sábado, 26 de octubre de 2013

Heinrich Schliemann. El sueño de Troya (2)


Mascara micénica “de Agamenón”.
Museo Arqueológico Nacional. Atenas

La segunda parte de la biografía de Heinrich Schliemann, preparada por su viuda con la colaboración de Alfred Bruckner a partir de las memorias del Arqueólogo, e igual o, quizas, mas emotiva y evocadora que la primera, se contiene, en parte, en un extraordinario artículo de M. Belin –Historiador y Geógrafo (1814–1883). Fue publicado en la Revista Europea en 1874, es decir, cuando Schliemann aún vivía y se disponía a poner en marcha un proyecto de limpieza –casi desescombro–, en el Partenón de la Acrópolis de Atenas.

Jules Henri Robert Belin de Launay (1806-1867). Biblioteca Nal. Francia

Un arqueólogo en el palacio del Rey Priamo.
Últimos descubrimientos en las ruinas de Troya.
Revista Europea, Madrid, 20 de septiembre de 1874.

A dos millas del Helesponto hay una colina, sobre la cual, en los tiempos históricos, fue edificada la célebre ciudad de Ilium, cuya elevada ciudadela coronaba un templo de Pallas Athenea, su diosa titular, y una de las divinidades que, según la Ilíada, contribuyeron mas a entregar a los griegos la Troya de Homero, que ocupaba el mismo sitio. Abandonada después de Constantino el Grande, la ilustre ciudad, bajo la dominación de los emperadores cristianos, pareció que pagaba con su ruina su fama pagana. A la colina donde estaba Ilium la llaman los turcos Hissarlik, es decir, la fortaleza. Reinaba allí la mas completa soledad desde hace quinientos años, cuando hace tres ó cuatro, un aleman y su mujer fijaron en ella su tienda. Era el doctor Schliemann. 

Después de establecerme en Paris con el propósito de entregarme por completo al estudio de la arqueología y de pasar allí algún tiempo, fui a visitar las islas Jónicas, principalmente Itaca, después el Peloponeso, y por fin la Troacia.

De vuelta de esta expedición arqueológica el doctor Schliemann escribió su primera obra, publicada en francés, en Paris en 1869, con el titulo de: Ítaca, el Peloponeso y Troya. 

Supo por medio de un tal Mr. Frank Calvert, poseedor de una grande hacienda en la Troacia, y que habia hecho extensos trabajos arqueológicos, que la colina formada por el cerro mas elevado de Hissarlik, se componía en gran parte de restos de construcciones, conteniendo por lo menos las ruinas de un edificio importante. En esta convicción el doctor Schliemann fue a fijar su domicilio en Atenas -1870-, entre varios sabios franceses y alemanes que han hecho de «el ojo de Grecia» centro de estudios arqueológicos. 

Estaba muy indecisa la cuestión de la ubicación de Troya, cuando el doctor Schliemann y su mujer plantaron sus tiendas en Hissarlik, desde el otoño de 1871 hasta el verano de 1873.

El doctor ha empleado frecuentemente 180 hombres, y gastado 200.000 francos en su empresa La narración de los progresos de las excavaciones la fue escribiendo a medida que se ejecutaba el trabajo en veinticinco Memorias, salvo la última que la escribió en Atenas.

Troya II. Rampa de entrada.

A estas Memorias va unido un atlas de 217 laminas fotografiadas; ademas de las llanuras de Troya y de Hissarlik, estan representados en estas laminas cuatro ó cinco mil objetos exhumados.

La meseta de Hissarlik no es muy elevada, contando 24 metros por encima del nivel de la llanura, y es de mayor extensión que el acrópolis de Atenas. La fortaleza, palabra traducida por el nombre turco Hissarlik, es escarpada por todos lados, inclinandose sólo de uno de ellos, por donde ofrece facil acceso a su extremidad Sudoeste. 

Con tanta fe en los versos de la Ilíada como si fuesen palabras del Evangelio, imaginaba que Hissarlik, la colina donde he hecho las excavaciones durante tres años, era la Pérgamo de la ciudad troyana. Poco a poco fui adelantando las excavaciones hacia lo que imaginaba haber sido Pérgamo, pero sin mejor éxito: en fin, hice al pié mismo de la colina, hasta la roca, siete nuevas trincheras, de donde saqué tan sólo mampostería griega, y algunos pedazos de cacharros griegos. Por consecuencia afirmo con la mayor convicción, que Troya no ha traspasado los límites de la colina, y que Pérgamo sólo ha existido en la imaginación de Homero.

El doctor Schliemann añade lo siguiente: Debo asegurar con certidumbre que la ciudad de Priamo no debe haber traspuesto por ninguno de los lados la primitiva planicie de esta fortaleza, cuya circunferencia esta indicada al Sur y al Suroeste por la gran torre, por las puertas Sceas al Noroeste, y al Noreste y al Norte por el muro que la rodeaba. 

Inspírame gran repugnancia el verme obligado a conceder un espacio tan restringido a Troya, y hubiese deseado que fuera mil veces mas grande; pero lo que importa ante todo es dar a conocer la verdad. La pequeñez de la ciudad no me impide felicitarme del resultado de mis tres años de trabajo, que han sacado a luz la Troya homérica por achicada que esté, puesto que he puesto de manifiesto la realidad histórica de los hechos en que la Iliada se funda. 

Preciso es no olvidar que Homero no es historiador, sino poeta, y que naturalmente, con su licencia poética lo exagera todo. Ademas, los acontecimientos que describe han parecido tan maravillosos a algunos eruditos, que llegaron hasta dudar de la existencia de Troya, pensando que esta ciudad sólo existió en la imaginación de un poeta que se proponía hacer una composición alegórica. 

A pesar de sus exageraciones, Homero ha cantado hechos que realmente pasaron. Debe ademas notarse que la extensión de Troya, por reducida que estuviese a esta pequeña colina, no es menor, sino mayor que la ciudad real de Atenas, que, limitada al Acrópolis, no se desarrolló mas alla de esta colina, sino después que Teseo añadió a ella doce aldeas, cuya reunión hizo poner en plural el nombre de Ἀθῆναι, Azinai. Probablemente esto sucedió también con la ciudad de Mukinai Μυκῆναι, Micenas- que Homero nos representa como rica en oro.

La pequeña Troya no dejaba de ser inmensamente rica, con relación a los tiempos homéricos, porque en ella he descubierto un tesoro de objetos en oro y plata, como rara vez se encuentra en el palacio de un emperador; así pues, gracias a su riqueza, la ciudad era poderosa y su fama llegaba a lejanas comarcas. 

Antes de examinar el valor de los descubrimientos del doctor Schliemann y a consecuencia de los asertos que hace con tal tono de certeza, vamos a exponer lo que realmente ha encontrado. Habla de un gran muro de circunvalación, de una gran torre, de las puertas Sceas y de un tesoro que ha exhumado. He aquí en qué orden se han ido haciendo estos descubrimientos y a cual lecho de escombros corresponden estas ruinas. 

Reconstrucción de la acrópolis de la Troya de Homero

Lecho superficial. La superficie de Hissarlik es necesariamente del dominio de la colonia griega ó de Ilion histórica.

Segundo lecho. A dos metros debajo de la superficie, los vestigios de la Ilion griega desaparecen de pronto y con ellos todos los rastros de civilización.

Tercer lecho. Aquellos no podían ser los restos de la Troya homérica, y el doctor continuó las excavaciones. Al llegar a cuatro metros de la superficie encontró una inmensa cantidad de herramientas, armas y vasijas. En medio de estos montones de piedra se han encontrado dos alfileres de bronce, como prueba de que el uso de los metales no era entonces completamente desconocido. 

Cuarto lecho. Motivo habia para desanimarse en vista de tales resultados, tanto mas, cuanto que las excavaciones continuadas tres metros mas abajo no produjeron otra cosa. Sin embargo, el doctor Schlíemann perseveró decidido a seguir los trabajos hasta descubrir la roca primitiva. Al llegar las excavaciones al décimo metro, encontráronse cuchillos, puntas de flecha y hachas de armas de bronce, trabajo bastante bello y bastante fino para demostrar que procedían de un pueblo adelantado en las artes.

Muros de Troya.

Quinto lecho. Fue preciso detener los trabajos del primer año antes de llegar a la roca: no se excavó hasta el año siguiente a la profundidad de 16 metros. El doctor Schliemann encontró en esta quinta capa las mismas armas, las mismas herramientas y la misma alfarería. 

El doctor Schliemann llama «primera capa de ruinas» el lecho que hemos encontrado en quinto lugar, pero que se formó y pobló el primero; esta capa y la segunda capa, que es la que hemos llamado cuarta, son las que según su descubridor, pertenecen a la época heroica de Troya. 

La enorme acumulación de escombros me hace creer que, en pasados tiempos, esta torre se elevaba en la orilla occidental del Acrópolis, ocupando una posición imponente y de sumo interés, puesto que desde lo alto se podia dominar, no sólo toda la llanura de Troya, sino también el Helesponto y el mar Egeo, con las islas de Ténedos, de Andros y de Samotracía. La situación es tan especial, que creo fué a esta torre donde subió Andrómaca –en el capítulo VI de la Ilíada-, para llorar y gemir cuando supo la derrota de los troyanos y la victoria alcanzada por los griegos.

Los pesados barrotes de bronce que sujetaban las puertas, se ven aún cogidos a los muros. Allí debían estar las famosas puertas Sceas que eran, según la Iliada, la comunicación habitual entre la ciudad y la llanura, tanto mas cuanto que Σκαιές Πύλες significaba literalmente las puertas de la izquierda y la posición de las encontradas, conviene a esta denominación, puesto que están realmente a la izquierda del augur que, al ofrecer el sacrificio, tiene la cara vuelta hacia el Norte.

Puertas Sceas

Αλλά στον θυμό του ο Αχιλλέας καταδιώκει τους Τρώες σχεδόν ως τις πύλες της Τροίας, και στις Σκαιές Πύλες σκοτώνεται από ένα βέλος που έριξε ο Πάρις, βοηθούμενος από τον θεό Απόλλωνα.
***
Aquiles, furioso, persiguió a los troyanos hasta los muros de Troya, donde murió ante las puertas Esceas, herido en el talón por una flecha que le tiró Paris encaminada por Apolo.

El descubrimiento mas importante que he hecho hasta ahora desde hace tres años que estoy en Hissarlik -dice el doctor-, es seguramente el de una casa que hemos encontrado esta semana, habiendo desenterrado ya ocho habitaciones. Se encuentra precisamente debajo del templo griego de Palas Athenea, y sobre la gran torre. En algunas habitaciones habia tinajas rojas πίθοι, de una altura de 2,50 m. aproximadamente. Muchas de ellas las he dejado en su sitio. 

El mas importante de los descubrimientos que el doctor Schliemann hizo enseguida, fue el último cuando ya iba a abandonar las excavaciones al Oeste de las puertas Sceas, y al pié del gran edificio. 

De repente -dice-, vi un gran objeto de cobre de forma notable, detras del cual me parecía advertir que brillaba oro. Para sustraer este tesoro a la avidez de mis trabajadores y conservarle para la ciencia, sin perder un minuto, y aunque no habia llegado la hora de almorzar, mandé dar la señal de descanso, y mientras que mis trabajadores iban a comer y a dormir la siesta, empecé a sacar el tesoro con ayuda de un cuchillo grande. La empresa no carecía de dificultades ni de peligros. El gran muro que horadaba amenazaba a cada momento caer sobre mi cabeza, pero yo estaba fuera de mí. 

La vista de tan gran número de objetos, cada cual de ellos de un valor inapreciable para la ciencia, impulsaba mi atrevimiento hasta la demencia. No pensé en el peligro; pero yo solo no hubiera podido sacar aquel tesoro, necesitando la ayuda de mi querida esposa que, sin apartarse de mi lado, envolvía en su pañuelo los objetos a medida que yo los iba sacando y los llevaba a sitio seguro.

Analicemos este tesoro descubierto a ocho ó nueve metros de la superficie de la roca. El primer objeto que apareció es un escudo de bronce de pequeña magnitud, en seguida apareció otro caldero de bronce sin importancia alguna; después otro objeto de bronce, cuyo destino es difícil averiguar, pero al cual estaba unido y soldado por la acción misma del calor un vasito de plata; después otro vasito de bronce, y últimamente tres vasijas de oro macizo. 

La primera, cuya forma se parece mucho a una botella, pesa mas de 368 gramos; la segunda, de forma ordinaria, pesa cerca de 200, y la tercera, cerca de 539. Este es el mas importante, no sólo por el peso, sino por la forma. Parécese a un buque y acaso mejor a un mantequero, pero con una gruesa asa de cada lado, y las dos extremidades que se prolongan en forma de pico estan apropiadas para beber ó para verter el contenido. 

Museo Pushkin

En las colecciones europeas no hay, que sepamos, ninguna vasija parecida a esta. Ademas de estos objetos de oro puro se encontraron vasos, grandes hojas ó lingotes aplastados de plata pura; un platillo ó pié de copa del mismo metal; trece hierros de lanza, catorce hachas de armas, siete puñales de dos filos, un cuchillo y fragmentos de una espada, todo de bronce. Todo ello formaban un montón, indicando que se los habia encerrado en una caja ó cofre, cuya madera fue devorada por el general incendio. Esta conjetura la confirmó al parecer, el encontrar cerca del depósito una llave de bronce mucho mas complicada y trabajada de lo que debía esperarse de una época tan remota. Al examinar el mayor de los vasos de plata se vio que contenia, evidentemente para ser guardados en él, gran número de alhajas de mujer; dos espléndidos adornos de cabeza; una banda para la frente, cuatro pendientes muy bien trabajados, gran porción de ellos mas comunes, é infinidad de pequeñas joyas, como anillos, botones y alfileres, parecidos a los que hoy se usan, todos de oro puro; seis brazaletes y dos copitas de oro completaban este joyero.

Las alhajas mas interesantes son los adornos para la cabeza y la banda para la frente que estan hechos de cadenillas unidas unas junto a otras, trabajadas con gran delicadeza y con verdadero sentimiento artístico. Las cadenillas de una de ellas estan hechas con hojitas que forman el cordon, teniendo cada hoja un pendiente singularísimo, cuyo objeto no es facil averiguar.

El “Tesoro de Príamo”. Fotografía c.1880
Imagen única antes de la limpieza y dispersión de los objetos arqueológicos.

Tres grandes revistas se han ocupado ya de estas excavaciones, la Revue de deux mondes, la Quarterly Review y la Edinburgh Review, y a la pregunta: ¿qué prueban estos descubrimientos? En la primera, Mr. Emilio Burnonf se expresa en en los siguientes términos:

Se nos pregunta: ¿Esta allí Troya? ¿Es la llium de Homero? Contesto que si Troya ha existido, allí esta la llium de Homero. Se ve claramente cuan vanos son los razonamientos de los que la colocan en otra parte; ademas, no hay nada, ó casi nada, en los sitios designados. Aquí existe aún la muralla de la ciudad en el lugar que consideraban como el sitio de Troya. La ciudadela en que mandaba este príncipe, tenia la puerta bajo del mismo palacio; esta puerta se hallaba al Occidente, lo cual da la significación del nombre: puerta Scea en la Iliada.¿Qué mas se quiere?» (Revue des deux mondes, 1º de Enero de 1874, paginas 74 y siguientes).

Si tomando nuestro punto de partida, escribe el Quarterly Review (Abril, 1874, paginas 558 y siguientes), en los acontecimientos, y sobre todo en las costumbres, las formas de la vida y otras alusiones contenidas en Homero, las comparamos con los monumentos de Hissarlik, podemos volver a la Iliada con la nueva convicción de que este poema nos conserva tradiciones maravillosamente antiguas sobre la ciudad, cuyas ruinas acaban de ser descubiertas

Brazalete de oro con decoración en espirales. Tesoro de Príamo.

Tal es el gran servicio que el doctor Schliemann ha hecho al mundo. No ha encontrado seguramente ni tradiciones, ni inscripciones incontestables, pero los monumentos descubiertos hacen indudable la existencia de una población floreciente y civilizada en el mismo sitio que de continuo ha llevado el nombre de Ilium en los tiempos históricos, y prueban que habia allí de seguro una ciudad prehelénica, fuerte, aunque pequeña, civilizada, rica y que corresponde de un modo notable con la Troya cantada por Homero

La regia cabeza que se adornaba con los hilos de oro que admiramos no puede ser un mito... Ha habido, pues, una verdadera ciudad con sus murallas, sus puertas y sus palacios. Una parte de su historia y de la vida de sus habitantes esta escrita en estos monumentos y en los objetos que allí se han encontrado, con tanta evidencia como si lo hubiera sido con pluma de hierro sobre diamante. Es una ciudad saqueada por los enemigos y reducida a cenizas por el fuego.

¿No es extraño que este conjunto de objetos y de hechos hayan sido encontrados en el sitio en que Homero describe los mismos objetos y la misma catastrofe, si no hay relación alguna entre estas ruinas y la Iliada? Si no es la verdadera Troya, esta ciudad es otra Troya.

En cuanto a nosotros -añade el Edimburgh Review (Abril de 1874)-, tenemos la firme convicción de que los descubrimientos del doctor Schliemann han confirmado de un modo inatacable la afirmación de Mr. Grote de que la Ilium de los tiempos históricos ha ocupado el mismo sitio que la Ilium cantada por Homero.

Sofía Schliemann posando con algunos de los objetos encontrados y conocidos como Tesoro de Príamo
Pendiente. Museo Pushkin.

Diadema. Museo Pushkin.

Collar. Neues Museum, Berlín.

La prueba de la civilización relativa a la era troyana es completa, y los testimonios que dejó sepultados entre los despojos del incendio que destruyó la ciudad, son ciertamente los argumentos mas fuertes en favor de la creencia de que los restos así conservados son en realidad, los de la Ilium tradicional...» (Edimburgh Review.)

Antes de concluir quisiéramos poner en guardia a nuestros lectores contra los excesos de un escepticismo, renovado en Francia en el siglo XVIII, donde se explicaba razonablemente, pero que al pasar el Rhin ha adquirido las exageraciones y los defectos de la nebulosa Alemania, donde se complacen en cambiar los cuerpos en fantasmas. Lo mismo sucedera respecto a los muros, a la torre, a la doble puerta y al palacio exhumados en Troya. 
J. BELIN DE LAUNAY. (Revue Britannique.)

***

El doctor Schliemann –añade por último M. Belin-, acaba de anunciar en el semanario The Academy, que ha obtenido del gobierno griego autorización para demoler a su costa la gran torre cuadrada del Acrópolis, conocida con el nombre de “Torre Veneciana” y que probablemente data del siglo XIV. Esta torre ocupa 1.600 pies cuadrados de las Propyleas, construida con grandes pedazos de marmol y con piedras mas comunes, procedentes de monumentos antiguos; mide 80 pies de altura y sus muros tienen cinco pies de grueso. Con su demolición, que costara mas de 2.000 duros, el doctor Schliemann presta un gran servicio a la ciencia, porque descubrira las partes mas interesantes de las Propyleas y encontrara de seguro gran número de inscripciones importantes, de las que tendrá por tres años el derecho de publicación. Los trabajos empezaran el 2 de agosto con gran satisfacción de los atenienses al ver huir de la torre los millares de aves nocturnas que las poblaban.

Lado oeste de la Acrópolis con la torre de los francos. Pintura de Lemercier.

M. Belin escribía el artículo que precede, en 1874. Schliemann no inició las excavaciones en Mycenas hasta dos años después. Los hallazgos de este último yacimiento son de la maxima transcendencia, pero no se exponen en detalle en esta entrada, que se centra en lo relativo a Troya, objetivo primordial del Arqueólogo. 

Así, la mascara llamada de Agamenón que aparece al principio, procede, precisamente de Mycenas; se data en época anterior al héroe que se supone que representa, alrededor de tres siglos, a pesar de lo cual, Schliemann optó por mantener la atribución, al menos en el nombre por el que se identifica la mascara mortuoria. 

Mycenas, 1876

Schliemann halló seis tumbas y un buen número de restos humanos con sus ajuares, ricos y muy completos. Los enterramientos se protegían con vigas y, posteriormente, se cubrían con arena, colocando en la superficie del enterramiento, una sencilla estela.

El conjunto, que se ubica en el siglo XVII aC, contenía quince quilos de oro; copas, espadas, dagas, diademas, pendientes y collares, todo ello con clara influencia cretense.

Sir Arthur Evans

En aquella ocasión, Schliemann trabajó junto al britanico Sir Arthur Evans, 1851–1941; un investigador mas pragmatico que él y que ademas poseía conocimientos arqueológicos mas sistematizados. Evans representa la gloria de haber descubierto el palacio de Knossos en Creta, del que nos ocuparemos mas adelante, dada su enorme transcendencia.

Ante la inconfundible Puerta de los Leones, en Micenas, con Dörpfeld.

El arquitecto y arqueólogo, William Dörpfeld fue el otro puntal de la gran aventura desde 1882, en Olimpia, Orcómenos y Troya. Dedujo, mediante la aplicación del analisis estratigráfico que la Troya Homérica no era la II, como estimaba Schliemann, sino la VI, cuyas excavaciones continuó, en 1893–94, tras la desaparición de Schliemann.

Wilhelm Dörpfeld. (1853-1940)

Copas de oro del círculo de Tumbas A de Micenas. 
Atenas. Museo Arqueológico Nacional. 

Copa de Nestor. Círculo A en Micenas. Museo Arqueológico Nacional, Atenas.
Dos palomas sobre las asas:

      Una copa de bello contorno traída de casa por el anciano,
      guarnecida con dorados clavos. Las asas que tenía
      eran cuatro. A ambos lados de cada asa dos aureas palomas
      picoteaban, y por debajo había dos soportes.
      Cualquier difícilmente podía moverla de la mesa
      estando llena, pero el anciano Néstor la alzaba sin esfuerzo.
Homero, Iliada, 11.632-637

Durante sus últimos años, 1885-90, Schliemann se instaló en Atenas.

El antiguo chico de los recados vivía ahora en la más bella casa de Atenas, se relacionaba con personalidades del mundo entero y seguía consagrado a la investigación de las antigüedades homéricas que habían constituido siempre la meta de su existencia.

Era un hombre original que ejercía sobre todos los que se acercaban a él, el encanto inherente a una fuerte personalidad que se ha marcado fines elevados y ha conocido grandes éxitos; su sorprendente carrera y el brillo de sus descubrimientos, se imponían al mundo civilizado que se dejaba ganar. Ningún viajero que fuera a Atenas, se iba sin haber visitado la Acrópolis, los museos y a Schliemann. 

En recuerdo del tiempo en que su mujer, Sofía y él, se habían alojado en una cabaña de tablas en la colina de Hissarlik, había llamado Ιλίου Μέλαθρον “Cabaña de Troya” a la casa que se hizo construir en Atenas. 

La casa de Schliemann en Atenas, hoy, Museo Numismático

Los servidores que recibían a los visitantes en la reja adornada con la lechuza y la cruz troyana, se llamaban Belerofonte y Telamón. La pavimentación del vestíbulo reproducía la de Micenas; en las escaleras, citas de Homero; desde su despacho y la biblioteca, se veía la Acrópolis. A los sabios extranjeros que llegaban a la casa, Schliemann les hablaba en su lengua favorita; un griego que él se había compuesto con elementos tomados de Homero y de otros clásicos. Lo sorprendente es que, a pesar de haberse instalado en Grecia, no adoptó la lengua hablada en el país, sino que prefería aquel idioma especial que se había creado, y, si no podía usarlo en algún caso, conocía idiomas suficientes para hablar con soltura en la lengua de cualquier interlocutor.

La hospitalidad tradicional de los antiguos griegos, fue una de las virtudes que Schliemann aprendió de Homero y, su mujer, griega de nacimiento, la practicaba con la misma entrega. Aquellos dos seres tenían en común sus recuerdos y su ideal. Cuando Schliemann, con su prodigiosa memoria, recitaba un pasaje homérico, su mujer era capaz de seguir la cita donde él la interrumpía. 

Pero aquellas estancias en Atenas, entre su mujer y su hijos, Andrómaca y Agamenón, no eran, para este hombre cargado de proyectos, sino pequeñas pausas, un poco más largas durante sus últimos años.

Sofía Schliemann y sus hijos, en 1880

El 31 de julio de 1890, cuando los grandes calores y las fiebres empezaron a hacer insostenible la estancia en Hissarlik, Schliemann suspendió los trabajos.

De vuelta en Atenas, el 12 de noviembre viajó a Halle para ser operado de los oidos. Confiando en sus fuerzas, abandonó la ciudad un mes después y fue a visitar una nueva exposición de sus colecciones troyanas en el Museo Etnografico, Después organizó los planes de trabajo para el año siguiente. El día 15 estaba en París y allí tuvo que consultar a un médico, a pesar de lo cual a los pocos días viajó a Napoles para ver la exposición de los mas recientes hallazgos de Pompeya. Después anunció su vuelta a la familia, que lo esperaba en Atenas, pero la noticia le llegó a Sofía seguida de otra en la que se le informaba de que la inflamación que Schliemann tenía en el odio, se le había extendido al cerebro; que estaba hospitalizado en Napoles; que había perdido la consciencia y que los médicos desesperaban de salvar su vida. Pocas horas después, le anunciaban el fallecimiento. 

Dörpfeld y el hermano mayor de Sofía trasladadon el cuerpo a Atenas. 

El primero en expresar sus condolencias a Sofía schliemann fue Guillermo II, soberano del país al que había regalado sus colecciones de Troya. Se colocó un busto de Homero a la cabeza del féretro cubierto de flores enviadas por la emperatriz Federica, la ciudad de Berlín, el rey Jorge, el príncipe heredero, Constantino y los ministros del gobierno griego, así como el poeta y diplomatico Ridsos Rangabis, –profesor de Arqueología en la Universidad de Atenas–, que testimoniaron con su presencia la gratitud de todos hacia Heinrich Schliemann. Dörpfeld, como amigo y en nombre de la ciencia alemana fue quien expresó el últimos adios: 

¡Descansa en paz, has trabajado mucho! 

Descansa, pues, en el lugar que él mismo eligió en el cementerio A de Atenas.


La Acrópolis y el Partenón; las columnas del Templo de Zeus Olímpico, la curva azul del Golfo Sarónico y, mas alla del mar, las aéreas montañas de Argólida tras las cuales se encuentran Micenas y Tirinto, velan sobre él.

Firma griega de Heinrich schliemann: Enrikos Sjliemann.

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Primera Parte: El Sueño de Troya, I
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sábado, 19 de octubre de 2013

Heinrich Schliemann. El sueño de Troya (1)

Sofía Schliemann

Cuando algunas semanas después de la muerte del hombre inolvidable que fue mi marido, el Señor Brockhaus, el editor, me expresó su deseo de hacer más accesible al público la autobiografía aparecida al frente de la obra Ilios, me pareció bien dar continuidad a aquel proyecto para extender la simpatía que había suscitado en todas partes, mucho más allá del círculo de sus colegas y amigos, la vida, la obra y el cruel final de Heinrich Schliemann. Sentí una alegría dolorosa al evocar, en un momento tan penoso,  las incertidumbres que marcaron los principios de nuestra empresa común en Troya y en Micenas, así como el éxito que coronó nuestros esfuerzos. Pero hay momentos en que la pluma renuncia.  Yo confié, pues, la ejecución del proyecto de M. Brockhaus a M. Alfred Bruckner que había conocido bien a mi marido el año anterior, en el curso de una estancia en Troya. Él es quien ha completado esta autobiografía.

Atenas, 23 septiembre 1891 .
Sofía Schliemann

Heinrich Schliemann. 1890

"El trabajo de toda mi vida fue determinado por las impresiones de mi infancia. No me parece inútil contar como, poco a poco, entré en posesión de los medios gracias a los cuales pude, en el otoño de mi vida, llevar a efecto los vastos proyectos formados por el muchacho pobre que fui.

Nací el 6 de enero de 1822, en Neu-Bukow, pequeña ciudad de Mecklembourg-Schwerin. Mi padre, Ernst Schliemann, era pastor de la iglesia en Ankershagen, el pueblo en el que pasé los ocho primeros años de mi vida.

Schliemann-Museum. Ankershagen.

Mi padre no era lingüista ni arqueólogo, pero se interesaba apasionadamente por la Historia Antigua y me contaba muchas veces con entusiasmo la trágica desaparición de Herculano y Pompeya y consideraba como los más felices de los hombres a los que tenían el tiempo y los medios para ir a visitar las excavaciones que allí se habían emprendido.

Revivía también con admiración las hazañas de los héroes de Homero y los acontecimientos de la Guerra de Troya, y siempre encontraba en mí un fanático defensor de la causa troyana porque me apenaba oírle decir que la ciudad de Troya había sido tan radicalmente destruida y que había desaparecido de la superficie de la tierra sin dejar rastro.

Pero cuando por la Navidad de 1829, aún no tenía yo 8 años, me regaló la Historia Universal para los Niños, de Georg Ludwig Jerrer, encontré una imagen de Troya en llamas, con sus enormes murallas y las Puertas Esceas con Eneas, que escapaba llevando a su padre, Anquises a hombros y a Ascanio –su hijo-, de la mano.

Federico Barocci. Eneas abandona Troya incendiada. Galleria Borghese, Roma.

Grupo escultórico de Eneas. Mérida
(Reconstrucción a partir de fragmentos. Universidades de Extremadura y Castilla La Mancha).

Grité lleno de alegría:
-¡Padre estás equivocado!; Jerrer ha tenido que ver Troya, puesto que la ha dibujado aquí.
-Hijo mío –replicó-, eso es una imagen inventada.
Yo le pregunté si los muros de la antigua Troya habían sido tan gruesos y sólidos como el grabado los representaba y, cuando me respondió que sí, grité:
-Si había allí esos gruesos muros, no es posible que hayan desaparecido completamente; seguramente están cubiertos por los escombros y el polvo de los siglos.

Aunque sostuvo lo contrario, mi opinión estaba bien anclada y nos pusimos de acuerdo en el hecho de que, un día yo iría a desenterrar lo que quedaba de Troya.

Muy pronto, ya no hablaba a mis compañeros sino de Troya y sus maravillas; todos se burlaban de mi excepto dos niñas, Louise y Minna Meincke, seis años mayor que yo y la pequeña, de mi edad; me escuchaban con atención, y, sobre todo, Mina, aprobaba con entusiasmo mis proyectos. Nos juramos amor y fidelidad eternos. 

Conocí entonces a Wöllert, el sastre del pueblo, que sólo tenía un ojo y una pierna, pero estaba dotado de una memoria asombrosa que, sin haber recibido la menor instrucción, le permitía repetir los sermones de mi padre, sin olvidar una sola palabra. Tenía sentido del humor, una curiosidad insaciable y una inagotable reserva de anécdotas que narraba con talento de orador.

Siempre había querido saber dónde pasaban las cigüeñas el invierno. Una vez pudo coger a una y le ató a la pata un pergamino en el que el sacristán le había escrito:

Nosotros, Prange, sacristán, y Wöllert, sastre del pueblo de Ankershagen, en Mecklembourg-Schwerin, rogamos al propietario de la casa sobre la que la cigüeña hace su nido en invierno, nos haga el favor de decirnos el nombre de su país.

La primavera siguiente capturó de nuevo a la cigüeña y encontró, fijado en su pata, otro trozo de pergamino, en el cual había una respuesta rimada en mal alemán:

                        Ignoramos vuestro país, buenas gentes,
                        la cigüeña ha vívido entre tiempo
                        en un país llamado tierra de San Juan.

Habríamos dado años de nuestra vida por saber dónde se encontraba aquella misteriosa tierra de San Juan. Aquellas cosas acrecentaban nuestra pasión por todo lo que sonaba a misterio.

Minna y yo estábamos decididos a casarnos y a excavar Troya. Doy gracias a Dios por haber conservado a través de todas las tribulaciones de mi carrera, la firme convicción de que la ciudad de Troya existía! Pero fue en el otoño de mi vida y sin la ayuda de Minna, que estaba lejos, muy lejos, cuando se me dio la posibilidad de realizar los sueños infantiles que nos habíamos formado cincuenta años antes.

Mi padre no sabía griego, pero sí latín, que me enseñaba en sus ratos libres. Tenía apenas nueve años cuando mi querida madre murió; fue la mayor desgracia que pudimos sufrir mis seis hermanos y hermanas, y yo.

Después, por distintas circunstancias, dejé de ver a Minna, algo que me afligió profundamente. El porvenir me parecía muy sombrío y Troya perdió su atractivo. Mi padre, al verme tan abatido me mandó dos años a casa de su hermano, el reverendo Friedrich Schliemann, pastor en Karlhorst. Allí tuve la suerte de tener como profesor a Carl Andress, de Neu-Strelitz, un eminente lingüista que, en un año hizo que fuera capaz de ofrecer a mi padre, en la Navidad de 1832, una disertación latina sobre los principales acontecimientos de la guerra de Troya y las aventuras de Ulises y Agamenón.

Mi familia sufrió algunos reveses económicos y en la primavera de 1835 tuve que dejar los estudios para convertirme en chico de los recados de Ernst Ludwig Holtz, que tenía una tienda de especias en Furstenberg; tenía 14 años.

El Viernes Santo de 1836, el azar me llevó a casa del músico de la Corte, C. L. Laue, donde volví a ver a Minna después de cinco años. Nunca olvidaré aquel encuentro, que iba a ser el último. Minna tenía entonces 14 años y había crecido mucho; iba vestida modestamente de negro y me parecía muy atractiva. Cuando nos vimos, los dos nos pusimos a llorar, cada uno en brazos del otro, sin poder decir ni una palabra. Le pedí al cielo que no casara antes de que yo me labrara un futuro.
Trabajé durante cinco años y medio en la tienda de Furstenberg. Mi trabajo consistía en vender arenques, mantequilla, alcohol de patata, leche, sal, café, azúcar, aceite para las lámparas, etc. , y nuestras ganancias eran muy módicas, y trabajaba desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche, por lo que no podía dedicar ni un instante al estudio, así que olvidé todo lo aprendido en mi infancia, pero no perdí la sed de aprender –nunca la he perdido-. 

No olvidaré la noche en que Hermann Niederhöffer, un molinero, entró en la tienda después de haber bebido copiosamente. También era hijo de un pastor y estaba a punto de terminar sus estudios en el Liceo, cuando su mala conducta hizo que le expulsaran. Su padre le puso de aprendiz en un molino, donde permaneció dos años; se fue de pueblo en pueblo y, poco a poco, se dio a la bebida, pero sin olvidar nunca a su Homero. La noche de la que hablo, nos recitó un centenar de versos suyos, de los que no comprendí nada, pero aquella lengua me conmovió profundamente. Tres veces le pedí que repitiera aquellos versos divinos y cada vez se los agradecí ofreciéndole tres copas de aguardiente, para lo cual sacrifiqué sin pena, los pocos pfennings que constituían mi fortuna. Desde entonces no dejé de suplicar a Dios que me concediera la gracia de aprender griego un día, a pesar de que no veía salida a mi miserable situación, pero un milagro vino a liberarme.

Un día que levantaba un tonel demasiado pesado, algo se rompió en mi pecho y, en adelante, no pude cumplir con mi trabajo. Desesperado, fui a Hamburgo a pie y encontré allí un trabajo en el que cobraba 180 marcos al año, pero el violento dolor del pecho me impedía realizar esfuerzos y mis patronos no sabían en qué emplearme. Intenté enrolarme en un navío y, por recomendación de un amigo de la infancia de mi madre, me aceptaron como grumete en un barco que se dirigía a Venezuela.

Siempre fui pobre pero nunca me había visto en tal desamparo. Tuve que vender mi único traje para comprarme una manta. El 28 de noviembre de 1841 salimos de Hamburgo con buen viento, pero unas horas después, el viento cambió y pasamos tres horas en el Elba sin poder zarpar hasta el 7 de diciembre, pero nos vimos retenidos en Heligoland de nuevo hasta el 12. Apenas habíamos avanzado cuando en la noche del 11 al 12 una tempestad nos arrojó a la isla de Texel, donde naufragamos. Nos mantuvimos 9 horas en una cáscara de nuez, los 9 hombres de la tripulación y yo. Siempre recordaré con agradecimiento el instante en que nuestra embarcación fue empujada a un banco de arena, no lejos de Texel. Estábamos salvados, aunque entonces no sabía dónde nos encontrábamos, excepto que era, en el extranjero. 

La casa de Schliemann en Atenas; Museo Numismático.

Me pareció oír una voz que decía que mi destino acababa de ser puesto a flote y que debía aprovecharlo. Aquel mismo día se hizo realidad aquel presentimiento; mientras que el capitán y mis compañeros habían perdido todo, mi maleta, con algunas camisas y varios pares de calcetines, así como mi agenda y mis cartas de recomendación para la Guaira, apareció flotando, intacta, en la orilla.

En el Consulado de Texel nos dieron una calurosa acogida, pero cuando me propusieron repatriarme con el resto de la tripulación, me negué enérgicamente y declaré que mi suerte se iba a decidir en Holanda y que tenía la intención de irme a Amsterdam para unirme al ejército.

No tenía recursos ni medios para asegurarme la existencia, pero los Cónsules pagaron los dos guldens de mi pasaje y aquella vez, la travesía fue buena, aunque penosa, por mi falta de ropa. Cuando llegué, ya era invierno y no tenía ropa de abrigo, por lo que pasé muchísimo frío y el poco dinero que me dieron los cónsules se me fue en pagar la pensión. Cuando no me quedaba nada, simulé una enfermedad y me admitieron en el hospital. Entonces escribí a Wendt, que me había ayudado en el puerto, contándole el naufragio. El azar quiso que le entregaran mi carta cuando cenaba con unos amigos. El relato de mi nueva desgracia provocó la compasión de todos e hicieron una colecta espontánea en la que Wendt reunió 240 guldens que me envió por medio del Cónsul. Además me recomendó al Cónsul General de Prusia en Ámsterdam, quien rápidamente me encontró un empleo de contable.

El trabajo me dejaba tiempo para completar mis estudios, así que, primero me propuse adquirir una escritura legible, lo que logré en veinte lecciones con un calígrafo de Bruselas. Después me puse a estudiar lenguas vivas; ganaba 800 francos al año y gestaba la mitad en aquellos estudios. Pagaba además un desván incalentable en el que temblaba en invierno, pero en el que, en revancha, me asaba en verano. Comía poco, pero todavía me animaba el deseo de hacerme digno de Mina. Así pues, me puse a estudiar inglés, para lo que tuve que inventar un método que me facilitó considerablemente el estudio de cualquier otra lengua. Consistía esencialmente en leer mucho en voz alta sin traducir; aprender una lección cada día; poner por escrito los temas que me interesaban; corregir lo escrito bajo el control del profesor y después aprenderlos y recitarlos en la clase siguiente. Tenía poca memoria al no haberla ejercitado desde la infancia, pero aproveché cada instante en recuperarla.

Para adquirir lo antes posible una buena pronunciación, asistía dos veces, los domingos, a los oficios religiosos de la iglesia inglesa y repetía para mi cada palabra del sermón. Incluso si llovía, iba a todas partes con mi libro, aprendiendo de memoria algunos fragmentos. Mi memoria se fortaleció poco a poco y al cabo de tres meses recitaba fácilmente a mis maestros, Taylor y Thompson; cada día veinte páginas de prosa inglesa. Pasaba despierto parte de la noche; la memoria y la concentración eran mucho mejores que de día. En seis meses aprendí inglés a fondo.

Después apliqué el mismo método al francés en el que empleé los seis meses siguientes con las Aventuras de Telémaco y Pablo y Virginia. Mi memoria mejoró rápidamente y, en un año, sin mucho esfuerzo, aprendí holandés, español, italiano y portugués, cada uno en seis semanas, pudiendo hablarlos y escribirlos con soltura.

Con la ayuda de los amigos Louis Stoll, de Mannheim y I. H. Ballauf, de Bremen, obtuve, en marzo de 1844, un empleo de secretario contable con los señores B.H. Schroeder, con 1.200 francos al año, que pronto me subieron a 2.000. Su generosidad fue el origen de mi buena fortuna, y me puse a estudiar ruso, pensando ser más útil, a pesar de que no tenía la ayuda de ningún profesor, pero al cabo de seis semanas fui capaz de escribir mi primera carta en ruso dirigida al señor Vasili Plotnikov, en agente en Londres de mis jefes.

Terminado mi estudio de los idiomas, empecé a interesarme seriamente en la literatura de los que había aprendido. En enero de 1846, mis patronos me mandaron como agente a San Petersburgo y allí igual que en Moscú, mis esfuerzos fueron coronados por el éxito que superó mis expectativas y las de mis jefes. 

En cuanto me hice indispensable para la Casa Schröeder y Cía, escribí a Laue, un amigo de la familia Meinke a quien conté mis aventuras y le rogué que pidiera en mi nombre la mano de Minna. Pero cuál no sería mi sorpresa, cuando recibí, al cabo de un mes, la noticia de que se había casado hacía pocas semanas. Aquella cruel decepción me pareció entonces como el golpe más duro de mi vida y caí enfermo. ¿Cómo iba a llevar a cabo mis proyectos sin ella? No podía hacerme a la idea de que ella fuera feliz con otro hombre, ni que yo pudiera un día, hacer mi vida con otra mujer. ¿Por qué el destino me arrancaba a Mina justo ahora, que había pasado 16 años con la esperanza de hacerla mi esposa, ahora que acababa de obtener el derecho de conquistarla? Parecía una pesadilla y pensé que nunca podría superarlo, pero el tiempo, que todo lo cura, terminó por calmarme.

Volví al trabajo y pude, al principio de 1847 inscribirme en el Guilde de vendedores al por mayor a la vez que seguía con mi empleo de la Casa Schröeder, cuya agencia dirigí durante siete años.

Hacía mucho tiempo que estaba sin noticias de mi hermano Ludwig que se había ido a California en 1849, fui allí y supe que había muerto. Todavía estaba allí cuando, el 4 de julio de 1850, se le dio el rango de Estado de la Unión y todos los residentes fueron, ipso facto, naturalizados americanos aquel día y así fue como me convertí en ciudadano de los Estados Unidos.

A finales de 1852, creé en Moscú una empresa cuya dirección confié a mi extraordinario agente Alexei Matveiev. 

Para esta época, Schliemann ya tenía una fortuna notable y una seguridad más que suficiente para afrontar el matrimonio. Se casó, pues, con una aristócrata rusa llamada Ekaterina Petrovna Lyshin, con la cual, las cosas fueron muy mal, casi desde el primer momento, a pesar de lo cual, tuvieron tres hijos: Sergio, Natalia y Nadieshda. Schliemann escribió que ella nunca mostró interés por ninguna de sus actividades y que lo abandonó: 

Huiste de casa sólo porque sabías que tu pobre marido estaba a punto de volver. Yo había venido a verte y quedarme contigo, al menos, una semana, y tratar de restaurar la armonía entre nosotros; en todo caso, en realidad lo juro por Dios Todopoderoso, estaba dispuesto a hacer cualquier tipo de concesión, incluso a sacrificar un millón de francos por restablecer la paz en el hogar. Pero, ¿cómo te has comportado conmigo! Todavía tiemblo por la consternación y el horror de tu malvada conducta... Sin embargo, seguro que nunca me has oído pronunciar una mala palabra, incluso cuando tu terrible y execrable comportamiento me rompió el corazón...

Ekaterina Lyshin

En Petersburgo me sumergía en el trabajo, lo que no me impedía continuar mis estudios de idiomas; en 1854 aprendí sueco y polaco. La Providencia me protegía y más de una vez me libré de peligros seguros. Me acuerdo muy bien de la mañana del 4 de octubre de 1854. Fue durante la Guerra de Crimea y los puertos rusos quedaron bloqueadas, por lo que todas las mercancías con destino a Petersburgo, llegaban por barco a los puertos prusianos de Ronigsberg y Memel, para ser después transportadas por tierra. Yo esperaba un envío, cuando una noche me asomo a la ventana y veo una inscripción que decía en latín:

La cara de la fortuna cambia con la luna,
ofrece y decrece e ignora la constancia.

Me pareció presagio de que se acercaba un peligro desconocido.

Supe que la ciudad de Memel, donde tenían destino mis mercancías, había sido reducida a cenizas. Cuando llegué, la ciudad parecía un cementerio y mi cargamento suponía los ahorros de ocho años. Me consolé pensando que al menos no tenía deudas. Volvía a Petersburgo por la posta e iba hablando del asunto a mis compañeros de viaje, cuando uno de ellos preguntó mi nombre:

-¡Schliemann! –gritó-, pero si usted es el único que no ha perdido nada! ¡Todo su envío está intacto!

El paso inesperado del profundo abatimiento a la alegría más viva, es difícil de sobrellevar con sangre fría. Durante unos minutos me quedé mudo; ¡el único que había escapado del desastre general! No podía creerlo, me parecía un sueño. Lo vendí todo con buenas ganancias y doblé mi fortuna en un año.

Schliemann, 1877

Pero mi más ardiente sueño seguía siendo aprender griego, así que, en cuanto las primeras noticias sobre la paz llegaron a Petersburgo, en enero de 1856, no quise dejar pasar más tiempo y emprendí el estudio con ardor. Mi primer maestro fue Nikolaos Fappadakis, y el segundo, MM. Theóklitos Vimpos, los dos eran de Atenas, donde este último es hoy arzobispo. Seguí de nuevo mi propio método y para ayudarme conseguí una traducción al griego moderno de Pablo y Virginia y lo leí de principio a fin, comparando cuidadosamente cada palabra con su equivalente francés. En la primera lectura, aprendí más o menos la mitad de las palabras y el resto en la segunda lectura, todo ello sin haber perdido un solo minuto buscando en el diccionario. Seis semanas después, ya familiarizado con el griego moderno, emprendí el estudio del clásico y en tres meses ya comprendía a Homero, que leía y releía con entusiasmo inextinguible.

Durante dos años, me consagré exclusivamente a la literatura griega antigua, leyendo corrientemente a la mayor parte de los clásicos, sobre todo, la Odisea. De la Gramática solo estudié las declinaciones y los verbos regulares e irregulares, pero no perdí ni un instante en aprender otras reglas según la fórmula que se empleaba en la enseñanza, que me parecía inútil, pues, en mi opinión, no se puede adquirir un conocimiento profundo de la gramática griega, sino por medio de la práctica, es decir, con la lectura atenta de la prosa clásica y aprendiendo de memoria algunos pasajes específicos. Cuando alguien me señala una falta en mi prosa griega, puedo siempre probar que la expresión incriminada es exacta, citando el pasaje del autor clásico que empleó el giro en su obra.

Mis negocios seguían prosperando; en materia de comercio, yo era de una prudencia extrema y no salí mal del crac que siguió a la crisis de 1857, que me dejó incluso algunos beneficios. Durante el año 1858, reemprendí en Petersburgo, con mi querido amigo, el profesor Ludwig von Muralt, mis estudios de latín abandonados desde hacía 25 años, pero sabiendo ya griego antiguo y moderno, no me resultó difícil.

Ese mismo año, decidí que ya había amasado una fortuna suficiente y pensé en retirarme completamente de los negocios. Viajé primero por Suecia, Dinamarca, Alemania, Italia y Egipto, donde remonté el Nilo hasta Nubia. Encontré una excelente ocasión para aprender árabe y me lancé a través del desierto desde El Cairo hasta Jerusalén. Visité Petra y recorrí Siria perfeccionando sin cesar mi conocimiento práctico del árabe y, cuando llegué a Petersburgo, estudié la lengua metódicamente.

En el verano de 1859, visité Esmirna, las Cícladas y Atenas y estaba a punto de ir a Ítaca, cuando caí enfermo.

Un problema con un socio me obligó a volver a las actividades comerciales, pero esta vez, lo hice en gran escala. Entre octubre y mayo de 1860, importé, por diez millones de marcos, entre otras cosas, en 1860-61 grandes cantidades de algodón, que con la guerra civil americana y el bloqueo que sufrieron los Estados del Sur, se saldaron con beneficios considerables.

A finales de 1863 estaba preparado para consagrarme plenamente a la realización de los sueños que acaricié desde la infancia. A pesar de los negocios, nunca dejé de pensar en Troya y en mi resolución, formada en 1830 ante mi padre y Minna, de desenterrar un día esta ciudad. Concedía cierta importancia al dinero, pero sólo como el medio de alcanzar la meta que me había fijado. 

En 1863 empecé a liquidar mis negocios, pero antes de consagrarme enteramente a la arqueología y a la realización del sueño de mi vida, quise conocer otros países. En 1864 fui a Túnez, visité las ruinas de Cartago y, a través de Egipto, a la India, donde visité sucesivamente Ceilán, Madrás, Calcuta, Benarés, Agra, Lucknow, Delhi, el Himalaya, Singapur, Java y Saigón. Pasé dos meses en China y, pasando por Hong-Kong, Cantón, Amoy, Fou-Tcheou, Shangay, Tien-Tain y Pekín; llegué a la Gran Muralla, Yokohama y Tokio, para después embarcarme hacia San Francisco, en una travesía que duró 50 días, en el curso del cual escribí mi primer libro: China y Japón

Desde San Francisco fui a Nicaragua y recorrí casi todo el Este de los Estados Unidos. Después, La Habana y Méjico. -En La Habana, Schliemann compró un campo de caña de azúcar-.

En la primavera de 1866, me instalé en París para entregarme a la Arqueología, -en La Sorbonne- no interrumpiendo mis estudios, sino por breves viajes a América.

Y en 1868 efectué mi primer viaje a Ítaca -Ιθάκη-, al Peloponeso y a Troya. Al fin me era dado realizar el sueño de mi vida; por fin tenía libertad para visitar el teatro de los acontecimientos que siempre me habían apasionado y la patria de los héroes cuyas aventuras me entusiasmaron y consolaron desde la niñez. Me puse en camino en abril de 1868 y, por Roma y Nápoles, llegué a Corfú, Kefalonia e Ítaca, que visité a fondo.

-En 1869 Schliemann se divorcia de Ekaterina y se casa con la griega Sofía Engastrómenos, de 16 años -él tenía 47-, que le fue presentada por su profesor de griego clásico, Vimpos, tío de Sofía y Obispo de Atenas para entonces. 


Tuvieron dos hijos a los que llamaron Andrómaca y Agamenón.

Sofía con Agamenón.

La gente de la isla de Ítaca veía en el Monte Aetos el palacio de Ulises, a causa de una vieja muralla que rodeaba su cima. 

El “Castillo de Ulises” en el Monte Aetos. Ítaca.

La cima del Aetos está sembrada de enormes piedras, pero decidí empezar a excavar donde había hierba. Hacía un calor aplastante; 52 grados; la sed me mataba, y no tenía agua ni vino, pero la idea de que me encontraba entre las ruinas el palacio de Ulises, era tan poderosa, que olvidé el calor y la sed. Exploraba la zona; leía en la Odisea el relato de las escenas conmovedoras que se habían desarrollado allí y admiraba  el espléndido panorama que se ofrecía por todas partes a mi vista...
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CONTINUACIÓN: EL SUEÑO DE TROYA II