viernes, 27 de marzo de 2020

Galdós ● Los Ayacuchos y Espartero ● Rosario Weiss y Goya


La presente entrada se desarrolla en dos planos paralelos. En el primero, naturalmente, GALDÓS, acomodándose literariamente en una historia de amor, nos sitúa, a través de múltiples referencias, en el período histórico durante el cual, Baldomero ESPARTERO asumió la regencia, después del exilio de la reina Cristina; una época, como veremos, inquieta y adversa, que, una vez más, acabó a tiros, y es conocida como el gobierno de los “Ayacuchos”. 

Durante aquel breve período, la futura reina Isabel II y su hermana, Luisa Fernanda, menores todavía, fueron dotadas de diversos ayos y maestros, tanto hombres como mujeres, entre los cuales -y este el segundo plano paralelo-, aparece, citada por nuestro autor, ROSARIO WEISS, la artista ahijada/protegida de GOYA, que, en nuestro caso, pasará a convertirse en el eje de la narración.

Galdós, de Sorolla, en 1894 (M. P. Galdós, G. Canaria).
Espartero, de Esquivel, en 1842. (Senado)

Retrato de Goya, por Rosario Weiss, 1827-28. (M. Lázaro Galdiano)
Rosario Weiss, Alegoría de la Atención. Autorretrato de 1842. (M. Romanticismo).
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El Episodio IX de la III Serie de los publicados -Los Ayacuchos-, apareció, exactamente, en 1900. A través de una historia de amor, el autor narra los acontecimientos y sucesos ocurridos, desde el momento en que Espartero -el héroe de la Paz en las Guerras Carlistas, conocido y reconocido, por el famoso Pacto o Abrazo de Vergara, asume la regencia, tras el exilio de la reina madre, María Cristina. La viuda de Fernando VII, se encuentra asentada en Marsella con su segundo marido, el antiguo y romántico guardia de corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, para entonces, I duque de Riánsares y I marqués de San Agustín –entre otras altas distinciones que llegó a reunir en su persona-, y convertido, además, en genio de las finanzas, bien fueran las relacionadas con los ferrocarriles, o acaso con el tráfico de esclavos, que para entonces, ya constituía una práctica ilegal.

Espartero en 1841. Esquivel. Casa Consist. de Sevilla.

A pesar de que, como hemos dicho, nos proponemos centrarnos en la vida de Isabel y Luisa Fernando de Borbón, las dos hijas de Fernando VII y doña Cristina, en aquellos años infantiles, así como en el papel de las personas dedicadas a su formación, especialmente, Rosario Weiss, parece preciso explicar, previamente, el origen del título del presente Episodio; ¿Quiénes eran los “Ayacuchos” y por qué su mención quedó asociada a la regencia de Espartero?

Ayacuchos era el nombre que los oponentes de Espartero dieron a los militares agrupados en torno a él; que formaban una "camarilla" que tuvo gran influencia durante su regencia (1840-1843) y con el que compartían la orientación política liberal-progresista, entre los cuales, podemos citar a José Ramón Rodil, García Camba, Isidro Alaix, Antonio Seoane y Francisco Linage, su secretario.

El nombre procedía del hecho de que todos ellos habían combatido en 1824 en la Batalla de Ayacucho, que puso fin a las guerras de independencia hispanoamericanas, si bien, precisamente, Espartero, no había participado en la misma, al haber sido capturado poco después de desembarcar en aquellas costas. 

Los Ayacuchos pasaron a ser "espadones", cuando se hablaba de los militares que protagonizaron la vida política ya durante el reinado de Isabel II, y que eran de distinta orientación política, como eran los generales, Narváez, O'Donnell, Prim o Serrano.

 Rodil – Gª. Cambra – Alaix

Seoane

-José Ramón Rodil y Campillo, marqués de Rodil y capitán general del Ejército Español. Fue virrey de Navarra (1834) y Presidente del Consejo de Ministros de España (1842-1843).

- Andrés García Camba. 1853. militar, político y escritor español, natural de Galicia. Las memorias que escribió sobre su actuación en la guerra de la Independencia del Perú ha sido una fuente muy recurrida por los historiadores.

- Isidro de Alaix Fábregas. Bajo su mandato como ministro, se firmó el Convenio de Vergara (1839) lo que le sirvió para obtener el título de conde de Vergara.

-Antonio Seoane Hoyos. Diputado desde 1834 fue Presidente del Congreso de los Diputados de España en septiembre de 1837 y después Senador por Badajoz en 1841 y por Murcia en 1843.

- Francisco Javier Linage y Armengol, secretario personal del general Baldomero Espartero y autor del texto del documento del Convenio de Vergara de 1839. Durante la regencia de Espartero, Linage fue el inspector general de milicias y, más tarde le acompañó en su exilio en 1843.
Espartero mantenía la confianza en todos aquellos junto a los cuales había combatido y, ya en España, el grupo continuó su relación de apoyo mutuo durante la Primera Guerra Carlista, siempre en torno al regente, al que siguieron apoyando cuando asumió la gobernación, momento en que también figuran, Antonio Van Halen, Martín Zurbano, José de Canterac, Gerónimo Valdés, Landazuri, Valentín Ferraz, y Alejandro González Villalobos.

Van Halen – Zurbano

-Antonio Van Halen. Participó en las guerras de la independencia española e hispanoamericana y en la primera guerra carlista. Siendo Capitán general de Cataluña, bombardeó Barcelona en 1842, durante la Regencia de Espartero, a quien, posteriormente, también acompañó en el exilio. Volvió a España en 1847 y en 1851 reingresó en el ejército, siendo nombrado ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, además de senador vitalicio.

-Martín Zurbano, más conocido como Martín Varea. Por su actuación en la guerra, el carlista Vicente Pou lo definió como un “hombre feroz, oprobio de la humanidad y bastante por sí solo a infamar un partido que cuenta con sus servicios”.

Terminada la guerra, y siendo Espartero ya regente, fue nombrado comandante de Vizcaya, y encargado de la represión del pronunciamiento contra el Regente en 1841, tras el cual ordenó el fusilamiento de Manuel Montes de Oca. Después fue gobernador militar de Gerona.

Cabe señalar que Galdós incluyó el titulado Montes de Oca, entre sus Episodios Nacionales -el octavo de la tercera serie-, en el que relata su levantamiento, su huida de Vitoria, la traición en Vergara de los que le acompañaban, y su fusilamiento en Vitoria.

También Intervino en los sucesos previos al bombardeo de Barcelona el 3 de diciembre de 1842, a las órdenes del general Van Halen, y participó en la represión de los sublevados en Cataluña, en cuyo desarrollo, puso sitio a Reus donde se había sublevado Juan Prim, tomando la ciudad tras pactar la salida de los sublevados. 

Después de todo esto, cuando volvía a Madrid con sus tropas, estas le abandonaron para pasarse a las de Ramón María Narváez; un acto que constituyó el prólogo de la caída de Espartero.

Juan Prim, de Eusebio Valdeperas. Biblioteca Museu Víctor Balaguer



El general Canterac -de pie al centro- firmando la Capitulación de Ayacucho. 
Óleo del pintor peruano Daniel Hernández.

-César José de Canterac Orlic y Donesan, español de origen francés, participó en la Guerra de la Independencia Española y en las de emancipación de los virreinatos de Nueva Granada y Perú. Volvió a España en 1824, y durante la guerra civil portuguesa sirvió en el ejército de operaciones en Portugal. Seguidamente fue comandante general del campo de Gibraltar, y, capitán general de Madrid, el 15 de enero de 1835.

Desempeñando este cargo en abril de aquel año estalló la sublevación liberal del teniente Cayetano Cardero del regimiento de Aragón, quien puso en armas a las tropas que guarnecían la Casa de Correos, en la Puerta del Sol, en Madrid, demandando el restablecimiento de la Constitución de 1812. 

Creyendo que su mera presencia bastaría para sofocar la sublevación, Canterac se presentó ante los amotinados acompañado únicamente por su ayudante y recriminó con dureza al teniente Cardero a quien desarmó y, sable en mano se dirigió a los soldados a los que conminó a corear vivas al estatuto real, a lo que ellos se negaron. Totalmente fuera de sí, Canterac lanzó dos veces el sorprendente grito de "¡Viva el Rey!", cuando una descarga proveniente de un grupo de paisanos armados le dio muerte instantáneamente, e hirió, incluso a uno de los amotinados. 

El teniente Cardero que había permanecido impasible durante este trágico suceso ordenó que el cadáver del capitán general Canterac fuera trasladado con respeto a la casa de correos y que los soldados y paisanos armados despejaran la zona. Algunos autores le han atribuido la culpabilidad de la muerte del general Canterac, aunque otros sostienen que este último, fue víctima de su propia temeridad. 

Muerte de José de Canterac frente a la Real Casa de Correos. 
Grabado de El Panorama Español

Valdés Noriega

-Gerónimo Valdés de Noriega, fue nombrado por María Cristina de Borbón, Ministro de la Guerra en 1834, pero en septiembre de 1835 decidió hacerse cargo personalmente del mando del Ejército del Norte. A los pocos días de llegar a Vitoria, marchó con un poderoso ejército a enfrentarse con Zumalacárregui, sufriendo una desastrosa derrota entre los días 20 al 22 de abril de 1835.

Refugiado en Logroño, recibió la visita de Lord Elliot, firmando, el 27 de abril de 1835 el llamado Convenio lord Elliot que días antes ya había firmado Zumalacárregui, por el cual, ambos se comprometían a respetar la vida de los prisioneros e intercambiarlos siempre que fuese posible. Tras la llegada de su antiguo subordinado y amigo Baldomero Espartero a la Regencia, fue nombrado Capitán General de Cuba. También fue diputado y senador, y escribió una historia sobre la independencia de Perú. 

Valentín Ferraz y Alejandro González Villalobos.

-Valentín Ferraz y Barrau, fue un liberal convencido, que volvió de Perú en 1825, y reanudó su carrera a la sombra de Espartero, junto al cual alcanzó las más altas instituciones. Fue Teniente General de los ejércitos; Director General del arma de Caballería; Inspector General de la Milicia Nacional; Vocal de las Juntas Consultivas de Guerra y Ultramar; diputado y senador del Reino por la provincia de Huesca; Alcalde de Madrid; Ministro de la Guerra en cuatro ocasiones y Presidente del Consejo de Ministros en las últimas semanas de la regencia de María Cristina de Borbón.

-Alejandro González Villalobos. Tras la capitulación de Ayacucho volvió a España donde fue gobernador de Ciudad Rodrigo; capitán general de Castilla la Nueva y después, Inspector General de la Milicia Nacional. Fue Teniente General y recibió la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo, así como la de la Orden de Isabel la Católica. Falleció en 1854 a los 80 años. 

En este grupo también figuraba, como uno de sus fundamentos, el destacado general carlista Rafael Maroto, cuya presencia en la camarilla, según algunos historiadores, explicaría la relativa facilidad con que se había alcanzado un acuerdo como el Abrazo de Vergara que puso fin a la Primera Guerra Carlista en el País Vasco y Navarra, pues se producía entre dos antiguos compañeros de armas.

Desde los 18 años, Maroto intervino en las campañas de Godoy -Guerra de las Naranjas- y después en la Guerra de la Independencia Española, en cuyo transcurso fue herido y hecho prisionero en Zaragoza. 

Rafael Maroto con su nieta Margarita Borgoño, de Raymond Monvoisin.

Fue destinado a Perú y más tarde luchó contra los independentistas chilenos, resultando derrotado por el Ejército de los Andes mandado por el capitán general argentino José de San Martín en la Batalla de Chacabuco en el año 1817.

Ya en España participó –como sabemos-, en la Primera Guerra Carlista, siendo uno de los firmantes, con Espartero, del citado Convenio de Vergara, que supuso el final de la guerra civil entre carlistas e isabelinos, con victoria de estos últimos.

Maroto cuenta en el documento titulado "Manifiesto razonado de las causas del convenio de Vergara", cómo y por qué se unió a la causa carlista, asegurando que no deseaba medrar, pues su posición social y profesional y el futuro que le esperaba eran muy prometedores. Dijo que había tomado la decisión de seguir al pretendiente de la corona don Carlos, hermano del rey Fernando VII y tío de Isabel II, pensando que era lo mejor para España pues creía más oportuno el posible reinado de don Carlos que el de una niña de tres años cuya minoría de edad traería consigo una regencia poco clara (a su entender). Maroto por entonces tenía más fe en la persona de don Carlos, entre otras cosas, por sus principios religiosos y su probada observancia de las leyes. 

Declaraba Maroto, finalmente, que al seguir a un príncipe proscrito estaba casi seguro del fracaso y de que sus seguidores no serían tratados como auténticos militares sino como bandoleros y traidores. –Todo claro-.
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Lo cierto es que las guerras coloniales y las carlistas, produjeron un excedente de militares de alto rango, que, con la paz, quedaban “cesantes” o “disponibles” y, en ocasiones, no llegaban a recibir las pagas. Los gobernantes, civiles o militares, carecieron de la capacidad, o la energía, o los medios, para abordar la necesaria reforma del ejército, que requería una reducción drástica de su cúpula, y con su actitud, no solo dieron base al descontento de los militares, sino que también alimentaron la disposición de estos a participar en todo tipo de aventuras políticas y bélicas. 

Por otra parte, su intocabilidad, y el temor que, reconocido o no, se les tenía, como dirigentes de fuerzas armadas, alentó en ellos un espíritu corporativista, popularizado a través de periódicos como El Grito del Ejército, o El Archivo militar. Humildemente, decían de sí mismos en septiembre de 1841:

No podemos ni queremos decir: el Estado somos nosotros, pero diremos: la patria, o si más os place, la parte más pura de la patria somos nosotros.
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Pues bien, una vez despachado el aspecto político-militar (acaso, más bien habría que decir: militar-político) de la época, y, volviendo a palacio, recordaremos que la regencia llevaba consigo la tutoría de Isabel, reina, de facto, pero menor de edad, y de su hermana la Infanta Luisa Fernanda. A tal efecto, también se produjeron diversos nombramientos.

Argüelles (1776-1844). De Suarez Llanos, 1879. Congreso

Agustín Arguelles, fue elegido por las Cortes tutor de las hijas de Fernando VII. Galdós dice de él, que mostró siempre “un desinterés ascético, que ni antes ni después tuvo imitadores, y que esta fue su culminante virtud en la época de la tutoría y en el breve tiempo transcurrido entre ésta y su muerte. Baste decir, para pintarle de un rasgo solo, -añade-, que habiéndole señalado las Cortes sueldo decoroso para el cargo de tutor de la Reina y Princesa de Asturias, él lo redujo a la cantidad precisa para vivir como había vivido siempre, con limitadas necesidades y ausencia de todo lujo. 

Se asustó cuando le dijeron que el estipendio anual que disfrutaría no podía ser inferior al del Intendente de Palacio, y todo turbado se señaló la mitad, y aún le parecía mucho. Cobraría, pues, la babilónica cifra de noventa mil reales. Pero si no le seducían las riquezas, su ánimo no. podía librarse de la vanagloria tribunicia, ni su orgullo podía satisfacerse con otros lauros que los ganados en las Cortes. 

Había llegado a ser el patriarca parlamentario, y no sabía vivir fuera del templo y sacristía de aquella religión. En las postrimerías de su laboriosa existencia, su apego a la vida del Parlamento era tal, que se consideraba hombre perdido si le obligaban a cambiar por la tutoría la grata rutina de oír y pronunciar discursos. Aceptó el honroso cargo con la condición precisa de seguir presidiendo las Cortes. No quería sueldos, honores ni cruces: no quería más que hablar. Por su elocuencia, que en los albores del régimen arrebataba, le llamaron Divino. La posteridad ha dejado prescribir aquel mote, fundado en vanas retóricas, y le ha puesto marca mejor: la de su honradez, que ciertamente en tales tiempos y lugares no parecía humana.”

Juana María de la Vega Martínez, Condesa de Mina (1805-1872) y Fco. Espoz y Mina

Juana de Vega, Condesa de Mina –añade Galdós-, señora gallega, notoria por sus virtudes y grande ilustración. Designada para el cargo de Aya de la Reina y Princesa, resistió con protestas vehementes la aceptación, pero al fin, lograron convencerla, y con su entrada en Palacio marquesas y condesas de la antigua servidumbre se conjuraron para presentar sus dimisiones. 

Nacida en La Coruña, el 7 de marzo de 1805, fue activista y escritora liberal. Se casó con el guerrillero y militar, también liberal, Francisco Espoz y Mina, tras cuya muerte fue nombada aya y camarera mayor de Isabel II entre 1841 y 1843, es decir, cuando la heredera tenía entre once y trece años. 

Después volvió a La Coruña, donde permaneció el resto de su vida, y donde, sin abandonar su actividad política escribió dos obras de memorias -la última inacabada-, en las que reivindicó la figura de su esposo, como héroe de la Revolución liberal española. 

Cuando apareció en 1910 de la obra en la que narra su experiencia como aya y camarera mayor de Isabel II, publicada por el Congreso de los Diputados bajo la presidencia de José Canalejas, se afirmó públicamente, Juana de Vega era "una de las mujeres más ilustres de cuantas han enaltecido el nombre de España", y que su nombre debería figurar además en el panteón literario femenino junto con Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cecilia Böhl de Faber, Carolina Coronado, Concepción Arenal y Rosalía de Castro. 

Cuando en 1823 llegaron los "Los cien mil hijos de San Luis" para restaurar el poder absoluto de Fernando VII, Espoz y Mina tuvo que abandonar España por segunda vez y Juana de Vega, acompañada por su padre, se reunió con él en Gran Bretaña en marzo de 1824, tras un azaroso viaje en barco, desde Portugal, pasando por Francia. Allí permanecieron hasta 1833, pero solo tres años después, en diciembre de 1836, fallecía Espoz y Mina, a los cincuenta y cinco años; Juana tenía entonces, treinta.

Como Aya, se propuso hacer comprender a Isabel lo que significaba una monarquía constitucional:

Una gran parte de los españoles, señora, no tiene casa, ni vestido, ni medio alguno para subsistir, sino el escaso jornal fruto de un trabajo penoso, y aún se reputa afortunado aquel que puede asegurar por este medio un pedazo de pan negro y un montón de paja en una choza miserable. (...) Si yo me hallase colocada en la elevada posición que V.M. ocupa, con las ideas que tengo, consideraría todo gasto superfluo como una falta, por tener obligación de acudir los reyes a las necesidades de sus súbditos, que son los que con su sudor los sostienen.

Cuando se produjo el asalto al palacio y el intento de "rapto" de la reina Isabel y de la infanta Luisa Fernanda por los generales Concha y Diego León, Juana de Vega contribuyó al fracaso del intento, motivo por el que el regente Espartero le otorgó la Grandeza de España, dignidad que la prensa moderada y antiesparterista utilizó para responsabiizarla después, por no haber intercedido para evitar la condena a muerte del general Diego de León –suceso que veremos, inmediatamente, en palabras de Galdós-. En aquella época fue cuando escribió la Historia Interior de Palacio

Juana de Vega murió en La Coruña, el 22 de junio de 1872, a la edad de 67 años.

Escribe Galdós, que: Casi al mismo tiempo que la Condesa de Mina -1840-, entró ... D. Manuel José Quintana, nombrado Ayo y Director de estudios de las reales niñas. 

Manuel José Quintana. 1772-1857

Senador vitalicio en 1845, el 25 de marzo de 1855 Quintana fue laureado como poeta nacional en el Senado por Isabel II durante un solemne acto que Luis López Piquer dejó inmortalizado en su pintura:

Coronación de Manuel José Quintana por la reina Isabel II de España. Luis López y Piquer. 1859. (Museo del Prado, en depósito en el Palacio del Senado de España).
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Día tras día, -continúa Galdós-, llegaron los de Octubre del 41. Respondiendo a voces internas (que en un corazón de once años no faltan cositas que vocear), Isabel se decía: «Tengo que fijarme en todo lo que sucede, para ir viendo, para ir conociendo... Porque a lo mejor, aquí andan a tiros y se revoluciona toda la gente sin que una se entere de nada. ¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué andan a la greña unos y otros? Es preciso que yo lo sepa y que tenga mucho cuidado con lo que ocurre. No se me pasara nada, y estaré con mucho ojo para que no puedan engañarme. A los malos habrá que castigarlos, y premiar a los buenos.» Esto lo pensaba en la tarde del 7 de Octubre, paseando con su hermanita por lo reservado del Retiro. De regreso a Palacio les dieron de cenar, y luego emplearon un rato en la lección de música, bajo la dirección de la profesora Doña Rosario Weiss, que aún no desempeñaba la plaza en propiedad. 

[Aunque se sabe que Rosario Weiss también tenía formación musical, la realidad es que su trabajo en palacio era de maestra de Pintura].

Rosario Weiss. Autorretrato. BNE

Isabel II, niña, estudiando geografía y la Infanta Luisa Fernanda de Borbón, estudiando música. Vicente López y Portaña, 1842. Patrimonio Nacional. Reales Alcázares de Sevilla. RRAA Sevilla.

Narra a continuación Galdós, cómo vivieron las reales niñas el frustrado intento de su liberación/secuestro por parte de Diego de León y otros...

Bueno, Señor. Acabaron se las lecciones, y las niñas se acostaron y como ángeles se durmieron, sin advertir que bajo sus almohaditas sonaban mugidos de volcán. 

Quizás el historiador esté en lo cierto indicando el hecho de que la viva imaginación de Isabel no permitió a ésta un sueño sosegado. Por la tarde había pensado en la necesidad de observar los acontecimientos, en averiguar el porqué de las revoluciones, calentándose los cascos más de la cuenta con este discurrir cosas impropias de su edad. 

Fue, pues, muy lógico que turbaran su sueño sin interrumpirlo sonidos lejanos o próximos de tiros y zambombazos; como también pudo suceder que en sueños oyese rumor de batalla real, no soñada, no lejos de su dormitorio. Lo que no tiene duda es que al despertar de nada se acordaba. 

Sorprendidas y aterradas quedaron se las dos niñas cuando la Condesa de Mina entró en el dormitorio, y les dijo que aquella noche había ocurrido en Palacio un suceso muy grave: nada menos que una batalla en la escalera, entre unos locos que querían entrar y subir, y los alabarderos que supieron cumplir y cortarles el paso. No podía Doña Juana de Vega empequeñecer y desvirtuar la página histórica reduciéndola a las proporciones de un cuento de niños, y a las curiosas preguntas de la Reina y la Princesa contestó que los tales locos eran generales... ¿Quiénes? Precisamente los más nombrados, los héroes de la última guerra, los Conchas, León, Pezuela... y tras ellos, coroneles, oficiales, alguna tropa... Pero no creyeran las niñas que el intento de éstos era matarlas o hacerles daño material, no: el ciego designio que les había impulsado a tan grande atropello no era otro que coger a la Reina y a su hermanita y llevárselas con muchísimo respeto a donde pudieran proclamar caducada la Ley que felizmente nos regía, y establecer nueva Regencia. ¡Locos, locos rematados! Pero en el pecado llevaban la penitencia, porque el plan se les deshizo desde que quisieron ponerlo en ejecución, y antes de amanecer ya habían huido todos, escondiéndose cada cual donde pudo. 

No acababan las niñas de creer que era historia y no cuento lo que oían...
… pero la realidad es que, a pesar del fracaso del intento de “liberación” de la reina, Diego de León fue fusilado por ello.

El teniente general Diego de León, conde de Belascoain (1807-1841). 

A pesar de sus reconocidos méritos durante la Primera Guerra Carlista,fue fusilado por su participación, el día 7 de octubre de 1841, en el intento de asalto del Palacio Real de Madrid, junto con los moderados de O'Donnell, que, en realidad, actuaban contra el regente Espartero, contando con el patrocinio de la ex-regente María Cristina de Borbón, y de su marido Fernando Muñoz –tal como figura hoy en el expediente del Congreso, relativo a los alabarderos que abortaron el intento.

Cerca de Madrid, en Colmenar Viejo, Diego de León fue arrestado por el comandante Laviña, su antiguo ayudante, que lo llevó al Colegio de Santo Tomás, transformado por entonces, en cuartel de la Milicia Nacional, y allí fue sometido, de inmediato, a un Consejo de Guerra, del que resultó condenado a muerte. 

Espartero recibió numerosas peticiones de indulto, pero se mostró absolutamente inflexible al respecto. 

Fusilamiento del general Diego de León. Grabado del siglo XIX.

El 15 de octubre de 1841 Diego de León fue trasladado desde la prisión hasta el camino de los Pontones, situado, entonces, a las afueras de Madrid, donde fue fusilado. El general condenado, vistiendo uniforme de gala, solicitó permiso al oficial que mandaba el piquete de ejecución para poder dar él mismo la orden necesaria, de forma que, una vez que se le leyó la sumarísima sentencia, gritó a los soldados: “No tembléis, al corazón.”
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¿Quién era María del Rosario Weiss Zorrilla? Una muchacha nacida en Madrid, el 2 de octubre de 1814, ahijada y discípula de Francisco de Goya, que se convirtió en una extraordinaria pintora, y que, casi con seguridad, acompañó y, puso luz en los últimos años de vida del gran maestro.

De la altura y calidad artística de Rosario Weiss, da fe el hecho de que setenta y siete dibujos suyos conservados en la Hispanic Society, fueron atribuidos a Goya, hasta que, en 1956 José López-Rey demostró que eran obra de su ahijada y alumna.

Fue bautizada en Madrid, el 3.10.1814, «...en la iglesia parroquial de San Ginés, yo, don Antonio Herrero, Teniente cura de dicha parroquia, bauticé solemnemente a María del Rosario Leocadia, hija de don Isidoro Weis, de edad de treinta y dos años, del comercio, y de doña Leocadia Zorrilla, su legitima mujer, de edad de veintiséis años...». 

Isidoro Weiss, joyero alemán, y Leocadia Zorrilla, sus padres, se habían casado en 1807, pero, por una denuncia que Isidoro Weiss presentó contra Leocadia en 1811 por "conducta y trato ilícito", se deduce que debió ser un matrimonio de muy breve duración, aunque de él nacieron dos hijos, Rosario y Guillermo.

Leocadia Zorrilla, de Goya. MNP

En cualquier caso, aunque hay pocos datos, sí se sabe que en  1817, Leocadia se fue a vivir a vivir con Goya a la famosa "Quinta del Sordo", en calidad de “ama de llaves”. 

Retrato de Guillermo Weiss en 1840. De Rosario Weiss.

Al parecer, Goya inició a Rosario en el dibujo cuando apenas tenía siete años, y todavía residía en Madrid, y a los once, ya en Burdeos, la puso como alumna de un fabricante de papeles pintados llamado Vernet.

En una carta a su amigo el banquero Joaquín María Ferrer, que vivía en París, Goya decía de Rosario: 

Esta célebre criatura quiere aprender a pintar de miniatura, y yo también quiero, por ser el fenómeno tal vez mayor que habrá en el mundo de su edad hacer lo que hace; la acompañan cualidades muy apreciables como usted verá si me favorece en contribuir a ello; quisiera yo enviarla a París por algún tiempo, pero quisiera que usted la tuviera como si fuera hija mía ofreciéndole a usted la recompensa ya con mis obras o con mis haberes; le envío a Usted una pequeña señal de las cosas que hace...

Francisco de Goya y Lucientes
 Burdeos, 28 de noviembre de 1824.

Goya, de Rosario Weiss, 1826

Retrato de Goya, Rosario Weiss, 1827-28. Museo Lázaro Galdiano

Joaquín María Ferrer no contestó a la carta del ya anciano maestro, que,en 1827, preocupado por su futuro, decidió poner a Rosario como aprendiz en el taller del pintor Antoine Lacour, en Burdeos.

Pierre Lacour retratado por su padre

El hijo de Goya, Javier -en cuya boda se cree que el pintor conoció a Leocadia-, nunca se llevó bien con esta, por lo que, al morir Goya el 17 de abril de 1828, siendo Javier su único heredero, entregó mil francos a la madre y a la hija, con lo que pudieron sobrevivir y volver a España, en junio de 1833, acogiéndose a una amnistía para los condenados por delitos contra Fernando VII.

Ya instaladas en Madrid, ambas vivieron gracias a las copias que Rosario hacía de obras de Murillo, Vicente López y otros artistas, en el Real Museo de Pintura, actual Museo del Prado

En 1833 hubo una amnistía para los liberales exiliados; en junio de ese año los Weiss llegaron a Madrid. Rosario comenzó a trabajar como copista en el Museo del Prado y, un tiempo después, en la Academia de San Fernando. Copió al óleo y a lápiz pinturas de los grandes maestros por encargo de particulares; entre ellos un retrato de Goya según el original de Vicente López, que ella presentó en la exposición de la Academia de 1834 y que la institución le compró, así como dos versiones en tamaño reducido del retrato de la Tirana por Goya y del retrato de los duques de San Fernando según el original de Tegeo.   

1: Vicente López 2:Rosario Weiss

1: Tegeo  2: Weiss

Las copias le generaban ingresos, pues había demanda; cuando ella pide permiso a la regente María Cristina para que le bajaran algunas pinturas del Museo del Prado con el fin de poder copiarlas -pues era corta de vista y entonces el Museo tenía sus muros completos casi desde el suelo al techo-, argumenta que es el único medio que tiene para seguir progresando como pintora y para sostenerse económicamente. (Carlos Sánchez Díez)

Posteriormente, y ante la imposibilidad de seguir trabajando en el Museo del Prado, Rosario pasó a hacer copias en la Academia de San Fernando, por encargos de particulares y del restaurador Serafín García de la Huerta, de quien se cree que pudo vender algunas como originales, posiblemente, sin conocimiento ni participación de la copista, que, gradualmente empezó a participar en las exposiciones organizadas por el Liceo Artístico y Literario.

La carrera conocida de Rosario Weiss empezaría, por así decirlo, cuando, en junio de 1840 fue nombrada Académica de Mérito de San Fernando y, en 1842, Maestra de Dibujo de Isabel, la futura reina, y de su hermana, la Infanta Luisa Fernanda, recibiendo por su trabajo ocho mil reales de sueldo; un empleo, al parecer obtenido por intermedio de los amigos liberales de su hermano Guillermo Weiss, durante la regencia de Espartero, cuando Agustín Argüelles era tutor de la reina.

Rosario Weiss moriría a los 28 años, en plena calle, según parece, asustada y ya enferma, cuando le sorprendieron las algaradas producidas al día siguiente de la caída de Espartero, al salir de su trabajo en el Palacio Real, pues así es como consta en el informe médico entregado a la familia real, con fecha 31 de julio de 1843.

Juan Antonio Rascón, amigo de Guillermo Weiss publicó una necrológica en la Gaceta de Madrid –que reproducimos íntegramente, más abajo-, en la que quiso dejar constancia de la calidad, y casi de la existencia de la artista, que, completa, o por referencias fue publicada también en revistas y periódicos, como el Semanario Pintoresco Español -26 de noviembre de 1843; la Revista de Teatros -nº 477 del 21 de mayo de 1844-, y ya en 1912, Luis Ballesteros Robles también le dedicó una reseña en el Diccionario Biográfico Matritense.
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Se conservan pinturas, dibujos y litografías de Rosario Weiss, en la Biblioteca Nacional, en la Real Academia, en el Museo Lázaro Galdiano, en la Real Academia de San Fernando, en el Museo del Romanticismo y en el Museo del Prado.

Rosario Weiss fue reconocida en el ambiente artístico madrileño de su época, dirigido y protagonizado, como es sabido, solo por hombres. La prensa del momento menciona su participación, al menos desde 1834, en las exposiciones organizadas por la Academia de San Fernando y el Liceo Artístico y Literario. También aparece citada elogiosamente como autora de los retratos con que se ilustraron ediciones de Mesonero Romanos, Larra o Zorrilla: 

Mesonero Romanos, Larra y Zorrilla, de R. Weiss

“El retrato [de Larra] está encomendado a los distinguidísimos artistas doña Rosario Weis y don Pedro Ortigosa, cuyo reconocido talento es una prenda suficiente de lo esmerada que saldrá su ejecución. El del apreciable literato don Ramón Mesonero y Romanos, puesto al frente de sus escenas matritenses, debido a su habilidad, responde de ello de antemano. En cuanto a la semejanza, baste decir, que se han tenido a la vista dos o tres de los retratos más parecidos. Los amantes de la memoria de Fígaro no tendrán en este punto nada que desear”.

Después del artículo de Juan Antonio Rascón, la figura de Rosario Weiss despertó el interés de algunos historiadores, debido, fundamentalmente, a su relación con el artista aragonés. En 1845, Díez Canseco –quien, al igual que Rascón, la conoció personalmente– la incluyó en su Diccionario de mujeres célebres dedicándole especial atención y reproduciendo el texto de la Gaceta de Madrid, también lo empleó Manuel Ossorio, para redactar una extensa reseña en su Galería biográfica de artistas, lo mismo que el Diccionario Enciclopédico de Montaner y Simón

Ya en 1922, Félix Boix la incluyó en la exposición y catálogo dedicado al dibujo español, y siguieron otros historiadores posteriores, como Lafuente Ferrari, o Xavier de Salas, que incluyeron la crónica –con mayor o menor espacio y valoración– en sus respectivos textos. 

El Marqués de Saltillo pronunció, una conferencia sobre la artista en el Museo Romántico, en la que dio a conocer documentos inéditos, dibujos y litografías, el 21 de abril de 1954.

En 1956 López-Rey publicó un primer artículo dedicado en exclusiva a Rosario Weiss, aportando interesantes atribuciones, en su mayor parte dibujos de la Biblioteca Nacional, de la Hispanic Society of America, y de otras colecciones, a pesar de que, en algunos casos, ello supuso anular la atribución de obras consideradas hasta entonces de Goya.

En 1966, en un artículo dedicado a las miniaturas creadas por Goya en Burdeos, Eleanor Sayre dio a conocer dos nuevos dibujos de Weiss conservados en museos norteamericanos.

Más tarde, José Álvarez Lopera publicó dos textos que resultaron fundamentales para la biografía de Rosario Weiss, y, en parte, para su catálogo.

En 1982, Jacques Fauqué y Ramón Villanueva recogieron en un trabajo dedicado a la vida de Goya en Burdeos, muchas noticias relacionadas con la vida de Rosario Weiss en aquella capital, así como varias obras, hasta entonces desconocidas, conservadas en colecciones francesas.

En 2008 Jaime Esaín publicó la primera monografía sobre la autora, en la que actualizó su biografía y enriqueció su catálogo con nuevos dibujos. Ese mismo año, se publicó en Burdeos un texto de Guadalupe Echevarría centrado en la etapa en Burdeos, de Goya y de su discípula –para la autora, su hija–, en el que analiza su formación, interpreta algunas de sus obras conocidas y reivindica a Rosario como artista original y coautora de la Lechera de Burdeos.

En 2009, José María Puig publicó una monografía centrada en Leocadia Zorrilla y sus descendientes en la que abordaba brevemente la figura de la artista y reproducía algunas de sus obras conocidas, y algún dibujo inédito. 

Rosario Weiss es un caso peculiar en la historia del arte español por la gran cantidad de dibujos que se han conservado de su etapa de formación, debido fundamentalmente –como sabemos-, a que muchos de ellos fueron atribuidos a Goya. 

Aunque en muchos casos se ha determinado rechazar la asignación de aquellos trabajos a Goya, pasando a ser atribuidos a Rosario, se deduce que los llevó a cabo copiando modelos del artista aragonés, y en menor medida, que se trata de obras de ambos, en las que Goya sería el instructor. Hoy se conocen más de un centenar de dibujos de la artista madrileña, y no se descarta que aparezcan más, ya que, por lo que sabemos, nunca dejó de trabajar.

El predominio del dibujo en su producción puede deberse a tres razones fundamentales: al hecho de que tenía dotes excepcionales para esta técnica; a la buena acogida de sus obras por parte del público y la crítica y, por último, por resultar una práctica más accesible y económica que la pintura. 

De su faceta como pintora, además de algunas obras en paradero desconocido, se conocen varias copias de calidad –como el Retrato de Goya o las dos versiones de La Tirana–, así como algún original de menor interés en comparación con sus dibujos y litografías.
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La figura de Rosario Weiss resulta, pues, excepcionalmente sugestiva por el hecho de haber vivido su infancia junto a Goya –su primer maestro–, pero no lo es menos por su precocidad como artista, además del hecho de que, el haber sufrido el exilio político a causa de las ideas liberales que su madre, su hermano Guillermo, y ella, compartían, le proporcionó un ambiente liberal y culto, en el que ser mujer no suponía una traba para poder ejercer una profesión, ni el acceso a la formación, y, quizás, en su caso, el desarrollo de capacidades innatas, como dibujante, pintora, litógrafa, además de su formación musical.

Destacaría... una litografía importante por su calidad y por mostrar un temprano posicionamiento político, se titula “El Genio de la Libertad”. Es un homenaje al general Espoz y Mina, quien en otoño de 1830 había organizado un ejército de exiliados liberales españoles con el objetivo de derrocar la monarquía absoluta de Fernando VII; de este ejército de voluntarios, derrotado en Vera de Bidasoa, formó parte Guillermo Weiss, hermano de la artista. (Carlos Sánchez Díez. M. Lázaro Galdiano).

El genio de la libertad. Rosario Weiss, 1931. Biblioteca Nal. de Burdeos
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Rosario no se casó y luchó con tesón por vivir de su trabajo y ser considerada y reconocida como artista profesional, algo que muy pocas mujeres conseguían entonces. Este reconocimiento le llegó con el nombramiento como Académica en 1840 y, dos años después, cuando ganó la plaza de profesora de dibujo de la reina Isabel II, adjudicación en la que resultó clave el apoyo de sus amigos liberales. 

Su cometido: que las hijas de Fernando VII aprendieran “lo que sea necesario para perfeccionar el sentido de la vista, para dar hermosura y delicadeza a las labores finas de su sexo, cuando quieran ocuparse de ellas, y también para distinguir acertadamente el mérito de las obras de arte”. 

El salario era de 8.000 reales al año, pero Rosario Weiss desempeñó este empleo durante poco tiempo, ya que falleció el 31 de julio de 1843, a los 27 años.
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Si bien Galdós remata de forma literariamente atractiva, la historia de amor de los protagonistas de los “Ayacuchos”, deja “la caída de Espartero” para otra ocasión.

En todo lo restante no hubo más que plácemes, alegrías y gratitudes al Señor por tantos y tan bien ganados bienes, y llegó el día del doble casamiento, que fue principio de una era matrimonial gloriosa y fecunda.

De esto se hablará en otra parte de estas historias, alternando con sucesos graves, como la caída del gran Ayacucho, y el cuento de unas bodas más afamadas y no tan venturosas. 

En efecto, el siguiente Episodio publicado llevaría el título de “Bodas Reales”.
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Añadiremos -puesto que Galdós lo deja para otra ocasión-, que Espartero cayó en 1843, y emprendió el camino del exilio a Inglaterra. Además de la inquietud permanente de los tiempos, su caída se atribuye, en buena parte, a los manejos de la antigua reina Cristina, para entonces en un dorado y millonario exilio francés, desde donde, al parecer, no dejó de alentar conspiraciones contra aquel al que consideraba un usurpador. No olvidemos que ella misma había usurpado tal papel, pues la legalidad vigente, le obligaba a abandonar la regencia si contraía matrimonio morganático, motivo por el cual siguió ocultando su boda secreta con el guardia de corps, aun después de haber traído al mundo más de un hijo.

Por su parte, al general Espartero se le atribuye la ruina de la industria algodonera española, al reducir al mínimo los aranceles de la británica. Y lo cierto es que fue muy bien acogido en el Reino Unido; pues el “ayacucho” que no lo era, reunió en su persona las más importantes distinciones y se ganó su inclusión en las principales Órdenes, como la Jarretera, el Baño, etc., y allí vivió en paz, muchos años.

Por lo que respecta a Rosario Weiss, la caída de Espartero resultó fatal. El Regente abandonó el reino y se embarcó en Valencia, el día 30 de julio de 1843. Al día siguiente, se produjeron numerosas revueltas y algaradas. Rosario acudió a sus clases, como de costumbre, y al volver a casa, le sorprendió uno de aquellos tumultos. Al parecer, sola y enferma, trataba de sortear el terrible desorden, cuando sufrió un ataque, que terminó con su vida, en plena calle, el día 31 de julio de 1843, cuando solo tenía 28 años.
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Necrológica-biográfica de 

Doña Rosario Weiss. Gaceta de Madrid, 20 septiembre 1843, nº. 3266

Cuando pensamos en la suerte que en todas épocas ha cabido á nuestros célebres artistas, se agolpan en nuestra mente las más tristes y desconsoladoras ideas. Aislados enmedio de la sociedad que apenas se ocupa de ellos viviendo, casi desapercibidos en el mundo, precisados á vencer con aplicación y perseverancia la multitud de obstáculos que se Ies presentan en su carrera, sin protección de ningún género, y sin más estímulo que el amor de la inmortalidad y de la gloria, vienen á acabar sus días en un pobre y reducido albergue sin que nadie se acuerde siquiera de derramar una sola lágrima de sentimiento y de pesar sobre su tumba. 

La Rosario Weiss ha muerto, y entre tantos periódicos artísticos y literarios como se publican en España , no ha consagrado ninguno el menor recuerdo, la más simple memoria que dé á conocer la gran pérdida que con su muerte ha sufrido nuestra patria. 

Era muger, y esta sola circunstancia debiera haber bastado para que con más entusiasmo sé enrizara su mérito y se llorara su fin, porque si son dignos de admirar los talentos de aquellos hombres que han logrado sobresalir en la profesión á que se dedicaran, mucha más alabanza merece una muger que sobreponiéndose á las dificúltales que le ofreciera su sexo ha sabido vencerlas con éxito feliz. La desdichada suerte reservada á la muger por el destino debe inspirarnos hacia ella el más vivo interés, y considerar sus desgracias con la más tierna efusión. 
La muerte de la Rosario Weiss ha llenado nuestro corazón de amargura, su prematuro fin ha contristado nuestro ánimo, y estamos seguros que habrá sucedido lo propio a cuantos la conocían. En la flor de su edad, en la época en que más debía haber brillado su ingenio, vino la muerte á arrebatar á la España una artista que hubiera sido su gloria; porque si tan temprano había llegado a sobresalir en el difícil arte de la pintura, en las diferentes clases á que se dedicara, ¿qué no hubiera alcanzado en lo sucesivo según la marcha progresiva con que caminaba? En el dibujo la finura de su pincel, sus toques delicados y la verdad de las formas hacía distinguir sus obras con una ventaja extraordinaria entre las de todos los dibujantes del día. En las copias al óleo llegó á tan alto grado, que se confundían casi siempre con los originales, porque su clara imaginación y el gran conocimiento que tenía en su difícil arte la llevaban fácilmente á conocer y dominar el colorido, la escuela y el gusto de los autores que se proponía copiar. En sus inspiraciones unía á las preciosas dotes de la ejecución el tacto filosófico que necesita el pintor para hacerse adivinar en sus obras. Si con mejor fortuna no se hubiese visto precisada a trabajar incesantemente para subsistir, si una moderada pensión la hubiera dejado tiempo para dedicarse desahogadamente á ese arte que era su delicia y su encanto, habría dado ancho campo á su florida imaginación, legando á la posteridad obras tan inmortales como las que hicieron célebres á los Murillos, á los Velázquez y á los Herreras, y habría sido tanto más admirado su mérito, cuanto que por su sexo se hacía sobradamente notable á causa de la atroz injusticia con que la sociedad juzga á las mugeres creyéndolas faltas de profundidad y de perseverancia, e incapaces por ello de llegar á la perfección en Ias ciencias y en las artes; como si aquellos pensamientos agudos y originales que todos reconocen en la muger, aquel fino y delicado tacto con que se penetra de lo bueno y de lo malo , aquel gusto pronto y seguro con que expresa su voluntad, aquella sensibilidad exquisita, aquel talento seductor con que adivina los más ocultos sentimientos del alma hiciesen imposible á la muger estar dotada de las otras cualidades, de que solo carece por la educación que generalmente recibe. 

Nació en Madrid la Weiss el 2 de Octubre de 1814, y á los pocos años por consecuencia de las desgracias que experimentó su familia, se vió colocada al lado del célebre pintor D. Francisco Goya, pariente suyo. Conociendo aquel genio superior el gran talento y las bellas disposiciones que mostraba ya desde niña, empezó á enseñarla el dibujo á los siete años de edad al misino tiempo que aprendía á escribir; y para no fastidiarla obligándola a copiar principios con el lapicero, la hacía en cuartillas de papel figuritas, grupos y caricaturas de las cosas que más podían llamar su atención , y las imitaba ella con un gusto extraordinario valiéndose solo de la pluma. Asi empezó á aficionarse al dibujo y á desenvolver las preciosas facultades con que la había dotado la naturaleza. 

Goya retrató a su amigo asturiano el arquitecto Tiburcio Pérez Cuervo (1820). Met. NY

Cuando en el año 1820 pasó Goya á Burdeos, quedó la Weiss encargada al arquitecto D. Tiburcio Perez, en cuya casa empezó á emplear el disfumino y la tinta china con tanta afición estimulada por los premios que la procuraban adecuados á su edad, que hubo dia de verano en que llegó á copiar tres y aun cuatro caprichos de Goya, con suma exactitud y con notable efecto de claro-oscuro. Pasado algún tiempo fue á Burdeos, donde permaneció con Goya hasta el año de 1828, en que falleció este célebre español. Entró poco después en el estudio de Mr. Lacour, director de la academia de aquella ciudad, y comenzó á gastar el lápiz de bien distinto modo que le había usado hasta entonces. La corrección de sus dibujos, la finura y exactitud con que ejecutaba todas las copias, merecieran que su maestro la distinguiera entre todos sus discípulos y la dedicara á usar de los colores, en los cuales logró bien pronto grandes adelantos haciendo algunos bodegones que ideaba ella misma, pintando los objetos de la cocina de su propia casa. 

Regresó á Madrid en l833, y aquí puede decirse que se abrió para ella una nueva era á la vista de los preciosos cuadros que contienen nuestros Museo y la academia de San Fernando. Sin más dirección que su propio talento y el examen escrupuloso de los originales, copió á diferentes autores imitando el carácter y maneras peculiares de cada uno de ellos. Precisada á sacar partido de su profesión para atender á su subsistencia y á la de su querida madre, se dedicó, por encargo del secretario de la embajada de Inglaterra, á copiar al lápiz varios cuadros que sacó con una verdad inimitable; contábanse entre ellos la Monna-Lisa de Leonardo Vinci, la Lucrecia Fede, muger de Andrea del Saito, la Salomé con la cabeza del bautista de Ticiano , y un retrato de la muger de Padilla , hecho por Goya, aunque se atribuyó á Pantoja. 

Este Mecenas, que se la presentó en su carrera, la excitó también á copiar al óleo algunos cuadros como el niño Jesús dormido, de Zurbarán, y los retratos de Wandick y Turena. Habría copiado otros muchos si la hubieran descolgado los originales, para lo cual obtuvo licencia de la Reina Cristina; pero no se quiso acceder á esto suponiendo que era muy dañoso para el Museo, ni tampoco se la construyó un entarimado para acercarse á ellos, á pesar de haberlo también mandado la Reina Gobernadora. Parece imposible que en este siglo tan ilustrado se cometiese la escandalosa falta de reducir el Museo de Madrid, que es uno de los mejores de Europa, á un mero almacén de pinturas, conservado únicamente por lujo y ostentación. ¿Porque de qué sirve esa multitud de cuadros envidiados de todos los extrangeros y que han inmortalizado el nombre de sus autores, si no se ponen en juego todos los medios imaginables para que puedan copiarse y le sea fácil a la juventud española estudiarlos detenidamente hasta conocer á fondo las diferentes escuelas que ha habido, iniciándose al propio tiempo en los principios y reglas del arte que con tan buen éxito cultivaron sus mayores?

Persuadida la Rosario Weiss de que en el Museo no podía lograr el objeto que deseaba, se dirigió á la Academia de San Fernando donde copió varios cuadros por encargos particulares; fueron de este número la Charra de Mens, la Tirana de Goya y la Virgen del Medio punto, de Murillo. Ejecutó estos tres cuadros con tanta exactitud en el pincel y en el colorido que casi se confundían con los originales. Esta exacta imitación de los pintores que se proponía por modelo, la ofreció otro mercado para su trabajo, que á pesar de ser parecido al del célebre Wowermans que pintaba en si guardilla aquellas famosas batallas que tanto dinero valieron al que después especulaba con ellas, no dejó de procurarla alguna utlidad durante un corto período. Un restaurador de muchísimo crédito, gran conocedor en materia de pintura, la proporcionaba lienzos viejos, sobre los cuales hacia ella excelentes copias, que cubiertas con un barniz que las dejaba el aspecto de obras antiguas, pasaban per originales los ojos de los mas entendidos artistas. Esta habilidad, que por sí sola bastaría para revelar el extraordinario mérito de la Weiss, solo la sirvió para continuar atendiendo á su subsistencia, y tuvo que dejar de ejercitarse en ella á poco tiempo por la muerte del restaurador, que con otra habilidad de distinto género sabía dar salida a las obras.

Copió luego con tanta perfección dos bocetos de los retratos á caballo de Felipe IV y del Conde-Duque, de Velázquez, de la colección de la Excma. Sra. duquesa de San Fernando, que se los compró esta señora sin permitirla seguir copiando ninguno de los muchos buenos cuadros que poseía. 

Dedicóse entonces al género de retratos al lápiz, en el que tanto llegó á sobresalir. Habiéndola pedido que los litografiara tuvo siempre el disgusto de ver que la pintura no trasladaba fielmente al papel la finura y conclusión de sus dibujos; y por esta causa trató siempre de evitar el ocuparse en este trabajo, en el que se habría entretenido con sumo gusto suyo, si hubiera progresado en España el arfe de la litografía, tan atrasado aun por la poca salida de las producciones artísticas, y la imposibilidad en que están nuestros establecimientos de estampación de competir con los extrangeros.

Hizo también algunos retratos al pastel en pequeño sobre papel blanco, en los que á la ligereza del lápiz unía la belleza del colorido. Pero no solo adquirió celebridad la Rosario Weis por sus copias y retratos, sino que hizo también diversas obras originales. Envió á Burdeos á la sociedad filomática una figura de medio cuerpo que representaba el silencio, y obtuvo en la exposición artística el premio de una medalla de plata, que era el mayor de los destinados á aquel género. Hizo además otra para compañera de aquella que representaba la atención con tintas tan aéreas y fantásticas como la primera. 

Rosario Weiss, Alegoría de la Atención (Autorretrato), 1842. Museo del Romanticismo

Pintó asimismo un ángel de medio cuerpo de bellísima expresión y suma diafanidad en los colores, y dos cuadritos apaisados de gran mérito representando una Venus y una Diana con un colorido semejante al de Rubens. Existen además otras muchas composiciones suyas que sería demasiado largo enumerar, pero que sin embargo revelaban un genio creador que se habría desenvuelto mucho más si no hubiera tenido precisión de dedicarse á las copias, que era lo que la reportaba más beneficio. 

Como premio de tanto mérito obtuvo en 1840 el título de académica de mérito de la de San Fernando en la pintura de historia, justa recompensa debida á los trabajos y afanes que desde su más tierna juventud había empleado para distinguirse en tan difícil arte. 

Habiendo pasado el verano de 1841 en el Escorial dedicada siempre al estudio, copió varios de los mejores cuadros de Rubens y de Velázquez quo existen en el monasterio de San Lorenzo. 
El día 18 de Enero de 1842 fue nombrada maestra de dibujo de nuestra adorada Reina y de su augusta Hermana, en cuyo honroso cargo se ocupó incesantemente con el mayor celo y constancia, llegando hasta el extremo de fallecer víctima del amor de sus excelsas discípuias, á quienes fue á ver diariamente para darlas lección durante los aciagos dias de Julio último, teniendo que atravesar las calles de la capital cubiertas de zanjas y baterías. En aquellos 10 dias de sobresalto y tribulación que representaban en su mente las sangrientas escenas que había presenciado en Barcelona el año anterior fue atacada al retirarse de palacio, de una terrible inflamación que la hizo bajar al sepulcro. 

Llorada de sus buenos amigos ha dejado tristes recuerdos en todos los amantes de las artes que veÍan en ella un modelo digno de ser imitado por su laboriosidad, su aplicación y sus virtudes. 

J. A. de Rascón.
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