lunes, 25 de junio de 2012

El Greco –Δομήνικος Θεοτοκόπουλος – y PARAVICINO

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EL GRECO 1614-2014
Blog Temático Centenario

EL GRECO Y PARAVICINO
1541–1614 / 1580–1633


Parece que El Greco –Δομήνικος Θεοτοκόπουλος –no fue hombre de muchos amigos, pero es casi seguro que los pocos que tuvo debieron ser cordiales e incondicionales.

Nacido en Candía, la capital de la Creta veneciana, en 1541, tras una etapa de aprendizaje en Venecia, terminó estableciéndose en la ciudad de Toledo, donde falleció en 1614. La ciudad y el pintor se adoptaron mutuamente, llegando a conformar dos almas en un mismo espíritu, hasta el punto de que hoy, El Greco y Toledo, son conceptos indisolublemente unidos


                        Creta le dio la vida y los pinceles
                        Toledo, mejor patria donde empieza
                        a lograr con la muerte, eternidades.

                                                                                    Paravicino


Es innegable que aquel extranjero –aparentemente nunca dejó de serlo, tal vez a causa de un profundo apego a su origen griego–, amó apasionadamente la ciudad del Tajo, pues, de lo contrario, jamás habría podido retratarla desde tan diferentes puntos de vista, bajo tan diferentes luces, y siempre envuelta en un perceptible halo de encanto casi mágico.


Todo lo dicho podría aplicarse igualmente a la realización del retrato de Fray Hortensio Paravicino. Desconocemos si el pintor y el modelo eran amigos e incluso si el retrato se hizo a instancias del uno, del otro o de cualquiera que tuviera interés en que se hiciera teniendo en cuenta que Paravicino fue escritor y poeta afamado en la época, pero es un hecho, que si el Greco solo lo hubiera conocido superficialmente, jamás habría podido ejecutar un retrato, en el que podría decirse que  capturó la profundidad del alma de Paravicino.


Cabría decir, incluso, que, a pesar de las diferencias de origen, religión, idioma, edad, etc. el Greco y Paravicino podrían encuadrarse en eso que en ocasiones llamamos almas gemelas, aunque no es posible demostrar esto, ni siquiera intentarlo, porque supera lo racional; como mucho, podemos intentar aproximarlos, a pesar de que lo único seguro de la relación entre ambos, es el hecho de que Paravicino debió posar para el Griego y, si eso ocurrió, tal vez tuvieron lugar entre ellos largas conversaciones que condujeron a que cada uno pudiera discernir con cierta claridad la esencia vital del otro.

Lo cierto es que Paravicino, quien se declaraba aficionado al arte, cuando vio el retrato, escribió un soneto en el que mostró su perplejidad y expresó una honda duda anímica acerca del hecho de que, si pudiera elegir, tal vez hubiera preferido la imagen pintada a la suya propia:

Entre tu mano y la de Dios, mi alma, perpleja,
duda cual es el cuerpo en que ha de vivir.

Hay que conformarse con la idea de que si algo podemos conocer al Greco, será sólo a través de aquellas percepciones que alcancemos a extraer de su obra, las cuales no pueden transformarse en datos objetivos, pero, por el contrario, sí disponemos de antecedentes precisos acerca de Fray Hortensio Paravicino, o Félix Arteaga, su nombre literario, antes y después de 1609, fecha casi segura de la creación de su retrato.

La vida de Paravicino fue brillante, pero no fácil y él sabía por qué, pero nosotros lo hemos sabido siglos después.



El brillante predicador y poeta culterano, censurado y alabado, tal como lo sería el maestro Góngora, nació en Madrid el doce de octubre de 1580 –cuando el Griego contaba ya casi 40 años–, y en esta ciudad fallecería, también un día doce, en diciembre de 1633.

En 1597, apenas con diecisiete años, Paravicino, destacado estudiante en Salamanca, obtiene del Archiduque Alberto -entonces Cardenal de Toledo y posteriormente, Gobernador General de los Países Bajos y esposo de la Infanta Isabel Clara Eugenia- el derecho de acceso a dignidades eclesiásticas, derecho cuya obtención exige fundamentalmente, una estirpe limpia, es decir, sin la menor sospecha de contener en su sangre algún vestigio de origen racial diverso o cualquier duda sobre la legitimidad de su nacimiento. Hay que insistir en ello, porque una mancha podía condicionar radicalmente el futuro de una persona, más, acaso, que si fuera hallado culpable de un delito de carácter criminal, pero Paravicino estaba limpio y a los veintiún años era Catedrático de Retórica por Salamanca.

En 1600 se produce un nuevo repaso a su casta, para la admisión en la Orden Trinitaria, sin que apareciera nada que lo pudiera impedir, del mismo modo que, ya en 1617, para acceder al cargo de predicador real, fue sometido a una exhaustiva información en la que declararon numerosos testigos y de la que tampoco resultó la menor brizna que empañara su limpieza. El fraile trinitario podía estar tranquilo al respecto, igual que podía estarlo su parroquiano, Felipe III, quien frecuentemente, es llamado El Piadoso, porque lo era, y jamás habría admitido a un sospechoso de falta de limpieza a su lado; mucho menos, claro está, como predicador familiar.


Teniendo a la vista la documentación relativa a todas esas informaciones, los investigadores nunca dieron mayor importancia a un libelo versificado que circuló por Toledo y que siempre se atribuyó a un enemigo personal de Paravicino; el autor se habría excedido en su burlas rimando insultos y falsedades, ni más ni menos brutales que las contenidas en tantos otros escritos de la época, ya fuera contra Lope de Vega, Quevedo, Góngora o Cervantes, y en los cuales siempre había dos temas recurrentes: limpieza y sexualidad.


En el caso de Fray Hortensio, las acusaciones contra su persona eran diversas y cada una más malvada que la anterior:


Pura vuestra madre fue.
Perdonad, por vida mía,
que un pelo, cuando escribía,
me trocó la R en T.

No sé cómo no ha dudado
de quien se formó en pecado
publicar gracias la Fama.
Entre gentilhombre y dama,

Cierto es que no habéis guardado
ni de Rey ni de Dios ley,
pues a vuestro señor Rey
habéis, bastardo, engañado.


Que érades, oí decir,
el problemático amante,
y dijo un representante
que es caso de Barrabás
disfrazar golpes de atrás
con amagos de adelante.
(1)


La sorpresa surge en la actualidad cuando, inesperadamente, aparece un documento firmado por su padre, Mucio Paravicino, natural de Milán, el primero de abril de 1600, en el que declaraba que siendo soltero tuvo vn hijo natural que se llama Hortensio Parauiçino y despues se casó en esta corte y de este matrimonio tiene dos hijos que se llaman Francisco y Gaspar.

Ciertamente, si ese dato era conocido – y puesto que ignoramos si la mujer con la que se casó el señor Mucio, era la madre de Hortensio–, el libelista disponía de una base firme para proferir insultos contra el Fraile, cuya brillante trayectoria, ya fuera en el terreno académico, monástico, cortesano, o en el de las letras, despertó furibundas envidias.

En todo caso, aquel baldón –descubierto o encubierto– atravesaría la línea de su vida como una diagonal venenosa capaz de enturbiar cada uno de sus actos y cada una de sus palabras, y explicaría la profunda, aunque sosegada, tristeza que refleja la mirada del lienzo.

Se reconoce generalmente la sensibilidad artística y el agradable carácter de Paravicino, lo que unido a su facilidad para sostener una conversación interesante y culta, le granjeó muy buenos amigos y protectores, igual que le ocurrió al Griego, a quien, si no se le atribuye el agrado como característica de su personalidad, sí se le reconoce una nobleza de espíritu que equilibraría la balanza.

La amistad entre ambos pudo empezar en 1607, y el retrato fue realizado en 1609, lo que permite conjeturar que pudieron verse con relativa frecuencia, al menos durante ese período, breve en el tiempo, pero imperecedero, si nos atenemos al retrato en cuestión, cuya idea, siguiendo la misma conjetura, podría haber surgido del propio pintor, a la vista de un modelo en cuya mirada supo leer las certezas más profundas.

El resultado causó gran admiración y una grata sorpresa a Fray Hortensio, que dejó patente su espléndida reacción en el soneto del que hablamos antes:


                        Divino Griego, de tu obrar no admira,
                        que en la imagen exceda al ser el arte,
                        sino que della el cielo por templarte
                        la vida, deuda a tu pincel retira.
                        No el Sol sus rayos por su esfera gira,
                        como en tus lienzos, basta el empeñarte,
                        en amagos de Dios, entre a la parte
                        naturaleza que vencerse mira.

                        Emulo de Prometheo en un retrato,
                        no afectes lumbre, el hurto vital deja,
                        que hasta mi alma a tanto ser ayuda.
                        Y contra veinte y nueve años de trato,
                        entre tu mano y la de Dios, perpleja,
                        cual es el cuerpo, en que ha de vivir, duda.


Así pues, Paravicino, además de apelar al Greco como DIVINO, considera que su arte excede al propio SER y que sus pinceles nada deben al cielo. Asegura incluso, que ni aún el sol gira en la naturaleza como en los lienzos del artista amigo. Declara además, que le basta al Greco creador, empeñarse en AMAGOS DE DIOS, y termina, como ya vimos, confesando que su alma duda –a los veintinueve años- si preferiría vivir en el cuerpo que le ha dado Dios, o en aquel que representa tan excelente pintura.

                                         

El Greco sobrevivió apenas cinco años a la ejecución del retrato, y de nuevo, el fraile le dedicó un espléndido soneto a modo de epitafio:

                            Del Griego aquí lo que encerrarse pudo
                            yace, piedad lo esconde, fe lo sella,
                            blando le oprime, blando mientras huella
                            zafir, la parte que se hurtó del nudo,

                            

                           Su fama el orbe no reserva mudo
                           humano clima, bien que a oscurecerla;
                           se arma una envidia, y otra tanta estrella,
                           nieblas no atiende de horizonte rudo.

                           

                           Obró al siglo mayor, mayor Apeles,
                           no el aplauso venal, y su extrañeza

                           admirarán, no imitarán edades.
                           
                           Creta le dio la vida, y los pinceles
                           Toledo, mejor patria donde empieza
                           a lograr con la muerte, eternidades.




No mucho después, la siempre delicada salud del poeta trinitario, le fue encaminando a su vez, hacia la misma mejor patria, tal vez para compartir las mismas eternidades que Doménico Theotokópulos, su segundo creador.

…ha mucho tiempo que visitamos al Padre Maestro Hortensio, Predicador de SM, el cual padece graves y muchas enfermedades: … parece milagro haber podido continuar tan graves estudios y acciones públicas, sin haber sucedido en algunas de ellas algún accidente de muerte presurosa. Y aunque se le han hecho muchos remedios entreteniendo la vida para cumplir con las obligaciones públicas de su oficio, predicando y siguiendo a SM en algunas jornadas, nunca se a podido tomar de raíz la curación… antes cada día está más incapaz de remedio, si no excusa estudios grandes y obligaciones de su Orden; que de lo uno y otro se debe exonerar para vivir, ya que el sanar del todo sea dudoso. Dudoso se llama el suçeso de males contrarios, quando el remedio del uno es fuerza, y aumenta el daño del otro. Y assí es necesario, para curaçión tan larga, mucho regalo, y quien con cuidado continuo le asista a todos tiempos, de noche y de día. Y estos males no avisan de su venida. Y por la misma razon decimos que ande en coche, porque lleve consigo quien le acuda; que no es razón tal persona ande a pie por las calles, arrimándose o dando la mano D. Antonio Ponce Sancta Cruz. (Rúbrica).

Carta escrita al Excelentísimo Sr. Duque de Íjar y Francavila, Conde de Salinas y Ribadeo, Gentilhombre e la cámara del Rei Nuestro Señor, para algún consuelo de la pérdida del gran Padre Mo. Fray Hortensio Félix Paravisino, Predicador del Rey nuestro Señor, tan conocido y estimado por sus grandes parte, letras, ingenio y aventajada elocuencia:

No es consuelo hablar en la muerte de los amigos; más es ternura que lisonja. Perdimos un ingenio único en la erudición y en la elocuencia, y con la desdicha de perderle nos da ocasión la alabanza, no es mucho diga la pluma algo de lo que siente el afecto… maestro de la lengua castellana, curioso de la latina, de todas artes noticia y de todas letras ciencia. Peregrino en el sentir, elegante en la retórica, hablaba como discurría, discurría como hablaba. Este es el que muere. ¡O hado infeliz, que muera como todos el que nace como uno, …Phenix o felix fue en el exercicio apostólico, penetró los […] de las divinas letras: díganlo tantos discursos como se dan a la estampa, con su erudición entendidos, realzados con su elegancia. …viva en la memoria de los hombres el crédito de los siglos. …Guarde Dios a V. Exca…. (El autor es un Oidor del Consejo de Indias, llamado Don Pedro de Vivanco, [sino que] no se pone el nombre por no usarse).

Fray Hortensio Paravicino partió el 12 de diciembre de 1633 desde el Convento de la Santísima Trinidad de la calle de Atocha en Madrid. Tenía 53 años.

Los originales que para perpetua memoria he puesto (junto con la librería que dejó este gran Padre) en nuestro convento de Madrid... He hecho labrar en este nuestro convento de Madrid, una muy famosa cuadra, y puesto en ella toda su librería, que es de las más ricas y abundantes de esta Corte, con el retrato de este grande Padre, tan parecido al original, que parece que no puede adelantarse más el Arte.

Fray Fernando Remírez. Provincial de su Orden.


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(1) La documentación relativa al padre de Fr. Félix Paravicino, procede de: NUEVOS ELEMENTOS PARA LA BIO-BIBLIOGRAFÍA DE FRAY HORTENSIO PARAVICINO de Francis CERDAN. Universidad de Toulouse-Le Mirail.
-Las Imágenes de las “Obras Póstumas”: Biblioteca Virtual Cervantes.

domingo, 10 de junio de 2012

MARÍA ESTUARDO -V- TRÁGICA TENTATIVA II: DON JUAN DE AUSTRIA

Tres tristes matrimonios y dos trágicas tentativas. María Estuardo
-V- TRÁGICA TENTATIVA II: DON JUAN DE AUSTRIA

Bolton, Chatsworth, Sheffield, Tutbury, Wingfield, Fotheringay, etc. son algunos de los castillos que Mary recorrió siguiendo órdenes de la reina de Inglaterra, quien una y otra vez, aseguró hacerlo por su propia seguridad. Isabel aportaba 52 libras semanales para el servicio de la casa, que Mary completaba con su pensión de viuda de Francia, consistente en 1.200 libras anuales.

Mary disponía de vajillas y candelabros de plata, así como de bellos tapices y otros elementos que podían contribuir a su bienestar y que constituían un pesado bagaje, cuyo transporte de una a otra residencia, requería el empleo de servicio y animales de carga en número notable.

Vivía, pues, con cierta comodidad, pero sufría también una honorable custody que caminaba pisando por sus huellas durante veinticuatro horas. Su honorable protector, a partir de junio de 1569 fue Georges Talbot, Conde de Shrewsbury, que relevó de tan ingrata tarea a su predecesor Knollys, quien aseguraba que prefería cualquier castigo antes que continuar con aquella penosa misión, que le convertía a él mismo en un prisionero.


El ambiente en que se desenvolvía, también era relativamente tranquilo y no le faltaba entretenimiento, puesto que incluso recibía visitas de personajes que no ignoraban que algún día, su vecina podría convertirse en reina de Inglaterra. Pero paulatinamente Mary abandonó el ejercicio físico, sobre todo, los paseos a caballo, permaneciendo en su cámara durante horas, dedicada plena y concienzudamente a sus bordados, aunque nunca olvidó que su obligación seguía siendo la de recuperar el trono, a cuyo efecto, mantenía conrrespondencia regular con cualquiera que pudiera ayudarla a conseguirlo, es decir, Madrid, París y Roma, desde donde se elaboraron para ella varios planes que, sucesivamente fueron descubiertos y frustrados.


La pobre loca –escribió proféticamente Carlos IX, rey de Francia, en 1572– no cederá hasta que le corten la cabeza. Acababa de descubrirse la conjura llamada de Ridolfi, contra le reina Isabel, y el cuñado francés de Mary conocía poco o nada el significado de la palabra “lealtad”, además de que acostumbraba a ocultarse detrás de su madre –Catalina de Médicis- o a volverse contra ella en función de las circunstancias.


Es difícil saber si Mary se mantuvo siempre firme por convicción, o fue porque creyó –o le hicieron creer– que le ayudarían a recuperar el trono de Escocia y la sucesión de Inglaterra. Lo cierto es que su existencia mantuvo a Isabel I en guardia durante veinte años, temiendo que algún rebelde doméstico o enemigo extranjero, pudiera utilizar a su prima como bandera de posibles rebeliones o atentados.


Después de Norfolk, estaba don Juan de Austria, que se preparaba en los Países Bajos con el objetivo de salvar y reponer en el trono a aquella honorable prisionera católica, con la que se casaría con la bendición del potífice. Pero el héroe de Lepanto nunca obtuvo el beneplácito de su hermano el rey de España. Un cúmulo de contrariedades le llevó a morir demasiado joven, en la mayor soledad y sin haber podido siquiera intentar salvar a su dama. Don Juan representa la SEGUNDA y última TRÁGICA TENTATIVA de matrimonio de Mary Stuart. Murió en octubre de 1578, apenas unos meses después del fallecimiento de Bothwell.



Don Juan de Austria. Monasterio de S. Lorenzo de El Escorial
Diseño de Ponciano Ponzano. Escultura de Giuseppe Galeotti.

Veinte años puede ser nada,  o puede ser un plazo excesivo: hasta hoy, nadie puede deducir sin lugar a dudas, lo que pasó por la cabeza de Mary Stuart en el transcurso de tan larga espera.


En Escocia los acontecimientos se sucedían regularmente. Como sabemos, el regente Moray murió en 1570, en Linlithgow, alcanzado por la bala de un Hamilton al que Mary recompensó debidamente. Su sucesor en la regencia, el conde de Lennox, padre de Darley, murió al año siguiente en el transcurso de un asalto en Stirling. A este le sucedió James Douglas, conde de Morton, cuarto y último regente, que fue guillotinado en junio de 1581.


En Inglaterra se sucedían con la misma regularidad los atentados contra la reina Isabel, en los que, de una manera u otra, se veía involucrada Mary Stuart. Ya hemos citado la conspiración de Ridolfi en 1570: mientras el duque de Alba ocupaba los Países Bajos, se apoyaría la rebelión de los católicos del norte de Inglaterra. Una vez neutralizada/muerta Isabel, Mary se casaría con el duque de Norfolk y ambos heredarían las dos coronas, lo cual constituía una buena perspectiva para ellos. No así para el duque de Alba, quien valorando la ascendencia Guise y las tendencias profrancesas de Mary, consideraba que un bloque anglo-francés podía ser muy perjudicial para la Corona de España.


Por su parte, John Hawkins –Aquines para los españoles- fingiéndose simpatizante secreto de la causa católica, sonsacó al embajador español en Londres, Gerau de Spés, los detalles más importantes del complot del que la reina fue asimismo informada por otras vías. Como sabemos, Norfolk pasó una temporada en La Torre de Londres y el Embajador español fue expulsado del país. Ridolfi logró escabullirse a tiempo y Mary reconoció su amor por Norfolk, pero nada más.


La conjura Throckmorton –Sir Francis-, de 1583 perseguía básicamente los mismos fines que la anterior, excepto que en este caso venía avalada por el duque de Guise, Henry I. Throckmorton, primo de una dama de la reina Isabel, confesó todo bajo tortura, de donde resultó la participación de los Jesuitas, del Cardenal Allen, y de él mismo, como agente a sueldo de la Corona de España. El embajador español, Bernardino de Mendoza, fue asimismo expulsado de la Isla.


Finalmente, en 1586, salió a la luz la conspiración de Anthony Babington, que también involucraba al rey de España y también pretendía favorecer la restauración de Mary y su acceso al trono de Inglaterra, pero en este caso, algunos preliminares fueron cuidadosamente elaborados con el fin de obtener pruebas concluyentes sobre la participación de la reina de Escocia, pruebas que, finalmente, la llevaron al cadalso.



Gilbert Gifford era el encargado de hacer llegar a Mary Stuart las cartas de sus simpatizantes franceses, a cuyo efecto las introducía, cifradas, en los tapones huecos de barriles de cerveza que fácilmente pudieron eludir el control de su quasi carcelero, el puritano Amyas  Paulet, que para entonces, había hecho muy difícil la vida de Mary.

Un grupo de católicos ingleses liderados por Babington, de quien Mary tuvo noticias a través de la correspondencia de los barriles, se proponía, como los anteriores, eliminar a Isabel y entronizar a Mary, con quien, sin embargo, no tenían medio de comunicarse, hasta que un día Gifford les llevó una carta firmada por ella. El mismo Gifford se encargó de hacer llegar a la escocesa la respuesta de los conjurados, junto con los detalles de su proyecto. Gifford fue descubierto y se puso al servicio de los ingleses. A partir de entonces, todas las cartas de Mary, una vez descifradas, pasaron por las manos de Walshingham quien, acto seguido, hacía que siguieran su curso entre ella y sus corresponsales. Y así continuó la correspondencia, hasta que los ingleses decidieron que había llegado la hora de intervenir directamente en busca de pruebas irrefutables.

Cuando Babington informa a Mary de que todo está dispuesto para apoyar la invasión española, le habla de Ballard y de algunos hombres que actuarán de inmediato e incondicionalmente en cuanto reciban una orden. En la respuesta, en la que Mary daba su aprobación al proyecto, Walshingham ordena a su experto, Phelippes que añada una nota empleando la misma cifra, por la cual, la reina les comunica su deseo conocer los nombres de aquellos incondicionales caballeros, a los que quizás pueda ofrecer alguna ayuda o consejo. Babington le manda una última carta con los nombres de todos ellos, que inmediatamente son capturados y sometidos a tortura, antes de ser ejecutados –Ballard y cinco hombres más- en Holborn, el 25 de septiembre.

Babington fue enviado a la Torre el 14 de agosto, mientras Mary era conducida a Fotheringay, en Northamptonshire, donde sería procesada a mediados de octubre de 1586.


Nota añadida en la carta de Mary a los conspiradores.

El 1º de febrero de 1587 Isabel accedía a firmar la sentencia de muerte pronunciada contra Mary Stuart y proclamada en el Parlamento el cuatro de diciembre anterior.

El texto de la sentencia firmado por Elizabeth R.


Vuestro juicio no lo condeno, tampoco niego vuestras razones, pero os ruego que aceptéis mi agradecimiento, disculpéis mis dudas y tengáis a bien mi respuesta sin respuesta.


Proceso y ejecución de Mary Stuart.

Jane Kennedy y Elizabeth Curle asisten a Mary  Stuart.

Por decisión de su protagonista, esta historia termina como empezó; exactamente el ocho de febrero de 1587. Ese día Mary Stuart o María Estuardo, reina de Escocia, o de los Escoceses, acusada y condenada por conspiración y traición contra la vida de la reina Isabel I de Inglaterra, fue ejecutada en el castillo de Fotheringhay, en Northamptonshire. 

Poco antes de su muerte, Mary había elegido una divisa personal que ella misma bordó cuidadosamente y que acabó haciendo fortuna entre la historia y la leyenda:



En mi fin está mi principio.


Tumba de Mary Queen of Scots en Westminster Abbey.
Tras su ejecución fue enterrada en Peterborough Cathedral,
pero después fue trasladada a Westminster por su hijo.

Más sobre Mary Stuart en este Blog: 
Tres tristes matrimonios y dos trágicas tentativas MARÍA ESTUARDO. 


-III- BOTHWELL.

-IV- TRÁGICA TENTATIVA I: EL DUQUE DE NORFOLK


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lunes, 4 de junio de 2012

Tres tristes... Mary Stuart IV. TRÁGICA TENTATIVA I: EL DUQUE DE NORFOLK

MARY STUART IV
TRÁGICA TENTATIVA I: EL DUQUE DE NORFOLK

El 15 de junio de 1567 dejamos a Mary sometida a sus Lores, quienes la mantendrán prácticamente prisionera mientras le exigen que se divorcie de Bothwell, haciéndole creer que si lo hace volverán a su obediencia, pero el contexto, la actitud de los Lores y los hechos que siguieron, demuestran que aquellos señores no sólo pretendían resolver una cuestión moral, sino que perseguían otros intereses. En todo caso, Mary se negó a ceder y se mostró sobradamente capaz de soportar cualquier presión por mantener su decisión y Dios sabe que no se le ahorró nada. Su admirable firmeza hubiera sido digna de mejor causa, pero, para semejante actitud sólo cabe una explicación: estaba muy enamorada de Bothwell, tanto, que parecía incapaz de ver más allá de los ojos de aquel efímero esposo.
A pesar de las promesas que se le hicieron después de entregarse voluntariamente en Carberry Hill, nadie se molestó en mantener la palabra empeñada; Mary fue tratada como una prisionera de facto y Bothwell perseguido hasta que abandonó el reino y la Isla, para encontrar su destino en Dinamarca.

Poco antes de su partida definitiva, Bothwell recordó que había dejado en Edimburgo un cofre de plata –regalo de Mary, quien a su vez, lo había recibido de su primer esposo francés–, dentro del cual había guardado ciertos documentos que no podían caer en manos de nadie, ni amigos ni enemigos. Envió pues un hombre con el encargo de recuperarlo con el mayor sigilo posible, pero en un ambiente tan comprometido, parece ser que el hombre prefirió congraciarse con los Lores rebeldes, descubriéndoles la existencia del cofre y la importancia que parecía tener para el Conde.




Una vez abierto, se halló, además de otros documentos, un conjunto de cartas que Mary habría enviado a Bothwell, requiriéndole, en ocasiones, que las quemara inmediatamente después de leerlas. Algunas contenían sonetos de amor, pero el verdadero hallazgo, al parecer, consistió en el hecho de que algunas de aquellas cartas, había sido escritas antes de la muerte de Lord Darnley. El hallazgo echaría por tierra toda la historia del secuestro, con la subsiguiente y apresurada boda, y justificaría las sospechas generales, ya no sólo sobre la participación de Bothwell en el crimen, sino también, el conocimiento previo de los hechos, por parte de Mary.

Entre quejas de amor apasionado y sentimientos de traición provocados por ese mismo amor y por una soledad muy parecida al abandono, las cartas describían detalladamente las conversaciones entre Mary y el esposo enfermo, cuyas horas estaban contadas, aunque no a causa de la enfermedad.
Posteriormente se negó, no sólo la veracidad de lo escrito, sino incluso la existencia de tales cartas, de las que sólo conocemos copias traducidas; el hijo y heredero de Mary, James, las mandó quemar en cuanto pudo, sin que entendamos muy bien por qué, si sólo eran falsificaciones demostrables. También se dice que los textos no fueron inventados del todo, sino que sólo se intercalaron fragmentos falsos entre los auténticos.
Sea como fuere, de su lectura se deduce que habría que tener una poderosa imaginación para inventar ciertos detalles, cuyo realismo es, en ocasiones, estremecedor.
El hecho es que ya no sólo se trataba de exigir que la reina se divorciara de un hombre sospechoso de haber participado en el asesinato del rey, ahora se manejaba una acusación de adulterio –un delito para el que Mary había aprobado la pena de muerte–, y también su conocimiento del plan urdido contra la vida de aquel rey, que, además, era su esposo.
Ante los Lores, Mary no se defendió propiamente, puesto que les negaba capacidad legal para juzgarla; sólo declaró que todo cuanto se pudiera decir en su contra carecía de legitimidad ante el peso de su palabra de reina, que era, como tal, la única que debía ser tenida en consideración y acatada.
A pesar de ello, los acontecimientos y los hechos se desplomaron sobre ella. Aunque las dudas sobre la autenticidad de los papeles del cofre surgieron más tarde, la sospecha ya pesaba sobre Mary antes de la aparición del cofre y ahora crecía imparable; de hecho fue así para el resto de su vida, aunque, finalmente, moriría por otras causas.
Ahora se recordaba que Darnley había sido enterrado casi en secreto, a media noche, sin funerales reales y que Mary no había ordenado que se investigara su muerte. El Embajador español, Silva escribió por entonces: Se me ha hecho imposible seguir residiendo honrosamente más tiempo en el reino mientras se permita que quede sin castigar un crimen tan extraño y espantoso.
Veremos más adelante algunos fragmentos de las famosas Cartas del cofre, extraídos de una publicación  de 1754 en la que aparecen transcritas en escocés, latín y francés, pero ahora volvamos con Mary.

Tras su último abrazo a Bothwell en Carberry Hill, los Lores habían prometido a Mary que la devolverían a Edimburgo con los honores debidos, pero, por el camino, los insultos y cobardes amenazas de la muchedumbre contra el árbol caído, no cesaron ni bajo los golpes de espada de los hombres que escoltaban a la reina. De hecho, en un principio fue conducida a Edimburgo, pero no al palacio, sino a la Casa del Preboste, donde, ante una mujer cansada, destruida y sola, insistieron en reclamar el divorcio. Pero de nuevo aquella Mary fuerte y dueña de su voluntad, se negó a aceptarlo, ni con promesas ni con amenazas. El ambiente en la ciudad era cada vez más tenso y, en previsión de peores alteraciones que podrían ser graves, no sólo para ella, sino también para los que la retenían, decidieron estos conducirla al castillo de Lochleven, prácticamente en calidad de prisionera. Era el 17 de junio de 1567 y Mary Stuart tenía veinticuatro años.

Castillo de Lochleven


Fotografías de la Mary Stuart Society Website

Además de su ubicación estratégica, el castillo de Lochleven reunía una serie de características muy destacables: Estaba construido en medio de un lago –como su nombre indica– y, evidentemente, resultaba imposible acceder a él sin ser descubierto. La castellana era Margaret Erskine; Douglas, por su matrimonio con Sir Robert Douglas of Lochleven, del que era viuda y, era también la madre de James Stewart, a quien conocemos como Conde de Moray, nacido de la relación mantenida durante treinta años, entre Margaret y James V, el padre de Mary, quien la abandonó precisamente para casarse con Marie de Guise. Moray era uno de los seis hijos nacidos a lo largo de aquella relación.

La malhadada boda con el hombre generalmente considerado como el asesino del rey y el empecinamiento de Mary en mantener aquel vínculo, aun sabiendo que lo más probable era que nunca volvieran a verse, marcó su destino una vez más. En un principio adujo que no podía divorciarse porque el hijo que esperaba, se convertiría automáticamente en un bastardo, pero esta objeción desapareció cuando se produjo el aborto de unos gemelos, cuya suerte parecía echada desde el día de su concepción, fecha que nunca nadie llegó a conocer, como tampoco se supo exactamente cuando se produjo ese aborto. A pesar de ello, Mary siguió negándose a admitir el divorcio. 

En todo caso es difícil deducir si lo que movía el ánimo de Mary era la consciencia de su realeza, cuya voluntad no podía ni debía ceder ante nada ni ante nadie, o era el resultado de un amour fou, que condicionó su voluntad de principio a fin.

La reina Isabel de Inglaterra, igualmente defensora de la intangibilidad de la realeza, decidió que no podía apoyar a los nobles rebeldes, aunque, particularmente, escribió a Mary una carta llena de reproches en la que le aseguraba que era imposible hallar peor modo de abatir su propia credibilidad, que el casarse tan urgentemente con aquel a quien todos señalaban como asesino del rey, quien además, era su esposo. Isabel entendía que Mary y no los nobles escoceses, era la causante del descrédito de dos instituciones sagradas en un solo acto; el matrimonio y la unción real. Para mayor responsabilidad, no dejaba de recordarle Isabel, que la esposa de Bothwell también existía. Por último: Hubiéramos deseado –escribió– que tras la muerte de vuestro esposo, vuestro primer cuidado debía haber sido la búsqueda, detención y castigo del o de los asesinos.



Y fue entonces, apenas una semana después del choque de Carberry Hill, cuando James Balfour informó de la llegada a Edimburgo de un hombre de Bothwell, en busca del cofre de plata.


Del hallazgo surgía una nueva disyuntiva: ¿cómo hacer públicas unas cartas que, si bien incriminaban a Mary, al mismo tiempo denunciaban como cómplices a algunos de los Lores?

Prescindiendo ahora de la posterior discusión sobre la autenticidad de las cartas, el hecho es que Mary sí sabía lo que había escrito y ahora también los sabían los Lores; se imponía la única salida viable, por la que unos y otros podrían salvar su responsabilidad sin consecuencias demasiado graves: la abdicación inmediata.

El documento firmado por Mary con tal finalidad, era muy sencillo: Declaraba encontrarse cansada, razón por la cual consideraba llegada la hora de abdicar en su hijo cuya regencia ejercería Moray.

Bajo qué presión y qué temores se avino la reina de Escocia a aceptar esta solución, es algo que sólo podemos imaginar, puesto que, en interés de todos, el acto se produjo en el mayor secreto.

La coronación del niño se celebró en Stirling Castle el día 24 de Junio de 1567, con la participación de los lores Atholl, Morton, Clencarn y Mar. Jacobo VI ya era rey de Escocia y el inteligente Moray, a quien jamás se vio en los alrededores de los escenarios en los que sucedieron los eventos que dieron lugar a la actual situación, era aclamado como Regente sin tacha; incluso Mary confió en él y se permitió la debilidad de llorar en su hombro.

Todo parecía así resuelto, pero el día 15 de diciembre y, traicionando una vez más las seguridades dadas a la ya ex reina a cambio de su abdicación, las cartas y los sonetos del cofre fueron leídos ante el Parlamento escocés.

Mientras la reina Isabel y el regente Moray exigían, incluso con amenazas, la repatriación de Bothwell, los parientes Guise de Mary, desde Francia ponían en marcha todos los medios de que disponían para evitarlo. El monarca danés se mantuvo en espera de una mejor oferta mientras Bothwell se iba deslizando hacia el paraje sin límite de la razón perdida.

María veía aumentar su inquietud ante el desconocimiento absoluto de la suerte que le esperaba y el modo en que debería afrontarla, pero sus días transcurrían dentro de una cierta serenidad, porque Lady Douglas y algunos de sus hijos –además de los habidos con el rey James, había tenido siete más durante su matrimonio Douglas–, la trataban con extrema delicadeza, en realidad, más como una invitada que como una prisionera.

Con ayuda del joven Georges Douglas en concreto, se pone en marcha un plan de huida, de acuerdo con el cual, el 25 de marzo (1568) Mary lograba atravesar el lago en la barca que transportaba semanalmente a las lavanderas y la colada del castillo, pero fue descubierta a pesar de su disfraz por un remero espabilado.
En un segundo intento, y ya mejor previstos los pormenores, Mary alcanzaba la orilla del lago donde le esperaban, el mismo Douglas y su viejo partidario Lord Seton, acompañados de cincuenta hombres a caballo, que escoltaron a la fugitiva hasta el castillo de Lord Hamilton, hasta entonces, partidario de Moray, quien en menos de un año de gobierno, había causado muchas decepciones. Algunos historiadores piensan incluso en la comprensión y, en cierto modo, la complicidad de Lady Margaret.

Una semana después seis mil hombres armados estaban dispuestos a pelear por la restauración de Mary Stuart.

La reina Isabel dijo alegrarse por el éxito de la fuga, mientras su ministro Cecil conminaba a Moray a que terminara de una vez con las perturbaciones que no dejarían de producirse mientras la reina destronada se encontrara en libertad.

Los pequeños ejércitos de Mary y del Regente se enfrentaron el día 13 de mayo de 1568, en Langside, donde, en menos de una hora, las heterogéneas tropas de Mary fueron derrotadas y puestas en fuga. Era la catástrofe.

Muy cerca del campo de batalla, Mary, que había observado al encuentro montada a caballo desde una pequeña altura, tomaba las riendas y emprendía un galope sin destino conocido; Durante tres noches –escribió al duque de Lorena– viví como los mochuelos. Finalmente alcanzaba la Abadía de Dundrennan, junto al mar y allí se detenía para intentar planificar sus pasos inmediatos, no ya su futuro ni cualquier otro objetivo; ahora todo parecía hallarse definitivamente fuera de su control. Podría dirigirse a Francia, pero, de hecho, sabía que Catalina de Médicis no la ayudaría. ¿Tal vez a España? Felipe II había desaprobado con vehemencia sus amores y amistades con reformados. Quedaba Inglaterra.

Sin pensarlo más, Mary escribió una carta a la reina Isabel y, sin esperar su autorización, el 16 de mayo atravesaba el río Solway, frontera natural entre ambos reinos,


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y desembarca, ya en territorio inglés junto al puerto de Carlisle.
 
                                                    Castillo de Carlisle>
Veinticinco años cuenta apenas esta mujer, sobre cuyos hombros ya pesan más recuerdos que si hubiera vivido mil años.

Mary es llevada de un castillo a otro, mientras Isabel se niega a recibirla en tanto no se esclarezcan las acusaciones que pesan sobre ella, a cuyo objeto, la reina ha ordenado una investigación cuya vista se celebra a través de las llamadas Conferencias de York (octubre 1568) y de Westminster (enero 1569), en las que, casi exclusivamente, se debate –sin asistencia ni representación de Mary–, el contenido de las dichosas Cartas del Cofre, presentadas por el Conde de Moray. En ambos casos, se concluye que las Cartas no constituyen una prueba suficiente para pronunciar una condena, sin embargo y, sorprendentemente, tampoco se concluye que los Lores hayan incurrido en delito de rebelión contra su soberana; en consecuencia, no serán obligados a abandonar el poder, en tanto que Mary, por su propia seguridad, deberá permanecer bajo custodia, por lo que vuelve a su peregrinar de un castillo a otro, hasta que a mediados de junio se ve obligada a detenerse en el de Chatsworth a causa de su crítico estado de salud. (12.Mayo 1569)

En el mes de Junio siguiente, Mary solicitaba a Roma, sin éxito, la anulación del matrimonio con Bothwell. Había decidido casarse con el duque de Norfolk; la primera de sus DOS TRÁGICAS TENTATIVAS.

Thomas Howard, Duque de Norfolk, primo materno de la reina Isabel, era uno de los más destacados nobles protestantes quien, además, había encabezado la representación inglesa en la Conferencia de York, donde expresó públicamente el horror moral que le causaba el contenido de las Cartas del Cofre. Un dolor moral que, por cierto, no fue óbice, para que sólo unos días después, aceptara con agrado la propuesta de Maitland, de casarse con Mary Stuart. Norfolk alegaría que la abdicación se había producido por la fuerza, por lo que debía ser anulada. Acto seguido se haría reconocer el derecho de Mary a suceder en al trono de Inglaterra tras la muerte de Elizabeth. Pero el plan se descubrió y Norfolk fue enviado a la Torre de Londres por un tiempo, mientras Mary era devuelta al castillo de Tutbury.

Entre tanto, un proyecto de Restauración se presentó ante la Convención de Perth, donde fue rechazado por cuarenta votos contra nueve.

El castillo de Tutbury

A principios de 1570 Moray, el discreto y ambicioso medio hermano de Mary, moría a causa de un disparo de Hamilton. Mary recompensó al ejecutor sin disimulo; a aquellas alturas consideraba a Moray como el más traidor y falso de sus súbditos y, acaso, el más responsable promotor de su desgracia. Probablemente pensó que, sin la ayuda del hombre en quien había confiado tan inutilmente, su suerte podría mejorar y, más aún si su proyecto de matrimonio prosperaba.
Pero en septiembre de 1571 Norfolk resultó implicado en el complot Ridolfi, por el que España invadiría Inglaterra desde Los Países Bajos con el apoyo de los católicos ingleses. Los nombres de Norfolk y Mary salieron a relucir mediante tortura. Mary reconoció haber regalado al duque un diamante de gran valor; si eso se consideraba ayuda financiera, quedaba a discreción de la corte, que decidió admitir la duda, pero Norfolk fue condenado a muerte y ejecutado en junio de 1572.
Y así fue como terminó en tragedia la tentativa de matrimonio de Mary con el Duque de Norfolk. De haber sido las cosas de otro modo, Norfolk se habría convertido en su cuarto esposo, del mismo modo que ella hubiera sido la cuarta esposa del Duque.

Thomas Howard, IV duque de Norfolk, I Conde de Southampton.
(Kenninghall, 10 de marzo de 1536 – Londres, 2 de Junio de 1572). 
Retrato de Hans Eworth (1563)

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