sábado, 7 de agosto de 2021

Agosto en el Calendario • Emperadores, Pontífices y Sabios

El nombre del mes de Agosto procede de Augustus, y fue así denominado en honor del emperador Octavio Augusto. Anteriormente se llamaba “Sextīlis”, porque en el calendario romano vigente, era el sexto mes del año.

Octavio AUGUSTO. Augustus Prima Porta. Museos Vaticanos. Mármol blanco siglo I

En el año 44 aC., Marco Antonio se propuso homenajear la memoria de Julio César, a cuyo efecto, decidió que el mes 5º del año, que entonces se llamaba quintilis, de 30 días, pasara a denominarse Julius/Julio.

Más tarde, en el año 23 aC., el Senado Romano, hizo lo mismo en honor a Octavio Augusto, y el mes 6º, sextilis, de 30 días, fue llamado Augustus/Agosto, al tiempo que se le añadía un día restado al mes de Febrero, que pasó de computar 29 días, a quedar con 28.

Julio César. Estatua en Roma.

Ambos meses fueron intercalados entre los anteriores ordinales, de modo que, hoy, Septiembre, que es el mes 9º, sigue debiendo su nombre al número siete que ocupaba antes del cambio, del mismo modo que Octubre = 8, hoy es el 10º; Noviembre = 9 ha pasado al puesto 11 y Diciembre = 10, es hoy el 12º.

Fragmento del Calendario Juliano

El calendario romano fue el primer sistema creado para organizar la sucesión de los días, agrupados en períodos regulares, acordes con las fases de la Luna, en la Antigua Roma. 

De acuerdo con la tradición, el primer calendario fue obra del mítico Remo; uno de los dos reyes y hermanos -el otro era Rómulo-, fundadores de la ciudad de Roma, que habrían sido criados por la Loba del Capitolio; Luperca.

P. P. Rubens; Rómulo y Remo alimentados por la Loba. 1615-16. Museos Capitolinos

Sucedió al de Remo, el calendario de Numa, que dio paso, a su vez, al de Julio César y, por último, al Gregoriano.

Los meses de aquel primitivo calendario romano duraban 29 días, 12 horas y 44 minutos, si bien algunos meses lunares contaban con 30 días que, posteriormente, también se dividirían en un número regular de horas, cuyo recuento se iniciaba a partir de medianoche.

Recordemos, de paso, que, el nombre del Calendario, procede de las Calendas, es decir, del primer día del primer mes, que para entonces, era el de Marzo.

En principio se establecieron diez divisiones o meses, pero después, su número aumentó en dos bloques más, aceptando la partición anual griega en doce meses, con un total de 368 días y tres cuartos, alternando una duración de 29 y 30 días, si bien, cada dos años se computaba uno de 13 meses cuya duración, mayor o menor, servía para regularizar los defectos o excesos resultantes de la subdivisión citada.

El año de diez meses empezaba en Primavera, con el mes que conocemos como Marzo/Martius, dedicado a Marte, el dios de la guerra. Seguían Abril/Aprilis, Mayo/Maius y Junio/Iunonius, cuyos nombres también tienen un origen mitológico, pero los siguientes, adoptaron el orden numérico correspondiente, es decir, Quintilis, Sextilis, Septembri, Octobri, Novembris y Decembris, nombres que se mantienen, pero que ya no encajan con el ordinal que representan. 

Posteriormente, al mes Décimo, se añadieron Januarius y Februarios –consagrados a Jano y Febo, y hoy llamados, Enero y Febrero-, meses dedicados a los trabajos agrícolas, que eran los que cerraban el recuento anual.

El sistema precedente se mantuvo hasta el año 46 aC. cuando Julio César implantó el que conocemos como Calendario Juliano, organizado por el científico griego Sosígenes de Alejandría. Es el que, finalmente daría paso al Gregoriano que, en líneas generales, pervive en la actualidad.

Al parecer, el calendario habría sido reformado ya en el período Etrusco -siglos VII-VI aC.-, aunque los historiadores romanos, entre ellos, Tito Livio, 59 aC.- 17 dC., atribuyen la reforma a Numa Pompilio, que fue el segundo rey de Roma -716 aC. - 674 aC.-.

En esta reforma, se modificó la duración de los meses, entre 29 y 31 días alternativamente, porque a los romanos, los números pares les parecían de mal agüero, así que los eludían libremente. Con los dos meses añadidos después de diciembre: los citados Ianuarius y Februarius, el año pasó a durar 355 días.

Numa Pompilio copiando las leyes de Roma, dictadas por la ninfa Egeria. Obra de Ulpiano Checa y Sanz, de 1886. Museo del Prado. (En el Museo de Arte Moderno).

La pintura representa a Numa Pompilio, "el Ceremonioso" -15-676 o 672 a.C.-. Uno de los siete reyes del periodo monárquico de Roma, sucesor de Rómulo, que era rey-sacerdote y recibía la inspiración de la Ninfa Egeria; "del álamo negro", que era la diosa de las fuentes y los partos, y se casó con Numa, al que transformó en un pozo cuando falleció. (Fuente: MNP).

El inicio del año en marzo todavía se usaba en el siglo II aC., pero en 153 aC. se adoptó el cambio del Ciclo Lunar por el Solar y, Enero fue colocado en primer lugar, seguido de Febrero, aunque, como hemos dicho, sin cambiar los nombres ordinales de los demás meses.

En primer lugar, [Numa] dividió el año en doce meses, correspondientes a las revoluciones de la Luna. Pero como la Luna no completa treinta días de cada mes, y así hay menos días en el año lunar que en los medidos por el curso del sol, introdujo meses intercalares y los dispuso de modo que cada vigésimo año los días deberían coincidir con la misma posición del sol al empezar, quedando así completos los veinte años. También estableció una distinción entre los días en que se podrían efectuar los negocios jurídicos -dies fasti- y aquellos en los que no se podía -dies nefasti-, en los que era más aconsejable no efectuar transacciones.

TITO LIVIO, Ab Urbe Condita.

Antes de convertir por completo el recuento de los diferentes ciclos desde las fases lunares, a las solares, se dividió cada mes en tres períodos consecutivos, que recibían el nombre de su primer día. Así, las CALENDAS, marcan el primer día de cada mes; una elección que, en principio, y muy probablemente, coincidía con la Luna “Nueva”.

Las NONAS: el día 5 o el 7 del mes, casi de forma alternativa; marcaban el noveno día contando el primero del ciclo siguiente: 

Los IDUS, el día trece de cada mes, excepto en algunos intercalados, en que era el 15, dependiendo de la fase de la Luna "Llena".

Es difícil no asociar este nombre, con la anunciada fecha del asesinato de Julio César.

La muerte de César de se produjo, como estaba previsto, en los Idus de marzo. Obra de Vincenzo Camuccini, 1804/4. Galleria Nazionale d'Arte Moderna e Contemporanea. Roma.

Calendario de misal medieval del mes de junio, usando el método romano. Se trata del original del Calendario de los santos, de aproximadamente 1340-1360, usado en el convento dominico de Turku, Finlandia. La página corresponde a Junio, pues aparece la conmemoración de un santo de origen finlandés correspondiente a dicho mes.

Para medir el día, los romanos observaban la luz, marcando una división en doce horas que, evidentemente, eran más largas en verano. Para medirlas, recurrían fundamentalmente a los relojes de sol, y, más ocasionalmente, a los de agua, o clepsidras; ambos bien conocidos en la actualidad.

Cada fragmento de la noche recibió un nombre específico, formando un conjunto enormemente evocador y, hasta diríamos, con un cierto carácter poético.

Media nox: la medianoche.

Inclinatio mediae noctis: declinación de la medianoche.

Gallicinium, o Gallicantus: el canto del gallo.

Conticinium: el momento en que el gallo deja de cantar.

Diluculum: el principio del alba, o la madrugada. Aparición de la Aurora.

Dies clarus et Mane: la mañana.

Antemeridianum tempus: tiempo antes del mediodía. (Hoy, AM)

Meridies: Mediodía.

Postmeridianum tempus: tiempo después del mediodía. Primeras horas de la tarde. (PM).

Serum, Sero o Vespera: La tarde, o Noctifer, de Catulo; la hora que llega hasta el ocaso.

Solis occasus, o Tempus occiduum: el ocaso.

Crepusculum vespertinum: el crepúsculo hasta el anochecer.

Prima fax, o Primae tenebrae: hora de encender las antorchas.

Concubium noctis, o Concubia nox: Hora de emprender el sueño.

Intempesta nox, o Silentium noctis: el silencio de la medianoche.

Posteriormente, como ya vimos, las horas recibieron números ordinales: prima, secunda, tertia, etc. La hora prima era, naturalmente, la primera del día, la del amanecer, mientras que la que marcaba el final de la jornada, con la puesta de sol, era la hora duodécima. La hora sexta, la que marcaba la mitad del día, evolucionó en la conocida siesta.

El tiempo de la noche se dividía en cuatro partes denominadas vigilia y seguidas de su ordinal correspondiente: prima vigilia, secunda vigilia, etc. Como es natural, no tenían la misma duración en invierno que en verano. Su distribución procedía de los turnos de guardia en los campamentos militares.

Calendario Juliano perpetuo

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El Calendario Juliano daría paso al actual, llamado Gregoriano, empleado en la mayor parte del mundo. 

El nombre del mismo procede del de su promotor, el papa Gregorio XIII, que lo implantó y promulgó mediante la bula conocida como Inter Gravissimas, asumido gradualmente a partir de 1582, en lugar del Juliano, que, como sabemos, estaba vigente desde el año 46 aC.

El calendario gregoriano se organizó a partir de un primer estudio realizado en 1515 por varios científicos de la Universidad de Salamanca, que prácticamente pasó desapercibido, pero que se reanudaría en 1578, con una nueva investigación, de la que sí nació el actual calendario mundial.

Los primeros países que adoptaron el calendario actual, en 1582, fueron, lógicamente, los estados italianos de la Santa Sede, a los que siguieron aquellos que quedaban incluidos dentro del área de influencia de la iglesia católica romana, fundamental y evidentemente, empezando por los dependientes de la Monarquía Hispánica –reinaba Felipe II-, y sus territorios americanos, así como las Islas Filipinas y los estados italianos de la Corona, además de Portugal, también bajo su órbita en aquel momento. Otros países o reinos fueron aceptándolo paulatinamente.

Esta reforma surgió de los acuerdos del Concilio de Trento, ante la necesidad de superar el desfase que se había producido desde el, primer Concilio de Nicea, en 325, es decir, 1257 años antes.

En Nicea se había fijado el calendario litúrgico en torno a la celebración de la Pascua, en función de la cual, se situaban otras fiestas religiosas movibles. En 325 se señaló para la Pascua, el domingo siguiente al plenilunio, posterior al equinoccio de primavera –en el Hemisferio Norte-, es decir, el día 21 de Marzo. Para 1582 ya había un desfase de 10 días y el equinoccio correspondía al día 11 del mismo mes.

La llamada Comisión del Calendario, de la que formaban parte, entre otros, el jesuita Cristóbal Clavio, matemático y astrónomo, además de colaborador de Galileo, y Luis Lilio, autor principal de la reforma, quien fallecería en 1576, sin ver la culminación de sus investigaciones.

La Comisión determinó tomar como punto de partida las célebres Tablas Alfonsíes –de Alfonso X El Sabio-, que asignaban al año, 365 días, 49 minutos y 16 segundos, y Pedro Chacón, matemático, redactó un Compendium, que contaba con las conclusiones de Lilio y Clavio.

Christopher Clavius. 1538–1612. Uno de los principales autores de la reforma. Grabado de Francesco Villamena

Antonio Lilio arrodillado ante el papa, presenta su calendario impreso. Detalle de la tumba del papa , realizada por Camillo Rusconi. 1723

Comisión de la reforma del calendario Juliano por el papa Gregorio XIII en 1582. Archivio di Stato di Siena, Collezione delle Tavolette di Biccherna. Scipio-Turaminus. 

La Reforma subsiguiente, se aprobó el día 14 de septiembre de 1580 y fue publicada en octubre de 1582. En consecuencia, al jueves, 4 de Octubre de 1582, del Calendario Juliano, sucedió, sin interrupción, el 15 de Octubre del Gregoriano. Diez días desaparecían en el curso de la reforma.

A pesar de que el nuevo calendario no fue aceptado por todos, hoy se emplea en todo el mundo.

Los años tienen una duración básica de 365 días; pero son bisiestos -366 días-, los años que son divisibles por 4, exceptuando los múltiplos de 100, con otras excepciones.

El calendario gregoriano suma 365,2425 días al año, con un margen de error, que aumenta casi medio minuto anualmente, lo que requiere el reajuste de un día cada 3300 años, debido al hecho de que el movimiento de traslación de la Tierra, el que realiza alrededor del Sol, no coincide exactamente con el de rotación, sobre su propio eje.

En consecuencia, cuando la Tierra ha dado una vuelta completa en torno al Sol y se halla en el punto de partida, en el que se encontraba el año anterior, han pasado 365 días y algo menos de la cuarta parte de uno más; 0,242189074 exactamente. Los ajustes periódicos se hacían, pues, necesarios para que el año coincidiera con un número entero de días, cada cierto número de años.

Lo más curioso e inevitable, ante tan concienzuda reforma, es el hecho de que, en realidad, tampoco resultó absolutamente exacta, debido a numerosas variantes, tanto de carácter temporal o astronómico, así como los desfases creados con respecto a ciertos eventos, no sólo religiosos, sino otros, de carácter social, educativo, o laboral.

En el año 321, Constantino el Grande, había implantado la semana de siete días, tomada de Mesopotamia, y fijada en función de los planetas que, entonces, se podían observar desde la tierra. Su plan pasó a ser aceptado en distintas culturas. Por otra parte, él mismo fue quien decidió que el domingo, el día del sol, fuera el día de descanso, en perjuicio del sábado.

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Pramática del Calendario de Felipe II: Pragmática sobre los diez días del año, fechada en 14 de mayo de 1583, reimpresa en Lima el 14 de julio de 1584.

PRAGMÁTICA SOBRE LOS DIEZ DÍAS DEL AÑO. 

[Extractos con grafía parcialmente corregida, exceptuando la palabra Kalendario y algunos detalles concretos.]

Don Philippe por la gracia de Dios, Rey de Castilla, León, Aragón, etc. 

Al Serenísimo Príncipe Don Felipe, mi muy caro, y amado hijo, y a los Infantes, Prelados, Duques, Marqueses.., así a los que ahora son, como a los que adelante fueren, y a cada uno, y cualquiera de vos.., etc.

Sabed, que nuestro muy Santo Padre Gregorio XIII conformándose con la costumbre y tradición de la Iglesia católica y con lo dispuesto por el sacro Concilio Niceno, y con lo que últimamente se dijo en el Santo Concilio de Trento, en razón de que las pascuas, y otras fiestas se celebren a los debidos tiempos, ordenó un Calendario eclesiástico, en el cual para enmendar, y reformar el yerro, que se había ido causando en la cuenta del curso del Sol, y de la Luna, se mandaron quitar diez días del mes de Octubre del año pasado de ochenta y dos (como se hizo) contando quince de octubre, cuando se había de contar cinco, y de ahí adelante, consecuentemente hasta los treinta y uno, y que todos los otros meses de dicho año, y de los demás corriesen por la cuenta que hasta ahora. 

Con lo cual, y cierta declaración, que su Santidad hace, quedó el dicho año, y quedan los venideros reformados: de suerte que las dichas Pascuas, y fiestas se vendrán a celebrar perpetuamente, a los tiempos que deben, y que los Padres santos antiguos, y que el santo concilio Niceno, determinaron, según que en el dicho Kalendario, y breve, que mandó despachar su santidad largamente se contiene. Y queriendo yo conformar en todo (como es razón) [...] he mandado... a los Arzobispos, y Obispos, y Prelados de estas partes, que hagan publicar dicho Kalendario, y guardarle en todo, según, y por la forma, que en él se contiene, este presente año de M.D.LXXXIII. 

Y porque si esta cuenta se hubiese de guardar para solo celebrar las fiestas de la Iglesia, podría causar confusión, y otras dudas, en daño de mis súbditos, y vasallos. Y para que esto cese, queriendo proveer en ello de remedio platicado en el mi Consejo, y conmigo.

consultado. Fue acordado, que debíamos ordenar, y mandar, como por la presente (que queremos, haya fuerza y vigor de ley, y Pragmática Sanción, como si fuera hecha, y promulgada en Cortes.) ordenamos, y mandamos, que del mes de octubre de este año de ochenta y tres, se quite diez días contando quince de Octubre, cuando se habían de contar cinco, y así venga a tener y tenga Octubre en este presente año, veinte y un días, y no más, y para los demás años venideros, se le den y cuenten treinta y un días, como hasta aquí, y todos los demás meses de este año, y de los de adelante, corran por la cuenta, y orden que hasta ahora, con la dicha declaración, que su Santidad añade. Y mando a todas mis Justicias [...] que así lo guarden y cumplan inviolablemente, y en todas las cartas, [...] pongan el día de la fecha, conforme a la dicha computación, de manera, que pasado el cuarto día de Octubre de este año, el día siguiente, que se había de contar cinco días, se diga, y cuente quince, [...] continuando los días, meses, y años, de ahí adelante como antes solían sin otra novedad, ni alteración alguna.

Y PORQUE el contar diez días menos en este mes de octubre próximo, que viene, no cause algún daño, duda, o inconveniente, ordenamos, y mandamos, que en todos los plazos, y términos judiciales, (que antes de la publicación del dicho Kalendario se hubieren dado) se añadan los dichos diez días más. 

OTROSÍ mandamos, que se rebatan, y bajen de los sueldos, y salarios del dicho mes de octubre, los diez días, que se han de contar menos, pues no sirviéndolos, ni habiéndolos, no se deben, ni es justo se paguen. Y que sobre todo, se tenga atención, a que de este nuevo Kalendario, y Ley, no redunde fraude ni perjuicio a nadie. Porque la intención de su Santidad, y nuestra, no ha sido tal, sino solamente de entender, y corregir el error y engaño, que había en el verdadero Cómputo del año, como está referido.

Y PORQUE en algunas partes de las dichas nuestras Indias, por estar tan distantes, no podrá tener noticia de lo suso dicho, que su Santidad ha ordenado, y en esta Ley se contiene, para poder hacer la disminución de diez días en el mes de octubre de este presente año, ordeno, y mando, que se haga en el año siguiente de ochenta y cuatro, o en el primero, que de lo suso dicho tuviere noticia, y [...] contra el tenor y forma de ello, no paséis ni consintáis pasar, ahora, ni en tiempo alguno, ni por alguna manera.

Y PORQUE lo suso dicho venga a noticia de todos, y ninguno pueda pretender ignorancia, mandamos, que esta nuestra carta sea pregonada públicamente en las ciudades.., y se repartan las copias impresas de ellas por las demás partes de manera que en todas se entienda y sepa, lo que su Santidad ha ordenado, y es nuestra voluntad, que se guarde, y los unos, ni los otros, no hagáis cosa en contrario, so pena de la nuestra merced, y de mil pesos de plata para la nuestra cámara. Dada en Aranjuez, a catorce de mayo, de mil y quinientos y ochenta y tres años.

YO EL REY

    Yo Antonio de Eraso Secretario de su Majestad Católica, la hice escribir por su mandado.

[firmas]

En los Reyes en 19 días del mes de Abril, de 1584 años, se recibió esta Real Pragmática en pliego de España, que vino en las galeras a tierra firme, y fue vista, y obedecida por los señores Presidente, y Oidores de esta Real Audiencia.

Ante mí, Ioan Gutierrez de Molina

En la Ciudad de los Reyes, en 26 días de julio, de 1584 años, por mandado de los señores, Presidente, y Oidores de esta Real Audiencia, se pregonó esta Real Pragmática de su Majestad en la plaza pública de esta Ciudad, por voz de Bartolomé Rodríguez pregonero público, en altas voces, en haz de mucha gente, que ahí estaba, siendo testigos el Alguacil mayor de esta Ciudad, y sus tenientes, escribano público y otra mucha gente, y de ello doy fe.

Ioan Gutierrez de Molina.

EL REY.

DON MARTIN Enríquez, nuestro Visorrey, Gobernador, y Capitán general de las provincias del Pirú [...] nos ha parecido ordenaros deis la orden conveniente, y necesaria, para que el dicho Kalendario se ejecute, y cumpla en estos Reinos, y en las Audiencias de Quito, los Charcas, y Tierra firme, y en todas las provincias, y partes de sus jurisdicciones, y en las Iglesias, puntual, y inviolablemente como en él se contiene, y se declara en la Pragmática, que sobre ello se ha hecho: y asimismo se os envía con esta, la

cual haréis imprimir y las copias repartiréis, para que se entiendan por todo esos Reinos, y provincias, por ser lo que conviene a la buena orden, unión, y conformidad, que es justo que haya. De Aranjuez, a Catorce de mayo, de MDLXXXIII Años.

YO EL REY.

Por mandado de su Majestad

Antonio de Eraso,

EN los Reyes, 19 días del mes de abril, de 1584 años. Fue vista, y obedecida esta Real Cédula, por los señores Presidente, y Oidores de esta Real Audiencia, Gobernadores de estos Reynos.

Ante mi

          Ioan Gutierrez de Molina

AUTO.

EN La Ciudad de los Reyes en 14 días del mes de julio, de 1584 años... vista la Cedula Real de su Majestad.., Mandaron, que la dicha Pragmática Real, se imprima en esta Ciudad en letra de molde, por el Impresor que en ella hay.., Y asi lo proveyeron, y firmaron, El Licenciado de Monçon. El L. Ramirez de Cartagena. El Doctor Arteaga. El D. Alonso Criado de Castilla.

Ante mi 

          loan Gutierrez de Molina.

Impresa por mandado delos dichos Señores Presidente y Oidores

De la Real Audiencia, y Chancilleria que reside en esta dicha

Ciudad de los Reyes, Gobernadores que al presen

te son en ella, y con su licencia impresa,

por Antonio Ricardo. Año

M.D.LXXXIIII.

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Primera página de la bula papal "Inter Gravissimas" por la que Gregorio XIII introdujo el Calendario.

El calendario gregoriano ofrece tres tipos de bloques anuales:

Año común: el de 365 días

Año bisiesto: el de 366 días

Año secular: el terminado en "00" —múltiplo de 100—.

El calendario gregoriano se compone de ciclos de 400 años.

La primera semana del año, la número 1, es la que contiene el primer jueves de enero. Las semanas de un año van de la 1 a la 52, excepto si el año termina en jueves, o viernes, si es bisiesto, en cuyo caso se añade una más, la 53.

Mes: periodo de 30 o 31 días, excepto febrero, que tiene 28 días en un año común, y 29 días en un año bisiesto.

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En consecuencia y visto todo lo anterior, aunque se trata de un relato muy sucinto, cabría preguntarse cómo encajamos aquí las fechas relativas a la llamada Era Cristiana, como todos sabemos, referida al nacimiento de Cristo, y que solemos especificar con las siglas a.C. o d.C, tras la cifra anual correspondiente.

Los romanos ya habían empleado otros sistemas, como el de empezar a contar a partir del año de la fundación de Roma, AB URBE CONDITA que se expresaba con las iniciales a.u.c. Por otra parte, también se contó por el llamado Sistema Consular y otros períodos marcados por una fecha clave, como, por ejemplo, la Era de Diocleciano, o la Era Hispánica, que se inició, precisamente, el año 38 antes de Cristo. 

Para la ERA CRISTIANA, con el papa Bonifacio IV, en 607, el origen del recuento pasó a ser el nacimiento de Cristo. Un matemático rumano, el monje Dionisio el Exiguo, basándose en los textos bíblicos y otras fuentes históricas, entre los años 526 y 530, dató el nacimiento de Cristo el día 25 de diciembre del año 753 a.u.c., el cual pasó a ser año 1 A. D., es decir, Anno Domini; o del Señor, aunque los anteriores a esta datación, siguieron llamándose a.u.c., hasta que, ya en el siglo XVII, se optó por cambiar la expresión y las siglas A.D., por las correspondientes a, “Antes” o “Después” de Cristo, apareciendo así las siglas a.C. y d.C.

Cuando empieza la cuenta de la Era Cristiana, no existía el concepto matemático de cero y los años se contaban ordinalmente a partir del Primero. El Calendario Gregoriano, computaría desde el año 1 d.C., dando paso al siglo I y al Primer Milenio, que seguiría al año primero antes de Cristo; -año 1 a.C.-., obviando, por ahora, el hecho de que Cristo nacería un poco después del citado Año I, del mismo modo que ninguno de los sistemas empleados hasta la fecha, ha logrado contabilizar con total exactitud; en principio, debido a errores de cálculo, pero también a las variaciones físicas en los ciclos de rotación de la Tierra, que nunca han permanecido uniformes.

Durante los períodos de transición entre calendarios, se recurrió al fechado dual, consignándose la fecha del sistema abolido y la del nuevo, con el fin de evitar errores mayores. Aún en la actualidad, encontramos con cierta frecuencia, explícitamente, la fecha correspondiente al sistema Juliano, junto con la del Gregoriano, especialmente, cuando el documento se refiere a los países que tardaron más en implantar la reforma. 

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Con todo, un cambio de semejante calibre, dio lugar a anecdóticos malentendidos, de los que algunos han pasado a la historia, como es el caso del fallecimiento y entierro de Santa Teresa de Ávila.


Santa Teresa de Jesús habría estado, sin enterrar once días, durante los cuales, su aspecto no cambiaría en absoluto. Es decir, que, habiendo fallecido el día 4 de octubre de 1582, no sería enterrada hasta el día 15 del mismo mes. Pero, en realidad, fue enterrada al día siguiente de su muerte, si bien, en apariencia, habrían pasado once días, puesto que, su fallecimiento se produjo justamente, el día en que se inició el paso del Calendario Juliano al Gregoriano, desapareciendo del nuevo cómputo, como sabemos, los días comprendidos entre el 5 y el 14 de octubre.

Yiorgos Seferis

En Grecia, el último país occidental en asumir la Reforma Gregoriana, en 1923, el día siguiente del 15 de febrero fue el 1 de marzo. El escritor griego Γιώργος Σεφέρης/Yiorgos Seferis, diplomático y Premio Nobel de Literatura, que nació en Esmirna, el día 29 de febrero de 1900, vio cambiar drásticamente su fecha de nacimiento, al día 13 de Marzo. Solía bromear al respecto, diciendo que sólo cumplía un año cada cuatro.

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En recuerdo de Juanelo Turriano. 

Janello Torriani. Cremona, Milanesado, 1500 - Toledo, España, 13 de junio de 1585.


En la creación del Calendario Gregoriano, hubo diversos colaboradores, cuyos nombres, parece interesante recordar, pues, probablemente, sin su aportación la reforma no habría sido posible. 

Tras la clausura del Concilio de Trento, Gregorio XIII, acogió el proyecto y empezó por pedir la opinión del matemático Carlos Octaviano Lauro, que este presentó, tras su estudio, en 1575. 

En 1577, sería Antonio Giglio quien presentara al pontífice, un calendario elaborado por su hermano Luis, ya fallecido para entonces, que Gregorio XIII hizo llegar a una Comisión creada para su análisis y estudio, en la que figuraban, el cardenal Sirleto; Serafín Olivario, asesor jurista de nacionalidad francesa y asesor de la Rota; el también asesor y teólogo Vicente Laureo, que era obispo de Mondovi; el citado Antonio Giglio, Juan Bautista Gabio; el matemático Ignacio Danti, fraile dominico; el jesuita alemán Cristóbal Clavio; el patriarca Ignacio de Antioquía, y los españoles, Julián Salom y Pedro Chacón, presbítero en Toledo.

En 5 de enero de 1578 envió cartas a los gobernantes católicos, pidiendo su colaboración, así como la de sus correspondientes Universidades, en las que acompañaba un resumen del proyecto, elaborado por Giglio con la colaboración de Pedro Chacón. Así llegó a España, Italia, Francia, Hungría y Portugal, y a las Universidades de París, Viena, Padua, Lovaina, Colonia, Alcalá y Salamanca. Alcalá, por ejemplo, aprobó el proyecto de forma unánime; la Sorbona lo rechazó del mismo modo, y en Lovaina no hubo acuerdo.

Además de las conclusiones aportadas por las Universidades de Alcalá y Salamanca, España contó con la extraordinaria participación del mítico Juanelo Turriano. Cremonés, nacido alrededor del año 1500, reunía todas las cualidades y conocimientos de un sabio, mecánico e ingeniero, que hacia 1530 entró al servicio de Carlos V como relojero mayor, y se instaló con la Corte en Toledo, donde también trabajaría para Felipe II, hasta su fallecimiento, en 1585, en la misma ciudad. 

La Comisión, pues, elaboró el documento que Gregorio XIII firmó el día 24 de febrero de 1582, por el que también aprobaba su publicación, que se produjo el 3 de marzo; fue el texto que se envió a todos los gobiernos e iglesias. 

Unos meses después, Felipe Sega y Juanelo Turriano se encontraron en Madrid y, el primero no puso límites a su admiración por el relojero imperial, a quien inmediatamente recomendó en Roma:

Aquí se encuentra Juanelo –escribió- con su discurso que, a mi juicio, será digno de ser estudiado con detenimiento, porque, con un instrumento que él ha construido, se ve demostrado fácilmente que no se puede desear mejor modo para esta reducción de sus razones. Y, como es un hombre que no hace las cosas, sino cuando le viene en gana, es necesario que se tenga un poco de paciencia. Y, como se trata de un negocio de tanta importancia y que influirá en el futuro, me parece que hay muchos que esperan que no deje de trabajar en este instrumento. Yo seguiré de cerca, con la destreza que conviene, a este erudito cerebro con el cual no puede ni Rey, ni Reina, ni Torre (del Ajedrez), y espero que lo tendremos en breve. 

(Arch. Secreto Vaticano, Nunciatura de España. f. 502).


Más o menos un año después, Sega informaba a Roma, que estaba imprimiendo el trabajo de Turriano, aunque no disponía aún de los instrumentos que el inventor se había comprometido a crear al efecto. Tras pasar unos meses gravemente enfermo, incluso con peligro de muerte, Turriano se desplazó a Madrid, para entregar al Nuncio aquellos instrumentos. Juanelo acompañó su entrega de una carta dirigida al Papa, en la que solicitaba, al menos, una pensión “que remediase su necesidad y la de sus herederos”; como es sabido, Juanelo vivió siempre envuelto en grandes dificultades económicas.

Stmo. Padre. Habiéndome escrito S.M. Católica que quería saber mi opinión en torno a la reducción del año al Calendario propuesto por S. S., por orden de S. M. vi las tablas y el compendio sobre ellas de Miguel; y, después de algunas consideraciones he fabricado algunas tablas e instrumentos, por las cuales, con una explicación que he puesto aparte, demuestro, según creo yo fácilmente, la manera de reducir al presente este negocio en aquel perfecto y perpetuo establecimiento que se deseaba.

Estas tablas y explicaciones las habrá recibido V. Sdad. con las cartas que S. M. a quien he entregado algunas otras, al Nuncio de V.S. aquí. De esta manera se podrá considerar diligentemente cada cosa, y, si son aprobadas y no se juzgan indignas de salir a la luz, suplico humildemente a V.S. de hacerme la gracia de que sean impresas y concederme a mí el llevar a cabo esta impresión por el tiempo que V.S. estime conveniente, Y yo, en tal caso, no dejaré por mayor justificación mía y satisfacción de los demás, de añadir las razones en las cuales están fundamentadas.

No he podido entregar estas obras con la brevedad que su Nuncio aquí y S. M. esperaban… he estado impedido por mi ancianidad y por una enfermedad más grave, además de mi indisposición ordinaria que, en la mayoría de las ocasiones, y no sin peligro de mi vida, me ha tenido cogido muchos meses.

…yo me atrevo a suplicar humildemente a V.B., así como lo hago, que me sea concedida con su acostumbrada benignidad el socorrerme en este momento de necesidad con la gracia de una pensión anual o cualquier otra renta simple. Con lo cual, además de su liberalidad, se conocerá, con cualquier signo, que mis fatigas, que no han sido poquísimas, y mi gran voluntad han sido premiadas.

…y dará mucho consuelo a mis pobres herederos y les animará.

En Madrid, a 26 de diciembre de 1579.

La carta tuvo una respuesta inmediata por medio de Felipe Sega:

Puede decir al maestro Juanelo que S.S, ha leído su carta y que, en cuanto aquí vean sus instrumentos y parecer, se le dará respuesta.

Era muy importante encontrar un medio seguro para hacer llegar a Roma los instrumentos preparados por Juanelo, formados por grandes ruedas de cartón, que era preciso manejar con gran cuidado. Y fue el mismo Sega, quien halló el medio, a través del conde de Montebello, a quien hizo llegar las tablas que un agente suyo debía llevar a Roma: Una rueda de cartón con algunas otras encima y algunos instrumentos metidos en una caja para que vayan bien protegidos. Suplico a V. Ilma. perdone el retraso y me envíe noticia de su llegada para apaciguar mi ánimo.

El 13 de junio, Sega recibía una carta: Llegó hace ya unos diez días el agente del conde de Montebello con los instrumentos de Juanelo, todos ellos en muy buen estado.

(Extractado de: Juanelo Turriano y la aportación española a la Reforma del Calendario Gregoriano, del investigador Ángel Fernández Collado, Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.)

La Bula Inter gravisimas, de 24 de febrero de 1582, aprobaba finalmente la nueva ordenación del Calendario y Martirologio, aboliendo al calendario Juliano. Ni el promotor Giglio, ni el creador Turriano percibieron recompensa ni mención alguna por sus respectivas aportaciones, y prácticamente se ignora el trabajo de este último, quien, sin duda, habría merecido, al menos, un elogio público.

El instrumento creado por Turriano demostraba que había que reducir el calendario en diez días. Además, entre los años 1570 al 80, también construyó un reloj planetario para Felipe II. Es preciso recordar, pues, que Turriano era, además, un extraordinario observador astronómico.

 

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