domingo, 30 de diciembre de 2012

EL MONTE OLIMPO Όλυμπος (1) Zeus, Hera y Hefesto / Ζεύς, Ἥρα, Ἥφαιστος



 El Monte Olimpo. (P. Vasiliadis).

El Monte Olimpo, El Luminoso, se extiende al Norte de Grecia, en las proximidades de la costa del Mar Egeo y en el límite sur de Macedonia con Tesalia. Es, en realidad, una cadena cuyo pico más alto es el Mitikas O Μύτικας (2.917 m.), cuyas rocosas cumbres están casi permanentemente cubiertas de nieve. Le sigue el Eskolio, Σκολιό con muy pocos metros de diferencia. 

El Eskolió, Σκολιό

Sobre estas cumbres fundaron su morada los Dioses Olímpicos cuando se alzaron con la victoria tras una terrible lucha con los Titanes y allí permanecen hasta la fecha, pues nadie tiene constancia de que la hayan abandonado. Los hombres confían en estas doce Divinidades, aunque también temen la mortífera ira de que pueden hacer gala cuando sus órdenes son desobedecidas o su voluntad contrariada.

Muy cerca, a los pies del monte, se encuentra la población de Litójoro Λιτόχωρο, en un entorno –reserva natural y de la biosfera–, en el que se multiplican pinos, cedros y abetos, magníficamente flanqueados, a un lado, por las impresionantes cumbres del Olimpo y, al otro, por las aguas del Golfo Termaico Θερμαϊκός Κόλπος.

Litojoros – Λιτόχωρο

Litójoros se extiende al sur de la actual prefectura de Pieria Πιερία, donde se encuentra asimismo la antigua ciudad de Díon Δίον Πιερίας, o Dimo Díu-Olimpo, Δήμο Δίου–Ολύμπου, muy cerca de un santuario de Zeus, surgido de las excavaciones, hace apenas diez años.

De acuerdo con Hesíodo, en su Catálogo de Mujeres, Tea, hija de Deucalión, tuvo dos hijos con Zeus, a los que llamó Magnes y Macedón, del que tomarían su nombre los Macedonios que se instalaron al pie del Monte. Arquelao I, a finales del siglo V aC. fue quien determinó la importancia futura de Díon y su templo al instaurar las fiestas en honor de Zeus y las Musas, que se celebraban a lo largo de nueve días, durante los cuales se sucedían competiciones atléticas y dramáticas.

Fue también el santuario de Díon el punto elegido por Alejandro Magno, rey de Macedonia,  para reunir a sus ejércitos y solicitar el favor de Zeus, antes de iniciar la ingente campaña de Asia Menor, donde se proponía liberar a diez mil griegos sometidos por los persas. En el viaje visitó la tumba de Aquiles en Troya y acertó a deshacer el Nudo Gordiano.

El recinto arqueológico y sus frondosos alrededores, conforman un emotivo recuerdo de la antigua Díon.


El Luminoso hogar de los Inmortales

Puesto que casi nada tiene una sola versión en el terreno de la Mitología, el nombre de las doce divinidades que habitan las moradas de cristal del Olimpo puede variar, aunque más generalmente, se citan los que siguen:

Zeus
Ζεύς
Dseus
Júpiter
Hera
ρα
Ira
Juno
Hefesto
φαιστος
Ifestos
Vulcano
Artemisa
ρτεμις
Ártemis
Diana
Apolo
πόλλων
Apolon
Febo
Atenea
Αθηνά
η Παλλάς Αθηνά
Aziná
o Palás Aziná
Minerva
Afrodita
φροδίτη
Afroditi
Venus
Hades
δης
Adis
Plutón
Poseidón
Ποσειδν
Posidón
Neptuno
Ares
Άρης
Aris
Marte
Hermes
Έρμς
Ermís
Mercurio
Dionisio
Διώνυσος
Diónysos
Baco

Zeus mantiene el orden, gobierna con justicia y reina sobre el Universo. Homero recuerda que fue el hijo menor de los Titánidas Cronos y Rea. Cronos creía que alguno de sus hijos le destronaría y, para evitar esta contingencia, se los comió a todos cuando nacieron, lo que decidió a la madre a tomar medidas con el fin de no perder al pequeño Zeus del mismo modo. Así, mandó llevarlo a Creta, donde sería criado con leche de Amaltea y miel de las abejas del Monte Ida, mientras al padre le presentaba un pedrusco envuelto en pañales, que naturalmente, él se tragó creyendo que era otra temible criatura. Y así se salvó Zeus, porque además, se tuvo la precaución de esconderlo en un árbol, de modo que su padre no pudiera encontrarlo en ninguno de los lugares donde lo buscaría con toda seguridad: en el cielo, en la tierra y en el mar. 

Cuando Zeus fue adulto, la Prudencia, llamada Metis, le dio un planta para que se la entregara a Cronos, que se la comió, y, acto seguido, vomitó a todos los niños que esperaban la oportunidad de abandonar sus divinas entrañas. Fue entonces cuando estalló la lucha entre los Titanes de Cronos y los divinos de Zeus, que resultó vencedor. Los Titanes tuvieron que adaptarse a una nueva residencia en las profundidades del Tártaro mientras Zeus se aposentaba entre las brumas olímpicas entregando a sus hermanos Poseidón y Hades el poder sobre los mares y el Inframundo, respectivamente.

Busto de Zeus de Otricoli. Sala Rotonda, Museo Pío-Clementino. Vaticano.

Poseedor del rayo y señor de las tempestades, entre otras cosas, Zeus enviaba la lluvia a los humanos cuando amenazaba sequía, o los salvaba de un temporal en alta mar; a cambio, les exigía que mantuvieran incólumes el orden y la justicia; que cumplieran sus juramentos; que acogieran siempre a los huéspedes, especialmente a los extranjeros y que le presentaran ofrendas y sacrificios con regularidad.
Lo más llamativo de Zeus era su ilimitada capacidad para enamorarse y engendrar niños, casi siempre, con artimañas, tanto de madres inmortales como de humanas, a las que así favorecía, dotándoles de hijos que heredarían algo de divinidad. Con bastante frecuencia, cuando no tenía nada mejor que hacer, y creía que su esposa estaba despistada, salía disfrazado de lo primero que se le ocurría, y casi siempre, con el mismo objetivo, obtener el favor de alguna doncella, fuera ninfa, diosa, o simplemente mortal.

Así, cuando Metis –la Prudencia, quien le había dado las hierbas para Cronos– estaba a punto de traer al mundo un hijo suyo, Zeus, que había heredado la manía de creer que en lugar de hijos engendraba enemigos, optó –caso extraordinario–, por comerse directamente a la madre antes del parto. Esto dio lugar a un hecho inesperado para él; la criatura continuó su gestación normal y, llegado el tiempo, salió al mundo abriéndose paso a través de la cabeza de su padre, con la inestimable ayuda de Hefesto, que empleó una afilada hacha. Era una niña, se llamó Atenea, y siempre fue la favorita de su padre.
British Museum, London

Con Temis –la Equidad–  tuvo a las Parcas y a las Doce Horas, entre ellas, Hesperis –atardecer-, Disis –ocaso-, y Arktos –la última luz.
De su amor con Eurínome nacieron las Tres Gracias, Aglaya, Eufrosine y Talía, que traen alegría a los humanos, junto con las Musas y forman parte de la corte de Apolo.
Con Démeter tuvo a Perséfone. Madre e hija recibían culto en Eleusis hasta que Hades raptó a la niña y se la llevo a los infiernos. Desesperada Démeter, hizo que ninguna semilla volviera a crecer, provocando un grave problema de subsistencia a los humanos, de los que Zeus se compadeció, permitiendo que Démeter pudiera convivir con su querida hija durante seis meses al año, durante los cuales, los hombres tenían tiempo de recoger las cosechas.
Con Mnemosine –la Memoria–, tuvo a las Doce Musas que inspiran a los humanos y a veces también conceden la inmortalidad a sus obras: Clío, para la Historia; Euterpe, para la Música; Talía en la Comedia; Melpómene en la Tragedia; Terpsícore para la Poesía Lírica y la Danza; Erato, la Música Coral; Polimnia ayuda con la Retórica; Urania, con la Astronomía y Calíope con la Poesía Épica. Las nueve hermanas viven en el Monte Helicón, mirando al Parnaso, baluarte de la sabiduría y sede del santuario de Delfos.
Con Leto tuvo a Apolo y Artemisa, –el Sol y la Luna– en la Isla errante de Delos, a donde llegó la madre intentando eludir la venganza de Hera, la esposa del padre de los niños. A partir de aquel nacimiento, Delos dejó de vagar por los océanos para siempre, haciendo así honor a su nombre, Δήλος; estable y visible, entre las islas Cícladas en el mar Egeo. Según la tradición, sufrió terremotos premonitorios; el primero, dice Herodoto, avisó de la invasión persa, y el segundo, de acuerdo con Tucídides, de la Guerra del Peloponeso.
Algunos autores adjudican también a Zeus un romance con Dione, de la que nacería Afrodita, quien, a su vez, de la relación con Anquises sería madre del troyano Eneas.
Con Maya tuvo a Hermes, Mercurio, el Mensajero de los Dioses, que lleva las noticias; siempre con su caduceo –κηρύκειο- (kiríkio) una especie de varita mágica de oro–, su sombrero de ala ancha y sus alitas en los talones. Hermes inventó la palabra y los diferentes idiomas.
Con Hera –hermana primero y, más o menos, esposa después, que siempre le fue fiel a pesar de su promiscuidad–, tuvo Zeus tres hijos divinos: Hebe, que tiene el don de rejuvenecer a los humanos;  Ares, dios de la guerra, torpe y brutal, que solía hacer el ridículo, precisamente en los campos de batalla, e Ilitia, protectora de las mujeres en trance de ser madres. Para conquistarla, el divino ingenioso se transformó en un pajarillo asustado por la tormenta.
Hera, sin la colaboración de Zeus ni de ningún otro, tuvo a Hefesto, Dios del fuego y artista de la forja. Hefesto cojeaba, tal vez porque Zeus lo tiró desde la cima del Olimpo para vengarse de su madre, o quizás porque ella misma al ver su deformidad, lo arrojó ladera abajo recién nacido.
Zeus y Hera. Annibale Carraci
-Nunca el deseo de una diosa o de una mujer dominó así todo mi corazón-, declaró Zeus en la Ilíada.
Hera tenía el poder de otorgar el don de la profecía, tanto a los hombres como a los animales, si así lo deseaba. El pavo real que siempre va con ella, fue consagrado en recuerdo de su fiel Argos, a quien Hera despojó de sus cien ojos después de que lo mataran, y los colocó, como recuerdo y advertencia sobre las plumas del ave.
P.P. Rubens: Juno –Hera-  y Argos. Wallraf-Richartz-Museum, Cologne
Con motivo de su boda, Gea le regaló un árbol lleno de manzanas de oro, que las Hespérides cuidaban en el huerto de Hera en el monte Atlas, donde algunos creen que tuvo lugar la ceremonia, aunque otros lugares, como Frigia, Eubea o el monte Ida, también pretenden ostentar el honor de haber acogido aquella primera boda. Lo que sí es cierto, es que pasaron la noche de bodas en Samos y que esta se prolongó durante trescientos años.
Como sabemos, Hera podía ser muy fiel, pero si creemos a Homero, en ocasiones también podía ser muy rencorosa, por ejemplo, cuando el troyano Paris prefirió a Afrodita antes que a ella, concibió un odio tan acerbo hacia él, que sólo se calmó con la destrucción de Troya.
En cierta ocasión estaba Zeus retozando tan feliz con una mortal llamada Ío, cuando apareció Hera que, sin pensarlo ni un instante, transformó a la joven en vaca y la metió en su establo. Para ayudar a su amante, Zeus encargó a Hermes su liberación, pero Hera mandó antes a un tábano para que la picara; la vaca salió corriendo y no paró hasta llegar a Egipto, donde al fin, no sólo recuperó su forma humana, sino que llegó a ser reina, con el nombre egipcio de Isis, cuyo hijo, Épafo, fue el iniciador de la dinastía real de Tebas.
También Calisto, Ninfa del bosque, fue transformada en osa, a causa de su relación con Zeus, pero en este caso, fue por mano de Artemisa. De ella nacería Pan.
Europa, por su parte, estaba jugando en la playa cuando apareció un bello toro blanco; la muchacha se acercó a acariciarlo y, viéndolo tan manso, se subió en su lomo. El tierno animal, que no era sino Zeus nuevamente transformado, emprendió una veloz carrera sobre el mar hasta llegar a Creta. De esta relación nació Minos
Zeus también fue padre de Orfeo, Heracles y Dárdano, que dio principio a la estirpe real troyana.
Para enamorar a Dánae, encerrada por orden de su padre, Zeus se coló en sus habitaciones transformado en lluvia y juntos tuvieron a Perseo. El padre de Dánae metió a su hija y al niño en un arcón y los tiró al mar, donde fueron rescatados por un pescador.
Con Leda estuvo Zeus una noche en que ella ya había estado con su esposo, Tindáreo. Iba Zeus de Cisne en aquella ocasión, de modo que, andando el tiempo, Leda puso dos huevos; de uno salieron Helena y Polux –hijos de Zeus– y de otro, Clitemnestra y Cástor –hijos de Tindáreo–.

Leda y el Cisne. L. da Vinci (copia).Galería Borghese. Roma

En cuanto a Ganímedes, Zeus concibió un amor diferente, pues el joven no fue hijo, ni pariente, ni amante, ni nada, pero sí poseedor de una singular belleza que, al parecer, conmovió al rey del Universo, quién rápidamente se convirtió en águila, lo arrebató con sus garras y se lo llevó al Olimpo, donde el muchacho trabajó como copero de las divinidades.

Para expresarlo con la mayor claridad posible, hay que decir que Zeus, generalmente hacía todo lo que le daba la gana, y aunque a veces sentía piedad por algún divino o mortal, solía obedecer sobre todo a su exclusiva voluntad.

HEFESTO

Hefesto. Guillaume Coustou el Joven (1716–1777). Louvre
De acuerdo con Hesíodo, muchos creen que Hefesto fue hijo sólo de Hera –un caso de partenogénesis-, celosa por el hecho de que Atenea hubiera sido hija, sólo de Zeus, pero Homero asegura que este último sí era su padre.
El caso es que uno de los dos lo arrojó desde las cumbres del Olimpo y, después de rodar por sus laderas durante nueve largos días con sus noches, cayó al mar, donde fue amorosamente recogido por las Nereidas, Tetis –la madre de Aquiles-, y Eurinome, que lo criaron en la isla de Lemnos. Cuando aprendió el arte de la orfebrería, Hefesto creó para ellas  toda clase de joyas.
Cierto día Tetis acudió al Olimpo llevando una de aquellas maravillosas joyas y despertó la envidia de Hera, que entonces pidió a Hefesto que volviera a casa, e intentó convencerlo usando artes mágicas. Cansado de sus ruegos, Hefesto le regaló una silla de oro con trampa, pues aprisionaba a quien tomara asiento en ella. Para liberarse, Hera no tuvo más remedio que aceptar las condiciones de Hefesto para volver al Olimpo, entre las cuales exigió y logró casarse con Afrodita.
Cabe recordar que ya antes, Zeus había empleado un artefacto similar para interrogar a Hera yaveriguar quién era el padre de Hefesto; los brazos del sillón en que se sentó la Diosa se plegaron mecánicamente y la inmovilizaron. Hefesto se enfureció al saberlo y recriminó sus métodos a Zeus, quien le sopló un huracán que le hizo rodar monte abajo por segunda vez. En esta ocasión tardó sólo un día en aterrizar, pero con las piernas rotas, aunque el divino Herrero siempre encontraba nuevas energías para superar las dificultades. 
Forjaba armas con ayuda de los Cíclopes y protegía las artes. Asustaba a los hombres y a veces también a los dioses, tanto si aparecía sólo como si lo hacía acompañado de una terrorífica corte, compuesta por personajes como Dimos, el terror y Fobos, el miedo –que eran hijos suyos-, además de algunos malos espíritus.
Es descrito como hombre de aspecto deplorable, desaliñado, sucio y siempre trabajando rudamente entre el yunque y la fragua, a pesar de la dificultad de sus pies. No obstante, todos acudían a él para que les fabricara armas o joyas. Era, además bastante sabio y buena persona.
Hay un templo dedicado a él, en el Ágora de Atenas, el que aparece en la imagen siguiente, visto desde la Acrópolis.


Parte de su historia constituye asimismo el tema de una de las más extraordinarias obras de Velázquez, universalmente conocida y conservada en el Museo del Prado.

En la escena, Apolo informa a Hefesto del adulterio de su esposa, Afrodita, con Ares, lo que lleva a Hefesto a fabricar unas cadenas prácticamente invisibles, que atrapan a los amantes en el lecho, para así poder mostrar su traición ante todo el Olimpo. Al principio, Afrodita mostró arrepentimiento, pero lo olvidó pronto. Ella y Hefesto no tuvieron descendencia, aunque Virgilio siempre mantuvo que Eros fue hijo de ambos. 


Más tarde, Hefesto cortejó a Atenea –a quien él mismo había ayudado a nacer, por así decirlo. Ante la negativa de Atenea, se asegura que intentó forzarla, pero también en vano. Sí tuvo, en cambio, varios hijos mortales con otras mujeres, entre ellos, Radamante, uno de los jueces del Hades.

Fabricó Hefesto el rayo y el cetro de Zeus, así como el cetro de Agamenón; el tridente de Poseidón, las flechas de Artemisa, de Apolo y hasta las de Cupido; las armas de Aquiles, las cadenas de Prometeo, las sandalias con alas de Mercurio y el cinturón que hacía irresistible a Afrodita, entre otras muchas cosas.
Sabemos que Hefesto creó a la primera mujer por orden de Zeus –Pandora- a partir de un bloque de arcilla. Quería con ello vengarse de Prometeo, que había creado a su vez al primer hombre y robado el fuego divino. Pandora debía presentarse ante él llevando un ánfora llena de desgracias interminables que, al final, fue a parar a otras manos. Esto enfureció de nuevo a Zeus, quien hizo que Hefesto encadenara a Prometeo en el Cáucaso, donde un águila se comía su hígado cada día, aunque se le regeneraba cada noche, porque era inmortal.
Prometeo Προμηθεύς, había incurrido en la ira de Zeus enseñando a los mortales a predecir el movimiento de los astros, a calcular con números, a comunicarse por la escritura, a emplear plantas medicinales, a interpretar los sueños, a extraer minerales y, lo peor de todo, robó el fuego a los dioses y se lo dio a los hombres.

 
Esquilo (Αισχύλος, 525-456 aC) compuso una de sus inmortales tragedias tomando como base el espantoso e injusto destino de Prometeo Encadenado, Προμηθεύς Δεσμώτης.
Obedeciendo a Zeus, la Fuerza y la Violencia hacen prisionero al héroe y lo trasladan a una roca inaccesible. Hefesto, temeroso de la ira de su padre, aunque muy conmovido, las sigue cargado con sus herramientas.


ΚΡΑΤΟΣ. (La Fuerza). Ya estamos en el extremo de la tierra, en Scytia, al fondo de un desierto impracticable. Hefesto, te corresponde obedecer las órdenes que tu padre te ha dado.  Sobre estas escarpadas rocas, ata indisolublemente  con eslabones de diamante, a este atrevido protector de los humanos. Ha robado tu atributo, el fuego, origen de todas las artes y se lo ha dado a los hombres, lo que constituye un crimen por el que debe pagar una pena a todos los dioses. Así aprenderá someterse al cetro de Zeus y dejará de sacrificarlo todo a los mortales.
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domingo, 23 de diciembre de 2012

La Reina Cristina -Drottning Kristina- de Suecia (1) Ebba Brahe y Magnus De la Gardie

Cristina de Suecia. Sebastien Bourdon, Nationalmuseum, Stockholm

La Reina Cristina nació en el Castillo de las Tres Coronas –Tre Kronor– en Estocolmo el 8 de diciembre de 1626, y fue la única hija del rey Gustavo II Adolfo y su esposa María Leonor de Brandenburgo


Castillo de lasTres Coronas, Estocolmo


Parece que tenía mucho pelo al nacer, por lo que, tras un vistazo apresurado, alguien creyó que era un varón, creando durante un breve espacio de tiempo, la falsa ilusión de que ya había heredero, pero inmediatamente, ese alguien tuvo que aclarar su error. Gustavo Adolfo aceptó la noticia con alegría; era hombre optimista y en Suecia no había ley Sálica.
Pero Gustavo Adolfo murió el 16 de noviembre de 1632, en la batalla de Lützen –Guerra de los Treinta Años-, en la que sus tropas, no obstante, resultaron victoriosas. Cristina estaba a punto de cumplir seis años cuando la corona sueca recayó sobre su cabeza.

Una reina de seis años

 La más reconocida característica de la niña-reina fue su insaciable interés por aprender y una gran capacidad para hacerlo. Prontó dominó varios idiomas, incluido el latín. Más tarde se interesó por artes como pintura, escultura, música, teatro y ballet, pero también por la Filosofía, Literatura, Historia, Geometría, etc., además de alcanzar una notable destreza en deportes como la caza, equitación o esgrima.

1634, 8 años. Jakob Henrik Elfbas

 A los 23 años, el 20 de octubre de 1650, fue coronada, aun habiendo expresado abiertamente su decisión de no contraer matrimonio, lo que creaba un serio problema en la Corte a causa de la previsible y siempre amenazadora falta de un heredero directo e indiscutible. Tras ciertas negociaciones Cristina consiguió que se aceptara la sucesión de su primo hermano, Carlos Gustavo, en quién, efectivamente, abdicó, el 5 de junio de 1654.


Carlos X Gustavo. Sebastien Bourdon, 1653. Nationalmuseum Stockholm.

Aún hoy resulta difícil comprender aquella juvenil decisión de abdicar, puesto que además de que Cristina nunca se sintió obligada a dar explicaciones sobre sus actos, más adelante intentaría, no sólo recuperar el trono que había abandonado, sino que se propuso luchar por la posibilidad de alcanzar otros, como el de Polonia o el de Nápoles, empleando para ello medios bastante inverosímiles e, incluso poco o nada ortodoxos.

Es posible que la renuncia se debiera a su intención de abandonar la fe luterana, en cuya defensa, su padre había empeñado el reino y perdido la vida, algo que, con toda evidencia, no aceptarían sus súbditos, pero algunas de las actitudes que asumió posteriormente no parecen dejar claro que la necesidad de unirse a la fe católica fuera el motor exclusivo de su existencia, hasta el extremo de llevarla a abandonar para siempre su trono y su nación, dando un giro tan radical a su porvenir. Cristina mostró en distintas ocasiones que deseaba fervientemente seguir siendo reina y optó, aún en contra de todo argumento de carácter legal, por mantener las prerrogativas asociadas a la corona que ya no poseía, incluido el ya entonces discutidísimo derecho sobre la vida de unos súbditos a los que voluntariamente había renunciado, al menos, en apariencia. Por otra parte, en el aspecto religioso, Cristina Vasa, llamada María Cristina Alexandra tras su bautismo católico, siempre defendió abiertamente la tolerancia religiosa, una postura muy poco compartida en la época.

En todo caso, bajo la protección del pontífice, la ex reina estableció su residencia en Roma donde fue recibida con los más altos honores por nobles y cardenales, ante los cuales apareció  el 19 de diciembre de 1655 cabalgando un extraordinario caballo blanco.
Iniciaba una nueva vida que sólo se vio interrumpida por alguna escapada a Francia, donde tenía negocios que resolver. En todo caso, Cristina permaneció en Roma, con algunos cambios de residencia, hasta su muerte, el 19 de abril de 1689, siendo enterrada –caso verdaderamente extraordinario-, en la basílica de San Pedro.

Y, hasta aquí, el sencillo telón de fondo ante el que transcurrió la existencia de la Reina Cristina de Suecia. En cuanto a su personalidad, extremadamente compleja, sólo se puede intentar discernir en el marco de sus relaciones, amistosas o políticas, con ciertos personajes muy singulares, algunos de los cuales fueron asimismo esenciales en el inquieto devenir histórico de la época que les correspondió vivir y que, en diversas circunstancias, tuvieron la fortuna o, quizás el infortunio de cruzarse con una de las mujeres más enigmáticas del siglo XVII, entre ellos, René Descartes; los Cardenales Mazarino y Azzolino; Ebba Sparre; el Marqués de Monaldeschi y los monarcas, Felipe IV y Luis XIV.

Un primer personaje que por razones cronológicas podemos relacionar con Cristina fue la Condesa Ebba Brahe (1596-1674), eterna amante de Gustavo Adolfo, el padre de Cristina, con quien el rey no pudo casarse a causa de la radical oposición de su madre, la reina viuda Cristina de Holstein-Gottorp, a quien Ebba sirvió como dama de honor desde 1611, cuando tenía 15 años. A los 16 se convirtió en amante del rey quien, a pesar de amarla y desear fervientemente casarse con ella, nunca pudo superar la oposición de su madre, que además, era regente y, por la autoridad que le otorgaba su cargo, decidió que el heredero debía casarse con una Hohenzollern, María Leonor de Brandeburgo.

Gustavo Adolfo de Suecia. Atribuído a. Jacob Hoefnagel
y Leonor -Drottning Maria Eleonora-. 1619. Artista Desconocido.Nationalmuseum, Stockholm.

Ebba aceptó la situación y en junio de 1618 se casó a su vez con Jacob De la Gardie, manteniendo, no obstante, su relación con Gustavo Adolfo hasta la muerte de este en Lützen en 1632.




Jakob De la Gardie. 1606? Tabla de autor desconocido. Nationalmuseum. Stockholm
Ebba Brahe, ya viuda. Autor desconocido

Tras la muerte de la Gardie, Ebba se convirtió en una poderosa terrateniente mediante la adquisición de inmesos territorios abandonados por la nobleza danesa al convertirse su reino en provincia de Suecia. Entre tanto llegó a jugar un importante papel en la casa real, y se cree que pudo ser responsable, en parte, de la chocante mentalidad de Cristina; de hecho, el historiador Messenius acusó a Ebba de haber practicado brujería para imbuirle su rechazo al matrimonio, pero la causa no se admitió y el historiador fue decapitado por traición.

Ebba tuvo 14 hijos –no se sabe cómo, pero se asegura que todos eran de su marido–, de los que siete llegaron a la madurez. De ellos nos interesa especialmente, el cuarto: Magnus Gabriel De la Gardie.

Nacido en 1622, gracias a la influencia de su madre en la corte, sus excelentes modales y su gran atractivo físico, se convirtió en favorito de Cristina durante la década 1644-54 en que esta ocupó el trono. Era además muy culto, sabía organizar fiestas y se mostraba siempre magníficamente rodeado de lujo. Su carrera política y militar no tuvo parangón. Siendo ya Coronel de la Guardia de Corps (Livgardet), en 1646 fue enviado a Francia con el encargo de contratar músicos para la corte sueca, misión que cumplió a total satisfacción de la reina, quien le premió de todos los modos posibles, pero especialmente, arreglando su matrimonio con Maria Eufrosyne de Zweibrücken, prima de Cristina y hermana de su sucesor. Después fue hecho Consejero Privado y, en 1648, General, en cuya condición sirvió al futuro rey Carlos Gustavo –su cuñado-, en la conquista de Praga hacia el final de la Guerra de los Treinta Años. Tal servicio, aunque muy poco destacado, le supuso una enorme recompensa económica y el título de Conde de Arensburg-Kuressaare.


En 1649 recibió el primero de sus dos cargos como Gobernador General de los dominios suecos en Livonia. En 1650 fue designado para llevar el estandarte real en la coronación de Cristina y al año siguiente se le nombró Mariscal del Reino –Riksmarskalk- y en 1652, Lord Tesorero Mayor –Riksskattmästare-, uno de los cinco Grandes Oficiales del Reino. Ese mismo año, tras la muerte de su padre, heredó el castillo y el Condado de Läckö.


En 1653 perdió su favor con Cristina, de quien se decía que había sido amante; al parecer, su desprestigio se debió a la difamación. El hecho es que De la Gardie se vio obligado a abandonar la corte con su familia para exiliarse en alguno de sus numerosos feudos, aunque solo durante un año, pues cuando se produjo la abdicación, el favorito volvió al servicio del nuevo rey, su cuñado Carlos Gustavo, recibiendo, entre otros, el nombramiento de Rector de la Universidad de Uppsala, donde él mismo había estudiado. Más tarde se le encargó, como Teniente General, el mando de las tropas suecas que debían luchar contra Polonia y Rusia. Parece que De la Gardie no estaba dotado para aquel menester, recibiendo graves recriminaciones del monarca a causa de su deficiente actuación, lo que no le impidió representar a su cuñado en las subsiguientes conversaciones de paz, e incluso en 1660, cuando Carlos X Gustavo murió, dejó firmado el nombramiento de la Gardie como Gran Canciller y por tanto, miembro de la Regencia del sucesor, Carlos XI.


Fue entonces cuando Cristina tanteó las posibilidades de recuperar la Corona, pero la existencia de un heredero le hizo imposible encontrar apoyos, si bien, logró asegurar el pago de sus pensiones.


Las relaciones de la Gardie, más que su aptitud, le convirtieron en un miembro destacado de la regencia. En cierto modo vivía del pasado y del recuerdo de la Guerra de los Treinta Años, lo que le llevaba a inclinarse por las soluciones bélicas, frente a una parte de la corte, más decidida a vivir en paz y recuperar la economía. Pero se impuso el partido de la Gardie y toda la regencia transcurrió en guerra contra Rusia y Polonia.

A principios de 1661 Suecia y Francia firmaron un tratado en el que una cláusula secreta aseguraba que Suecia apoyaría al candidato de la Corona de Francia cuando quedara vacante el trono de Polonia, a cambio de una gran cantidad de dinero. Al año siguiente se estipuló un nuevo acuerdo, por el que Suecia  mantendría 16.000 hombres en sus dominios alemanes para que estos no interfirieran en una posible guerra entre Francia y los Países Bajos y España, por lo que Suecia recibiría grandes sumas económicas en tiempo de paz, que aumentarían el cincuenta por ciento si estallaba la guerra. Tal fue el medio que la Gardie concibió para recuperar la economía sueca, evitando con ello que la Corona pensara en reclamar las extensas propiedades de la nobleza. De la Gardie se concedió a sí mismo diversas donaciones financieras y empleó los recursos públicos en beneficio de su casa, en un momento en que, por ejemplo, la marina sueca se deterioraba por abandono y los soldados morían o desertaban por falta de pagas.

En diciembre de 1672, Carlos XI alcanzaba la mayoría de edad y De la Gardie, en su mejor momento, le aconsejaba aumentar sus prerrogativas, en unión de la alta aristocracia a la que él pertenecía. Tres años después, su influencia empezó a decaer. Obligada por su Tratado, Suecia tuvo que entrar en guerra al lado de Francia contra Holanda, por la invasión de Brandenburgo y los suecos fueron derrotados en Fehrbellin, lo que animó a Dinamarca a atacar Suecia; fue la Guerra de Escania, en cuyo trancurso, la Gardie sufriría una rotunda derrota en 1677. Carlos XI era coronado ese año y la Gardie fue acusado de alta traición, aunque la causa se ebandonó sin efecto alguno.

Desde 1670 la economía había iniciado un grave declive que se atribuyó al Tratado con Francia promovido por la Gardie. En 1680 Carlos XI se decidió a aplicar el Riksdag de los Estados, por el que toda propiedad que la Corona hubiera regalado o prestado, debía ser restituida. El rey inició la vía de retroceso hacia la asunción del poder absoluto que la Gardie había promovido, pero que entonces se volvía en su contra. Fue juzgado por las magnas cantidades de dinero e innumerables propiedades obtenidas de la Corona, que fueron consideradas tan excesivas como en realidad eran. Magnus y unos pocos aristócratas como él, fueron considerados responsables de la ruina del país y condenados a devolver cuatro millones de riksdaler, una suma inmensa.

Algunas de las propiedades de la Gardie.

El Inigualable (Se quemó en 1825,durante un representación teatral) y Venngarns Slot. 
  
El Castillo de Läckö y Mariedal.

 
El Palacio Ulriksdal alberga la carroza en que viajó Cristina el dia de su coronación.
 

El Palacio Kuressaare.

De la Gardie, fue tratado con indulgencia y se le permitió retirarse a su finca de Venngarn para el resto de su vida, aunque nunca asimiló las expropiaciones, ya que él no entendía sus posesiones como dádivas, sino como deudas satisfechas por la Corona, a él y a sus antepasados. Y en Venngarn murió el 26 de abril de 1686.

Se considera que su aptitud como mecenas de científicos y artistas, superó ampliamente una capacidad militar que, no obstante, fue la que le hizo acceder a sus múltiples honores y monumentales propiedades.




Magnus Gabriel De la Gardie y Maria Eufrosyne.
Hendrik Munnichhoven, 1653

Magnus pisa un escalón más bajo que su esposa, por ser esta hermana del rey. La vaina que Eufrosine muestra en la mano derecha, significa que está embarazada.


El 7 de marzo de 1647, en la capilla del Palacio Real de las Tres Coronas, De la Gardie se había casado con Maria Eufrosyne de Zweibrücken, como sabemos, hermana de Carlos X Gustavo y prima, por tanto, de la reina Cristina, que fue quien organizó la boda. Resultó una pareja feliz y bien avenida que trajo al mundo once hijos de los que sobrevivieron tres. De ellos recordaremos ahora a Charlotta Catharina (1655-1697).


María Eufrosyne tenía una gran amiga, Anna Åkerhjelm (1647–1693), hija del clérigo Jonae Agriconius de Nyköping. Erudita y científica, Anna se convirtió en la primera mujer nombrada Caballero, es decir, ennoblecida por méritos propios. Eufrosyne le encargó la educación de su hija Charlotta De la Gardie, que en 1682 se casó con el Mariscal de Campo Wilhelm Otto Königsmarck.


Entre 1686 y 88 el Mariscal entró en campaña a sueldo de Venecia en la guerra contra Turquía en Grecia y obtuvo el privilegio de hacerse acompañar por su familia en las sucesivas operaciones militares en que participó.


Charlotte y Anna Åkerhjelm –más conocida como Agriconia–, estuvieron en Atenas durante el asedio de la Acrópolis y entraron en el Partenón después de la hecatombe provocada por los cañones de Morosini en 1687. Allí encontró Agriconia un manuscrito árabe que, posteriormente donó a la Universidad de Uppsala. 


Tras la muerte de Königsmark en 1688, Charlotte y Anna, también viuda, se instalaron en Bremen; ambas compartieron su admiración por todo lo visto y aprendido sobre la antigua Grecia y Anna trasladó sus recuerdos a un libro casi único, no sólo por su valor intrínseco, sino por su excepcional testimonio directo de la tragedia del Partenón.


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Más sobre Cristina de Suecia: 2ª parte.