domingo, 26 de agosto de 2018

Luis XIV de Francia • Política exterior • Guerras con los Habsburgo • III Parte



15 mayo 1685: el Dogo de Génova, Francesco Maria Lercari Imperiale es obligado a excusarse voluntariamente, a los pies de Louis XIV, en la Galería de los Espejos de Versalles. Claude Guy Hallé, Château de Versailles.

Francesco Maria Imperiale Lercari, Dogo de Génova y rey de Córcega desde 1683, intentó poner límite a la que entendía como una insoportable actitud de soberbia por parte del rey de Francia, vendió munición a los corsarios berberiscos de la entonces llamada “Regencia de Argel”. Furibundo, Luis, mandó la flota a bombardear Génova en mayo de 1684. Ante tan violenta reacción, el dogo-rey acudió a Versalles acompañado por cuatro Senadores, para prosternarse ante el monarca.

Concluida la ceremonia, Luynes preguntó al Dogo que era lo que más le impresionaba del palacio; -Mi Chi!-, exclamaría el genovés refiriéndose al hecho de hallarse él mismo allí, ya que tenía prohibido abandonar la ciudad sin permiso, bajo graves amenazas.

Curiosamente, se recuerda que el Dogo había acudido a Versalles llevando un gran manto de terciopelo púrpura que, conociendo a Luis XIV, sabía que actuaría como reclamo comercial, y así fue, ya que Francia aprovechó su presencia para adquirir grandes cantidades de terciopelo, cuyo precio sirvió para pagar la reconstrucción de Génova.
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Al principio, Louis XIV afirmó su poder, más allá de las fronteras, empleando los instrumentos propios de la diplomacia: embajadas, tratados, alianzas, uniones dinásticas... o prestando apoyo a los enemigos de sus enemigos. Pero muy pronto recurrió al ejército, siguiendo la estrategia de sus antepasados, desde Francisco I, contra el poder hegemónico de los Habsburgo, fundamentalmente, contra los de España, empezando por atacar sus territorios en Flandes –Guerra de Devolución-, y después contra los de Austria, dentro y fuera del territorio peninsular –Guerra de Sucesión-. De hecho, para asegurar a su nieto –el futuro Felipe V-, la sucesión en España, terminó lanzándose a una guerra contra toda Europa, que sólo terminó por el agotamiento de las partes, pero Luis XIV, finalmente, logró un acuerdo que interesó a todos, excepto al reino en el que pretendía coronar a su nieto, Felipe de Anjou: si los Borbones alcanzaban el poder en España, reconocerían a las dos potencias emergentes: la Inglaterra anglicana y la Austria Habsburgo.

Luis XIV luciendo su bigote “al estilo real” (las puntas se mantienen hacia arriba con cera). Claude Lefèbvre. New Orleans Museum of Art.

Para liberarse del poder Habsburgo en su entorno geográfico y, por idea de Mazarino, que recuperaba una propuesta anterior, de Richelieu, Luis XIV se alió con las principales potencias protestantes, poniendo las bases de la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648 por el Tratado de Westfalia.

Por su parte, y aprovechando las revueltas de La Fronda, España había tratado de debilitar al rey francés, apoyando al Gran Condé, en 1653, pero en 1659, sucesivas victorias francesas; su alianza con los puritanos ingleses (1655-57) y las potencias alemanas unidas por la Liga del Rin, impusieron a España el Tratado de los Pirineos, sellado con el matrimonio de Luis XIV y la Infanta española María Teresa de Austria, en 1659. 

La entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la isla de los Faisanes, de Jacques Laumosnier (1660). Musée de Tessé, Le Mans, Francia

De la Recopilación de los Tratados de Paz, etc. hecha por D. Joseph Antonio del Abreu y Bertodano, 1751

Los arts. 1 a 34: fijan ciertos reglamentos de carácter administrativo, comercial, de guerra, etc.

Arts. 35 a 41: sobre los Países Bajos Españoles; Francia obtiene el Condado de Artois y varias plazas en Flandes, como Gravelinas, Hainaut y Luxemburgo, entre otras.

España consigue que Francia se comprometa a no seguir apoyando las reivindicaciones de Portugal frente a la Corona de España y que Luis renuncie al Condado de Barcelona. 

Arts. 42 a 60: Territorios en torno a los Pirineos: Francia se anexiona el Rosellón, la Cerdaña y otros.

42. Los Montes Pirineos, que antiguamente dividían las Galias y las Españas, serán también de ahora en adelante, división de los mismos dos reinos. Sin embargo, tal división quedaría configurada sin una demarcación precisa y clara, que sólo se completaría dos siglos después, ya en el II Imperio, por el Tratado de Bayona, que especificaba 602 puntos límite sobre el terreno.

Artº. 61 El rey de España renuncia a la posesión de Alsacia que le había prometido el Emperador, así como a toda reivindicación sobre aquellos territorios anexados por Francia, en virtud del Tratado de Münster, a cambio de una indemnización por parte del rey de Francia.

Arts. 89 a 105: Sobre Italia.

Arts. 105 a 124: Disposiciones finales, con algunos artículos secretos. Aborda el matrimonio de la Infanta Española María Teresa de Austria, hija mayor de Felipe IV, con Luis XIV. Ella renuncia a sus derechos a la Corona española y aportará una dote de medio millón de escudos de oro. 

España no estaba en condiciones de pagar semejante dote, lo que permitirá al rey Luis iniciar, primero, la citada Guerra de Devolución y afrontar después en la de Sucesión, reclamando los derechos de María Teresa, ya que consideraba su renuncia invalidada por el impago de la dote.

Luis XIV y Felipe IV

Mazarino y Haro, “Primeros Ministros” de Francia y España

Ana de Austria, hija de Felipe III de España, casada con Luis XIII (madre de Luis XIV; tía y futura suegra de la María teresa ) y
María Teresa de Austria, hija de Felipe IV (prima y prometida de Luis XIV).



Velázquez, que asistió a la firma del Tratado, no como pintor, sino como Aposentador Real. Autorretrato, en 1656

No podemos pasar por alto el hecho de que, para la celebración del encuentro en la Isla de los Faisanes, Velázquez, como Aposentador Real, se encargó de preparar el alojamiento del séquito en cada jornada desde Madrid, y de decorar el pabellón donde se produjo el encuentro internacional. El trabajo fue agotador, pues, como él mismo escribió, debía adelantarse a la corte, a cuyo efecto se veía obligado a trabajar todas las noches, sin tener oportunidad de descansar, propiamente, durante el día, pues seguía atento a sus nuevas obligaciones junto al monarca. Llegó a sentirse mal ya entonces, y cayó enfermo apenas volvió a Madrid, donde moriría, el día 6 de agosto de 1660.

Boda Luis XIV – María Teresa de Austria. 6.6.1660

Boda de Louis XIV -21 años-, y María Teresa de Austria -15 días de edad menor que Luis-, en la Iglesia de St-Jean-de-Luz, el 9 de junio de 1660. 
Jacques Laumosnier, Musée de Tessé.

Durante toda su vida, María Teresa fue, especialmente piadosa, y llevó una vida muy discreta, completamente ajena al estilo de la corte francesa. Invitaba a las “compañeras” de su marido para que fueran a rezar con ella. Al parecer, fue encerrándose gradualmente en sí misma, con la compañía de una pequeña corte personal, pero aislada en medio de la Corte, intentando recrear el ambiente que había vivido desde la infancia en Madrid, con sus doncellas españolas, monjes y enanos. Comía ajos –dicen-, bebía mucho chocolate y usaba tacones muy altos que, a veces la hicieron caer. 

Se dice también que temía a la oscuridad, incluso cuando el rey estaba con ella y que necesitaba que una doncella le contara historias para poderse dormir, la cual no podía soltar su mano en toda la noche.

Siendo de una devoción cada vez más intensa, lo esencial de su actividad lo componía el cuidado de enfermos, pobres y desheredados. Acudía frecuentemente al hospital de Saint-Germain-en-Laye, ocupándose de las tareas más penosas y dotaba, en secreto a las hijas de nobles pobres.

En 1665 murió su padre, dejando el trono a su hijo Carlos, de su segundo matrimonio, enfermo y con cuatro años, circunstancia que Luis XIV aprovecharía para intentar hacerse con una parte de la herencia, provocando la llamada Guerra de Devolución. 

El año siguiente, moría también la que había sido su único apoyo en la Corte francesa, su suegra y tía, la reina madre, Ana de Austria.

María Teresa soportaba en silencio los adulterios del rey, incluso con sus damas de compañía, con las que Luis viajaba abiertamente, aun cuando fuera acompañado por su esposa, pero lo que más sufrimiento le causó a María Teresa, fue la legitimación de algunos de los hijos naturales de Luis, ante el temor, según parece, de que pudieran hacer sombra al Delfín, su hijo, del que los astros habían predicho que era hijo de rey, y sería padre de rey, pero nunca, rey.

En 1674, para sorpresa de la Corte, la Duquesa de La Vallière, primera favorita del rey, arrepentida, le pidió perdón públicamente a María Teresa, antes de retirarse a un convento de carmelitas. La reina, amable, pero, sobre todo, compasiva, le devolvió oficialmente la visita.

En 1680 el rey casó al Delfín con María Ana de Baviera –que sería la primera de sus cuatro esposas-, sin consultar a la reina, que sabía que su hijo estaba enamorado de otra mujer. En todo caso, pronto fue abuela de un nuevo pequeño duque.

La familia del Gran Delfín hacia 1688, de Pierre Mignard. Modelo para el cuadro encargado por Luis XIV. Colección particular. La pintura definitiva, de 1687, se conserva en el Castillo de Versalles.

-Louis, duque de Borgoña (1682-1712).
-Philippe, duque de Anjou (1683-1746), futuro rey de España.
-Charles, duque de Berry (1686-1714).

A partir del verano de 1690, bajo la influencia de Madame de Maintenon, Luis XIV que hasta entonces, la había descuidado públicamente, se acercó más a su esposa. María Teresa, conmovida por las atenciones inesperadas de su frívolo marido, dijo: -¡Dios ha inspirado a Madame de Maintenon para devolverme el corazón del rey! Nunca me había tratado con tanta ternura.

A la vuelta de una visita a las fortalezas construidas por Vauban, María Teresa murió repentinamente, el 30 de julio de 1683, en Versalles. Se dice que sus últimas palabras fueron: -Desde que fui reina, sólo he tenido un día de felicidad. 

También se añade que Luis XIV dijo: -Es el primer disgusto que me causa, si bien, curiosamente, tales palabras también han sido adjudicadas literalmente a Carlos III de España.

Dos meses después, Luis XIV podría haberse casado en secreto con aquella última amante, a la que en privado llamaba “Santa Francisca”, es decir, Madame de Maintenon, a la cual le pareció apropiado llevar luto por la reina y mostrar un aspecto apenado. Al parecer, la idea divirtió mucho al rey, que muy pronto reanudó sus habituales diversiones.

Luis y María Teresa tuvieron 6 hijos de los cuales sólo sobrevivió el mayor, Luis, el Gran Delfín, que, nacido el 1 de noviembre de 1661, moriría, sin haber accedido al trono, el 14 de abril de 1711.



La Guerra de Devolución

A pesar de producirse a causa de las reclamaciones del rey Luis sobre la supuesta herencia de María Teresa, apenas tuvo eco en España, porque los enfrentamientos no se produjeron en suelo peninsular.

Cuando murió Felipe IV, el padre de María Teresa, en el otoño de 1665, dejó el trono a su único hijo, Carlos II, que, como hemos dicho, sólo tenía cuatro años, y era tan débil y enfermizo, que las cortes europeas no dudaban que viviría poco tiempo. Ante esta eventualidad, el acceso a la herencia de España quedaba abierto, y así, anticipándose a la defunción del rey de España, el emperador Leopoldo I y Luis XIV, ambos familiares políticos de Felipe IV, firmaron, en Viena, en enero de 1668, un tratado secreto para repartirse su herencia.

Y así, sin esperar nuevos sucesos, Luis XIV, casado desde 1660 con María Teresa, hija primogénita del primer matrimonio de Felipe IV, planteó sus pretensiones en nombre de su mujer, sobre algunas posesiones de la monarquía española. 

Recordemos que María Teresa había renunciado expresamente a aquellos derechos, en el contrato de matrimonio firmado con el Tratado de los Pirineos, los mismos en los que se prometía una dote de 500 000 escudos de oro, que nunca se hizo efectiva.

Así, tras la muerte de Felipe IV, Francia redactó un dossier titulado, Traité des droits de la Reine Très Chrétienne – Tratado de los derechos de la Reina Cristianísima, referido a la sucesión en España, en el que se esgrimía el llamado “Derecho de Devolución”, basado en una antigua costumbre de Brabante, según la cual, los hijos del primer matrimonio –en este caso, María Teresa-, eran los únicos herederos de sus padres en detrimento de los hijos habidos en un segundo matrimonio –en este caso, Carlos II-.

El político de las Provincias Unidas y matemático, Johan de Witt, trató de evitar la guerra, intentando convencer a Luis XIV de que aceptara una transacción por la cual recibiría el Ducado de Luxemburgo, Cambrai, Douai, Aire, Saint Omer y Furnes, a condición de que renunciara a sus pretensiones sobre el legado de la monarquía española. Luis no quiso ni escuchar la oferta, porque se sentía fuerte y la guerra estalló en 1667.

Johan de Witt, de Adriaen Hanneman

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Parece interesante recordar que de Witt y su hermano murieron salvajemente asesinados y sus cadáveres fueron tratados de forma terrible y sanguinaria, acusados de hacer política pro francesa. El filósofo Baruch Spinoza, que era su amigo, puso, en secreto, en el lugar donde se produjo el crimen, un cartel que decía: Ultimi barbarorum - El colmo de la barbarie. Por otra parte, su figura, prácticamente desconocida, cobró gran notoriedad desde que Alejandro Dumas incluyó su historia, dotándola de gran intensidad dramática, en los primeros capítulos de su novela, El Tulipán Negro.
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En 1526, el Tratado de Madrid abolía el vasallaje de Flandes, rompiendo con este acto, el último lazo que ligaba aquel país a las reclamaciones de Francia. Se trataba de los territorios que Carlos V había incorporado a las 17 Provincias que formaban el Círculo de Borgoña, y que después, desde 1549, serían conocidos, como los Países Bajos Españoles

En 1581, las Provincias Unidas proclamaron su independencia y sólo los Países Bajos del Sur, continuaron bajo dominio español. España siguió siendo así, después de Carlos Quinto, la primera potencia europea. El problema que planteaba esto a Luis XIV, era el peligro que para él suponía, que el reino de Francia estuviera prácticamente rodeado por posesiones españolas.

Retrato de la reina María Ana de Austria, esposa de Felipe IV y madre de Carlos II. 
Diego de Silva Velázquez. Meadows Museum. Dallas, Texas.

Pero las instalaciones militares de aquellos territorios no estaban organizadas en su conjunto, ya que cada ciudad era responsable de sí misma y debía proveer a su propia defensa, por lo que estaban poco o mal preparadas para resistir un asedio, todo lo cual supuso una gran ventaja a Francia.

Francia, que había abandonado al monarca portugués de la Casa de Bragança cuando firmó el Tratado de los Pirineos, volvió a acercarse a él. El 31 de marzo de 1667, Luis XIV concluyó con Alfonso VI de Portugal una nueva alianza ofensiva que obligó al monarca español a poner fin a la Guerra de Aclamación, que conocemos mejor, como de Restauración, reconociendo la independencia de Portugal, en Lisboa, el 13 de febrero de 1668.

El único adversario potencial de la expansión francesa era el emperador Leopoldo I, ya que, por los Acuerdos de Augsburgo, de 1548, en tanto que miembros del Círculo de Borgoña, los Países Bajos españoles, estaban bajo la protección del Sacro Imperio Romano Germánico, que debía prestarles ayuda en caso de agresión. 

Para eliminar esta amenaza, la diplomacia francesa se alió con la Liga del Rin, cuyo objetivo era velar por el mantenimiento de las cláusulas del Tratado de Westfalia, por las cuales, los príncipes alemanes se comprometieron a no dejar pasar por sus Estados, ninguna tropa destinada a atacar a Francia, ya fuera en los Países Bajos españoles o en cualquier otro lugar.


Entre Marzo y Abril de 1667: empiezan los preparativos militares de Luis XIV. El Marqués de Castel-Rodrigo, gobernador de la provincia flamenca, alerta en vano a Madrid.

El Grand-Roi, dirige el Traité des droits de la Reine Très-Chrétienne, a Madrid, el 8 de mayo de 1667, en el cual reclama la cesión de numerosas plazas en el norte de Francia. Sin duda, no imaginaba entonces que obtendría la totalidad de sus reclamaciones, con relativa facilidad.

A partir de 1665, tras la muerte de Felipe IV, Luis XIV propuso al emperador Leopoldo I, yerno, como él, del difunto monarca español, un tratado de partición secreto, que se firmó en Viena, la noche del 19 o el 20 de enero de 1668, al mismo tiempo que el escrito evocando el derecho de devolución, se dirigía a Madrid.

La campaña de Flandes terminaba el 13 de septiembre de 1667.

Las victorias del ejército del Grand Roi, suscitaron temor. Los ingleses, alarmados por la presencia francesa ya en el Escalda, terminaron acordando con sus enemigos el Tratado de Paz de Breda, en julio de 1667. Desde el mes de enero siguiente, las Provincias Unidas concluían con el adversario de la víspera, la Triple Alianza de La Haya, en la que pronto entraría Suecia.

El rey de Francia parecía entonces dueño de la situación, tanto más, cuanto que el Tratado secreto de Viena, le protegía también ante cualquier medida que pudiera tomar el Imperio contra él.

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Pedro II rey de Portugal decidió entonces poner fin a la guerra con España, liberando así las tropas susceptibles de ser empleadas contra Francia. Carlos IV, duque de Lorena y de Bar, prometió 8.000 hombres a los adversarios de Francia. Ante tales circunstancias, Luis XIV aceptó negociar con la Triple Alianza.

Las negociaciones empezaron en Aix-la-Chapelle, y asistieron, d’Estrades, por Francia; Dohna, por Suecia; Temple, por Inglaterra y De Witt por las Provincias Unidas, bajo el arbitrio del legado del papa Clemente IX, que dio nombre a esta paz.

Colbert de Croissy firmó por el rey de Francia, y el barón de Bergheick por el rey de España.

Conmemoración de la Paz de Aix, o Clementina, en el techo de la galería de los Espejos de Versalles.

Los artículos 3 y 4 de esta paz adjudicaron a Luis XIV las conquistas que había hecho durante la campaña de Flandes:

“En consecuencia de la paz, el rey cristianísimo conservará y disfrutará efectivamente todas las plazas, fuertes y puestos, que sus ejércitos han ocupado o fortificado durante la campaña del año pasado; a saber, de la fortaleza de Charleroi, las villas de Binche y de Ath, las plazas de Douai, el fuerte de Scarpe, comprendido Tournai, Oudenarde, Lille, Armentières, Courtrai, Bergues y Furnes, y de toda la extensión de sus bailíos, castellanías, territorios, gobiernos, prevostes, pertenencias dependencias y anexos.”

Por el artículo 5, Francia restituía el Franco-Condado al rey de España.

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La Paz de Aix-la Chapelle de 1668 tiene algo muy curioso, y es que, ni en el preámbulo ni en ningún artículo, se habla de las pretensiones de la reina española de Francia sobre los Países Bajos, que habían sido el motivo esgrimido, para la guerra de Devolución, ni tampoco se citaba su renuncia expresa a la Corona española. Además, España ponía en manos de Francia, casi de forma gratuita, importantes plazas, que eran la llave de los Países Bajos, por los artículos 4 y 8 de este Tratado.

Además, la Paz de Aix-la-Chapelle fue firmada antes de que la Triple Alianza, que la había promovido, fuera firme.

Más tarde, Gran Bretaña propuso a los holandeses el mantenimiento de aquella Triple Alianza y hacer entrar en ella a España, pero Jean de Witt rechazó la proposición. La paz no fue más que una tregua y ya el rey de Francia pensaba en castigar lo que él llamaba el orgullo de los holandeses, rivales en el comercio y la marina de Francia, para “anularlos”. Era el origen de una nueva guerra que opuso a Francia y a la Cuádruple Alianza; la Guerra de Holanda.



A partir de entonces, Francia se situó como primera potencia militar y diplomática en Europa, imponiéndose, incluso, al Papa. Luis acrecentó el reino por el norte, con Artois y con la compra de Dunkerke a los británicos y conservó el Rosellón en el sur. Al mismo tiempo, por sugerencia de Colbert empezó a construir una armada cuyo objetivo era aumentar su poder colonial mediante el desgaste de la hegemonía española.

La creciente ambición de Luis XIV le llevó entonces a poner en marcha una política de expansión territorial, por ejemplo, contra el Palatinado, donde empleó tal violencia y produjo tales masacres, que provocó la creación de la Liga de Augsburgo en julio de 1686; formada por los Habsburgo y los protestantes.

El conflicto se produjo entre 1688 y 1697, nueve años de guerra extremadamente violenta por tierra y por mar. El desgaste de la guerra y el aislamiento diplomático subsiguiente, fueron parcialmente compensados por el aumento de los límites territoriales del reino. Al mismo tiempo, el progresivo debilitamiento español, permitió a Luis XIV convertir su reino en la primera potencia católica.

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Entre las guerras de Devolución, 1667 y de Sucesión, 1702, se produjeron las muertes de:

Moliere, en 1673; Corneille, en 1684 y Racine, en 1699. 

La reina María Teresa de Austria y Colbert, fallecieron en 1683 y el Gran Condé, en 1686. Louvois, en 1691, y, naturalmente, en 1700, Carlos II de España. Su desaparición, sin herederos, daría lugar a la Guerra de Sucesión entre las Casas de Borbón y Austria, entre las cuales se dirimirá la herencia del Imperio Español.


La Guerra de Sucesión de España opuso a varias potencias europeas, entre 1701 y 1714, por la sucesión al trono de España, tras la muerte sin descendencia del último Habsburgo español, Carlos II, y a través de él, el dominio de Europa y el no menos considerable imperio colonial.

Sería la última gran guerra de Luis XIV, pero fue la que le permitió poner al primer Borbón en el trono de España; su nieto, el duque de Anjou, conocido como Felipe V. Si bien este monarca tuvo que renunciar a la herencia francesa para él y sus herederos, fue así el fundador de la dinastía Borbón de España, que permanece en la actualidad. 

Tras el reinado de varios monarcas de origen austríaco –desde Carlos I en 1500, hasta Carlos II, en 1700, podríamos decir, aunque fuera necesario algún matiz, que Juana I, aquella que pasó a la Historia con el sobrenombre de “La Loca” –nunca sabremos hasta qué punto merecidamente-, fue la última reina española de España.

El Alcázar de Madrid, en 1534. 
El estilo “Austria”.

El Palacio de Oriente, sobre el emplazamiento del anterior Alcázar. 
El estilo “Borbón”.
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Carlos II de España, de W. Humer.

El 1º de noviembre de 1700, moría Carlos II, sin descendencia. Las dos grandes familias reinantes en Europa: Borbón y Habsburgo, reclaman su herencia.

Carlos II se la deja a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV.

El duque de Anjou -Felipe V-, fue coronado en Madrid a los 17 años.

España está muy debilitada y trata, fundamentalmente, de salvar el imperio de Ultramar, dejando atrás su papel hegemónico en Europa.

Los Austria, rama menor de la Casa reinante en España, posee el Imperio y el archiduque Carlos, hijo menor del emperador, consideraba que la herencia española le corresponde sin la menor duda.

El rey de Francia piensa lo mismo, porque es hijo y esposo de sendas Infantas españolas.

Las potencias marítimas, Inglaterra y las Provincias Unidas, rechazan tanto la hegemonía francesa, como la recuperación del imperio de Carlos V y se muestran favorables a un acuerdo.

Felipe de Anjou, sucesor reconocido por Carlos II. Joseph Vivien

El Archiduque Carlos de Habsburgo, pretendiente austríaco, reconocido por los reinos de Aragón. 
Palacio Museo Mercader, Cornellá de Llobregat.




sábado, 18 de agosto de 2018

Luis XIV de Francia • Monarca efectivo • II Parte



Luis XIV como Júpiter vencedor de la Fronde, atribuido a Charles Poerson. 
Castillo de Versales, c. 1654.

El 21 de octubre de 1652, Luis XIV entraba triunfalmente en París para instalarse en el Louvre, disponiéndose a tomar medidas inmediatas contra los principales frondistas.

Mediante la Declaración Real del 12 de noviembre de 1652 retiraba al Príncipe de Condé sus dignidades y gobierno y el 27 de marzo de 1654, un decreto del Parlamento, le condenaba a muerte, que terminó en un exilio de 7 años (octubre 1652-noviembre 1659), durante los cuales Condé participó en la guerra franco-española, aunque aseguraba: No soy hostil a mi rey, sino a Mazarino

En 1659, cuando la guerra se decantaba con ventaja para Francia, se sometió a la indulgencia del rey y, finalmente, una cláusula del Tratado de los Pirineos le permitió recuperar sus títulos y bienes. El 27 de enero de 1660, en Aix, Condé se postraba ante Luis XIV, antes de recibir la carta de indulto de su condena, así como la de sus compañeros.

Su hermano, el príncipe de Conti, que siguió luchando a pesar de la entente que se preparaba en octubre de 1652, fue declarado culpable de lesa majestad, y, finalmente, rindió las armas en señal de paz, en Pézenas, el 20 de julio de 1653. Después renunció a sus beneficios eclesiásticos y aceptó casarse con la sobrina de Mazarino, Anne-Marie Martinozzi.

Gondi, que era Cardenal de Retz desde el 19 de febrero de 1652, fue encarcelado en el castillo de Vincennes, el 19 de diciembre del mismo año. Después fue llevado a Nantes, de donde escapó en 1654 para refugiarse en Roma.

Gaston d’Orlèans fue invitado a retirarse al castillo de Blois, donde permaneció hasta su muerte

La Duquesa de Longueville no sufrió pena alguna, ya que cartas patentes de 1653 confirmaban el rango de su marido como príncipe de la sangre, duque y par. Viuda en 1663, se retiró del mundo y se convirtió en una importante figura de Port-Royal.



Port Royal

El convento de Port-Royal, fundado en 1204, muy cerca del río Chevreuse, cerca de París, creó y mantuvo las conocidas como Pequeñas Escuelas de Port-Royal, a las que asistió, por ejemplo, Jean Racine, que posteriormente, escribió su historia y defendió sus valores: 

 (...) es una de las más antiguas abadías de las que pertenecen a la orden de Císter. Fue fundada en 1204 por un santo párroco de Paris, Eudes de Sully, de la casa de los condes de Champagne (…) Doce, apenas, fueron las religiosas con las que se inauguró. Los benefactores fueron los señores Montmorency y los condes de Montfort, que hicieron muchas donaciones, confirmadas por el rey San Luis, que dio a las religiosas una renta en forma de limosna que dura hasta el día de hoy. Las religiosas consideran al santo rey el fundador de ese albergue.

Port Royal. Palomar

El papa Honorio III “concedió a esta abadía grandes privilegios (…). Entre ellos permitir a las religiosas dar pensión a seglares que, disgustados del mundo, y pudiendo disponer de sí mismos, podían refugiarse en el convento para hacer penitencia sin necesidad de ligarse al monasterio por votos”.

En 1634 Jean Duvergier de Hauranne, abad de Saint-Cyran fue nombrado director espiritual de la comunidad. Había tenido gran amistad con Cornelio Jansen, más conocido como Jansenius. Tras su llegada, tanto los conventos como las escuelas, se adhirieron a la corriente teológica que sería conocida como Jansenismo.

El ambiente de estudio y religiosidad que reinaba en aquellos conventos atrajo a algunas personalidades de la vida cultural de la época, que, de un modo u otro, dejaron testimonio de la intensa experiencia en sus obras.

El ya citado Jean Racine, por ejemplo, acudía frecuentemente a Port-Royal y Blaise Pascal defendió su pensamiento contra los jesuitas en la época de las controversias. 

Racine y Pascal en Port Royal

También el gran pintor Philipe de Champaigne visitaba la abadía, donde retrató a algunos de sus miembros, e incluso realizó una pintura en la que dejaba constancia de la curación de su hija, considerada milagrosa. 

Exvoto pintado por Philippe de Champaigne en 1662 para agradecer la curación milagrosa de la parálisis de su hija, monja en el convento de Port Royal. 
Museo del Louvre, París.

El duque de Luynes y el duque de Liancourt, también hicieron público su apoyo a la abadía en los momentos más difíciles y amenazadores para su pervivencia. 

Pero al final, y después de grandes controversias, las escuelas de Port-Royal fueron acusadas de herejía, y en 1679 el monasterio recibió la orden de no recibir más novicias. Evidentemente el convento se fue agotando hasta su completa extinción. El edificio fue demolido en 1710 y el lugar, con parte de las construcciones complementarias, quedó como propiedad del convento homónimo de París.

El 17 de abril de 1706, el Consejo del rey, su círculo íntimo en el gobierno, estableció que habiendo sido informado el rey de que en la abadía de Port-Royal se practicaba una “doctrina mala y contraria a las disposiciones de la Iglesia”, decidió prohibirles a las religiosas recibir novicias. Unos meses más tarde también se les prohibía expresamente recibir los sacramentos. Antes hubo una bula papal que condenaba la actitud reservada de las religiosas respecto de asuntos de doctrina sobre las que se les obligó a adoptar una posición.

(...) Dos años después, en marzo de 1708 otra bula papal decretaba la extinción de Port-Royal, y la distribución de las monjas en distintos conventos. En octubre del año siguiente, un contingente armado, capitaneado por el Marqués D’Argenson tomaba por asalto la modesta sede de Port-Royal des Champs y apresaba a 22 monjas, entre las que había varias octogenarias; la más joven tenía más de 50 años. Un grupo de cuatro carretas se llevó los libros, la pobre toilette de las mujeres y el rudimentario confort de aquella casa consagrada a Dios. En el transcurso de los años siguientes, siempre por orden del rey y consejo del papa, se destruiría el edificio, la Iglesia, y, sin ningún sentimiento más que el desprecio y sin otro homenaje que la indiferencia del soldado de turno, se exhumaron los cadáveres del cementerio para arrojarlos a la fosa común.

Maestros de la Gracia. La Abadía de Port Royal en el siglo XVII

Con el título de Lógica de Port-Royal o bien el arte de pensar, Antoine Arnauld y Pierre Nicole, dos importantes jansenistas, publicaron un tratado de lógica que, además de los capítulos habituales acerca del entendimiento, aparecía uno más, dedicado al método, acorde con el pensamiento de Descartes.

Biblioteca de Port Royal

Vista hacia el valle desde la entrada del Museo de Port-Royal des Champs, entre dos luces.


La Grande Mademoiselle, Anne Marie Luise d'Orléans, Duquesa de Montpensier, (29.5.1627– 5.4 April 1693) recibió una orden de exilio el 21 de octubre de 1652 y se fue al castillo de Saint-Fargeau con sus amigas frondistas, las señoras de Fiesque y de Frontenac. Permaneció allí hasta 1657 y empezó a escribir sus Memorias, que según el historiador François Bluche, siguen siendo uno de los testimonios más ricos sobre la corte y sobre la sensibilidad femenina en el siglo XVII.

Grande Mademoiselle, de Jean Nocret. Palacio de Versalles

Nacida el 29 de mayo de 1627, era Duquesa de Montpensier, Delfina d'Auvergne, Condesa d'Eu y de Mortain y Princesa de Joinville y de Dombes. Hija de Gaston d'Orléans y de Marie de Bourbon, nieta del rey Enrique IV y prima hermana de Luis XIV.

Con un carácter fuerte e independiente, no dudó en enfrentarse a su padre y al rey Sol, a causa de los matrimonios que quisieron imponerle, o en lo relativo al empleo de su gran fortuna, que manejaba personalmente. 

El nombre de Grande Mademoiselle, se correspondía con el de Grand Monsieur, que llevaba su padre, Gaston de France (1608-1660), hasta el nacimiento de Philippe, el hermano menor de Luis XIV, que fue a su vez, Petit Monsieur; Gaston había sido sólo Monsieur, como hermano menor de Luis XIII. 

El ducado de Montpensier procedía de su madre, Marie de Bourbon, rica y única heredera de una rama menor de los Bourbon, a la que se unía también la fortuna de su padre, lo que convertía a la Grande Mademoiselle en la princesa más rica y titulada de Europa. Su madre murió al nacer ella y en sus Mémoires, escribió indignada por lo que se decía, acerca de que la gran fortuna que su madre le había legado, bien pudo consolarla de su pérdida.

Fue casada a su pesar, por decisión de su padre, que nunca le mostró amor paternal, para que la fortuna Montpensier pasara a la familia real, con el fin, parece, de que un nieto suyo pudiera acceder al trono después de Luis XIII, que por entonces, todavía no tenía herederos. 

Cuando su padre se casó por segunda vez, en 1632, con Margarita de Lorena, sin consentimiento real, fue condenado a diez años de exilio en compañía de su hija, en Bruselas, donde permanecieron junto a la reina María de Médicis, enfrentados todos al rey y a Richelieu.

A pesar de ser, según se dice, poco agraciada físicamente, su fortuna le atrajo numerosos pretendientes, pero todos ellos fueron rechazados por su padre o por el rey, con el que se dice que ella había soñado casarse desde muy jovencita, si bien Richelieu hizo cuanto estuvo en su mano para evitarlo, atrayéndose la enemistad de Anne Marie Luise. En todo caso, todas sus esperanzas desaparecieron cuando Luis XIV se comprometió con la Infanta española.

Cuando empezó la Fronda, Gaston d'Orléans evitó tomar posición en el conflicto, enviando a su hija en su lugar, y ella, esperando poder brillar por fin ante los ojos de su padre, se fue a Orleans, donde el 27 de marzo de 1652 intentó convencer a las autoridades municipales de que no abrieran las puertas de la ciudad a las tropas reales, aunque su discurso no causó efecto.

El día 2 de julio de 1652 durante la batalla librada en el faubourg Saint-Antoine, Anne-Marie-Luise hizo disparar el cañón de la Bastille -con la aprobación de su padre- contra las tropas reales, para salvar a su primo, el príncipe de Condé, con el que también había pensado casarse. En consecuencia, el rey la exilió en Bourgogne durante tres años. 

La Grande Mademoiselle par Luis Ferdinand Elle l'Aîné.

Y ya en Bourgogne, residiendo en el Château de Saint-Fargeau, entre 1652 y 1657, empezó a escribir su Memorias, cuya redacción prosiguió en Château d'Eu, en Normandie. En el relato aparecen sus recuerdos como una conmovedora confesión. En ellas limpia su imagen, confía sus estados de ánimo sin falso pudor, y todo ello, con cierto talento y algo de egotismo. Su relato todavía se lee con interés, entre otras causas, porque es un testimonio único de la vida de una mujer en el siglo XVII, prisionera de su educación y de su rango; allí donde otros suelen decir que han vivido, ella dice que ha “experimentado”.

Château de Saint-Fargeau

Château d’Eu

Protegió mucho las artes durante aquel exilio, y descubrió, especialmente, a Lully, que se convertiría en un celebérrimo compositor.

Jean-Baptiste Lully, de Paul Mignard. Museo Condé 

La Duquesa volvió a la Corte en 1657. 

Un episodio célebre de su vida fue su aventura, a partir de 1670, a la edad de 43 años, con Lauzun, un gentilhombre cadete en Gacuña, voluble y petimetre, seis años más joven que ella, y que le hizo la corte asiduamente.

El rey, ante la insistencia de su prima, autorizó el matrimonio para alegría de ella, aconsejándole de todas formas, con razón, que se casara antes de que se conociera la noticia, pues en cuanto los cortesanos lo supieron en efecto, protestaron, porque Lauzun procedía de una familia venida a menos y que no pertenecía a la Corte, habiendo entre él y la Gran Mademoiselle un abismo social.

En consecuencia, tres días después de haber autorizado el matrimonio, Luis XIV llamó a su prima para prohibírselo; ella, desesperada, gritó y lloró, pero no le sirvió de nada.

En cuanto a Lauzun, reaccionó fríamente y permaneció insensible y despegado, mostrando que, en realidad, quería casarse con Anne-Marie-Luise para disfrutar de su inmensa fortuna. Trató entonces de obtener un cargo más importante en la Corte, a través de madame de Montespan, la amante del rey, que aceptó hablar al monarca en su favor. 

Pero Lauzun se escondió bajo la cama donde yacían Montespan y el rey y le oyó cómo ella le decía a Luis XIV que desconfiara de él, y sobre todo, que no le diera ningún cargo. Poco después, Lauzun, furibundo, insultó a la marquesa, por lo que el rey mandó encarcelarlo durante diez años en la siniestra prisión de Pignerol, en los Alpes, la misma que, de acuerdo con algunos relatos, ocuparía el misterioso hombre de la Máscara de Hierro.

Para liberar a su amigo, con el que se casaría en secreto, hacia 1671, la Grande Mademoiselle donó una parte notable de sus bienes al duque del Maine, hijo natural de Luis XIV, al que además nombró heredero, aunque este dato no está documentado y a pesar de su supuesto sacrificio, ella nunca fue feliz; Lauzun era tal como se sospechaba, y pronto volvió a su carrera de cortesano ambicioso y seductor sin redención.

Evidentemente Madame no era muy apreciada en la Corte, pues la mayor parte de los príncipes y cortesanos, e incluso el rey, envidiaban su inmensa fortuna y sus enormes posesiones. Madame de Sevigné la describe como persona avara y muy fría.

Falleció el 5 de abril de 1693.



Parte III, Capítulo VI: Escena entre Mademoiselle y Lauzun; ella le expulsa de su presencia.

El Sr. De Lauzun me escribió una larga carta para que pidiera al rey que le hiciera servir en su ejército como ayuda de campo junto a su persona; que él haría cuanto el rey deseara, pero que si quería hacerle justicia, debería hacerle lugarteniente general por delante de los demás, teniendo en cuenta el tiempo que ya lo había sido. Después trató de picar mi honra diciendo que me sentiría avergonzada si el rey me lo negara.

Fui a ver a Mme. De Maintenon y le dije: 
-Ya no sé que partido tomar; todo el mundo me hace reproches. Ved la carta que me ha escrito M. de Lauzum. Sabéis si no quiero que venga y si me opongo a ello; os he rogado muchas veces que intervengáis y siempre os habéis negado. Elle me dijo:
-Escribidle una respuesta y mostrádmela, os lo ruego.

Me fui a escribir a mi habitación y se la llevé. Creo que le decía que le había dado suficientes pruebas de que deseaba su ascenso y verlo al lado del rey y que no sabía si el hecho de no lograrlo era culpa mía, pero que si él sabía de donde procedía todo, que me lo dijera, para poder poner remedio. La carta era más larga pero este era el sentido.

A Mme. de Maintenon le alegró. Luego mostré las dos cartas a Mme. de Montespan, que me dijo:
-Todo eso son palabras que no concluyen nada.
Me pareció que no estaba de buen humor y seguí yendo a su casa como de costumbre, pero no intentaba encontrarme cara a cara con ella. Al final, antes de que el rey se marchara, me preguntó:

-¿Creéis que el rey no lo quiera a su lado porque no se lo habéis pedido? ¿Seríais tan cruel como para permitir que no pueda mejorar, sólo porque no habéis querido actuar a su favor?
-Me enfadé y le dije que no me parecía que debiera hablarme así, pues sabía cuántas veces había mediado en su favor, incluso a Mr. Colbert, sin que quisieran hacer nada, incluso ella misma, que debería estarme agradecida como tantas veces me había dicho. Y me dijo:
-¿Queréis que diga al rey que no deseáis que M. Lauzun vaya con el ejército?
-Al contrario, quiero que vaya y que el rey lo acepte como se lo he pedido.
El día siguiente volví a verla y me dijo:
-He hablado al rey en el sentido que queríais y lo siento por M. Lauzun.-Y se fue, pero después de la cena, el rey me dijo:

-Mme. De Montespan me ha hablado de M. Lauzun y me ha dicho cosas que no comprendo. ¿Queréis quizá que vaya en mi ejército sin que me lo pidáis? Me parece ridículo. Ahora tengo mis razones para no verlo, pero cuando pueda hacerlo, será por amor a vos y no por él. Nunca la daré nada sin vuestra  participación; todo tiene que proceder de vos, pero no es el momento. ¿Estáis contenta?
-Lo estoy siempre ante la amabilidad de Vuestra Majestad.
-Pues ésa es mi intención y no veo ningún misterio en ello; pero ¿estáis contenta de mí?
-Sí, Sire; así será siempre, cuando Vuestra Majestad me hable con tanta bondad.

Al día siguiente, se fue [el rey salió e Versalles el 22 de abril de 1684]. Y me fui a París un día, sin que Mr. De Lauzun volviera a venir a verme. Fui a Saint-Joseph, y al llegar encontré a Mme. De Montespan hablando en la calle; nos saludamos muy friamente. Monsieur se había quedado unos días en París y M. de Lauzun vino a verme; me dirigí a él con aire sonriente y le dije:

-Deberíais iros a Lauzun o a Saint-Fargeau, pues al no salir con el rey, sería ridículo que permanecierais en París, y me molestaría mucho que creyeran que soy yo la causa. Y me contestó:
-Me voy y os digo adiós para no volver a veros en mi vida.
-Mi vida habría sido muy feliz si nunca os hubiera visto, pero más vale tarde que nunca.
-Habéis arruinado mi fortuna; me habéis cortado el cuello, vos tenéis la culpa de que yo no haya ido con el rey, por no pedírselo.
-¡Oh! Eso es completamente falso; él mismo podría decirlo.
Se enfadó mucho, pero yo, con gran sangre fría, le dije:
-Adiós, pues. Y volví a mi habitación, donde permanecí algún tiempo. Cuando volví, todavía estaba allí. Las señoras me dijeron:
-¿No queréis jugar?
Pero yo me dirigí a él y le dije:
-Ya es suficiente, mantened vuestra decisión y marcháos. (1)

Él se fue a casa de Monsieur y le dijo que yo lo había echado como a un pícaro, quejándose mucho de mí. Pero cuando conté a Monsieur lo que había pasado, supo que él no tenía razón. Permaneció unos días en París y después se fue; ya tenía el equipaje preparado y yo nunca supe ni entendí lo que había pasado realmente.

(1) Según el Journal de Dangeau, con fecha de 4 de mayo de 1684: Se supo de París que Mademoiselle había prohibido a M. de Lauzun presentarse ante ella, lo que fija la fecha de la escena y prueba asimismo que fue muy sonada.


● ▪ ●

Para completar su tarea, Luis XIV hizo que una cámara, llamada, de Justicia Triunfal, reunida en el Louvre, prohibiera a los magistrados intervenir en los Asuntos de Estado.

Y para terminar con la Fronde, hay que recordar que Mazarino también volvió; el 3 de febrero de 1653, recibiendo el cálido aplauso de los mismos parisinos que tanto le habían censurado repitiendo las escabrosas mazarinades

Mazarinades

"A pesar de Mazarino, los frondistas aseguran la salvación del Estado".


LA CORONACIÓN

Reims, coronación de Luis XIV de France et de Navarre. Tapiz.

Reims, ciudad de las coronaciones, esperaba con impaciencia esta ceremonia, una de las más grandiosas y apreciadas desde hacía siglos en la ciudad. Cuando supo que la fecha se había fijado para el 7 de junio de 1654, hizo de inmediato un préstamo de 18000 Libras, seguido de inmediato por otro de 4000.

La Sede Episcopal de Reims estaba vacante, y fue el obispo de Soissons, Monseñor Simon Legras, el que fue llamado para presidir la ceremonia de la coronación. Los preparativos fueron rápidos, porque  había que proveer alojamientos para los príncipes y señores que pronto empezarían a llegar.

Se llevaron tapices destinados a la decoración de la catedral, la vajilla para el festín que debía seguir a la coronación. Las calles fueron pavimentadas, los puentes consolidados, y se decoraron las puertas de la ciudad; se adquirieron grandes cantidades de vino para todos los asistentes y los poetas locales fueron invitados a componer versos de bienvenida, de los que se conservan estos:

Debes ser coronado rey
No sólo de Francia, sino del mundo.

El rey y su cortejo llegaron a Reims la tarde del 3 de junio. Las autoridades de la ciudad salieron a su encuentro hasta la altura del Mont Saint-Pierre. Seguían detrás 300 habitantes montados a caballo. Dos mil arcabuceros cubrieron el recorrido hasta la Puerta de Vesle, una calle cuyas casas estaban adornadas con ramas, y a través de la cual, el cortejo llegó directamente a la catedral, donde fueron acogidos por los obispos y numerosos prelados. El Rey se fue después al Palacio Arzobispal donde estaban preparados apartamentos para él, mientras sonaban las campanas, acompañadas de salvas de mosquetería y cañonazos.

La reina madre, Ana de Austria, se alojó en casa de un rico comerciante, Jean Maillefer, en una bella casa, construida no lejos de allí, en el emplazamiento de la actual Biblioteca Carnégie.

El programa de los tres días anteriores a la coronación, estaban repletos. El 4 de junio, el rey participó en la Fête-Dieu y en la gran procesión que recorrió la ciudad. El día 5 fue a Saint-Remi con los obispos y señores de la corte y después, a la Abadía de Saint-Pierre-les-Dames. Y el 6 de junio fue a Saint-Nicaise, donde asistió a una misa.

Llegó al fin el día de la Coronación. El rey había pedido que la ceremonia empezara temprano para terminar a medio día y no retrasar el festín real. Los primeros invitados se presentaron a las tres de la mañana y todas las plazas estaban ocupadas a las cinco. El rey abandonó entonces el arzobispado y tomó una galera cubierta que lo llevó hasta la entrada de la catedral. Acogido por Mr. Legras, se dirigió al coro, donde, donde se colocó ante el altar.

Entre tanto, cuatro señores fueron a buscar a la basílica de Saint-Remi la Sainte Ampoule - una especie de pequeña redoma o vaso en que estaba encerrado el óleo santo que servía para consagrar a los reyes de Francia-, que fue colocada sobre el altar. El obispo de Soisson, con una aguja de oro, sacó un poco del bálsamo contenido en la Sainte Ampoule y lo mezcló con el santo crisma. El rey descendió del trono y fue a prosternarse ante el altar, donde recibió la unción en la cabeza, el pecho, los hombros y sobre las venas de los brazos, mientras los obispos cantaban letanías.

Siguió entonces la coronación. Monseñor Legras tomó del altar la corona llamada de Carlomagno, que es de oro puro, cubierta de flores de lis, con rubíes, zafiros y esmeraldas. La colocó sobre la cabeza del rey, que, con el cetro de la justicia en la mano, fue llevado al trono.

Al grito de “Viva Rex”, las puertas de la catedral se abrieron para permitir la entrada al pueblo. La música del coro se mezclaba con las descargas de los mosquetes y las aclamaciones de la multitud. 

Se distribuyeron monedas de plata y se dejaron libres centenares de pájaros, pero la ceremonia aún no había terminado. Después del Te Deum, empezó la misa pontifical y después fue servido el festín en la sala del “Tau”. La mesa del rey se alzaba sobre un estrado ante la chimenea.

Fiesta después de la Coronación de Luis XIV en el Palacio arzobispal de Reims. 
Pierre-Denis Martin II

Al día siguiente, el rey volvió con su cortejo a Saint-Remi donde asistió a una misa. Luego, conforme a una tradición que dice que el rey tiene poder para curar a los escrofulosos, fue a tocar la cara e los enfermos que se apresuraron al jardín de la abadía, pronunciando cada vez, la frase ritual: Dios te curará, el rey de toca. 

Esta última ceremonia inspiró a Oudart Coquault un comentario desencantado: Algunos empezaron a sentir una mejoría. Yo había esperado mucho tiempo su coronación, esperando la curación de mi hijo mayor, Jehan, enfermo de aquel mal. Pero murió en octubre.

El rey abandonó Reims el 18 de octubre para dirigirse a Rethel y después a Stenay.

Extrait de Reims 1600-1800 - Deux siècles d'événements, de Daniel Pellus.


Una vez coronado, Luis continuó su formación militar con Turenne y dejó el gobierno en manos de Mazarino.

Pronto redujo a las provincias a la obediencia, como respuesta a las revueltas de Provenza, especialmente las de Marsella, donde envió al duque de Mercœur para que sometiera a los rebeldes a su autoridad, de donde se siguió la represión del 2 de marzo de 1660, tras la cual, el rey entró en la ciudad por una brecha abierta en las murallas. 

Inmediatamente cambió el régimen municipal y sometió al Parlamento de Aix. Todo intento de reclamación en Normandía, en Anjou, se terminó en 1661, aunque se dice que la obediencia fue más aceptada que impuesta. Luis XIV impresionaba a los parlamentarios; presentándose ante ellos en ropa de caza y con el látigo en la mano, con ello hacía terminar toda deliberación.

El poder parlamentario se redujo drásticamente por medio de la puesta en marcha de los lits de justice, sin la presencia del rey; debido a la pérdida de su título de corte soberana, en 1665 y por la limitación, en 1673 de su derecho de protesta.

La primera parte del reinado de Luis XIV estuvo marcada por grandes reformas administrativas y sobre todo por un mejor reparto de la fiscalidad. Los doce primeros años se vio un país en paz que recuperaba una relativa prosperidad. Se pasó progresivamente de una monarquía judicial, cuya primera función era administrar justicia, a una monarquía administrativa, cuya cabeza era el rey; grandes ordenanzas administrativas acentuaron su poder: las tierras sin señores pasaron a su dominio, lo que permitió la reorganización fiscal y los derechos locales. El rey creó el Código Luis en 1667, una especie de código civil; la Ordenanza criminal, en 1670; el Código forestal; el Edicto sobre las clases de la Marina, en 1669, la Ordenanza de Comercio, en 1673…

El Consejo Real se reorganizó en varios Consejos: de Arriba, de Despachos, de Finanzas, de Partidos, de Causas judiciales, de Comercio y el encargado de la Religión Católica y de la protestante, llamado Consejo de Conciencias.

Con el tiempo, se formaron dos clanes que rivalizaban y convivían en torno a Colbert y Le Tellier-Louvois, ya que el rey aprendió a «diviser pour mieux régner» -dividir para reinar mejor-, de tal modo que los dos bandos se controlaran mutuamente, lo que, a su vez, evitaría que cualquiera de los dos intentara algo contra su persona.

Hasta 1671, dominó el clan Colbert, pero, cuando empezaron los preparativos de la guerra de Holanda, las reticencias de Colbert, que se mostró contrario a los grandes gastos que suponía, empezó a desacreditarle a los ojos del rey. Además, estaba la diferencia de edad entre Colbert; 52 años en la época, y el rey, 33, lo que hizo que este último se aproximara naturalmente a Louvois, que aún no tenía 30 y compartía la pasión del monarca por la guerra. Hasta 1685, fue el clan Louvois el más influyente, y tras su muerte, en 1691, los cargos ministeriales tendieron a convertirse en hereditarios y aumentó la influencia de Madame de Maintenon.


La Corte de los Milagros y la seguridad interior

Luis XIV ha sido descrito como un soberano que pretendía “saberlo todo”. Desconfiaba de una ciudad a la que había visto rebelarse, cuando él aún no había decidido marcharse a Versalles. Aquel “París del siglo XVII, era prácticamente inhabitable”. La capital se percibía como una concentración peligrosa de epidemias, incendios, inundaciones, congestiones y desórdenes de todo género. Atraía a individuos que esperaban vivir mejor junto a los poderosos: aadrones, bandidos, estafadores, mendigos, enfermos, fuera de la ley, campesinos sin tierras y otros desheredados; la Corte de los Milagros más célebre de los guetos incontrolables se estima en 30000 individuos, más o menos, un 6% de su población.

La corte de los milagros bajo el Antiguo Régimen, es un conjunto de espacios fuera de la ley, en algunos barrios de París. Eran así llamados porque las pretendidas enfermedades de los mendigos que habían hecho de ella su lugar de residencia ordinaria, desaparecían al caer la noche, “como por milagro”.

El 15 de marzo de 1667, por el edicto de Saint-Germain-en-Laye, Luis XIV creó el cargo de Lugarteniente de Policía de París, que confíó a Gabriel Nicolas de La Reynie. Según el literato Horace Raison, Gabriel Nicolas se dirigió personalmente a uno de los barrios, abriendo algunas brechas en las murallas. Anunció que el rey había ordenado la evacuación del lugar y que “los doce últimos serían ahorcados o enviados a galeras”, lo que provocó la huida general de los matones. La hazaña ha sido muy repetida, si bien, gran parte de la investigación considera que sólo se trata de una leyenda.

El Hospital General de París, y el Gran Confinamiento, fundado por un edicto de 27 de abril de 1656, pretendía erradicar la mendicidad, el vagabundeo y la prostitución. 

Concebido sobre el modelo del Hospicio de la Caridad, establecido en 1624, en Lyon, era atendido por la Compañía del Santo Sacramento, en tres establecimientos: La Salpêtrère, Bicêtre y Sainte Pélagie. Sin embargo, a pesar de los castigos y las expulsiones previstas para los que no volvieran al hospital –una medida que horrorizaba a Vicente de Paul-, fue un fracaso, por falta de efectivos suficientes. Además, las diferentes facciones de la policía estaban dispersas y rivalizaban entre sí, lo que hizo que la situación, tan mal controlada, empeorase. Se dice que el rey no volvió a dormir por la noche.

Colbert se esforzó por coordinar a todas las autoridades en un solo servicio bajo la autoridad de uno de sus hombres más próximos, La Reynie, nombrado el 15 de marzo de 1667, a cargo de la lugartenencia general de policía, que acababa de ser creada. Íntegro y trabajador, La Reynie había participado en el Consejo de la reforma de la justicia. 

La ordenanza civil de Saint-Germain-en-Laye, de 3 de abril de 1667, organizó un control preciso de los asuntos interiores, asumiendo los cargos de orden público, buenas costumbres, alimentación, salubridad; fuentes públicas, seguridad: rondas, iluminación de las calles, lucha contra la delincuencia y los incendios, eliminación de las zonas fuera de la ley, etc. Su servicio comprendía también grandes y pequeños asuntos criminales en los cuales podían estar mezclados algunos aristócratas, como ocurrió con el Complot de Latréamont, en 1674.

Llamado así por el nombre de su principal instigador, fue un complot contra Luis XIV, descubierto en 1674. Fue el único complot contra el Estado producido bajo el reinado del rey Sol, y el único que pretendíó instaurar una república en Francia, antes de la Revolución Francesa. Inspirado por Gilles Duhamel de Latréaumont. Fue denunciado, y sus miembros ejecutados tras un proceso.

También sonó el llamado Asunto de los venenos, entre 1679 y 1682; una serie de crímenes que crearon un clima de histeria y de “caza de brujas”.

Por último, la Represión contra los Bohemios alcanzó su límite confirmando un decreto real, que ordenaba que todos los Bohemios varones que vivían en el reino fueron condenados a galeras a perpetuidad, sin proceso; sus mujeres, rapadas, y sus hijos recluidos en hospicios. La condena se extendería a todos aquellos nobles que les dieran asilo en sus castillos, con la confiscación de sus feudos. Tales medidas pretendían luchar contra el vagabundeo extrafronterizo y la utilización mercenaria de los bohemios por parte de ciertos nobles.



Continuará: III Parte:
Luis XIV de Francia • Política exterior • Guerra de Sucesión en España