domingo, 31 de diciembre de 2017

Mariano Fortuny • Magia en los pinceles • Primera Parte


El Museo Nacional del Prado presenta actualmente una gran exposición dedicada a Mariano Fortuny y Marsal. 
Madrid 21/11/2017 - 18/03/2018

Retrato de Mariano Fortuny realizado por Federico de Madrazo. 
Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC)

Mariano José María Bernardo Fortuny y Marsal

Los treinta y seis años transcurridos entre su nacimiento en Reus, el 11.6.1838 y su fallecimiento en Roma, el 21.11.1874, ofrecen una biografía temporalmente muy breve, que, en apariencia, no se corresponde con la cantidad, calidad y diversidad de su arte, ya que fue uno de los pintores españoles más trascendentales del siglo XIX, aparte, evidentemente, de su predecesor, el maestro Goya.

Càstul Soberano: La casa natal de Fortuny en La Ilustración Artística. Barcelona, 2.1.1888 y su aspecto actual.

Huérfano desde los seis años, creció al cuidado de un abuelo, su tutor y bienhechor, que le procuró una formación artística con el pintor de Reus Domènec Soberano, también maestro de otros pintores, como Baldomero Galofré, José Tapiró y Josep Llovera, y que al parecer, fue quien previó un futuro luminoso para el talento del alumno.

Siendo todavía un niño, Fortuny trabajó también con el platero y orfebre miniaturista Antoni Bassa; un aprendizaje que, sin duda influyó en la futura minuciosidad de su pintura.

En 1852 –catorce años-, se fue a vivir a Barcelona con su abuelo. Allí trabajó en el taller del escultor Domènec Talarn, quien le consiguió una pequeña pensión de la Obra Pía y la matrícula gratuita en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja, donde recibió ya formación oficial. Sus maestros en la Escuela fueron Pablo Milà y Fontanals, Luis Rigalt y Claudio Lorenzale, algunos de ellos muy influidos por el llamado purismo nazareno; una escuela nacida del romanticismo alemán, que se proponía renovar en la pintura, la religiosidad medieval.

Fortuny, Autorretrato, 1855–56 Col. Privada

Se trata de su primer autorretrato pintado a los 17 años, más o menos, en Barcelona, cuando era estudiante la Escuela La Llotja o Lonja.

En 1858 -20 años-, viajó por primera vez a Roma, pensionado por la Diputación de Barcelona, con la condición de que, regularmente, enviara obras suyas. Allí conoció y se hizo amigo de otros artistas españoles e italianos, como Eduardo Rosales, Dióscoro Puebla Tolín, o Attilio Simonetti. También asistió a la escuela privada de Lorenzale.

Eduardo Rosales, 1863, pintado por Federico Madrazo. MNP

Simonetti, retratado por Fortuny, 1873-74. Palazzo Fortuny, Venecia

Un fragmento de Attrice pompeiana, de A. Simonetti. Museo Arte Moderna, Milano

Mariano Fortuny. Idilio, 1868

En 1860 estalló la Primera Guerra de Marruecos, y la Diputación de Barcelona envió allí a Fortuny como corresponsal gráfico, con el escritor Pedro Antonio de Alarcón como redactor. Fortuny se unió, como pintor, al regimiento del General Prim, también de Reus, desde el 12 de febrero de 1860.

Escultura homenaje a P. A. de Alarcón en Granada y portada de su Diario de un Testigo de la Guerra de África.

África, además del cumplimiento de su encargo como reportero de guerra, supuso para Fortuny el hallazgo de una luz nueva; la de las grandes planicies y el desierto, novedad que le hizo abandonar parte de lo aprendido, dando paso a la creación de algunas de las obras más importantes de su carrera, como: La batalla de Tetuán y varios paisajes y escenas, en los que, además de la nueva luz, introdujo -con indiscutible maestría y brillantez-, otras aportaciones técnicas personales, así, el Paisaje norteafricano.

La Batalla de Tetuán. 1863 MNAC (3 x 9,72 m.).

El cuadro que más dedicación y tiempo costó a Fortuny fue esta Batalla de Tetuán. Tenía que ser uno de los seis lienzos que la Diputación de Barcelona le encargó, y en los que debía resaltar la acción de las tropas catalanas al mando del general Prim en aquella guerra. Finalmente, fueron sólo dos las obras que pudo terminar; las tituladas, Batalla de Tetuán y de Wad-Ras, pero conviene observar que la primera mide casi diez metros de ancho, lo que podría equivaler a varias escenas independientes.

Se trata de un lienzo de casi 30 metros cuadrados para el que, durante cerca de diez años ejecutó numerosos bocetos que siempre parecieron satisfactorios a la Academia de Bellas Artes de San Jorge, que pensó en enviar el lienzo definitivo a la Exposición Universal de París de 1866, si bien, Fortuny no remató la obra hasta siete años después.

La narración presenta tres relatos: el campamento y los marroquíes huyendo en sus caballos; en el centro un espacio vacío con el polvo que levantan los caballos; y en el fondo, los españoles atacando. Los laterales, finalmente, contribuyen a crear una extraordinaria y amplia visión panorámica, pero el conjunto no concreta a ningún personaje en especial, porque el detalle quedó supeditado al movimiento y la luz de la escena. 

Batalla de Wad-Ras 1862-63, (54x185) MNP

El 23 de marzo de 1860 tuvo lugar la batalla de Wad-Ras; Gualdrás, en los reportajes de P.A. de Alarcón. La obra procede de los numerosos apuntes que Fortuny preparó para los seis lienzos encargados, que, como sabemos, nunca llegó a realizar.

En el centro de la pintura, la mezcla de infantes y jinetes, no es sino una masa en movimiento en la que a pesar de la confusión, los detalles tienen carácter de miniatura, enmarcada entre el paisaje montañoso del fondo y los movimientos menores de tropas en los laterales.

El lienzo, no obstante su destino original, nunca llegó a la Diputación de Barcelona, porque lo adquirió, a título personal, en 1874, el Secretario de dicha institución, amigo del artista, quien en 1878 lo vendió al Museo Nacional de Pintura y Escultura.

Paisaje Norteafricano, 1862. Museo C. Thyssen, Málaga

A finales de enero de 1860 Fortuny había abandonado Roma, donde vivía becado, y tras una breve visita a Barcelona, llegaría a Tetuán el 12 de febrero. Allí pasó dos meses observando, tomando notas y haciendo bocetos de casi todo lo que veía, y de los cuales se conserva un buen número.

El 23 de abril del mismo año se embarcó para volver a Barcelona, y allí permaneció unos meses, antes de dirigirse a París, donde se había propuesto estudiar a fondo a Horace Vernet, volviendo a Roma ya en otoño.

A finales de 1861 tenía el boceto definitivo de La batalla de Wad-Ras, que fotografió y envió a la Diputación de Barcelona, junto con su Odalisca, ya firmada y fechada en Roma en 1861, y una carta en la que solicitaba financiación para realizar un segundo viaje al norte de África, donde intentaría refrescar sus impresiones y dar el posible colorido de verdad a las pinturas sobre la Guerra de Marruecos.

La Diputación aprobó la solicitud y, en septiembre de 1862, Fortuny salió de nuevo desde Roma hacia Marruecos, para pasar allí los meses de octubre y noviembre. De esta segunda estancia procede el Paisaje norteafricano, un tema aparentemente sencillo, en el que sólo la luz configura el horizonte, la cercanía y el agua, en una observación llena de vitalidad y, por lo mismo, siempre actual, ya que no hay aquí nada que pueda pasar de moda; ni en el tema, ni en la luz, ni en la composición, ni aún en las abocetadas, casi imaginadas, ramas desnudas del árbol a la derecha del lienzo.


Todo lo dicho, suele definirse como vibración cromática, en este caso, creada por un sabio y casi mágico empleo de la luz, para el que Fortuny estaba, sin duda, especialísimamente dotado, como por instinto, sin recurrir a complejas elaboraciones.

Nuestra casa en Tetuán 1860. MNAC
Acuarela y gouache, 24,2×31,9cm. Museo Nacional de Arte de Cataluña.

Fortuny también quiso profundizar en la forma de vida y costumbres marroquíes, que también reflejó en su pintura, como la casa donde se alojó durante su estancia, que es la que aparece en la presente obra. Podemos creer que el artista se interesó más en la vida, la forma de vestir, las costumbres y hábitos de los nativos, que en los asuntos bélicos que, en realidad, constituían su encargo.

Se trata aquí de un patio, relativamente común, con un aljibe y una serie de arcos en el estilo propio de la zona, sobre los cuales, la luz marca la impresión pictórica. Por una parte, observamos pinceladas casi borrosas, apenas trazos, pero, por otra, destaca la precisión de los lóbulos del arco de la izquierda; contrastes que demuestran la sorprendente capacidad creadora del artista.

Nuestra tienda de campaña 1860. Museu Comarcal de Reus

Apenas requiere explicación la presente acuarela de carácter testimonial, en la que, al modo de los grandes exploradores, Fortuny trabaja in situ, sobre una caja de embalaje, en su tienda de campaña en la que se impone el cálido efecto de la luz africana tamizada por la lona.

• • •

A pesar de su vocacional inspiración, descubierta, en parte, bajo la luz africana, durante aquel breve viaje, Fortuny, también dependía de un aprendizaje reglado, de una moda artística, e incluso de un mercado que imponía sus gustos; en aquel momento, centrados en los llamados tableautin, conocidos en España, como casacones, género al que pertenece el Contino.

Il Contino, Acuarela sobre papel, 56,3×39 cm. 1861. MNAC

Esta obra, que corresponde a su segunda estancia en Roma, demuestra ya, un sorprendente virtuosismo. Un elegante joven, bastante afectado en su postura, posa ante una fuente barroca de los jardines de la Villa Borghese. 

Vestido al estilo aristocrático del siglo, tocado con una peluca, sobre un fondo de gran profundidad y perfección en los detalles, próximos y lejanos, y todo ello envuelto en una delicada atmósfera celeste, en la que diversos detalles muestran una admirable precisión y dominio. Así, las flores que trepan por la piedra; las ligerísimas gotas de agua que caen de la pileta de la fuente; los pliegues de las telas; la delicada espada, o incluso la lánguida caída de los párpados del modelo, así como la hábil disposición de las sombras sobre el plano iluminado.

A pesar de que no estamos ante una de sus creaciones más personales, sino de uno de los encargos que tenía que enviar a la Diputación de Barcelona, el sello Fortuny ya se percibe, por ejemplo, en la parte superior de la fuente. 

Todas sus obras dentro de este estilo, se vendieron inmediatamente; alcanzaron altas cotizaciones y crearon un halo de celebridad en torno a su persona.

Almuédano 1862. Datado entre 1862-72. Acuarela sobre papel vitela grueso. 16,5x12,6. Biblioteca Nal. Madrid.

El detalle casi preciosista de Il Contino, sólo comparte con la presente acuarela, la mano del artista. Aquí resuena la voz del muecín que se esfuerza, claramente, en procurar que su sonido llegue lo más lejos posible. Blancos, grises y azules luchan entre sí para reforzar la imagen, en la que no se percibe más elaboración que la apenas insinuada forma de las nubes.

Fortuny no abandonará su estilo “contino” –si podemos denominarlo así, pero parece evidente que lo que él deseaba hacer, es lo que aquí contemplamos; aparentemente sólo pergeñado. –El tamaño de la acuarela que aquí aparece, es prácticamente el real-. Lo cierto es que las sueltas pinceladas de esta figura sin detalles, transmiten un hálito mucho más poderoso que la anterior pintura. Se diría que el placer estético y la perfección formal, extrañamente, pueden compartir camino, en este caso, entre el compromiso y el anhelo artístico.

La presente acuarela muestra una gran similitud en su factura con las obras tituladas: Árabes subiendo una cuesta, y Árabes caminando bajo la tempestad que también se encuentran en la Biblioteca Nacional. 

Árabes caminando bajo la tempestad, 1862-64
Acuarela sobre papel vitela grueso, 177 × 252 mm. Biblioteca Nacional. Madrid.

Resulta aquí casi inverosímil el modo en que el pincel imprime, no sólo movimiento a las manchas de estos personajes, sino que además, podemos escuchar el sonido del viento enfurecido contra el que avanzan, desde el primero, cuya blanca túnica le impele hacia atrás, como una vela marina, hasta la fantasmagórica figura del tercero, que parece servirse de la lanza para mantener el difícil equilibrio. 

Esta acuarela, definida en la Web del Museo de la Biblioteca Nacional –por María Rosa Vives-, como una de las más bellas de Mariano Fortuny, […] se considera preparatoria de Árabes subiendo una cumbre, de la Hispanic Society of America, Nueva York, pintura fechable entre 1862 y 1864 –después de su segundo viaje al Magreb– y situada en los alrededores de Tánger.
• • •

Después de la guerra de Marruecos, Fortuny volvió a España, y pasó algún tiempo en Barcelona, donde hizo amistad con la familia Madrazo, consolidando una relación que desembocaría en su boda con Cecilia Madrazo Garreta.

• • •

La reina María Cristina y su hija la reina Isabel pasando revista a las baterías de artillería que defendían Madrid en 1837. Hacia 1866. 
Óleo sobre lienzo, 300 x 460 cm.

A pesar del gran tamaño de este lienzo, Fortuny lo realizó con tal precisión de detalles, en personajes, caballos, uniformes y armas, que podría compararse con una imagen fotográfica.

Esta pintura se encontraba en el techo del Salón Rouge del palacete de los duques de Riánsares en París, donde recibían visitas, y estaba pensado para dar brillantez a la regencia de María Cristina y fue un encargo del duque de Riansares, su marido, y uno de los primeros protectores de Fortuny.

Al fondo se produce un enfrentamiento entre tropas cristinas y carlistas, ocurrido en septiembre de 1837, durante la Primera Guerra Carlista (1833-39).

Los detalles topográficos sobre los alrededores de Madrid, incluidos por Fortuny, se corresponden exactamente con la realidad en aquel momento.

En la parte inferior, entorno del Retiro, están formados los batallones a los que la regente pasa revista, mientras escucha las indicaciones del general Evaristo San Miguel, que parece referirse al ataque que se está produciendo a lo lejos.

Durante la revista, un destacamento carlista intentó atacar el convoy real, pero fue repelido por las tropas constitucionales.

Podemos pues, distinguir tres escenas en tres planos diferentes:


-Las reinas, en su carruaje, acompañadas por generales y otros mandos militares, en primer plano.


-El enfrentamiento armado en el centro.


-Al fondo un convoy que se aleja. 

Un enorme espacio, en definitiva, con gran número de figuras con profusión de detalles; sables, condecoraciones, botas, uniformes, rostros expresivos, etc., representadas casi microscópicamente, en una perfecta obra maestra, pero tal vez carente de la fantasía creadora de Fortuny, que, quizás si hubiera podido pintar libremente, habría reducido el detalle, en favor del movimiento, el ruido el polvo del terreno, los disparos, y hasta el olor a pólvora. 

El encargo, sin duda, requería la minuciosidad que ostenta la pintura, en la que Fortuny, se mostró como lo que era, un perfecto orfebre. Casi diríamos, pese a la evidente perfección de la obra, que en ella hay más de Riansares que de Fortuny, de modo que buena parte de lo que la obra excede en calidad formal, el artista lo perdía en creatividad personal.

La enorme pintura está expuesta en la actual muestra de Fortuny, en el Museo del Prado, de la misma forma que se encontraba en el palacete de los duques; en el techo, de modo que podemos observarla como lo hacían los invitados de doña Cristina. Pero por la misma razón, sus innumerables detalles, son mucho más accesibles en la WEB del Museo.

• • •

Frente a la abigarrada escena que serviría de memoria de las terribles y funestas guerras Carlistas, vale la pena destacar otra pintura, de tema y factura totalmente opuestas a la misma. pero, sin duda, con más sentimiento Fortuny en su contenido.

El Coleccionista de Estampas. 1863 Museo de Bellas Artes Boston






Valdría decir de esta pintura, de "casacón" algo parecido a lo que veremos en la famosa Vicaría, a causa de su sorprendente minuciosidad en detalles y calidades; el arcón, las medias del coleccionista; los objetos de cristal, el tapiz, la alfombra, la concentración de los personajes en sus respectivas tareas, etc. Impresión y perfección, en suma. 

Resulta increíble que una pincelada tan libre, produzca un resultado tan meticuloso y, sobre todo, tan real. Es una pintura para observar detalladamente durante todo el tiempo necesario.

De esta versión, realizada en Roma, nos explica la web del Museo del Prado, que Fortuny se la cambió a Vincenzo Capobianchi por un fusil sardo, objeto que pasó a engrosar la colección de antigüedades del pintor. Goupil, después, encargó a Fortuny una copia, y su enorme éxito le llevó a realizar varias versiones en casi todas las técnicas posibles. Cuando Goupil tuvo la suya, la vendió, llegando a manos de William Hooh Stewert. En 1870, Fortuny agregó a la pintura –entre otros detalles-, un gran retrato de este último comprador, que colocó sobre la chimenea.

1863. Museo de BBAA de Boston

• • • 

En 1866 Fortuny pasó el verano en Madrid, desde donde efectuó varias visitas a Toledo, con Raimundo Madrazo y el pintor Tomás Padró. Allí –no podía ser de otra manera-, tuvo ocasión de contemplar la obra de El Greco, realizando algunas copias, del mismo modo que se sintió atraído por aquella especie de luz, matizada de antigüedad, que se refleja en algunos de sus más veteranos edificios, que el artista captó con una fidelidad muy impresionista, creando una ilusión atmosférica que aísla el tema de su entorno. 

Puerta en Toledo, 1867. Col. Part.

Una geometría precisa caracteriza el conjunto, completado con suaves tonos dorados, tan sutilmente aplicados que incluso en ciertos puntos, dejan el soporte al descubierto, creando una sensación de ligereza que aparentemente no se corresponde con su estudiada concepción, su atenta observación y su habitual y concienzuda preparación, como demuestra el siguiente estudio.

Clavos de una puerta en Toledo, ¿1866?

Estudio preparatorio para la acuarela Puerta de Toledo. Mariano Fortuny. Atribución basada en el sello de testamentaría. Biblioteca Digital Hispánica. BNE.

• • •

Pórtico de la iglesia de San Sebastián, 1867 Museo-Biblioteca Balaguer

La iglesia en la que se celebró la boda de Fortuny y Cecilia de Madrazo, hija de Federico de Madrazo el 27 de noviembre de 1867, sorprendentemente, a las ocho de la mañana y en la más estricta intimidad, al parecer, por expreso deseo de los contrayentes.

Como de costumbre, la sencillez del interior de la doble puerta del templo, se convierte por obra del artista, en un sorprendente estudio en el que la luz y los detalles más sencillos se transforman en elementos artísticos. Increíble el detalle de las patas torneadas del banco, o los avisos clavados en la puerta.

Después de la boda, Mariano y Cecilia emprendieron un viaje en cuyo transcurso, pasaron un tiempo en Granada, donde les sorprendió La Gloriosa, en 1868, motivo por el cual decidieron instalarse en Roma.

En la primavera de 1870, la exposición de la obra de Fortuny en los salones parisinos de su marchante, Goupil, en París, constituyó un sonado éxito, tras el cual, el matrimonio volvió a España.

De nuevo en Granada, en 1871, nacía Mariano, su segundo hijo.

El éxito promovido por Goupil, sin embargo, obligaba al artista a mantener su pintura dentro de los límites de la moda preferida por los compradores, algo que empezó a pesar a Fortuny, quien ante la necesidad de cumplir sus compromisos, así como el mantenimiento del tren de vida en el que se había instalado, ponían freno a su necesidad vital de experimentar y crear modos, formas, empleo de materiales, visualizaciones, impresiones, etc., frenada por la demanda de los compradores, lo que no hacía sino anular su creatividad.

Cecilia Embarazada. 1868. Palazzo Fortuny. Venecia

El retrato de Cecilia embarazada de su primera hija, casi no puede llamarse retrato, pues estamos ante una especie de abstracción-impresión malva azul con reflejos de seda, sobre rojos naranjas muy vivos, en la que sólo destaca, de forma casi incoherente, un brazo perfectamente definido. Todo lo demás es color y pinceladas mágicas llenas de vida, a pesar de su indefinición -si se puede emplear este término-, y sin embargo, se trata de una mujer embarazada, que descansa. El 8 de septiembre de 1868 nacería en Roma su primera hija, María Luisa. 
• • •

Después pintó su famosa obra, La Vicaría, considerada una de sus mejores creaciones; quizá la más celebrada, en la que se reúne todo lo aprendido, experimentado, descubierto y creado hasta entonces por Mariano Fortuny: minuciosidad, precisión, libertad, luz, color, creatividad y movimiento, sin olvidar, dibujo, perspectiva, alternancia de planos y escenas, etc., pero también fruto de una intensiva observación y largas sesiones de estudios preparatorios.

Acuarela para La Vicaría. MNAC

La Vicaría, 1870. Acuarela. Museo BB. AA. de Zaragoza

Los anteriores bocetos se convertirían muy pronto en otra indiscutible obra maestra, como veremos en la segunda parte.

• • •




viernes, 15 de diciembre de 2017

Cervantes • El Tiempo Breve



E. Oliva y Rodrigo. Cervantes dedicando Los trabajos de Persiles y Sigismunda al Conde de Lemos. Museo Nacional del Prado. MNP

A finales de 1615, a pesar de hallarse gravemente enfermo, y siendo consciente de ello, Cervantes debió hacer un esfuerzo abrumador para terminar Los trabajos de Persiles y Sigismunda, una obra en la que había depositado muchas esperanzas.

El día 31 de octubre, en la dedicatoria de la segunda parte del Quijote, había asegurado al Conde de Lemos, que el Persiles quedaría terminado dentro de cuatro meses. La dedicatoria del Persiles está fechada el 19 de abril y Cervantes falleció el día 22 de abril de 1616.

El Persiles, que al final fue publicado después de su muerte, comparado con el Quijote, resulta una obra que podríamos calificar de rara en varios aspectos; quizá a causa de aquel último esfuerzo para terminarla y ordenar sus capítulos, nos parece entrever, en ocasiones, un aliento más parecido a la locura del Tasso, que al ejemplar sosiego del creador de don Quijote. Por ejemplo, cuando empezamos a leer: 

Voces daba el bárbaro Corsicurbo a la estrecha boca de una profunda mazmorra...»,

inmediatamente tenemos la sensación de estar contando las sílabas en un soneto, algo que, me atrevería a decir que jamás ocurre con el Ingenioso Hidalgo o Caballero, que Cervantes acababa de terminar. ¿Tal vez quería el Maestro de las Letras mostrar su dominio en el terreno del Cultismo?

En todo caso, lo que nos interesa ahora del Persiles, no es la novela en sí, sino su Dedicatoria y el Prólogo

Es quizás un esfuerzo intelectual difícil, pero no inútil, imaginar a Cervantes sin el renombre universal que hoy envuelve su nombre y su obra, y no sólo eso; habría que imaginarlo exactamente, en la cara opuesta de la fortuna y la celebridad. En todo caso, entonces, como hoy, su obra fue muy conocida, pero su persona, no tanto.

Terminó, pues, el Persiles, más o menos dentro del plazo prometido, o sea, seguramente a principios de Marzo de 1616, y redactó la dedicatoria y el prólogo de los que vamos a ocuparnos confiando, quizás sólo retóricamente, en una mejoría de su salud, que no se iba a producir.

Siguiendo al caballero del Cervantismo, Astrana Marín, sabemos que por entonces, el arzobispo de Toledo había enviado al escritor una carta y la ayuda económica que habitualmente le hacía llegar. Sandoval y Rojas, era entonces Inquisidor General –parece que a su pesar-, pues a finales de aquel año, en un auto de fe en Toledo –destaca Astrana–, había absuelto a todos los acusados. La hermosa carta de agradecimiento que le escribió Cervantes, fechada a 26 de Marzo, revela el grave estado de su salud.

Carta autógrafa de Cervantes al cardenal y arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. Madrid, 26 de Marzo de 1616. Biblioteca de la RAE. 

Muy Yllustre Señor:
Ha pocos dias que recibí la carta de uuestra Señoria Ilustrissima y con ella nuevas mercedes. Si del mal que me aqueja pudiera haber remedio, fuera lo bastante para tenerle con las repetidas muestras de favor y amparo que me dispensa vuestra Ilustre Persona; pero al fin tanto arrecia, que creo acabará conmigo, aun cuando no con mi agradecimiento. Dios nuestro Señor le conserve ejecutor de tan Santas obras, para que goce del fructo dellas allá en su Santa gloria, como se la desea su humilde criado, que sus muy magníficas manos besa. En Madrid a 26 de Marzo de 1616 años.
Muy Illustre Señor.
MIGUEL DE CERBANTES
  SAAVEDRA

A pesar de la certeza de su proximidad, no parece que nuestro genio temiera a la muerte, sobre la que ya había meditado en múltiples ocasiones y a la que a veces había sentido muy próxima. Sin embargo creyó necesario profesar en la Orden Tercera de San Francisco, de la que era hermano, desde principios de julio de aquel mismo año, así como lo era, desde mediados de 1610, su esposa, Catalina de Salazar.

En dos de Abril de mil seiscientos y diez y seis profesó en su casa, por estar enfermo, el hermano Miguel de Zerbantes, en la calle del Leon, en casa de don Francisco Martínez, clérigo, hermano de la Orden.

Un fraile franciscano, cronista de la Orden Tercera, describe la ceremonia, "como si la hubiese presenciado." 

Ingresó Cervantes en la Orden en las postrimerías de su vida, teniendo una vela de cera blanca en la mano derecha, y la cuerda y el hábito en la izquierda, falta de movimiento por la herida de Lepanto. Cuando le hubieron vestido el hábito, quedó con sotanilla, que no llegaba a cubrirle el calzón, con manga cerrada y ferreruelo de estameña, cuello y cuerda que le caía hasta las rodillas.

El médico que le asistía, ponzoña graduada, en palabras de Quevedo –aquí también, citadas por Astrana–, aconsejó su traslado a Esquivias, pensando que un cambio de aires beneficiaría al enfermo, pero fue peor el remedio que la enfermedad –valga la expresión-; porque habiendo salido de Madrid, el cuatro o el cinco de abril, se vio obligado a emprender el camino de vuelta, el doce o el trece del mismo mes. 

En el camino se cruzó con un estudiante, con el que mantuvo una conversación, que Cervantes transcribe en su Prólogo, y que, considerando el estado en que se hallaba, resulta profundamente emotiva, además de sorprendente. Pero antes redactó la Dedicatoria al Conde de Lemos, en la que esa emotividad despierta sensibilidades inesperados en el lector.

• • •

A don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, de Andrade, de Villalba, etc.

Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan:

Puesto ya el pie en el estribo,

quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las puedo comenzar, diciendo:

            Puesto ya el pie en el estribo,
            con las ansias de la muerte,
            gran señor, ésta te escribo.

Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan; y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia: que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los Cielos, y, por lo menos, sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención.

Con todo esto, como en profecía, me alegro de la llegada de Vuesa Excelencia, regocíjome de verle señalar con el dedo, y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas, dilatadas en la fama de las bondades de Vuesa Excelencia. 

Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las Semanas del jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diese el Cielo vida, las verá, y con ellas fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia, y con estas obras, continuando mi deseo, guarde Dios a Vuesa Excelencia como puede. De Madrid, a diez y nueve de abril de mil y seiscientos y diez y seis años.
Criado de Vuesa Excelencia,
MIGUEL DE CERUANTES

• • •

En otro breve respiro que le concedió la enfermedad, redactó el Prólogo, sublime adiós a la vida, página tan emocionante, que no puede leerse sin que afluyan las lágrimas a los ojos.

Sucedió, pues, lector amantísimo, que, viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso, una por sus ilustres linajes, y otra por sus ilustrísimos vinos, sentí que a mis espaldas venía picando con gran priesa uno que, al parecer, traía deseo de alcanzarnos, y aun lo mostró dándonos voces que no picásemos tanto. Esperámosle, y llegó sobre una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo, antiparas, zapato redondo y espada con contera, valona bruñida y con trenzas iguales: verdad es no traía más de dos, porque se le venía a un lado la valona por momentos, y él traía sumo trabajo y cuenta de enderezarla. Llegando a nosotros, dijo:

—¿Vuesas mercedes van a alcanzar algún oficio o prebenda a la Corte, pues allá está Su Ilustrísima de Toledo y Su Majestad, ni más ni menos, según la priesa con que caminan, que en verdad que a mi burra se le ha cantado el víctor de caminante más de una vez?

A lo cual respondió uno de mis compañeros:

—El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa desto, porque es algo que pasilargo.

Apenas hubo oído el estudiante el nombre de Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allí el-[453]- portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y, acudiendo [a] asirme de la mano izquierda, dijo:

—¡Sí, sí; éste es el Manco sano, el famoso Todo, el escritor alegre, y finalmente, el Regocijo de las Musas!

Yo, que en tan poco espacio vi el grande encomio de mis alabanzas, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas; y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije:

—Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el Regocijo de las Musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino.

Hízolo así el comedido estudiante; tuvimos algún tanto más las riendas, y, con paso asentado, seguimos nuestro camino, en el cual se trató de mi enfermedad, y el buen estudiante me desahució al momento, diciendo:

—Esta enfermedad es de hidropesía, que no la sanará toda el agua del mar Océano que dulcemente se bebiese. Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará, sin otra medicina alguna.
—Eso me han dicho muchos —respondí yo—; pero así puedo dejar de beber a todo mi beneplácito, como si para sólo eso hubiera nacido. Mi vida se va acabando, y, al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. En fuerte punto ha llegado vuesa merced a conocerme, pues no me queda espacio para mostrarme agradecido a la voluntad que vuesa merced me ha mostrado.

En esto, llegamos a la Puente de Toledo, y yo entré por ella, y él se apartó a entrar por la de Segovia.

Lo que se dirá de mi suceso, tendrá la fama cuidado, mis amigos gana de decilla, y yo mayor gana de escuchalla. Tornéle a abrazar, volvióseme [a] ofrecer, picó a su burra, y dejóme tan mal dispuesto como él iba caballero en su burra, a quien había dado gran ocasión a mi pluma para escribir donaires; pero no son todos los tiempos unos. Tiempo vendrá, quizá, donde, anudando este roto hilo, diga lo que aquí me falta y lo que sé convenía. ¡A Dios, gracias; a Dios, donaires; a Dios, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!»
• • •

Dos o tres días después, tras una vida llena de dificultades, falta de reconocimiento, injusticias, miserias, prisiones, cautiverio, heridas de guerra, o la incansable búsqueda de un empleo, sólo recompensada con un par de encargos deplorables, y hasta el plagio de su genial creación, terminó la vida de Cervantes. Como dice también en su Persiles

…sosegó su espíritu […] en su larga y feliz posteridad.

Y fue enterrado en el convento de Trinitarias de Madrid, el día 23 de abril, prácticamente en el más completo anonimato. 

Igual que hoy somos incapaces de imaginar el extremo de su infortunio, sus contemporáneos tampoco pudieron prever la altura que alcanzaría, con el paso del tiempo, este hombre que constituye la gloria de nuestras letras. Porque ¿qué sería de la Literatura Española sin Cervantes? 

Se dice que no hay certeza alguna sobre la posibilidad de que le acompañara, o no, en aquel momento, su supuesta hija Isabel Saavedra. Y adelanto esta observación, porque explica algo que veremos posteriormente.

• • •

En la parroquia de San Sebastián, a cuya jurisdicción pertenecía el convento de las Trinitarias, se conserva el registro de su defunción, en el folio 270 del Libro de Difuntos de aquel año. 

Partida de sepelio de Miguel de Cervantes Saavedra.
Archivo de la iglesia parroquial de San Sebastián, de Madrid. Libro 4o. de Difuntos de 1609 a 1620, folio 270.

Al margen: «Miguel de Zerbates. — ojo.» — En 23. de abril. de 1616. a s. murio Miguel de Çerbantes Sahauedra, casado con D.a Cat.a de salazar. calle del leon. R.bio los s.tos sac.tos de mano del lic.do fran.co lopez. mandose enterrar. en las monjas trenitarias m.do dos missas del alma. y lo demas a volutad. de su muger ques testamen.ria  y el lic.do fran.co minez q- uiue alli».

Para la fecha en que se depositaron sus restos mortales, la iglesia era el lugar más decente y acomodado de la casa, y así seguía en 1630, en aquel lugar, que es llamado, en documentos notariales, un pobre portal, pero que más adelante aumentaría su superficie mediante la compra de varias casas adyacentes, siendo construido el templo actual.

Una cosa es indudable –continúa Astrana-, y es que ningunos huesos han salido del recinto monacal. Así, los restos de Cervantes no han sido removidos, no sólo del convento, pero ni siquiera del sitio en que fueron enterrados: aquel «lugar más decente y acomodado de la casa», o «pobre portal»; es decir, en el formado al incorporarse las dos primeras casas de la calle de Cantarranas adquiridas por doña Francisca Romero -la hija de Julián Romero de las Victorias-, el famoso comandante de Flandes inmortalizado por El Greco.

Aquí vino a ser enterrado Cervantes, sin lápida ni señal que marcase el sitio. Pero más vale que duerman sus restos en paz, modestamente ignorados, que no en soberbio sepulcro de mármoles, oros y bronces, propicio a la profanación. Que todo el monasterio le sirva de tumba. Y tengan sus cenizas, como sus obras, con su nombre, larga y feliz prosperidad.

• • •

Ya sepultado Cervantes, se publicaron diversos epitafios, entre ellos, uno de Francisco de Urbina, sobrino de Isabel de Urbina, la primera mujer de Lope de Vega, impreso en la edición póstuma, del Persiles. Pero lo cierto es que ninguno de los grandes autores contemporáneos le dedicó una sóla palabra.

Cita asimismo Astrana al epitafio escrito por Francisco Calderón: A mi juicio, el mismísimo «estudiante pardal» inmortalizado por Miguel, después familiar del Santo Oficio de Toledo, lo que explicaría, no siendo hombre de relieve en las letras, su inclusión en los preliminares del Persiles. Posiblemente, a Francisco de Urbina y a él les confiaría la viuda de Cervantes el manuscrito del Persiles para solicitar la aprobación de la obra, sacar el privilegio real y darla a la imprenta.

Por mandato de Vuesa Alteza he visto el libro de Los trabajos de Persiles, de Miguel de Cervantes Saavedra, illustre hijo de nuestra nación y padre illustre de tantos buenos hijos con que dichosamente la ennobleció, y no hallo en él cosa contra nuestra santa fe católica, etc.

Este es mi parecer. Salvo &c. En Madrid, a nueve de Setiembre de mil y seiscientos y diez y seis años. — El Maestro Josef de Valdivieso».

Privilegio: Por quanto por parte de vos, doña Catalina de Salazar, viuda de Miguel de Cervantes Saavedra, nos fué fecha relación que el dicho Miguel de Cervantes había dejado compuesto un libro intitulado Los trabajos de Persiles, en que había puesto mucho estudio, etc. Fecha en san Lorenço a veynte y quatro días del mes de Setiembre, de mil y seyscientos y diez y seis años. — Yo el Rey. — Por mandado del rey nuestro señor, — Pedro de Contreras.

Cuando se pedía un privilegio por veinte años–añade nuestro erudito–, el Consejo lo rebajaba a la mitad. En algunas ocasiones, al escritor sólo se le concedía licencia de impresión por una sola vez. Todo eran inconvenientes y dificultades, como si se procurara que los frutos del ingenio no salieran a luz; y si salían, que a los diez años pudieran imprimirlos, sin pagar nada al autor, los libreros. Nunca, pues, he hallado la razón de que un privilegio sólo se otorgara por tiempo de diez años, a no ser porque los pícaros, de su propio natural, tendían a engendrar pícaros.

Efectuadas todas las diligencias previas, Catalina de Salazar, o sus representantes, vendieron el privilegio a Juan de Villarroel, sin que se sepa cuánto percibió la viuda como derechos, ni si llegó incluso a percibir algo, porque la necesaria escritura de su venta o traspaso no aparece en el Archivo de Protocolos de Madrid, si bien, Astrana encontró en Toledo un documento en el que consta una deuda de Villarroel a Cervantes, por «quatrocientos reales, poco más o menos», que a la muerte de doña Catalina estaban aún sin pagar.

Si consideramos la circunstancia y el éxito –añade el investigador– puesto que el mismo año año de su aparición, se produjeron seis ediciones del Persiles, se deduce que Villarroel era más tacaño que Francisco de Robles, y, si no tahur, como éste, persona poco recomendable.

Villarroel entregó el manuscrito del Persiles a la imprenta de Juan de la Cuesta, el impresor de Cervantes, que no terminó de componerlo hasta los primeros días de Diciembre de 1616, pues la fe de erratas se fecha a 15 del mismo mes y año; y la tasa, el 23. De acuerdo con esta última, el libro, que tenía 58 pliegos – siendo, pues, de las obras más cortas de Cervantes, con El Viaje al Parnaso y La Galatea–, había de venderse, a cuatro maravedís el pliego, al precio de seis reales y veintiocho maravedís. 

Además, mientras se componía el Persiles, la fama del Quijote seguía en aumento. Aquel año apareció la Segunda Parte, impresa en Valencia por Pedro Patricio Mey; en la que alguien mandó suprimir la conocida frase de la Duquesa (capítulo XXXVI, folio 140 vuelto de la edición príncipe), de que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente, no tienen mérito, ni valen nada. que, sin embargo conservaba la edición de Bruselas de 1616.

A principios de Enero de 1617 aparecía en Madrid el Persiles.

Portada de la edición príncipe de Los trabajos de Persiles y Sigismunda
Madrid, 1617


Portada de la primera traducción al francés de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, por François de Rosset. París, 1618

Después cayó completamente en el olvido y no se volvió a imprimir en el siglo XVII.

Portada de la primera traducción al inglés de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Londres, 1619

A todo esto, pocas semanas después de ser enterrado Cervantes, doña Francisca Romera, o Romero -pues suele aparecer, igual que su padre, de las dos maneras-, a la que ya conocemos, para ampliar la pequeña iglesia pensó en adquirir otra casa, en la calle de Cantarranas. Se trataba de la casa del famoso autor de comedias Alonso Riquelme, y la zona en que los actores y actrices ensayaban obras, bailes y danzas, estaba contigua al altar, por lo que, al parecer, las voces, músicas y discusiones se oían perfectamente desde la iglesia, «inquietando a los sacerdotes que estaban diciendo misa en el altar mayor y colaterales». 

El 13 de Agosto de 1616, tras una reclamación de las monjas Trinitarias, el Rey firmó una provisión, dirigida al Corregidor de Madrid, para que se tasase la casa y la comprara el convento, para añadirla a la iglesia.

 Portada de la primera traducción al italiano de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, por Francesco Ellio Milanese (Venecia, 1626)

• • •

El Convento de Trinitarias de Madrid

Doña Francisca Romero, quien, como sabemos, había aportado el capital para la ampliación del edificio, tuvo varios pleitos con las monjas y logró anular provisionalmente la fundación del convento; aunque las tres casas que ya había comprado, sirvieron de base para la construcción definitiva del monasterio de las Trinitarias.

Doña Francisca deseaba honrar la memoria de su padre Julián Romero, aunque no logró conservar sus cenizas, trofeos, banderas, o blasones. Quizá a causa de su falta de previsión, los restos de Cervantes, cuya fama tenía que conocer, sigan sin una verdadera lápida que marque el sitio. 

España ha tenido poca suerte con las cenizas de muchos de sus grandes hombres.

Pasó un siglo y medio y siguió todo en el mismo estado, pero las conmociones del siglo XIX volvieron a poner en peligro la supervivencia del convento y sus enterramientos, además de los papeles que en él se custodiaban, aunque casi todo salió indemne, excepto los documentos. 

Primero, la invasión francesa, aunque no afectó a las Trinitarias, porque los consejeros del Rey José, para hacerle grato a los españoles, le sugirieron el decreto de 1809, en que se mandaba erigir un monumento a Cervantes, aunque se perdió toda memoria del mismo, tras la apresurada salida del reino del hermano de Napoleón.

Sin embargo, tras la Exclaustración de 1820, y la Desamortización de 1836, el archivo cambió de manos; la parte considerada inútil se vendió al peso y la valiosa, fue adquirida por fortunas privadas y anónimas. 

Más tarde, en opinión de Astrana, los románticos no hubieran vacilado en exhumar los restos de Cervantes, de haber sabido el sitio donde se encontraban, pero no fue así, y la tumba ignorada se salvó de nuevo.

Por último, en 1868 se decretó la demolición del convento, pero la priora recurrió a la Real Academia pidiendo protección, y los académicos, Juan Valera, el marqués de Molíns, Antonio Ferrer del Río y Mesonero Romanos, entre otros, lograron evitarlo. Fue entonces cuando la Academia, hizo colocar la gran lápida en el exterior del edificio.


A MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
QUE POR SU ÚLTIMA VOLUNTAD YACE
EN ESTE CONVENTO DE LA ORDEN TRINITARIA
A LA CUAL DEBIÓ PRINCIPALMENTE SU RESCATE
LA ACADEMIA ESPAÑOLA
CERVANTES NACIÓ EN 1547 Y MURIÓ EN 1616

Otra lápida se puso en la iglesia, al lado izquierdo del altar mayor:
  


 EN ESTE MONASTERIO YACEN
  MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA,
  [Y] DOÑA CATALINA DE SALAZAR SU ESPOSA.
  [DOÑA ISABEL DE SAAVEDRA SU HIJA
  Y] SOR MARCELA DE SAN FÉLIX,
  HIJA DE LOPE DE VEGA

Así permaneció este rótulo, con el disparate de dar por enterrada allí a doña Isabel de Saavedra –aquella hija que, según Fernández de Navarrete, habría profesado en las Trinitarias–, hasta 1900, en que fue borrado, como se aprecia perfectamente en la placa. 

No se entiende bien por qué había de ser un disparate el hecho de que Isabel, llegada su hora, eligiera también aquel lugar para su propio enterramiento, aunque Astrana debía tener buenas razones para decirlo de forma tan tajante.

Es de presumir –deseaba este investigador- que, ya conocido como sepulcro del glorioso escritor todo el convento, y declarado éste monumento nacional, la piqueta demoledora, respetará tan sagrado recinto, y los restos del grande hombre permanecerán sin remoción. 

Era de presumir, en efecto; pero, en determinados asuntos, nada puede asegurarse nunca.

• • •
EL PAÍS, 22.4.2015

Una mandíbula y dos decenas de huesos atribuibles a Cervantes fueron encontrados, muy mezclados con otros de distintos difuntos, tras una exhaustiva investigación multidisciplinar de casi un año de duración en el convento madrileño de las Trinitarias.

La exposición en el Museo de Historia de Madrid- se propone superar el mal sabor de boca que los escrúpulos científicos del forense Francisco Etxeberria director de la investigación y presidente de la Sociedad Aranzadi -ausente-, causaron en los medios de comunicación al culminar la fase de examen óseo-anatómico de los restos, por no haberse atrevido a afirmar, de manera categórica, que los restos hallados fueran en verdad los de Miguel de Cervantes.

“Es posible” que “algunos fragmentos” de huesos hallados en la iglesia de las Trinitarias, de Madrid, sean del autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Esa es la conclusión a la que ha llegado Francisco Etxeberria, forense y director del equipo de 36 expertos, “a la vista de toda la información generada en el caso del carácter histórico, arqueológico y antropológico”.

Los restos de Cervantes (1547-1616) se encontrarían fragmentados y mezclados con los de otros 16 difuntos, incluida su esposa, en una sepultura situada en el extremo del suelo de la cripta del convento.

Los huesos, pertenecientes a seis hombres, cinco mujeres y seis niños, fueron reunidos en un enterramiento situado a 1,35 metros de profundidad en torno a 1730, un siglo después de la muerte del escritor. Tal reducción de restos obedeció al traslado entre 1673 y 1698 de la iglesia primitiva a otra de nueva construcción, ambas dentro del perímetro conventual. Los vestigios óseos más atribuibles a Cervantes son los de cuatro adultos, concretamente una mandíbula que registra caídas de piezas ante mortem,como escribiera el propio autor del Persiles días antes de morir.

El hallazgo de los restos mezclados en el suelo de la cripta trinitaria se produjo el pasado 23 de febrero (2015), 10 meses después de que comenzase la investigación. Otro facultativo del equipo destaca que “el enterramiento que alberga los huesos se encuentra en el subsuelo de la cripta, justo en la vertical donde se halla la lápida que, desde el interior del templo conventual, recuerda del enterramiento de Cervantes y su esposa en el monasterio trinitario”. 

• • •

Garantizaría, según Astrana, el respeto a la tumba, la circunstancia de desconocerse el lugar exacto en que se hallaba, de modo que, para que las cenizas se libraran de incomodidades, no les cabía mejor sepulcro que la ignorancia sobre su existencia.
 • • •

Aseguraba asimismo el erudito cervantino, como hemos adelantado,  que Isabel Saavedra no debía figurar en la placa; que ni siquiera había visitado a su padre enfermo, y que la relación entre ellos, era, para entonces, inexistente, o a través de los Juzgados. 

Ciertamente habían tenido muchos problemas, pero el fundamental –y esto es un punto de vista personal, aunque basado en la ambigüedad de los documentos–, es que, en realidad, Isabel no podía figurar como hija de Cervantes, porque no era hija de Cervantes, al contrario de lo que se suele admitir, de forma incomprensible, sino de Ana Franca y Alonso Rodriguez, los padres que aparecen en sus registros

Si posteriormente apareció como Isabel de Saavedra, y como hija del escritor vivió con él en Valladolid, sería, quizás, porque este la adoptó, pero la documentación no implica que fuese en realidad hija suya cuando la incluye en un contrato de trabajo como aprendiza en casa de su hermana Magdalena. 

• • •

11 de Agosto de 1599

Isabel de Saavedra, «hija de Alonso Rodríguez e Ana Franca, su muger, difuntos», compareció ante el escribano Martín de Urraca y dijo: «que ponía e puso a servicio a la dicha Isabel de Saavedra, su menor, con doña Magdalena de Sotomayor (hija del licenciado Cervantes de Saavedra, su padre, difunto) [ni era Licenciado, ni se llamaba Saavedra],  que está presente,  por tiempo de dos años cumplidos primeros siguientes».

Aunque en este asiento de servicio Isabel aparece como hija legítima de Alonso Rodríguez y de la dicha Ana Franca, en su declaración del 30 de junio de 1605, hecha en Valladolid con motivo del proceso de Gaspar de Ezpeleta, dirá ser hija de Miguel de Cervantes.” (Archivo Histórico Prtocolos Madrid).

Firma de Magdalena [Cervantes] de Sotomayor  [¿?]

El uso arbitrario de los apellidos en la época, hace que muchos documentos se conviertan en un verdadero rompe–cabezas. Aquí Magdalena tampoco firma con su apellido, sino con el de “Sotomayor”, aunque en algunos sitios se llamará “Figueroa” y en otros, “Ovando”... Pero este asunto ya es tema para un trabajo largo y específico.
• • •

En cuanto a la hija de Lope de Vega, Marcela, que había nacido en Toledo, el 8 de mayo de 1605, y que falleció en Madrid, el 9 de enero de 1687, que también es conocida como sor Marcela, ya que fue monja trinitaria, escribió poesía y dramas y era hija de Lope de Vega y de Micaela de Luján.

Marcela del Carpio, o de San Félix. Casa-Museo de Lope de Vega

(DE VEGA CARPIO)

NRA. VENERABLE MADRE MARÇELA DE SAN FELIX: SVGETO DE VN SIGLO. VISTIO NRO. SANTO HABITO EN EDAD DE 15 AÑOS. ALA RELIGION SIRVIO INFATIGABLE EN LOS MINISTERIOS DE PRELADA, MAESTRA, I SEMEJANTES SIN INTERRVPÇION: I SIEMPRE IDEA PERFEETA, VIVA DE OBSERVANCIA RIGVROSA. AL ADORNO ADMIRABLE DE SV PERSONA CONCVRRIO, COMPITIO NATVRALEZA, I GRAÇIA: AQVELLA DOTANDOLA ESMERADAMENTE DE DISCRECION SOBERANA. DE APACIBILIDAD SEVERA; I ESTA ILVSTRANDOLA DE COPIOSOS DONES DEL ESPIRITV SANTO. EN LOS RIGORES DE LA PERFEECION MONASTICA FVE COPIA DE SANTA CLARA. VIVA IMAGEN FVE DE SANTA TERESA EN SVS CELESTIALES LVÇES DVLZVRAS ESPIRITVALES: EN 9 DE HENERO DE 1687, I DE SV EDAD 82 FALLECIO PARA ETERNAMENTE TRIVNFAR. CLAMA: SEGVIDME. SVSPIRAMOS: VIVA, REINE FELIX, RVEGVE SIN FIN POR TODOS

Marcela, cuya obra literaria, -definida como de extraordinaria mordacidad satírica, con singular uso de la métrica y del lenguaje-, se componía de cinco volúmenes y una autobiografía, que fue quemada con cuatro de los cinco volúmenes, por consejo de su confesor.

El hecho de que no se publicara su trabajo hasta fines del siglo XIX, se debería a que quizás parecerían muy fuertes algunas de sus bromas sobre la ineficiencia monástica, la tontería clerical y algunas de sus críticas a la corte. 

En los siguientes versos del "Coloquio de la estimación de la Religión", el personaje Mentira, irónica y burlonamente, describe a los de su casa:

              Y todos cuantos parientes
              he tenido, son honrados
              y por todos estimados
              de lo mejor de la Corte.

(2, vv. 290-293)

¿Por qué el nombre de esta hija de Lope de Vega en la placa, si no era por sus méritos literarios?, nos preguntamos. Pues, además de que fue monja trinitaria, en este caso, sí está demostrado que era hija de Lope -aunque sea mencionada siempre con el feo apelativo de “bastarda”–, y además, es muy probable que, como tal hija de Lope, tuviera parentesco con la madre de Cervantes, Leonor Cortinas. 

El autor de Don Quijote tenia algún deudo con los Urbinas, y por consiguiente con Doña Isabel de Urbina, primera muger de Lope de Vega. J.A. Pellicer: Prólogo del Persiles. Ed. 1827.

• • •

La desesperante falta de información que aqueja casi toda la biografía de Cervantes, sólo ha podido ser suplida, en cierto modo, con el poder de la imaginación, en este caso, en su proyección pictórica.

Miguel de Cervantes (copia) hacia 1877. E. Balaca y Orejas Canseco (1840 - 1914) MNP

Este retrato que conserva el Museo del Prado, representa a Miguel de Cervantes Saavedra hacia los  40 o 50 años, vestido con jubón, gorguera y capa, ciñéndose su efigie al propio texto cervantino del prólogo de las Novelas Ejemplares. Una obra de factura sobria y seca que subrayan su calidad de copia.

El retrato fue encargado por la Junta Iconográfica Nacional, para la Galería de Españoles Ilustres del Museo Iconográfico. Es copia realizada a partir de alguno de los grabados de la efigie del escritor que la Real Academia de la Lengua fijara, a partir de la Edición magnífica y muy correcta de la Historia de Don Quijote, publicada en 1780; edición ilustrada por José del Castillo y Salvador Carmona. A su vez se basa en el retrato, tampoco original de Cervantes, que se atribuye al pintor Alonso del Arco, el cual configuró el prototipo del rostro del famoso escritor, hasta el descubrimiento del pintado por Jaúregui, marcando de nuevo otro hito en la iconografía cervantina. (Texto extractado de Gutiérrez, A.: "Eduardo Balaca y Canseco", El mundo literario en la pintura del siglo XIX del Museo del Prado; Centro Nacional de Exposiciones y Promoción Artística, 1994, pp. 124-125). MNP

Manzano y Mejorada, Víctor, Últimos momentos de Cervantes. 1856. MNP

Obra de excelente maestría y tonalidad armoniosa que recoge los últimos momentos de la vida del escritor, cuando “después de recibir la Extrema-Unción escribe al Conde de Lemos la dedicatoria de su novela Persiles y Sigismunda”, como aclara el pintor en el texto que acompaña a la obra en su presentación a la Exposición Nacional de 1858. Como recoge la escena, Cervantes escribe la agradecida y sentida carta a su admirado protector cuyo comienzo ha pasado a la memoria y al acerbo popular.

La serenidad que se palpa en la escena, la conseguida plasmación de la atmosfera íntima que envuelve la solemnidad del momento, la sobriedad de la paleta cromática y la delicadeza en el tratamiento lumínico hacen de esta pintura una de las obras maestras de Manzano y una de las composiciones mejor resueltas de este episodio cervantino por el que también otros pintores del siglo XIX como Muñoz Degrain, Cano de la Peña o Eugenio Oliva, se decantaron. La minuciosidad y detalle con que están pintados los elementos de ambientación, evidencian también el estudio documental que el pintor realizó para su composición destacando en el suelo, el ejemplar de la segunda parte del Quijote, que se había publicado un año antes y que también estaba dedicado al mismo Conde de Lemos (Texto extractado de Gutiérrez Márquez, A., "Últimos momentos de Cervantes", Don Quijote de la Mancha: la sombra del caballero. Empresa pública Don Quijote de la Mancha, 2005, p. 394). 

Texto y dos últimas imágenes del Museo Nacional del Prado
• • •