sábado, 15 de julio de 2023

14 de Julio de 1789 • Decíamos ayer...


Toma de La Bastilla, de Jean-Pierre Houël. Fortaleza del secreto, y lugar sin justicia, la Bastilla fue la primera cita de la Revolución.

En París, el martes 14 de julio de 1789 se produjo la toma de la Bastilla. A pesar de que la fortaleza medieval así  llamada, solo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto de partida de la Revolución Francesa. La rendición de la prisión, símbolo del despotismo, provocó un seísmo social tanto en Francia como en el resto de Europa, llegando sus ecos hasta Rusia.

Desde 1880, el 14 de julio ha sido el Día Nacional de Francia, pero no para celebrar la toma de la Bastilla propiamente, sino para recordar la Fiesta de la Federación de 1790, cuya fecha se hizo coincidir y que celebraba ya la reconciliación y la unidad de todos los franceses.

La importancia de la toma de la Bastilla se debe a su valor simbólico que representa el derrumbamiento del poder absoluto de la monarquía francesa, pero no fue un acto tan relevante política y estratégicamente como se suele presentar por la historiografía romántica, que ha sobrevalorado la toma de un lugar en el cual, en el momento de la toma, se encontraban sólo los siete prisioneros citados.

Dice la tradición que la Bastille había sido durante años la cárcel de muchas víctimas de la arbitrariedad monárquica, pues allí, como en otros lugares de reclusión, se encarcelaba sin juicio a los con una simple lettre de cachet del rey. Cabe pensar que firmaba sin peguntar por el detenido, ni por las razones que lo llevaban al encierro.

La Bastilla era una fortaleza medieval de las murallas de Carlos V que habían sido destruidas en el siglo XVII, y cuyo uso militar ya no tenía sentido. En los Cuadernos de quejas de la ciudad de París ya se pedía su destrucción, y el ministro Necker pensaba destruirla desde 1784, por su alto e inútil coste de mantenimiento. En 1788 se había decidido su cierre, lo que explica que tuviera pocos presos en 1789. En el momento de su caída, el 14 de julio, solo acogía a cuatro falsificadores, a un noble condenado por incesto y a Auguste Tavernier, un cómplice de Robert François Damiens, autor de una tentativa de asesinato contra Luis XV, al que se había declarado enfermo mental.

Imagen de la fortaleza medieval -prisión de la Bastilla de San Antonio (grabado alemán del siglo XIX.

La imagen revolucionaria ampliamente difundida de una prisión donde se pudrían las víctimas de la monarquía no corresponde, por tanto, con el uso de la fortaleza en el momento de su toma, pero refleja una realidad que sí había existido desde el siglo XVII, cuando el Cardenal Richelieu la utilizó como cárcel de Estado.

Una prueba de que se estaba presente en el momento de la toma de la Bastilla ya suponía un gran prestigio en la carrera de aquel que, por tenerla, se autodenominaba patriota, sin que hubiera necesidad de demostrar nada. 

El 19 de junio de 1790, a propuesta del diputado Armand Camus, la Asamblea Nacional votó por aclamación un decreto en el que se decidió dar un lugar preeminente a los «vencedores de la Bastilla» en los actos de la primera Fiesta de la Federación que se iba a celebrar al mes siguiente. Pero un decreto del día 25 les retiró ese honor para reservarlo a la Guardia Nacional. Se les otorgó una pensión, uniforme, fusil y espada con su nombre grabado, un brazalete, una medalla, y un diploma de agradecimiento de la patria. 

Una comisión examinó de marzo a junio de 1790 las pruebas aportadas por los postulantes y censó oficialmente en ese momento a 954 combatientes, entre civiles y guardias francesas. En 1832, bajo la Monarquía de Julio, se revisó la lista, rechazándose algunos expedientes por considerarse «dudosos» y fijando la cifra final en 630.

Según algunos autores, la importancia de la toma de la Bastilla ha sido exagerada por los historiadores románticos, como Jules Michelet, que quisieron hacerla un símbolo de la República. Otros autores afirman que el sitio y la capitulación de la prisión no debió ser un hecho muy heroico en vista de que solo era defendido por un puñado de hombres, y que los únicos muertos habrían sido el alcaide Bernard de Launay y el político Jacques de Flesselles.

Pero los documentos de la época dejan constancia de que el 14 de julio de 1789, la fortaleza estaba defendida por 32 soldados suizos y 82 “inválidos de guerra”, disponiendo de cañones y de municiones en abundancia. El asedio se saldó con 98 muertos, 60 heridos y 13 mutilados, entre los asaltantes. 

El acontecimiento tuvo una fuerte resonancia en Europa entera, no tanto por la importancia del suceso, sino por su valor simbólico en la historia de las revoluciones. 

La incapacidad de Luis XVI, impidió afrontar los primeros acontecimientos de la Revolución francesa. debido a medidas inadecuadas y a destiempo.

Durante el reinado de Luis XVI, Francia tuvo que afrontar una grave crisis financiera originada por los elevados gastos de la intervención en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y el despilfarro de la Corte real, exacerbada por un desigual sistema tributario que solo gravaba al pueblo llano y a la burguesía -Tercer Estado-. 

Aconsejado por su ministro de finanzas Necker, el rey decidió convocar los Estados Generales el 5 de mayo de 1789 para buscar una salida a la crisis, aceptando aumentar la representación del Tercer Estado hasta entonces infra representado. Por ese último motivo, los debates previstos fueron bloqueados por la nobleza; Segundo Estado-, y el clero; Primer Estado-. 

El 17 de junio de 1789, los representantes del Tercer Estado y de una parte del bajo clero se desgajaron de aquellos Estados Generales y se constituyeron como Asamblea Nacional. El rey inicialmente se opuso a esta idea, pero se vio forzado a reconocer la autoridad de la Asamblea, que el 9 de julio se autoproclamó Nacional Constituyente, una institución cuyo propósito era crear una constitución para el país.

Dibujo de 1789 sobre la toma de la Bastilla.

Los acontecimientos acaecidos en los días siguientes condujeron a la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, y la Revolución francesa -5 de mayo-, empezó a expandirse. La rendición de este bastión real fue sin duda un importante hito simbólico de los inicios de la Revolución más que un factor detonante en sí mismo. Con anterioridad, la autoridad real ya se había visto mermada por la revuelta de la nobleza –algo recurrente desde la Fronda, en el siglo XVII-, que se negaba a financiar los planes de Luis XVI mediante el pago de impuestos. Pero el mayor detonante fue la formación de la Asamblea Nacional, el Juramento del Juego de Pelota y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que abrían la vía hacia el fin del absolutismo y de los privilegios de la nobleza. 

La rebelión parlamentaria unida a la del pueblo de París ya había tenido un antecedente dos años antes en la ciudad de Rennes, sede del Parlamento de Bretaña. En 1789, el movimiento se extendió en seguida a las capitales de las provincias francesas.

El Juramento del Juego de Pelota / Serment du Jeu de Paume, fue un compromiso de unión presentado el 20 de junio de 1789 entre los 577 diputados del tercer estado para no separarse hasta dotar a Francia de una Constitución, haciendo frente a las presiones del rey de Francia, Luis XVI.

Con el pretexto de unas reparaciones que debían hacerse en la sala del Hôtel des Menus Plaisirs, en la que se celebraban las sesiones de los Estados Generales de Francia, la guardia impidió que los diputados del tercer estado se reunieran allí el 20 de junio de 1789. Los diputados entonces se reunieron en la Pista Real de Tenis de Versalles. Con la ayuda del diputado Jean-Joseph Mounier, el abate Emmanuel-Joseph Sieyès se compromete a redactar la fórmula del célebre juramento del Jeu de Paume:

[...] De no separarse jamás, y reunirse siempre que las circunstancias lo exijan hasta que la constitución sea aprobada y consolidada sobre unas bases sólidas.

Este texto fue leído por Jean Sylvain Bailly, y el juramento fue votado por unanimidad, excepto por una voz, la de Joseph Martin-Dauch. La Asamblea Nacional se declaró Constituyente. Fue este un acto determinante y una afirmación política de autodeterminación del pueblo llevada a cabo por sus representantes, y fue considerado como el nacimiento de la Revolución francesa.

La sala del “jeu de paume”, juego de pelota, se llamaba, antes del 20 de junio de 1789, "Tripot", y fue construida por Nicolas Cretteé en 1686 a fin y efecto de que los miembros de la Corte se distrajeran jugando al jeu de paume, un precedente de juegos de pelota como el tenis y la pelota vasca.

El Juramento del Juego de la pelota de Jacques-Louis David.
Jeu de Paume

Firmas de los diputados

Le "Jeu de Paume" se empleó desde 1940 hasta 1944 para almacenar propiedades culturales de los judíos, confiscadas por el régimen nazi en Francia, está situado al extremo del jardín de las Tuileries en la Place de la Concorde à Paris. La construcción es paralela a la de la Orangerie, por el lado del Seine, data de 1861, se transformó en sala de exposición en 1909 y consagrada durante muchos años, a escuelas artísticas extranjeras contemporáneas, como anexo del Musée du Luxembourg. Durante la ocupación alemana, sirvió de lugar de tránsito a las obras de las que se apoderaron los nazis.

La célebre francesa Rose Valland anotó allí todas las obras robadas, preparando así su recuperación y su retorno, después de la guerra, al menos, una gran parte de ellas.

Rose A. M. Valland 1898-1980, fue una historiadora de arte, miembro de la Resistencia francesa y capitana del ejército francés. Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, participó en operaciones de sabotaje y en la recuperación de casi 45.000 obras de arte robadas por los nazis.

 


Placa conmemorativa de Rose Valland, en el muro de la Galería nacional de Jeu de Paume en París.

El lugar de esta institución mayor en la política cultural nacional fue repensado cuando se produjo la apertura del Museo de Orsay, en diciembre 1986. Antonio Stinco, arquitecto, fue encargado de la restauración del edificio del Jeu de Paume entre 1989 y 1991. Durante 12 años consecutivos, se dedicó a la presentación de las artes de la segunda mitad del siglo XX, y aún después su misión fue redefinida. Le Jeu de Paume es hoy un punto de referencia para la difusión y valoración de la fotografía. 

Antes de 1986, contenía el Musée du Jeu de Paume - Museo del Juego de Palma, que tenía muchas obras destacadas del Impresionismo, hoy trasladadas al Museo de Orsay.


Para celebrar el acontecimiento, los parlamentarios jacobinos -Sociedad de los Amigos de la Constitución-, encargaron un año después a Jacques-Louis David pintar el juramento. Pero para 1793 sólo tenía el esbozo del cuadro, y la convulsa vida política francesa había cambiado lo suficiente como para que no se identificase ya demasiado con la obra.

Mirabeau, en el cuadro, de pie a la derecha, tapa al hombre que reza, uno de los héroes de 1789, estaba considerado entonces enemigo de la Revolución al descubrirse su correspondencia secreta con el rey en verano; para la opinión pública, un traidor. Así, un gran número de diputados del Congreso constituyente fue identificado con las facciones enemigas del Gobierno de Salvación Pública, por lo que David abandonó la obra, pero, uno de sus discípulos se propuso acabarla a partir del esbozo realizado por su maestro.

El pintor procuró representar los hechos históricos con fidelidad, y la correspondiente exaltación. Para simbolizar el sentimiento de unanimidad hace converger hacia Bailly la mirada y los brazos de todos los diputados presentes, a la vez que él levanta un brazo para intentar silenciar la multitud y leer la declaración que lleva en el izquierdo. 

Centrados y en primer plano se representan tres clérigos abrazados, uno de ellos cartujano y otro protestante, sacralizando, infructuosamente, el acto, así como representando la tolerancia. 

En el cuadro se reconoce también a Robespierre, en primer plano a la derecha, de pie y con las manos sobre el pecho. 

La parálisis del único opositor al juramento, el diputado del tercer estado Martin-Dauch, sentado a la derecha del todo, se contrae ante el entusiasmo general. Otros detalles son, por ejemplo, el señor vestido de blanco tras Robespierre, Dubois-Crancé, no relacionado con la revolución pero amigo del artista, caso similar al de sus hijos, en la primera ventana a la derecha.

David se ocupa también de dibujar las caras en detalle para que cada protagonista pueda ser reconocido individualmente. Los participantes en este día adquieren así la figura de héroes nacionales. El pintor dibujó en las anchas ventanas la presencia del pueblo, simbolizando el apoyo del pueblo al juramento. Las cortinas flamean, representando el viento de la revolución que surca Francia.

Para defender la Asamblea Nacional de un posible ataque de las tropas reales, y para asegurar el orden en la capital, las autoridades municipales parisinas decidieron crear una milicia popular de 48.000 hombres, la llamada Guardia Nacional, cuya insignia era roja y azul, los colores de la ciudad de París. Estos dos colores, a los que se unió el blanco, se convirtieron en el emblema de la Revolución y en los colores de la bandera de Francia; bleu, blanc, rouge.


París, cada vez más cercano a la insurrección, y en palabras de François Mignet «exaltado por la libertad y el entusiasmo», mostró un amplio apoyo a la Asamblea. La prensa publicaba diariamente los debates de la Asamblea y las discusiones políticas sobrepasaron el ámbito parlamentario para salir a las calles y plazas de la ciudad. El Palais Royal y sus inmediaciones, residencia del duque Luis Felipe II de Orleans -el futuro Felipe Igualdad-, se convirtieron en lugar de reunión. Los mandos y tropas de los regimientos, antes considerados dignos de toda confianza, fueron inclinándose cada vez más por la causa popular.

Destitución de Necker

Retrato de Jacques Necker, de Joseph Duplessis, Palacio de Versalles.

La destitución de Necker fue uno de los detonantes que llevaron a la toma de la Bastilla.

Necker,  de Joseph Duplessis.

Palacio de Versalles. Retrato por Camille Desmoulins, instigador y líder de la toma de la Bastilla. El barón de Benseval era el comandante en jefe de las tropas reales al cargo de París en julio de 1789.

El 11 de julio, con tropas en Versalles, Sèvres, el Campo de Marte y Saint-Denis, Luis XVI, actuando por consejo de los nobles que formaban su camarilla personal, cesó a su ministro de finanzas Jacques Necker, el cual tenía cierta comprensión hacia el Tercer Estado, además de haber intentado sanear las cuentas del reino. El mariscal conde de Broglie, el marqués de La Galissonière, el duque de la Vauguyon, el barón Louis de Breteuil y el intendente Foullon tomaron posesión del gabinete sustituyendo al conde de Puységur, al conde de Montmorin Saint-Hérem, al cardenal La Luzerne, al conde de Saint-Priest y a Necker.

Las noticias de la destitución de Necker llegaron a París en la tarde del domingo 12 de julio. Los parisinos supusieron, en general, que la destitución marcaba el inicio de un golpe de Estado por parte de los elementos más conservadores de la Corte. Los liberales temieron que la concentración de tropas reales llevadas a Versalles, provenientes de las guarniciones fronterizas, intentarían clausurar la Asamblea Nacional Constituyente -que se reunía en Versalles-. Las masas se arremolinaron por todo París, llegando a juntarse 10.000 personas en torno al Palais Royal.

Camille Desmoulins, conocido francmasón de la logia de las Nueve Hermanas, según Mignet, concentró a una gran muchedumbre, subido a una mesa y con una pistola en la mano, al grito de:

¡Ciudadanos, no hay tiempo que perder; el cese de Necker es la señal de la Noche de San Bartolomé para los patriotas! ¡Esta noche, batallones de suizos y alemanes tomarán el Campo de Marte para masacrarnos; sólo queda una solución: tomar las armas! 

Los regimientos suizos y alemanes a los que se refería eran tropas mercenarias extranjeras que constituían una parte significativa del ejército real prerrevolucionario. Fueron tomados como hostiles por su condición extranjera para eludir la existencia de tropas de soldados regulares franceses. Aproximadamente la mitad de los 25.000 soldados regulares concentrados en París y Versalles a comienzos de julio de 1789 pertenecían a estos regimientos extranjeros.

En efecto, a primera hora de la noche del 12 de julio, el barón de Besenval, a la cabeza de las tropas instaladas en París, dio la orden de intervenir a los regimientos suizos acantonados en el Campo de Marte.

Ante la situación de hambre y carestía, empezó  a extenderse un creciente malestar entre el pueblo parisino, que creía que la escasez de alimentos y su alto precio se debían a que los “especuladores” habían acaparado grandes cantidades de ellos esperando hacer buenos negocios. Este malestar se manifestaba en el inicio de saqueos a tiendas y almacenes. Se trataba del comienzo de una revuelta típica de hambre .

10 de julio de 1789

Los electores de París, el grupo de delegados que habían elegido a quienes representarían a la ciudad de París en los Estados Generales, se reunieron en el ayuntamiento de la capital y decidieron constituirse en el «nuevo» poder municipal, y comenzar a constituir una “Guardia Nacional”, que fuese la fuerza de choque de las nuevas instituciones y que mantuviese el “nuevo orden” en las calles de París. El problema era que esta guardia no tenía armamento.

12 de julio de 1789 

El 12 de julio, una multitud creciente, blandiendo bustos de Necker y el duque de Orleans, cruzó las calles hacia la Plaza Vendôme, donde había un destacamento de Royal-Allemand Cavalerie -fuerte regimiento de caballería en la germanófona Alsacia-, con el que lucharon con una lluvia de piedras. En la Plaza Luis XV, la caballería, comandada por el príncipe de Lambesc, disparó al portador de uno de los bustos y un soldado murió. Lambesc y sus tropas cargaron contra la muchedumbre y un civil, según los informes, fue la única baja de los manifestantes.

El regimiento de Gardes Françaises -Guardia Francesa-. formaba la guarnición permanente de París que, con muchos vínculos locales, era favorable a la causa popular. Este regimiento había sido confinado a sus cuarteles durante los primeros altercados a comienzos de julio. Con París convertido en un polvorín, Lambesc, que no confiaba en que este regimiento obedeciera sus órdenes, colocó a 60 hombres a caballo para vigilarlo frente a su sede en la calle Chaussée d'Antin. 

Una vez más, la medida que tenía la intención de refrenar las revueltas solo sirvió para provocarlas. La Guardia Francesa hizo frente a ese grupo de caballería, matando a dos soldados e hiriendo a tres más, a pesar de que los oficiales de la Guardia Francesa hicieron tentativas inútiles de replegar a sus hombres. La revuelta ciudadana tuvo entonces a su servicio a un contingente militar experimentado, definitivamente en el lado popular, que acampó en el Campo de Marte, para contrarrestar a los esperados regimientos mercenarios. El futuro “rey ciudadano” Luis Felipe de Orleans, siempre partidario de la Revolución, fue testigo de estos hechos como joven oficial de la Guardia. En su opinión, los soldados habrían obedecido si hubieran podido. Según él, los oficiales abandonaron sus responsabilidades en este momento previo al levantamiento, cediendo el control a los suboficiales. La autoridad incierta del barón de Besenval, jefe de la Guardia Francesa, supuso una abdicación virtual por parte de los encargados de controlar el centro de París.

13 de julio de 1789

A la 1 de la mañana del 13 de julio, cuarenta de los cincuenta puestos de control que permitían la entrada a París fueron incendiados. La muchedumbre amotinada exigía la rebaja del precio de trigo y del pan que jamás habían alcanzado tal precio en el curso del siglo. Además, un rumor circulaba por París: en el convento de Saint-Lazare sería almacenado el trigo; este fue tomado a las seis de la tarde.

Los asaltantes de la Bastilla obtuvieron las armas del Hôtel des Invalides. Imagen actual.

Mientras, desde las 2 de la tarde, los manifestantes se reunieron en torno al Ayuntamiento de París y cundió la alarma. El recelo existente entre el Comité de los electores, los representantes de la municipalidad de París congregados dentro del edificio, y las masas en el exterior fue empeorando por el error o inhabilidad política de los primeros en proveer de armas a estos últimos. Entre la insurrección revolucionaria y el saqueo oportunista, París estalló en el caos. 

En Versalles, la Asamblea se reunió en sesión continua para evitar que, una vez más, fuera privada de un lugar para reunirse. Los electores dirigidos por el preboste Jacques de Flesselles. decidieron formar un "comité permanente" y tomaron la decisión de crear una "milicia burguesa", la Guardia Nacional, de 48.000 hombres con el fin de limitar los desórdenes. 

Cada hombre llevaría como marca distintiva una escarapela con los colores de París, rojo y azul. Pero la Guardia Nacional no tenía ni armas ni municiones. Para pertrechar esta milicia, los amotinados saquearon el Garde-Meuble, nombre popular del hotel de la Marina, donde se almacenaban armas y una colección de antigüedades. A las 5 de la tarde, una delegación de los electores del Ayuntamiento se dirigió a Los Inválidos, para reclamar las armas almacenadas allí. El gobernador se negó, mientras la Corte no reaccionaba. La muchedumbre hablaba ya de tomar la Bastilla donde se almacenaban grandes cantidades de pólvora.

En la víspera de este acontecimiento crucial para el devenir de la Historia, Luis XVI en Versalles escribió el 13 de julio en su diario: "Rien" - "Nada", ignorante de los graves sucesos que se producirían al día siguiente y que conducirían a acabar con su propia persona en 1793 y por extensión con el absolutismo del Antiguo Régimen.

La toma: 14 de julio de 1789

Los Inválidos

A las 10 de la mañana y a pesar de la negativa del día anterior, unas 100.000 personas invadieron el Hôtel des Invalides para reunir armas; entre 29.000 y 32.000 mosquetes, sin munición, 12 cañones y un mortero. Los Inválidos estaban protegidos por cañones pero la toma fue sencilla porque sus guardias parecían dispuestos a no abrir fuego sobre los parisinos. A solo unos cientos de metros, varios regimientos de caballería, de infantería y de artillería, acampaban sobre la explanada de Campo de Marte, bajo el mando del Barón de Besenval. Este reunió a los jefes de los cuerpos para saber si sus soldados marcharían sobre los amotinados. Unánimemente, respondieron que no. Este acontecimiento capital pudo haber cambiado el curso del día.

Asedio a la Bastilla

Toma de la Bastilla, pintado en 1928, por Henri Paul Perrault.

Los atacantes buscaban apoderarse de la gran cantidad de armas y munición almacenadas allí, ya que el día 14 había 13.600 kg de pólvora. La guarnición regular consistía en 82 inválidos -soldados veteranos no apropiados para el combate-. A pesar de ello, la Bastilla había sido reforzada el 7 de julio con 32 granaderos del regimiento suizo  Salis-Samade provenientes del campamento del Campo de Marte. Los muros estaban protegidos por 18 cañones de 8 libras cada uno y 12 de menor tamaño. El alcaide era Bernard-René, marqués de Launay, hijo del anterior alcaide, que había nacido en la misma fortaleza.

La lista oficial de 1832 de "vainqueurs de la Bastille",  vencedores de la Bastilla, tuvo poco más de 600 hombres y el total de asaltantes sería probablemente de algo menos del millar. La multitud se reunió en el exterior hacia media mañana pidiendo la rendición de la prisión, la retirada de los cañones y la entrega de las armas y la pólvora.

A las 10:30, una delegación de la Asamblea de los electores de París va a la Bastilla. Los miembros del Comité permanente no habían previsto tomar el edificio por la fuerza pero deseaban abrir la vía de las negociaciones.

A las 11:30, una segunda delegación compuesta por Jacques Alexis Hamard Thuriot y Louis Ethis de Corny intenta de nuevo negociar la entrega de las armas y municiones al pueblo de París para proveer a la Guardia Nacional recién creada. El esfuerzo negociador se fue alargando mientras los ánimos de la masa armada llegada de Los Inválidos iban impacientándose.

Toma de la Bastilla, pintado en 1793 por Charles Thévenin, Museo Carnavalet.

Alrededor de las 13:30, la muchedumbre entró en el patio externo y las cadenas sobre el puente levadizo al patio interior fueron cortadas, aplastando a un asaltante desafortunado. René-Bernard Jordan de Launay ordenó entonces disparar sobre la muchedumbre, causando numerosas víctimas.

A las 14:00 una tercera delegación, de la que toma parte el abate Claude Fauchet, se reunió con el alcaide de la Bastilla, sin más éxito.

Hacia las 15:00 una cuarta delegación llegó a la Bastilla encabezada de nuevo por Louis Ethis de Corny pero no obtuvo nada. En este momento comenzó el fuego cruzado, aunque nunca podrá dilucidarse qué bando comenzó primero. Los asaltantes comprobaron que la fortaleza era una ratonera y la lucha se hizo más violenta e intensa, mientras las tentativas por parte de las autoridades para dictar un alto el fuego no fueron tenidas en cuenta.

A las 15:30, los atacantes se vieron reforzados por 61 "gardes françaises" -guardias franceses-, amotinados y otros desertores de las tropas regulares, bajo el mando de Pierre-Augustin Hulin, antiguo sargento en la Guardia Suiza. Portaban las armas tomadas anteriormente en Los Inválidos y entre dos y cinco cañones. Estos fueron colocados en batería frente a las puertas y el puente levadizo de la fortaleza.

Capitulación

Acuarela de la Toma de la Bastilla, pintada en 1789 por Jean-Pierre Houël. En el centro se observa la detención del alcaide, el marqués de Launay.

Ante la masacre; cerca de 100 víctimas entre los atacantes, el alcaide de Launay ordenó cesar el fuego a las 17:00. Una carta con los términos de la rendición fue introducida por un hueco en las puertas interiores e inmediatamente rescatada por los asaltantes. La guarnición de la Bastilla rindió las armas, bajo promesa a los amotinados de que ninguna ejecución se efectuaría si se producía la capitulación. Las demandas fueron rechazadas, pero de Launay rindió la plaza porque comprendió que sus tropas no podían resistir mucho más tiempo en esa situación y abrieron las puertas del patio interior y los parisinos tomaron la fortaleza hacia las 17:30. Liberaron a los siete prisioneros encarcelados allí y se apoderaron de la pólvora y la munición.

La guarnición de la Bastilla fue apresada y llevada al Ayuntamiento de París. En el camino, Bernard-René de Launay fue apuñalado, y su cabeza aserrada y clavada en una pica para ser exhibida por las calles. Tres oficiales de la guarnición permanente de la fortaleza también fueron asesinados por la muchedumbre durante el trayecto. Estos y dos guardias suizos fueron los únicos militares fallecidos, ya que el resto de la guarnición fue protegida por la Guardia Francesa para que más tarde o más temprano fueran liberados y pudieran volver a sus regimientos. En el Ayuntamiento, la muchedumbre acusó a Jacques de Flesselles de traición. Se improvisó un juicio aparente en el Palais Royal y fue también ejecutado.

El teniente Louis de Flue escribió un informe detallado sobre la defensa de la Bastilla que fue incorporado al diario del regimiento "Salis-Samade" y aún se conserva. Fue crítico con el malogrado marqués de Launay, a quien de Flue acusó de ejercer el mando con debilidad e indecisión. La causa de la caída de la Bastilla pudiera buscarse en la actitud de los comandantes de la fuerza principal de las tropas reales acampadas en el Campo de Marte, que no intervinieron ni en el saqueo de Los Inválidos ni en la toma de la Bastilla.

Además de los presos, la fortaleza albergaba los archivos del Lieutenant général de police -Teniente general de la Policía- de París, que fueron sometidos a un pillaje sistemático. Sólo al cabo de dos días. las autoridades tomaron medidas con el fin de conservar los restos de este archivo. El mismo Beaumarchais, cuya casa estaba situada justo enfrente de la fortaleza, no vaciló en apoderarse de documentos. Denunciado, tuvo que restituirlos posteriormente.

A las seis de la tarde, ignorando la caída de la Bastilla, Luis XVI dio orden a las tropas de evacuar la capital. Esta orden llegó al Ayuntamiento a las dos de la madrugada del día siguiente.

Consecuencias

El marqués de La Fayette fue nombrado comandante de la Guardia Nacional Francesa tras las revueltas de julio de 1789. La Comuna de París se instauró en 1789 con Jean-Sylvain Bailly a la cabeza. Los aristócratas franceses comienzan a huir del país. 

El rey volvió a París bajo el mandato de la escarapela tricolor. Se extendió el empuje revolucionario por toda Francia. 

Una caricatura del Rey Luis XVI con un gorro frigio.

A las 8 de la mañana del 15 de julio de 1789, en el  Palacio de Versalles, en el momento de su despertar, el duque de Rochefoucauld-Liancourt informó a Luis XVI de la toma de la Bastilla.

- "Pero ¿es una rebelión?"-preguntó Luis XVI.

- "No, señor, no es una rebelión, es una revolución."Respondió el duque.

Mientras, la ciudadanía de París, esperando un contraataque, atrincheró las calles, levantó barricadas construidas con adoquines y se armó, lo mejor que pudo, sobre todo con picas improvisadas. En Versalles, la Asamblea permaneció ignorante de la mayoría de los acontecimientos parisinos, pero sumamente consciente, el mariscal de Broglie estuvo a punto de provocar un golpe de Estado promonárquico para forzar a la Asamblea a adoptar la solicitud de disolución de Luis XVI del 23 de junio. El vizconde de Noailles fue el primero en informar a Versalles fehacientemente de los hechos que se producían en París. C. Ganilh y Bancal-des-Issarts, enviados al Ayuntamiento de la capital, confirmaron el informe.

Esa mañana del 15 de julio, el rey tuvo claro el resultado de la toma y él y sus comandantes militares hicieron retroceder a sus tropas, que se habían concentrado en los alrededores de París y fueron de nuevo dispersadas a sus guarniciones fronterizas. El marqués de La Fayette asumió el mando de la Guardia Nacional en París. Jean-Sylvain Bailly, líder del Tercer Estado e instigador del Juramento del Juego de Pelota, fue elegido alcalde de la ciudad por los electores reunidos en el "Hôtel de Ville", la sede del Ayuntamiento, instaurada una nueva estructura de gobierno municipal, antecesora del actual Ayuntamiento de París. 

El rey anunció que acordaría la reposición de Necker y su propia vuelta de Versalles a París. El 27 de julio, en París, Luis XVI aceptó una escarapela tricolor de manos de Bailly y entró en el Ayuntamiento de la capital, bajo los gritos de "Larga vida al rey" en lugar del revolucionario "Larga vida a la nación".

De esta manera, dos procesos se unieron: una revuelta de hambre y la agitación política suscitada por la destitución de Necker. Así, los revolucionarios reunidos en la Asamblea y en el Ayuntamiento empezaron a contar con la fuerza de la movilización popular. La constitución de una Guardia Nacional armada permitió a los revolucionarios empezar a aplicar sus nuevas normas y políticas. La monarquía tuvo claro que ya no se trataba de una revuelta que podía apaciguarse o reprimirse, que había que contemporizar con ella, que las cosas, si no había una intervención exterior, ya no admitían una vuelta atrás.

Sin embargo, después de esta violencia, la nobleza, poco confiada en la aparente y, como se demostró con posterioridad, temporal reconciliación entre el rey y el pueblo, empezó a exiliarse. Los primeros émigrés incluyeron al conde de Artois –futuro Carlos X de Francia- y a sus dos hijos, el príncipe de Condé y el príncipe de Conti, la familia Polignac y algo más tarde Charles Alexandre de Calonne, el antiguo ministro de finanzas. Estos se instalaron en Turín, desde donde Calonne, como agente al servicio del conde de Artois y del príncipe de Condé, empezó a trazar un intento de guerra civil dentro del país y conspiró para formar una coalición europea contra la Francia revolucionaria.

Necker volvió a París triunfante desde Basilea -triunfo que luego se demostró efímero-. A su llegada, descubrió que la muchedumbre había asesinado cruelmente a Foullon y a su sobrino Berthier y que el barón de Besenval, nombrado comandante de París por Broglie, había sido hecho prisionero. 

Deseando evitar un nuevo derramamiento de sangre, Necker abrió la mano, exigiendo y obteniendo una amnistía general votada por la asamblea de los electores de París. Con la solicitud de la amnistía, más que confiar en un juicio justo, subestimó el peso de las fuerzas políticas. Pero la asamblea fundada "ad hoc", casi inmediatamente revocó la amnistía para salvar su propia existencia, y quizás las cabezas de sus miembros, e instituyó un tribunal de primera instancia en Châtelet. Mignet sostiene que fue este el momento en que Necker perdió su influencia sobre la Revolución.

La insurrección parisina se extendió por toda Francia. El pueblo se organizó en municipios para conseguir su propósito de autogobierno y crearon cuerpos de guardias nacionales para su propia defensa, de acuerdo con el principio de la soberanía popular, medidas espontáneas que fueron normalizadas al poco tiempo mediante leyes aprobadas por la Asamblea Nacional. 

En las áreas rurales, muchos fueron más allá de esto: frente a la resistencia de la nobleza que se negaba a perder su poder local, algunas fincas y un significativo número de castillos fueron quemados.

Al año siguiente, la Fiesta de la Federación, concebida como fiesta de la reconciliación nacional, se celebró en presencia del rey en la misma fecha. En 1880, el Senado francés aprobó la fecha del 14 de julio como día de la fiesta nacional, en conmemoración de la fiesta del 14 de julio de 1790 por ser ese un día en el que no se derramó sangre y que selló la unidad de todos los ciudadanos franceses.

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26 de agosto de 1789


Los Derechos del hombre y el ciudadano se refieren, exclusivamente, al hombre; es decir, que no los había para la mujer, algo que constituye un acto rotundo de falta de inteligencia social; ellas cumplían múltiples deberes, casi en esclavitud, pero no tenían derechos para defenderse legalmente de nada.

Olimpia de Gouges

La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, o Déclaration des Droits de la Femme et de la Citoyenne es un texto redactado el 5 de septiembre de 1791 por la escritora francesa Olympe de Gouges parafraseando la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada el 26 de agosto de 1789, el texto fundamental de la Revolución francesa. Es uno de los primeros documentos históricos que propone la emancipación femenina en el sentido de la igualdad de derechos o la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación con los varones. Este documento fue presentado en la Asamblea Legislativa el 28 de octubre de 1791.

La evolución del concepto de los derechos humanos del siglo XVI y extendido por los pensadores sociales del XVII y los ilustrados del XVIII, con las primeras revoluciones liberales fue recogido en textos normativos: la Declaración de Derechos de Virginia, en el contexto de la Independencia de Estados Unidos (1776), y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la revolución francesa (1789). En ninguno de estos documentos se consideró a las mujeres.

A lo largo de la Historia, la mujer ha estado relegada social, económica y políticamente por el hombre a un segundo plano. Evidentemente es necesario diferenciar aquí la situación de la mujer según pueblos, sociedades y civilizaciones. 

Olympe de Gouges se inspiró íntegramente en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y redactó una adaptación solo cambiando la palabra hombre por mujer. En algunos pasajes equiparaba los mismos derechos para ambos sexos y, en otros artículos resaltaba el predominio del hombre sobre la mujer. 

Se compone de un preámbulo dedicado a la reina María Antonieta, con 17 artículos y un epílogo. 

En la época solo se distribuyeron 5 copias, y en 1840 algunos extractos de la Declaración fueron publicados. El texto integral fue dado a conocer en 1986 por la escritora Benoîte Groult.

Derechos de la Mujer y de la Ciudadana

Preámbulo: 

Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de 105 gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes, a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los hombres puedan ser, en todo instante, comparados con el objetivo de toda institución política y sean más respetados por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al mantenimiento de la constitución, de las buenas costumbres y de la felicidad de todos. En consecuencia, el sexo superior tanto en belleza como en coraje, en los sufrimientos maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser supremo, los Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana: 

1. La mujer nace, permanece y muere libre al igual que el hombre en derechos.

2. El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

3. El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos.

4. La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer solo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón.

5. Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.

6. La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

7. Ninguna mujer se halla eximida de ser acusada, detenida y encarcelada en los casos determinados por la Ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta Ley rigurosa.

8. La Ley solo debe establecer penas estrictas y evidentemente necesarias y nadie puede ser castigado más que en virtud de una Ley establecida y promulgada anteriormente al delito y legalmente aplicada a las mujeres.

9. Sobre toda mujer que haya sido declarada culpable caerá todo el rigor de la Ley.

10. Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.

11. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos de la mujer, puesto que esta libertad asegura la legitimidad de los padres con relación a los hijos. Toda ciudadana puede, pues, decir libremente, soy madre de un hijo que os pertenece, sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; con la salvedad de responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley.

12. La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor; esta garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de aquellas a quienes es confiada.

13. Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, las contribuciones de la mujer y del hombre son las mismas; ella participa en todas las prestaciones personales, en todas las tareas penosas, por lo tanto, debe participar en la distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades.

14. Las Ciudadanas y Ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o por medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las Ciudadanas únicamente pueden aprobarla si se admite un reparto igual, no solo en la fortuna sino también en la administración pública, y si determinan la cuota, la base tributaria, la recaudación y la duración del impuesto.

15. La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público.

16. Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene constitución; la constitución es nula si la mayoría de los individuos que componen la Nación no ha cooperado en su redacción.

17. Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados; son, para cada uno, un derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser privado de ella como verdadero patrimonio de la naturaleza a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo exija de manera evidente y bajo la condición de una justa y previa indemnización.


Epílogo: Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ; Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo. 

La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana constituye por sí misma un alegato en favor de las reivindicaciones femeninas y una proclama auténtica de la universalización de los derechos humanos.

Su autora denunciaba que la revolución olvidaba a las mujeres en su proyecto de igualdad y libertad. Defendía que la «mujer nace libre y debe permanecer igual al hombre en derechos» y que “la Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y los Ciudadanos deben contribuir, personalmente o por medio de sus representantes, a su formación”.

Reclamaba un trato igualitario hacia las mujeres en todos los ámbitos de la vida tanto públicos como privados: derecho al voto y a la propiedad privada, poder participar en la educación y en el ejército, y ejercer cargos públicos llegando incluso a pedir la igualdad de poder en la familia y en la Iglesia. Solo algunos de los derechos fueron aceptados, pero eso fue unos cuantos años después. 

El planteamiento sobre la mujer no era compartido por los varones que dirigían la revolución, ni siquiera los más radicales. 

Olympe de Gouges, acusada de traición a la revolución por oponerse a la pena de muerte contra el rey Luis XVI, fue arrestada y guillotinada el 3 de noviembre de 1793.

"La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana constituye por sí misma un alegato brillante y radical en favor de las reivindicaciones femeninas y una proclama auténtica de la universalización de los derechos humanos"

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La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789, es uno de los muchos documentos fundamentales de la Revolución francesa (1789-1799) en cuanto a definir los derechos personales y los de la comunidad, además de los universales. Influida por la doctrina de los derechos naturales, los derechos del hombre se entienden como universales.

Aun cuando establece los derechos fundamentales de los ciudadanos, franceses y de todos los hombres sin excepción, no se refiere a la condición de las mujeres o la esclavitud, aunque esta última sería abolida por la Convención Nacional, el 4 de febrero de 1794. Sin embargo es considerado un documento precursor de los derechos humanos a nivel nacional e internacional. No fue hasta que Olympe de Gouges, en 1791, proclamó la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana que las mujeres entraron en la historia de los derechos humanos.

La Declaración fue el prefacio a la Constitución de 1791. La primera traducción americana completa de sus 17 artículos al español es obra de Antonio Nariño, publicada en Bogotá, Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia, en 1793.

Una segunda versión ampliada, conocida como Declaración de los Derechos del Hombre de 1793, fue aprobada posteriormente e incorporada a la Constitución francesa de 1793, ambas de muy breve aplicación. Seguida de la Declaración de los Derechos y Deberes del Hombre y del Ciudadano de 1795 en la Constitución de 1795 que establece el Directorio.

En el derecho constitucional francés, la Declaración de 1789 es parte de la Constitución francesa de 1946, que agrega los derechos sociales en su preámbulo, y de la Constitución francesa de 1958 que conserva el preámbulo de la Constitución de 1946.

Patente real de Luis XVI de Francia, promulgando los textos aprobados por la Asamblea Nacional a partir del 4 de agosto de 1789, entre ellos la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

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Artículos

Los artículos de la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano son los siguientes:

1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común.

2. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.

3. La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún individuo, ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella.

4. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites solo pueden ser determinados por la ley.

5. La ley solo puede prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido. Nadie puede verse obligado a aquello que la ley no ordena.

6. La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes. Debe ser igual para todos, sea para proteger o para castigar. Siendo todos los ciudadanos iguales ante ella, todos son igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimientos.

7. Ningún hombre puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento, excepto en los casos determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por esta prescritas. Todo aquel que promueva, solicite, ejecute o haga que sean ejecutadas órdenes arbitrarias, debe ser castigado, y todo ciudadano requerido o aprendido por virtud de la ley debe obedecer inmediatamente, y se hace culpable si ofrece resistencia.

8. La ley no debe imponer otras penas que aquellas que son estrictas y evidentemente necesarias; y nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley promulgada con anterioridad a la ofensa y legalmente aplicada.

9. Todo hombre es considerado inocente hasta que ha sido declarado convicto. Si se estima que su arresto es indispensable, cualquier rigor mayor del indispensable para asegurar su persona ha de ser severamente reprimido por la ley.

10. Ningún hombre debe ser molestado por razón de sus opiniones, ni aún por sus ideas religiosas, siempre que al manifestarlas no se causen trastornos del orden público establecido por la ley.

11. Puesto que la libre comunicación de los pensamientos y opiniones es uno de los más valiosos derechos del hombre, todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley.

12. Siendo necesaria una fuerza pública para garantizar los derechos del hombre y del ciudadano, se constituirá esta fuerza en beneficio de la comunidad, y no para el provecho particular de las personas a las que ha sido confiada.

13. Siendo necesaria, para sostener la fuerza pública y subvenir a los gastos de administración, una contribución común, esta debe ser distribuida equitativamente entre los ciudadanos, de acuerdo con sus facultades.

14. Todo ciudadano tiene derecho, ya por sí mismo o por su representante, a constatar la necesidad de la contribución pública, a consentirla libremente, a comprobar su adjudicación y a determinar su cuantía, su modo de amillaramiento, su recaudación y su duración.

15. La sociedad tiene derecho a pedir a todos sus agentes cuentas de su administración.

16. Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene constitución.

17. Siendo inviolable y sagrado el derecho de propiedad, nadie podrá ser privado de él, excepto cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exige de manera evidente, y a la condición de una indemnización previa y justa.


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