domingo, 26 de agosto de 2018

Luis XIV de Francia • Política exterior • Guerras con los Habsburgo • III Parte



15 mayo 1685: el Dogo de Génova, Francesco Maria Lercari Imperiale es obligado a excusarse voluntariamente, a los pies de Louis XIV, en la Galería de los Espejos de Versalles. Claude Guy Hallé, Château de Versailles.

Francesco Maria Imperiale Lercari, Dogo de Génova y rey de Córcega desde 1683, intentó poner límite a la que entendía como una insoportable actitud de soberbia por parte del rey de Francia, vendió munición a los corsarios berberiscos de la entonces llamada “Regencia de Argel”. Furibundo, Luis, mandó la flota a bombardear Génova en mayo de 1684. Ante tan violenta reacción, el dogo-rey acudió a Versalles acompañado por cuatro Senadores, para prosternarse ante el monarca.

Concluida la ceremonia, Luynes preguntó al Dogo que era lo que más le impresionaba del palacio; -Mi Chi!-, exclamaría el genovés refiriéndose al hecho de hallarse él mismo allí, ya que tenía prohibido abandonar la ciudad sin permiso, bajo graves amenazas.

Curiosamente, se recuerda que el Dogo había acudido a Versalles llevando un gran manto de terciopelo púrpura que, conociendo a Luis XIV, sabía que actuaría como reclamo comercial, y así fue, ya que Francia aprovechó su presencia para adquirir grandes cantidades de terciopelo, cuyo precio sirvió para pagar la reconstrucción de Génova.
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Al principio, Louis XIV afirmó su poder, más allá de las fronteras, empleando los instrumentos propios de la diplomacia: embajadas, tratados, alianzas, uniones dinásticas... o prestando apoyo a los enemigos de sus enemigos. Pero muy pronto recurrió al ejército, siguiendo la estrategia de sus antepasados, desde Francisco I, contra el poder hegemónico de los Habsburgo, fundamentalmente, contra los de España, empezando por atacar sus territorios en Flandes –Guerra de Devolución-, y después contra los de Austria, dentro y fuera del territorio peninsular –Guerra de Sucesión-. De hecho, para asegurar a su nieto –el futuro Felipe V-, la sucesión en España, terminó lanzándose a una guerra contra toda Europa, que sólo terminó por el agotamiento de las partes, pero Luis XIV, finalmente, logró un acuerdo que interesó a todos, excepto al reino en el que pretendía coronar a su nieto, Felipe de Anjou: si los Borbones alcanzaban el poder en España, reconocerían a las dos potencias emergentes: la Inglaterra anglicana y la Austria Habsburgo.

Luis XIV luciendo su bigote “al estilo real” (las puntas se mantienen hacia arriba con cera). Claude Lefèbvre. New Orleans Museum of Art.

Para liberarse del poder Habsburgo en su entorno geográfico y, por idea de Mazarino, que recuperaba una propuesta anterior, de Richelieu, Luis XIV se alió con las principales potencias protestantes, poniendo las bases de la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648 por el Tratado de Westfalia.

Por su parte, y aprovechando las revueltas de La Fronda, España había tratado de debilitar al rey francés, apoyando al Gran Condé, en 1653, pero en 1659, sucesivas victorias francesas; su alianza con los puritanos ingleses (1655-57) y las potencias alemanas unidas por la Liga del Rin, impusieron a España el Tratado de los Pirineos, sellado con el matrimonio de Luis XIV y la Infanta española María Teresa de Austria, en 1659. 

La entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la isla de los Faisanes, de Jacques Laumosnier (1660). Musée de Tessé, Le Mans, Francia

De la Recopilación de los Tratados de Paz, etc. hecha por D. Joseph Antonio del Abreu y Bertodano, 1751

Los arts. 1 a 34: fijan ciertos reglamentos de carácter administrativo, comercial, de guerra, etc.

Arts. 35 a 41: sobre los Países Bajos Españoles; Francia obtiene el Condado de Artois y varias plazas en Flandes, como Gravelinas, Hainaut y Luxemburgo, entre otras.

España consigue que Francia se comprometa a no seguir apoyando las reivindicaciones de Portugal frente a la Corona de España y que Luis renuncie al Condado de Barcelona. 

Arts. 42 a 60: Territorios en torno a los Pirineos: Francia se anexiona el Rosellón, la Cerdaña y otros.

42. Los Montes Pirineos, que antiguamente dividían las Galias y las Españas, serán también de ahora en adelante, división de los mismos dos reinos. Sin embargo, tal división quedaría configurada sin una demarcación precisa y clara, que sólo se completaría dos siglos después, ya en el II Imperio, por el Tratado de Bayona, que especificaba 602 puntos límite sobre el terreno.

Artº. 61 El rey de España renuncia a la posesión de Alsacia que le había prometido el Emperador, así como a toda reivindicación sobre aquellos territorios anexados por Francia, en virtud del Tratado de Münster, a cambio de una indemnización por parte del rey de Francia.

Arts. 89 a 105: Sobre Italia.

Arts. 105 a 124: Disposiciones finales, con algunos artículos secretos. Aborda el matrimonio de la Infanta Española María Teresa de Austria, hija mayor de Felipe IV, con Luis XIV. Ella renuncia a sus derechos a la Corona española y aportará una dote de medio millón de escudos de oro. 

España no estaba en condiciones de pagar semejante dote, lo que permitirá al rey Luis iniciar, primero, la citada Guerra de Devolución y afrontar después en la de Sucesión, reclamando los derechos de María Teresa, ya que consideraba su renuncia invalidada por el impago de la dote.

Luis XIV y Felipe IV

Mazarino y Haro, “Primeros Ministros” de Francia y España

Ana de Austria, hija de Felipe III de España, casada con Luis XIII (madre de Luis XIV; tía y futura suegra de la María teresa ) y
María Teresa de Austria, hija de Felipe IV (prima y prometida de Luis XIV).



Velázquez, que asistió a la firma del Tratado, no como pintor, sino como Aposentador Real. Autorretrato, en 1656

No podemos pasar por alto el hecho de que, para la celebración del encuentro en la Isla de los Faisanes, Velázquez, como Aposentador Real, se encargó de preparar el alojamiento del séquito en cada jornada desde Madrid, y de decorar el pabellón donde se produjo el encuentro internacional. El trabajo fue agotador, pues, como él mismo escribió, debía adelantarse a la corte, a cuyo efecto se veía obligado a trabajar todas las noches, sin tener oportunidad de descansar, propiamente, durante el día, pues seguía atento a sus nuevas obligaciones junto al monarca. Llegó a sentirse mal ya entonces, y cayó enfermo apenas volvió a Madrid, donde moriría, el día 6 de agosto de 1660.

Boda Luis XIV – María Teresa de Austria. 6.6.1660

Boda de Louis XIV -21 años-, y María Teresa de Austria -15 días de edad menor que Luis-, en la Iglesia de St-Jean-de-Luz, el 9 de junio de 1660. 
Jacques Laumosnier, Musée de Tessé.

Durante toda su vida, María Teresa fue, especialmente piadosa, y llevó una vida muy discreta, completamente ajena al estilo de la corte francesa. Invitaba a las “compañeras” de su marido para que fueran a rezar con ella. Al parecer, fue encerrándose gradualmente en sí misma, con la compañía de una pequeña corte personal, pero aislada en medio de la Corte, intentando recrear el ambiente que había vivido desde la infancia en Madrid, con sus doncellas españolas, monjes y enanos. Comía ajos –dicen-, bebía mucho chocolate y usaba tacones muy altos que, a veces la hicieron caer. 

Se dice también que temía a la oscuridad, incluso cuando el rey estaba con ella y que necesitaba que una doncella le contara historias para poderse dormir, la cual no podía soltar su mano en toda la noche.

Siendo de una devoción cada vez más intensa, lo esencial de su actividad lo componía el cuidado de enfermos, pobres y desheredados. Acudía frecuentemente al hospital de Saint-Germain-en-Laye, ocupándose de las tareas más penosas y dotaba, en secreto a las hijas de nobles pobres.

En 1665 murió su padre, dejando el trono a su hijo Carlos, de su segundo matrimonio, enfermo y con cuatro años, circunstancia que Luis XIV aprovecharía para intentar hacerse con una parte de la herencia, provocando la llamada Guerra de Devolución. 

El año siguiente, moría también la que había sido su único apoyo en la Corte francesa, su suegra y tía, la reina madre, Ana de Austria.

María Teresa soportaba en silencio los adulterios del rey, incluso con sus damas de compañía, con las que Luis viajaba abiertamente, aun cuando fuera acompañado por su esposa, pero lo que más sufrimiento le causó a María Teresa, fue la legitimación de algunos de los hijos naturales de Luis, ante el temor, según parece, de que pudieran hacer sombra al Delfín, su hijo, del que los astros habían predicho que era hijo de rey, y sería padre de rey, pero nunca, rey.

En 1674, para sorpresa de la Corte, la Duquesa de La Vallière, primera favorita del rey, arrepentida, le pidió perdón públicamente a María Teresa, antes de retirarse a un convento de carmelitas. La reina, amable, pero, sobre todo, compasiva, le devolvió oficialmente la visita.

En 1680 el rey casó al Delfín con María Ana de Baviera –que sería la primera de sus cuatro esposas-, sin consultar a la reina, que sabía que su hijo estaba enamorado de otra mujer. En todo caso, pronto fue abuela de un nuevo pequeño duque.

La familia del Gran Delfín hacia 1688, de Pierre Mignard. Modelo para el cuadro encargado por Luis XIV. Colección particular. La pintura definitiva, de 1687, se conserva en el Castillo de Versalles.

-Louis, duque de Borgoña (1682-1712).
-Philippe, duque de Anjou (1683-1746), futuro rey de España.
-Charles, duque de Berry (1686-1714).

A partir del verano de 1690, bajo la influencia de Madame de Maintenon, Luis XIV que hasta entonces, la había descuidado públicamente, se acercó más a su esposa. María Teresa, conmovida por las atenciones inesperadas de su frívolo marido, dijo: -¡Dios ha inspirado a Madame de Maintenon para devolverme el corazón del rey! Nunca me había tratado con tanta ternura.

A la vuelta de una visita a las fortalezas construidas por Vauban, María Teresa murió repentinamente, el 30 de julio de 1683, en Versalles. Se dice que sus últimas palabras fueron: -Desde que fui reina, sólo he tenido un día de felicidad. 

También se añade que Luis XIV dijo: -Es el primer disgusto que me causa, si bien, curiosamente, tales palabras también han sido adjudicadas literalmente a Carlos III de España.

Dos meses después, Luis XIV podría haberse casado en secreto con aquella última amante, a la que en privado llamaba “Santa Francisca”, es decir, Madame de Maintenon, a la cual le pareció apropiado llevar luto por la reina y mostrar un aspecto apenado. Al parecer, la idea divirtió mucho al rey, que muy pronto reanudó sus habituales diversiones.

Luis y María Teresa tuvieron 6 hijos de los cuales sólo sobrevivió el mayor, Luis, el Gran Delfín, que, nacido el 1 de noviembre de 1661, moriría, sin haber accedido al trono, el 14 de abril de 1711.



La Guerra de Devolución

A pesar de producirse a causa de las reclamaciones del rey Luis sobre la supuesta herencia de María Teresa, apenas tuvo eco en España, porque los enfrentamientos no se produjeron en suelo peninsular.

Cuando murió Felipe IV, el padre de María Teresa, en el otoño de 1665, dejó el trono a su único hijo, Carlos II, que, como hemos dicho, sólo tenía cuatro años, y era tan débil y enfermizo, que las cortes europeas no dudaban que viviría poco tiempo. Ante esta eventualidad, el acceso a la herencia de España quedaba abierto, y así, anticipándose a la defunción del rey de España, el emperador Leopoldo I y Luis XIV, ambos familiares políticos de Felipe IV, firmaron, en Viena, en enero de 1668, un tratado secreto para repartirse su herencia.

Y así, sin esperar nuevos sucesos, Luis XIV, casado desde 1660 con María Teresa, hija primogénita del primer matrimonio de Felipe IV, planteó sus pretensiones en nombre de su mujer, sobre algunas posesiones de la monarquía española. 

Recordemos que María Teresa había renunciado expresamente a aquellos derechos, en el contrato de matrimonio firmado con el Tratado de los Pirineos, los mismos en los que se prometía una dote de 500 000 escudos de oro, que nunca se hizo efectiva.

Así, tras la muerte de Felipe IV, Francia redactó un dossier titulado, Traité des droits de la Reine Très Chrétienne – Tratado de los derechos de la Reina Cristianísima, referido a la sucesión en España, en el que se esgrimía el llamado “Derecho de Devolución”, basado en una antigua costumbre de Brabante, según la cual, los hijos del primer matrimonio –en este caso, María Teresa-, eran los únicos herederos de sus padres en detrimento de los hijos habidos en un segundo matrimonio –en este caso, Carlos II-.

El político de las Provincias Unidas y matemático, Johan de Witt, trató de evitar la guerra, intentando convencer a Luis XIV de que aceptara una transacción por la cual recibiría el Ducado de Luxemburgo, Cambrai, Douai, Aire, Saint Omer y Furnes, a condición de que renunciara a sus pretensiones sobre el legado de la monarquía española. Luis no quiso ni escuchar la oferta, porque se sentía fuerte y la guerra estalló en 1667.

Johan de Witt, de Adriaen Hanneman

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Parece interesante recordar que de Witt y su hermano murieron salvajemente asesinados y sus cadáveres fueron tratados de forma terrible y sanguinaria, acusados de hacer política pro francesa. El filósofo Baruch Spinoza, que era su amigo, puso, en secreto, en el lugar donde se produjo el crimen, un cartel que decía: Ultimi barbarorum - El colmo de la barbarie. Por otra parte, su figura, prácticamente desconocida, cobró gran notoriedad desde que Alejandro Dumas incluyó su historia, dotándola de gran intensidad dramática, en los primeros capítulos de su novela, El Tulipán Negro.
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En 1526, el Tratado de Madrid abolía el vasallaje de Flandes, rompiendo con este acto, el último lazo que ligaba aquel país a las reclamaciones de Francia. Se trataba de los territorios que Carlos V había incorporado a las 17 Provincias que formaban el Círculo de Borgoña, y que después, desde 1549, serían conocidos, como los Países Bajos Españoles

En 1581, las Provincias Unidas proclamaron su independencia y sólo los Países Bajos del Sur, continuaron bajo dominio español. España siguió siendo así, después de Carlos Quinto, la primera potencia europea. El problema que planteaba esto a Luis XIV, era el peligro que para él suponía, que el reino de Francia estuviera prácticamente rodeado por posesiones españolas.

Retrato de la reina María Ana de Austria, esposa de Felipe IV y madre de Carlos II. 
Diego de Silva Velázquez. Meadows Museum. Dallas, Texas.

Pero las instalaciones militares de aquellos territorios no estaban organizadas en su conjunto, ya que cada ciudad era responsable de sí misma y debía proveer a su propia defensa, por lo que estaban poco o mal preparadas para resistir un asedio, todo lo cual supuso una gran ventaja a Francia.

Francia, que había abandonado al monarca portugués de la Casa de Bragança cuando firmó el Tratado de los Pirineos, volvió a acercarse a él. El 31 de marzo de 1667, Luis XIV concluyó con Alfonso VI de Portugal una nueva alianza ofensiva que obligó al monarca español a poner fin a la Guerra de Aclamación, que conocemos mejor, como de Restauración, reconociendo la independencia de Portugal, en Lisboa, el 13 de febrero de 1668.

El único adversario potencial de la expansión francesa era el emperador Leopoldo I, ya que, por los Acuerdos de Augsburgo, de 1548, en tanto que miembros del Círculo de Borgoña, los Países Bajos españoles, estaban bajo la protección del Sacro Imperio Romano Germánico, que debía prestarles ayuda en caso de agresión. 

Para eliminar esta amenaza, la diplomacia francesa se alió con la Liga del Rin, cuyo objetivo era velar por el mantenimiento de las cláusulas del Tratado de Westfalia, por las cuales, los príncipes alemanes se comprometieron a no dejar pasar por sus Estados, ninguna tropa destinada a atacar a Francia, ya fuera en los Países Bajos españoles o en cualquier otro lugar.


Entre Marzo y Abril de 1667: empiezan los preparativos militares de Luis XIV. El Marqués de Castel-Rodrigo, gobernador de la provincia flamenca, alerta en vano a Madrid.

El Grand-Roi, dirige el Traité des droits de la Reine Très-Chrétienne, a Madrid, el 8 de mayo de 1667, en el cual reclama la cesión de numerosas plazas en el norte de Francia. Sin duda, no imaginaba entonces que obtendría la totalidad de sus reclamaciones, con relativa facilidad.

A partir de 1665, tras la muerte de Felipe IV, Luis XIV propuso al emperador Leopoldo I, yerno, como él, del difunto monarca español, un tratado de partición secreto, que se firmó en Viena, la noche del 19 o el 20 de enero de 1668, al mismo tiempo que el escrito evocando el derecho de devolución, se dirigía a Madrid.

La campaña de Flandes terminaba el 13 de septiembre de 1667.

Las victorias del ejército del Grand Roi, suscitaron temor. Los ingleses, alarmados por la presencia francesa ya en el Escalda, terminaron acordando con sus enemigos el Tratado de Paz de Breda, en julio de 1667. Desde el mes de enero siguiente, las Provincias Unidas concluían con el adversario de la víspera, la Triple Alianza de La Haya, en la que pronto entraría Suecia.

El rey de Francia parecía entonces dueño de la situación, tanto más, cuanto que el Tratado secreto de Viena, le protegía también ante cualquier medida que pudiera tomar el Imperio contra él.

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Pedro II rey de Portugal decidió entonces poner fin a la guerra con España, liberando así las tropas susceptibles de ser empleadas contra Francia. Carlos IV, duque de Lorena y de Bar, prometió 8.000 hombres a los adversarios de Francia. Ante tales circunstancias, Luis XIV aceptó negociar con la Triple Alianza.

Las negociaciones empezaron en Aix-la-Chapelle, y asistieron, d’Estrades, por Francia; Dohna, por Suecia; Temple, por Inglaterra y De Witt por las Provincias Unidas, bajo el arbitrio del legado del papa Clemente IX, que dio nombre a esta paz.

Colbert de Croissy firmó por el rey de Francia, y el barón de Bergheick por el rey de España.

Conmemoración de la Paz de Aix, o Clementina, en el techo de la galería de los Espejos de Versalles.

Los artículos 3 y 4 de esta paz adjudicaron a Luis XIV las conquistas que había hecho durante la campaña de Flandes:

“En consecuencia de la paz, el rey cristianísimo conservará y disfrutará efectivamente todas las plazas, fuertes y puestos, que sus ejércitos han ocupado o fortificado durante la campaña del año pasado; a saber, de la fortaleza de Charleroi, las villas de Binche y de Ath, las plazas de Douai, el fuerte de Scarpe, comprendido Tournai, Oudenarde, Lille, Armentières, Courtrai, Bergues y Furnes, y de toda la extensión de sus bailíos, castellanías, territorios, gobiernos, prevostes, pertenencias dependencias y anexos.”

Por el artículo 5, Francia restituía el Franco-Condado al rey de España.

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La Paz de Aix-la Chapelle de 1668 tiene algo muy curioso, y es que, ni en el preámbulo ni en ningún artículo, se habla de las pretensiones de la reina española de Francia sobre los Países Bajos, que habían sido el motivo esgrimido, para la guerra de Devolución, ni tampoco se citaba su renuncia expresa a la Corona española. Además, España ponía en manos de Francia, casi de forma gratuita, importantes plazas, que eran la llave de los Países Bajos, por los artículos 4 y 8 de este Tratado.

Además, la Paz de Aix-la-Chapelle fue firmada antes de que la Triple Alianza, que la había promovido, fuera firme.

Más tarde, Gran Bretaña propuso a los holandeses el mantenimiento de aquella Triple Alianza y hacer entrar en ella a España, pero Jean de Witt rechazó la proposición. La paz no fue más que una tregua y ya el rey de Francia pensaba en castigar lo que él llamaba el orgullo de los holandeses, rivales en el comercio y la marina de Francia, para “anularlos”. Era el origen de una nueva guerra que opuso a Francia y a la Cuádruple Alianza; la Guerra de Holanda.



A partir de entonces, Francia se situó como primera potencia militar y diplomática en Europa, imponiéndose, incluso, al Papa. Luis acrecentó el reino por el norte, con Artois y con la compra de Dunkerke a los británicos y conservó el Rosellón en el sur. Al mismo tiempo, por sugerencia de Colbert empezó a construir una armada cuyo objetivo era aumentar su poder colonial mediante el desgaste de la hegemonía española.

La creciente ambición de Luis XIV le llevó entonces a poner en marcha una política de expansión territorial, por ejemplo, contra el Palatinado, donde empleó tal violencia y produjo tales masacres, que provocó la creación de la Liga de Augsburgo en julio de 1686; formada por los Habsburgo y los protestantes.

El conflicto se produjo entre 1688 y 1697, nueve años de guerra extremadamente violenta por tierra y por mar. El desgaste de la guerra y el aislamiento diplomático subsiguiente, fueron parcialmente compensados por el aumento de los límites territoriales del reino. Al mismo tiempo, el progresivo debilitamiento español, permitió a Luis XIV convertir su reino en la primera potencia católica.

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Entre las guerras de Devolución, 1667 y de Sucesión, 1702, se produjeron las muertes de:

Moliere, en 1673; Corneille, en 1684 y Racine, en 1699. 

La reina María Teresa de Austria y Colbert, fallecieron en 1683 y el Gran Condé, en 1686. Louvois, en 1691, y, naturalmente, en 1700, Carlos II de España. Su desaparición, sin herederos, daría lugar a la Guerra de Sucesión entre las Casas de Borbón y Austria, entre las cuales se dirimirá la herencia del Imperio Español.


La Guerra de Sucesión de España opuso a varias potencias europeas, entre 1701 y 1714, por la sucesión al trono de España, tras la muerte sin descendencia del último Habsburgo español, Carlos II, y a través de él, el dominio de Europa y el no menos considerable imperio colonial.

Sería la última gran guerra de Luis XIV, pero fue la que le permitió poner al primer Borbón en el trono de España; su nieto, el duque de Anjou, conocido como Felipe V. Si bien este monarca tuvo que renunciar a la herencia francesa para él y sus herederos, fue así el fundador de la dinastía Borbón de España, que permanece en la actualidad. 

Tras el reinado de varios monarcas de origen austríaco –desde Carlos I en 1500, hasta Carlos II, en 1700, podríamos decir, aunque fuera necesario algún matiz, que Juana I, aquella que pasó a la Historia con el sobrenombre de “La Loca” –nunca sabremos hasta qué punto merecidamente-, fue la última reina española de España.

El Alcázar de Madrid, en 1534. 
El estilo “Austria”.

El Palacio de Oriente, sobre el emplazamiento del anterior Alcázar. 
El estilo “Borbón”.
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Carlos II de España, de W. Humer.

El 1º de noviembre de 1700, moría Carlos II, sin descendencia. Las dos grandes familias reinantes en Europa: Borbón y Habsburgo, reclaman su herencia.

Carlos II se la deja a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV.

El duque de Anjou -Felipe V-, fue coronado en Madrid a los 17 años.

España está muy debilitada y trata, fundamentalmente, de salvar el imperio de Ultramar, dejando atrás su papel hegemónico en Europa.

Los Austria, rama menor de la Casa reinante en España, posee el Imperio y el archiduque Carlos, hijo menor del emperador, consideraba que la herencia española le corresponde sin la menor duda.

El rey de Francia piensa lo mismo, porque es hijo y esposo de sendas Infantas españolas.

Las potencias marítimas, Inglaterra y las Provincias Unidas, rechazan tanto la hegemonía francesa, como la recuperación del imperio de Carlos V y se muestran favorables a un acuerdo.

Felipe de Anjou, sucesor reconocido por Carlos II. Joseph Vivien

El Archiduque Carlos de Habsburgo, pretendiente austríaco, reconocido por los reinos de Aragón. 
Palacio Museo Mercader, Cornellá de Llobregat.




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