MARY STUART IV
TRÁGICA TENTATIVA I: EL DUQUE DE NORFOLK
TRÁGICA TENTATIVA I: EL DUQUE DE NORFOLK
El 15 de junio de 1567 dejamos a Mary sometida a sus Lores, quienes la mantendrán prácticamente prisionera mientras le exigen que se divorcie de Bothwell, haciéndole creer que si lo hace volverán a su obediencia, pero el contexto, la actitud de los Lores y los hechos que siguieron, demuestran que aquellos señores no sólo pretendían resolver una cuestión moral, sino que perseguían otros intereses. En todo caso, Mary se negó a ceder y se mostró sobradamente capaz de soportar cualquier presión por mantener su decisión y Dios sabe que no se le ahorró nada. Su admirable firmeza hubiera sido digna de mejor causa, pero, para semejante actitud sólo cabe una explicación: estaba muy enamorada de Bothwell, tanto, que parecía incapaz de ver más allá de los ojos de aquel efímero esposo.
A pesar de las promesas que se le hicieron después de entregarse voluntariamente en Carberry Hill, nadie se molestó en mantener la palabra empeñada; Mary fue tratada como una prisionera de facto y Bothwell perseguido hasta que abandonó el reino y la Isla, para encontrar su destino en Dinamarca.
Una vez abierto, se halló, además de otros documentos, un conjunto de cartas que Mary habría enviado a Bothwell, requiriéndole, en ocasiones, que las quemara inmediatamente después de leerlas. Algunas contenían sonetos de amor, pero el verdadero hallazgo, al parecer, consistió en el hecho de que algunas de aquellas cartas, había sido escritas antes de la muerte de Lord Darnley. El hallazgo echaría por tierra toda la historia del secuestro, con la subsiguiente y apresurada boda, y justificaría las sospechas generales, ya no sólo sobre la participación de Bothwell en el crimen, sino también, el conocimiento previo de los hechos, por parte de Mary.
Entre quejas de amor apasionado y sentimientos de traición provocados por ese mismo amor y por una soledad muy parecida al abandono, las cartas describían detalladamente las conversaciones entre Mary y el esposo enfermo, cuyas horas estaban contadas, aunque no a causa de la enfermedad.
Posteriormente se negó, no sólo la veracidad de lo escrito, sino incluso la existencia de tales cartas, de las que sólo conocemos copias traducidas; el hijo y heredero de Mary, James, las mandó quemar en cuanto pudo, sin que entendamos muy bien por qué, si sólo eran falsificaciones demostrables. También se dice que los textos no fueron inventados del todo, sino que sólo se intercalaron fragmentos falsos entre los auténticos.
Sea como fuere, de su lectura se deduce que habría que tener una poderosa imaginación para inventar ciertos detalles, cuyo realismo es, en ocasiones, estremecedor.
El hecho es que ya no sólo se trataba de exigir que la reina se divorciara de un hombre sospechoso de haber participado en el asesinato del rey, ahora se manejaba una acusación de adulterio –un delito para el que Mary había aprobado la pena de muerte–, y también su conocimiento del plan urdido contra la vida de aquel rey, que, además, era su esposo.
Ante los Lores, Mary no se defendió propiamente, puesto que les negaba capacidad legal para juzgarla; sólo declaró que todo cuanto se pudiera decir en su contra carecía de legitimidad ante el peso de su palabra de reina, que era, como tal, la única que debía ser tenida en consideración y acatada.
A pesar de ello, los acontecimientos y los hechos se desplomaron sobre ella. Aunque las dudas sobre la autenticidad de los papeles del cofre surgieron más tarde, la sospecha ya pesaba sobre Mary antes de la aparición del cofre y ahora crecía imparable; de hecho fue así para el resto de su vida, aunque, finalmente, moriría por otras causas.
Ahora se recordaba que Darnley había sido enterrado casi en secreto, a media noche, sin funerales reales y que Mary no había ordenado que se investigara su muerte. El Embajador español, Silva escribió por entonces: Se me ha hecho imposible seguir residiendo honrosamente más tiempo en el reino mientras se permita que quede sin castigar un crimen tan extraño y espantoso.
Veremos más adelante algunos fragmentos de las famosas Cartas del cofre, extraídos de una publicación de 1754 en la que aparecen transcritas en escocés, latín y francés, pero ahora volvamos con Mary.
Tras su último abrazo a Bothwell en Carberry Hill, los Lores habían prometido a Mary que la devolverían a Edimburgo con los honores debidos, pero, por el camino, los insultos y cobardes amenazas de la muchedumbre contra el árbol caído, no cesaron ni bajo los golpes de espada de los hombres que escoltaban a la reina. De hecho, en un principio fue conducida a Edimburgo, pero no al palacio, sino a la Casa del Preboste, donde, ante una mujer cansada, destruida y sola, insistieron en reclamar el divorcio. Pero de nuevo aquella Mary fuerte y dueña de su voluntad, se negó a aceptarlo, ni con promesas ni con amenazas. El ambiente en la ciudad era cada vez más tenso y, en previsión de peores alteraciones que podrían ser graves, no sólo para ella, sino también para los que la retenían, decidieron estos conducirla al castillo de Lochleven, prácticamente en calidad de prisionera. Era el 17 de junio de 1567 y Mary Stuart tenía veinticuatro años.
Castillo de Lochleven
Además de su ubicación estratégica, el castillo de Lochleven reunía una serie de características muy destacables: Estaba construido en medio de un lago –como su nombre indica– y, evidentemente, resultaba imposible acceder a él sin ser descubierto. La castellana era Margaret Erskine; Douglas, por su matrimonio con Sir Robert Douglas of Lochleven, del que era viuda y, era también la madre de James Stewart, a quien conocemos como Conde de Moray, nacido de la relación mantenida durante treinta años, entre Margaret y James V, el padre de Mary, quien la abandonó precisamente para casarse con Marie de Guise. Moray era uno de los seis hijos nacidos a lo largo de aquella relación.
La malhadada boda con el hombre generalmente considerado como el asesino del rey y el empecinamiento de Mary en mantener aquel vínculo, aun sabiendo que lo más probable era que nunca volvieran a verse, marcó su destino una vez más. En un principio adujo que no podía divorciarse porque el hijo que esperaba, se convertiría automáticamente en un bastardo, pero esta objeción desapareció cuando se produjo el aborto de unos gemelos, cuya suerte parecía echada desde el día de su concepción, fecha que nunca nadie llegó a conocer, como tampoco se supo exactamente cuando se produjo ese aborto. A pesar de ello, Mary siguió negándose a admitir el divorcio.
En todo caso es difícil deducir si lo que movía el ánimo de Mary era la consciencia de su realeza, cuya voluntad no podía ni debía ceder ante nada ni ante nadie, o era el resultado de un amour fou, que condicionó su voluntad de principio a fin.
La reina Isabel de Inglaterra, igualmente defensora de la intangibilidad de la realeza, decidió que no podía apoyar a los nobles rebeldes, aunque, particularmente, escribió a Mary una carta llena de reproches en la que le aseguraba que era imposible hallar peor modo de abatir su propia credibilidad, que el casarse tan urgentemente con aquel a quien todos señalaban como asesino del rey, quien además, era su esposo. Isabel entendía que Mary y no los nobles escoceses, era la causante del descrédito de dos instituciones sagradas en un solo acto; el matrimonio y la unción real. Para mayor responsabilidad, no dejaba de recordarle Isabel, que la esposa de Bothwell también existía. Por último: Hubiéramos deseado –escribió– que tras la muerte de vuestro esposo, vuestro primer cuidado debía haber sido la búsqueda, detención y castigo del o de los asesinos.
Y fue entonces, apenas una semana después del choque de Carberry Hill, cuando James Balfour informó de la llegada a Edimburgo de un hombre de Bothwell, en busca del cofre de plata.
Del hallazgo surgía una nueva disyuntiva: ¿cómo hacer públicas unas cartas que, si bien incriminaban a Mary, al mismo tiempo denunciaban como cómplices a algunos de los Lores?
Prescindiendo ahora de la posterior discusión sobre la autenticidad de las cartas, el hecho es que Mary sí sabía lo que había escrito y ahora también los sabían los Lores; se imponía la única salida viable, por la que unos y otros podrían salvar su responsabilidad sin consecuencias demasiado graves: la abdicación inmediata.
El documento firmado por Mary con tal finalidad, era muy sencillo: Declaraba encontrarse cansada, razón por la cual consideraba llegada la hora de abdicar en su hijo cuya regencia ejercería Moray.
Bajo qué presión y qué temores se avino la reina de Escocia a aceptar esta solución, es algo que sólo podemos imaginar, puesto que, en interés de todos, el acto se produjo en el mayor secreto.
La coronación del niño se celebró en Stirling Castle el día 24 de Junio de 1567, con la participación de los lores Atholl, Morton, Clencarn y Mar. Jacobo VI ya era rey de Escocia y el inteligente Moray, a quien jamás se vio en los alrededores de los escenarios en los que sucedieron los eventos que dieron lugar a la actual situación, era aclamado como Regente sin tacha; incluso Mary confió en él y se permitió la debilidad de llorar en su hombro.
Todo parecía así resuelto, pero el día 15 de diciembre y, traicionando una vez más las seguridades dadas a la ya ex reina a cambio de su abdicación, las cartas y los sonetos del cofre fueron leídos ante el Parlamento escocés.
Mientras la reina Isabel y el regente Moray exigían, incluso con amenazas, la repatriación de Bothwell, los parientes Guise de Mary, desde Francia ponían en marcha todos los medios de que disponían para evitarlo. El monarca danés se mantuvo en espera de una mejor oferta mientras Bothwell se iba deslizando hacia el paraje sin límite de la razón perdida.
María veía aumentar su inquietud ante el desconocimiento absoluto de la suerte que le esperaba y el modo en que debería afrontarla, pero sus días transcurrían dentro de una cierta serenidad, porque Lady Douglas y algunos de sus hijos –además de los habidos con el rey James, había tenido siete más durante su matrimonio Douglas–, la trataban con extrema delicadeza, en realidad, más como una invitada que como una prisionera.
Con ayuda del joven Georges Douglas en concreto, se pone en marcha un plan de huida, de acuerdo con el cual, el 25 de marzo (1568) Mary lograba atravesar el lago en la barca que transportaba semanalmente a las lavanderas y la colada del castillo, pero fue descubierta a pesar de su disfraz por un remero espabilado.
En un segundo intento, y ya mejor previstos los pormenores, Mary alcanzaba la orilla del lago donde le esperaban, el mismo Douglas y su viejo partidario Lord Seton, acompañados de cincuenta hombres a caballo, que escoltaron a la fugitiva hasta el castillo de Lord Hamilton, hasta entonces, partidario de Moray, quien en menos de un año de gobierno, había causado muchas decepciones. Algunos historiadores piensan incluso en la comprensión y, en cierto modo, la complicidad de Lady Margaret.
Una semana después seis mil hombres armados estaban dispuestos a pelear por la restauración de Mary Stuart.
La reina Isabel dijo alegrarse por el éxito de la fuga, mientras su ministro Cecil conminaba a Moray a que terminara de una vez con las perturbaciones que no dejarían de producirse mientras la reina destronada se encontrara en libertad.
Los pequeños ejércitos de Mary y del Regente se enfrentaron el día 13 de mayo de 1568, en Langside, donde, en menos de una hora, las heterogéneas tropas de Mary fueron derrotadas y puestas en fuga. Era la catástrofe.
Muy cerca del campo de batalla, Mary, que había observado al encuentro montada a caballo desde una pequeña altura, tomaba las riendas y emprendía un galope sin destino conocido; Durante tres noches –escribió al duque de Lorena– viví como los mochuelos. Finalmente alcanzaba la Abadía de Dundrennan, junto al mar y allí se detenía para intentar planificar sus pasos inmediatos, no ya su futuro ni cualquier otro objetivo; ahora todo parecía hallarse definitivamente fuera de su control. Podría dirigirse a Francia, pero, de hecho, sabía que Catalina de Médicis no la ayudaría. ¿Tal vez a España? Felipe II había desaprobado con vehemencia sus amores y amistades con reformados. Quedaba Inglaterra.
Sin pensarlo más, Mary escribió una carta a la reina Isabel y, sin esperar su autorización, el 16 de mayo atravesaba el río Solway, frontera natural entre ambos reinos,
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y desembarca, ya en territorio inglés junto al puerto de Carlisle.
Castillo de Carlisle>
Veinticinco años cuenta apenas esta mujer, sobre cuyos hombros ya pesan más recuerdos que si hubiera vivido mil años.
Veinticinco años cuenta apenas esta mujer, sobre cuyos hombros ya pesan más recuerdos que si hubiera vivido mil años.
Mary es llevada de un castillo a otro, mientras Isabel se niega a recibirla en tanto no se esclarezcan las acusaciones que pesan sobre ella, a cuyo objeto, la reina ha ordenado una investigación cuya vista se celebra a través de las llamadas Conferencias de York (octubre 1568) y de Westminster (enero 1569), en las que, casi exclusivamente, se debate –sin asistencia ni representación de Mary–, el contenido de las dichosas Cartas del Cofre, presentadas por el Conde de Moray. En ambos casos, se concluye que las Cartas no constituyen una prueba suficiente para pronunciar una condena, sin embargo y, sorprendentemente, tampoco se concluye que los Lores hayan incurrido en delito de rebelión contra su soberana; en consecuencia, no serán obligados a abandonar el poder, en tanto que Mary, por su propia seguridad, deberá permanecer bajo custodia, por lo que vuelve a su peregrinar de un castillo a otro, hasta que a mediados de junio se ve obligada a detenerse en el de Chatsworth a causa de su crítico estado de salud. (12.Mayo 1569)
En el mes de Junio siguiente, Mary solicitaba a Roma, sin éxito, la anulación del matrimonio con Bothwell. Había decidido casarse con el duque de Norfolk; la primera de sus DOS TRÁGICAS TENTATIVAS.
Thomas Howard, Duque de Norfolk, primo materno de la reina Isabel, era uno de los más destacados nobles protestantes quien, además, había encabezado la representación inglesa en la Conferencia de York, donde expresó públicamente el horror moral que le causaba el contenido de las Cartas del Cofre. Un dolor moral que, por cierto, no fue óbice, para que sólo unos días después, aceptara con agrado la propuesta de Maitland, de casarse con Mary Stuart. Norfolk alegaría que la abdicación se había producido por la fuerza, por lo que debía ser anulada. Acto seguido se haría reconocer el derecho de Mary a suceder en al trono de Inglaterra tras la muerte de Elizabeth. Pero el plan se descubrió y Norfolk fue enviado a la Torre de Londres por un tiempo, mientras Mary era devuelta al castillo de Tutbury.
Entre tanto, un proyecto de Restauración se presentó ante la Convención de Perth, donde fue rechazado por cuarenta votos contra nueve.
El castillo de Tutbury
A principios de 1570 Moray, el discreto y ambicioso medio hermano de Mary, moría a causa de un disparo de Hamilton. Mary recompensó al ejecutor sin disimulo; a aquellas alturas consideraba a Moray como el más traidor y falso de sus súbditos y, acaso, el más responsable promotor de su desgracia. Probablemente pensó que, sin la ayuda del hombre en quien había confiado tan inutilmente, su suerte podría mejorar y, más aún si su proyecto de matrimonio prosperaba.
Pero en septiembre de 1571 Norfolk resultó implicado en el complot Ridolfi, por el que España invadiría Inglaterra desde Los Países Bajos con el apoyo de los católicos ingleses. Los nombres de Norfolk y Mary salieron a relucir mediante tortura. Mary reconoció haber regalado al duque un diamante de gran valor; si eso se consideraba ayuda financiera, quedaba a discreción de la corte, que decidió admitir la duda, pero Norfolk fue condenado a muerte y ejecutado en junio de 1572.
Y así fue como terminó en tragedia la tentativa de matrimonio de Mary con el Duque de Norfolk. De haber sido las cosas de otro modo, Norfolk se habría convertido en su cuarto esposo, del mismo modo que ella hubiera sido la cuarta esposa del Duque.
Thomas Howard, IV duque de Norfolk, I Conde de Southampton.
(Kenninghall, 10 de marzo de 1536 – Londres, 2 de Junio de 1572).
Retrato de Hans Eworth (1563)
(Kenninghall, 10 de marzo de 1536 – Londres, 2 de Junio de 1572).
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