domingo, 1 de marzo de 2020

ADRIANO el Emperador Bueno y ANTINOO el Divino




Antinoo como Dionisos, restaurado por Giovanni Pierantoni. Vaticano.

El enigmático Antinoo/Aντίνοος, nacido en Bitinia -el antiguo reino al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro; desde la península de Calcedonia se extendió hasta Heraclea Póntica y Paflagonia, Misia y la Propóntide; actualmente, mar de Mármara-, un 27 de noviembre, entre los años 110 y 115. Murió ahogado en el río Nilo, cerca de Besa, el 30 de octubre, poco antes del año 130. Era un joven extraordinariamente atractivo, y se convirtió en favorito del emperador Adriano, que creó todo un culto en torno a su persona. 

Busto de Antínoo de la Villa Adriana, en Tívoli. Actualmente en el Louvre.

Es muy poco lo que se sabe de su vida, pues murió muy joven, por lo que, su transcendencia histórica no depende tanto de su existencia, en la que se mezcla toda clase de leyendas, ni del interés de su personalidad, sino del enaltecimiento que, tras su muerte, le otorgó el emperador Adriano, del que tenemos múltiples testimonios y numerosas y espléndidas obras de arte, tal vez, muy idealizadas.

Adriano quedó absorto ante su belleza olímpica, cuando lo conoció en uno de sus viajes, si bien, es imposible, hasta hoy, saber cuándo ocurrió, si bien, es seguro que fue entre los años 121 y 124, probablemente, en el transcurso de la estancia de Adriano en Bitinia; el hecho es, que, a partir de entonces, y hasta su muerte, Antínoo acompañó al emperador en todos sus viajes.

Se sabe que Adriano admiraba el estilo de vida y el pensamiento griego, que contemplaba las relaciones con efebos, aunque no tenían que ser necesaria, ni exclusivamente, de carácter sexual.

El emperador Adriano, que vivió entre los años 76 y 138, solo realizó dos viajes de importancia a lo largo de su reinado. Del segundo se conocen, en realidad, pocos detalles, pero fue entonces cuando se produjo el accidente que marcó su vida y su comportamiento para siempre y de forma indeleble. Tras un breve recorrido por Italia, norte de África, Grecia, Turquía, Siria y Arabia, llegó a Egipto, y allí se produjo el terrible suceso: la muerte de Antínoo.

Antínoo, el joven de Bitinia -al norte de la actual Turquía-, se ahogó en el Nilo, como hemos dicho, en octubre de 130, causando un dolor insoportable a Adriano, que decidió convertirlo en una especie de divinidad, en cuyo honor se creó todo un culto.

En Egipto se compusieron públicamente poemas en su honor; se le dio su nombre a una estrella y se crearon numerosas y bellas esculturas que lo representaban, muchas de las cuales se conservan hasta la fecha.

Si bien era habitual que los miembros de la familia imperial fueran divinizados al morir, no lo era, en absoluto, si se trataba de un sencillo joven del pueblo, por lo que, el hecho de convertirlo en una especie de divinidad, constituyó algo escandaloso, si bien, el Senado, ya fuera por temor o por respeto, decidió dejarlo pasar sin objeciones.

La relación protección/amor brindada a Antinoo por parte de Adriano, tenía que terminar de forma obligatoria, con el fin de la adolescencia del muchacho, lo que supondría para él, una doloroso y definitiva separación del hombre al que probablemente amaba con sinceridad, y por el que se sabía muy querido. Es, pues, posible. que, ante la inevitable realidad, Antinoo concluyera que sólo la muerte constituiría una alternativa honrosa para su existencia, razón por la cual, decidiría desaparecer entre las aguas del Nilo. Es una de las posibles explicaciones de su inesperada muerte.

Adriano y Antinoo. Museo Británico. Londres

Pudo suceder, por otra parte, que el muchacho se arrojara al Nilo creyendo la vieja teoría, de que, sacrificando su vida, prolongaría la de su maduro protector, ya por entonces enfermo. De hecho, la poetisa Julia Balbila, amiga de la emperatriz, que viajaba con el séquito real, descendía del astrólogo, que antaño había recomendado a Nerón, como medicina, la muerte de un joven. Aunque tampoco se sabe si Antinoo conocía aquella historia, es posible que tal creencia constituyera una segunda posibilidad para explicar su muerte, que, desde el principio, nadie consideró accidental.

Lo cierto, es que el horizonte de Adriano se oscureció profundamente tras la pérdida de Antínoo, y su salud se deterioró de forma evidente. Además, abandonó el trato con sus amigos y toda clase de relaciones sociales, aislándose, hasta el punto de que, cuando murió, en 138, el Senado estuvo a punto de someterle a una damnatio memoriae, como es sabido, una condena formal y pública, que consistía en borrar todo vestigio de la existencia de un personaje, a causa, generalmente, del hecho de haber cometido alguna infamia notoria, pero se sabe que su sucesor, Antonino Pío, logró evitarlo.

Por otro lado, y esto es un dato trascendente, se sabe que el emperador llevaba muy mal su matrimonio con Vibia Sabina. 

Bibia Sabina. Museo del Prado. 

Los primeros desencuentros, de carácter físico y psíquico entre Adriano y Bibia Sabina, se produjeron ya desde una noche de bodas, que Adriano aceptó por interés político. Lucia Bibia Sabina tenía 11 años y Adriano, que además era su primo, tenía 23. Veinte años después se convertirían en pareja imperial.

El hecho es que Sabina fue una mujer querida y culta, que mantuvo una corte de músicos y bailarines de Gades/Cádiz y la Bética, donde vivió antes de trasladarse a Roma, pero, quizás a pesar del menosprecio y el mal trato sufrido durante su matrimonio, también participó en venganzas y conspiraciones de altura.

Hallándose Adriano gravemente enfermo, amenazó gravemente a Bibia Sabina, diciéndole que, si ella misma no se quitaba la vida, él la mandaría asesinar. Sabina tenía casi 50 años, de los que había pasado casi cuarenta junto a un hombre al que odiaba y por el que era odiada.

Para entonces, las mujeres tienen cuatro posibilidades para encauzar su vida; si bien, no siempre, o, por mejor decir, casi nunca, dependían de su propia elección: el sacerdocio, el matrimonio, las artes, o la prostitución. 

Al parecer, Adriano era un misógino –posiblemente, según se dice, a causa del odio que profesaba a su madre- y sólo respetaba a las mujeres que tenían más poder que él, como la abuela de Bibia Sabina, llamada Marciana, que ejerció gran poder sobre su hermano Trajano, y sobre Plotina, la esposa de este. 

Adriano podría haber sido, además, un hombre cruel; que hizo construir una cárcel próxima a su residencia, para encerrar de por vida a un arquitecto que le había contrariado. Por otra parte, se consideraba un hombre irresistiblemente atractivo e inteligente, que necesitaba someter a todo aquel que no podía evitar.

No tuvieron hijos, pero Adriano no repudió a Bibia Sabina, ni conspiró contra ella, ni se divorció, ya que la necesitaba, porque ella legitimaba la dinastía.

Pero sí es posible que la Emperatriz conspirara contra el joven amado de Adriano, Antínoo, y esta sería una tercera posibilidad para explicar la desgraciada muerte del joven, es decir, que la muerte de Antínoo en las aguas del Nilo pudo ser efecto de una conjura política en la que participaría la Emperatriz.

Sabina murió en el año 137; sólo seis meses antes que el Emperador.

Sobre la naturaleza precisa de las relaciones entre Antínoo y Adriano hay también muy poca información. El poeta Páncrates de Alejandría, contemporáneo de Adriano, los mitifica. Según este autor, Adriano mató con su jabalina a un león que iba a atacar a Antínoo; de la sangre del león surgiría la llamada “flor de Antínoo”, o antinóeios; una flor de loto de color rojo.

En todo caso, aunque las circunstancias de la muerte de Antinoo están rodeadas de misterio y probables invenciones o leyendas, lo cierto es que cayó al río Nilo, y que se ahogó, ante la impotencia de Adriano. Dión Casio y Aurelio Víctor, que escribieron sobre el accidente años después, consideraron que las circunstancias de su muerte no estaban, en absoluto, claras.

Además del accidente, el suicidio, el sacrifico, o la conjura por parte de Bibia Sabina, quedaría aún la posibilidad de que Antínoo pudiera haber decidido quitarse la vida, para evitar el asedio de Adriano, cuya venganza temería, ante su intención de rechazarlo.

En cualquier caso, Adriano, profundamente dolorido, se propuso enaltecer al joven amado desde el momento de su desaparición. En la orilla del Nilo, en el Egipto Medio, ya hizo levantar la ciudad de Antinoópolis o Antínoe, cuyos habitantes recibieron, además, numerosos privilegios. También hizo levantar un obelisco, todavía hoy en Roma, que significaría el renacimiento del muerto, según las creencias del Antiguo Egipto. 

Inmediatamente empezó su exaltación, como divinidad o, como héroe, cuyo culto se asentó en algunas provincias orientales del Imperio Romano, especialmente en las de más tradición griega, que deseaban halagar con ello a un emperador conocidamente helenófilo, por lo que, muy pronto sería identificado con Dionisos.

Relieve de Antínoo como Dionisos. Palazzo Massimo alle Terme.

En Egipto sería identificado con Osiris, puesto que la muerte por ahogamiento durante la crecida sagrada del Nilo ya implicaba, para los egipcios un motivo de exaltación, pues Osiris también se había ahogado en aquel río, y, como él, después de su deificación, Antínoo recibiría plegarias y podría curar a los enfermos. 

Antinoo como Osiris

En su honor se organizaron competiciones musicales y deportivas, al estilo de los Juegos Panhelénicos, las Panateneas y los Ptolemaicos. Por todo el Imperio se han descubierto inscripciones en su honor, además de estatuas y monedas con la efigie del joven. 

El filósofo Numenio de Apamea escribió para el emperador una Consolatio y los poetas Mesomedes, Ateneo y Páncrates compusieron poemas sobre Antínoo. Además, hay constancia de otro poema anónimo. El momento estelar de la exaltación de Antinoo, se produjo cuando se dio su nombre a una constelación, pero, en todo caso, su memoria se mantuvo viva entre los años 130 y 138, los transcurridos entre su muerte y la de Adriano.
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Antinous, Museo de Delfos. Grecia.

No se conocen datos acerca de la opinión de los contemporáneos de Adriano, sobre todo, en referencia al culto casi divino creado en torno al desaparecido Antinoo, pero tampoco los hay del hecho de que fuera rechazado. 

En la parte oriental del Imperio Romano, Antínoo fue considerado un héroe, por la creencia de que había sacrificado su vida en beneficio de su amigo y protector. Sin embargo, los primeros autores cristianos conocidos, no aceptaron en modo alguno el supuesto sacrificio, sino que juzgaron aquella relación de forma totalmente negativa, aun desconociendo su verdadero alcance. 

Algunos lo consideraron como un simple mito creado ad-hoc por el emperador, pero otros, no vieron sino al efebo, objeto de un amor perverso por parte de Adriano, convirtiéndolo en un símbolo de la corrupción moral de los romanos, si bien, autores posteriores, sí llegaron a valorar la posibilidad de sacrificio del joven, en favor de otro hombre al que amaba sinceramente y al que se propuso favorecer por medio del sacrificio de su vida.
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Existen todavía muchas representaciones de Antínoo, algo sorprendente, habida cuenta de que su culto solo se practicó durante los pocos años transcurridos entre su muerte y la de Adriano, es decir, ocho. Todas las imágenes conservadas, son, sin duda, posteriores a su muerte. Hay alrededor de un centenar talladas en piedra; unas 250 en monedas y otras muchas representaciones de pequeño tamaño, como joyas y camafeos, algo realmente sorprendente, dado que Antínoo jamás fue una figura pública.

A pesar de la innegable belleza de tales representaciones, se advierte fundamentalmente en ellas, una mirada ausente y un gesto melancólico.

 Antínoo como sacerdote del culto imperial. Hallado en Cirene a mediados del siglo XIX, Louvre.

Conviene, en todo caso, recordar, que, si bien los artistas griegos de la época no hacían, casi nunca, verdaderos retratos, sino imágenes idealizadas, en estos casos, se cree que las imágenes de Antinoo responden a los verdaderos rasgos del difunto, al que, no obstante, se le adjudicaron cualidades relacionadas con Dionisos, Osiris, Apolo y Hermes. 

Antínoo como Aristeo, descubierto en el siglo XVII en Roma. Musei Capitolini.

Al principio, las investigaciones sobre Antinoo, se centraron en sus representaciones artísticas, pero después de analizar las imágenes de las monedas, los estudios trataron de deducir detalles acerca de la personalidad del joven representado, pero con el tiempo, pasaron a ser consideradas como de Antinoo, representaciones que, en realidad, representaban a alguna otra divinidad.

Dos de los más importantes retratos de Antínoo, que contribuyeron al “modelado” de su personalidad, son los conocidos como Antínoo de Belvedere, de los Museos Vaticanos, y el Antínoo Capitolino, en el Museo Capitolino de Roma.

Antínoo Capitolino. Sala del Gladiador. Museos Capitolinos.

Del Antínoo del Belvedere, nada se supo hasta 1543, año en el que se cree que fue descubierto, o poco antes. En 1556 se publicó que la estatua había aparecido en el Esquilino, cerca de la iglesia de Santo Martino, aunque otros investigadores apuntan que el hallazgo se produjo casi veinticinco años después, en un jardín cerca del Castel Sant'Angelo. 

El propietario de la tierra donde se produjo el hallazgo, vendió la estatua al papa Paulo III por diez mil ducados, y, la obra, siempre muy admirada, fue colocada en el Patio del Belvedere, del Vaticano, de donde procede el nombre por el que es conocida, y fue casi inmediatamente identificada con Antínoo. 

Posteriormente, la estatua fue incorporada al canon universal del arte antiguo y así fue considerada desde la realización de las mejores obras de la Edad Moderna, ya que artistas como Gian Lorenzo Bernini, François Duquesnoy y Nicolas Poussin, la tomaron como paradigma de la escultura de la Antigüedad. Las casas reales de Inglaterra, España y Francia, encargaron en su día copias en bronce o en mármol. 

Cuando se descubrió en una tumba de la Isla de Andros una estatua muy similar, este tipo de estatuas recibió el nombre genérico de Hermes Andros-Farnesio. 

El Antínoo Capitolino, también llamado Antínoo Albani, se encontraba, por lo menos, desde 1733, en la colección privada del cardenal Alessandro Albani; el Capitolino, sin embargo, se consideró más bien, una imagen de Hermes.

El Antínoo Farnesio, posible inspiración del Antínoo-Jonás.
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Posiblemente, la imagen más significativa de Antínoo en la escultura posterior, sea el llamado Antínoo-Jonás, de la Capilla Chigi, diseñada por Rafael a partir de 1513, y conservada en la iglesia romana de Santa María del Popolo. Lorenzo Giovanni di Ludovico realizó, siguiendo un proyecto de Rafael, una estatua de Antínoo que presentaba los rasgos de la escultura antigua para mostrar un personaje muy diferente. Rafael no escogió a ninguna divinidad del mundo clásico, sino al profeta bíblico Jonás, con lo cual cristianizó la figura de Antínoo. 

En este caso, Jonás no fue representado en su aspecto habitual de viejo profeta, sino como un hombre joven, incluso endeble, que ha escapado de la muerte. Aparece desnudo, tapado en parte con una túnica, y está sentado sobre una ballena. La obra está sin duda inspirada en las antiguas imágenes de Antínoo. 

Dado que casi todas las representaciones de Antínoo fueron desenterradas en época más tardía, lo más probable es que tanto Rafael, como Lorenzo Giovanni di Ludovico, se inspiraran en el Antínoo Farnesio, ya suficientemente conocido por entonces, y que formaba parte, entonces, de la colección de Agostino Chigi. Hoy se encuentra en el Museo Nacional de Nápoles.

Antinous como Aristaeus, detalle. Comprado en Roma en el siglo XVII por el Cardenal Richelieu.
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Antinoo. 131-132. Mármol blanco de Carrara. MNP

“Aunque hoy se conservan más de ochenta efigies de Antínoo en escultura y relieve, los bustos conocidos son ocho -todos ellos hallados en Italia, Grecia y Líbano-, y el más parecido al del Prado es el del Museo Nacional de Atenas, hallado en Patras: como el del Prado, muestra el amplio busto que se pone de moda a fines del reinado de Adriano, pero lleva marcadas las pupilas, lo que le da un carácter algo más realista.

Procedente de la colección de Cristina de Suecia, pasó a la colección Odescalchi y de esta, a la colección de Felipe V e Isabel de Farnesio. Palacio de La Granja de San Ildefonso." (MNP)
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La memoria de Antínoo y de su relación con Adriano no se redujo a la escultura; el interés despertado por el personaje, resurgió en el mundo de la literatura, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, y algunos importantes autores contaron su historia. 

Fundamentalmente la gran escritora belga Marguerite Yourcenar, escribió la extraordinaria novela histórica Memorias de Adriano (1951), en la que, al final de su vida, el emperador relata, entre otros muchos recuerdos, el intenso amor que sintió por Antínoo, y el dolor por su trágica muerte.

La triste historia de Antínoo inspiró también a diversos poetas, entre los que destacamos aquí, al portugués Fernando Pessoa, cuyo poema Antinous, escrito originalmente en inglés, se publicó en 1918.

Museo Británico

ANTINOO: FERNANDO PESSOA. 1918 (Versión libre reducida).

La lluvia exterior es helada en el alma de Adriano.

El muchacho yace muerto en el bajo lecho. 
Su cuerpo desnudo, atormenta dolorosamente los ojos de Adriano.

La tenue luz del eclipse de la muerte se ha desvanecido.

El muchacho yace muerto y el día parece noche.
Fuera. La lluvia cae sobre un hombre asustado 
por la naturaleza y su obra de muerte.

La luz del recuerdo era agradable,
pero el agrado ya era muerte y vacío.

¡Oh, manos que estrecharon las cálidas manos de Adriano,
ahora tan frías!
¡Oh los cabellos que antes sujetaban cintas!
¡Oh los oscuros ojos nublados!

La lluvia cae silenciosa. 
El emperador se derrumba junto al lecho. 
Su dolor es también furia, porque los dioses
arrancan la vida que otorgaron
y destruyen la belleza que hicieron vivir.

Llora, aunque sabe que el futuro lo observa en la distancia,
que su amor es un evento universal
y que mil ojos no nacidos lloran también su miseria.

Antínoo ha muerto, ha muerto para siempre.
Está muerto para siempre y todo el amor se lamenta.
También lloró Venus, la amante de Adonis, 
al verlo de nuevo, después de haber vivido, 
muerto, y comparte su dolor con Adriano

La lluvia cae, y él yace 
como si hubiera olvidado los gestos de su amor.
Yace despierto, esperando que vuelva su calor.
Pero todo su poder está ahora en manos de la muerte,
Este frío humano no puede moverse;
as ceniza de un fuego que ninguna llama puede consumir.

Oh Adriano, ¿cómo será ahora tu fría vida?
¿De qué te sirve ser señor de los hombres, y el poder?
Su ausencia viene como la noche sobre tu imperio material, 
y no hay mañana.

Tus puertas se han cerrado a la belleza y la alegría.
¡Arroja ceniza sobre tu cabeza!

Ahora el Nilo se lo ha llevado; el eterno Nilo.
Parece que ambos están muertos o no viven a la vez.
Levanta la mano hacia donde debería estar el cielo 
y clama a los dioses mudos, para que sepan de su dolor:
¡Mirad, sabios!, divinos observadores de nuestra alegría, 
¡y de nuestra pena!

Antes, las horas escapaban de sus manos entrelazadas
Ahora son sus brazos hojas muertas. 
Era como Venus, resucitado de los mares.
Y era Apolo, blanco y dorado.

Ahora es algo que cualquiera puede ser.
¡Oh la belleza del cabello dorado y frío como la luna!

La lluvia volvió a surgir como un vago dolor
y se dijo estas palabras sin palabras:

Te construiré una estatua, que será
asombrosa evidencia futura
de mi amor y tu belleza,
tendrá el sentido
que tu belleza ofreció al infinito,

Nuestro amor se mantendrá inmenso
en tu estatua, como el destino de un dios,
como la esencia encarnada y desencarnada de nuestro amor,
como una trompeta resonando en los mares
de uno a otro continente.

Nuestro amor hablará de su alegría y su aflicción, 
Hablará de muerte muerta, 
de infinitos y eternidades.

Cuando el amor se encuentra con la muerte, no sabemos qué sentir.
Cuando la muerte frustra el amor, no sabemos qué saber.
Ahora duda de su duda, ahora duda su esperanza.
Ahora, lo que soñaba su deseo, el propio sueño 
se desvanece
y se convierte en un vacío nebuloso.

Con mi voluntad imperial pongo mi confianza
en que los dioses superiores, que me hicieron emperador,
no borren de mi realidad,
el deseo de que vivas por ti mismo y permanezcas.
Ya eres un dios.

Ya. 
Ya caminas en el paisaje olímpico 
y eres perfecto. Eres tú,
porque nada necesitas para ser perfección.

Mi corazón está cantando como un pájaro de la mañana.
Una gran esperanza de los dioses viene hacia mí
y pone en mi corazón un sentido más sutil,
porque pensar solo en ti sería mortal.

Ciertamente, para los dioses
la puerta de la muerte es la puerta de la vida.
Así será mi recuerdo de ti; un dios,
y una estatua 
y una parte de mí, como un gran mar.

Tu cuerpo, como era antes de la muerte,
se eleva sobre el silencio infinito
que rodea la vida.

Si no existiera el Olimpo para ti, mi amor
crearía uno, que tú, único dios pudieras habitar,
y yo, tu único adorador, sería feliz allí.
Tu único adorador hasta el infinito.

En el cielo, sé que estarás
con dioses mayores, mientras que yo, en la tierra, 
hago una estatua por tu inmortalidad.

Esa estatua inmortal que construiré,
no será cosa de piedra, sino el gran arrepentimiento
por el cual se quiere la eternidad de nuestro amor.
Mi tristeza te hará su dios, y pondrá
tu presencia desnuda en la muralla
que mira los mares de los tiempos futuros.

Nuestra presencia, como la mañana eterna,
volverá siempre a la hora de la belleza, y brillará 
desde el este del amor, y será el santuario
de los futuros dioses que nada desprecian de los humanos.

Mi amor por ti es ya parte de lo que eras
y será parte de lo que será tu estatua.

Y, si nuestra memoria se desgastara,
Por la raza gigante del fin de los tiempos, debe
nuestra presencia doble ser elevada una vez más.

Todavía llovía. Pero llegó la noche con paso lento
cerrando los párpados cansados de cada sentido.
La conciencia misma del yo y el alma
creció, como un paisaje a través de una lluvia tenue. Tenue.

El Emperador permaneció quieto, tan quieto que ahora
olvida a medias dónde yace, o de dónde viene el dolor
que todavía es sal en sus labios.

Se siente como el halo
que rodea la luna cuando la noche llora.

Y el emperador durmió.
Los dioses llegaron
y se llevaron algo sin sentido
en los brazos invisibles del poder y el reposo.

LISBOA, 1915.

Adriano y Antinoo. Altes Museum, Berlín

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