miércoles, 26 de julio de 2023

El Greco a partir del siglo XVII ● El Greco y el judaísmo

 

Desposorios de la Virgen. 1610. Museo Nal. Arte, Rumanía.La mano en el mundo judío. 

El origen de El Greco sigue siendo un misterio para los estudiosos. Según explicó Illán, no existe mucha documentación sobre El Greco, si bien existen algunas tesis doctorales, en su opinión, basadas en su iconografía, concluyen [deducen] que pudo tener un origen judío por parte de madre, dado que muchos de los judíos expulsados de España se instalaron en la isla de Creta.

Considera que la vida, la cultura y la pintura de El Greco estuvo intrínsecamente ligada al mundo judío. Esta relación se refleja especialmente en cómo pintaba las manos. “La presencia de la mano es muy simbólica. Las manos tienen un mismo signo, son masculinas y femeninas al mismo tiempo, no tienen ningún tipo de defecto. Es la mano del sumo sacerdote, que no debe tener ningún defecto y es esencial en el mundo judío”.

Alegoría de la orden de los camaldulenses. Esta obra se conserva en el Instituto Valencia de Don Juan, en Madrid - ABC

Es evidente que el Greco conocía bien la simbología judía, dada la fuerza de la comunidad hebrea en Oriente y, sobre todo, en los ambientes en los que el pintor se había criado. En la «Alegoría de la Orden de los Camaldulenses», cuadro que se pintó en la época del «triunfo de la fe» en un ambiente claramente antijudío, obra encargada por un, hasta ahora desconocido cliente, podemos apreciar cómo las celdas individuales de los monjes aparecen alineadas y cómo el Greco invierte el sentido y la imagen cristiana objetiva se transforma en candelabro talmúdico de siete brazos. ¿Homenajea el Greco en 1579, fecha de la realización del cuadro, a un pueblo, que le es simpático, perseguido y atormentado en España?

¿Qué sabemos acerca de la relación del Greco y el mundo judío? La época histórica del Greco en Toledo es la de la imposición del Estatuto de limpieza de sangre, que había llevado a cabo a todos los efectos el cardenal Silíceo. Se puede afirmar que en estos finales del siglo XVI el honor de los españoles lo constituía su religión y su raza, y acreditar este honor de “cristiano viejo” era necesario para acceder a determinados cargos. Sin embargo, la realidad nos demuestra que en estos tiempos oscuros había tantos españoles no “limpios” de sangre que optaban a puestos en las instituciones, que el fraude, el chantaje, el engaño y la coacción eran un resultado normal de las acciones que llevaban a cabo quienes tenían necesidad de limpiar su genealogía.[¿?] Era una sociedad en la que el deshonor conyugal se lavaba con la espada, pero se consideraba un estigma imborrable la ascendencia judía, que no eclipsaba ni el bautismo.

Con respecto al genio cretense, vivimos en el mundo de la conjetura, pero rodeados de algunas certezas. El Greco, cuando llega a Toledo, viene a una ciudad donde los Estatutos de limpieza de sangre están en vigor; sin embargo, se aposenta en el barrio de la judería en las casas del marqués de Villena, que había sido uno de los conversos más famosos de la historia de España; estas casas estaban cerca de la sinagoga de Samuel Leví, luego cristianizado su nombre como «sinagoga del Tránsito (de la Virgen). ¿Por qué? Se ha escrito que “Doménico no compartía la paranoia antijudía de los españoles, por educación, por trayectoria personal ya conocida en Oriente, por su pertenencia a la ‘Familia Charitatis’ y posiblemente porque él no era ajeno a la comunidad hebraica en su ascendencia de sangre”.

Dentro de esas certezas que acercan la hipótesis judaizante o de sangre judía del Greco están el hecho de que su hermano Manussos fuera recaudador de impuestos en Creta, actividad realizada habitualmente por judíos, y que los personajes (documentados) de los que se rodea en Toledo son conversos o descendientes de conversos, como Jerónima de las Cuevas, Petronila de Madrid, Juan de las Cuevas, Manuel de las Cuevas, el deán de la Catedral don Diego de Castilla que le encarga «El Expolio», la única obra que pintará para esta institución religiosa a lo largo de su vida-. y su hijo y amigo del pintor desde la época romana, don Luis de Castilla, Gregorio de Angulo -que intercederá para que se le adjudique al Greco, por parte del consistorio toledano, las pinturas para la capilla Oballe en la iglesia de San Vicente- y Pedro Vélez de Silveira, entre otros. No es descabellado pensar que El Greco tuviera sangre judía por ascendencia materna; que él fuera consciente de ello y, por esto, aceptara, y acaso buscara, el trato cotidiano con el universo judío y se sintiera a gusto entre ellos.

Diego de Castilla (c.1507-7 de noviembre de 1584) fue deán de la catedral de Santa María de Toledo desde 1551 y mecenas de arte hasta su fallecimiento. Fue uno de los principales opositores del estatuto de limpieza de sangre promovido por el cardenal Juan Martínez Guijarro -apellido que cambió por el de “Silicio”- en Toledo. Su ascendencia de origen judío sería una limitación en su posterior carrera religiosa; sin embargo, a lo largo de su vida se dedicaría a redactar e investigar sus rastros genealógicos demostrando su parentesco directo con Pedro I de Castilla en su libro Historia del Rey don Pedro y su descendencia que es la de Castilla.-Fueron sus medios hermanos, los Trastámara, los que persiguieron a los judíos implacablemente-.

Aunque se desconoce con exactitud la fecha de su nacimiento, sus padres fueron Felipe de Castilla y Francisca de la Encina. Estudió derecho civil en la Universidad de Salamanca, recibiendo el título de bachiller en 1528. A partir de esta fecha se trasladaría a la ciudad de Bolonia, para especializarse en derecho canónico. Después de culminar sus estudios académicos en 1536, volvió a España, a Palencia, donde dio inicio a su carrera religiosa siendo asignado al cargo de archidiácono de la catedral de San Antolín de Palencia. En 1545, tras la muerte de su padre, heredaría la posición de deán de la catedral de Toledo.

En 1547, el arzobispo de Toledo aprobó los estatutos de limpieza de sangre, por los cuales se excluía a las personas con indicios de linaje judío de ejercer cualquier oficio o labor eclesiástica. Debido a su linaje judío Diego de Castilla fue uno de los más importantes opositores de los estatutos de limpieza de sangre. Fue albacea del testamento de María de Silva, viuda de Pedro González de Mendoza, contador mayor del rey Carlos I, por el cual se ordenaba la construcción de la iglesia del monasterio cisterciense de Santo Domingo de Silos -El Antiguo, para distinguirlo del Real-. para su enterramiento. 

Expolio, en la Catedral de Toledo

Su hijo, Luis de Castilla, recomendaría a su padre la contratación de El Greco para la realización de los principales retablos del interior de la iglesia. Es así que el 2 de julio de 1577, el Greco recibió el encargo formal para la creación de tres retablos, con un total de nueve pinturas para el convento cisterciense de Santo Domingo. Entre las obras que realizó en este encargo constan los retablos laterales: la Adoración de los pastores y la Resurrección. También realizó el retablo mayor con un tema de importancia teológica y conocido como la Asunción de la Virgen. Según Mark Irving, el hecho de haber encargado estas comisiones artísticas es «una declaración pública de que él, uno de los principales personajes en la lucha contra la herejía protestante, respaldaría de manera confiable los argumentos teológicos de la iglesia católica».



Su hijo, Luis de Castilla, recomendaría a su padre la contratación de El Greco para la realización de los principales retablos del interior de la iglesia. Es así que el 2 de julio de 1577, el Greco recibió el encargo formal para la creación de tres retablos, con un total de nueve pinturas para el convento cisterciense de Santo Domingo. Entre las obras que realizó en este encargo constan los retablos laterales: la Adoración de los pastores y la Resurrección. También realizó el retablo mayor con un tema de importancia teológica y conocido como la Asunción de la Virgen. Según Mark Irving, el hecho de haber encargado estas comisiones artísticas es «una declaración pública de que él, uno de los principales personajes en la lucha contra la herejía protestante, respaldaría de manera confiable los argumentos teológicos de la iglesia católica».


La Trinidad



La Asunción









San Juan Evangelista

Hoy nadie discute que la madre toledana de Jorge Manuel, el único hijo del Greco, Jerónima de las Cuevas, procedía de conversos. En ningún archivo toledano consta que se hubieran casado. La familia de ella nunca reclamó el “honor”, como lo hubiera hecho una familia de casta y sangre vieja. De casarse, tendrían que haberlo hecho por el rito católico; pero también se afirma, con razones poderosas, que el Greco pudiera ser de religión ortodoxa, y el hecho de casarse por el rito católico -único posible-, habría significado, apostatar, o celebrar una ceremonia falsa. Pero el Greco hizo caso omiso del sacramento del matrimonio, que bien poco le importaba. Tampoco aparece registrada en documento alguno la muerte de Jerónima, como no lo hay sobre la posibilidad de que Jorge Manuel, fuera bautizado.

Petronila de la Madrid, también conversa, será importante en la vida y obra del Greco. Casada con un hermano de Jerónima, se hizo cargo de Jorge Manuel, el hijo del Greco, al morir la madre; gozó siempre de la familiaridad y la gratitud del pintor, como parece demostrarlo el hecho de que, al morir, aún en considerable pobreza, poseyera «un lienzo de nuestra señora de Domynico» y gran número de dibujos de tablitas del artista.

Es de suma importancia el hecho de que Petronila fuera pariente del párroco de Santo Tomé, Andrés Núñez, también de origen converso; el mismo que encargaría al Greco la que habría de ser una de sus obras maestras; «El entierro del señor de Orgaz».



Una hipótesis más, relaciona igualmente, por la misma vía -en este caso, sería sensacional-, al Greco con Santa Teresa; de origen converso, documentado, era descendiente de Teresa de las Cuevas, de Olmedo, Valladolid, que era tía de Miguel de las Cuevas, el padre de Jerónima. Por tanto, y dada también como cierta la simpatía del pintor hacia la reforma teresiana, convendremos en la posibilidad del conocimiento entre estos dos brillantes intelectuales, que son El Greco y Santa Teresa.

Hay más datos para apoyar esta hipótesis. Se sabe que el indiano Martín Ramírez de Zaya, protector de la Santa, tenía un sobrino, el converso Martín Ramírez, que fue quien le encargó al pintor, en 1579, por una notable suma, los retablos de la capilla de San José; la primera dedicada al mismo que se conoce. En un lateral del retablo aparece Santa Teresa.

Toledo en la base

Santa Teresa

Tenemos, pues, al Greco en Toledo entre los conversos toledanos, con un hijo de sangre judía, con una actitud tolerante, -el contacto entre ortodoxos-judíos en Oriente era normal-, que le lleva a entregar su amistad al margen de lo que piensen los demás. Los encargos más importantes -El Expolio, retablos de Santo Domingo el Antiguo; de la capilla Oballe; de la capilla de San José, el Entierro del señor de Orgaz-, están relacionados con personas que llevan sangre de conversos. Y se ha publicado -sin documentación, pero con argumentos coherentes-, la posibilidad de que el mismo Domenico Theotocopuli tuviera sangre judía y que, acaso, incluso su madre fuese sefardí. Si esto fuera así, la presencia del Greco en Toledo hay que verla como una especie de vuelta a las raíces, a la tierra de sus antepasados, e incluso al barrio en que habitaron, en las proximidades de una famosa sinagoga.

Siglo XVIII.Sinagoga del Tránsito

Actual

Hejal de la Sinagoga del Tránsito

En una sinagoga, los sefardíes llaman hejal es un armario, gabinete o pequeña recámara decorada donde se guardan los rollos con los pergaminos de la Torá. En la mayoría de los casos, esta recámara está ubicada en la pared de la sinagoga que está orientada hacia Jerusalén.

El Greco sigue haciendo reflexionar, ya no solo acerca de su pintura, sino de sus motivaciones; un mundo, acaso, cubierto por un silencio voluntario. 

Magia y alquimia siempre se asociaron con el estigmatizado pueblo hebreo, y, al parecer, es posible encontrar ciertas pruebas de este hecho, en algunas de las pinturas más complejas del Greco, a las que resulta casi absurdo aplicar tópicos relacionados con su estado síquico o alguna dificultad visual. 

Fernando Marías escribió que «El Greco podría haber sido un tibio, un incrédulo, un agnóstico, un libertino erudito, un cristiano ortodoxo o un católico sui generis, pero cada una de sus obras tendría que haber tenido su propia significación, jamás reductible a su propia personalidad con sus más personales creencias».

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El Greco fue un pintor prácticamente olvidado durante tres siglos y quedó en silencio hasta que fue recobrado y revalorizado a principios del siglo XX. La realidad muestra que fue el siglo XIX, el que colocó al Greco en la posición que merecía en el arte occidental. Este mismo hecho permite matizar la idea, muy extendida, del Greco, artista unánimemente reconocido en el presente como uno de los más grandes creadores de la historia, al que se mantuvo en el desconocimiento, el olvido, o la indiferencia, prácticamente, desde que murió.

Aun así, revisando los textos teóricos relacionados con el arte del siglo XVII, si bien no son en su mayoría muy positivos, en ocasiones reconocen en el Greco las facultades de un gran artista y reconocen ciertos rasgos que ayudan a su comprensión, como su afición por la actividad intelectual, su natural inclinación al saber, su ideario, tan cercano al humanismo, y su orgullo –a veces, soberbia-, de artista, que le llevó a entender la pintura como un arte liberal, no mecánica. De hecho, no sólo sostuvo esta tesis en los cenáculos intelectuales, en los que era asiduo, sino que la defendió en los numerosos pleitos en que se vio envuelto, a causa de la valoración de casi todas saus obras, desde que residió y pintó en Toledo, decidido a no rendirse ante las abusivas condiciones sancionadas por las leyes y costumbres de la época, que no entendían el arte sino como un trabajo más por el que se paga, igual que por cualquier otro de condición denominada “vil”, por la misma razón que el artista no sería sino un artesano, una categoría que El Greco jamás aceptó para sí.

El profesor José Manuel Pita Andrade [Coruña, 1922-2009, Dtor. MNP, 1978-1981] en el discurso que leyó en el Acto de Recepción Pública como académico electo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el 26 de febrero de 1984, constituye un excelente punto de partida en este sentido.

Así pues, lo primero que sorprende al revisar los juicios emitidos sobre El Greco y su obra en el siglo XVII, es el hecho de que parece ser más apreciado por los poetas que por los teóricos del arte, aún por los que le sucederían en el tiempo, lo que vendría a ratificar que probablemente, el Greco era, sobre todo, un intelectual. Consecuentemente, apreciaran en el pintor las ideas, más que la obra por medio de la cual las expresaba. 

De este modo, algunos escritores y poetas se refirieron al artista más y mejor que aquellos a los que podríamos denominar críticos de arte. Así lo hicieron Fray Hortensio Félix Paravicino, Luis de Góngora o Cristóbal de Mesa.


Paravicino, en unas póstumas «Oraciones evangélicas», muestra su contrariedad por el hecho de que la proliferación de copias creara confusión en el arte de su amigo, haciendo imposible el reconocimiento de sus exclusivas características.

Otro elemento curioso, en el mismo siglo XVII, es la repetición del adjetivo de «extravagante». ¿Por qué? Parece que su alta consideración de sí mismo, pudo ser ya un signo diferencial de su personalidad en vida, y es muy probable que este signo de su carácter sirviera para juzgar negativamente su obra, tan diferente de la que se imponía en su tiempo. 

Uno de los primeros en referirse a él con este adjetivo, fue el humanista portugués Manuel de Faria e Sousa, que, por otra parte, se refiere al pintor en estos términos: «Estacio y el Góngora de los poetas para los ojos; pero vale más una llaneza del Tiziano que todas sus llanezas juntas». La frase no deja de ser paradójica, pues al halago sigue el menosprecio, considerando, por cierto, a Tiziano como autor de “llanezas”. Difícl de comprender, por supuesto, aunque no es el único caso, pues resultan más llamativas y confusas las palabras del poeta Fernando La Torre Farfán: «Notables pinceladas son las de esta Glosa, y la manera parece del Griego, o yo no entiendo de pintura, y a fe que lo aborronado tiene arte, porque de cerca es nada y de lejos tampoco». 

Estas palabras, en una obra que data de 1663, revelan la opinión que suscitaba el estilo único e inconfundible del Greco. Cierto que era aceptada la singularidad de su pincelada, pero había postergado a un segundo plano el dibujo –lo que inspira la definición de un todo «aborronado»-, en defintivia, un juicio negativo, expresado por medio de una paradoja satírica muy propia del Barroco. Y esta opinión, para desesperación de sus admiradores, será que ganará crecientemente adeptos a medida que avanzamos a través de los siglos.

Por Antonio Illán Illán y Óscar González Palencia. 


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