ni el ascendiente enterrado tan cerca del muro,
nada de ti, ni la anciana con todos sus hierbas.
Para ti sólo yo, quizás también la música
que sale de mi interior pero que vuelve más fuerte
Para ti el pecho sin forma de los doce años
el que ha vuelto al futuro con el cráter rojo
Para ti como un broche, el amargo aroma
que aparece dentro del cuerpo y que atraviesa el recuerdo
Y así el campo, así las palomas, así nuestra antigua tierra.

VI  Έχω δει πολλά και η γη μέσ' απ' το νου μου φαίνεται ωραιότερη

He visto mucho y la tierra en mi mente parece más hermosa
más bella dentro de la bruma dorada,
que la aguda piedra, más bello
el azul de los estrechos y las crestas de las olas
Más bellos los rayos por los que caminas sin pisar
Invencible como la diosa de Samotracia sobre las montañas
         del mar


Así te he mirado y me basta
que todo el tiempo sea inocente
por la huella que dejan tus pasos
como un inexperto delfín sigue mi alma
y juega con el blanco y el azul!
Victoria, victoria donde fui vencido
antes del amor y junto a él
con el hibisco y la flor de pasión
Vete, vete aunque yo me haya perdido

sólo y aunque sea el sol que sostienes un niño recién nacido
Que sea yo sólo la patria de luto
Que la palabra que envío te sostenga como una hoja de laurel
Sólo el viento fuerte y sólo la redondeada
piedra en el parpadeo de la sombría profundidad
¡El pescador que levantó y dejó caer en el tiempo
        al Paraíso!

VII  Στον Παράδεισο έχω σημαδέψει ένα νησί
En el Paraíso he marcado una isla
Igual que tú y una casa en el mar
Con una gran cama y una pequeña puerta
He lanzado a la profundidad un eco
para mirarme cada mañana cuando despierte
Para verte a medias pasar sobre el agua
Y llorarte a medias en el Paraíso.
Llevaré luto siempre – ¿me oyes? – por ti,
sólo, en el Paraíso


Odiseas Elytis escribió El Monograma durante una estancia en París entre 1969 y 1971, año en que fue publicado en Bruselas como manuscrito. En Grecia apareció en 1972. Figura entre los más bellos poemas de amor escritos en Europa en el siglo XX. En 1993 Mikis Theodorakis -Μίκης Θεοδωράκης- compuso el Adagio que sirvió de fondo a una lectura realizada por el propio músico y la poetisa Ioulita Iliopoulou -Ιουλίτα Ηλιοπούλου-, viuda de Elytis, cuya grabación se llevó a cabo en octubre de 1998.


Odysséas Elytis -Οδυσσέας Ελύτης-, en realidad, Odysséas Alepudelis – fue el sexto y último hijo de Panayiotis Alepudelis; Αλεπουδέλλης y María Vranas, ambos procedentes de la isla de Mitilene-, que se establecieron en El Pireo, Atenas, en 1914, y que solían pasar los veranos en Creta y otras islas del Egeo. Elytis nació en Hiraklion (Creta) en noviembre de 1911; el día dos, cuando la Iglesia Ortodoxa recuerda a Ελπιδοφόρου, Elpidóforo; Portador de Esperanza.

Recuerdo que, de pequeño, la poesía no me decía nada y de la literatura neohelénica no guardé sino la vaga impresión de una charla aburrida con un ritmo repetitivo.

En 1928, durante una enfermedad que le hizo pasar dos meses en la cama, descubrió al poeta Konstantino Kavafis -Κωνσταντίνος Καβάφης-, por el cual sintió una profunda curiosidad, que más tarde se transformó en un profundo interés y, más aún, en una profunda admiración.

En noviembre de 1935 aparecían sus primeros poemas en la revista Νέα Γράμματα, bajo el seudónimo de Odiseas Vranas; Nuevas Letras se convirtió en el medio de expresión de los poetas que posteriormente se encuadrarían en la llamada Generación de 1930. El año siguiente conoció a Nikos Gatsos -Νίκος Γκάτσος- un experto en poesía francesa; con el que entabló una gran amistad; juntos fundaron el primer café literario de Atenas.

En agosto de 1936, se instauró la dictadura del general Metaxas, durante la cual, muchos poetas e intelectuales abandonaron Grecia. Por su parte, Elytis ingresó en la Escuela de Oficiales de Corfú. Cuando al amanecer el día 28 de octubre de 1940, las tropas de Mussolini invadieron Grecia a través de la frontera de Albania, Elytis se unió al ejército griego con el grado de subteniente. En diciembre entró en combate y recibió una herida de metralla en la espalda, por lo que tuvo que ser evacuado al hospital de Ioannina en febrero de 1941, en estado muy grave.

A falta de antibióticos en aquella época, la única posibilidad de superar el tifus se reducía a la resistencia del organismo. Inmovilizado, rodeado de hielo y con unas pocas cucharadas de leche o zumo de naranja por todo alimento, durante días interminables de fiebre que no bajaba de 40 grados.


Mientras el poeta convalecía, en abril de 1941, Grecia, fue ocupada por Alemania, Italia y Bulgaria; con la guerra apareció el hambre y se sucedieron ejecuciones y deportaciones que produjeron un notable descenso en la población. Elytis y otros escritores, se propusieron recuperar los antiguos valores helénicos en un pueblo profundamente desmoralizado; para ello, en 1942 fundaron el Círculo Palamás. Una conferencia de Elytis sobre La verdadera figura de Andreas Kalvos y su audacia lírica, -Η αληθινή φυσιογνωμία και η λυρική τόλμη του Α. Κάλβου-, provocó una afluencia masiva de estudiantes en busca de aquellos valores anulados por la ocupación.

Resurgió así la poesía de Kostís Palamás -Κωστής Παλαμάς-, quien fallecía a finales de febrero de 1943 y cuyo entierro se convirtió espontáneamente en un importante acto de revalorización del helenismo. Elytis estaba presente, cuando Ángelos Sikelianós recitó en el cementerio de Atenas el poema en el que declaraba: En esta tumba enterramos a Grecia, tras el cual miles de asistentes entonaron el himno nacional ante los perplejos e inmóviles soldados de los ejércitos ocupantes.

Para entonces, Elytis ya escribía poesía con cierta continuidad:

Sol primero (1943) -Ήλιος ο Πρώτος-.


      Ya no conozco la noche, temible anonimato de la muerte.
      En el fondo de mi alma ha anclado una flota de estrellas.
      Véspero, centinela, brilla junto a la celeste
      brisa de una isla que me sueña,
      para que yo anuncie el amanecer desde la altura de las rocas.
      Mis ojos en abrazo te navegan, con el astro
      de mi verdadero corazón: no conozco ya la noche.


Variaciones sobre un rayo (1943) -Παραλλαγές πάνω σε μιαν αχτίδα-.

En 1944 publica el Canto heroico y fúnebre por un subteniente caído en Albania. -Άσμα ηρωικό και πένθιμο για τον χαμένο ανθυπολοχαγό της Αλβανίας-, un extenso poema basado en su experiencia, en el frente, que alcanzó un extraordinario eco en aquella sociedad deprimida.

     Ahora yace..,
     con un viento detenido en sus cabellos tranquilos,
     con un fragmento de olvido en su oreja izquierda.
     Parece un jardín del que de pronto huyeron los pájaros,
     parece una canción a la que amordazaron las sombras,
     parece el reloj parado de un ángel.


En el famoso café Loumidis de Atenas, Elytis conoció al compositor Manos Hadsidakis - Μάνος Χατζιδάκις-; un encuentro que con el tiempo daría paso a una fructífera colaboración entre poesía y música que produjo resultados espectaculares durante muchos años.

Elytis publicó en Nuevas Letras un ensayo sobre el surrealismo, titulado: Arte, Suerte, Audacia, tres palabras que se convirtieron en un lema para la juventud helénica. Poco después, con los cambios políticos de 1944, terminaba una época, también para la poesía griega, tal como había sucedido ya en otros países europeos y en América, donde surgieron poetas como Saint-John Perse, Dylan Thomas u Octavio Paz.

En 1946 estallaba la Guerra Civil, que durante tres años completó la tarea de la ocupación llevando a Grecia a la miseria y la ruina más angustiosa. Elytis abandonó el país en 1948 para instalarse, primero en Suiza y después en París, donde, en principio, frecuentó el histórico café Aux deux Magots y asistió a cursos en la Sorbonne, además de conocer a los grandes poetas del momento, como Tristán Tzará, André Bretón o Paul Eluard, de los que, sin embargo, se desencantó, al constatar que la poesía francesa había abandonado la búsqueda existencial y aparecía como dormida en los laureles. Elytis dejóla vida social y se encerró en la lectura de PlatónAtravesé una crisis cuyos primeros síntomas habían aparecido cuatro años antes, hacia el final de la ocupación, cuando el Griego empezaba a despertarse en mi.

Efectivamente, Elytis comprendió que en la lengua griega subyacían unos valores y unos sentimientos determinados que sobrevivían desde la antigüedad clásica y que era preciso reanimar después de aquellos dramáticos períodos de dictadura, ocupación y guerra; una característica que nada tenía que ver con la poesía francesa del momento en general, aunque fue muy bien comprendida por algunos autores franceses, especialmente, Albert Camus, quien hizo de Grecia su patria espiritual.

En 1949, siguiendo su gran afición por el arte, Elytis intimaba con pintores como Picasso, Matisse, Giacometti o Chagall, con los que convivió en ocasiones, si bien, fue Picasso quien le impresionó más profundamente.

Durante 1950 y 51 el poeta vivió en Inglaterra, interrumpiendo brevemente su estancia con un viaje a Italia. Tomaba muchas notas y escribía ensayos en prosa, pero apenas pensaba en la poesía, que abandonó temporalmente hasta su reencuentro con Picasso, con quien Elytis pasó una temporada veraniega que le ayudó a redescubrir la alegría de vivir entre el mar, el sol, la sencillez de la vida familiar, el amor y el arte, muy lejos de las complejidades filosóficas en boga en aquel momento. En el modo de entender la vida del pintor, Elytis encontró el medio para salir del impasse en el que permanecía desde su estancia en París.

En el otoño de 1951 volvió a Grecia y se instaló en Atenas, dedicando la mayor parte del tiempo a traducir obras de teatro, dando así a conocer autores como Bertold Brecht o Jean Giraudoux. De vuelta a la poesía, escribió Seis y un remordimiento por el cielo -Έξι και Μία Τύψεις για τον Ουρανό- que completó definitivamente siete años después, el mismo tiempo que empleó en la composición de Άξιον Εστί, en latín Dignum est. Publicada en 1960, tal vez constituye la obra maestra del poeta y significó asimismo, su consagración internacional. A partir de Άξιον Εστί, la poesía de Elytis se tradujo a numerosos idiomas y el autor empezó a recibir invitaciones de todo el mundo: Estados Unidos, Unión Soviética, Italia, Egipto, etc.

        Me dieron la lengua helénica,
         la humilde casa en las playas de Homero.
         Mi lengua, mi única preocupación en las playas de Homero.


En 1964, el compositor Mikis Theodorakis estrenó un gran oratorio compuesto sobre los textos de Άξιον Εστί que obtuvo un éxito arrollador. Desde su estreno, los poemas de Elytis, en ocasiones, relativamente complejos, pasaron al dominio público a través de la magia de la música.

En abril de 1967, una Junta Militar, tomaba el poder en Grecia, Elytis se fue a París, aunque volvía cada verano a alguna isla del Egeo. En 1970 pasó cuatro meses en Chipre, donde tuvo la oportunidad de conocer al Arzobispo Makarios. En el verano de 1971 volvió finalmente a Grecia para quedarse y, a partir de entonces, su creación poética alcanzó su mejor momento, precisamente, con El Monograma, en 1971, al que siguieron:

Muerte y resurrección de Constantino Paleólogo, -Θάνατος και Ανάστασις του Κωνσταντίνου Παλαιολόγου-, un poema que se refiere, de forma muy emotiva la muerte del último defensor de la Constantinopla cristiana.

El arbol de la luz y la décimocuarta belleza, -Το Φωτόδεντρο και η Δέκατη Τέταρτη Ομορφιά-.

La R de Amor, -Τα Ρω του Έρωτα-.


Sol reinante -Ο Ήλιος ο Ηλιάτορας-.

María Nefeli, -Μαρία Νεφέλη-.


El 18 de octubre de 1979, Elytis fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura: Por su poesía, que sobre el fondo de la tradición griega, describe con una fuerza sensual y una claridad intelectual, el combate del hombre moderno por la libertad y la creatividad. Elytis agradeció la distinción con un discurso en francés en el que comparaba su trayectoria poética con el viaje de Ulises, cuyo nombre me ha sido dado llevar.


Después fue recibido por el entonces Presidente de la República Constantinos Karamanlis y el Parlamento Griego convocó una sesión extraordinaria en su homenaje. Fue nombrado Honoris Causa por las Universidades de París y Londres; invitado a un viaje a España, en 1980 por el Presidente Adolfo Suárez, fue recibido en la Real Academia; homenajeado en la Universidad de Roma, etc.

Tres poemas con bandera de conveniencia, -Τρία ποιήματα με σημαία ευκαιρίας-.

Diario de un invisible abril, -Ημερολόγιο ενός αθέατου Απριλίου-.


El pequeño marinero, -Ο μικρός ναυτίλος-.



Desde 1983, la poetisa Ioulita Iliopoúlou, Ιουλίτα Ηλιοπούλου se convirtió en su compañera inseparable, pero los años siguientes, Elytis se vió obligado a reducir drásticamente sus actividades públicas a causa de una salud cada vez más preocupante que le llevó a ser hospitalizado en varias ocasiones, aunque no abandonó la creación poética.

En 1993, por primera vez, decidió apoyar públicamente al nuevo partido Primavera Política -una escisión de Nueva Democracia-, liderado por Antonis Samarás -Αντώνης Σαμαράς, Primer Ministro de la República Griega desde el veinte de junio de 2012.

Las elegías de Oxópetra, -Τα ελεγεία της Οξώπετρας-.

Al Oeste de la tristeza, - Δυτικά της λύπης-, y


El jardín de las ilusiones, -Ο κήπος με τις αυταπάτες
-, publicados en 1995, reflejaban ya un estado de ánimo teñido por la melancolía de la última etapa de su vida, que culminó el 18 de marzo de 1996.


Elytis había expresado un sólo deseo: que su partida fuera rodeada de un profundo silencio cristiano.