Victor Hugo y su hijo, en 1836. De Auguste de Chatillon - Maison Victor Hugo
La llamada Revolución de 1848 fue una insurrección popular que se produjo en París durante los días 23, 24 y 25 de febrero de aquel año, y que obligó al rey Luis Felipe I a abdicar, dando paso a la Segunda República, proclamada el día 24 a las 15 horas, por el poeta Alphonse de Lamartine, rodeado de revolucionarios parisinos.
Alrededor de las ocho de la tarde, ya había un gobierno provisional, que, de hecho, ponía fin a la llamada Monarquía de Julio, que era el nombre por el que se conocía la Revolución de 1830, que elevó al trono a Louis-Philippe, tras derrocar a Charles X.
Charles X, de Henri Bone (de un modelo de François Gérard), Met, NY
Louis-Philippe, con la Constitución -Charte- de 1830. De Horace Vernet. Versalles
En 1848, François Guizot, cuyo padre había sido víctima del Terror, era el primer ministro y jefe del gobierno. Representaba el rechazo más radical a cualquier reforma que pudiera siquiera ser imaginada, planteando una política absolutamente ajena a la opinión popular y, por supuesto, al creciente movimiento republicano, lo que hacía ver al ministro como responsable de la gravísima situación existente, tanto en lo relativo a la economía, como a las pésimas relaciones exteriores del país.
François Guizot (1787-1874). Smithsonian
Las crisis económica, industrial y financiera, la profunda desilusión y el creciente descontento por el bloqueo de la menor reforma democrática, despertaron las reclamaciones de socialistas y republicanos.
De hecho, en aquel momento, la sociedad estaba dividida en tres segmentos: la monarquía y su entorno aristocrático, la iglesia, y la población en general, sobre la que pesaban leyes ajenas a toda equidad o justicia social: la iglesia, la monarquía y la aristocracia no contribuían económicamente, ni tampoco invertían en desarrollo, mientras que el pueblo mantenía a ambos estamentos con onerosos tributos.
Cuando la oposición a aquel gobierno de espaldas a la población, empezó a hacerse notar, Guizot anuló el derecho de reunión, pero para eludir la prohibición, a mediados de 1847 empezó la llamada “Campaña de los banquetes”, casi siempre organizados por la prensa de la oposición, en los cuales cada comensal hacía una aportación económica, comía y escuchaba los discursos de sus líderes. Los banquetes se extendieron por toda Francia y se estima que se celebraron alrededor de 70 con la participación de unos 22.000 ciudadanos.
Los banquetes no podían ser prohibidos, ya que el hecho de que todos los comensales pagaran lo que comían, no permitía considerarlos como reuniones o asambleas políticas, y así fue hasta el día 19 de febrero de 1848.
Se preparaba un banquete organizado por los oficiales de la Guardia Nacional, que, inesperadamente, fue prohibido. En su lugar se pensó en una manifestación, pero dada la gravedad del momento y los candentes estados de ánimo, la oposición propuso posponerlo todo; aunque tal intento resultó vano.
El 22 de febrero estudiantes y trabajadores, marcharon por las calles de París protestando por la prohibición del banquete. Llegaron hasta la Asamblea Nacional reclamando el sufragio universal y la dimisión del gobierno de Guizot.
El rey decretó el estado de sitio. Contaba con 30.000 soldados, con la artillería acuartelada permanentemente en los fortines de las murallas de la ciudad, y con 40.000 Guardias Nacionales, los cuales, ante la perplejidad del gobierno, optaron por interponerse entre los manifestantes y el ejército.
En un último intento de salvar la monarquía, en la Asamblea, el monárquico Odilón Barrot pidió la dimisión del gobierno ante su incapacidad de resolver la crisis, pero no fue escuchado.
El 23 de febrero, desde primera hora, la Guardia Nacional tomó partido abiertamente por la ciudadanía y la insurrección se extendió tanto, que esa misma tarde, ya era incontrolable.
Louis-Philippe se negó a que el ejército disparase contra el pueblo, y, de acuerdo con sus consejeros, destituyó a Guizot, encargando al conde Mathieu Molé, la formación de un nuevo gobierno.
Tal decisión se entendió como una victoria, y fue celebrada por los ciudadanos, desfilando en orden aquella noche por varios lugares céntricos de la capital.
Sin embargo, aquella misma noche, en una calle próxima al Boulevard des Capucines, cuando un grupo de manifestantes quiso desfilar, fue interceptado por un grupo de soldados. Inesperadamente y sin orden previa, sonó un disparo de fusil que, entendido como una señal. dio paso a un inesperado tiroteo sobre manifestantes y viandantes o curiosos. Se produjeron 65 muertos y unos 80 heridos.
Cuando la terrible noticia se extendió, la ciudadanía se sintió engañada por el gobierno, dando lugar a la furia que se desató el día siguiente.
Se levantaron barricadas, se asaltaron tiendas, se incendiaron edificios y una multitud exacerbada llegó al Palacio de las Tullerías, donde las tropas del mariscal Bugeaud, estaban preparadas para abrir fuego.
La gravedad de la situación, hizo pensar en un baño de sangre que el monarca se propuso evitar, y lo hizo abdicando en su nieto Philippe, Conde de París, de nueve años, bajo la regencia de la Duquesa de Orleans, nuera del monarca, que no llegó a hacerse efectiva, cuando los manifestantes obligaron a la asamblea a proceder a la formación de un gobierno provisional, que presidiría el veterano Dupont de l’Eure.
Portrait of Helena of Mecklemburg-Schwerin, Duchess of Orleans with her son the Count of Paris. F.X-Winterhalter. Versalles
Philippe d'Orléans, comte de Paris et chef de la Maison de France sous le nom de Philippe VII.
El gobierno provisional dirigiría el país hasta que se convocaran elecciones y se aprobara una nueva Constitución de carácter republicano. Se pretendía la formación de un gobierno, del que debían formar parte: moderados como el poeta Alphonse de Lamartine; el director del periódico Le National, François Arago; Adolphe Crémiaux y el citado veterano Dupont de l’Eure; y, por otra parte, socialistas y republicanos encargados de instaurar el sufragio universal –masculino-, y de promover diversas reformas sociales tendentes a mejorar las duras condiciones sociales y económicas de los trabajadores, estos últimos, agrupados en torno al periódico “La Réforme”, con Louis Blanc entre otros representantes.
Tras la salida del rey, que se estableció en el Reino Unido, se proclamó la II República, que decretó el Sufragio masculino; la jornada laboral de diez u once horas y el derecho al trabajo de todos los ciudadanos.
Alphonse de Lamartine ante el Ayuntamiento de Paris rechaza la bandera roja, el 25 de febrero de 1848. De Henri Félix Emmanuel Philippoteaux (1815–1884.
Museo Carnavalet. París
Estos hechos tuvieron finalmente, una notable repercusión en países como Austria, Hungría, Alemania e Italia, en los que se alcanzaron similares avances democráticos; un período que sería conocido como la Primavera de los Pueblos.
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Víctor Hugo. Besançon, 26.2.1802-París, 22.5.1885
En 1844 el escritor era confidente de Louis-Philippe, quien le nombro Par de Francia, en 1845, y al empezar las revueltas de 1848, fue nombrado Alcalde del Distrito VIII de París, pasando a ocupar un escaño como diputado, durante la II República, entre los representantes conservadores.
De hecho, durante los motines de junio del 48, participó directamente en la matanza de manifestantes, mandando él mismo las tropas encargadas de acabar con las barricadas en su distrito, si bien, posteriormente manifestó su desaprobación por aquella actuación.
Bonaparte-Napoleón III, de Winterhalter.
En el verano de 1848 Hugo fundó el periódico L'Événement y apoyó la candidatura de Carlos Luis Napoleón Bonaparte, -futuro Emperador Napoleón III, tras un golpe de estado-, pero que, por el momento, resultó elegido Presidente de la República en diciembre de 1848.
Sin embargo, cuando se disolvió la Asamblea Nacional, en 1849, y Hugo fue elegido representante en la Asamblea Legislativa, las convenciones sociales en las que había sido educado –su padre participó, personalmente, en la invasión napoleónica de España y en los fusilamientos del 3 de mayo-, tras observar atentamente la situación social, habían sufrido una primera transformación. Fue entonces, cuando pronunció su famoso Discurso sobre la miseria:
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9 de Julio de 1849
No soy, señores, de los que creen que el sufrimiento puede ser eliminado en este mundo; el sufrimiento es una ley divina; pero sí soy de los que piensan y afirman que se puede destruir la miseria.
(Movimientos diversos).
Noten bien, señores, que no digo disminuir, reducir, limitar, circunscribir, digo destruir. (Nuevos murmullos a la derecha.) La miseria es una enfermedad del cuerpo social como la lepra era una enfermedad del cuerpo humano; la miseria puede desaparecer como la lepra ha desaparecido (¡Sí! ¡sí! desde la izquierda). ¡Destruye la miseria! Sí, esto es posible. (Movimiento. - Algunas voces: ¿Cómo? ¿Cómo?) Los legisladores y los gobernantes deben considerarlo sin descanso, porque en estos asuntos, mientras no se haga lo posible, el deber no se cumple.
(¡Muy bien! ¡Muy bien!)
La miseria, señores, y aquí abordo el meollo de la cuestión, ¿quieren ustedes saber dónde está la miseria? ¿Quiere saber hasta dónde puede llegar, hasta dónde llega? Y no digo en Irlanda, ni digo en la Edad Media, digo en Francia, digo en París y en el tiempo en que vivimos. ¿Quieren hechos?
Hay en París ... (El orador se interrumpe).
Dios mío, dudo al citar estos hechos. Son tristes, pero hay que revelarlos. y si debo decir todo lo que pienso, me gustaría que saliera de esta Asamblea, y si es necesario haré la propuesta formal; una gran y solemne encuesta sobre la verdadera situación de las clases trabajadoras y sufrientes en Francia. (¡Muy bien!) Me gustaría que todos los hechos salieron a la luz. ¿Cómo podemos curar el mal si no investigamos las heridas?
(¡Muy bien! ¡Muy bien!)
Aquí están, pues, los hechos.
Hay en París, en esos suburbios de París, que el viento de los disturbios levantaba tan fácilmente, hay calles, casas, cloacas, donde las familias, familias enteras, viven, revueltos, hombres, mujeres, niñas, niños, sin camas, sin mantas, y casi digo sin ropas que no sean montones de trapos infectos, manchados de fango, con esa especie de estiércol de las ciudades, donde las criaturas se entierran vivas para escapar del frío del invierno.
(Movimientos)
He aquí un hecho. ¿Quieren más? Estos días, un hombre, Dios mío, un desgraciado hombre de letras, porque la miseria no distingue entre profesiones liberales y profesiones manuales, un desgraciado hombre murió de hambre, murió de hambre, así, al pie de la letra, y se ha constatado después de su muerte que no había comido desde hacía seis días.
(Larga interrupción)
¿Quieren algo aún más doloroso? ¡El mes pasado, durante el resurgimiento del cólera, encontramos a una madre y sus cuatro hijos buscando comida entre los restos inmundos y pestilentes de las fosas comunes de Montfaucon!
(Exclamaciones de sorpresa).
Pues bien, caballeros, digo que estas son cosas que no deberían ser; ¡Digo que la sociedad debe gastar toda su fuerza, toda su solicitud, toda su inteligencia, toda su voluntad, para que tales cosas no ocurran!
Digo que tales hechos, en un país civilizado, involucran la conciencia de toda la sociedad; que yo mismo me siento cómplice (movimiento), porque tales hechos no son solo errores hacia el hombre, ¡sino que son crímenes contra Dios!
(Reacción prolongada).
Por eso me afecta, por eso me gustaría que afectara a todos los que me escuchan sobre la gran importancia de la propuesta que se les presenta. Es solo un primer paso, pero es decisivo. Quisiera que esta Asamblea, mayoritaria y minoritaria, no importara, no sé de mayorías y minorías y cuestiones semejantes; ¡Quisiera que esta Asamblea tuviera una sola alma para avanzar hacia esta gran meta, esta magnífica meta, esta meta sublime, la abolición de la miseria!
(¡Bien hecho! - Aplausos.)
Y, señores, no solo apelo a vuestra generosidad, apelo a lo más profundo del sentimiento político de una asamblea de legisladores. Y, en este sentido, una última cuestión, con la que terminaré. Señores, como les dije antes, ustedes vienen, con la ayuda de la Guardia Nacional, el ejército y todas las fuerzas vivas del país; acaban de fortalecer el estado sacudido una vez más. No habéis retrocedido ante ningún peligro, no habéis dudado ante ningún deber. Habéis salvado la sociedad organizada, el gobierno legal, las instituciones, la paz pública, incluso la civilización. Habéis hecho algo considerable ... ¡Pues bien! ¡No habéis hecho nada!
(Movimiento)
¡No habéis hecho nada, insisto en este punto, en tanto en cuanto el orden material reafirmado no se basa en el orden moral consolidado!
(¡Muy bien! ¡Muy bien! - Adhesión viva y unánime.)
¡No habréis hecho nada mientras la gente siga sufriendo! (Bravos a la izquierda.) ¡No habéis hecho nada mientras haya bajo vosotros gente que se desespera! ¡No has hecho nada, mientras que los que están en la flor de la vida y que trabajan, puedan estar sin pan! ¡mientras los ancianos y los que ya no puedan trabajar no tengan asilo! mientras la usura devore nuestros campos, mientras se muera de hambre en nuestras ciudades (movimiento prolongado), hasta que no haya leyes fraternales, ¡leyes evangélicas que procedan de todas partes para ayudar a familias pobres y honestas, para los buenos campesinos, los buenos trabajadores, y las gentes de corazón! (Aclamación). ¡No habréis hecho nada, mientras el espíritu de revolución tenga al sufrimiento público como auxiliar! ¡No habréis hecho nada, nada, siempre y cuando, en esta obra de destrucción y oscuridad, que continúa bajo tierra, el colaborador fatal del malvado sea el hombre infeliz!
Ya lo ven, señores: repito, para terminar, no es solo a vuestra generosidad a quien me dirijo, es a vuestra sabiduría, y os conjuro a que reflexionéis. Señores, pensad en esto, es la anarquía la que abre los abismos, pero es la miseria la que los cava. (¡Es verdad! ¡Es verdad!) ¡ya habéis hecho leyes contra la anarquía; haced ahora leyes contra la miseria!
(Movimiento prolongado en todos los bancos. - El orador desciende de la tribuna y recibe las felicitaciones de sus colegas.)
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La evolución del pensamiento político y social de Víctor Hugo se produjo acorde con los acontecimientos. Rompió aquella buena relación con Luis Napoleón Bonaparte a causa del apoyo de este al envío de una expedición francesa contra la lucha por la unidad de Italia; a partir de aquel momento, gradual e igualmente se fue distanciando de sus antiguos amigos políticos y reprobó su política reaccionaria.
Fue entonces cuando se produjo el Golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, protagonizado por el que, hasta aquel momento era Presidente Electo de la República Francesa, Luis Napoleón Bonaparte, que planificaba perpetuarse en el poder, a cuyo efecto, disolvió la Asamblea Nacional convirtiéndose en dictador, para proclamarse también emperador, un año después; dignidad que mantuvo hasta que fue derrotado y hecho prisionero en la Batalla de Sedán, el 2 de septiembre de 1870 frente al ejército prusiano.
Otto von Bismarck (derecha) y Napoleón III tras la batalla de Sedán.
Guillermo Camphausen
Apenas llegó a París la noticia de la derrota, la población se levantó para proclamar la III República. Se nombró un Gobierno de Defensa Nacional, con el general Louis Jules Trochu al frente.
Por su parte, Bismarck pretendía que la rendición fuera rápida y ordenó que sus tropas sitiaran la capital francesa. El día 20 de septiembre el cerco se había completado.
El nuevo gobierno francés era partidario de una rendición, pero con condiciones no demasiado duras. Sin embargo, las exigencias prusianas resultaron inasumibles: debían entregar Alsacia, Lorena y algunas fortalezas fronterizas.
Esto provocó que los franceses intentaran continuar el conflicto, aunque no tenían ninguna posibilidad de éxito. Las pocas batallas que se sucedieron siempre acabaron con victorias germanas.
Después de algún tiempo, el sitio de París empezó a afectar a sus habitantes. Se sucedieron varias hambrunas, de modo que, a pesar de la oposición popular, el Gobierno de Defensa Nacional decidió rendirse y negociar los términos de la derrota.
El general Reille entrega a Guillermo I la carta de rendición de Napoleón III. De Carl Steffeck, (1818–1890)
Los enviados franceses y prusianos se reunieron en Versalles para acordar un tratado de rendición y sus consecuencias. Francia fue obligada, antes de empezar a negociar, a entregar varias fortalezas vitales para la defensa de su capital. En cualquier caso, sin opciones, tuvieron que aceptar las imposiciones de Bismarck.
Solo parte de los parisinos intentaron mantener la defensa. En marzo de 1871 se levantaron en armas y crearon un gobierno revolucionario: la Comuna de París. Las negociaciones entre vencedores y vencidos culminaron con la firma del Tratado de Frankfurt el 10 de mayo de 1871. Entre sus cláusulas se recogía la entrega de las provincias de Alsacia y Lorena.
Además, Francia fue obligada a pagar una enorme indemnización de guerra, consistente en cinco billones de francos, y hasta que no hubiera sido pagada en su totalidad, el Tratado establecía que las tropas alemanas se mantendrían en el norte de Francia; su presencia se extendió a lo largo de tres años.
El 18 de enero de 1871, Guillermo I fue proclamado emperador de Alemania en el Palacio de Versalles y quedó declarado el Segundo Imperio Alemán o II Reich. Francia obtuvo la liberación de cien mil prisioneros.
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Cuando el 2 de diciembre de 1851 Luis Napoleón, a pesar de haber sido elegido por la Asamblea, protagonizo el Golpe de Estado para retener idefinidamente el poder absoluto, Víctor Hugo se mostró radicalmente opuesto a aquella actitud de su anterior defendido, y decidió a abandonar el país.
Apenas iniciado el viaje, había sido interceptado por un comisario francés, quien, al parecer, no quiso detenerlo, diciendo: «¡Sr. Hugo, no le arresto porque solamente detengo a la gente peligrosa!».
Así pues, Hugo se exilió; en principio, voluntariamente, en Bruselas, desde donde condenó enérgicamente el golpe de Luis Napoleón y su carencia absoluta de razones morales, así como atacó al ya Napoleón III, a través del escrito publicado en 1852, que tituló Napoléon Le Petit- Napoleón, el Pequeño. Escribió, asimismo, la Historia de un crimen, que, aunque redactada al día siguiente del golpe, no fue publicado hasta 25 años después, y, finalmente, Les Châtiments - Los castigos.
Al publicarse Napoleón el Pequeño, el gobierno belga conminó al escritor a abandonar el país, pasando este a residir, a partir de entonces, en Jersey, una isla del Canal de la Mancha de dependencia británica.
Finalmente, tras ser expulsado de Jersey en 1855, por criticar públicamente la visita de la reina Victoria a Francia, se instaló Guernsey, en Hauteville House.
Victoria y Alberto ya habían visitado de manera oficial a Louis-Philippe en 1846, evento que quedó reflejado periodísticamente, a través de los magistrales pinceles de Winterhalter:
La reina Victoria y el príncipe Alberto recibidos en el Château d'Eu por el rey Louis-Philippe et la reina Maria-Amalia [nieta de Carlos III de España].
Peinture de Franz Xaver Winterhalter. 1846.
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Hugo formó parte de un grupo de proscritos que se negaron a volver a Francia, a pesar del Decreto de Amnistía que permitía el retorno de expulsados y exiliados tras el golpe de Napoleón en diciembre de 1851.
Víctor Hugo ante la Roca de los Proscritos, hacia 1853. Fotografía de Charles Hugo (1826-1871). Paris, musée d'Orsay. Donación de Mme Marie-Thérèse et M. André Jammes, en 84. RMN-Grand Palais (Musée d'Orsay)
Víctor Hugo vivió el exilio como una injusticia; un tiempo de duelo en el que se sucedieron varias crisis de desánimo. Sin embargo, aquellos largos años fuera de Francia, resulyaron muy propicios para su proceso de creación literaria. El contacto con la naturaleza y el espectáculo del océano, inspiraron al escritor una poesía comprometida, como Les Châtiments – Los Castigos, y posteriormente, cuando ya estaba más tranquilo, Les Contemplations – Las Contemplaciones, en 1856.
Víctor Hugo se propuso completar sus obras con retratos, a fin de alimentar su leyenda, en un momento en el cual, su existencia se estaba convirtiendo en historia.
Por entonces, la técnica del daguerrotipo sólo permitía la reproducción por medio de la litografía, un procedimiento que Víctor Hugo consideraba tan largo y pesado, que prefirió la fotografía naciente; presintió las posibilidades artísticas de este descubrimiento e instaló un estudio-taller en su casa de Jersey.
Iniciado a su vez en esta técnica por Edmond Bacot, Charles Hugo, su hijo –Paris, 04.11.1826 – Bordeaux, 13.03.1871-, se convirtió en el principal ejecutor del proyecto paterno, pero fue Hugo padre, quien escenificó las fotografías y eligió los lugares y las poses. Su aguda mirada, compuso, al estilo de un pintor, vistas que resultaran como ilustraciones de los versos que componía en aquellos momentos.
Victor Hugo sur le Rocher des Proscrits – En la Roca de los Proscritos
Fotografía realizada por Charles Hugo (también conocido como Charles d’Auverney, y Paul de la Miltière), fechada en el verano de 1853, en Jersey
Hugo se consideraba a sí mismo como visionario y demiurgo; es decir, una parte integrante del alma creadora del universo. En la anterior fotografía –que él apreciaba muy especialmente-, todo converge hacia el promontorio, cuya cima es, justamente, la silueta del escritor, apreciándose en dos tercios de la imagen, una vasta extensión, abierta al infinito, donde alternan armoniosamente zonas de luz y de sombra. La figura del poeta queda resaltada, frente al universo, como la única capaz de entrar en comunicación con la naturaleza y con Dios; algo que evocan los versos del poema titulado:
Stella:
Por la noche, me dormí cerca de la playa.
Un viento fresco me despertó y salí de mi ensueño,
abrí los ojos y vi la estrella de la mañana
resplandeciente, al fondo del lejano cielo,
en una suave blancura, infinita y encantada.
El Aquilón se alejaba llevándose la tormenta.
El astro fulgurante transformaba las nubes.
Era una claridad que pensaba, que vivía;
y suavizaba la roca donde rompían las olas.
Imaginabas un alma a través de una perla.
Aún era de noche, la sombra reinaba en vano,
el cielo se iluminaba con una sonrisa divina.
La luz plateaba el mástil inclinado
y el navío era negro, pero la vela, blanca
… … …
Un amor inefable colmaba el horizonte
y la hierba verde se estremecía a mis pies.
Los pájaros se hablaban en los nidos; una flor
que despertaba, me dijo: es mi hermana la estrella.
Y mientras en amplios pliegues, la sombra retiraba su velo,
oí una voz que venía de la estrella,
y decía: soy el astro primero,
soy aquel al que se cree enterrado, y vuelve,
brillo sobre el Sinaí, sobre el Taigeto,
soy el trocito de oro y fuego que Dios lanza
como una honda en la negra frente de la noche.
Soy el que renace cuando el mundo se destruye.
¡Oh, naciones! Soy la ardiente poesía.
Brillé sobre Moisés y sobre Dante
y el león del océano se enamoró de mí.
Y ahora llego. ¡Levantáos, virtud, valor y fe!
¡Pensadores, espíritus, subid a la torre, centinelas!
¡Párpados, abríos, ilumináos, pupilas!
¡Tierra, remueve el surco! ¡Vida, despierta al sonido!
¡Levantáos los dormidos! Porque aquel que me sigue;
el que me envía delante, la primera,
es el ángel Libertad; es el gigante Luz.
Jersey, julio de 1853
Víctor Hugo sûr la Grêve d’Azette. Jean Hugo, 1852-53. Grand Palais
Hugo pretende refrescar la memoria de los franceses, en tanto que resistente; fiel defensor de los ideales republicanos de 1848, rechazando todo compromiso –como cuando se negó a volver a Francia, acogiéndose a la amnistía de 1859-. Con este objetivo, se sitúa en Azette, como rodeado por el mar, con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte.
La firmeza de la pose, la estabilidad de la composición en la que aparece como un «pivot» sutilmente descentrado, nos devuelven a la conclusión de “Ultima Verba”; escrito en Jersey, el 2 de diciembre de 1853, el poema con el que termina Les Châtiments - Los Castigos.
Si l’on n’est plus que mille, eh bien, j’en suis ! Si même
Ils ne sont plus que cent, je brave encor Sylla;
S’il en demeure dix, je serai le dixième;
Et s’il n’en reste qu’un, je serai celui-là!
Si no hay más que mil, muy bien; ¡soy de ellos! Incluso,
si no son más que cien, seguiré desafiando a Sila.
Si quedan diez, yo seré el décimo;
y si sólo queda uno, ¡ése seré yo!
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El proscrito dramaturgo, novelista y poeta, Víctor Hugo se convirtió en un monstruo sagrado de la literatura francesa. Durante el siglo XIX su intensa actividad literaria se hizo eco cada vez más de su compromiso político. Conocido en principio, como líder de los románticos -como hemos visto-, se mantuvo fiel a sus ideales realistas hasta la mitad de la Restauración, pero la censura que ejerció Charles X sobre la prensa y las obras literarias, lo llevó a evolucionar hacia el liberalismo.
Unos meses después del estreno de Hernani, una obra autorizada pero menospreciada por los partidarios del régimen, apoyó la revolución de 1830. Además, el escaso eco que tuvo Les Burgraves y la muerte de su hija Léopoldine en 1843 lo alejaron un tiempo de la creación literaria, en beneficio de la actividad política.
Adaptado por evolución, pero sin militancia, al pensamiento republicano, fue elegido diputado en 1848 y se sentó en la Asamblea Constituyente y en la Legislativa. Posteriormente, se opuso al golpe de estado de Louis Napoleón Bonaparte del 2 de diciembre de 1851, tratando entonces de organizar la resistencia, aunque fue en vano.
Fieramente opuesto a Napoleón III, tuvo que exiliarse en Bruselas huyendo de la represión que cayó sobre los republicanos y que se saldó con 26.000 arrestos, 9.500 deportados a Cayenne y Argelia y 1.500 expulsados del territorio, incluidos 66 diputados.
Su hijo Charles se reunió con él en el exilio, al salir de prisión, a fines de enero de 1852. Sin embargo, mientras Víctor Hugo no publicara obras, ni aún panfletos, contra el régimen de Napoleón III, se permitió que su esposa Adèle y su hija pudieran vivir con tranquilidad en París, donde el príncipe presidente permitió, además, que Marion de Lorme -o Delorme-, fuera representada en la Comédie Française, acudiendo, él mismo a una representación, en la que aplaudió ostensiblemente.
Pero cuando Hugo tomó la decisión de escribir, primero, L’histoire d’un crime – La historia de un crimen, que no terminó por entonces, y después, Napoléon-le-Petit, cuyo título, evidentemente, era una provocación, se convirtió en un proscrito.
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De acuerdo con la edición electrónica de Gallica, BNF, sin fecha, el libro empezaba con una “avertissement” firmada por el editor Hetzel:
Este libro se publicó en Bruselas en agosto de 1852. El efecto producido por “Napoléon le Petit” fue tal, que el gobierno belga consideró añadir un exilio al exilio de Víctor Hugo, y le pidió que abandonara Bélgica. Y esto no es todo. El gobierno belga quiso proteger al imperio contra tales obras a cuyo efecto creó una ley exprés. Esta ley es conocida bajo el nombre de su promotor y se llama la ley Faider, que fue cuestionada en “Les Châtiments”, pero no impidió que esta obra apareciera, ni impidió que “Napoleón le Petit” fuera reimpreso en todos los países y en todas las lenguas.
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A finales de mayo de 1852, su esposa, Adèle Hugo llegaba a Bruselas para discutir las decisiones que ambos iban a tomar. La familia Hugo había decidido vender todos sus muebles, e instalarse en Jersey, antes de la publicación, en agosto de 1852, de Napoléon-le-Petit.
El anuncio de la venta provocó cierto ruido en París y mucha gente asistió a la exposición de muebles; de la biblioteca, de una colección de pinturas flamencas y de diversos dibujos románticos, causando sorpresa la profusión de objetos de todos los orígenes y destinados a toda clase de usos, que poseían los Hugo.
Pero la venta no se organizó -como algunos creyeron-, porque Víctor Hugo estuviera arruinado; era más bien el último toque –teatral-, al retrato del personaje que el autor iba creando en torno a su exilio. Fue, además, una manifestación pública de su rechazo a la situación política, al mismo tiempo que hacía evidente la proximidad de verdadero exilio de toda la familia.
Hugo eligió la isla de Jersey, tierra francófona y liberal, donde, rodeado de sus familiares y algunos otros proscritos, continuó expresando su oposición al régimen, al publicar en Bruselas el citado folleto Napoléon le Petit, en 1852, y los también citados versos “vengadores” que tituló, de forma tan explícita, como Les Châtiments - Los Castigos, de 1853.
Las fotografías de Jersey cumplieron su objetivo con gran fuerza. En aquel momento, ningún artista, ya fuera pintor o fotógrafo, pudo competir con Hugo en el arte de representarse a sí mismo. El dominio del claroscuro y la expresividad de las poses rompían con las representaciones tradicionales, mucho más académicas. Hugo supo aprovechar la naturaleza y la fuerza poética de la fotografía para imponer su imagen de poeta en el exilio. Al mismo tiempo, fiel a la vieja concepción romántica, se convirtió en un profeta moderno, preparado para recibir la revelación, en las alturas de la roca de lo Prohibido, como un Moisés en el Sinaí.
También representaba al poeta que ilumina a las gentes con su palabra, creando una poesía, cuyo lirismo concuerda con el que representaban las fotografías.
Fue así como el mismo Hugo, de forma muy consciente, puso las bases de su propio mito.
En los años siguientes, tanto ilustradores como caricaturistas reutilizarían aquella imagen del escritor en su “pedestal”, como una auténtica estatua viviente; una representación que, además, estaba en línea con las expectativas de la sociedad del siglo XIX, tal como se demostró en su funeral, en 1885 y el lugar que ocupó en los prolegómenos de la III República.
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Les contemplations: Demain, dès l'aube…
Mañana, cuando amanezca, a la hora en que el campo se ilumina,
Saldré, porque sé que me esperas.
Iré por el bosque, iré por la montaña.
No puedo permanecer lejos de ti más tiempo.
Caminaré con la mirada fija en mis pensamientos,
sin ver nada alrededor, sin escuchar ningún ruido.
Sólo, sin que nadie me conozca, con la espalda inclinada y las manos cruzadas.
Triste. El día será para mí como la noche.
No miraré ni el oro del ocaso de la tarde que cae,
ni las velas que a lo lejos descienden hacia Harfleur.
Y cuando llegue, pondré sobre tu tumba
un ramo de acebo verde y otro de brezo en flor.
3 de septiembre de 1847
(Aniversario de su hija Leopoldine, que había fallecido en 1843, a los 19 años, ahogada en el Sena, durante un recorrido en barca con su marido -que también se ahogó al intentar salvarla-, unos meses después de su boda, quedando el escritor sumido en una larga y profunda depresión.)
Manuscrito de: Demain dés l’aube
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El contenido del presente artículo dedicado a las fotografías de Víctor Hugo, es una traducción, que procede, en su mayor parte, de: L’Histoire par l’image, si bien con algunos cambios de orden y añadiendo parte de las conclusiones y comentarios. Las traducciones de la obra literaria de Víctor Hugo, son, sin embargo, estrictamente personales.
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