Museo Británico
Durante la campaña de Napoleón Bonaparte en Egipto, en 1798 el ejército expedicionario iba acompañado por la Commission des Sciences et des Arts, compuesta por 167 expertos.
El 15 de julio de 1799, cuando las tropas al mando del coronel d'Hautpoul reforzaban las defensas del fuerte Julien, a unos 3 km al noreste de la ciudad portuaria egipcia de Rashid (Rosetta), el teniente Pierre-François Bouchard descubrió, en las excavaciones, un bloque de piedra con inscripciones.
Pierre-François Bouchard
Tanto Bouchard como d'Hautpoul, pensaron que tal hallazgo podría ser importante, e informaron al general Jacques-François Menou, que, a su vez lo comunicó al Institut d'Égypte, recién creado por Napoleón en El Cairo. Muy pronto, Michel Ange Lancret, miembro de la comisión, informó de que se trataba de tres inscripciones; la primera en jeroglífico y la tercera, en griego, sugiriendo, con gran acierto, que ambas inscripciones y la tercera, desconocida, podrían ser versiones de un mismo texto. Su informe, fechado el 19 de julio de 1799, fue leído en una reunión del Instituto el 25 de julio, y entretanto, Bouchard llevó la piedra a El Cairo para que fuera examinada por expertos. De hecho, el mismísimo Napoleón, que antes de un mes iba a abandonar Egipto, observó atentamente la piedra, que ya empezaba a ser conocida como La Pierre de Rosette.
Bonaparte ante la Esfinge, por Jean-Léon Gérôme. 1867-68.
Hearst Castle, California.
El Courrier de l'Égypte, periódico oficial de la expedición francesa, informó del descubrimiento en septiembre por medio de un artículo, cuyo redactor hablaba de la posibilidad de que la piedra pudiera contener la clave para descifrar los jeroglíficos egipcios.
En 1800, tres de los expertos de la comisión, trabajaban con copias de los textos que ellos mismos idearon, y uno de ellos, el impresor y lingüista Jean-Joseph Marcel, fue el primero en descubrir que el texto central, que se creía siríaco, era, en realidad, demótico egipcio, muy pocas veces empleado en inscripciones y por ello, casi desconocido para los investigadores.
Empleando diferentes medios técnicos, se hicieron impresiones de los textos, que el general Charles Dugua llevó a París, para facilitar su estudio e interpretación.
Sin embargo, una vez que Napoleón volvió a Francia, sus tropas se vieron enfrentados a ataques británicos y otomanos durante 18 meses, hasta que en marzo de 1801 los ingleses desembarcaron en la bahía de Abukir.
El general Jacques-François Menou, uno de los primeros que vio la Piedra de Rosetta, era entonces comandante de la expedición francesa y decidió acudir hacia la costa mediterránea para detener el avance británico, pero fue derrotado y se vio obligado a retirarse a Alejandría llevando consigo la piedra. Los ingleses siguieron su avance, y allí sitiaron a Menou, que finalmente, se rindió el día 30 de agosto de 1801.
Naturalmente, de inmediato los vencedores reclamaron la entrega de los hallazgos arqueológicos, entre los cuales había muy diversos artefactos, especímenes biológicos; docenas de anotaciones y planos y dibujos reunidos por los miembros de la comisión. Naturalmente también, Menou se negó a entregarlos. La respuesta de John Hely-Hutchinson, fue que mantendría el asedio, hasta que Menou entregara todos los hallazgos. Finalmente, los académicos británicos, Edward Daniel Clarke y William Richard Hamilton, examinaron la colección, aunque sospechaban que los franceses no lo habían entregado todo. pero aun así, tras efectuar una inspección a fondo, Clarke informó: “encontramos en su posesión mucho más de lo que habríamos imaginado”.
A pesar de las adversas circunstancias, cuando Hutchinson declaró que todos los hallazgos eran ya propiedad de la corona británica, el académico francés, Étienne Geoffroy Saint-Hilaire, respondió que antes lo quemaría todo, insinuando que se refería incluso a la Biblioteca de Alejandría. Ante tal amenaza, Hutchinson ofreció que los franceses conservaran en su poder los especímenes naturales, pero Menou reivindicó la propiedad francesa de la Piedra de Rosetta, pero Hutchinson se negó rotundamente a aceptarlo.
Según parece, finalmente, se llegó a un acuerdo sellado por la Capitulación de Alejandría, firmada por británicos, franceses y otomanos, a pesar de lo cual, nunca ha quedado del todo claro, cómo pasó la Piedra a manos británicas, porque las explicaciones relativas al caso, difieren entre sí.
El coronel Tomkyns Hilgrove Turner, que fue el que llevó la Piedra a Inglaterra, materialmente, dijo que él mismo se la había confiscado a Menou y que se la llevó cargada en un armón.
Sin embargo, en un relato más novelesco, Edward Daniel Clarke, afirmó que: un “funcionario y miembro del Instituto” francés había llevado en secreto a su alumno John Cripps y a Hamilton a una calle situada detrás de la residencia de Menou y que les había enseñado la piedra, oculta bajo unas alfombras, entre el equipaje del general francés. Sería entonces de allí, de donde Turner sacaría la Piedra, llevándola inmediatamente a Inglaterra, a bordo de la fragata francesa Egyptienne, que tras ser capturada a los franceses -ya era HMS, -His Majesty Ship Egyptienne-, desembarcando en Portsmouth en febrero de 1802.
Siguiendo órdenes, la entregaría, junto con los demás hallazgos, tomados a los franceses, al rey Jorge III, en la persona del Secretario de Guerra Lord Hobart, quien informó que debía ser entregada al Museo Británico.
Finalmente, de acuerdo con el relato de Turner, él mismo instó a Hobart, para que la estela fuera presentada a los académicos de la Sociedad de Anticuarios de Londres, de la que él mismo era miembro, y que Hobart aceptó la sugerencia, por lo que fue allí mostrada el día 11 de marzo de 1802.
Expertos inspeccionando la Piedra de Rosetta durante el Segundo Congreso Internacional de Orientalistas, en 1874. Litografía.
Durante el año 1802 la Sociedad creó cuatro copias en yeso de las inscripciones, que fueron entregados a las universidades de Oxford, Cambridge, Edimburgo y el Trinity College de Dublín; poco después se hicieron copias impresas de las inscripciones, que circularon entre los eruditos europeos, y ya a finales de 1802 la piedra fue depositada en el Museo Británico, donde permanece hoy. Allí se le practicaron nuevas inscripciones en inglés, pintadas en blanco en los laterales de la losa, indicando que había sido “Capturada por el ejército británico” y “presentada por el rey Jorge III”.
Laterales de la Piedra de Rosetta, con las inscripciones en inglés.
La Piedra ha sido exhibida, de forma casi ininterrumpida, en el Museo Británico desde junio de 1802. A mediados del siglo XIX se le adjudicó el número de inventario “EA 24”; “EA” = “Egyptian Antiquities”-, colección de la que formaban parte otros importantes objetos capturados a la expedición francesa.
Montagu House desde el norte -Bloomsbury, Londres-. James Simon, c.1715.
(Fuente: “Mito Revista Cultural”).
Montagu House, sede original del Museo Británico, mostró pronto que su construcción no reunía las condiciones adecuadas para soportar mucho tiempo objetos tan pesados como la Piedra, motivo por el que se decidió trasladarlos a una zona nueva, construida dentro del conjunto de la mansión y la Piedra de Rosetta, fue colocada en la galería de esculturas, en 1834, mientras que Montagu House fue demolida, quedando el espacio para el edificio actual del Museo Británico.
La Piedra se preparó para su exhibición, al principio, ligeramente inclinada, sobre un soporte de metal adaptado a sus lados desiguales, y entonces, sin cubierta protectora, pero para evitar que la tocaran los visitantes, en 1874 se colocó una protección. Desde 2004 se expone en una vitrina en el centro de la Galería de Escultura Egipcia.
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Durante la Primera Guerra Mundial, en 1917, ante la amenaza de los bombardeos de Londres, la Piedra y otros objetos fueron llevados a una estación del Ferrocarril del Servicio Postal de Londres en Mount Pleasant, donde quedaron depositados a quince metros por debajo del nivel del suelo, donde permanecieron dos años.
Por lo demás, la Piedra de Rosetta solo ha salido del museo una vez, en octubre de 1972 para ser exhibida con la famosa Carta de Champollion, en el Museo del Louvre de París, donde permaneció un mes, coincidiendo con la celebración del 150º aniversario de la publicación de la carta que, como veremos, se considera el primer gran paso en el descifrado de los jeroglíficos.
La Piedra de Rosetta es y ha sido el objeto más visitado del Museo Británico, hasta tal punto que se considera uno de los principales objetivos de las visitas al mismo, hasta tal punto, que, cuando la piedra fue restaurada en 1999, los trabajos necesarios al efecto, se efectuaron in situ, para poder mantenerla expuesta durante su limpieza.
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La Piedra de Rosetta es un fragmento de una antigua estela egipcia de granodiorita inscrita con un decreto publicado en Menfis en el año 196 aC. en nombre del faraón Ptolomeo V. El decreto aparece en tres escrituras distintas: el texto superior en jeroglífico egipcio; la parte intermedia en escritura demótica y la inferior en griego antiguo. Gracias a que presenta esencialmente el mismo contenido en las tres inscripciones, con diferencias menores entre ellas, esta piedra facilitó la clave para descifrar los jeroglíficos egipcios.
Granodiorita. Macizo Central NO, Francia.
Debido a que fue el primer texto trilingüe antiguo descubierto, la Piedra de Rosetta despertó gran interés, al ofrecer la posibilidad de descifrar la, hasta entonces, ininteligible escritura jeroglífica egipcia.
La primera traducción completa del texto en griego antiguo apareció en 1803, pero ya en 1822 Jean-François Champollion anunció en París que había descifrado los textos jeroglíficos egipcios.
Los principales resultados de la decodificación, fueron, el reconocimiento de que, efectivamente, la estela ofrecía tres versiones del mismo texto (1799), que el demótico empleaba caracteres fonéticos para escribir nombres extranjeros (1802), y que el jeroglífico tenía el mismo objeto que el demótico, según Thomas Young, en 1814, pero que, además de ser usado para los nombres extranjeros, los caracteres fonéticos también expresaban otras palabras egipcias, según Champollion, que la estudió entre 1822 y 1824.
Posteriormente, aparecieron dos copias fragmentarias del mismo decreto, de modo que, aunque la Piedra de Rosetta no es única fuente, fue un referente esencial para el entendimiento actual de la literatura y la civilización del Antiguo Egipto.
La Piedra se convirtió en objeto de rivalidades nacionales, desde su cambio de “propiedad” francesa a la británica, ya durante las guerras napoleónicas. También se produjo una larga disputa sobre el valor de las contribuciones de Young y Champollion en su estudio y, además, desde 2003, Egipto reclama su devolución.
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La Piedra de Rosetta mide 112,3 cm de altura, por 75,7 cm de ancho y 28,4 cm de espesor; su peso se estima aproximadamente en 760 kilogramos.
Presenta tres inscripciones, como henos visto: la superior en jeroglíficos del antiguo Egipto, la central en escritura demótica egipcia y la inferior en griego antiguo. La superficie frontal está pulida, con las inscripciones ligeramente incisas; los laterales están suavizados y la parte posterior está toscamente trabajada, sin duda, porque no estaba a la vista en su ubicación original.
Apareció descrita como “una piedra de granito negro, con tres inscripciones… encontrada en Rosetta” en un catálogo de los objetos descubiertos por la expedición francesa a Egipto. Después de su envío a Londres, las inscripciones de la estela fueron rellenadas con tiza blanca para hacerlas más legibles, mientras que el resto de la superficie fue cubierta por una capa de cera que debía protegerla de los dedos de los visitantes, lo que le dio un color negro, que llevó a su identificación errónea como basalto negro. Tanto la tiza como la cera desaparecieron por medio de una limpieza en 1999, que reveló un gris oscuro, un brillo cristalino y vetas rosas por la esquina superior izquierda. Comparándola con otros ejemplares del mismo origen, en el Museo Británico, se observó su indudable parecido con las rocas procedentes de una pequeña cantera de granodiorita en Gebel Tingar, en la orilla occidental del Nilo y al oeste de Elefantina, en la región de Asuán, cuyas piedras presentan la misma veta rosácea.
La Piedra de Rosetta es un fragmento de una estela más grande, y, debido a otros fragmentos que le faltan, ninguno de sus textos está completo. La parte más dañada, es la superior –jeroglífico-, del que solo se leen catorce líneas, todas interrumpidas en el lado derecho y doce de ellas, también en el izquierdo.
El segundo registro –demótico-, se conserva mejor, con treinta y dos líneas, de las que solo catorce aparecen ligeramente dañadas en el lado derecho.
El texto inferior –griego-, tiene cincuenta y cuatro líneas; veintisiete completas y el resto, cortadas diagonalmente por la rotura de la esquina inferior derecha de la piedra.
La extensión completa del texto jeroglífico y el tamaño total de la estela original, de la que la Piedra de Rosetta formaba parte, se calcula sobre su comparación con otras estelas, incluidas copias del mismo decreto, estimándose que se han perdido unos 30 cm. Es muy posible que, además de las inscripciones, representara una escena del faraón ante a los dioses, coronada por un disco alado, con un remate superior redondeado y cuya altura pudo ser de 149 cm.
Posible recreación de la estela original.
La estela fue elaborada para rememorar la coronación de Ptolomeo V y en ella se inscribió un decreto que establecía el culto divino al nuevo gobernante, dictado por los sacerdotes, reunidos en Menfis. La fecha que se da del mismo, “4 Xandicus” del calendario macedonio y “18 Meshir” del egipcio, corresponde al 27 de marzo de 196 aC., noveno año del reinado de Ptolomeo V.
El dato se confirma al coincidir el nombramiento de cuatro sacerdotes que oficiaron en el mismo año: Aëtus, que fue sacerdote del culto divino de Alejandro Magno y los cinco Ptolomeos hasta el propio Ptolomeo V. Los otros tres, nombrados por orden en la estela, dirigían el culto de Berenice Evergetes, esposa de Ptolomeo III; Arsínoe II Filadelfo, hermana y esposa de Ptolomeo II, y Arsínoe Filopator, madre de Ptolomeo V.
Sin embargo, aparece una segunda fecha en el texto griego y en el jeroglífico, correspondiente con el 27 de noviembre del 197 aC., aniversario oficial de la coronación de Ptolomeo V y la inscripción en demótico contradice este dato, pero se desconoce el porqué de estas discrepancias, aunque sí es seguro que el decreto se publicó en 196 aC. y que su intención era restablecer el dominio de los faraones ptolemaicos en Egipto.
El decreto data de un período turbulento en la historia de Egipto. Ptolomeo V Epífanes -faraón entre el 204 y el 181 a. C.-, hijo de Ptolomeo IV Filopator y su hermana y esposa Arsínoe, se convirtió en gobernante a la edad de cinco años, tras el asesinato de sus padres; de acuerdo con las fuentes coetáneas, en una conspiración en la que participó la amante de Ptolomeo IV, Agatoclea. Los conspiradores gobernaron Egipto como guardianes de Ptolomeo V hasta que, dos años después, estalló una revolución encabezada por el general Tlepólemo; Agatoclea y su familia fueron linchados por la multitud, en Alejandría. Tlepólemo fue sustituido como tutor en el 201 aC. por Aristómenes de Alyzia, que era primer ministro en la época del decreto de Menfis.
Para agravar los problemas internos del reino de Ptolomeo, Antíoco III el Grande y Filipo V de Macedonia. se hizo un pacto para dividir las posesiones ultramarinas de Egipto, mientras en el sur se mantenía una revuelta que había empezado ya en el reinado de Ptolomeo IV, organizada por Horunnefer y luego por su sucesor Anjunnefer. Así, la guerra y la revuelta interna seguían activas cuando el joven Ptolomeo V fue oficialmente coronado en Menfis a la edad de 12 años -siete años después del inicio de su reinado bajo tutela- y fue entonces cuando se publicó el decreto de Menfis.
Las estelas como la de Rosetta, se usaron durante dos mil años, es decir, desde el Imperio Antiguo, pasando de ser decretos emitidos por el faraón, a ser creados por los sacerdotes, como el de Menfis, en que se dice que Ptolomeo V regaló plata y grano a los templos, y también, que, en su octavo año de reinado, durante un grave desbordamiento del Nilo, hizo embalsar las aguas sobrantes para uso de los agricultores. Correspondiendo a estas acciones, los sacerdotes elevaron plegarias durante el cumpleaños del faraón, e instituyeron el día de su coronación como fiesta anual, en la que todos los sacerdotes de Egipto participarían en su honor. El decreto concluye con la instrucción de que en cada templo debía ser colocada una copia, escrita con el “lenguaje de los dioses” -jeroglífico-, el “lenguaje de los documentos” -demótico- y el «lenguaje de los griegos» usado durante el gobierno Ptolemaico.
Contar con el apoyo de la casta sacerdotal era esencial para los faraones ptolemaicos, para poder mantener su control sobre el pueblo. Los Sumos Sacerdotes de Menfis, ciudad en la que fue coronado el faraón, eran muy poderosos por ser la máxima autoridad religiosa de la época y tenían influencia en todo el reino. Dado que el decreto fue publicado en Menfis, la antigua capital de Egipto, en lugar de serlo en Alejandría, centro de gobierno de los Ptolomeos, es evidente que el joven faraón quería ganarse su apoyo. Por lo tanto, aunque el gobierno de Egipto había sido de habla griega desde las conquistas de Alejandro Magno, el decreto de Menfis, incluyó textos en egipcio para mostrar la importancia que tenía ante el pueblo, la escritura de los sacerdotes egipcios.
Es preciso adelantar que todavía no existe una traducción definitiva del decreto a ninguna lengua moderna, a causa de algunas pequeñas diferencias entre los tres textos originales, y además, hoy se siguen estudiando las escrituras antiguas, a pesar de lo cual, existe una transcripción de los textos del decreto, traducida de la versión inglesa completa, que fue presentada por Edwyn R. Bevan en The House of Ptolemy (1927), basada en el texto griego, con comentarios sobre las variaciones entre este y los dos textos egipcios. Esta versión, resumida, es como sigue:
En el reinado del joven —que ha recibido la realeza de su padre— señor de las coronas, glorioso, que ha consolidado Egipto y es piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, que ha restablecido la vida civilizada de los hombres, señor de las Fiestas de los Treinta Años, como Hefesto el Grande; un faraón, como el Sol, el gran faraón de las regiones alta y baja, descendiente de los Dioses Filopatores, a quien Hefesto ha aprobado y el sol le ha dado la victoria, imagen viviente de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo eterno amado por Ptah; en el noveno año, cuando Aëtus, hijo de Aëtus, era sacerdote de Alejandro…;
Los sumos sacerdotes y los profetas y los que entran en el altar para vestir a los dioses, y los portadores de plumas y los escribas sagrados, y todos los demás sacerdotes... estando reunidos en el templo de Menfis en este día, declararon:
Desde que reina el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah, el dios Epífanes Eucaristos, el hijo del rey Ptolomeo y la reina Arsínoe, dioses Filopatores, han sido muy beneficiados tanto los templos como los que viven en ellos, además de todos los que de él dependen, siendo un dios nacido de dios y diosa, como Horus, hijo de Isis y Osiris, quien vengó a su padre, y siendo benevolentemente dispuesto hacia los dioses, ha dedicado a los ingresos de los templos dinero y grano, y ha invertido mucho dinero para la prosperidad de Egipto, ha consolidado los templos, ha sido generoso con todos sus medios, y de los ingresos y los impuestos que recibe de Egipto una parte ha sido condonada completamente y otra reducida a fin de que el pueblo y todo lo demás sea próspero durante su reinado…;
Ha parecido bien a los sacerdotes de todos los templos en la tierra aumentar considerablemente los honores al faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah… y se celebrará una fiesta por el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah, el Dios Epífanes Eucaristos, anualmente en todos los templos de la tierra desde el primero de Tot durante cinco días en los que se deben lucir guirnaldas, realizar sacrificios y los otros honores habituales; y los sacerdotes deberán ser llamados sacerdotes del Dios Epífanes Eucaristos además de los nombres de los otros dioses a quienes sirven, y su clero se inscribirá a todos los documentos formales y los particulares también podrán celebrar la fiesta y erigir el mencionado altar, y tenerlo en sus casas, realizando los honores de costumbre en las fiestas, tanto mensual como anualmente, con el fin de que pueda ser conocida por todos los hombres de Egipto la magnificencia y el honor del Dios Epífanes Eucaristos el faraón, de acuerdo con la ley.
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Casi con toda seguridad la estela no fue tallada en la localidad de Rashid (Rosetta) donde apareció, sino que puede proceder, quizá, de un templo situado en el interior del territorio egipcio, seguramente la ciudad real de Sais.
El templo del que formaba parte debió ser cerrado en torno al 392 dC. cuando el Emperador del Imperio Romano de Oriente, Teodosio I, ordenó la clausura de todos los templos no cristianos. En algún momento la estela se rompió y su fragmento más grande es, justamente, la Piedra de Rosetta.
Los antiguos templos egipcios fueron utilizados posteriormente como canteras para nuevas construcciones, y la Rosetta, también fue reutilizada en los cimientos de una fortaleza construida por el sultán mameluco Qaitbey (c. 1416/18-1496) para defender el brazo Bolbitino del Nilo en Rashid, donde permaneció tres siglos.
Como es sabido, actualmente, hay dos canales principales que surcan el delta: uno al oeste, que desemboca junto a Rashid y otro al este, en Damieta. Plinio el Viejo y Heródoto describen siete brazos del Nilo, gracias a los cuales, y a los canales y brazos secundarios del Delta los egipcios disponían así de una extraordinaria red natural de transporte, por lo que nunca tuvieron necesidad de construir carreteras.
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- “... a su paso por la ciudad de Cercasoro el Nilo se divide en tres brazos: al este el Pelusiaco, al oeste el canópico y el que es recto, sigue así: corre hacia arriba y llega al vértice del Delta; desde allí corta el Delta por el medio y se echa en el mar; no es el brazo que le aporta menor caudal ni es el menos célebre, y se llama brazo sebennítico. Hay aún otras dos bocas que se desprenden de la sebenítica y se dirigen al mar, llamadas la una saítica y la otra mendesia. El brazo bolbitino y el bucólico no son naturales sino excavados. Heródoto: Euterpe, cap. 17.
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Después de la aparición de la Piedra de Rosetta se encontraron otras dos inscripciones del decreto de Menfis: la estela Nubayrah y una inscripción encontrada en el Templo de Filé. A diferencia de la de Rosetta, estas dos estaban prácticamente intactas, y como las inscripciones de la estela de Rashid habían sido descifradas mucho antes del descubrimiento de las otras copias del decreto, egiptólogos posteriores, como Ernest Wallis Budge las usaron para complementar los jeroglíficos de las partes perdidas de la Piedra de Rosetta.
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Además de su carácter testimonial, los jeroglíficos tuvieron y conservan un gran atractivo artístico que ya destacaron los autores clásicos, en contraste con los alfabetos griego y latino, siendo sus expresivas imágenes como pinturas bellamente estilizadas.
Ya en el siglo V dC. el sacerdote Horapolo escribió Hieroglyphica; una explicación de casi doscientos glifos, que, aun conteniendo muchos errores, se adoptó como punto de partida durante mucho tiempo, si bien, con ello, se vio frenada, en parte, la interpretación definitiva de la escritura egipcia. En los siglos IX y X, los historiadores árabes del Egipto medieval, también hicieron intentos de descifrado, y fue entonces cuando los textos se relacionaron con el contemporáneo idioma copto, usado por los sacerdotes cristianos de Egipto. Siguieron otros intentos, sin resultados positivos, por eruditos europeos, como Johannes Goropius Becanus, en el siglo XVI, Atanasio Kircher, en el XVII y Jörgen Zoega en el XVIII.
El hallazgo de la Piedra de Rosetta en 1799, fue la que proporcionó la información esencial, que, gradualmente revelada, finalmente permitiría a Champollion descubrir las claves de la misteriosa escritura.
Reconstrucción del texto griego perdido sugerida por Richard Porson en 1803.
El texto griego de la Piedra de Rosetta fue, pues, el punto de partida. El griego antiguo era muy conocido por los estudiosos, pero los detalles de su uso durante el período helenístico como lengua de gobierno del Egipto ptolemaico, no tanto, pues aún no se habían producido los descubrimientos de los grandes papiros griegos. Así, las primeras traducciones del texto griego de la piedra muestran que los traductores tenían dificultades con el contexto histórico y con los términos de carácter administrativo y religioso. Dentro de estos condicionantes, el anticuario Stephen Weston presentó, en una conferencia, la traducción al inglés del texto griego en una reunión de la Sociedad de Anticuarios de Londres en abril de 1802.
Entre tanto, dos de las copias litográficas realizadas en Egipto habían llegado en 1801 al Instituto de Francia, en París, donde el librero y anticuario Gabriel de La Porte du Theil empezó una traducción del griego, pero, al recibir una orden de traslado por parte de Napoleón, tuvo que dejar su trabajo en manos de un colega, el también historiador Hubert-Pascal Ameilhon, que en 1803 publicó por primera vez una traducción del texto griego, en francés y en latín, para asegurar su mejor difusión.
En Cambridge el filólogo Richard Porson, estudió la parte de la piedra con el texto griego, por donde estaba rota, y sugirió una posible reconstrucción que fue rápidamente aceptada y dada a conocer por la Sociedad de Anticuarios mediante impresiones de la inscripción.
Casi al mismo tiempo en Gotinga, Alemania, el arqueólogo Christian Gottlob Heyne hizo una nueva traducción más fiable que la de Ameilhon, a partir de una de las impresiones llegadas de Inglaterra, que se publicó por vez primera en 1803, y fue reimpresa por la Sociedad de Anticuarios junto con la traducción al inglés de Weston, el relato del coronel Turner y otros documentos, en una edición especial de su revista Archaeologia, en 1811.
El texto demótico
Tabla de Johan David Åkerblad con los símbolos fonéticos demóticos y sus equivalentes del alfabeto copto, (1802).
En el momento del hallazgo de la piedra, el diplomático y erudito sueco Johan David Åkerblad estaba trabajando en otra inscripción menos conocida y recientemente descubierta en Egipto, a la que después se denominó demótica, aunque él la definió como “copto cursivo”, pues, aunque tenía muy pocas similitudes con la posterior escritura copta, él estaba convencido de que había sido empleada para registrar el idioma copto, derivado directamente de la lengua del antiguo Egipto.
El orientalista francés Antoine-Isaac Silvestre de Sacy, que había estado hablando de este trabajo con Åkerblad, recibió en 1801, de Jean-Antoine Chaptal, ministro francés del Interior, una de las primeras impresiones litográficas de la Piedra de Rosetta y se dio cuenta de que el texto intermedio era la misma escritura de la que hablaba Åkerblad, con el cual emprendió un nuevo estudio, centrándose ambos en el texto intermedio y partiendo de la base de que se trataba de una escritura alfabética. Intentaron, pues, comparándola con la inscripción griega, identificar dentro del texto desconocido dónde deberían estar los nombres helenos. En 1802 Silvestre de Sacy informó a Chaptal que había identificado cinco nombres –“Alexandros”, “Alexandreia”, “Ptolemaios”, “Arsinoe” y el título de Ptolomeo, “Epífanes”-.
Al mismo tiempo, Åkerblad publicó un alfabeto de 29 letras -más de la mitad de las cuales eran correctas-, que había identificado a partir de los nombres griegos en el texto demótico. Sin embargo, ambos estudiosos no pudieron identificar todos los caracteres del texto intermedio, que, como sabemos ahora, contiene símbolos ideográficos junto a los fonéticos.
El texto jeroglífico
Equivalencia de una inscripción jeroglífica, con los textos iniciales griegos y demóticos del Decreto de Roseta, p. 21
Silvestre de Sacy abandonó el estudio de la piedra, pero en 1811, convencido por las deducciones de un estudiante chino sobre su propia escritura, consideró una sugerencia que le había hecho el arqueólogo danés Georg Zoëga en 1797 acerca de que los nombres extranjeros en los jeroglíficos egipcios podrían estar escritos fonéticamente. También recordó que ya antes, en 1761, el arqueólogo francés Jean-Jacques Barthélemy había sugerido que los caracteres del interior de los cartuchos jeroglíficos eran nombres propios. Así, cuando Thomas Young, Secretario de Relaciones Exteriores de la Royal Society de Londres, le escribió acerca de la piedra en 1814, Silvestre de Sacy le respondió con la sugerencia de que cuando intentara leer texto jeroglífico lo comparase con los fragmentos que debían contener los nombres griegos y tratar de identificar caracteres fonéticos equivalentes entre sí.
Thomas Young siguió su consejo, y obtuvo dos resultados que supusieron un avance en el camino del desciframiento definitivo. Descubrió en el texto jeroglífico los caracteres fonéticos “p t o l m e s”, usados para escribir el nombre griego “Ptolemaios”. También observó que aquellos caracteres se parecían a los equivalentes en la escritura demótica, y dedujo otras 80 similitudes entre los textos jeroglífico y demótico de la piedra, lo que supuso un descubrimiento de la mayor importancia, porque se pensaba que uno y otro eran totalmente distintos. Esto le llevó a concluir, correctamente, que la escritura demótica era, solo en parte, fonética, porque también presentaba caracteres ideográficos que imitaban a los jeroglíficos. Las aportaciones de Young se dieron a conocer en el extraordinario artículo “Egypt” con que contribuyó a la Encyclopædia Britannica en 1819, pero después abandonó el trabajo.
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Jean-François Champollion. De Léon Cogniet. Louvre
Tabla de Champollion con los caracteres fonéticos jeroglíficos y sus equivalentes demótico y griego (1822).
Champolion [con su tabla] de Victorine-Angélique-Amélie Rumilly, 1823.
Musée de l'Ancien Évêché, Grenoble
En 1814 Young había intercambiado correspondencia sobre la Piedra por primera vez con Jean-François Champollion, un profesor francés de Grenoble que había escrito un trabajo académico sobre el antiguo Egipto.
Champollion vio en 1822 copias de las breves inscripciones jeroglíficas y griegas del obelisco de Filé, en el que el aventurero y egiptólogo británico William John Bankes había señalado como probabilidad los nombres “Ptolomeo” y “Kleopatra” en ambos idiomas, a partir de lo cual Champollion identificó los caracteres fonéticos “k l e o p a t r a”. Sobre esta base y la de los nombres extranjeros en la Piedra de Rosetta, creó un alfabeto de caracteres jeroglíficos fonéticos que aparecen, escritos de su puño y letra -imágenes, arriba-, en su célebre carta a M. Dacier, enviada a fines de 1822 para Bon-Joseph Dacier, secretario de la Academia de las inscripciones y lenguas antiguas, que fue inmediatamente publicada por la Academia.
Aquella carta marcó el verdadero punto de inflexión para la comprensión de los jeroglíficos egipcios, no solo por la tabla del alfabeto y el texto principal, sino también por su epílogo, en el que Champollion señalaba que no solo aparecían en caracteres fonéticos los nombres griegos, sino también los nombres egipcios nativos. Durante el año 1823 confirmó esto, al identificar los nombres de los faraones Ramsés y Tutmosis escritos en cartuchos mucho más antiguos copiados por Bankes en Abu Simbel y enviados a Champollion por el arquitecto Jean-Nicolas Huyot.
Champollion se basó en otros muchos textos para desarrollar la primera gramática del antiguo Egipto y un diccionario de jeroglíficos, ambos publicados tras su muerte.
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El trabajo actual en la piedra se centra en el conocimiento completo de las inscripciones y su contexto mediante la comparación de cada una de las tres versiones. En 1824 el erudito clasicista Antoine-Jean Letronne se comprometió a realizar una nueva traducción literal del texto griego para Champollion, y este, a cambio, prometió hacer un análisis de todos los puntos en que parecían diferir las tres versiones.
Desgraciadamente, tras la muerte repentina de Champollion en 1832 no se pudo encontrar su proyecto de análisis, y el trabajo de Letronne se estancó.
A la muerte también, en 1838 de François Salvolini, antiguo alumno y ayudante de Champollion, este y otros proyectos perdidos se encontraron entre sus papeles, que venían a demostrar que la publicación de Salvolini sobre la piedra en 1837, era un plagio. Letronne fue capaz al fin de completar su comentario sobre el texto griego y su nueva traducción al francés, que apareció en 1841.
Durante la década de 1850 dos egiptólogos alemanes, Heinrich Karl Brugsch y Max Uhlemann, hicieron traducciones latinas, revisadas, de los textos demótico y jeroglífico.
La cuestión sobre cuál es el texto original del que los otros dos serían traducciones sigue siendo controvertida. En 1841 Letronne intentó demostrar que la original era la versión griega, el idioma del gobierno egipcio bajo la dominación ptolemaica, pero más recientemente, John Ray ha afirmado que "los jeroglíficos eran las inscripciones más importantes sobre piedra: estaban ahí para que los leyeran los dioses y el más erudito de sus sacerdotes".
Philippe Derchain y Heinz Josef Thissen han argumentado que las tres versiones fueron creadas simultáneamente, mientras que Stephen Quirke ve en el decreto “una intrincada fusión de tres tradiciones textuales vitales”. Richard Parkinson señala que la versión jeroglífica, alejada del formalismo arcaico, cae de vez en cuando en un lenguaje cercano al registro demótico que los sacerdotes usaban más a menudo en la vida diaria. El hecho de que las tres versiones no puedan ser comparadas estrictamente, palabra por palabra, ayuda a entender por qué su desciframiento ha resultado más difícil de lo inicialmente esperado, sobre todo, para los estudiosos que estaban esperando una clave bilingüe exacta para los jeroglíficos egipcios.
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A partir de entonces, La historia del descifrado de la Piedra de Rosetta sigue inmerso en una lucha de tesis e hipótesis. El trabajo de Thomas Young es reconocido en la carta de Champollion a M. Dacier en 1822, pero, por ejemplo, James Browne, de la Encyclopædia Britannica, que publicó el artículo de Young de 1819, escribió de forma anónima unos artículos en el Edinburgh Review, en 1823, en los que alababa el trabajo de Young, pero calificaba de plagio “sin escrúpulos”, el de Champollion. Aquellos artículos fueron traducidos al francés por Julius Klaproth y editados, en libro, en 1827.
Los inesperadas, por prematuros, fallecimientos, tanto de Young como de Champollion, en 1829 y 1832, no acabaron con las discrepancias, y, un trabajo sobre la estela, publicado en 1904 por Ernest Wallis Budge -conservador del Museo Británico-, insistió en la contribución de Young en perjuicio de la de Champollion.
El asunto degeneró hasta el extremo de que, a principios de la década de 1970 los visitantes franceses, denunciaron que el retrato de Champollion era más pequeño que el de Young en un panel informativo del Museo Británico, mientras que los visitantes ingleses se quejaban de que era justo al contrario, cuando, al parecer, ambos retratos tenían las mismas medidas.
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En julio de 2003, Egipto solicitó por primera vez la devolución de la Piedra de Rosetta: “Si los británicos quieren ser recordados, si quieren recuperar su reputación, deberían ofrecerse a devolver la Piedra de Rosetta porque es el símbolo de nuestra identidad egipcia”.
Dos años después, en París, se repitió la petición incluyendo una lista en la que aparecía también, el Busto de Nefertiti, del Museo Egipcio de Berlín; una estatua de Hemiunu, arquitecto de la Pirámide de Guiza, en el Roemer-und Pelizaeus-Museum de Hildesheim; el Zodíaco de Dendera, del Louvre de París, etc., pero sin resultados, ni entonces, ni, al parecer, posibles en un futuro: pues, como declaró John D. Ray, “Llegará el día en que la piedra habrá pasado más tiempo en el Museo Británico que el que estuvo en Rosetta”.
Hay, pues, una firme oposición, por parte de los grandes museos nacionales, a devolver objetos de importancia cultural internacional –a los que se ha dotado de un valor incalculable-, como la Piedra de Rosetta. En este sentido, en respuesta a las reiteradas peticiones griegas para la devolución de los llamados Mármoles de Elgin, por ejemplo, en 2002 unos treinta importantes museos de varios países, entre ellos el Museo Británico, emitieron un comunicado conjunto declarando que «los objetos adquiridos en épocas anteriores deben ser considerados a la luz de las diferentes sensibilidades y valores de esa época pasada», añadiendo que, además. “los museos no sirven solo a los ciudadanos de una nación, sino a gente de todas las naciones”.
Los denominados “Mármoles Elgin”, del Museo Británico,
extraídos del Partenón de la Acrópolis de Atenas
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Me encanta tu blog. Me parece muy interesante lo referente a la piedra de roseta, solo conocía su fama y me pareció la información que aportas es fascinante. Nunca me había imaginado todo lo que encerraba este hallazgo tan importante.
ResponderEliminarTambién he leído varios de tus artículos que igual me han encantado. Pero el único problema que encuentro es que no hay algún índice en donde pueda acceder con más facilidad para revisar algunos temas que me interesan más, pues tengo que andar brincando con las flechas atrás y adelante para volver a encontrar algunos que había visto.
Ya me di cuenta que en la versión móvil es donde esto sucede, en la completa si se ve el índice.
ResponderEliminar¡Hola!, "Desconocido": Muchas gracias. Al principio me sorprendí, porque reviso el Índice regularmente, para facilitar el acceso al contenido. Para mi es un gran placer compartir todo esto, esperando que alguien lo disfrute igual que yo. Gracias de nuevo, y un detalle: me gustaría que pusierais un nombre, aunque fuera ficticio. Parece que no, pero es más amable que el dichoso "Unknown".Gracias de nuevo y Feliz 2020 !!!
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