miércoles, 19 de abril de 2023

Urraca I de León ● La Temeraria.

 

León, 24 de junio de 1081-Saldaña, 8 de marzo de 1126

Urraca de León. José María Rodríguez de Losada. Ayuntamiento de León

Llamada por sus contemporáneos y por los historiadores de la época, la Temeraria, fue reina de León entre 1109 y 1126. Hija y sucesora de Alfonso VI -el de Santa Gadea, figura que tanto nos acerca a la del Cid-, y madre de Alfonso VII.

Aunque su apodo o sobrenombre suene con cierta grandilocuencia, vista la brutal época que le tocó vivir y durante la cual reinó, el adjetivo de “temeraria”, resulta poco exacto, y hasta inadecuado, dada la energía, carácter, valentía, convicción y seguridad de que hizo gala, en un momento en que la citada brutalidad, siendo común entre los varones, se extremaba cuando se trataba de una mujer, que además de la fuerza bruta, fue sometida a diversas y cobardes vejaciones, precisamente, por serlo. Urraca nunca se rindió, ni cedió en sus derechos, a pesar de la terrible hostilidad, por lo que le convendría más el adjetivo de “valerosa”, por ejemplo, que anularía el contenido negativo del término “temeraria”, como imprudente.

La Jura de Santa Gadea, de Marcos Hiraldez Acosta. 1864. Palacio del Senado, Madrid.

Las crónicas conocidas no ofrecen su fecha de nacimiento, pero se cree que fue en 1081, cuando apenas ha dado comienzo el siglo XI. Fue la primogénita de Alfonso VI y de su segunda esposa desde 1079, la reina Constanza de Borgoña.

 Los Padres de Urraca: Constanza de Borgoña y Alfonso VI

Por línea paterna eran sus abuelos Fernando I, rey de León, Conde de Castilla, y su esposa Sancha Alfónsez de León, hija de Alfonso V. Abuelos maternos, el duque Roberto I de Borgoña, hijo de Roberto II de Francia, el segundo monarca francés de la dinastía de los Capeto, casado con Helia de Samur, que era hermana del abad Hugo de Cluny, con cuya poderosa abadía Alfonso pretendía estrechar lazos al desposar a Constanza.

Parece ser que fue tutelada por Pedro Ansúrez, y se conocen dos de sus maestros durante la infancia, el presbítero Pedro, que la acompañó a Galicia tras su matrimonio, y un Domingo Flacóniz.

El nacimiento de su medio hermano, Sancho en 1093 -el mismo año en que falleció su madre, la reina Constanza-, la apartó de la sucesión. 

Poco antes de febrero de 1093, Urraca contrajo matrimonio con Raimundo de Borgoña, un noble que llegó a León tras la batalla de Sagrajas, acudiendo al llamamiento que Alfonso VI hizo a la cristiandad europea con la intención de organizar una cruzada contra los almorávides que asolaban sus reinos.

Raimundo de Borgoña. Ávila.

Se cree que llegó a la península en 1086 u 87, en el séquito de su cuñado el duque Eudes, cuyo intento de apoderarse de Tudela fracasó. Tras el fallido cerco, los borgoñones acudieron a León a visitar a la reina —tía de Eudes— y casi de inmediato, Urraca fue prometida a Raimundo y quizás, incluso desposada con él, pese a que apenas tenía ocho años; demasiado pequeña para contraer matrimonio según el derecho canónico. 

Urraca, condesa consorte de Galicia, gobernó con su marido toda la costa atlántica peninsular, desde la frontera con los territorios musulmanes del sur hasta la costa cantábrica gallega.

Tuvieron dos hijos: Sancha y Alfonso. Se desconoce el nacimiento de la primera, que fue anterior a 1095, y el segundo nació en 1105. Alfonso Raimúndez, fue educado y formado por Pedro Froilaz y su esposa, y de la educación de Sancha se encargó su tía Elvira, hermana de Alfonso VI.

En 1096, a raíz del matrimonio de otra de las hijas de Alfonso VI, Teresa de León, con Enrique de Borgoña, el monarca dividió Galicia en dos partes: el Reino de Galicia, propiamente dicho, se lo concedió a Urraca y Raimundo, y el condado Portucalense, que comprendía las tierras entre los ríos Duero y Miño, correspondió como dote a Teresa y Enrique; con el tiempo, se convirtió en el reino independiente de Portugal.

Raimundo falleció en Grajal, en presencia de su esposa, del obispo de Santiago y del rey, en septiembre de 1107. Urraca le sucedió en el señorío del oeste del reino leonés, cuyas tierras abarcaban, Galicia, la comarca de Zamora y el suroeste de León, incluyendo, Coria, Salamanca y Ávila. Era ya una mujer madura de veintisiete años con dos hijos -Sancha y Alfonso-, y se cree que siete embarazos fallidos. Hasta entonces había tenido una posición subalterna, a la sombra de su marido, pero al fallecimiento de este, pasó a desempeñar un papel principal en la política regional que ya nunca perdió.

Se cree que acompañó el cadáver de Raimundo hasta Santiago de Compostela, en cuya nueva catedral románica fue inhumado, y que permaneció en Galicia, probablemente con el fin de asegurarse su dominio, que mantendría, a condición de permanecer viuda, pues, si se casaba otra vez, el gobierno de la región pasaría a Alfonso, hijo de su difunto primer marido.

Reina de León

Urraca I de León, firma como reina de León y Castilla y -abajo-, como Emperatriz de Galicia.

El 30 de mayo de 1108, falleció su hermano Sancho, en la batalla de Uclés, en la que obtuvieron la victoria los almorávides. La muerte del único descendiente varón de Alfonso VI convirtió a Urraca, que había enviudado en septiembre del año anterior, en la candidata más apropiada para suceder a su padre. Reunió en Toledo a los nobles del reino y les comunicó el hecho, poco habitual, aunque no insólito, de que ella era la sucesora.

Antes, Alfonso VI impuso un nuevo matrimonio a su hija, pese al rechazo. tanto de esta, como de parte de la nobleza, no conforme con las preferencias del rey. Urraca había acudido a Segovia junto a los refuerzos gallegos que debían auxiliar al rey en la defensa de la frontera meridional del reino tras el descalabro de Uclés.

Inmediatamente surgieron varios candidatos para desposar a la heredera, entre los que destacaban el Conde Gómez González —cabeza de los Lara, antiguo alférez del rey y preferido por parte de la nobleza y el clero— y el Conde Pedro González de Lara, pero Alfonso VI, temiendo que las rivalidades que existían entre los nobles castellanos y leoneses se incrementaran por este motivo, decidió casar a Urraca con el rey aragonés Alfonso el Batallador

Alfonso el Batallador, de Pradilla y Ortiz. Ayto. de Zaragoza

El matrimonio se celebró en septiembre o más probablemente, en octubre de 1109 en el castillo de Monzón de Campos, con el alcaide de la fortaleza, Pedro Ansúrez, apadrinando el enlace. La nobleza y el clero que habían asistido al entierro de Alfonso —fallecido el 1 de julio anterior— decidieron cumplir los deseos de casar a la nueva reina con el monarca aragonés, pese a la oposición de esta y al escaso entusiasmo general por la boda.

Según el acuerdo matrimonial, Alfonso cedía amplias tierras a su esposa y se comprometía a no abandonarla por excomunión o por consanguinidad. Si tenían un hijo, este heredaría las tierras del padre, pero, si no era así, Urraca y sus hijos se harían con las tierras de Alfonso cuando este falleciese. En caso de que fuese Urraca la primera en morir, sus tierras las heredarían conjuntamente Alfonso y los hijos que pudiesen tener para entonces, y si no tenían descendencia común, Alfonso tendría las tierras de su esposa en usufructo, de forma vitalicia, y al fallecer este, pasarían a Alfonso, el hijo que Urraca había tenido en su primer matrimonio. En conjunto, las estipulaciones eran generosas para con la reina leonesa. 

Tras el desposorio, la pareja viajó a Aragón.

1109-1110

La primera tarea que tuvieron que afrontar los reyes fue el avance de los almorávides, que, en el verano de 1109, se habían apoderado de varias importantes plazas meridionales: Talavera de la Reina, Madrid y Guadalajara. En 1110, vencieron al conde Enrique en Santarem, que conquistaron el 26 de mayo de 1111. En el este, Al-Musta'in II de Zaragoza, animado por las victorias almorávides en el oeste, emprendió una campaña invernal contra Aragón. Los reyes acudieron desde Sahagún y Alfonso batió y dio muerte al emir zaragozano en la batalla de Valtierra, el 24 de enero de 1110.

Como sabemos, el matrimonio entre Urraca y Alfonso chocó con la oposición de diversas facciones políticas contrarias a la unión por motivos muy diversos. 

Una primera facción estaba formada por el clero francés, que se había visto muy reforzado gracias al origen borgoñón del primer marido de Urraca y que temía perder sus privilegios e influencia; estuvo, en general, en contra del segundo matrimonio desde el principio, pero fue el principal apoyo del posterior gobierno en solitario de Urraca. 

La segunda facción tenía su centro en Galicia y su rechazo venía motivado por la pérdida de los derechos al trono leonés del hijo de Urraca, Alfonso Raimundez

Alfonso Raimundez; VII de León, llamado “El Emperador”.

Este sector estuvo, desde el principio, dividido en dos tendencias: una encabezada por el obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, que defendía la posición del infante Alfonso como sucesor de Urraca; y otra encabezada por Pedro Froilaz, conde de Traba y tutor del príncipe Alfonso, quien se inclinaba por la independencia de Galicia, cuyo trono ocuparía el propio Alfonso.

Castillo de Sobroso, donde Froilaz y Gelmírez sitiarían a Urraca.

El tercer núcleo opositor al matrimonio real radicaba en la misma corte y estaba encabezado por el Conde Gómez González cuya oposición se debía a su temor de perder poder, algo que se vio pronto confirmado, cuando Alfonso I empezó a nombrar a nobles aragoneses y navarros para importantes cargos públicos y para las alcaidías de los castillos y enclaves leoneses y castellanos.

Fue el conde de Traba quien desde Galicia inició el primer movimiento agresivo contra los monarcas cuando reclamó los derechos hereditarios del infante Alfonso. En respuesta a la rebelión gallega, Alfonso el Batallador se dirigió, al frente de su ejército, hacia Galicia a principios de mayo de 1110; restableció el orden en el condado rebelde, tras vencer a las tropas gallegas en el Castillo de Monterroso. La campaña, sin embargo, no fue del todo satisfactoria y tuvo que ser abandonada a los tres meses. La reina, por ejemplo, que había acompañado a su esposo a la región, muy pronto volvió a León, disgustada por el ajusticiamiento de un rebelde cuando ya se había rendido.

Astorga se negó a abrir las puertas a Alfonso a su vuelta de la campaña y al mismo tiempo el papa había hecho saber su oposición a los esponsales entre Urraca y Alfonso. La reina, tras consultar con varios obispos, decidió separarse de Alfonso, que hubo de partir apresuradamente a Aragón para hacer frente a la amenaza de los almorávides, que se habían adueñado de Zaragoza durante el verano. 

Los esposos parecen haberse llevado muy mal: Alfonso era misógino y violento, y Urraca lo acusó de haberla maltratado. Probablemente en julio, la curia se reunió para tratar la condena papal del matrimonio de Urraca —rechazado por la consanguinidad de los esposos— y aprobó la separación de la pareja. La incapacidad de Alfonso para imponer por la fuerza el matrimonio a los que lo rechazaban, la falta de un heredero y la oposición del papa al enlace, hicieron que fracasara. 

En agosto de 1110, la reina encabezó una marcha hacia Zaragoza, aunque no se sabe si lo hizo para colaborar con su marido o para sostener a la taifa contra Aragón, como habían hecho en el pasado su padre. En octubre ya había vuelto a Burgos.

La rebelión gallega contra el poder real fue solo el inicio de una serie de conflictos políticos y bélicos que los caracteres opuestos de Urraca y Alfonso y su antipatía mutua alentaron en años sucesivos y que sumieron a los reinos hispánicos en una continua guerra civil. Durante la segunda mitad de 1110, la reina fue recabando apoyos en todo el reino; los obtuvo en Castilla, León, La Rioja, la Extremadura castellana y parte de Galicia. A finales de año, su posición se había reforzado tanto, que Alfonso acudió a negociar con ella durante las fiestas navideñas celebradas en Sahagún.

Pronto aparecieron dos tendencias en la facción opuesta al matrimonio, radicada en la propia corte. Una apoyaba a Alfonso como soberano y estaba integrada por parte de la nobleza y la burguesía de las ciudades que bordeaban el Camino de Santiago, deseosas de hacerse con los señoríos eclesiásticos. La otra facción apoyaba a Urraca y estaba formada por otra parte de la nobleza y el clero, que trabajaron activamente para lograr la anulación eclesiástica del matrimonio, argumentando ante el papa Pascual II, que era incestuoso, debido a la consanguinidad, pues ambos eran bisnietos de Sancho Garcés III de Pamplona. El pontífice amenazó con la excomunión de los monarcas si no accedían a anular el matrimonio

La reina afirmaba, según escribe Jerónimo Zurita en los Anales de la Corona de Aragón, que aunque el matrimonio se efectuó muerto el rey, su padre, con voluntad y orden los grandes de su reino, fue contra la suya y que recibió muchos denuestos y se le hicieron malos tratamientos por el rey de Aragón y que usaba gran tiranía y echó a los obispos de Burgos y León de sus iglesias, y prendió al de Palencia, y desterró al obispo de Toledo por dos años de su diócesis siendo legado de la sede apostólica, y que sacó del Monasterio de Sahagún al abad y puso en él a don Ramiro, su hermano. Era su pasión tan terrible, que la reina afirmaba que con gran furor y odio procuraba la muerte del infante, creyendo suceder en el reino. Y con esto iban incitando y conmoviendo contra él los pueblos.

Urraca decidió finalmente. alejarse de Alfonso y se refugió en el monasterio de Sahagún. 

Monasterio Real de San Benito, en Sahagún, León. Lugar de refugio de la reina Urraca frente a su marido Alfonso I de Aragón.

Cuando Alfonso I supo que el arzobispo de Toledo estaba maniobrando para obtener la nulidad matrimonial, unido a sus sospechas de que la reina mantenía una relación amorosa con el conde Gómez González, hizo que decidiera encarcelarla en la fortaleza de El Castellar, y dirigiera su ejército contra todas aquellas plazas leonesas, gallegas y castellanas que se habían puesto a favor de Urraca. Alfonso I tomó Palencia, Burgos, Osma, Orense, Toledo, en abril de 1111, donde depuso al arzobispo, y Sahagún, donde también depuso al abad del monasterio 

Los Condes Gómez González y Pedro González de Lara, lograron liberar a la reina, que buscó refugio en la fortaleza de Candespina, ubicada en Fresno de Cantespino, en Segovia.

Castellar y Candespina

1111-1114

Urraca I de León. Obra de Carlos Múgica y Pérez. 1857. En el Congreso de los Diputados.

Mientras el conde Enrique se dirigía a Francia para reunir fuerzas con las que defender sus posesiones en la guerra civil que se libraba en el reino, Urraca pactó con los partidarios gallegos de su hijo Alfonso, que se asoció formalmente a su madre en el trono y fue coronado en Santiago de Compostela el 11 de septiembre de 1111. A cambio, Urraca obtuvo la colaboración de numerosas tropas gallegas con las que combatir a su esposo. El reforzamiento de la posición de la reina inquietó al conde Enrique, cuando volvió de Francia, y decidió aliarse con el rey aragonés para equilibrar sus fuerzas. Aquel enfrentamiento con el soberano aragonés y sus partidarios en el reino, obligó a Urraca a expoliar ciertas riquezas de las iglesias.

Los dos bandos se enfrentaron cerca de Sepúlveda, en la batalla del Campo de la Espina o Candespina, el 26 de octubre de 1111, en la que Alfonso resultó vencedor, gracias al apoyo militar que recibió de los condes de Portugal, Teresa y Enrique, hermanastra y cuñado de Urraca. 

Jerónimo Zurita describió la batalla:

Comenzándose a herir de ambas partes la batalla, desamparó luego el conde don Pedro González el estandarte real, y salió huyendo del campo y el conde don Gómez con los castellanos de su batalla estuvo firme en ella, pero fueron a la postre desbaratados y vencidos y quedó el conde Gómez vencido y muerto en el campo.

El Conde Gómez, que era antiguo alférez de Alfonso VI, y el candidato preferido de la nobleza del reino para esposo de Urraca, había dirigido a los partidarios de esta en la batalla. Tras la derrota, se refugió en Burgos y poco después, envió emisarios a Enrique, prometiéndole compartir el reino con él, como ya habían acordado el conde y Alfonso de Aragón. Pero Enrique, que temía al poderoso vecino, el rey aragonés, cambió de bando y pactó con Urraca. Alfonso se encerró entonces en el Castillo de Peñafiel, donde lo cercaron infructuosamente Enrique y Urraca, que entonces, se replegaron a Palencia, y trataron de la división del reino.

Castillo de Peñafiel, Valladolid.

Al mismo tiempo, Urraca, ante las que consideraba desmedidas pretensiones de su hermana Teresa, emprendió secretos tratos con Alfonso. Mientras Enrique acudía a tomar posesión de Zamora, las dos hermanas se dirigieron a Sahagún. Urraca había dado órdenes a sus partidarios palentinos de no resistir el avance de Alfonso, que fue fulminante y sorprendió incluso a la reina. Estuvo a punto de apresar a Teresa en Sahagún y amedrentó a Urraca, que optó por huir y refugiarse en las montañas gallegas.

Tras apoderarse de Lugo, fiel al rey aragonés, un ejército gallego marchó hacia León, pero fue emboscado en Viadangos. El grueso de los supervivientes se refugió en Astorga, aún hostil a Alfonso. El obispo compostelano huyó con el joven Alfonso, que entregó a su madre. 

Aunque el monarca aragonés dominaba casi todo el reino, desde Toledo a León, y a finales de 1111 pactó con Enrique, la falta de legitimidad para gobernar lo conquistado minaba enormemente su posición.

Contaba, en especial, con el respaldo de los burgueses de numerosas ciudades: Carrión, Zamora, Nájera, Burgos, León o Sahagún. Urraca, en cambio, gozaba de legitimidad, propia y por la presencia a su lado de su hijo, pero carecía por entonces de grandes fuerzas militares y de fondos con los que sufragar la guerra con Alfonso. En la primavera de 1112, apenas conservaba Asturias y, con dificultad, Galicia.

Urraca se alió nuevamente con los portugueses, pese al oneroso precio que exigieron estos, deseosos de conservar Salamanca, Ávila, Zamora y el norte de Extremadura. Alfonso, que gozaba de partidarios por todo el reino, como sucedía también con Urraca, asedió en vano Astorga. Al ser vencido, se retiró a Carrión, donde fue a su vez cercado por Urraca. Estos reveses mutuos llevaron a una breve reconciliación entre los dos. 

Mientras, en mayo de 1112, falleció Enrique, aunque la situación en Portugal cambió poco, pues Teresa continuó con la política autonomista del difunto. La efímera reconciliación entre los esposos, que el legado apostólico trató de desbaratar, apenas duró el verano de 1112. Urraca y Alfonso intentaron fijar las condiciones del gobierno conjunto, pero fue en vano; el soberano aragonés instaló guarniciones afines allá donde pudo, pero los notables del reino condenaron esta acción y le obligaron a abandonar Sahagún.

Para el otoño de 1112, el matrimonio con Alfonso estaba deshecho completamente y Urraca se aprestaba a reinar, finalmente, en solitario. Contaba con la lealtad de Asturias y de León y, conjuntamente con su hijo Alfonso —que apenas tenía siete años—, la de Galicia, que en realidad gobernaban casi independientemente el obispo Gelmírez de Santiago y el conde Pedro Froilaz, teóricamente en nombre del joven Alfonso. Aunque también gozaba de decididos partidarios en Castilla, esta región estaba fundamentalmente en manos del monarca aragonés, mientras que la zona oeste estaba en las de Teresa. Toledo estaba asimismo en poder de Alfonso, si bien Urraca contaba con la lealtad del arzobispo toledano y de Álvar Fáñez, señor de los territorios orientales del reino conquistado por el padre de la reina.

El primer objetivo de Urraca fue recuperar Castilla. Para ello empezó por rendir el Castillo de Cea, en septiembre de 1112, con lo que recuperó los territorios al oeste del río Carrión. Los territorios del alto Duero, al sur de Burgos, también aceptaban la autoridad de la reina y Toledo parece haber estado en manos del fiel Fáñez desde julio de 1111. Seguidamente, la guarnición aragonesa de Burgos se rindió a Urraca al no recibir socorro de Alfonso, que decidió no enfrentarse al ejército de Urraca para auxiliar la plaza. La campaña burgalesa ocupó el verano de 1113.

Castillos, de Berlanga, Soria, y de Oreja, Toledo.

A continuación, la reina envió socorros al Castillo de Berlanga -Soria-, amenazado por los zaragozanos. Ese mismo verano, Fáñez había tenido que defender por su cuenta el reino toledano de las repetidas acometidas almorávides, en las que perdió el Castillo de Oreja. Para tratar la crítica situación del reino, se convocó una curia, para octubre, en Palencia, a la que no asistieron muchos notables gallegos; se trataron diversos problemas administrativos y se aprobaron varias medidas que, en realidad, suponían una declaración de guerra a Teresa.

En 1114, la situación volvió a empeorar para Urraca en el centro peninsular: Fáñez murió a mediados de abril, en un levantamiento contra la reina en tierras segovianas y Toledo volvió a alinearse con Alfonso de Aragón, probablemente para obtener de este, más socorros que los del año anterior, necesarios ante los renovados ataques almorávides, que talaron la comarca en julio y agosto. Para reforzar su posición, la reina optó por tratar de afianzar su poder en Galicia, menoscabando el del obispo compostelano, al que intentó apresar, en vano y, hacia finales de año, sufrió nuevos reveses: los burgueses de Burgos, insatisfechos con la elección de su nuevo obispo, volvieron a entregar la ciudad a Alfonso. Lo mismo sucedió en Sahagún y probablemente en Carrión; la reina había perdido lo ganado en la campaña del año anterior. A pesar de todo, la falta de legitimidad de Alfonso volvió a salvarla de la derrota definitiva, por lo que, para mejorar su posición decidió proponer nuevas negociaciones, muy difíciles, a finales de 1114.

La administración diaria del reino recaía fundamentalmente en los gobiernos locales, que se relacionaban con las poquísimas personas que componían el Gobierno central del reino, mediante visitas a la corte y, más habitualmente, por las visitas de la reina a la zona. Si bien solía pasar el otoño y el invierno en Sahagún o León, el resto del año lo pasaba recorriendo los territorios que le eran fieles, aunque acudía con menos frecuencia a Toledo y Asturias que al resto. El Gobierno central lo formaban, normalmente, la soberana y la curia, que en ocasiones especiales se convertía en curia general. No existía verdaderamente una estructura funcionarial ni de cargos administrativos, y la cancillería del reino aún no se había creado.

Continuaba la asimilación del territorio entre el Duero y el Tajo que había empezado en el reinado anterior; tierras que anteriormente habían pasado un periodo de autonomía frente a la autoridad de los señores cristianos del norte y de los musulmanes del sur. En esta zona, la unidad vertebradora de la administración del territorio, era la ciudad. Los principales centros de la zona eran Coria, Talavera, Toledo, Hita, Guadalajara, Segovia, Ávila, Salamanca, Medina del Campo y Olmedo, entre otros.

En cuanto a sus relaciones con los obispos del reino —veintiuno por entonces—, que en el caso de los de Santiago, Orense, Oviedo, Palencia y Tuy gozaban de gran poder político en sus comarcas, fueron en general satisfactorias, en parte por la colaboración con Urraca del arzobispo primado de Toledo. Pese a que solo pudo influir en el nombramiento de algunos de ellos -Burgos, Lugo, Salamanca, Braga, Zamora, Sigüenza y Segovia-, logró, en general, someterlos a su autoridad. En su reinado se crearon los obispados de Ávila, Segovia, Zamora, y Sigüenza. En cuanto a Santiago, ascendió a la categoría de arzobispado en 1120.

Como puede deducirse, la corte era fundamentalmente itinerante: solía pasar el invierno en la comarca de Sahagún-León, pero el resto del año recorría el reino, con el objetivo de hacer presente la autoridad real en el territorio; recabar información sobre lo que sucedía en el reino y explotarlo, mediante la exigencia del cumplimiento de lo debido a la Corona.

Pero la animadversión que se tenían las hermanastras hizo que finalmente Urraca se reconciliase con su marido Alfonso, obligando a los condes de Portugal a retirarse a sus dominios.

A pesar de todo, la deseada e insegura reconciliación matrimonial volvió a quebrarse cuando Urraca se entrevistó con la nobleza gallega y aceptó que su hijo Alfonso fuera proclamado rey de Galicia y coronado en Santiago de Compostela, el 17 de septiembre de 1111, lo que provocó la furia de Alfonso I de Aragón y nuevos enfrentamientos entre los soberanos a lo largo del año 1112. Entre ellos destacaron los que tuvieron lugar en Astorga y Carrión de los Condes, que terminarían con una nueva tregua, que se rompió al año siguiente en Burgos, cuando la reina, apoyada por las tropas del obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, sitió la ciudad. 

Alfonso decidió entonces abandonar sus aspiraciones territoriales sobre los reinos de su esposa y, basándose en los argumentos que utilizaron los que, desde un primer momento, querían declarar nulo su matrimonio, decidió repudiar a Urraca, hecho que se hizo efectivo en un concilio celebrado en Palencia en 1114.

1115-1126

Ruinas del Castillo e Saldaña, Palencia, lugar de fallecimiento de la reina Urraca.

Pero, la retirada de Alfonso I no supuso la solución de los conflictos, ya que estos se desplazaron nuevamente a Galicia, donde, en 1115, el conde de Traba, Pedro Froilaz, y el Obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, intentaron aumentar la autonomía del hijo de la reina, Alfonso, como rey independiente de Galicia.

Ante el fallido acuerdo entre el obispo Gelmírez y Urraca, Froilaz y su hijo, que se hallaban al sur del Duero y en el reino de Toledo, se rebelaron contra la soberana y volvieron a Galicia. Urraca marchó contra los rebeldes, que evacuaron Santiago. La incursión acabó con un nuevo pacto entre la reina y Gelmírez en torno a mayo del 1116, que no satisfizo a Froilaz. Mientras Urraca perseguía a un noble rebelde en el sur de la región, quedó brevemente cercada en el Castillo de Sobroso por fuerzas de Froilaz y de su hermana Teresa. Tuvo que retirarse a Santiago, desde donde volvió a León, después de tres meses de campaña en tierras gallegas que habían demostrado el poder de la reina y dividido a sus posibles rivales.

Mientras Urraca marchaba por Galicia, Alfonso reforzaba su poder en La Rioja y Castilla oriental, aunque para el otoño del 1116 había perdido Burgos y Sahagún, que recobró ella. Ese mismo año, Urraca llevó a cabo una jugada maestra que debilitó al partido gallego y a su exmarido: cedió el gobierno de las tierras al sur del Duero y del reino de Toledo, donde su poder era escaso, a su hijo Alfonso. Los notables gallegos perdían así la custodia del heredero y se debilitaba al mismo tiempo la posición del monarca aragonés en la región, que debía competir a partir de entonces con la atracción que ejercía el joven Alfonso. La maniobra suscitó además el fracaso de las aspiraciones al trono leonés, de Teresa y de su hijo, Alfonso Enríquez, que a partir de entonces tendieron a independizarse del reino y formar uno propio portugués. En realidad, la región había gozado de independencia de hecho, desde 1109 merced a la débil autoridad de Urraca, que para finales de año, había recuperado gran parte de Castilla, había reforzado su poder en Galicia y desviado las ambiciones de los partidarios de su hijo hacia el sur del Duero. 

Se preparó entonces para intentar someter a Teresa, para lo que tuvo antes que pactar con el rey aragonés, que entonces se preparaba para conquistar Zaragoza, por lo que se avino a negociar con Urraca en noviembre y diciembre del 1116.

Así, a partir de 1117, un tercio del reino, limitado aproximadamente por Talavera de la Reina, Osma y Zamora, y que anhelaban tanto Alfonso de Aragón como Teresa y los almorávides, pero que Urraca había logrado conservar, pasó en la práctica como infantado a su hijo Alfonso, tutelado por el arzobispo Bernardo de Toledo. Al territorio se añadieron Atienza y Sigüenza en 1124, casi al final del reinado de Urraca. 

El territorio, pese a su extensión, estaba muy poco poblado y era todavía una tierra de frontera, en la que se iban extendiendo desordenadamente los colonos. Este proceso repoblador había empezado entre el Duero y la Sierra de Guadarrama, en tiempos del abuelo de Urraca, el rey Fernando y al sur de las montañas en las de su padre, Alfonso VI. 

La principal actividad de la región era la cría de ganado y el robo de este a los vecinos musulmanes del sur.

A diferencia de otras zonas del reino, no se organizaban en condados, sino en alfoces de ciudades, que se regían por sus propios fueros. La autoridad de los señores, laicos o eclesiásticos, era por entonces casi nula.

La zona fue atacada reiteradamente por los almorávides entre 1110 y 1120, igual que la costa gallega, pero los leoneses lograron defenderse bien en conjunto, en parte favorecidos por el castigo que sufría el enemigo en el este a manos del Batallador, que por entonces les arrebató el valle del Ebro. 

A las sucesivas acometidas almorávides respondían, en ocasiones, incursiones leonesas e, incluso, conquistas como la de Alcalá de Henares en el 1118 o la posterior de Sigüenza. 

Los fracasos leoneses, que ya habían empezado a finales del reinado anterior, obligaron a ceder casi toda la frontera del Tajo, pero fueron dando paso paulatinamente a un equilibrio que desaparecería, finalmente, con la victoria de los señores cristianos en la Batalla de Las Navas de Tolosa, un siglo después. 

A finales de la primavera del 1117, en preparación a la campaña contra Teresa, Urraca marchó a Santiago para intentar reconciliar el concejo de la ciudad con el obispo Gelmírez, que con el conde Traba, tutor del infante Alfonso, pactaron con ella, pero la población, que temía un trato desfavorable, se amotinó y los cercó en una torre de la catedral, entonces en construcción. Los rebeldes le prendieron fuego y los obligaron a abandonarla. A continuación, desnudaron y apedrearon a la reina hasta que algunos pudieron calmar a la masa enloquecida. 

La reina, sorprendida por la turba, fue golpeada y humillada sin piedad, llegando a arrojarla, desnuda, en un gran charco e barro, donde fue vejada y hasta parece que con algún conato de lapidación.

Escribió Jerónimo Zurita:

La cogen y arrojándola al suelo en un lodazal, arrebatándolos como lobos, hacen jirones sus vestidos, hasta tal punto que los pechos abajo quedó en el suelo con el cuerpo vergonzosamente desnudo y a la vista de todos. Llegó el obispo donde yacía la reina en el fango, pisoteada por las turbas de los agresores y viéndola tan feamente desnuda y postrada, transido de dolor, pasó de largo.

Y Enrique Flórez:

Ya no se tenía respeto a nada. No le valió a la iglesia del Apóstol su sagrado. Pusiéronla fuego. Y viendo arder el templo, ¿qué seguridad esperarían la reina y el prelado? Saliéronse del palacio. Refugiáronse a la fuerza en una torre. Saquearon el palacio los tumultuados. Atreviéronse a dar contra la torre donde estaban la reina y el prelado. Ciegos ya, clamaban descubiertamente por su muerte. Ponen fuego a la torre. Dispónense los sitiados a morir. El obispo confesó a la reina y compañeros. No hubo más racionalidad en el monstruo de la sedición, que permitir que saliese la reina. Salió esta obligada por el prelado, y recibida seguridad sólo la halló en la vida. Perdiéronla el respeto. Arrojáronla en el suelo. Y en semejante desorden se debe extrañar más lo que no hicieron.

A pesar de lo crítico de la situación la reina pudo huir y salvar milagrosamente la vida. La ciudad pagaría caro tan cobarde actitud, con una feroz represión. 

Liberada la soberana, reunió tropas que hicieron capitular a los rebeldes. El obispo recobró el gobierno de la ciudad, que hubo de pagar una onerosa multa y sufrir el exilio de los cabecillas de la revuelta. Tras la rendición de la ciudad, a la que la reina sometió a una fuerte y merecida represión.

El levantamiento, ejemplo de la inestabilidad urbana característica de la época en Europa, era señal, a la vez, del dinamismo urbano en el Camino de Santiago, como lo fue también el conflicto entre los burgueses y el abad en Sahagún, que duró de 1110 a 1117.

En 1117, Urraca I fue cercada en el Castillo de Sobroso por los partidarios de su hijo y su hermana, Teresa de León, pero consiguió escapar y volver a Santiago de Compostela, como se lee en la Historia compostelana.

Tras estos acontecimientos que debieron de suceder en junio, Urraca anuló la prevista campaña contra Teresa y se retiró a León. Pese a ello, pudo apoderarse de Toro y Zamora, ya que Teresa tuvo que concentrarse en repeler la ofensiva contra Coímbra de los almorávides. En noviembre de 1117, el joven Alfonso entró en Toledo, poniendo fin al poder del rey aragonés en la ciudad; asumió, como seguía haciendo este, el título de emperador.

Urraca consolidó la relación con los partidarios de su hijo firmando el Pacto del Tambre, en el que reconocía la legitimidad del infante para sucederla en el trono. Sin embargo, la paz solo se mantuvo hasta 1120 cuando nuevamente se enfrentó al conde de Traba, con el que tuvo que volver a pactar en 1121 debido a la invasión que desde el Condado Portucalense, encabezó su hermanastra Teresa y que repelió cruzando el río Miño y venciéndola en Lanhoso, con lo que consiguió que esta la reconociese como soberana.

La autoridad de Urraca se reforzó en la región a lo largo del año. En febrero, pactó una tregua con su exmarido en Burgos, que se mantuvo hasta el final del reinado y que permitió a la reina consolidar su poder en el centro peninsular y en parte del oeste, aun al precio de abandonar Zaragoza al rey aragonés.

En la primavera del 1118, marchó al este de Castilla a someter a los señores que habían gozado de gran autonomía tras el fallecimiento de Álvar Fáñez en 1114, y algunos de los cuales habían reconocido la autoridad del rey aragonés. En junio se hallaba en Segovia, donde tuvo que sofocar una revuelta en su contra. Marchó luego a Galicia, aunque dejó parte de sus tropas al arzobispo toledano, que las empleó para enfrentarse a los almorávides.

Entre enero y marzo del 1119, Urraca permaneció en Burgos, desde donde siguió los triunfos de Alfonso de Aragón en el Ebro. De Burgos pasó a Palencia, donde se encargó de reforzar la frontera oriental del reino de Toledo de posibles incursiones almorávides o aragonesas. Durante la primavera y el verano, tuvo que afrontar una fallida, pero peligrosa conjura en la que participó su antiguo mayordomo, Guter Fernández, que apresó brevemente a su amante el conde Pedro González de Lara en el castillo de Mansilla, en la primavera, aunque la cuestión no acabó con la liberación del de Lara, pues el 18 de julio hubo combates en León y la reina quedó cercada en su castillo.

La fallida conspiración, en la que la reina parece haber sospechado que estaba involucrado el obispo compostelano, pudo haber sido una reacción a lo que los notables gallegos y parte de los leoneses consideraban excesiva inclinación de la reina por Castilla —nobles castellanos dominaban por entonces la corte, con el conde de Lara a la cabeza— y por haber pactado con Alfonso de Aragón desde 1117. El temor de una posible reconciliación de los esposos pudo desencadenar el fallido golpe contra Urraca. Para principios de septiembre, la crisis había pasado y la reina mantuvo su actitud conciliadora con Aragón.

En 1120 la reina acudió a Galicia y persiguió a los partidarios del conde Pedro Froilaz con la colaboración del obispo Gelmírez, con quien renovó la liga. A continuación, las fuerzas reales cruzaron el Miño y penetraron en las tierras de Teresa, que no pudo impedirlo y quedó sitiada en el castillo de Lanhoso, al noreste de Braga, mientras el ejército de Urraca talaba la región hasta el Duero. 

La victoria temporal sobre Teresa y el posible sometimiento efímero del territorio hizo que Urraca se decidiese a eliminar a Gelmírez, a quien detuvo a finales de julio. Pero la medida resultó fallida: el infante Alfonso abandonó a la reina y se unió a las fuerzas del conde Froilaz, acampadas cerca de Santiago, y los partidarios del cautivo se alzaron en la ciudad, cercando a la reina en la catedral. Al no poder someter a los rebeldes, Urraca hubo de liberar al obispo pocos días después, si bien no le devolvió sus tierras y castillos. Esto llevó a Gelmírez a coligarse con Froilaz, Teresa —que se convirtió en amante, o quizás, esposa, del conde Fernando Pérez de Traba—, el heredero al trono, alianza que Urraca trató de desbaratar. 

En el otoño, ante la amenaza de excomunión presentada por el papa —Calixto II, hermano de su primer marido, Raimundo y como tal, tío del infante Alfonso— por el apresamiento de Gelmírez, la reina cedió ciertos ingresos de las tierras de realengo a su hijo Alfonso.

El fracaso de las negociaciones con Gelmírez, hizo que Urraca marchase a Galicia al frente de un ejército que, tras varias maniobras, se apostó cerca de Santiago, en el Pico Sacro, frente al reunido por el obispo compostelano y el del conde Froilaz, en la primavera del 1121. Los dos bandos evitaron el choque mediante un pacto por el que la reina se comprometió a devolver las propiedades del obispo antes de la Navidad. En el acuerdo se incluyó asimismo la celebración de una curia el 25 de agosto, para tratar los problemas del reino.

En agosto de 1121 hubo un nuevo intento de derrocar a la reina y proclamar rey al infante Alfonso en la curia celebrada en Sahagún. A esta acudieron fundamentalmente adversarios de la reina y partidarios de Gelmírez. La intervención del papa Calixto en noviembre desbarató la maniobra. Mientras, Teresa aprovechó los apuros de su hermana para recuperar el valle del Miño durante el otoño.

Para hacer frente a los avances en Galicia de su hermana, Urraca acudió con su hijo a Galicia en la primavera siguiente. Los dos bandos, en vez de enfrentarse, pactaron. A finales del verano de 1122, el Batallador recorrió gran parte de los territorios leoneses al sur del Duero, llegando hasta Olmedo, probablemente para forzar al Alfonso Raimúndez y a su tutor el arzobispo de Toledo a mantener la tregua en Castilla que mantenía con Urraca desde el 1117.

Los gestos del rey de Aragón en la región fueron fundamentalmente conciliadores con Urraca y sus partidarios, porque parece haberse renovado la tregua con el soberano vecino. Este no volvió a penetrar en los territorios al sur del Duero durante el resto del reinado de Urraca, ni a reclamarlos —excepto, Soria—, aunque sí siguió utilizando intermitentemente el título imperial.

En marzo de 1123, Urraca estaba en Galicia, donde renovó su alianza con el obispo Gelmírez e hizo apresar al conde Pedro Froilaz y a sus hijos, a quienes confiscó los bienes. Permaneció en la región el resto de la primavera y el verano, estrechando su control sobre ella. Luego marchó al sur, a Toledo, pasando de camino por Segovia, para preparar la conquista de Sigüenza. Esta se verificó en enero del año siguiente.

El 25 de mayo de 1124, el obispo Gelmírez armó caballero a Alfonso, probablemente con la aquiescencia de la reina que, sin embargo, no estuvo presente en la ceremonia, celebrada en Santiago. El acto comportaba la mayoría de edad del hijo de Urraca. La delicada salud del arzobispo de Toledo hizo que el poder de Alfonso creciese al sur del Duero, sin que por lo demás la situación del reino cambiase significativamente: la reina seguía dominando el centro; Alfonso de Aragón, el este de Castilla; Teresa, el suroeste; y el infante los territorios del sur. 

La reina pudo haber pasado el verano y el otoño de ese año en Galicia, donde persistían los desórdenes y las incursiones de Teresa. Los intentos de Urraca de someter a su hermana fracasaron, y esta conservó el futuro Portugal y el sur de Galicia en su poder hasta el fallecimiento de la reina en 1126.

Urraca no pudo aprovechar las correrías del rey aragonés por territorio almorávide y la consecuente paz en el este del reino para someter el oeste a su autoridad.

A finales de la primavera del 1125, Urraca y Alfonso estaban en Galicia, la última vez de la que se tiene constancia de que estuvieron juntos

A continuación, la reina marchó a Castilla, donde falleció en la primavera del año siguiente.

Murió en Saldaña, el 8 de marzo de 1126. 

Ese mismo año, su hijo Alfonso, llegado de Galicia, sería coronado también rey de León, como Alfonso VII de León, después llamado el Emperador, que se apresuró a vituperar el gobierno de su madre y a condenarla al olvido.

Las crónicas de los siglos XII y XIII también fueron contrarias a la figura de Urraca, a la que criticaron por sus negativas pasiones e inclinaciones que asociaban a su sexo femenino.

Los últimos años del reinado de Urraca son poco conocidos por la falta de documentos claros. De su estudio se desprende que no cesó la guerra civil hasta su muerte.

San Isidoro. León

El cadáver de la reina Urraca fue llevado a la ciudad de León, donde recibió sepultura en el Panteón de reyes de San Isidoro, recuperando así la tradición de los reyes de León de ser sepultados allí, que había sido rota por su padre, Alfonso VI de León, quien recibió sepultura junto a la mayoría de sus esposas, entre ellas Constanza de Borgoña, madre de la reina Urraca, en el Monasterio de San Benito de Sahagún. Sus restos fueron depositados en un sepulcro de mármol liso, desaparecido en la actualidad, sobre cuya cubierta aparecía la imagen esculpida de la reina, con un epitafio latino:

H. R. DOMNA URRACA REGINA, MATER IMPERATORIS ALFONSI, etc. 

Matrimonios, relaciones y descendencia


La reina Urraca se había casado, la primera vez, con el conde Raimundo de Borgoña, hijo del conde palatino Guillermo I de Borgoña; comprometidos desde 1087, aunque el matrimonio no se celebró hasta 1095 en la ciudad de Toledo. De este matrimonio nacieron: 

-Sancha Raimúndez (antes de 1095-1159). La hija mayor, que permaneció soltera.

-Alfonso VII de León (1105-1157). Que sucedió a su madre en los tronos de León y de Castilla.

La segunda vez, se casó con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, del cual no tuvo sucesión y además, el matrimonio se anuló por consanguinidad.

Posteriormente, mantuvo relaciones con el conde Gómez González, antiguo alférez de su padre, cabeza de la casa castellana de Lara y muerto en el otoño de 1111 y, fallecido este, se emparejó con un primo del mismo, también conde, Pedro González de Lara, porque los condes y ricoshombres de Castilla no consintieron que se casara con él, hasta el punto de que Gutierre Fernández de Castro prendió al conde Pedro y lo encerró en el castillo de Mansilla. De todas formas, de su relación con el conde Pedro González de Lara nacieron dos hijos, ambos documentados:

-Elvira Pérez de Lara (c. 1111-c. 1174). Contrajo un primer matrimonio con García Pérez de Traba, hijo del conde Pedro Froilaz, según declara en un documento en 1138 cuando la confirma como comitissa, Gelvira domini Petri et reginae domne Urraccae filia... Ya viuda, y por deseo de su medio hermano Alfonso VII, contrajo matrimonio hacia 1128 con Beltrán de Risnel, pero no tuvieron hijos. 

-Fernando Pérez Furtado (c. 1114-1156), llamado así “hurtado”, porque se le arrebató la herencia por ser bastardo. Aparece en noviembre de 1123 como Fernandus Petri minor filius. Participó en la batalla de San Mamede, en junio de 1128 y fue capturado por los portugueses. Quedó en ese reino y reapareció en 1140 en el Convento de San Juan de Tarouca confirmando un documento como Ferdinandus Furtado, frater Imperatoris. Antiguos genealogistas le consideraban ancestro de los Hurtado de Mendoza, pero no parece haber base documental para afirmarlo. Vivió después en Portugal. 

Según Bernard F. Reilly: The Kingdom of León-Castilla under Queen Urraca 1109–1126 / El Reino de León-Castilla bajo la Reina Urraca, 1109-1126 Princeton University Press, 1982, la reina empleó las relaciones extramatrimoniales como instrumento político para atraerse poderosos aliados, sin someter sus derechos ni obligaciones a la pretendida autoridad de un marido.

Urraca. Catedral de Santiago

● ● ●


No hay comentarios:

Publicar un comentario