sábado, 10 de diciembre de 2022

El Descanso del Cid

 

Firma de Rodrigo Díaz de Vivar: Yo Rodrigo
Rodrigo Díaz de Vivar. Balboa Park, San Diego. USA

“Campeador”; Campidoctor. “Cid”; Señor.

¿Cuántos grandes personajes han “visto” perderse sus huesos? Quizá no merece la pena mencionar aquí todos los casos que conocemos, cuya mayor tragedia es, que buena parte de las desapariciones se ha producido, precisamente, a causa de la admiración que despertaban ellos mismos. Por esta razón, no necesariamente ocurre que se extravíen; también pueden ser objeto del ansia desmedida de poseerlos. Muchos restos de grandes, se han visto sometidos a continuos desplazamientos, casi nunca bien documentados, y quedaron dispersos en espacios diferentes. Otros, en fin, fueron sencillamente olvidados. Quizás podamos descartar el caso de los restos de Shakespeare, quien ya se ocupó a tiempo, de lanzar claras maldiciones sobre aquel que se atreviera a tocarlos, y, aun así, queda la duda de saber si lo que en realidad hay bajo la losa de Holy Trinity Church, es lo que creemos, pues, parece que, a pesar de la maldición, su cráneo desapareció hace un par de siglos.

Así pues, por unas u otras causas, son varios los grandes personajes cuyos restos se han perdido, dispersado, o al menos, ofrecen dudas: Colón, 1506; Cervantes, 1616; Leonardo da Vinci, 1519; Lope, 1635; Garcilaso, 1536; Santa Teresa, 1582; Velázquez, 1660; Mozart, 1791 y, más atrás, en la Alta Edad Media, tenemos el caso de Rodrigo Díaz de Vivar, fallecido en 1099.

Monumentos del recuerdo

Colón. Catedral de Sevilla. -Cervantes: placa en las Trinitarias de Madrid, en la que también figura Marcela, la hija de Lope de Vega.
Capilla Real de Saint-Hubert. Amboise.1863   -Lope. Iglesia de San Sebastián, de Madrid
San Pedro Mártir, Toledo.
Santa Teresa. Alba de Tormes, -Velázquez, Columna en la Plaza Ramales de Madrid.
Cementerio de Saint Marx. -Catedral de Burgos: Rodericus Didaci Campidoctor.

Rodrigo Díaz fue inhumado por primera vez, en la catedral de Valencia, pero sus restos pasaron pronto al monasterio de San Pedro de Cardeña, a causa del desalojo e incendio cristiano de la capital levantina en 1102

San Pedro de Cardeña. Burgos. -Detalle de la Torre del Cid y los campanarios.

Jimena, ya viuda, y señora de Valencia, la defendió con la ayuda de Ramón Berenguer III, su yerno, con muchas dificultades. En mayo de 1102, el almorávide Mazdali entró en la ciudad, y permitió la salida honrosa de los cristianos, como siempre había hecho el Cid con los musulmanes derrotados. Jimena salió de la ciudad llevando los restos de su esposo y sus objetos de valor, pero antes, mandó quemar las casas. Los almorávides entraron en Valencia y permanecieron allí, hasta que Jaime I la recuperó, en 1238.

En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron la tumba, pero al año siguiente, el general Paul Thiébault ordenó depositar los restos en un mausoleo-monumento, levantado en el paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón. En 1826 fueron enviados nuevamente a Cardeña, pero tras la desamortización, en 1842, pasaron a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Finalmente, desde 1921, fueron colocados, junto a los de su esposa, Jimena, en el crucero de la Catedral de Burgos.

Los diversos traslados y expolios que han sufrido los restos mortales del Cid, a lo largo del tiempo, hacen sospechar que las posibilidades de autenticidad de los mismos, sean, no solo muy dudosas, sino casi inexistentes, por lo que parece aconsejable referirnos a ellos de manera teórica.

Concretando pues, el primer enterramiento, debió ser el de la catedral de Valencia, en 1099, pero Jimena procedió a exhumarlos tres años después, cuando, tuvo que volver a Castilla, tras la pérdida de la ciudad. Entonces los depositó en San Pedro de Cardeña, en Burgos, donde, al parecer, el propio cuerpo del Campeador estuvo expuesto, pero empezó a descomponerse, lo que obligó a proceder a una nueva inhumación.

Sin cambiar de sede, durante siete siglos; 1102-1808, la tumba cambió varias veces de sitio; pasando de un nicho al lado del altar, al centro de la iglesia, por decisión de Alfonso X; frente la sacristía; junto a una escalera, etc. y, finalmente fue colocada en una capilla construida ad hoc en el siglo XVIII. Los restos terminaron en el atrio del monasterio, donde también recibió sepultura su esposa años después, y allí permanecieron hasta que Alfonso X el Sabio hizo que los dos pasaran al interior del templo. A mediados del siglo XV, el monasterio fue reformado y los huesos, depositados en la sacristía, durante casi un siglo, antes de ser trasladados al ábside, donde estuvieron, hasta 1736, año en que se construyó una capilla para custodiarlos.

A pesar de aquellos traslados, aparentemente, nada había cambiado desde que el depósito fuera registrado en un documento de mediados del siglo XVI -hasta 1808-. El cuerpo del Cid, ya muy deteriorado, se conservaba envuelto en una capa bordada con motivos moriscos, con sus espuelas y una espada.

Con las primeras victorias de las tropas napoleónicas en Burgos, en 1808, se produjeron saqueos en busca de botín y, aunque el Cid era un personaje bien conocido, e incluso, admirado, por los franceses -como atestigua la obra de Corneille-, o quizás, precisamente, por ello, su tumba no se libró del expolio en busca de legendarios objetos valiosos; en parte, precisamente, por admiración, la posibilidad de hacerse con algunos huesos del héroe, ya constituía un triunfo seguro.


A pesar del esfuerzo de algunos jefes militares, como el general Thiébault, ordenando que los restos de Rodrigo y Jimena volvieran a su lugar de descanso, no pudieron evitar su dispersión y, en ocasiones, su pérdida definitiva, aunque parcial, por los caminos de Europa. Thiébault, como gobernador de Castilla bajo la ocupación francesa, para conservar los restos, hizo levantar un monumento funerario al héroe, en el Paseo del Espolón, en Burgos, realizado por Alexandre de Laborde. Dicho monumento, fue desmontado en 1826.

El monumento erigido por Thiébault

Pasada la ocupación francesa, el Monasterio de Cardeña recuperó poco a poco su cotidianidad religiosa, y fue entonces, en 1826, cuando solicitó y recibió los huesos del Cid que estaban todavía en el monumento del paseo del Espolón. Pero el monasterio fue de nuevo abandonado tras la desamortización, en 1835, y hubo que esperar al año 1842, cuando la Casa Consistorial de Burgos recuperó los restos una vez más. Ya en 1921, con ocasión del DCC Aniversario del inicio de la construcción de la Catedral, se optó por depositar los restos de Rodrigo y Jimena, en su privilegiado interior.

No obstante todo lo anterior, durante años se ha hablado del hallazgo de restos auténticos, en destinos tan inesperados, como la República Checa o Rusia. 

Dominique Vivant Denon (1747-1825) Sustitución de los huesos de Le Cid en su tumba. Obra de Fragonard. 1811. Musée Antoine-Lecuyer, St. Quentin, France.

Denon, que era escritor, erudito y diplomático, atesoraba -o así lo creía-, restos de personajes, como eran: algunos huesos de Abelardo; un diente de Voltaire, o el bigote del monarca, Enrique IV de Borbón, entre otras cosas. Fragonard lo representó “devolviendo” a su tumba, tras un minucioso examen, el cráneo del Cid. El truco está en que la postura del coleccionista, no deja claro si toma o deja, pues, lo que no sabíamos era, que el gobernador Thiébault, ciertamente, rescató lo que pudo de los restos del héroe en 1808, y que levantó el monumento de Burgos, pero, antes que nada, había entregado a Denon los verdaderos huesos del Campeador, y Denon los conservó el resto de su vida.

Dominique-Vivant Denon, 1747-1825, que también era pintor, grabador e ilustrador y, como hemos visto, diplomático bajo el Antiguo Régimen, sirvió a Napoleón como supervisor de los eruditos enviados en su campaña egipcia, y luego, como director del Musée Napoleon -Louvre-. Como organizador de las exposiciones del Salón, durante el Imperio, no solo ejercía notables actitudes de mecenazgo, sino que también dictaba en gran medida los programas de los cuadros que habían de crearse en torno a las campañas napoleónicas, como los de Gros y otros. Su gusto era ecléctico y apoyó y animó a artistas jóvenes, como Alexandre-Evariste Fragonard. Precisamente.

A la vista de la admiración despertada por nuestro héroe allende las fronteras, tal vez sea conveniente relacionarla con algunos aspectos de su semi legendaria biografía y otros eventos históricos conocidos.

La mayoría de los investigadores acepta que don Rodrigo murió en Valencia, el día 10 de julio de 1.099, y aunque la fecha no es indiscutible, parece que es la que se desprende de la famosa Historia Roderici.

“Historia Roderici”. Real Academia de la Historia

Vivant Denon devolviendo los restos de El Cid y Doña Jimena a su sepulcro.

La leyenda popular -negada por el barón-, dice que llevó a su casa los restos del Cid, especificando, sorprendentemente, que los ocultó debajo de su cama. Thiébault, por su parte, levantó el monumento al héroe, plantó árboles y colocó bancos alrededor del mismo, pero todo desapareció cuando los españoles expulsaron a los franceses de la zona, pues el monumento y su entorno, recordaba demasiado a los gabachos.

Parte de los restos del Cid y su esposa, durante el traslado al nuevo mausoleo, fueron robados y regalados posteriormente, al príncipe de Hohenzollern que los guardó en su gabinete de curiosidades en el castillo de Sigmaringen, aunque, en 1882, la familia los devolvió, en el transcurso de un acto presidido por Alfonso XII, quien, al parecer, quedó conmocionado cuando el arqueólogo Francisco Tubino le desveló que parte de los huesos del Campeador se encontraban en Alemania.

Dos franceses fueron los responsables conocidos de la desaparición de estos restos: el conde de Salm-Dick y el barón de Delammardelle, que se los repartieron como botín. El primero los regaló al príncipe alemán Carlos Antonio de Hohenzollern. Gracias a la petición del rey Alfonso XII y del Gobierno español, como henos visto, los restos volvieron a España a finales del siglo XIX. Poco más se sabe sobre lo que ocurrió con los que expolió Salm-Dick, aunque, al parecer, algunos se encuentran todavía en el palacio checo de Lazne Kynzvart y en otros lugares, como los que pasaron a manos de un particular en Brionnais, en la Borgoña francesa.

Y fue ya en 1921, cuando, al fin, se depositaron junto a los restos de su esposa, Jimena, en el crucero de la Catedral de Burgos, con un epitafio redactado en latín por Ramón Menéndez Pidal

RODRIGO DÍAZ, CAMPEADOR MUERTO EN VALENCIA EL AÑO 1099.

A TODOS ALCANZA HONRA POR EL QUE EN QUE EN BUENA HORA NACIÓ. JIMENA SU ESPOSA, HIJA DE DIEGO, CONDE DE OVIEDO, NACIDA DE ESTIRPE REAL.

Para entonces, los restos mortales -reales o supuestos-, del Cid, habían pasado por seis ubicaciones:

Catedral de Valencia

Monasterio de Cardeña

Mausoleo del Paseo del Espolón

Castillo de Hohenzollern

Casa Consistorial de Burgos

Catedral de Burgos.

Fragmento del cráneo del Cid. Real Academia Española. Fotógrafo: Pablo Linés

La figura del Cid era tan conocida fuera de España, que la noticia del retorno de los huesos perdidos, a Burgos, apareció en los principales diarios de todo el mundo. Un hueso quedó fuera; un fragmento de cráneo que, en 1968 pasó a la custodia de la Real Academia Española de la Lengua, donde sigue. El 13 de marzo de aquel año, Ramón Menéndez Pidal fue homenajeado en su casa por su 99 cumpleaños y, al parecer, una comisión de académicos decidió festejarlo, mostrándole la reliquia. Según recogen las actas de la RAE, el casi centenario filólogo observó el fragmento de cráneo “con conmovedor silencio” y después lo besó “devotamente”. Camilo José Cela hizo las gestiones para obtener la reliquia de su anterior propietaria, la condesa Thora Darnel-Hamilton, quien a su vez la había heredado de su abuelo.

Denon, de Robert Lefèvre. Versalles.

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RODRIGO DÍAZ DE VIVAR, ATERRORIZÓ Y VENCIÓ AL ENEMIGO DESPUÉS DE MUERTO.

Hace 923 años.

Cid Ruy Díez só, que yago aquí encerrado / e vencí al rey Bucar con treinta e seis reyes de paganos. / Estos treinta e seis reyes, los veinte e dos murieron en el campo; / vencílos sobre Valencia desque yo muerto encima de mi caballo. / Con esta son setenta e dos batallas que yo vencí en el campo. / Gané a Colada e a Tizona: por ende Dios sea loado. Amén.

Epitafio épico del Cid.

Texto del Epitafio épico del Cid (c. 1400), Detalle de la parte superior del folio 115v de la CRÓNICA DEL FAMOSO CABALLERO CID RUY DÍEZ CAMPEADOR, Burgos, Fadrique Alemán de Basilea; abad Juan López de Belorado y monjes del monasterio de San Pedro de Cardeña, 1512 Primera edición impresa de la Crónica particular del Cid, compuesta en el siglo XV.

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La realidad demuestra que, igual que hay fraudes en torno al enterramiento del Cid, hay invenciones en torno a su biografía, contando como reales, hechos que sólo dependieron de la imaginación. El problema reside en el hecho de intentar deducir la verdadera causa por la que la imaginación llegó a volar tan lejos, acerca de un hombre que, en realidad, aunque héroe, también fue un mercenario, que luchó, tanto a favor como en contra de los árabes de la Península. Y, todo esto, sin dejar a un lado la historia de que cortó la cabeza al padre de Jimena, en cumplimiento de una venganza de su padre, que se quejaba de que el muerto se había burlado de él. ¿Hasta qué punto sería ejemplar, vengar una ofensa con una vida?

Rodrigo Díaz de Vivar falleció el 10 de julio de 1099 por causas naturales y su cadáver nunca fue colocado sobre su fiel caballo Babieca, para aterrorizar a los musulmanes que atacaban Valencia. 

Puesto que, en realidad, tanto la actitud del Cid como la de Alfonso VI dependen de la mentalidad de la época, ajustándonos a la misma, es posible que tuviéramos que observar al rey desde otro punto de vista, como menos despótico, cargado de ira, y tal vez, de cierta envidia, frente a un vasallo cuyos escrúpulos morales, nunca serían óbice para la ejecución de sus hazañas.

El Cid, desterrado de Castilla por Alfonso VI, se mostró como un señor de la guerra, independiente y el monarca pretendió entonces darle un escarmiento, arrebatándole su principal plaza; Valencia. Mediado el verano de 1092, el rey castellano cabalgaba al frente de sus ejércitos, a los que se sumaron los del rey de Aragón, del conde de Barcelona y las flotas de Pisa y Génova, que lanzaron la ofensiva desde el mar. 

Pero Alfonso VI fracasó doblemente; fue incapaz de tomar la ciudad levantina y, además, no pudo enfrentarse al Cid, que se encontraba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de aquella taifa.

En respuesta, y tras proclamar su inocencia y fidelidad a Alfonso VI -pero jurando vengarse de sus consejeros-, el Campeador lanza una brutal represalia sobre la Rioja, gobernada por su rival y pertinaz enemigo García Ordóñez, conde de Nájera, que no se atrevió a interponerse en su camino. El Cid, asoló y saqueó toda la tierra, entre Alfaro y Haro, y se reforzó en su poder independiente, en sus habilidades políticas y en su imbatibilidad.

Alfonso VI tuvo que claudicar, ofreciendo al Cid la vuelta a la gracia real y la devolución de todos sus bienes. El caballero-mercenario, aceptó la mano que le ofrecía el rey para renovar la concordia entre los dos, pero rechazó volver a Castilla.

Cuando estalló un nuevo foco de rebeldía en el corazón de los dominios del Cid, este organizó una operación de asedio a la que era su principal plaza.

En su monumental obra sobre el Campeador, Menéndez Pidal define este momento, como el choque de dos mundos: "Para los dos orbes históricos, el islámico y el occidental, de tan complejos contactos entre sí, llega ahora el momento en que cada uno aparece representado por una personalidad eminente: Yuhhuf y el Campeador, el hombre del Sáhara y el castellano quedan el uno frente al otro, concentrando en torno suyo todo el interés de la contienda entre ambas civilizaciones".

Díaz de Vivar inició el durísimo asedio de la ciudad, que se prolongó hasta 1094. Valencia, ya de nuevo en poder del caballero castellano, resistió las siguientes acometidas de los almorávides desde sus murallas. 

Pero El Cid también vencía a sus enemigos en campo abierto, como en la batalla de Cuarte; allí vengará el asesinato de Al-Qadir acabando con la vida de Ben Yuhhuf.

Durante sus últimos años, tras la victoria frente a los almorávides en 1097, en la batalla de Bairén, al lado de Pedro I de Aragón, Rodrigo se recoge en su corte y pasa los días en fiestas, galas y aficiones; deportes, música o literatura, como asegura Menéndez Pidal en La España del Cid, -1929-, mostrando otra faceta menos conocida de nuestro protagonista; su amor por las Artes y las Letras.

La mayor exageración del mito se encuentra en el relato épico, ya citado repetidamente, según el cual, el héroe derrotó a las huestes del rey moro Búcar que atacaban Valencia, después de muerto, atado a los lomos de su caballo.

El Epitafio épico del Cid será el último testimonio de la vigencia de los cantares de gesta, después de la aparición de Las Mocedades de Rodrigo, c.1360, y constituye un texto, además de funerario, heroico, hagiográfico y también epigramático, que se adscribe a la épica medieval.

El epitafio aparece en una narración redactada en primera persona, según la edición impresa en 1512, de la Crónica particular del Cid, en cuya introducción leemos: “Dice el Cid a los que vienen ver su sepultura estas palabras que se siguen”, y acto seguido, en el primer verso “Cid Ruy Díez só, que yago aquí encerrado”. Tal recurso, supone el auge del culto al Cid que promovió el cenobio en el siglo XIV; devoción que declinó en el siglo siguiente.

Los seis versos estaban inscritos en una placa colocada sobre el sepulcro del Cid en la iglesia románica de Cardeña, reedificada en 1447, año en que desapareció la inscripción funeraria, cuyo texto se conserva, porque se incluyó en el folio 115v., que corresponde a los apéndices, de la edición de Burgos, de 1512 de la Crónica particular del Cid, titulada, Crónica del famoso caballero Cid Ruy Díez Campeador, impresa por Fadrique Alemán de Basilea, a iniciativa del abad Juan López de Belorado y los monjes del monasterio de Cardeña. Aunque la fecha de edición es de 1512, su privilegio de impresión se data el 7 de octubre de 1511, momento en que la obra estaría ya terminada. 

El contenido del Epitafio épico del Cid, se hace eco de las tradiciones conocidas como Estoria de Cardeña, que se gestaron, ya durante el siglo XIII en dicha abadía y formaron un corpus que relataba, con tintes milagrosos, la muerte del héroe y sus hazañas póstumas. Este conjunto de relatos o Leyenda de Cardeña, terminada hacia 1280, pasó a formar parte de la Versión crítica de la Estoria de España (1282-1284) o Crónica de veinte reyes, y de las crónicas alfonsíes posteriores, entre las que se encuentra la Crónica particular del Cid. Y entre los motivos legendarios de Cardeña, que proporcionan material narrativo a la inscripción épica, está la hazaña de la victoria del Cid, montando su caballo después de muerto. Además, la dependencia del Epitafio de estas leyendas está probada por la coincidencia en las mismas, de las cifras mencionadas, como la de los treinta y seis reyes moros que comandaban el ejército de Bucar vencidos por Ruy Díaz.

Rodrigo Díaz de Vivar fallecería, pues, en Valencia el 10 de julio de 1099 por causas naturales, alrededor de los cincuenta años, convirtiéndose su mujer, Jimena en la señora de Valencia, mientras la defensa de la ciudad, fue posible, es decir, no más allá de 1102.

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El Cid representado en la toma de Valencia

...in Hispania apud Valentiam Rodericus comes defunctus est de quo maximus luctus christianis fuit et gaudium inimicis paganis". -...en Hispania en Valencia murió el conde Rodericus, por lo que hubo gran luto para los cristianos y alegría para los enemigos paganos.

Así recoge el Cronicón Malleacense la muerte del Cid Campeador el 10 de junio de 1099, cuando, de acuerdo con la leyenda, hallándose en las almenas que defendían la ciudad de Valencia fue atravesado por una flecha perdida.

Pese a su leyenda posterior como héroe nacional o cruzado en favor de la Reconquista, Rodrigo Díaz de Vivar se puso a lo largo de su vida a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes. En realidad, luchó en su propio beneficio, convirtiéndose en un mercenario, más que un combatiente que lucha por unos ideales. Con todo, por alguna razón desconocida, su vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española: El Cantar de mío Cid.

Codex de El Cantar… BNE

En un combate singular para dirimir el domino de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra, Rodrigo Díaz de Vivar venció al caballero navarro Jimeno Garcés, lo que aumentó el prestigio que ya tenía como alférez real en la corte del rey Sancho II, tras cuya muerte, en el asedio de Zamora, su hermano Alfonso VI se convirtió en rey y, a pesar del resentimiento que tenía hacia Rodrigo Díaz, después de las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), en las que el nuevo monarca se vio obligado a refugiarse en la corte musulmana, le honró concediéndole la mano de la dama Jimena, probable hija del Conde Diego Fernández y pariente del monarca.

 

Sancho II (BNE) y Alfonso VI (Catedral de Santiago).

Concluyendo, dice la Historia: 

En el año 1081, cuando el rey Alfonso de León se encontraba batallando en tierras toledanas sin la ayuda de Rodrigo, los musulmanes atacaron por sorpresa Gormaz, en Soria, obteniendo una importante victoria y un cuantioso botín. Cuando la noticia llego a oídos de Rodrigo Díaz, sin esperar órdenes del rey, reunió a su ejército y entró en el reino toledano en busca de los culpables. La actuación de Rodrigo en Toledo, done hizo con 7.000 cautivos entre hombres y mujeres, interfirió en los planes que tenía el rey Alfonso para anexionar este territorio sin recurrir a la pelea. Como castigo, el monarca desterró al Cid, si bien, respetando sus bienes personales.

Cuando los condes de Barcelona, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, rechazaron los servicios del Cid, este decidió ayudar a al-Muqtadir, rey de Zaragoza, en la lucha que mantenía con su hermano al-Mundir, rey de Lérida, Tortosa y Denia, que contaba con el apoyo de los condes de Barcelona y del monarca Sancho Ramírez de Aragón. Rodrigo Díaz derrotó a Berenguer Ramon II en Almenar en 1082 y cerca de Morella a al-Mundir y al monarca aragonés en 1084. Fue entonces cuando empezó a usarse el término, el "Cid", derivado del vocablo árabe sid, es decir, "señor", aunque solo por parte de los cristianos.

En 1086, un hecho trascendental cambiaría la historia de la península Ibérica. Un gran ejército almorávide, procedente del Sahara, atravesó el estrecho de Gibraltar. Profesaban una interpretación rigorista del islam y estaban dispuestos a imponerla a sangre y fuego. En noviembre de 1088, Alfonso VI solicitó ayuda al Cid para atacarlos, cuando sitiaban la fortaleza de Aledo en Murcia. El encuentro entre las tropas de Alfonso y del Cid debía producirse en la zona alicantina de Villena, pero ambos ejércitos, por causas desconocidas, no llegaron a encontrarse.

El Cid montó su campamento en Elche y allí supo que el rey Alfonso, furioso por no haber recibido la ayuda solicitada, lo había declarado traidor, lo que conllevaba la pérdida de todos sus bienes y el destierro. Fue a partir de entonces, cuando el Cid, convertido en un caudillo independiente, siguió actuando en Levante, ahora guiado por sus propios intereses, y de esta forma, en 1090, se había hecho con el protectorado de todo Levante.

Al-Qadir, rey de las taifas de Toledo y Valencia, pagaba impuestos al Cid, quien usurpaba así los pagos que antes recibía Alfonso VI. Ese mismo año el Cid derrotó a la coalición que formaron al-Mundir y Berenguer Ramón II, a los que derrotó en Tevar en 1090 expulsando al conde catalán de la zona levantina.

Mientras tanto, Alfonso VI, que pretendía recuperar la iniciativa en Levante, estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron en la expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de Rodrigo) y sobre Valencia, en el verano de 1092. Pero el ambicioso plan fracasó y Alfonso VI tuvo que volver a Castilla al poco de llegar a Valencia, en tanto que Rodrigo, que se encontraba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de aquella taifa, lanzó, como represalia, una dura incursión contra La Rioja.

En los años siguientes, las campañas para la conquista de Valencia, entonces en poder de Ibn Ŷaḥḥāf, asesino de al Qadir, fueron constantes. En 1093, el Cid cercó la capital, que empezó a sufrir privaciones. El ejército del Cid emplazó máquinas de guerra que causaron grandes daños en los muros de la ciudad y por fin, tras un año de sitio, Valencia cayó en manos del Cid que, el 17 de junio de 1094, se proclamó "Príncipe Rodrigo el Campeador".

A pesar de la victoria, no terminaron los intentos almorávides por recuperar la ciudad y, a mediados de septiembre de ese mismo año, un ejército al mando de Abu Abdalá Muhammad ibn Tāšufīn, llegó a Quart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, y la asedió, pero fue derrotado por el Cid en una batalla campal.

Fue allí, como dijimos más arriba, donde, de acuerdo con el Cronicón Malleacense, se produjo la muerte del Cid Campeador el 10 de junio de 1099, cuando, hallándose en las almenas que defendían la ciudad de Valencia fue atravesado por una flecha perdida.

A la muerte del Cid, su esposa, Jimena prolongó la resistencia local dos años más, cuando se vio obligada a abandonar Valencia, llevando los restos de su esposo, que hizo enterrar en el monasterio de Cardeña, aunque posteriormente, y tras muchas vicisitudes, pasaron junto a ella en la catedral de Burgos, donde hoy se supone que permanecen, con los de su esposa.

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Diploma de dotación del Cid a la catedral de Valencia. En la línea 16 del texto aparece, subrayada, la datación: “LXXXX VIII post millesimum”, es decir, 1098 (Menéndez Pidal [1918:3]). Por otros datos internos se precisaría su fecha después del 24 de junio de 1098. En las líneas 34-35 del documento, penúltima y última del cuerpo del texto, aparece el autógrafo de Rodrigo Díaz: 
"ego ruderico, simul cum coniuge / mea, afirmo oc quod superius scriptum est".
El monumento de Burgos, a lomos de Babieca
"Monumento" de Babieca

Rey, yo vos dono a Babieca/mi caballo corredor.

Entonces respondió el Rey: eso no quita que yo, si yo lo tomo el caballo, no tendrá tan buen señor. Tal caballo como aqueste es para tal como vos, para vencer a los moros y ser su perseguidor. Por vos y por el caballo bien honrados somos nos.

Según la Leyenda de Cardeña, elaborada hacia 1270, Babieca fue el caballo sobre el que la esposa de El Cid colocó su cadáver para hacer creer a sus enemigos que seguía vivo. No volvió a ser montado y murió dos años después, a la sorprendente edad de cuarenta años. Dice la misma leyenda, que también fue enterrado en algún lugar del monasterio de San Pedro de Cardeña.

De los sus ojos tan fuertemente llorando... el Cid partía al destierro.


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