viernes, 16 de septiembre de 2022

Juan de Mena y Álvaro de Luna ● Creación Literaria en la Corte de Juan II de Trastámara, rey de Castilla.

Juan de Mena. Córdoba, 1411 - Torrelaguna, 1456

Álvaro de Luna. Cañete, c. 1390 - Valladolid, 2 de junio de 1453

Juan II de Castilla. Toro, Zamora, 6.III.1405 – Valladolid, 21.VII.1454

Juan de Mena, el autor del Laberinto de la Fortuna vivió una época muy compleja, no siempre bien explicada, próxima a la transición de lo que llamamos Edad Media, a lo que llamamos Edad Moderna. Reinaba en Castilla Juan II de Trastámara, de madre Lancaster, padre de Isabel I, y en Aragón, su homónimo, Juan II, también Trastámara, padre de Fernando V, que después casaría con Isabel de Castilla.

Incide aquí fundamentalmente, desde el punto de vista histórico, la existencia y la muerte de don Álvaro de Luna -del cual, como es sabido, hay un magnífico monumento sepulcral en la Catedral de Toledo-, y en cuyo desastroso final podría haber intervenido la celosa influencia de la madre de la futura reina Isabel I, segunda esposa de Juan II de Castilla.

Y esto no es todo; hay otros personajes en este reparto, algunos de los cuales analizaremos en el momento de su aparición a lo largo del relato histórico que sirve de entorno imprescindible al trabajo de Juan de Mena.

Juan de Mena ofrece a Juan II su Laberinto de Fortuna. Grabado del interior de una edición impresa en Zaragoza, por Jorge Coci en 1509

Nacido en Córdoba, 1411 y fallecido en Torrelaguna, en 1456, ha sido clasificado como componente de la escuela alegórico-dantesca del prerrenacimiento castellano, y es conocido, fundamentalmente, por su citada obra, Laberinto de Fortuna, o La Trescientas, expresadas en números romanos, CCC.

Tumba del poeta Juan de Mena en la Villa de Torrelaguna, Madrid. Iglesia de Santa María Magdalena.

Placa homenaje al poeta Juan de Mena - Villa de Torrelaguna (Madrid) - Iglesia de Santa María Magdalena: “Feliz patria dicha buena/escondrijo de la muerte/aquí le cupo por suerte/al poeta Juan de Mena”.

Como nota curiosa, copio aquí el artículo titulado: “Adivinanza y Epitafio de Juan de Mena” (BU Salamanca BG/I.333), publicado el 4 de febrero de 2018 por Charles Faulhaber, destacando una nota escrita a mano en un incunable, que resulta, cuando menos, curiosa, dado que no sabemos por qué se escribió, aunque, lo cierto es, que no carece de ingenio, como se verá. Pero, ¿por qué?

“Gredos, la biblioteca digital de la Universidad de Salamanca, acaba de anunciar una nueva digitalización:

Nuevos Ítems: BH. Incunables: 1

Título: Orationes

Autores: Isocrates

Uldericus Scinzenzeler

Sebastianus de Ponte Tremulo.

Se trata  del incunable BG/I.333, un ejemplar de la edición en griego de las Orationes de Isócrates (Milan, 1493-01-24), que por más señas ofrece notas marginales y comentario de la mano de Hernán Núñez, el Comendador Griego, lo cual muestra sin lugar a dudas que el ejemplar ya estaba en Salamanca en los primeros años del s. XVI.

Repasando el facsímil digitalizado encontré en la guarda posterior una fascinante adivinanza, en coplas, en rima de zéjel (aaBaaB), referida a la hormiga.

Abajo, en la misma página, viene el epitafio de Juan de Mena con una nota no sé si socarrona al final:

Universidad de Salamanca. Biblioteca General: BG/I.333, f. 208v

Segunda línea: 

en el Sepulcro de Ju _ de mena 

esta este petafio

tierra foenjx dicha buena / escondrijo de la muerte

a vos os cupo por suerte / el poeta Juan de Mena

Añadido final:

y para que tenga su gracia

este petafio ha se de

leer con Interrogaçion

El epitafio ofrece unas variantes con respecto a la versión publicada por Nicolás Antonio (Bibliotheca hispana vetus, II:266, n. 417) a base de la lápida funeraria en la iglesia de San Francisco en el pueblo de Torrelaguna, lápida que, desgraciadamente, ya no existe, aunque sí el sepulcro, construido por su amigo el marqués de Santillana:

FELIZ PATRIA, DICHA BUENA

ESCONDRIJO DE LA MUERTE.

AQUI LE CUPO LA SUERTE

AL POETA JUAN DE MENA.

Charles Faulhaber. University of California, Berkeley

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La carencia de datos sobre el origen de Juan de Mena, ha hecho pensar en raíces judeoconversas, algo que tampoco ha podido demostrarse, como ocurre en muchos de estos casos, y como es lógico, por otra parte, si los datos se ocultaron voluntaria o necesariamente. Se cree que pudo ser nieto del señor de Almenara, Ruy Fernández de Peñalosa e hijo de Pedrarias, regidor o jurado de Córdoba, y que quedó huérfano muy pronto.

Empezó a estudiar en Córdoba, para pasar a la Universidad de Salamanca en 1436, donde obtuvo el título de Maestro en Artes, y conoció al cardenal Torquemada, con el que viajó a Florencia en 1443 y a Roma, formando parte de su séquito. En 1444, ya de vuelta en Castilla, entró al servicio del rey, Juan II, como Secretario de Cartas Latinas a la vez que ejercía su oficio de Veinticuatro o regidor de Córdoba. Un año después, el rey le nombró Cronista Oficial del Reino

Se le ha adjudicado la autoría de la Crónica de Juan II, aunque muy pronto fue puesto en duda.

Juan de Lucena -acorde con los tiempos, otro enigmático y muy ambiguo judeoconverso-, en uno de sus personajes del diálogo, De vita beata, lo describe de manera, que no sabemos si admira su afición lectora, o acusa su carencia de faceta de guerrero:

Traes magrescidas las carnes por las grandes vigilias tras el libro, el rostro pálido, gastado del estudio, mas no roto y cosido de encuentros de lanza.

En la misma obra, dice que el propio Mena le ha hablado de su gran afición u obsesión por leer y escribir:

Muchas veces me juró por su fe que de tanta delectación componiendo algunas vegadas detenido goza, que, olvidados todos aferes, trascordando el yantar y aun la cena, se piensa estar en la gloria.

Por otra parte, y este es uno de nuestros objetivos, Mena tuvo gran amistad con el Condestable Álvaro de Luna, cuyo Libro de las claras y virtuosas mujeres prologó, y también con Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, con quien compartía gustos literarios.

En el siglo XVI su Laberinto fue comentado y glosado como un clásico por el humanista Francisco Sánchez de las Brozas, bien conocido como el Brocense.

Juan de Valdés, en su Diálogo de la Lengua, afirma: "Pero, porque digamos de todo, digo que, de los que han escrito en metro, dan todos comúnmente la palma a Juan de Mena", y ello, a pesar de que:

Puso ciertos vocablos, unos que por grosseros se debrían desechar y otros que por muy latinos no se dexan entender de todos, como son, rostro jocundo, fondón del polo segundo, cinge toda la sfera, que todo esto pone en una copla, lo qual a mi ver es más scrivir mal latín que buen castellano.

Mena murió en Torrelaguna; en opinión de algunos investigadores, de un dolor de costado. De hecho, Gonzalo Fernández de Oviedo, en sus Batallas y Quincuagenas, dice que se había caído de una mula y que fue arrastrado por ella, lo que abonaría tal posibilidad citada.

Como hemos dicho, el Marqués de Santillana encargó para él un notable sepulcro, del que no queda nada, pero tenemos el testimonio del gran viajero Antonio Ponz, quien escribió, en su célebre Viaje de España, de 1781, que, en las gradas del presbiterio de Torrelaguna, vio una piedra con la inscripción citada, en letra gótica: Patria feliz, dicha buena, / escondrijo de la muerte / aquí le cupo por suerte / el poeta Juan de Mena.

Su poesía más conocida se sitúa en la lírica de Cancionero de tema amoroso que cultivó; y que se compone de canciones, decires, preguntas y respuestas, juegos de presencia o ausencia y galanteos. 

Vuestros ojos, que miraron/con tan discreto mirar/firieron y no dejaron/en mí nada por matar.

Un estilo, como puede comprobarse, similar a los poemas que aparecieron en los principales Cancioneros del Cuatrocientos, como el "Cancionero General" de Hernando del Castillo publicado en 1511.

Sin embargo, su estilo posterior muestra ya una cierta oscuridad más enigmática y, fundamentalmente, muy conceptista, con la que el autor se adelantaría -por así decirlo-, siglo y medio, a su paisano, Luis de Góngora.

Como dijimos, Mena vivió en un brillante y perdurable entorno literario, evidenciado por el hecho de que sólo en un sencillo repaso biográfico, hemos encontrado al Brocense, a Juan de Valdés, Gonzalo Fernández de Oviedo, el Marqués de Santillana, el viajero Antonio Ponz, el cronista Hernando del Castillo y hasta el gran poeta, Luis de Góngora. 

La Coronación del marqués de Santillana o los Calamicleos, escrita por Juan de Mena en 1438, fue publicada en 1499.Se trata de un poema, muy reconocido, ya en su tiempo, que consta de 51 dobles quintillas alegóricas, que relatan el momento en que el autor es transportado al monte Parnaso, para que asista a la coronación de su amigo y mecenas Íñigo López de Mendoza como excelso poeta y perfecto caballero. 


En opinión de Marcelino Menéndez Pelayo, se trata de "un sermón..., seco, realista, inameno, adusto, pero muy castellano". Lo cierto es que la obra resulta oscura y enrevesada, algo que el autor debió saber, a pesar de que consideraba su poema, sencillamente "cómico y satírico", puesto que añadió un comentario en prosa "literal, alegórico y anagógico". Además, posteriormente, también escribió, en prosa, el Comentario a la Coronación, en 1438; una glosa que resultó ser una de sus obras más famosas y divulgadas en los siglos XV y XVI.


Pero es el Laberinto de Fortuna, o Las trezientas, el poema dedicado al rey Juan II, su obra maestra. Constaba primitivamente de 297 coplas de arte mayor, pero parece que el monarca deseó que fueran tantas como el número de días del año y Juan de Mena, para complacerle, compuso 24 más, sin llegar al fin prometido, a causa de su fallecimiento.

El hispanista Raymond Foulché-Delbosc, dedujo que las 24 coplas añadidas, lo fueron por otro autor, pues en ellas se critica y juzga el deseo del monarca como un simple capricho, algo que, un fidelísimo cortesano como Juan de Mena jamás hubiera hecho, y menos, por escrito.

Se trata de un poema alegórico, inspirado, evidentemente, en el Paraíso de Dante Alighieri, y cuyo argumento son los avatares históricos que hablan de la unidad, encarnada en Juan II, que es presentado como el gran factor del providencial destino de Castilla. 

Juan de Mena es arrebatado en el carro de Belona, la diosa guerrera, y transportado al palacio de la Fortuna. La Providencia le mostrará la máquina del mundo, formada por "muy grandes tres ruedas", dos inmóviles -pasado y futuro-, y una que gira de forma temible, que es el presente, definido por el vértigo.

La “Rueda” en Juan de Mena.

En cada rueda hay siete círculos planetarios: el de Diana, con los castos; Mercurio; los malvados; Venus y el castigo del pecado sensual; Febo: filósofos, oradores, historiadores y poetas; Marte, los héroes muertos por la nación; Júpiter, reyes y príncipes, y Saturno, con un solio que ocupa en solitario, el mismísimo Álvaro de Luna, el privado del rey, personaje controvertido y trágico, pero interesantísimo, del que nos ocuparemos inmediatamente.

La Roue de la Fortune. Calque de Miniatures de l’Hortus Deliciarum, de Herrade de Landsberg. Paris: Bibliothèque Nationale de France (Dept. Estampes Ad 144 a).

Bajo la Rueda, Fragmento. Cármina Burana, de los Cantos de Cátulo; Catulli Carmina.

Además de la influencia de Dante, se perciben claramente en la obra, las de Lucano y de Virgilio. La Farsalia y la Eneida

La Farsalia es un poema inacabado en diez cantos sobre la guerra civil entre Julio César y Cneo Pompeyo Magno, escrito por Lucano. El Canto VI es conocido por ser el documento más completo que hay sobre necromancia -adivinación mediante vísceras-, en la Antigüedad.

La Eneida es una epopeya latina escrita por el poeta romano Virgilio en el siglo I a. C. por encargo del emperador Augusto, para glorificar el Imperio atribuyéndole un origen mítico. Virgilio elaboró una reescritura, más que una continuación, de los poemas homéricos, en la que establece, como punto de partida la guerra de Troya y la destrucción de esa ciudad, y presenta la fundación de Roma a la manera de los mitos griegos. Virgilio trabajó en esta obra desde el año 29 a. C. hasta el fin de sus días (19 a. C.). (Códice Vaticano, manuscrito.)

En 1442, Mena tradujo la versión de la Ilías latina, dedicada a Juan II, al castellano, como Homero romanceado, un compendio breve de la Ilíada

Mena escogió para sus versos, el férreo dodecasílabo, muy solemne y que no admite variaciones, aunque las hallarían después otros grandes, como Garcilaso, Boscán y Diego Hurtado de Mendoza -al que algunos críticos atribuyen la autoría del Lazarillo de Tormes-, si bien, estos lo hicieron, partiendo del endecasílabo italiano.

Garcilaso; él mismo, con Boscán y Diego Hurtado de Mendoza

Mena fue el primer poeta castellano que se planteó crear un lenguaje poéticamente elevado, distinto de la lengua vulgar, aun sabiendo que ello le ganaría detractores entre los partidarios de una elocución más vulgar, y así lo declaró en una "Protestación" que incluyó en la estrofa 33 de su Laberinto:

Si coplas, o partes, o largas dicciones / non bien sonaren d'aquello que fablo / MIREMOS AL SESO, MAS NON AL VOCABLO / si sobran mis dichos segund mis razones, / las cuales inclino so las correcciones / de los entendidos, a quien solo teman, / mas no de grosseros que siempre blasfeman / segund la rudeza de sus opiniones.

Las Coplas contra los siete pecados capitales fue la última obra que compuso Mena, aunque quedó inacabada. Prudencio. Gómez Manrique las concluyó y, Pero Guillén de Segovia y fray Jerónimo de Olivares añadieron además las disputas de la Gula, la Envidia y la Pereza.

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El Condestable Luna

No sé si resulta exagerado decir que Juan de Mena y Álvaro de Luna comparten una actitud que los aproxima muchísimo, pero que, al mismo tiempo, los distancia; Mena sirvió al rey Juan II y Luna fue servido por el rey, Juan II. Porque no existe la menor duda acerca de la adoración que el monarca Trastámara/Lancaster sintió hacia don Álvaro, eso sí, como un espíritu débil y dependiente, que igual que permitió al canciller -según parece-, medrar a su antojo en la Corte, firmó su sentencia de muerte, sin mediar, oficialmente, causa conocida para la inversión de su rendido afecto. ¿Qué pudo pasar?

De aquesta virtud /el buen entendimiento/ fue ansí privado e menguado este rey, que aviendo todas las gracias suso dichas, nunca una ora sola quiso entender nin trabajar en el regimiento aunque en su tiempo fueron en Castilla tantas revueltas e movimientos e daños e males e peligros quantas no ovo en tiempo de reyes pasados por espacio de doscientos años, de lo qual a su persona e fama e reino venía asaz peligro.

Fernán Pérez de Guzmán, Crónica del Señor Rey don Juan.

Juan II, que empezó a reinar por sí mismo -al menos, en apariencia-, en 1419, a los 14 años,  estaba dotado de excelentes cualidades como hombre, pero carecía de todas las que son de un rey. De su madre, Catalina de Lancaster había heredado la prestancia física, la abulia y la estrechez de miras. Salvo haviendo de caminar, traía siempre un bastón en la mano. Honrado y bondadoso, de intachables costumbres, gran tañedor, poeta exquisito y delicado, tenía todas las cualidades de un hidalgo, ninguna de las de un príncipe.

Realmente, la historia del reinado de Juan II, es la historia del Valido Álvaro de Luna, el sostenedor de la autoridad real.

Juan II, de Prats y Velasco y Don Álvaro de Luna, de Federico Madrazo.

“Lo que acabó con él, [Luna] paradójicamente, fue la astucia y la influencia de una mujer, la reina Isabel de Portugal, segunda esposa del rey y madre de Isabel la Católica. La reina convenció a Juan II de que Álvaro de Luna era un peligro para el reino y un traidor.”

Su poder parecía incontestable, cimentado en el afecto que le dispensaba Juan II, pero todo cambió cuando la segunda esposa del rey, Isabel de Portugal, la madre de Isabel la Católica, celosa de la incondicional influencia del condestable sobre su esposo, le acusó de intrigas, abusos y asesinatos, y urgió con insistencia a su marido a prescindir de su favorito. 

Fue el día 4 de abril de 1453.

Aquel día, Álvaro de Estúñiga prendió al condestable en Burgos, por orden del rey y mandó llevarlo al castillo de Portillo. La esposa de Luna, Juana Pimentel, y su hijo Juan de Luna se refugiaron en Escalona, desde donde pidieron ayuda al papa, por ser su esposo gran Maestre de la Orden de Santiago, protegida papal. 

El 28 de abril, Juan II salía de Portillo hacia Fuensalida, para sofocar la rebelión de los partidarios del condestable.

El día 1 de junio, Luna fue llevado a Valladolid, donde, tras ser juzgado y condenado en un juicio que no fue más que una farsa, fue decapitado en cadalso público, en la plaza Mayor de Valladolid el 2 o el 3 de junio, de 1453.

Luna ante el patíbulo. Federico Madrazo. 1841. Museo Goya, Castres.

Entierro del condestable don Álvaro de Luna. E. Cano de la Peña. MNP

Juan II solo le sobrevivió un año; breve respiro para la reina. Le sucedería -1454- su desgraciado hijo mayor, Enrique IV, quien, hiciera lo que hiciera, estaba de antemano condenado al fracaso y al vituperio, que no le ahorró testimonios falsos y acusaciones no probadas, entre las que, como era costumbre, y así se dijo también de Juan II, se mezclaron ciertos hábitos sexuales, demostrativos ¿cómo no? del summun de la perdición física y moral de un caballero.

Con el ascenso al trono de su hijastro, Enrique IV, la reina viuda se instaló de forma definitiva en Arévalo, cuyo señorío le pertenecía como parte de sus arras matrimoniales. Allí, en el modesto palacio de Juan II, residieron los infantes, Isabel y Alfonso, junto a su madre, y fueron testigos de sus problemas mentales.

La demencia de Isabel de Portugal. Atribuido a Pelegrín Clavé. 1855. Museo Nacional de San Carlos

Bocetos

Se trata, evidentemente, de la reina viuda de Castilla, Isabel de Portugal, imaginada, durante uno de sus accesos de demencia. Junto a ella, sus hijos, Alfonso e Isabel, con otros personajes de su pequeña corte, entre los cuales, algunos tendrían mucho peso en la vida y el reinado de Isabel, como Gonzalo Chacón, que procedía del círculo de Álvaro de Luna, pero que se convirtió en preceptor de los infantes y una especie de figura paterna. Estaba casado con Clara Álvarez de Alvarnáez, dama de origen portugués, camarera de la reina Isabel. 

Posiblemente en aquella época también estaba Beatriz de Bobadilla, hija del guardián del castillo de Arévalo, que se convertiría en la más incondicional amiga de Isabel. y a la que entregó el dominio de Segovia, que Beatriz ejercería con su marido el marqués de Moya, de manera despótica, hasta tal punto que la propia Isabel tuvo que intervenir alguna vez, ante las quejas unánimes del pueblo. 

Otros importantes personajes fueron, Gutierre de Cárdenas; su esposa, Teresa Enríquez, y el agustino, fray Martín Alonso de Córdoba, que le dedicó su obra, El Jardín de nobles doncellas, como orientación en su vida. También estaba Beatriz de Silva, dama portuguesa que llegó con el cortejo matrimonial de la reina madre, y a la que luego ayudaría en la fundación de la Orden de la Inmaculada Concepción y a la que donó el paradisíaco palacio de Galiana, a la ribera del Tajo, en Toledo, si bien ella tampoco se libraría, al parecer, de una de las más locas venganzas de la reina viuda, tal como muestra el relato que sigue.

La «felonía del baúl» y los celos

Isabel puso sus sospechas sobre Beatriz De Silva, una doncella portuguesa que la acompañó en su andadura por Castilla. Se cuenta que la reina, consumida por estos celos, encerró durante tres días a la dama portuguesa en un baúl en los sótanos de palacio sin apenas espacio, luz, alimento y agua.

La conocida como «felonía del baúl» se salvó de acabar en tragedia cuando Beatriz fue liberada por un pariente, uno de sus tíos, quien haría todo tipo de averiguaciones sobre su paradero hasta encontrarla con vida. Otra versión más mística asegura que a la joven se le apareció la Virgen María y le comunicó que sería liberada, confiándole la fundación de una orden consagrada al culto de la Inmaculada Concepción. Y sí, Santa Beatriz fundó años después la Orden de la Inmaculada Concepción.

César Cervera. ABC Historia, 15.6.2016.

Con respecto a la desaparición de Enrique IV, el hermano mayor de Isabel, fruto del primer matrimonio de su padre, se manejan diversas posibilidades, más o menos envueltas en la sombra de la sospecha, pero la peor suerte fue la reservada a su hija doña Juana, a la que los partidarios de Isabel y Fernando, dieron en apodar, “Beltraneja”, por considerarla hija de un amigo de Enrique IV; algo que jamás se probó. Doña Juana fue atacada hasta la saciedad, perseguida y expulsada del reino, a pesar de que siempre argumentó que poseía documentos que probaban su legitimidad; papeles que doña Isabel busco infructuosamente, durante todo su reinado, pero que debieron existir, pues de otro modo, no se explicaría el hecho de que, cuando Fernando enviudó y su hija Juana heredó la corona de Castilla, se propuso por todos los medios recuperarla, a cuyo efecto, pidió en matrimonio a doña Juana, a la que había combatido tan duramente. No cabe sino pensar que dichos papeles existían y que, con aquel matrimonio, Fernando esperaba tomar posesión de su perdida corona castellana. Como es sabido, doña Juana se negó rotundamente, pero he aquí, que Fernando decidió entonces, arrebatarle a su hija la corona de Aragón, y para lograrlo, se casó de nuevo, en esta ocasión, con Germaine de Foix, con la que tuvo un hijo que no sobrevivió, pero que, de no ser así, habría heredado la corona de Aragón, en perjuicio de doña Juana. 

Don Álvaro de Luna, según testimonios inéditos de la época / El Marqués de Laurencín.

...viviendo el omnipotente y temido favorito fué dado á sus enemigos, ayudados por la Reina, decidir el ánimo misérrimo de aquel monarca degenerado, sediento con avaricia de apoderarse de las riquezas de D. Alvaro, hacerle caer en desgracia y conducirle al patíbulo...

... superioridad del talento de D. Alvaro sobre el menguado y raquítico que distinguía á D. Juan,..

Marqués de Laurencín. RAH. BVMC

No sorprende que la literatura de la época sea tan apocalíptica.

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Juan de Mena prologó una excelente, y no tan conocida, obra literaria de don Álvaro de Luna -al que le unía una gran amistad, y que, aunque no se diga, también era escritor-, no tan apocalíptico, como compendiador de castigos, sino reivindicativo, sobre la consideración debida a las vituperadas mujeres.

Un ejemplar de su Libro de las virtuosas e claras mujeres figura entre los bienes de Isabel la Católica depositados en el Alcázar de Segovia e inventariados por Gaspar de Grizio en noviembre de 1503,  que probablemente, fue depositado allí por Juan II . Destaca por su rica encuadernación con escudos de los Luna y veneras de plata, siendo uno de los pocos que, según Sánchez Cantón. poseía la reina con una cubierta lujosa: 


El Libro de las claras e virtuosas mujeres, se compuso en el periodo más agitado del reinado de Juan II de Castilla, con el gobierno revuelto y los enemigos ganando terreno. El autor, Álvaro de Luna, afirma en la conclusión del tercer libro que alternó lo que definió como sus dos deberes: luchar por Castilla y su rey, y defender a las mujeres de las malas lenguas. 

Efectivamente, dos días antes de dar fin a su libro, el condestable daba por terminado el asedio de Atienza, con éxito; una zona que había sido ocupada por los navarros. De hecho, terminaría de escribir esta obra, el 14 de agosto de 1446. 

Luna, trabajó con la colaboración de autores como Juan de Mena. La obra consta de un proemio y tres libros, en los que expone ejemplos de mujeres bíblicas, paganas y cristianas. Don Álvaro escribió esta obra en respuesta a la misoginia de la época, impulsada por escritores como Boccaccio. El texto tuvo una gran difusión entones, figurando, como se ha dicho, en la biblioteca de la reina Isabel la Católica.

Juan II es definido por los historiadores como un rey débil de voluntad y descuidado en los intereses de su reino, pero es un hecho, que su madre, Catalina de Lancaster, le inculcó su pasión por las letras y que en la Corte se documenta la presencia de los mejores eruditos de la época. Juan II contaba con la presencia de más de doscientos poetas, entre los que conocemos bien, a Diego de Valera y, por supuesto, Juan de Mena, que ofrecía sus creaciones literarias en grandes fiestas, con acompañamiento de música. Gracias a la presencia de estos eruditos el humanismo imperaba en la Corte, a través de autores como los citados, el Marqués de Santillana, y, por supuesto, Don Álvaro, quien, como sabemos, ponía su firma, en 1446, cuando aún se encontraba en la villa de Atienza, en su Libro de claras e virtuosas mugeres, cuya finalidad era defender la naturaleza virtuosa de la mujer de la fuerte e imperante crítica misógina, tan enraizada en la tradición occidental, de la que sirven como referencia, la Sátira VI de Juvenal y un celebrado fragmento de De nuptiis, de Teofrasto, que se fue enriqueciendo con argumentos religiosos en contra de la mujer. 

El discurso misógino, que primaba como tema de actualidad en la época medieval, a base de tópicos muy asentados y aceptados, no tiene más argumento que destacar la maldad femenina. 

Hay que recordar, sin embargo, que el principal detractor de las mujeres, Boccaccio, que en un primer momento escribió dos obras con un elevado componente misógino, como son, De casibus virorum illustrium, y Il Corbaccio, después se retractó con De claris mulieribus. ¿Conversión o adaptación a la moda?

Toda la crítica coincide en destacar la seguridad de que don Álvaro pretendía, sinceramente, reivindicar a las mujeres, frente a la reinante maledicencia extendida en la sociedad: Gómez Redondo apunta que aunque tuviera a su disposición una officina, el libro refleja toda su personalidad autoral: “Es sospechable que los familiares de Luna le sirvieran datos, cuando no biografías ya formadas, pero parece cierta la intervención personal de don Álvaro en el diseño y construcción formal de la obra, a tenor de las correspondencias que pueden establecerse con su pensamiento y con su visión política y cultural”. Luna, sin lugar a dudas, quería proyectar en su obra: un hombre de armas, pero a la vez letrado y defensor de las mujeres.

Por otra parte, el tratado, que está escrito en un momento clave de la historia del castellano, desarrolla uno de los ejemplos más claros de intencionalidad al que pudiera aspirar un escritor medieval: rescatar la memoria de todas las mujeres, de todos los estados, ya fueran santas, imperiales, o reales. Cabe destacar la posibilidad de una salvación de mujeres del tercer estado, lo que nos hace pensar que Álvaro de Luna podría estar pensando en su propia madre, la plebeya Cañeta

Ridiculiza hasta el punto más absurdo el argumento de sus contemporáneos misóginos quienes mantenían que las mujeres son poco virtuosas, planteando que la innumerable existencia de ejemplos de virtud en todos los momentos de la historia, muestra que la mujer es virtuosa por naturaleza. Además, entiende que, si la mujer y el hombre tienen la misma capacidad para la virtud, también, deberían tenerla para la salvación. 

El libro de Luna basa su defensa de la mujer en la Biblia, aduciendo que en determinadas partes se critica a los hombres deshonestos y no por ello se extiende la crítica a todos los hombres, de igual manera que no se debe decir de que la Biblia critique a todas las mujeres puesto que solo lo hace de las deshonestas. 

Resulta evidente, por otra parte, que el autor no reivindica “derechos”, sino que se centra en negar esa culpabilidad original, falsamente atribuida a la mujer y que eternamente sirvió para denigrarla.

La obra de Luna se conserva en 5 manuscritos. Dos de ellos, el 207 y el 2654, son del siglo XV y se conservan en la Biblioteca Universitaria de Salamanca. El manuscrito 207 es el más lujoso de todos, en vitela fina y con ricos adornos: reclamo compuesto por dibujos a pluma, orlas con motivos vegetales y humanos, y las armas de don Álvaro de Luna. Algunos críticos aseguran que el manuscrito perteneció al propio Luna, mientras otros apuntan a la posibilidad de que estuviese destinado a la reina María de Castilla, que murió antes de su conclusión en 1445, pero ninguna de las hipótesis reúne pruebas suficientes para ser corroboradas. 

El manuscrito 2654 es mucho más modesto que el anterior, en papel, aunque, a diferencia del 207, su ornamentación sí está terminada y contiene el proemio de Juan de Mena. 

Otro manuscrito que contiene la obra y se conserva en esa misma biblioteca salmantina es el 2200, que unos datan del siglo XVI y otros en el XVII. En la biblioteca de Menéndez Pelayo, de Santander, se conserva el manuscrito 76, de 1703, descubierto por Santiago del Moral en un libro de la biblioteca del conde de Villaumbrosa. 

Por último, en la BNE, se conserva el manuscrito 19165, de 1857, copiado del manuscrito 207, por orden del entonces Rector de la Universidad de Salamanca. No obstante, parece que hubo dos manuscritos más. Sin embargo, o bien no se conservan hoy, o no se han catalogado y permanecen en paradero desconocido. Uno sería el que perteneció a la biblioteca de Isabel la Católica, y que sería, según parece, un manuscrito con gran riqueza de adornos, del siglo XV o primeros años del XVI. El otro pertenecería a la biblioteca del conde de Villaumbrosa y de él derivaría el manuscrito 76. Lo único que se sabe de él es que seguramente fuera de vitela, estaría iluminado y se podría fechar entre 1446 y 1677.

En definitiva, la crítica la ha destacado como “una obra en defensa (de la mujer) sin ambigüedades, sin duda, el ejemplo más importante del género en español”. Una ambiciosa obra de carácter enciclopédico que cuenta con un proemio del autor, cinco preámbulos y tres libros que contienen más de cien exemplas de virtudes femeninas de todo tipo.

En el terreno opuesto, en Castilla, la primera obra genuinamente misógina es el Arcipreste de Talavera o Corbacho escrita por Alfonso Martínez de Toledo, en 1438, que centra su trabajo en mostrar el gravísimo peligro al que se exponen aquellos que aman a las mujeres. 

Véanse, a título de ejemplo, algunos de los títulos de sus capítulos

Cómo por amor se siguen muertes, omecillos, y guerras.- Cómo el que ama aborrece padre y madre, parientes, amigos.- De cómo por amar muchos se perjuran y son criminosos.- De cómo por amar acaecen muertes y daños.- Cómo el amor quebranta los matrimonios.- Cómo los letrados pierden el saber por amar.- Cómo es muy engañoso el amor de la mujer.- Cómo el que ama pierde todas las virtudes.- En conclusión cómo por amor vienen todos males.- De los vicios y tachas y malas condiciones de las perversas mujeres, y primero digo de las avariciosas. -De cómo la mujer es murmurante y detractadora.- De cómo la mujer miente jurando y perjurando.

El autor, cuando “hace fin a la presente obra, demanda perdón si en algo de lo que ha dicho ha enojado”.

La obra de Luna tuvo buena recepción en la época. Sin embargo, pese a la celebridad de su autor, hasta el siglo XIX no existen más alusiones al Libro de claras e virtuosas mujeres, que su mención en el inventario de bienes de Isabel la Católica. 

Tras el ajusticiamiento de su autor, la obra durmió un largo silencio durante los siglos XVI, XVII y XVIII, aunque indudablemente existió algún aislado interés por la relevancia histórica del personaje. Pero, pese a las muestras de copias aisladas, el tratado de don Álvaro, fue absolutamente desconocido hasta el siglo XIX, cuando se empezó a crear el canon literario de la época medieval.

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AQUI YACE EL ILUSTRE SEÑOR D. ALVARO DE LUNA, MAESTRE DE SANTIAGO, CONDESTABLE QUE FUÉ DE CASTILLA, EL QUAL, DESPUES DE HABER TENIDO LA GOBERNACION DE ESTOS REINOS POR MUCHOS AÑOS, FENESCIO SUS DIAS EN EL MES DE JULIO AÑO DEL SEÑOR DE 1453.

En 1430, el Condestable compró, para su enterramiento, la capilla de Santo Tomás Becket, encargada, en el siglo XII, por la reina Leonor Plantagenet, a la que incorporó dos capillas inmediatas, del siglo XIII; la de San Eugenio y la de Santiago, que conservó el nombre. Se empezó a construir al principio del arzobispado de Juan de Cerezuela (1434-1442), el hermanastro del Condestable y, el propio don Álvaro, contrató al maestro Hanequín de Bruselas.

Su hija, María de Luna, casada con el segundo Duque del Infantado. encargó el retablo, en 1488, año en que murió la madre, Juana Pimentel. 


El Condestable y su esposa, figuran, a izquierda y derecha del Descendimiento, en la parte inferior, acompañados, respectivamente, por San Francisco y San Antonio.

Se dice que Luna también encargó la creación, con su imagen, de un autómata que debía arrodillarse y levantarse, según lo requiriera la Misa, pero que Isabel la Católica, viendo que distraía a los fieles, mandó destruirlo, aunque otros dicen que fue Fernando de Antequera, cuyo odio hacia don Álvaro, era de todos conocido. 

Unos años después, los consejeros de Isabel la Católica, Gonzalo Chacón y Gutierre de Cárdenas, evocaron la figura de don Álvaro como el ministro que más había trabajado por fortalecer el poder real. Isabel restableció la memoria del valido, devolviendo a sus descendientes títulos y dignidades.

Los restos mortales de don Álvaro fueron trasladados a su capilla. Esto era en 1482. El cronista de Toledo, Luis Moreno Nieto, escribió que en 1954 los restos de don Álvaro de Luna y de su esposa estaban en una caja de madera, arrumbados en un pasillo de la catedral.

La creación literaria no dejó de ocuparse del terrible evento; algunos autores, celebrando la caída del Valido y dedicándole frases, que jamás hubieran dicho, no ya a don Álvaro, sino a sus partidarios, en vida. 

Diego de Valera

¿Qué fue de vuestro poder? / Grant Condestable de España,

Pues ningún arte nin maña / Non lo pudo sostener?

Y con el mismo menosprecio ante el muerto, habla entonces de su “bizarría”, “mando”, “saber”, “riqueza mal ganada”, “renombre”, etc., algo que suena más a rencor que a raciocinio. 

Con más lógica, aparece en el Romancero:

A don Álvaro de Luna, / condestable de Castilla,

el rey don Juan el segundo / con mal semblante le mira.

Dio vuelta la rueda varia, / trocó en saña sus caricias,

el favor en amenazas; / privaba, mas ya no priva.

Y también:

es blanco donde la envidia / todos sus tiros asesta;

terreno de las malicias, / fortaleza sin defensa.

Púsome a mí la fortuna / en la cumbre de su rueda;

mas como es rueda, rodó / hasta bajarme a la tierra.

Ángel Saavedra, Duque de Rivas, termina con realismo.

Así camina el maestre / con tan gallarda presencia

y con tan sereno rostro, / que impone a cuantos le encuentran.

Sus enemigos no osan / clavar la vista soberbia

en él, como consternados / ya de su venganza horrenda...

Pero, para terminar, dentro del ánimo de aquellos tiempos, traemos una curiosa leyenda: La tertulia de los muertos, publicada en “Leyendas de Toledo”, que transcribo literalmente. 

En 1808, el maestro de cantería Luciano Martín Forero recibió el encargo de la Obra y Fábrica de la Catedral de bajar a la cripta de la capilla de Santiago y con la ayuda de algunos peones revisar la bóveda y reparar desperfectos.

Con no pocos esfuerzos, lograron los operarios mover la pesada lápida que cubre el acceso a la cripta, y prepararon faroles de aceite para alumbrar la oscuridad... 

Bajo la atenta mirada de numerosas personas que allí se dieron cita para la apertura por primera vez desde el siglo XV de esta cripta, uno de los peones comenzó a descender los escalones, seguido del resto de la comitiva.

Luciano, que bajaba en segundo lugar, ...la lámpara que portaba el primer peón se apagó de forma repentina. La negrura que les rodeaba hizo temer lo peor al grupo, que no tardó mucho en introducir otra lámpara de aceite desde la entrada…

Cuando llegaron al último escalón y se unieron al primer joven, observaron que [Luciano] con cara de terror miraba hacia el centro de la cripta, donde un grupo de esqueletos, sentados en viejos sillones y con la ropa hecha jirones posaban los restos de sus manos sobre una vieja mesa como si en una macabra tertulia estuvieran desde hace siglos. Las cuencas vacías de los ojos de los familiares del Condestable parecía que observaban detenidamente una calavera que reposaba en el centro de la mesa, posiblemente la cabeza separada del cuerpo de don Álvaro, que el 2 de junio de 1453 rodó en Valladolid.

Sixto Ramón Parro mencionó la macabra visita en su Guía de Toledo (libro 1º, página 386), que fue publicada en la revista “Toledo”, en 1889, número IV por José María Ovejero, y posteriormente ha sido recuperada en diversas ediciones como Mateo y Rodríguez (2007) o Pantoja y García (2009).

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Enlaces para una interesante lectura:

Laberinto. Mena

Claras e Virtuosas

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4 comentarios:

  1. Estimada Clara:
    ¡Qué sabia combinación de erudición, conocimiento y amenidad abraza el artículo!

    He disfrutado intensamente con su lectura donde nos traes a Mena, Santillana, Condestable, Juan II de Castilla, Bocaccio todo parejo con las intrigas políticas y sucesorias de la corte de Castilla y con noticias tan interesantes como, para mí, desconocidas (de gran singularidad la nota marginal con la interpretación irónica del epitafio del Condestable, el viraje, ¿estrategia comercial?, de Bocaccio con su Claris mulieribus...).

    En fin, inmenso placer de lectura y de depósito de conocimiento.
    Como modesto (y muy profano) aficionado al mundo de la edición y libro antiguo me ha gustado, particularmente, las reproducciones de portadas de impresiones de la época y las citas bibliográficas.

    La primera edición de la Crónica de Juan II, Logroño, 1517, es obra imponente en todos sus aspectos, también en el laudatorio, y pasa por ser una de las obras mejor editadas en España en el primer cuarto del siglo dieciséis. Respecto al grabado de la portada de las Trescientas, Zaragoza, 1507, me permito indicar que el impresor Coci lo utiliza también en la portada de la Philosophia Moral de Aristóteles, impresa el mismo año, y anteriormente en la edición incunable de las Epístolas de Séneca, 1496. El grabado representa a Aristóteles entregando a Alejandro Magno libro o textos para su formación (llevando el nombre de ambos impreso en sus respectivas vestiduras). El grabado es de procedencia alemana (como la gran parte de los grabados utilizados por Coci).

    ¡Muchas gracias por compartir tan extenso e interesante estudio, por su amenidad y cercanía didáctica y esfuerzo que supone su preparación y confección!
    Un saludo muy cordial,
    Luis (DM)

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    1. Gracias, otra vez, porque revisando las publicaciones de Coci, encontré la Metafísica de Aristóteles, traducida por Carlos de Viana. No tenía ni idea. Todo un hallazgo, referido a uno de mis personajes históricos favoritos, al que, hace tantos años “conocí” en el Museo del Prado. Lo cierto es, que siguiendo las ediciones de Coci, tenemos autores muy interesantes para muchas horas y ya no solo en el terreno literario, sino en el histórico, como Lucio Marineo Sículo. ¡Qué maravilla! NOTA: Sigo recorriendo la segunda planta de los Uffizi. (¡Maravillosa Florencia!). Un saludo y gracias de nuevo. Clara.

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  2. Estimada Clara por tu interés en la figura del príncipe de Viana me permito recomendarte la visita a la web de la biblioteca de la Universidad de Salamanca El Mercurio salmantino donde encontrarás un artículo sobre él y su biblioteca. Un saludo muy cordial, Luis

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  3. Visto y consultada la relación de manuscritos, además de la miniatura del Príncipe. Muchísimas gracias por la información. Aquí seguimos "investigando", y con ayuda, siempre mejor.

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