domingo, 3 de septiembre de 2023

LA OSCURA MUERTE DEL REY ENRIQUE IV DE CASTILLA [1]


Hermano de Isabel la Católica y rey de Castilla, su muerte fue un acontecimiento trascendental en la historia de la Corona de Castilla.

Enrique IV fue el tercer hijo de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, Isabel de Portugal. Ascendió al trono en 1454, tras la muerte de su padre.

Juan II, -su padre- de Francisco Prats y Velasco

La demencia de Isabel de Portugal. Cuadro atribuido al pintor barcelonés Pelegrín Clavé, en el que se muestra a la reina viuda de Castilla, Isabel de Portugal y Braganza, siendo víctima de uno de sus ataques de demencia. A su lado se encuentran su hijo menor, Alfonso de Castilla (izquierda) y su hija mayor, la futura reina Isabel (derecha) junto con otros personajes de la pequeña corte que acompañaba a la familia en su exilio.

Su reinado no estuvo exento de polémica, debido a los enfrentamientos con la nobleza y a los rumores acerca de su paternidad, que se pusieron de manifiesto en el llamado "Caso de la Beltraneja". Este escándalo involucraba a doña Juana, que unos creían que era "hija del rey" y otros que era hija de un amante de la reina. No hay al respecto, más que suposiciones interesadas. Alguien se propuso que la reina fuera Isabel -después, “La Católica”-, aun pasando sobre sus hermanos Alfonso y Juana, que eran los herederos legales.

Enrique IV falleció en 1474, en circunstancias no bien explicadas, dando paso a un período histórico marcado por la Guerra de Sucesión Castellana, que enfrentó a la partidarios de Isabel la Católica y a los de Juana la “Beltraneja”.

El rey Enrique de Castilla falleció en el año 1379 a los 51 años debido a una enfermedad que le causó problemas respiratorios y dolores de cabeza intensos. La enfermedad fue diagnosticada como una meningitis crónica, que se habría desarrollado en su cerebro y lo habría dejado en un estado de inconsciencia y parálisis.

El rey Enrique llevaba años luchando contra la enfermedad, lo que lo había debilitado tanto física como mentalmente. Esto agravó su situación, y el rey pronto fue víctima de conspiraciones políticas y luchas de poder, que lo dejaron aislado y vulnerable.

Finalmente, el rey fue asesinado en su cama, probablemente por órdenes de su hermanastro Juan I, quien había estado conspirando contra él y había tomado el control del trono poco después de la muerte de Enrique. La historia de la muerte del rey Enrique de Castilla es un recordatorio de las luchas de poder y las intrigas políticas en la nobleza medieval, y la fragilidad de la vida en tiempos de incertidumbre y crisis.

¿Qué pasó con Enrique IV?

Enrique IV fue el rey de España desde 1572 hasta su muerte en 1610. A pesar de haber sido un monarca popular, su reinado estuvo marcado por conflictos políticos y religiosos que lo llevaron a afrontar varias crisis. Uno de los acontecimientos más importantes de su reinado fue la Guerra de los Treinta Años, que involucró a gran parte de Europa y en la que España participó activamente.

Otro hecho trascendental fue la expulsión de los moriscos, una medida controvertida que provocó que miles de musulmanes fueran forzados a abandonar España. Esta decisión generó un gran impacto en la economía y la cultura del país, y ha sido objeto de críticas y polémicas hasta la actualidad.

Enrique IV también trató de resolver la compleja situación religiosa en España, donde convivían católicos y protestantes. Para ello, promovió una política de tolerancia y conciliación que le valió la simpatía de muchas personas, pero que también fue fuertemente resistida por la Iglesia y los sectores más conservadores de la sociedad.

A pesar de sus esfuerzos, Enrique IV no logró consolidar una paz duradera en España ni solucionar sus problemas estructurales. En el momento de su muerte, el país se encontraba sumido en una crisis económica y política que solo se agravaría en las décadas siguientes. No obstante, su reinado dejó una huella importante en la historia de España y su figura sigue siendo objeto de debate y reflexión entre los historiadores.

Otros casos

El envenenamiento del rey Alfonso de Castilla es un misterio que ha perdurado a lo largo de la historia. Aunque muchos sospechan que fueron sus hermanos, los infantes de la Cerda, los que llevaron a cabo el asesinato, aún no se cuenta con ninguna prueba fehaciente que respalde esta teoría.

La muerte del rey Alfonso se produjo en 1334, cuando contaba 26 años de edad. Según los relatos de la época, el monarca enfermó repentinamente, presentando síntomas de un envenenamiento. Falleció en cuestión de días, en medio de un escenario de dolor y desconcierto.

La hipótesis de que los infantes de la Cerda estuvieron detrás del envenenamiento surge debido a la tensa relación que sostenían con el rey. Estos hermanos, que eran considerados como los herederos legítimos al trono, se habían sentido desplazados por la llegada de Alfonso. La rivalidad entre ambos bandos era evidente y podría haber sido la motivación para llevar a cabo el ataque.

Sin embargo, no hay evidencia contundente que compruebe que los infantes de la Cerda están detrás del envenenamiento. Otras teorías apuntan a otros miembros de la nobleza o incluso a partidarios anónimos que deseaban el fin del reinado de Alfonso.

En resumen, la muerte del rey Alfonso de Castilla sigue siendo un enigma en la historia de España. Aunque existen teorías que apuntan a sus hermanos como los responsables del envenenamiento, pero no ha sido confirmado aún. Continúa siendo uno de los grandes misterios de la historia española.

¿Quién mató a Enrique IV de Francia?

El asesinato de Enrique IV de Francia ha sido objeto de controversia y debate desde hace siglos. El rey francés fue asesinado el 14 de mayo de 1610 en las calles de París, por un hombre llamado François Ravaillac.

Ravaillac era un fanático católico que creía que el rey era un hereje y un traidor a la fe católica. Algunas teorías sugieren que Ravaillac actuó solo, mientras que otras sugieren que pudo haber sido parte de una conspiración más amplia.

Algunos creen que la conspiración podría haber sido orquestada por la familia real española o por la Liga Católica, ambos enemigos de Enrique IV. Sin embargo, estas teorías no han sido demostradas y todavía se debaten entre los historiadores y los expertos en el tema.

Lo que sí es cierto es que la muerte del rey Enrique IV cambió el rumbo de la historia de Francia y dejó una marca indeleble en la memoria colectiva del reino. Enrique IV fue recordado por su estilo de gobierno pragmático y eficaz, y su muerte trágica fue sentida profundamente por el pueblo francés.

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Enrique IV de Castilla, Valladolid,5 de enero de 1425-Madrid, 11 de diciembre de 1474 fue rey de Castilla desde 1454 hasta su muerte en 1474. Algunos historiadores le llamaron despectivamente “el Impotente”. Era hijo de Juan II y de María de Aragón, y hermano paterno de Isabel la Católica, que se proclamó reina a su muerte, y del infante Alfonso, que le disputó el trono en vida.

Enrique como príncipe

Enrique nació en la desaparecida Casa de las Aldabas de la calle Teresa Gil de Valladolid. Al nacer, Castilla se encontraba bajo el control de Álvaro de Luna, que intentó controlar las compañías y educación de Enrique. Entre los compañeros de su juventud se contaba Juan Pacheco, que sería su hombre de confianza. Las luchas, reconciliaciones e intrigas por el poder entre los diversos nobles, el condestable Álvaro de Luna y los Infantes de Aragón serían una constante.

En abril de 1425, tres meses después de su nacimiento, Enrique sería jurado como príncipe de Asturias. Asimismo, el 10 de octubre de 1444 se convierte en el primer, y único, príncipe de Jaén. Durante la guerra civil castellana de 1437-1445 combatió del lado del condestable de Castilla don Álvaro de Luna, quien contó con el apoyo del rey Juan II. Participó en la decisiva y final batalla de Olmedo que supuso la derrota de la facción encabezada por los infantes de Aragón y como resultado recibió de su padre las ciudades de Logroño, Ciudad Rodrigo y Jaén, así como la villa de Cáceres, mientras que su consejero Juan Pacheco recibía el importante marquesado de Villena además de algunos lugares de la frontera con el reino de Portugal, y su hermano Pedro Girón obtenía el maestrazgo de la Orden de Calatrava. 

Tras la victoria de Olmedo, el poder de Álvaro de Luna se debilitaría, ganando influjo el bando del príncipe Enrique y Juan Pacheco. Para contrarrestar la política de Juan II de Aragón y de Navarra, apoyaron a su hijo Carlos de Viana, heredero de Navarra, que se había sublevado contra su padre en 1450 al negarse a cederle el trono de Navarra. La privanza de Álvaro de Luna acabaría con su arresto y ejecución en 1453.

Ppe. Carlos de Viana, Hermano de padre, (Juan II),  de Fdo. de Aragón MNP

Principios del reinado

El 20 de julio de 1454 fallecía Juan II de Castilla; al día siguiente, Enrique fue proclamado rey de Castilla.

Una de sus primeras preocupaciones fue la alianza con Portugal, que se materializó en 1455 casándose en segundas nupcias con Juana de Portugal y con el encuentro en Elvas con Alfonso V de Portugal, en abril de 1456. Otra de sus preocupaciones era suprimir las posibilidades de intervención del rey Juan II de Navarra, estableciendo paces con Francia y con Aragón, y concediendo el perdón a varios nobles. 

Enrique convocó las Cortes en Cuéllar (1455) para lanzar una ofensiva contra el Reino de Granada. Las campañas entre 1455 y 1458 se desenvolvieron como una guerra de desgaste, a base de cabalgadas, algaradas o incursiones de castigo, evitando enfrentamientos campales; pero este tipo de estrategias no era popular entre la nobleza y el pueblo. Juan Pacheco, I marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, se encargaban de las decisiones del gobierno, pero el rey incorporó a nuevos consejeros como Miguel Lucas de Iranzo, Beltrán de la Cueva o Gómez de Cáceres, para compensar ese influjo.

 

  
Alfonso V y Juan II de Aragón

En 1458, falleció el rey Alfonso V de Aragón, y le sucedió su hermano, el rey Juan II de Aragón y de Navarra, quien reanudó sus injerencias en la política de Castilla apoyando a la oposición nobiliaria que militaba a favor del ambicioso Juan Pacheco. Este, con el apoyo del rey, emprendió acciones para apoderarse del patrimonio de Álvaro de Luna, pero su viuda se alió con el clan de los Mendoza y con ello nació el descontento entre la nobleza. Este proceso dio lugar a la formación, en Alcalá de Henares, de una Liga nobiliaria en marzo de 1460, en la que planearon exigir una mayor presencia nobiliaria, el control de los gastos e incluso aceptar al medio hermano del rey, Alfonso de Castilla, como príncipe de Asturias.

Enrique IV reaccionó invadiendo Navarra en apoyo de Carlos de Viana, entonces en guerra contra su padre, el rey de Navarra y de Aragón. La campaña fue un éxito militar, pero el rey castellano pactó con la Liga nobiliaria en agosto de 1461 para conjurar el poder de los Mendoza, lo que podía permitir a Juan II de Aragón intervenir en Castilla. 

Sin embargo, Juan II de Aragón se encontraba en conflicto en el Principado de Gerona, y a la muerte de su hijo Carlos de Viana la Generalidad optó por elegir como soberano al rey castellano Enrique IV el 11 de agosto de 1462. La intervención de Enrique IV quedaba enmarcada en la rivalidad contra Juan II de Aragón, y por ello Cataluña debía quedar como un punto inestable dentro de la Corona de Aragón. Pero Enrique IV, a falta de éxitos, y perjudicada la economía castellana por la enemistad de Francia, que apoyaba a Juan II de Aragón por el Tratado de Bayona (1462), se avino a un arreglo en la Sentencia arbitral de Bayona, que supuso el abandono de los catalanes.

Política matrimonial

En 1440, a la edad de quince años, en una ceremonia oficiada por el cardenal Juan de Cervantes, se celebró el matrimonio del príncipe Enrique con la infanta Blanca de Navarra, hija de Blanca I de Navarra y de Juan II de Aragón y de Navarra. Este matrimonio había sido acordado en la Concordia de Toledo de 1436. La dote de la novia incluía territorios y villas previamente navarros, pero ganados por el bando castellano durante la guerra, de tal forma que los castellanos entregaban lo que luego recibirían en calidad de dote. 

En mayo de 1453, el obispo de Segovia Luis Vázquez de Acuña declaró nulo el matrimonio de Enrique y Blanca, atribuyéndose a una impotencia sexual de Enrique debida a un maleficio. Se reflejaban así los cambios políticos habidos: el apoyo desde 1451 a Carlos de Viana en su pugna contra su padre, Juan II de Aragón por el trono navarro; y la ejecución de Álvaro de Luna en mayo de 1453, que dejó a Enrique con un mayor dominio sobre Castilla. Enrique alegó que había sido incapaz de consumar sexualmente el matrimonio, a pesar de haberlo intentado durante más de tres años, el periodo mínimo exigido por la Iglesia. Algunas mujeres, prostitutas de Segovia, testificaron haber tenido relaciones sexuales con Enrique, por lo que la falta de consumación del matrimonio se atribuía a un hechizo. Se alegó "impotencia perpetua" de Enrique, aunque relativa a sus relaciones con doña Blanca, que a la vez era prima de Enrique, al igual que él era primo de doña Juana de Portugal, con la que deseaba casarse. Seguramente por ello, el razonamiento usado para pedir la nulidad fue que algún tipo de encantamiento le impedía consumar el matrimonio, no teniendo tal problema con otras mujeres. El papa Nicolás V corroboró la sentencia de anulación en diciembre de ese mismo año, en la bula Romanus Pontifex y proporcionó la dispensa pontificia para el nuevo matrimonio de Enrique con la hermana del rey portugués.

El cronista Alonso de Palencia, uno de los detractores de Enrique, escribió que el matrimonio había sido una farsa y acusaba a Enrique de despreciar a su esposa y de intentar que cometiese adulterio para poder así tener descendencia. Según el cronista, Enrique llegaría en los últimos años de su matrimonio a mostrar el “más extremado aborrecimiento” a su esposa y a mostrarse indiferente ante las “estrecheces” que esta pasaba. Sin embargo, Blanca llegó a renunciar en 1462 a sus derechos al trono de Navarra a favor de Enrique, al que invocaría como protector, en contra de su propio padre, Juan de Aragón, así que el odio de Enrique no parece encajar, si no como una mentira política de las muchas que se urdieron sobre su persona, sin el menor sentimiento de culpa.

El alejamiento de Aragón llevó a un acercamiento a Portugal. Y en marzo de 1453, antes de firmarse la nulidad con Blanca, ya hay constancia de que se negociaba el nuevo matrimonio de Enrique con Juana de Portugal, hermana del rey Alfonso V de Portugal. Las primeras capitulaciones matrimoniales se firmaron en diciembre de ese año, aunque las negociaciones fueron largas y no se firmaron las capitulaciones definitivas hasta febrero de 1455.

Según los cronistas de la época, Juana no aportó dote al matrimonio y no devolvería lo recibido en tanto el matrimonio no se hiciese efectivo. Lo largo de las negociaciones y estas concesiones podrían interpretarse como una debilidad de Enrique por tapar los rumores sobre su impotencia. 

La boda se celebró en mayo de 1455 en Córdoba, pero sin acta notarial ni una bula concreta que autorizara la boda entre los contrayentes, que eran primos segundos.  El 28 de febrero de 1462, la reina tuvo una hija, Juana, cuya paternidad también se vio cuestionada durante el conflicto por la sucesión por la corona. 

Guerra civil

Enrique IV de Castilla hacia 1463. Imagen contemporánea que decora un Privilegio Real firmado en Almazán el 29 de enero de ese año.

Ante el nacimiento de su hija, el rey Enrique convocó Cortes en Madrid, que la juraron como princesa de Asturias. Pero el conflicto con la nobleza se reanudó cuando Juan Pacheco, marqués de Villena, y su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, fueron desplazados del poder por Beltrán de la Cueva. Esto produjo una alteración de las alianzas: los Mendoza pasarían a apoyar al rey, y Pacheco instigó la reactivación de la Liga nobiliaria para eliminar la influencia de Beltrán de la Cueva, apartar a Juana de la sucesión y custodiar a los hermanos del rey para emplearlos como instrumentos políticos; para ello se emprendió una campaña de deslegitimación del monarca, poniendo en duda la paternidad de su hija, de la que decían que era hija de su nuevo favorito, de ahí que se refirieran a ella como “la Beltraneja”. 

En mayo de 1464 se constituyó la Liga en Alcalá de Henares pidiendo el control de los hermanos del rey, a los que se referían como legítimos sucesores del reino.

A la Liga se le fueron incorporando grandes linajes nobiliarios, e incluso el rey Juan II de Aragón. En septiembre la oposición nobiliaria redactó un manifiesto en Burgos, en el que vertían acusaciones e injurias contra el monarca, como que favorecía a judíos y musulmanes, perjudicaba a los nobles en beneficio de gente de baja extracción social, a lo que se añadían impuestos excesivos, y sobre todo se responsabilizaba a Beltrán de la Cueva de los males del reino; se exigía que Alfonso -de 11 años-, el hermano del rey, fuera reconocido como heredero, y fuese educado por Juan Pacheco, y la salida de la Corte de Beltrán de la Cueva, con lo que Juana quedaba como ilegítima. El rey cedió a las exigencias de la Liga y se avino a negociar. El 25 de octubre, en las vistas de Cigales se alcanzó un acuerdo, y Enrique claudicó ante las exigencias de la nobleza: Alfonso fue entregado a Juan Pacheco y fue jurado como heredero el 30 de noviembre, con la condición de que se casase con Juana. Juan Pacheco recuperó su poder, Beltrán de la Cueva fue alejado de la corte y Alfonso recuperó el maestrazgo de Santiago. La Liga no terminó sus reivindicaciones, y acordaron nombrar una comisión arbitral designada entre los nobles y el rey para decidir la futura gobernación del reino. 

El 16 de enero de 1465 se dictó la Sentencia arbitral de Medina del Campo, con el rey debilitado por la ausencia de Miguel Lucas de Iranzo y de Beltrán de la Cueva. Sus capítulos incluyen una serie exhaustiva de medidas de gobierno, como la organización de las cortes, la justicia a aplicar a los nobles, el control de las ferias, los nombramientos de cargos eclesiásticos, medidas contra musulmanes y judíos, etc. Enrique no acepta las medidas y el 27 de abril del mismo año sus adversarios proclaman rey a Alfonso. 

El 5 de junio siguiente se ratificó la proclamación con una ceremonia llamada Farsa de Ávila.

La Farsa de Ávila.” ¡A tierra, p…!” Enrique es derribado en efigie.

 Alfonso tenía entonces la edad de 11 años. Se levantan así dos ejércitos, pero las acciones militares se intercalan con las negociaciones: Enrique hace concesiones a sus partidarios e intenta ganarse a sus adversarios. Como parte de estas negociaciones se ofrece el matrimonio de la infanta Isabel con el poderoso maestre de Calatrava Pedro Girón, aunque este murió algo sospechosamente muy poco antes de que pudiese celebrarse la boda -ya se intrigaba el matrimonio de la futura Isabel la Castilla con Fernando de Aragón, con quien al cabo se casaría en secreto-. 

Los nobles se enfrentaban además entre ellos y las ciudades y villas revivieron las Hermandades con el fin de intentar imponer un cierto orden. Dentro del desorden general, hubo abusos por parte de las hermandades, ataques a los conversos y algún intento de pogromo. En 1467, tenía lugar la Segunda Batalla de Olmedo entre partidarios y adversarios del rey, de la que salió favorecido. Sin embargo, perdió Segovia, sede del tesoro real, y una nueva tentativa de acuerdo lo llevó a entregar a su esposa Juana como rehén, lo que más tarde lo perjudicaría al argumentarse luego que la reina había quedado nuevamente embarazada durante su cautiverio.

Conflicto sucesorio

El 5 de julio de 1468, sin embargo, muere Alfonso, que había reinado unos tres años. Para los que no aceptaban a Juana como heredera, la sucesión pasaba entonces a Isabel. Puesto que ambas eran mujeres, cobró fuerza la acusación de ilegitimidad contra Juana. Isabel rechazó tomar el título regio, sino el de princesa, y el rey Enrique, ante la conducta de su hermana, se avino a negociar. 

En 1468, Enrique e Isabel firmaron un acuerdo, el Tratado de los Toros de Guisando, por el que Enrique declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio, y las distintas facciones de la nobleza renovaban su lealtad al rey. 

La razón esgrimida para dejar de lado a la infanta Juana no es su condición de hija de otro hombre, sino la supuestamente dudosa legalidad del matrimonio de Enrique con su madre y el mal comportamiento reciente de ésta, a la que se acusa de infidelidad durante su cautiverio. Enrique debía divorciarse, según el tratado, pero no llega a iniciar ni los trámites. Enrique trató el matrimonio de Isabel con Alfonso V, rey de Portugal, procurando el matrimonio de la infanta Juana con algún hijo de Alfonso. 

Pero Isabel se casó en 1469 en secreto en Valladolid, con Fernando de Aragón, hijo del rey de Aragón, con lo que el rey Enrique consideró violado el tratado y proclamó a su hija Juana como heredera al trono en Val de Lozoya, jurando públicamente que era hija legítima, que retornó al rango de princesa y a la que se debía buscar un matrimonio en consecuencia.

El reino cayó en la anarquía, el rey dejó de gobernar pactando como un noble más. Isabel y Fernando cosechaban más adhesiones como garantes del restablecimiento del orden. En noviembre de 1473, Andrés Cabrera, mayordomo del rey y alcaide del alcázar de Segovia pudo organizar un acuerdo de reconciliación entre el rey y su hermana, para evitar que Juan Pacheco se hiciera con el control del tesoro del alcázar de Segovia. 

Entre finales de diciembre y comienzos de enero de 1474, el rey se entrevistó con Isabel y con Fernando. Cenaron juntos y, aunque hubo cordialidad, no se llegó a un acuerdo de paz, en el que Isabel sería la heredera. 

Inmediatamente después, el rey Enrique cayó enfermo, y ante acusaciones de envenenamiento, los interlocutores se separaron. Mientras Isabel permanecía en Segovia, el rey pasó el resto del año prácticamente en Madrid bajo la custodia de Juan Pacheco. Pero Juan Pacheco murió en octubre de 1474, y el rey lo siguió en diciembre del mismo año. 

Hernando del Pulgar relató así el acontecimiento: 

E luego el rey vino para la villa de Madrid, é dende á quince días gele agravió la dolencia que tenía é murió allí en el alcázar á onze dias del mes de Deciembre deste año de mil é quatrocientos é setenta é quatro años, a las once horas de la noche: murió de edad de cinqüenta años, era home de buena complexion, no bebía vino; pero era doliente de la hijada é de piedra; y esta dolencia le fatigaba mucho a menudo.

Crónica de los Señores Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel de Castilla y de Aragón

Poco después comenzó la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) entre los partidarios de Isabel y los de Juana, la hija de Enrique.

El testamento del rey desapareció. Según Lorenzo Galíndez de Carvajal, un clérigo de Madrid custodió el documento y huyó con él a Portugal. Al final de su vida, la reina Isabel tuvo noticia del paradero del testamento y ordenó que se lo trajeran. Fue encontrado y llevado a la corte pocos días antes del fallecimiento de la reina, en 1504. Siempre, según Galíndez de Carvajal, que fue testigo de la muerte de la reina, unos decían que el testamento fue quemado por el rey Fernando, mientras que otros sostenían que se lo quedó un miembro del consejo real.

Enrique IV yace enterrado en el panteón real del Monasterio de Guadalupe, en Cáceres.

En 1945 un hijo del médico de Guadalupe le contó a su profesor Ortí Belmonte, que al colarse con una cuerda detrás del retablo de la iglesia del Moasterio de Guadalupe, se encontró en una galería de momias, Ortí Belmonte, dirrector del Museo Provincial de Cáceres, avisó a la Real Academia de la Historia, que por fin se sabía el lugar donde estaban los restos del rey Enrique IV (1425-1474) y su madre, la reina María de Aragón, que estaban localizados. En 1946 se realizó la exhumación con la presencia del sabio Gregorio Marañón. Accedieron a la galería desmontando una tabla del retablo, la que se encuentra debajo de las dos momias, pudiendo comprobar que Enrique IV era bastante alto para la época; medía más de 1,80; tenía manos grandes, mentón prominente y un pie con una deformidad. No se pudo confirmar que murió envenenado a los 49 años. Enrique IV y su madre tienen monumentos funerarios en los laterales del retablo; obra de Giraldo de Merto entre 1615 y 1618. Algunos pesaban que los restos estaban junto a sus estatuas orantes, pero no era así.

Las momias están en una galería en la zona señalada por un círculo. Justo en el lugar que está el cuadro de la Anunciación pintado por Carducho.

Las momias están en una galería detrás del retablo, en la zona señalada por un círculo. Justo en el lugar en el que está el cuadro de la Anunciación pintado por Vicente Carduncho.

La cabeza de Enrique IV momificada, sin pelo ni cejas

El cuerpo llevaba siglos perdido hasta que un operario se topó, de repente, con dos ataúdes: el del ansiado monarca y el de su madre.

El macabro y sorprendente hallazgo que a continuación vamos a relatar merece, sin duda, un lugar preeminente entre los innumerables enigmas de la historia española y universal. Aludimos, cómo no, a la increíble exhumación en 1946, por parte del insigne doctor y ensayista Gregorio Marañón, de los restos mortales de la Reina María de Aragón (1396-1445), primera esposa de Juan II de Castilla (1405-1454), y de su hijo el rey Enrique IV (1425-1474), hermanastro de Isabel la Católica nada menos, pues ambos compartían el mismo padre. Se sabía, por la documentación de la época, que Enrique IV había sido inhumado en el monasterio jerónimo de Guadalupe, pero todos los intentos de encontrar sus restos resultaron baldíos. ¿Cómo habían podido volatilizarse todos los restos de un rey? ¿Alguien tan osado había profanado acaso la tumba de un Trastámara?

1642

Y de pronto, la increíble noticia: de forma inesperada, un operario se topó con dos ataúdes en pésimo estado mientras reparaba la iglesia del convento. El 28 de marzo de 1947, Marañón elaboró junto con el también académico Manuel Gómez Moreno un meticuloso informe de la exhumación, durante la cual, levantada la tabla en mediorrelieve situado justo debajo del cuadro de la Anunciación, en el lado del Evangelio del altar mayor de la iglesia, quedó al descubierto una galería con bóveda de medio cañón y arco ojival, donde había dos ataúdes lisos de madera del siglo XVII. En uno de ellos se encontraban los restos momificados, pero muy deteriorados, de la reina María de Aragón, envueltos en un sudario de lino; en el otro estaban los restos de su hijo, envueltos en un damasco brocado del siglo XV, sudario de lino y rastros de ropa de terciopelo, calzas y borceguíes. De las vestimentas quedaban sólo las mangas de la túnica, que era de terciopelo morado liso, así como fragmentos casi deshechos de lienzo basto, residuos de la camisa u otras prendas interiores. Se hallaron, bien conservadas, unas polainas de cuero recio, de color oscuro y completamente lisas, que llegaban por delante hasta encima de las rodillas y por detrás hasta las corvas. En las crónicas de la época se hace constar cómo el pobre rey se echó en la cama a medio vestir, con miserable túnica y calzados unos borceguíes moriscos, que le dejaban los muslos al aire.

¿Y qué decir de la momia, como tal, del hermanastro de Isabel? El esqueleto se mantenía armado, al cabo de más de cuatro siglos, por el forro de la piel apergaminada. Marañón reparó enseguida en su corpulencia. El féretro era más largo que el de la reina madre. La cabeza, espontáneamente desprendida del tronco, como es frecuente en los cuerpos momificados, fue colocado sobre el altar mayor para fotografiarla. La estatura de la momia era de 1,70 metros, y eso estimando que la momificación completa disminuye la talla del vivo entre doce y quince centímetros, al desecarse los discos intervertebrales y el resto de los tejidos. Si a esto se une el desprendimiento de alguna vértebra cervical del monarca que ligaba el cráneo a los hombros, puede calcularse en más de un metro y ochenta centímetros su estatura en vida.

Firma de Enrique IV

La cabeza y el tronco eran muy recios: la anchura del diámetro superior del pecho alcanzaba los cincuenta centímetros, igual que la de cualquier varón robusto vivo, y la anchura de las caderas era igual a la del tórax. Del examen minucioso de los restos, Marañón advirtió la perfecta concordancia entre esos datos directos y los que nos comunicaron los cronistas y viajeros sobre la figura viva del último Trastámara.

Tras la atenta lectura de esos textos y sus propias reflexiones como historiador y hombre de ciencia sobre el comportamiento del rey, el doctor diagnosticó el mal que aquejaba a éste: era un esquizoide propenso a la demencia, aquejado de una timidez enfermiza, en especial con las mujeres; es decir, un tímido sexual. Casado muy joven, a los dieciséis años, con la princesa Blanca de Navarra, el monarca fue incapaz de superar la prueba decisiva de la noche nupcial, y ese fracaso, objeto de burla en la Corte, lo acompañó el resto de su vida. Hasta tal punto que jamás logró consumar su primer matrimonio, por más que tuviese experiencias más positivas con otras mujeres; pero Blanca de Navarra, según el cronista de Juan II, «quedó tal cual nació...». De ahí su impronta de impotente, tan desgarradora para la mentalidad de la época y que hoy perdura en las páginas más duras de la historia.

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