Diego de Silva Velázquez no dejó cartas ni cualquier otro documento, no oficial, a través de cuya lectura pudiéramos hoy comprender o intuir algo acerca de su personalidad, carácter, intereses, proyectos o frustraciones. Dejó, no obstante, algunos autorretratos, más de los que durante siglos se le habían adjudicado y, con ellos podemos contar –siempre dentro del margen de duda con que hay que afrontar atribuciones y supuestos– para intentar extraer algún rasgo síquico o anímico del autor, si es que esto fuera posible, partiendo de esas representaciones.
Velázquez. 1640. Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia
Velázquez es, en realidad, un personaje tan reservado, que todo en él resulta enigmático, casi secreto, pero si observamos con atención la mirada de sus imágenes personales, se diría que fue un hombre triste; sin desesperación, pero también sin remedio. ¿Sería posible deducir de alguna manera la causa de esa aparente tristeza?
Un día, Velázquez solicitó su admisión en la Orden de Caballeros de Santiago, Felipe IV aceptó y dio curso a su deseo con manifiesto interés, lo que originó una avalancha de documentación que, en realidad, sirve muy poco a nuestro objeto. El hecho de que sus padres y abuelos fueran o no legítimos, tuvieran o no sospechas o certezas de cristianos nuevos, y fueran o no, hidalgos de sangre o ejecutoria, podía servir para conceder o denegar su admisión en la citada Orden, pero nada en absoluto nos dirán de la personalidad del pintor, ni mucho menos, explicarán la fascinación que su obra ejerce sobre quien tiene la formidable satisfacción de contemplarla, aunque sí aclararía, y mucho más de lo que podríamos comprender hoy, su necesidad de guardar silencio e incluso, de tratar de evitar cualquier averiguación acerca de su persona.
Dijo Ortega y Gasset: Fue un silencioso.
Y también: Tenemos que representarnos a Velázquez como un hombre que, en dramática soledad, vive su arte frente y contra todos los valores triunfantes en su tiempo.
Esta discreción personal no parece coherente con su interés por formar parte de la Orden de Santiago, cuya exigencia de hacer información, conocía Velázquez de sobra, pero pudo ocurrir que, dada la gran admiración que le profesaba el rey, creyera que aquel requisito se podría obviar, aunque también es posible que dada la ruptura de relaciones diplomáticas con la recientemente independizada Portugal, considerara que no se harían averiguaciones en aquel reino del cual procedía buena parte de su familia.
El casi seguro intento del pintor por evitar unas averiguaciones que pudo sentir como una verdadera amenaza, resulta evidente ante el hecho de que, si bien las Informaciones de las calidades de Diego de Silva Velázquez, aposentador de palacio y ayuda de cámara de S. M., para el hábito que pretende de la Orden del Señor Santiago, se iniciaron oficialmente entre septiembre y octubre de 1658, el artista, con ocasión de su segundo viaje a Roma en 1650, ya había pedido y obtenido a través del Cardenal Camillo Astalli, Secretario Pontificio, la seguridad de que el Papa Inocencio X, le concedería una dispensa de hidalguía si la necesitara. No hubiera sido necesaria esta previsión si Velázquez tuviera certeza absoluta sobre unos orígenes que, de acuerdo con la estimación del Consejo de Órdenes –tras interrogar a 148 testigos durante 113 días–, declaraban su limpieza, pero también que carecía de hidalguía por tres de sus cuatro costados.
Velázquez: Inocencio X, 1650 (Galería Doria Pamphili, Roma).
Velázquez. Card. C. Astalli, 1650 (Hispanic Society of America)
No se puede extraer de las famosas averiguaciones llevadas a cabo por el Consejo de Órdenes, más información que la que aquellos buscaron y obtuvieron, y que, sin duda, ya tenían in mente antes de empezar su tarea, a causa de las suspicacias –léase, envidias–, que las deferencias del monarca hacia el pintor, provocaron en el entorno cortesano desde el principio: Tira a querer ser un día ayuda de cámara y ponerse un hábito a ejemplo de Tiziano.
Tampoco sabemos cuales ni cuantos fueron los testigos que declararon en contra de su hidalguía, pero sí sabemos que otro artista de grandísimo genio y temible carácter, como era Alonso Cano, se pronunció incondicionalmente a su favor, siendo Cano un hombre conocido por su energía y fiera independencia, por un lado –algo que le impediría mentir en un caso semejante–, y su altísimo sentido de casta, por otro –algo que le impediría admitir la entrada de un plebeyo de inciertos orígenes, en una Orden, para la cual, conviene recordarlo, los requisitos de admisión eran más restrictivos que los que se exigían para formar parte de la nobleza.
De las diez preguntas que forman el interrogatorio preparado por los consejeros, la mayor parte se refieren, lógicamente, a temas de legitimidad, limpieza, hidalguía, etc., pero hay tres más singulares; dos de ellas por su curiosidad –Si sabe y puede andar a caballo y, si ha sido retado–, y una más, que merece un breve examen: Si él o sus ascendientes han sido o son mercaderes o cambiadores o hayan tenido algún oficio vil o mecánico, y qué oficio.
Plenamente conscientes de la necesidad de afrontar el análisis de la Historia con la lente de la mentalidad de la época en cuestión, no podemos evitar deducir una interpretación de esta pregunta:
–¿Sabe si Velázquez o sus ascendientes –padres, abuelos y bisabuelos– han vivido o viven del aire?
La respuesta generalizada fue que sí, porque, de acuerdo con los testigos, ninguno de los dichos, ni tampoco el pintor, tuvieron nunca oficio vil o mecánico; valía lo mismo decir oficio a secas, pues ninguno se consideraba noble. Por ejemplo, el de escribano, no es que fuera vil propiamente, pero estaba mal visto y mal considerado, especialmente, porque solía ser propio de conversos. Las respuestas, en el caso de Velázquez, suelen centrarse en la aseveración de que él jamás cobró dinero por su trabajo que, en aquel momento realizaba sólo para complacer al rey, quien a cambio, le proporcionaba oxígeno en cantidades que aumentarían notablemente, cuando fuera Caballero de Santiago.
La realidad es que apenas cumplidos los diez años, Diego entraba como aprendiz de pintura en un taller, a soldada; algo que no se comprende si la familia no necesitaba, como hemos visto, trabajar y, mucho menos, cobrar por hacerlo. Al hidalgo se le supone un patrimonio de procedencia no vil ni servil, en cuyo caso, Diego hubiera tenido un maestro de pintura en casa, a no ser que la familia fuera, sobre hidalga, pobre; recordemos las angustias financieras de la familia de Cervantes para pagar el rescate del escritor, a pesar de que decían tener su ejecutoria al día.
Velázquez, 1643. Uffici. Florencia
Señor.- El Consejo, obrando toda la gracia posible, dio auto en las pruebas de Diego Velázquez para que litigase carta ejecutoria, [reclamar de nuevo una certificación de hidalguía, si se le ha denegado y el interesado considera que es su derecho] dejando pendientes para después de haberla obtenido lo que pertenece a la nobleza de las dos abuelas doña María Rodríguez y doña Catalina de Zayas, para que necesita de dispensación y se resolvió fuese Vuestra Majestad servido de pedirlas a Su Santidad, secreta, como también para lo que pertenecía a la hidalguía que no probó el pretendiente…con que se volvió a abrir el juicio y de ello resultó con entero conocimiento, de que no la obtendría la ejecutoria y que era condenarle en el gasto y en el tiempo.
Bien, el caso es que a pesar del informe negativo del Consejo, a petición del rey, un Breve del Papa permitió a Velázquez el ingreso en la anhelada Orden, pero no porque el Pontífice dijera que Velázquez sí que era Hidalgo, sino porque le dispensó de la necesidad de tener, o tener que demostrar dicha condición, ya que las ejecutorias también se compraban, o se obtenían por otras vías distintas de la sangre y el fuero. Pero esto es otro asunto.
Por una mi cedula fecha en Buen Retiro –escribió Felipe IV-, a doce de junio del año pasado de mil y seiscientos y cincuenta y ocho hice merced al suso dicho del habito de la dicha Orden concurriendo en su persona las calidades que los establecimientos de ella disponen, […] no obstante las no probadas noblezas de María Rodríguez, su abuela paterna y de Juan Velázquez y doña Catalina de Çayas sus abuelos maternos, en que Su Santidad, a mi instancia y suplicación ha dispensado por su Breve expedido en Roma. Por la presente os diputo, doy poder y facultad para que en mi nombre y por mi autoridad como tal administrador, juntamente con algunos comendadores y caballeros de la dicha Orden, podáis armar y arméis caballero, de ella al dicho Diego de Silva Velázquez.
Para el cinco de agosto de 1659 Velázquez aún no era caballero, porque el Breve se remitió diminuto, es decir, que no se extendía a todos los que lo necesitaban. En octubre llegaba la nueva dispensa y el marqués de Távara la remitía para que se viera en el Consejo y que corra este negocio, ya era 26 de noviembre.
Día 27: Despáchese titulo de caballero de la Orden de Santiago a Diego de Silva Velázquez, natural de la ciudad de Sevilla, aposentador de palacio y ayuda de cámara de Su Majestad, inserto el Breve de Su Santidad en que dispensa la falta de nobleza de sus cuatro abuelos y abuelas. El Consejo.
Día 28 de noviembre de 1659: Vuestra Majestad, atendiendo a las causas aquí contenidas, hace merced de hacer hidalgo a Don Diego de Silva Velázquez para tener el hábito de la Orden de Santiago -sin embargo de no ser noble- y manda que goce de las exenciones que gozan los tales hijosdalgo.
Velázquez, pues, obtuvo la dispensa, pero nunca logró que se dejara de repetir en el expediente de forma machacona, que él no era noble, ni sus abuelos tampoco, aunque en Sevilla hubieran ganado la exención del pago del impuesto sobre la carne, del que sólo se exceptuaban los hidalgos. De no haber mediado el Pontífice, el hubiera permanecido pechero con su entero conocimiento, de que no obtendría la ejecutoria y de que su empeño sólo le llevaría a gastar tiempo y dinero.
Al caballero Don Diego de Silva Velázquez, le quedaba entonces un año de vida.
Cuando el pintor terminó el lienzo que conocemos como Las Meninas, reflejando una escena durante la que, en realidad, estaba pintando a los Reyes, ni siquiera se habían iniciado los trámites para su admisión en la Orden de Santiago.
La insignia de la Orden apareció en el lienzo más tarde. ¿Quién la pintó?
La insignia de la Orden apareció en el lienzo más tarde. ¿Quién la pintó?
La protección que le brindó Felipe IV, es tal vez el mérito más notable de este monarca y, sin duda, el que ha hecho imperecedero su nombre y su imagen.
Felipe IV. Velázquez. BBAA Bilbao
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Más sobre Velázquez en este blog: Velázquez en La Rendición de Breda
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que bueno tu blog gracias
ResponderEliminarGracias a ti, Anónimo, por leerlo y por decírmelo.
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